Segunda Oportunidad

Tema en 'Relatos' iniciado por Marina, 2 Mayo 2016.

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    Marina

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    Segunda Oportunidad

    Miré a mi alrededor confundido. Ahí estaba en ese lugar. Era uno donde tres caminos se abrían. A la derecha uno, a la izquierda otro y en el centro frente a mí, una vereda que podía ver larga, perdiéndose en la distancia. Sabía que debía tomar uno de esos senderos, pero no estaba seguro cuál, además tampoco podía recordar cómo había llegado a esa zona ni qué era esa espeluznante sensación en mi cuello, robándome el aliento. Me volví para ver detrás, una banca y sobre ella un techo de teja levantado con cuatro pilares. Parecía la parada de un camión y detrás de la construcción había una calle cuyos lados mostraban parcialmente unas edificaciones que cubrían una especie de niebla. Entonces, surgiendo de la neblina, la vi.

    Una chica que, llevando por delante un delgado bastón, tanteó el terreno con cuidado y se acercó lentamente. Al llegar al lado de la banca, se inclinó un poco para tocarla con las manos, luego se sentó con la mirada perdida frente a ella. Puede darme cuenta que era una chica ciega.

    —¡Oh! ¡Pobrecito —dijo de pronto la joven y su voz fue tan suave, que me acarició como una relajante brisa, disipando un poco la aguda sensación que oprimía mi cuello—. ¿A quién esperas?

    La miré hacer algunos gestos con sus manos frente a ella, así me di cuenta que no me hablaba a mí, además, ¿cómo podía hacerlo? Estaba ciega y no podía verme. Fruncí el ceño por lo extraña que lucía, pues sus manos se movían en el aire como si acariciaran algo... o a alguien, pero ante ella no había nadie.

    —Lo sé —Miré ahora como la joven parecía sostener algo y acercándose a eso que yo no podía ver, pareció abrazarlo.

    De pronto, sus movimientos raros me inspiraron un desconocido terror, porque la escena era realmente surrealista. Mi cerebro lógico no comprendía su actuación. Intenté retroceder para alejarme de esa extraña mujer, pero al momento que iba a dar el primer paso atrás, ella levantó su rostro y me miró. Sus ojos claros carecían de la iris y su tez pálida de color. Hasta ese momento me di cuenta que era un ser sobrenatural. Su cabello largo y tan oscuro como la noche sin estrellas, se levantó un poco cuando un viento sopló entre nosotros.

    —No tengas miedo —me dijo y el tono de su voz siguió siendo el mismo—. Estoy aquí para ayudarte.

    ¿Ayudarme? ¿Cómo? ¿Y cómo podían verme sus ojos ciegos? Porque sí, podía sentir su mirada, tan penetrante que helaba mi alma. O quizás fuera esa extraña sensación en mi cuello que cerraba cada vez más mi respiración.

    Sonrió un poco y levantándose, se acercó a mí. Ya sin su bastón y yo no pude moverme ni un milímetro. Era como si un poder, quizás su fuerza me hubiera clavado en el suelo. Sentí que sudaba por el temor y cuando estuvo frente a mí, vi que su ciega mirada se abría al máximo para reflejar mis vivencias. Unos ojos que como ventanas de un vehículo en movimiento, va mostrándote escenas, no de un paisaje, sino de tu vida misma. Así que me vi. Un hombre joven en la plena flor de mi existencia, bendecido por la vida, sin aparente motivo para hacer lo que hice, porque en una de esas escenas me lo mostró.

    A mí colgando de una soga que a su vez se suspendía de una de las ramas de los árboles que había en el jardín de mi casa. Pude ver mi silueta en las sombras nocturnas, moviéndose con desesperación, sufriendo por la falta de aire. Al ver la locura que había hecho, me llevé las manos al cuello comprendiendo la sensación y abriendo la boca, grité.

    —No es tu tiempo, no así —me dijo ella y su mirada se apagó de nuevo—. Tu amigo tendrá que seguir esperándote.

    Luego, empujándome un poco, hizo que levitara y cuando floté pude verlo. Aquello que la chica abrazara antes. Era mi perro, un labrador que había tenido de adolescente y que muriera por la edad. Le había llorado mucho cuando me dejó y ahora ahí estaba, esperándome. Pero la mujer, como golpeando el aire, me lanzó con fuerza haciéndome ir por el camino derecho y mientras me alejaba de ellos, en la realidad la rama se rompió y sentí cómo caí al suelo. Mis manos ansiosas aflojaron el nudo de la soga y respiré con desesperación. Sentía mi rostro hinchado, mis ojos desorbitados y tanto la baba como los mocos y lágrimas abundaban en mi rostro. Morir ahogado no es una grata sensación.

    Poco a poco recuperé el aliento y quedándome acostado en el frío pasto, miré el cielo. Las estrellas lucían brillantes. Aun escalofriado pensé que no importaba cuán mal lo tratara la vida a uno. El suicidio no era la salida. Por un momento había enloquecido por lo mal que me sentía, porque pensaba que no valía la pena vivir y por eso quise terminarla.

    Pero obtuve una segunda oportunidad. No sé si la experiencia paranormal que viví fue real o sólo producto de mi cerebro padeciendo de oxígeno. Pero lo que sí me queda claro es que obtuve una segunda oportunidad. ¿Cuántos lo hicieron y no tuvieron esa posibilidad de arrepentirse? Sin duda fui afortunado y agradezco el haber sido perdonado por mi error.
     
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