Lo cierto era que no había sido consciente hasta su respuesta que quizá lo podría abrumar, digamos que con tanto tiempo aislándome me emocionaba salir con ellos, pero tampoco quería espantar al pobre. Asentí solamente, sino era esta semana podría ser la próxima. Continué muy centrada en mi almuerzo en lo que escuché sus palillos sobre su bento, estuve a nada de regresar mi atención visual sin embargo sus dedos fríos de por sí se afianzaron en mi mentón, obligándome a mirarlo sin contratiempos. Murmuró la respuesta en lo que entorné ligeramente la mirada, y pese a que el carmín danzó -cosa de nada- en mis pómulos me permití un dejé de sonrisa pasiva más que nada. —Solo quería saber si estábamos en la misma página. Que sino fuese por el cansancio acumulado del trabajo, los tragos y el sueño, el viernes no me hubiese quedado dormida inmediatamente, sino que me hubiese puesto a solucionar sola lo que había provocado por como había llegado a casa, de igual forma no era algo que tuviese que saber Tora. Aguardé paciente a qué retirará el tacto de mi rostro, aprovechando el hecho para repasarlo un poco. Porque no era algo que haría fuera en por ejemplo el patio norte, el tomarme la libertad de quedarme mirando a alguien porque me apetecía detallar sus facciones. —¿Quieres? —le extendí la lata de uva porque no le había visto bebida por ninguna parte—. Sabe bien, gatáki.
Incluso si era un intenso de mierda, la realidad era que mi personalidad era mucho más introvertida que la de Rowan y una buena parte de los imbéciles que me rodeaban. Hablaba muchísimo menos y tenía todavía menos necesidad de involucrarme con las personas, si me dejabas solo media hora, dos horas o media semana daba igual. Sabía estar solo en su totalidad, de hecho el caos iniciaba cuando me juntaban con los demás. Pero me negaba al encierro institucional de cualquier clase. Cuando le sujeté el rostro recibí más de lo mismo que había recibido el viernes, se dejaba hacer bajo la condición expresa de que no le tocara el orgullo y con eso establecido era más fácil navegar ciertas ideas. Construir ciertas tensiones, podría decirse. Sonrió, respondió la estupidez de turno y me tragué una risa en lo que la soltaba otra vez, a pesar de que noté que me repasaba el rostro. —¿Debo asumir que lo estamos? —pregunté antes de regresar la atención al almuerzo. Comí un poco más, la niña me extendió la lata que tenía y volvió a usar el apodo que se había sacado del culo. Tampoco podía uno echarle toda la culpa, iba por la vida con el kanji de tigre en el nombre y el bicho tatuado en el cuello, pero también había que admitir que la criatura se estaba tomando como que muchas libertades creativas. De cualquier manera, tomé la lata, le di un trago y la dejé en su escritorio como si nada, porque ponerme digno luego de haberle metido la lengua casi hasta la garganta no tenía mucho sentido. No sabía mal, eso era cierto. —Cuidado con eso de llamarme gatito por ahí —advertí revolviendo las verduras—. Ya tengo suficiente con que lo haya leído Rorin, que seguro también le preguntó al traductor para poder mearse de risa.
Me encogí de hombros, lo de la misma página era solo una observación a lo del viernes, de resto era muy probable que no lo estuviésemos pero nada que hacerle. En cuanto alejó su tacto y recibió la bebida me dediqué a seguir comiendo, y entre tanto eché la vista a algunos espacios del lugar. Habían consolas mezcladoras, micrófonos, auriculares y parlantes, probablemente si fuese la de hace un año atrás estaría entretenida e interesada con pertenecer a un club como éste, traer no sé, un estudiante a la semana, entrevistarlo, colocarle música a los demás en el receso, contar historias de lo que fuese. Sí, definitivamente a diferencia de Tora era bastante extrovertida, me gustaba el contacto fisíco, y la compañía. Como fuese, volvió a hablar por lo que regresé mi atención a él, me dió una advertencia, pero no me limitó a quitarle el apodo, sino más bien a que cuidara donde se lo decía, supuse que me daba la libertad de seguirlo llamando gatáki siempre y cuando no hubiesen terceros de por medio, ya si le veían el móvil eso era problema de él. —Vale —murmuré un poco divertida porque a la final, había cedido algo, ¿no? Probablemente ni se diese cuenta de eso, o quién sabe—. ¿Y qué tal está tu almuerzo? Me incliné hacia adelante para alcanzar la lata que el muy descarado dejó por ahí cuando se la había pasado en las manos, aún así tomé un par de sorbos y se la regresé a donde él la había dejado; yo ya estaba satisfecha, aunque no me lo había comido todo. Cerré el bento y arrastré en un desliz la tela para dedicarme a cubrir el topper.
Duba muchísimo que estuviéramos en el mismo cuadro de la película, pero esta era una chica becada por actividades artísticas, por decirlo de alguna manera, y yo era yo. La primera cagada en el asunto estaba en ese esquema, era tan evidente que casi daba risa; la siguiente estaba en el hecho de que estuviera aquí sentada. Habría sido más prudente de su parte ni siquiera contestarme el mensaje, pero visto lo visto la lógica no se le daba muy bien. Por otro lado, le cedí el apodo porque dudaba mucho que fuese a dejar de usarlo independientemente de lo que le dijera, así que había que llegar a concesiones. No que yo fuese ningún diplomático, pero todo animal de la calle necesitaba algo de capacidad de negociación y eso me lo había enseñado Ikari, incluso con esa cara de no matar una mosca. Entre su orgullo y sus pseudo-berrinches, había que saber qué otorgarle y por qué para que, incluso si estaba en otra página, continuara cediendo ella también. Le enseñé a un animal desbocado sobre estrategia y control. No era mentira. Preguntó por mi almuerzo, se inclinó para tomar la lata de nuevo y luego de beber la regresó a donde yo la había dejado. Ella había terminado, supuse que estaba satisfecha, pero tuve un idea estúpida y no vi por qué cancelarla. No respondí, en su lugar acomodé algo de arroz con un trozo pequeño de carne encima, lo pesqué con los palillos y lo extendí en su dirección. —Pruébalo tú misma —dije anclando el codo de la mano libre en el escritorio—. Lo hizo el padre de Rorin.
En lo que deslizaba la tela, realizando el nudo final para desembarazarme del Topper al dejarlo de regreso sobre la superficie habló, no me respondió como tal sino que me ofreció directamente probarlo. Alcé la vista notando los palillos con arroz y un trozo de carne, regresé a sus ojos y de nuevo a la comida. No era desconfianza, más bien incredulidad, aunque de manera inconsciente lo atribuí a qué le había compartido la bebida. Me acerqué lo que hacía falta aún sentada, lo pesqué con los labios enderezándome de regreso. Mastiqué y paseé la vista por ahí en lo que saboreaba, tragando finalmente para repasar con la lengua mis labios por cualquier rastro fuera de lugar. —Está bueno, sí —concedí. Se sentía casero, nada procesado. Y se me antojó adorable que fuese preparado por el papá de Ro, imaginaba que le tenían cierto cariño a Tora para hacerle también el almuerzo. Estiré luego los brazos sobre mi cabeza, uniendo los dedos en lo que sentía alivio en los músculos y cerré apenas los ojos en el proceso, al no tener el blazer la tela se elevó un poco sobre el abdomen bajo hasta que regresé a mi posición en un suspiro de nada. —¿Qué te gusta escuchar? —pregunté sujetando el móvil de regreso, ignoré los mensajes de Hal con tranquilidad y me fui directo a Youtube. Tenía pensado poner música en un tono bastante bajito, sí, me relajaba.
Dudaba mucho que la Señorita Te-doy-mi-trago-en-pleno-bar le estuviera buscando la quinta pata al gato con mi gesto, le faltaba desconfianza o le sobraba confianza en sí misma, ni idea, tampoco importaba. A pesar de que intercambió la mirada entre mis ojos y el bocado de comida, acabó por aceptarlo, sin más, y yo seguí sus movimientos sin ninguna intención en sí. Regresé el brazo a mi espacio, ella dijo que estaba bueno y yo terminé con los pocos bocados que me quedaban. Puede que lo único en lo que tuviera razón esta chica fuese en el cariño que manifestaban hacia mí los Ikari, eran siempre amables, cálidos y atentos, como el mismo Rowan. Era en raro en cierta medida que Ro se metiera en el mundo de la calle, pero recordaba que el viejo Dunn financiaba el arte de su madre de vez en cuando y que quizás su dolor crónico lo cargaba demasiado con frustración para el bien de cualquiera. No se salvaba nadie a veces. —Siento que me estás entrevistando —solté sin ninguna clase de anestesia y tapé el bento—. No pretendo ofenderte, ya que estoy, es solo un apunte. La gente no suele hablar siempre entre preguntas y respuestas, si lo fuera sería como estar en terapia e incluso los loqueros no solo te hacen preguntas. Antes de decir nada más le di otro trago a lo que quedaba del refresco, relajé la espalda en la silla y a pesar de mi apunte le contesté. Lo hice más porque rozaba un poco la obviedad, pero yo qué sabía. —Casi todo lo que sonaba en Tekné me gusta, si ignoramos el par de canciones pop que tiró el mocoso.
Contenido oculto La cancioncita que puse Kathe en su móvil bajito (?) Me brotó una risa en lo que soltó que sentía que lo estaba entrevistando, porque justo no lo sentía así en este momento pero no dejó de causarme gracia, me dio hasta una retahíla de las formas en que podía sostenerse una conversación, y además la acotación de que no pretendía ofenderme, lo cual no lo tomaba como ofensa así no lo hubiese mencionado, pero como fuese logró que la risa me durara un poco más de lo que quisiera y a la final deslicé el pulgar por unas de las canciones que tenía en lista, era un ritmo suave regaaeton. —Vale, Vale, no te lo tomes personal tampoco, no pretendía entrevistarte —le miré al descansar los antebrazos sobre el escritorio que estaba al lado del suyo, relativamente cerca. Reposé mi mentón también sobre el dorso de mis manos y jugueteé en la madera con mis uñas, mi cabello se deslizó por mi espalda hasta quedar parte suspendido en el aire, mirándolo aún, aunque de perfil por la posición que había adoptado. —Eso supuse —murmuré en respuesta—. No sé si equivale a que sea lo que uno más termine escuchando, en mi caso me gusta de todo un poco, así que me disculparás pero dejaré la música en automático —comenté con el mismo tono de voz, a la final el espacio lo permitía. Además, era muy posible que saltaramos de un espectro a otro al dejar la reproducción de las canciones a la suerte—. ¿Recuerdas que te dije que me gustaba el contacto y eso? Algo que también me gusta son las caricias por defecto, ¿te importaría hacerme un poco en la espalda? Prometo que solo será esta vez el tema de mis confianzas —agregué medianamente en broma, risueña. A la final él también ya había terminado su almuerzo, ¿no? No creía tampoco que le importara mi solicitud, y de igual forma podría negarse. Ya debía saberlo, el que pocas cosas me tomaba a personal. —No pensé que hoy haría este frío. Agregué alineándome a ver qué tanto hablaba esta criatura sin que hubiesen preguntas de por medio.
Al final mi acotación terminó por darle risa, supuse que visto desde fuera hasta sonaba estúpido, pero era la sensación que había tenido era esa. Solo le faltaba pasarme un formulario para rellenar con información personal para meterlo en un expediente a agarrar polvo, pero supuse que la pobre desgraciada tampoco tenía mejores ideas para hablar conmigo. Era más inaccesible que Rowan. Se acomodó en el pupitre como pudo, la mata de cabello negro quedó medio suspendida en el aire y respondió a lo de la música. Dijo que le gustaba de todo un poco, aunque ese de todo un poco me olía que andaba más por el pop y cosas técnicamente más similares, menos edgy por lo menos. En cualquier caso me encogí de hombros cuando puso la música y todo lo que hice fue desconectar. —Me acuerdo —dije aunque no hacía mucha falta y la criatura procedió a pedir caricias en la espalda—. Tengo la cantidad exacta de cero confianza en esa idea de "es la única vez que te pido esto". Medio me enderecé en la silla, giré el cuerpo y la arrastré un poco hacia su espacio, pues porque ella había pedido una cosa y yo la cumpliría a mi manera, para sorpresa de absolutamente nadie. Estiré la mano, alcancé su espalda, pero también incliné el resto del cuerpo en su dirección y medio acomodé la barbilla en su hombro, al hacerlo el movimiento hizo que el cascabel del pendiente tintineara; solo después de acomodarme comencé a acariciarle la espalda, despacio. —¿Tienes mucho frío? —pregunté en el tono de siempre, pero la posición permitió que lo dijera en un susurro a pesar del sonido distante de la música en su teléfono—. Igual y se puede solucionar. Fue ambiguo que te cagas, incluso si no pretendía nada extraño lo dejé así para ver hasta dónde lo desviaba o no.
Sonreí suavemente ante su declaración de que no confiaba en que sería la última vez que le pediría esto, y tenía toda la razón aunque no me apetecía cedersela, a la final si lo tenía cerca, a solas, era posible que se lo pidiese de nuevo, o con más gente aunque de una manera menos ímplicita, porque si lo pensaba ¿no era similar lo que le había pedido en el bar? Caricias -en el muslo-, aunque por mil hectáreas más peligrosas que las que pedía ahora. Además había hecho la acotación de que lo recordaba, y me daba por bien servida siendo franca. De que tenía su atención. Escuché la silla moverse, supuse que accedería entonces, confirmando cuando sentí sus dedos en mi espalda, sin embargo el sentir su mentón en mi hombro al cerrar los párpados me hizo abrirlos ligeramente en lo que el cascabel sonaba sobre la música, me salté una respiración de nada que volví a adoptar para que no lo notara de a mucho, hizo la pregunta y luego brindó la opción de dar una solución. Su tacto se deslizó con suavidad por la blusa escolar, causándome satisfacción al ser a la final, un poco consentida. —¿Sí? —murmuré por puro antojo—, ¿y cómo? Soy toda oídos. Y no podía salir con el tema de la calefacción porque ahí, hasta donde sabía, solo había aire acondicionado.
A ver, podía ir por la vida con esta cara de que todo me importaba tres mierdas, pero seguía siendo una persona e incluso sin embrollos emocionales de por medio la cercanía física era agradable, sobre todo con el clima este de mierda. Después de que inicié las caricias y solté la estupidez cerré los ojos, no era que tuviera sueño como tal, pero tampoco era un pecado descansar la vista. Por demás, habían varias cosas pasando, lo mismo de antes de que cedía esperando que ella lo hiciera y que comenzaba a forzar ciertas asociaciones sobre mí. Con el paso del tiempo acabaría escuchando el cascabel y lo relacionaría conmigo, así que eso me daba puntos, de una clase bastante dudosa y cuestionable, pero puntos al fin y al cabo. El punto al final fue que atendió a mi estupidez, reí por lo bajo y por la posición sentí que algo de mi respiración rebotó en ella a pesar de tener los ojos cerrados todavía. Lo dicho, la autoconservación se la había dejado en casa otra vez. No respondí de inmediato, en su lugar estiré la mano libre y alcancé su muslo, presioné apenas, no tuvo ni la mitad de la fuerza o la intención que había usado en Tekné, para después comenzar a frotar su piel con aire distraído. La ligera fricción producía calor, obviamente, así que continué sin más, porque me salía de los huevos básicamente. —Pues ya está, es mejor que nada —dije por la pura gracia y bajé más el tono—. Tampoco puedo hacer más en horario familiar, Bunny.
Contenido oculto cancionestresmilmedicen Tora soltó una risa de nada, aún así el distanciamiento permitió que el aliento me acariciara algo del vacío entre el hombro y el cuello, erizándome ligeramente. Solté las preguntas, aguardé alguna resupuesta en lo que me dedicaba también a cerrar la vista al sentirlo tan relajado en mi espacio, algo que realmente me placía en comodidad, al menos hasta que con su otra mano presionó ligeramente mi muslo, por reflejo mis piernas titilaron ligeramente, entreabrí los labios aunque no salió nada de ellos. Habló él, casi anticipándose, mencionando luego el horario familiar causándome algo de gracia. —¿Y qué más haces en horario familiar? A modo informativo, aviso —murmuré de regreso en lo que la canción cambiaba. Lo cierto era que la yema de sus dedos causaban algo de calefacción en mi piel, además, no llegaba a la tela de la falda por lo que se no tenía intenciones de frenarlo, ¿no? Si era tan obediente de no traspasar la barrera, ¿verdad?. Además, yo había pedido los mimos, un poco, otro poco él se tomó libertades creativas y me creó el antojo de preguntar un poco más. —¿Tekné cuenta como horario familiar? Ya que estamos —pregunté risueña, permaneciendo con los orbes cerrados.
Su cuerpo reaccionó a la presión, como era de esperarse, y sonreí para mí mismo todavía con los ojos cerrados. No tenté mucho más ni nada, mantuve el asunto en eso, en una caricia y tampoco detuve las que había pedido en la espalda. Era bastante obvio que la niña era bastante mimada, pero me guardaría la observación para mí mismo como el resto de información que iba almacenando. Solo el que observaba podía rastrear. —¿Qué más? —repetí y aunque no fui tan imbécil como para meter la mano bajo la tela sí arrastré los dedos a la cara interna de su pierna, donde tenía la piel descubierta ya de por sí—. Pues nada, por algo es horario familiar. La pregunta de Tekné me hizo reír por lo bajo, me acomodé un poco mejor contra su hombro y seguí centrado en mis pequeñas tareas. Comencé a rascarle la espalda despacio, respirando con cierta pesadez, y pasado unos segundos arrastré las uñas suavemente en su pierna, regresando los dedos a la cara superior de su muslo. —No sé que veas tú en el horario familiar, pero no —respondí en voz baja y tomé aire para volver a soplarle suavemente como había hecho en el pasillo, solo para molestar—. Los besos del horario para todo público son diferentes.
En algún momento pasé de recostar el mentón a acomodarme para que fuese mi mejilla, dejándome consentir bajo sus caricias descansando aún la vista. Su tacto se deslizó por la cara interna de mi muslo, respiré ligeramente más denso pero aún así lo dejé hacer, escuchando su respuesta. Se removió en mi hombro ligeramente, di un poco más de acceso porque me plació en lo que sentía sus dedos deslizarse por mi espalda, estaba disfrutándolo más de lo que quisiera en realidad, en sí las cosquillas me ponían lo más de suavecita, y la privacidad del lugar daba un punto más. Su aliento rebotó en mi piel al escuchar su pequeña risa, y sus uñas se arrastraron hasta la parte superior. Me sopló como al inicio del receso, hice un sonido de queja pero luego me sonreí, divertida, abriendo los párpados, despacio. —¿Si? —me tomé mi tiempo para repasar sus cabellos, sus pestañas y el puente de su nariz—. Porque no recuerdo cómo son los besos en horario familiar, ¿me iluminarías, Tora?
Presté atención a sus reacciones, la manera en que su respiración cambió con la movida, pero también al hecho de que estaba prácticamente derretida bajo las caricias. Puede que esta chica pecara de lo mismo que otras veinte o de lo mismo que otros cuarenta diablos de la calle, yo incluido, lo que pasaba en el cuerpo tenía más impacto que lo demás. En cierta medida tenía sentido, ¿no? Era bailarina, eso implicaba cosas. Cuando le soplé de nuevo se quejó, me imaginé la sonrisa, pero no abrí los ojos hasta que habló otra vez. Dudaba mucho que se permitiera una cuota de pensamiento real en las mierdas que pedía, no podía encontrarle otra explicación al hecho de que estuviese allí diciendo esas cosas en caso contrario. Me quedé observando un punto muerto de su cabello, allí donde estaba, y pasado un rato me despegué de su hombro para enderezarme. Al hacerlo le eché un vistazo al espacio, asumiendo que habría cámaras o la mierda que fuese, pero tampoco era que me fuese a montar aquí una pseudo-porno ni nada. Fue apenas para medir los límites de mi estupidez, la mano con que le acariciaba la espalda navegó su costado, lo suficiente para afirma allí el agarre, y la arrastré apenas unos centímetros en mi dirección, pues porque tampoco le iba a quitar el soporte del escritorio tan de gratis. —Ven aquí —dije en voz baja y ahora sí la insté a despegarse del escritorio. En mi defensa, ya estaba dicho que no conocía la vergüenza y ella había demostrado cierta... tendencia a dejarse hacer, para ponerlo en palabras decentes según el horario. El caso fue que despegué la mano de su pierna, la colé en el espacio para poder volver a pescar su mentón y me incliné para dejarle un beso en los labios, liviano, casi de mentiras. ¿Qué si la pobre desgraciada podía hacerse ideas raras con mis permisos, los pedidos que aceptaba y toda la mierda? Quizás, pero ese era su problema. Rowan había plantado las banderas en su cara y ella las había pasado de todas formas.
Si supiera que Torahiko pensaba que lo que pedía no tenía conciencia me daría bastante risa -no malintencionada, claro-, pero si algo de ternura que de verdad me viera tan indefensa como el pequeño roedor. Su peso se desvaneció a lo que levanté ligeramente el rostro, aún con el pecho contra la madera y los antebrazos en la misma posición, la curiosidad surcó mis orbes en algún punto al notarlo repasar superficialmente el espacio. Sus dedos se desplazaron a un costado, me pidió ir en su dirección y en parte me impulsó con suavidad hasta él. La hebras oscuras cubrieron la mano con la que me había invitado, la otra se coló alcanzando mi mentón, me dió un beso de nada, por no decirle pico y me reí de nuevo, ladeando ligeramente la cabeza en lo que bajaba del tono arena de sus ojos a sus labios. —¿Eso es un beso de horario familiar? Vaya, aquello no alcanzaba ni a ilusionar a una niña de segundo. —Parece más de kindergarten, Gatáki —no insinuaba que tenía que ser un beso como el de Tekné, pero a ver, habían muchos estilos y había elegido uno tan inofensivo que me había decepcionado—. Mmm, a ver —saqué del bolsillo de la falda una mentita, de esas que venían con un sabor fresco en el centro, pero había que morderla para eso; desajusté la envoltura, me la llevé a la boca y regresé mis pupilas a las suyas—, ven te enseño lo que es un beso en horario familiar. Descansé las manos sobre sus rodillas, toqué el suelo con la punta de los zapatos escolares, me incliné hacia adelante en lo que ladeé solo un poco el rostro, capturé sus labios, le besé más lento de lo que se hubiese hecho la noche del viernes y en algún momento empujé el caramelo hacia él, me alejé apenas pestañeando con liviandad. ¿Buscándole las cosquillas a él como antes? Quizá. —Y eso es lo que determinaría como un beso de horario familiar —murmuré satisfecha.
Su reclamo me vino en gracia, porque entre la nula capacidad de preservación, las mierdas que iniciaba y no concretaba parecía que todo se basaba ya no en el contacto, sino en que uno sostuviera la atención en ella. No era sorprendente en lo más mínimo, era el recordatorio constante de que era una criatura del escenario a su manera, que siempre lo sería. No respondí nada, la dejé montarse su espectáculo personal, pretender que tenía algo que enseñarme y todo el cuento. Apoyó las manos en mis rodillas, se inclinó, ladeó el rostro y me besó. Fue lento, como cualquiera pensaría, y estiré la mano para afianzarla en la curvatura de su cuello, solo por la necedad de tocarla, como siempre. Recibí la menta como si nada, me tragué la gracia y mordí el dulce cuando me regresó mi espacio. Si buscaba que le aplaudiera o algo, bueno, me alegraba que estuviera sentada para que no se cansara de esperar. —¿Sabes el otro nombre que se le da al horario familiar, Bunny? —pregunté por la pura gracia—. Horario de protección al menor. Bajo esa lógica, medio Japón y la mitad de los conservadores del mundo habrían pegado el grito al cielo ya.
Contenido oculto Siguiendo con la musiquita de Kathe Imaginaba que al chico aquí en realidad no había nada que enseñarle, tan solo le ilustré mi perspectiva de algo normal, pero era probable que tuviese el doble o triple de experiencia que yo. ¿Qué si lo juzgaba por su tatuaje y sus pintas? Un poco, con las hormonas alborotadas, las pintas de bad boy que se cargaba era muy factible el que llamara la atención aún si quisiera lo contrario. Regresé mi espalda al respaldar y repasé mi cuero cabelludo con la yema de los dedos. Tiré un poco el fleco hacia atrás aunque regresó a su posición al continuar dándome mis propios mimos en el cabello, deslizando la mano ya por el largo de las hebras hasta deparar en mis piernas. Lo escuché hablar aunque dejé de mirarlo al entretenerme con un punto vacío de la sala, alzando ligeramente las cejas con el nuevo horario en mención, y me reí sin poder evitarlo. —Eso me he dado cuenta desde que estoy acá. Aparentemente mantienen con horario de protección al menor veinticuatro-siete. En la calle las parejas o las amistades son muy secas, no sé —comenté como opinión personal—. Saludan y no te miran ni a los ojos. Aunque en parte, al menos aquí adentro del instituto me había mantenido muy al margen de hacer amistades, por ende era posible que me alejara hasta de los extranjeros por pura evasión de formar vínculos, y apenas el viernes se me antojó tontear con él, que en parte asumí que no tenía novia porque bueno, no lo veía en ese papel que quizá se lo atribuía más a Rowan. Así que por pasar el rato nada más. Alcancé el móvil con algo de perecita sin detener la música en lo que se cambiaba la canción y eché un ojo a las notificaciones por pura costumbre. —Aunque tu eres Japonés, ¿no? —pregunté alzando la vista sobre el aparato al no recordarlo claramente, risueña—. ¿Por qué no has pegado el grito al cielo? Deberías~
Nadie le quitaría razón a Manson ni a nadie más por juzgarme basándose en mis pintas, era una profecía autocumplido, el cliché más barato en el repertorio y me importaba tres mierdas. Había nacido de parias y como un paria moriría, sin importar a las escuelas donde me mandaran los Sakai, a las cenas a las que acudiera y los terapeutas que viera. La sangre que me corría en las venas no la podía limpiar un solo diablo. Ni Rowan. Ni Katherin. —Si te fijas todo Japón está orientado a los resultados. Trabaja, muévete y no te detengas en mierdas innecesarias. —Relajé el costado del cuerpo en el respaldo de mi silla y repasé su silueta con la vista—. Es bueno y malo en partes iguales. En cierta medida no se le da a nadie más de lo que corresponda, las vidas privadas son sagradas. Era mi manera de verlo y no me refería que yo fuese ningún fanático de la rigidez de Japón, pero la llevaba más o menos impresa en el cuerpo. Incluso cuando ella apareció en el bar para saludarnos de beso en la mejilla algo de tensión me había caído encima, sin importar cómo la había recibido. Habían cosas que se imprimían en nosotros con más fuerza que otras, pero así como apreciaba mis límites, había otros que no mantenía. Porque había conocido límites demasiado tarde en el desarrollo. —Soy parte del Japón contaminado, si quieres una respuesta contundente, o del Japón más occidentalizado si quieres una más cultural, me da igual. No tengo tiempo ni ganas para llorar por gente comiéndose la boca a los cuatro vientos o lo que sea —contesté con el desinterés usual—. Tengo un tatuaje a plena vista, grita "Sujeto disfuncional". Hay lugares a los que no me dejan entrar en este país, los viejos siguen demasiado traumados con la yakuza tatuada y apenas verme trepan por las paredes. Con razones bastante justificadas, pero con la cantidad de extranjeros que venían al país tampoco se podían poner tan dignos.
Atendí a la perspectiva que tenía de su país, posiblemente mucho más acertada que la mía, a fin de cuentas eran sus tierras por lo que en este caso no calificaba más que de estranjera. También me causó algo de ternura que me explicara la parte de Japón a la que pertenecía, podía estar soltando que era un diablo como tal pero seguía viéndolo como un adolescente más aquí adentro. Asentí para que supiese que lo estaba escuchando al bloquear nuevamente el aparato y dejarlo en mi regazo. —¿Y dolió mucho? —repasé con la vista su cuello para que supiera exactamente a qué me estaba refiriendo—, ¿hace cuánto te lo hiciste? Tenía curiosidad, claro, porque en instagram seguía un par de tatuadores que subían sus obras. No eran tatuajes minimalistas como tal, había un par en las páginas, claro, pero no era particularmente lo que despertaba mi interés. Había visto en una ocasión una chica con la espalda cubierta, parte de los brazos entre paisajes, dioses mitologicos, y algo de animales. Se me hacían sensuales, eso era inevitable, por lo que en algún momento fantaseaba con tatuarme, además se decía que en la piel blanca casi pálida los colores se reflejaban aún más vívidos. Aunque me daba algo de temor, no el dolor de la aguja, sino el no conseguir interesados en contratar por descartar la apariencia de la piel, digamos que en el escenario los vestuarios solían ser prominentes. Suponía que en caso tal, evitaría los hombros y los brazos en su totalidad, quizá algo centrado en los omoplatos podría considerarlo. —¿Y tienes más? Ya que estamos en mi momento de curiosidad por la tinta~
Aunque seguía preguntando cosas, sonaba un poco menos protocolario que antes, al menos a mí me lo parecía. Cuando lo único que se escuchaba en el espacio eran preguntas acababa por hartarme, pero también pasaba con algunas afirmaciones demasiado específicas, de esas que lanzaban los loqueros pensando que cambiaran algo. La cuchara que buscaba escarbar me fastidiaba, punto. —A los quince. Había contestado sin problema y de la misma manera estiré la mano hacia ella otra vez. Invadí su espacio, mis dedos alcanzaron el costado de su cuello y presioné suavemente sobre su yugular, no necesitaba mirarme para saber que algunas de las líneas del tigre en mi propio cuello estaban allí. Sin apartar la mano sonreí, divertido con mi estupidez, y respondí. —Aquí dolió más. En general el cuello es un lugar de mierda, pero pudo ser peor, eso te lo aseguro. ¿Cuál era mi comparativa? No tenía que ver con agujas siquiera. La loca de mierda había preguntado si tenía más, no era la primera ni la última que preguntaba esa clase de cosas. Al final mucha gente pecaba de la misma curiosidad, aunque la estupidez me hizo pensar qué pensaría la criatura si veía a Shimizu, que tenía los brazos cubiertos de tinta, dorsos de las manos incluidos, pasando por parte del cuello. Quizás su falta de autopreservación podía responder a esa pregunta algún día. —Podrías buscarlos tú misma si quisieras —solté con todo el descaro del mundo, tragándome de la risa.
