Sala de música

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Gigi Blanche, 5 Agosto 2022.

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    Gigi Blanche

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    Esperé muy, muy pacientemente a que la profesora abandonara la clase tras el sonido de la campana. Con su silueta perdida más allá de la puerta recogí mis cosas, me incorporé y, antes de pasar al pasillo, asomé la cabeza fuera. Sentí el cabello caerme sobre un hombro y arrugué el ceño con disgusto. Izquierda, derecha, comprobé que no hubiera moros en la costa y...

    Hey, poppish boy! —saludé muy contenta a Fujiwara, saliendo al pasillo y agitando la mano.

    Al instante de acabar el intercambio volví a mi mood anterior, le eché otro vistazo al espacio y me apresuré hasta esconderme dentro de la sala de música. La puerta cerrada fue mi declaración de victoria y puse los brazos en jarra, muy orgullosa de mi hazaña. No fue hasta girar que noté la espalda de alguien dando a la ventana. Dejé mi bolso en el sofá, un poco lo tiré a la pasada más bien, y me acerqué al muchacho casi entre brincos.

    —Marly~ —canturreé, asomándome por uno de sus costados, le sonreí muy amplio y luego miré el paisaje—. No estarás pensando en tirarte, ¿o sí?

    Iba a completar la idea, pero preferí esperar a que me respondiera primero. ¡Mira si de repente me decía que sí!


    omg gaspy hiiii <3
     
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    En mi cavidad mental, pensamientos diversos susurraban a la vez. Conformaban un coro, cuya armonía se podía adjetivar como caótica e indescriptible. En ellos, el pasado se abrazaba con el presente, y desde las profundidades asomaban las notas, negras, del futuro. En medio de esta aglomeración, rememoraba a su vez la conversación con Ilana en el patio, cuando le dije que mi anhelo era echar raíces en esta tierra.

    El coro de mis abstracciones resonó a lo largo de pocos minutos o en la extensión de un suspiro; lo cierto es que el tiempo perdía cuerpo y esencia durante las reflexiones del alma. Las mías encontraron su límite final cuando en mis oídos se deslizó el sonido de la puerta abriéndose, luego su posterior clausura. Mantuve la mirada hacia las nubes pese a todo, pero mi afilado sentido de la audiciòn me permitía inferir la ubicación de la nueva presencia, así como el ritmo con el que se movía, señal de su carácter. Así sentí la nota suave, aunque sorda, de un objeto de destacable envergadura que fue arrojado al sofá de la sala; fue, quizá, lo que captó más mi atención, por algún motivo. Vino acompañado por el compás de unos pasos enérgicos.

    Abigail apareció por uno de mis costados, sus colores destacando sobre la barrera oscura de mis gafas. Su sonrisa resplandeció de la misma manera, junto con el sonido de su voz entonando mi apodo. Mi manera de recibirla fue girar el rostro en su dirección, manteniendo el semblante sereno de siempre, para luego inclinar ligeramente la cabeza a modo de saludo; un movimiento que quedaba a medio camino entre un asentimiento y una reverencia.

    —Me arrojaría por esta y por todas las ventanas del mundo, si poseyera el poder de volar —respondí.

    Volteé el cuerpo, hasta quedar enfrentado la armónica figura de la chica, con una mano apoyada en la parte inferior de la ventana abierta. La miré a los ojos, o eso debía de notar ella a duras penas por causa de las gafas, algo a lo que esperaba que ya se hubiese acostumbrado. Desde su cumpleaños en el TK Shibuya, nos habíamos visto en otras ocasiones, dentro y fuera de la academia; en algunas de ellas, nuestras individualidades alcanzaron una armonía… más íntima y profunda. Y a causa de estos encuentros, el nombre con el que la interpelaba ya no era su nombre completo, Abigail.

    —Abby —dije—. ¿Qué es lo que te trajo hasta aquí, nuestros dominios?

    Extendí la mano hacia la sala, como señalándola.

    <3
     
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    Su respuesta fue muy Marly coded y ya había empezado a habituarme, por lo que solté una risa breve, divertida, que me sirvió para desinflarme el pecho. Él había regresado el rostro en mi dirección y yo hice lo mismo, aunque estuviera el cristal de las gafas de por medio. Me guardé la respuesta al notar que también giraba el cuerpo y recibí su pregunta con una nota de obviedad.

    Do I need a reason to come here? —Estiré los brazos y los colé bajo los suyos, mis manos se posaron sobre su espalda y las deslicé por los omóplatos y hacia el centro, adecuándome a la distancia necesaria sin quitar la vista de su rostro—. O quizá te vi entrar y sólo planeaba saludarte, o quizás uso precisamente esta ventana para salir volando. Let me see...

    Seguí inspeccionando su espalda como si se tratara de alguna clase de control médico. Mi expresión lucía concentrada y, junto a un suspiro, dejé las manos quietas. No las removí, sin embargo, y el chequeo se convirtió en una especie de abrazo suelto.

    —Nop, lo siento, no encuentro alas, así que tienes prohibido lanzarte por la ventana, ¿entendido?

    Recogí los brazos sin prisa, trazando el camino inverso con mis manos, y durante el proceso me moví a su costado, tarareando una melodía cualquiera en voz baja. El contacto lo había forzado a girar conmigo y, habiéndolo soltado por completo, me senté en el borde de la ventana. Sentí la brisa contra la espalda y relajé las manos en mi regazo.

    —¿Todo bien, Marly? —busqué saber, junto a una sonrisa.
     
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    El llamado fue tan, pero tan efectivo, que varias almas que no eran Annita se dieron por aludidas y giraron el rostro hacia mí persona. Entre mis rasgos, el equipo de mate, el bento, ofrecía un cuadro cultural de lo más variopinto y extravagante, algo digno de ver. Dediqué una sonrisa general hacia los desconocidos camaradas, soltándole un despreocupado “Qué tal, buenas tardes” a los más cercanos. Y hablando de Annita en particular, a la susodicha le hizo bastante gracia todo, lo supe al escuchar que una buena risa se le escapaba de los pulmones.

    Al recibirme en el pasillo me dedicó un saludo militar y yo, no sé qué cómo hice, tuve la suficiente rapidez mental para reflejárselo al instante. Habló con su acento rioplantense, diciéndome “primo” nuevamente. Y vamos a detenernos en este punto en particular: todavía no logré averiguar de dónde venía el apelativo, si se trataba de alguna referencia o quizá una palabra que decían mucho en su ciudad de origen, ¿Mar del Plata era? Hay que decir me gustaba bastante, además de que me hacía gracia cuando lo pensaba con cierta profundidad: si yo era primo de Annita, ¿significaba que Annita también era prima de mis primitos? Seguro a los muchachitos les hacía ilusión, que se emocionaban con todo.

    Annita le dio un toquecito al equipo, su comentario me aflojó una risa relajada y, a modo de responder, me golpeé el pecho a la vez que asentía con energía, exudando un orgullo teatral.

    —Grandes eventos requieren de un buen matienzo —afirmé, también en español; con estas palabras legendarias dichas, nos pusimos a caminar—. Y todo piola, estimada, aunque ayer mi paraguas quedó en la miseria con la lluvia que hubo. Ha luchado con honor —bromeé—. También anduve pasándola bien en familia, como siempre.

    Tomamos las escaleras y subimos. A Annita le había dicho por mensaje que la entrevista la tendríamos en la Sala de Música, que mi viejo había preguntado si podíamos celebrarla allí. No era para sorprenderse, con lo que le gustaba la música.

    —¿Y tú cómo andas? —le pregunté, ya en el tercer piso— ¿En qué anduviste dedicando las energías?

    Nos paramos frente a la Sala de Música. En mi mente, la puerta estaba siempre abierta. Gaspy me había contado que solía llamar con los nudillos siempre que venía, pero... ese no era mi estilo, tenía la mala costumbre de entrar sin llamar. En sentido figurado y literal. Así que eso intenté y, cuando la puerta no cedió por mucho que giré el picaporte, terminé con las cejas arrugadas por la confusión.

    Los quería arrastrar al pasillo del tercer piso... hasta que vi que iba a ser doble post (?)
     
    Última edición: 17 Octubre 2024
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    —Ah, yo ayer me mojé —respondí, conservando el español, junto a una risa—. Me es físicamente imposible salir con paraguas, te lo juro, siempre me lo olvido. Por suerte no me resfrié ni nada... todavía.

    Asentí ligeramente junto a una sonrisa al saber que había estado pasando tiempo en familia y seguimos nuestro camino. Me gustaría haber correspondido con algún comentario similar, claro, y en otras épocas habría sido el caso, pero justo ahora las cosas se habían complicado bastante. Íbamos alcanzando el tercer piso cuando volvió a hablarme y lo miré.

    —Hmm, no mucho... Estuve, ah, mini Ishi me está enseñando a tocar la- bah, Kohaku —me corregí, volviendo a reírme—. Kohaku me está enseñando a tocar la guitarra, que en casa está la de mi viejo. Ha sido divertido, ¡aunque me duelen los deditos!

    Le mostré las yemas de mis dedos, algunas se me habían enrojecido aunque ninguna llegó a lastimarse. Lo acompañé de un puchero bien dramático y nos detuvimos frente a la puerta de la sala de música. Markus intentó mandarse de una mientras yo hundía las manos en mis bolsillos y ver su cara de confusión me arrancó otra risa.

    —¿Buscabas esto? —Agité las llaves junto a mi rostro imitando el doblaje de Yzma en modo gatito—. La sala suele estar cerrada porque hay muchos instrumentos y eso, pero hoy a la mañana le pedí las llaves a mini I- ¡Dios, a Kohaku! Bueno, Kohaku es mini Ishi, aprendételo porque voy a seguir diciéndole así.

    Había bajado el brazo y estaba a punto de abrir cuando noté que Kakeru nos rebasaba por la espalda. Giré el rostro, me resultó casi inevitable, y lo seguí con la vista hasta que desapareció dentro de la 3-1. Tenía que ser, ¿verdad? No había muchas opciones hasta donde yo sabía. Colé la llave en la cerradura, giré y entré. No tenía sentido preocuparme por eso ahora.

    —Esperá, no traje nada para anotar. —Me detuve de repente, palmeándome los bolsillos por fuera—. Bueno, grabo con el celu y después lo transcribimos, ¿no?

    Pero ¿cuándo lo íbamos a transcribir si se entregaba hoy? Sólo Dios lo sabía.


    la referencia que Anna imita es esta
     
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    —¿Annita incursionando en el mundo de la música? ¡Qué maravilla, estimada! —exclamé de lo más entusiasmado ante las yemas enrojecidas que me enseñaba.

    A ver, ¡esto me lo debía detallar con algo más de detalles, valga la redundancia! Pero estábamos en medio del pasillo, con algo de ruido a nuestro alrededor, y qué mejor lugar que la sala de música para hablar de las clases de guitarra con Mini Ish- Eh, digo… Kohaku, sí; el mismísimo Mini Ishi Ishikawa. ¿El obstáculo? La puerta estaba cerrada, bien podría habérmela dado contra la nariz. Mi confusión le arrancó una risa a Annita, quien habló en un tono de voz tan finito que me hizo voltear hacia ella con una expresión divertida y la ceja alzada. La muchacha estaba agitando las llaves cerca de su rostro, luego me dio una explicación que esclareció el misterio de la puerta cerrada, pero la nueva confusión sobre la forma de decirle a Kohaku me hizo reír de buena gana.

    —Lo recordaré bien. Kohaku será Mini Ishi en mi corazón —bromeé.

    Estuvo a punto de abrir la puerta hasta que, sin previo aviso ni comentarios humorísticos, se quedó con el rostro girado hacia el pasillo. Me quedé medio patitieso por esto y miré hacia el mismo lugar por el simple motivo de que era tan curioso como chismoso. Reconocí la espalda de Kakeru, mi agradable compañero de mates con onigiris. En eso ayudó bastante el tatuaje que llevaba en la nuca, que de sólo verlo me picaba en la misma zona al imaginar lo que debió dolerle. Lo vi pasar con una sonrisa amplia, sin darle mayor significado al asunto.

    Una vez dentro de la sala de música, dejé mis cosas sobre el sillón y revisé el móvil, que justo me había caído un mensaje. Estaba terminando de mandar un audio en mi italiano natal cuando Annita señaló algo importante: no teníamos nada para anotar.

    —Ah, vaya. Estuve tan concentrado en traer mate y comida que me olvidé de los elementos... secundarios —me sonreí, no estaba arrepentido de mis prioridades—. Supongo que con grabarlo estaremos bien. ¡Y por cierto, Annita! Mi viejo me acaba de avisar que le falta un poco para llegar, dice que podemos ir empezando mientras.

    Obvio que no se estaba refiriendo a la entrevista. Esta vez me dejé caer yo en el sillón, suspirando con placer ante la sensación mullidita, y arranqué con los debidos preparativos. Primero, dejé mi bento sobre la mesita. Luego saqué yerba, el termo y el mate con su bombilla.

    —¿Qué estuviste practicando con la guitarra? ¿Algún tema de acá o música de tus tierras? —pregunté, terminando de dejar la yerba bien repartida en el interior del recipiente— Pero más importante que eso: ¿por qué le dices “Mini Ishi” a tu sensei? Me da curiosidad por el “Mini” —me reí.

    Para este punto terminé de verte el agua caliente en el mate. Con una sonrisa, se lo extendí a Annita desde el sillón.
     
    Última edición: 20 Octubre 2024
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    Su apreciación me hizo reír, pues lo había hecho sonar como si nunca jamás en la vida hubiera tenido experiencia musical de ningún tipo. Quería decir, quizá fuera la primera vez que me proponía seriamente aprender a tocar un instrumento, pero también creía que nacer y crecer en un ambiente empapado de música te forjaba de forma diferente. Además, la danza y la música se nutrían mutuamente.

    Dentro de la sala, Markus se acomodó en el sofá y fingí una buena cuota de demencia al refrescar con tanta claridad lo que había pasado, o bueno, lo que casi había pasado aquí hace pocos días. Estaba arrastrando una silla frente a él cuando me avisó que su viejo ya llegaba e iba por la segunda cuando empezó a preparar el mate. ¿Por qué dos? En una me senté y en la otra apoyé los pies, por supuesto.

    —Un poco de todo —respondí, sacando el móvil de mi bolsillo para dejarlo en mi regazo—. No estuvimos siguiendo ningún patrón muy concreto, yo le voy mostrando ciertas canciones que me gustan y él ve de aprendérselas para enseñármelas. Los dos estuvimos de acuerdo en que así es más divertido que con los métodos estandarizados, como el Suzuki y demás mierdas. El otro día tocamos una canción en español, sí, y ahora andábamos con el opening de Jujutsu.

    Me alcanzó el mate junto a la pregunta que realmente quería hacerme y lo acepté, riéndome con ganas.

    —Pasa que también soy amiga de su primo y él es mayor, es el Ishi original. —Le di un sorbo al mate; estaba perfecto, pero los mates se halagaban con delay—. A Ko lo conocí después, a fines del año pasado, entonces pasó a ser Mini Ishi. Habría sido muy confuso si los dos eran Ishi.

    Se me quedó una sonrisa plantada en los labios, me acabé el mate y se lo regresé. Ahora que lo pensaba, extrañaba bastante a Rei. Llevábamos un rato sin quedar.

    —Al principio Ko se quejaba un poco, creo que por joder más que otra cosa, pero le quedó y ahora hasta Rei le dice Mini Ishi a veces cuando lo molesta. Ah, Rei es el primo.
     
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    Annita aplicó la famosa táctica de las dos sillas para estar cómoda al máximo, y desde allí me fue contando qué onda con sus clases de guitarra. La escuché con un interés más que evidente, el sólo hecho de que mi querida compañera de danza estuviese aprendiendo un instrumento me entusiasmaba lo suyo; como yo no era bueno con ninguno, las gentes que tocaban música me provocaban algo de admiración, independientemente de la habilidad y tiempo en eso. Asentí con un ritmo muy parecido al de mis manos, que sacudían el mate dado vuelta para repartir la yerba; el movimiento fue más pronunciado cuando mi compa dijo que el método que eligieron con el Ishimini era más divertido, porque no podía estar más de acuerdo.

    —Qué buen anime Jujutsu, debería verlo de nuevo —dije—. ¡Ah! Y luego me vas contando qué canciones en español te aprendes, a lo mejor me conozco un par y cantamos juntos, como si fuera en un campamento o algo.

    El mate pasó a sus manos, concediéndole el honor de abrir la ronda y, ya que estaba, saborear las primeras notas de sabor de la yerba recién servida. Me despejó la duda que tenía sobre el apodo de Kohaku; saber el motivo del “Mini” me hizo reír por la bajo, divertido, en lo que fui recibiendo el mate de regreso. Al verter más agua caliente en su interior, preparando así que el me tocaba, Annita añadió info extra, con el detalle de que Rei era el primo de Mini Ishi, un nombre que ya se había hecho eterno.

    —Ya veo, entonces podría decirle “Ishi” a secas, a menos que la vida me cruce con su primo —dije, dándole un sorbo al mate—. Que, hablando de eso, creo que no te conté que tengo unos primitos que también viven aquí, ¿puede ser? Los más grandes son unos mellizos de doce añitos, el más peque tiene cinco. Aurora, Mateo, Francesco, Angelica y Gustavo —sonreí, divertido, mientras detenía los ojos en Annita—. Y andaba pensando: ya que me dices “primo”, eso significa que ahora tienes cinco primos más. Felicidades.

    Me reí por mi propia tontería, mientras le seguía dando al mate. Si mis cálculos no fallaban, mi viejo debía estar por caer. Total, que él mismo dijo que llegaría justo a tiempo para recibir el que le tocaba.

    ¡En el próximo post aparece Don Ferrari!
     
    Última edición: 22 Octubre 2024
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    Estuve por preguntarle si se había visto la segunda temporada de Jujutsu cuando me ofreció la posibilidad de cantar juntos en español. La idea era... sencilla y harto evidente, de verdad, jamás habría dudado que Markus estaría dispuesto a una cosa así. Sin embargo, no lo había pensado hasta ahora. Fue un pequeño vuelco o un instante de iluminación, pensé en lo mucho que extrañaba compartir mi idioma materno con los demás y la sonrisa me fue de oreja a oreja.

    —Y si no las conoces, ¡te las aprendes! —definí, muy entusiasmada, y se me coló una risa en lo que desbloqueaba mi móvil—. Nah, es broma... o tal vez no tanto. Esta fue la canción que estuvimos estudiando, igual hay un millón de opciones.

    Dejé la canción sonando debajo de nuestra conversación, aprovechando que era suave y tranquilita. Asentí, divertida, habilitándolo a decirle Ishi a secas pues porque sí. Ko era un poco tricky con esas cosas, le tomaba un tiempo entrar en confianza y dejar de tratar a la gente con la debida formalidad, pero al mismo tiempo no le preocupaba que los demás se tomaran confianzas excesivas; no mucho, al menos... o eso creía. Imagina saber lo que ese chico pensaba, ciertamente no me pasaba.

    Mi semblante se iluminó al saber de sus primos, que vivían acá y estaban tan chiquitos. Así como así la familia se agrandó, se fusionó, y me reí, entre divertida y enternecida. La canción seguía corriendo de fondo y seguía haciéndome pensar en casa, en los fogones, las risas y las caras que llevaba años sin ver. No me molestaba que fuera un recuerdo agridulce, sólo quería que dejara de doler... y poco a poco creía lograrlo.

    —Yo encantada —acepté la invitación pseudo formal a su familia, envolviendo el mate con ambas manos, y una pequeña sonrisa permaneció suspendida en mi rostro—. Mi familia siempre fue enorme, ¿te conté que crecí en un circo? Un circo criollo. Vivíamos como nómades, siempre viajando, siempre durmiendo bajo diferentes cielos, y siempre tocando música, bailando, cantando. Era bastante caótico y muy divertido.

    Me terminé el mate y se lo regresé.

    —Desde que vivimos acá... mi familia se volvió tan pequeña y silenciosa que estuve bastante triste durante mucho tiempo, pero empecé a conocer gente que me ayudó a sentirme en casa y ahora estoy mejor. —Mi sonrisa se renovó y empecé a mover los pies, chocándolos suavemente entre sí—. Las familias grandes me siguen encantando, igual, así que yo chocha de convertirme en la prima número... —Arrugué el ceño e hice cuentas fugaces con los dedos—, siete. La séptima prima, suena importante y todo, ¡bíblico, incluso!

    Volví a reírme y relajé las manos sobre mi regazo, levemente entrelazadas.

    —Es re lindo que viajen todos juntos —comenté, en español, siendo plenamente sincera—. Debe ser re divertido, además, recorrer el mundo y ver tantas cosas, ¿no?
     
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    —¡Señorita, sí señorita! —respondí con un saludo militar, cuando dijo que debería aprenderme la canción si no la sabía; ella puso algo a reproducir en su móvil, por lo que paré las orejas— A ver, a ver… Uh, me gusta cómo empieza.

    La canción de Annita llenó la sala, suave y tranquila, que convivió perfectamente con el fluir de nuestra charla. Me permití uno o dos segundos para separar mentalmente los primeros acordes de la guitarra, pensando en las ganas que me daban de ver a mi compa en acción con las cuerdas, interpretando esto. Claro que luego seguimos pasándonos historias, conociéndonos un poco más. Por un lado quedé habilitado para decirle “Ishi” al Ishikawa chiquito y, por el otro, a Annita le brilló la carita cuando le hablé de mis primos, esos pequeños tan curiosos y revoltosos que me correteaban alrededor. Aceptó encantada que también fuesen los suyos, lo que me estiró una sonrisa suave en el semblante: pensé en lo mucho que se emocionarían los peques en casa, cuando se los contara durante la merienda.

    ¡Uh, pero paremos un momento! ¡¿Que qué me acaba de decir Annita??! Abrí mucho los ojos con su revelación.

    —¿Un circo? —repetí ilusionado como un niño, ahora parecía de la edad de mis primitos.

    La miré con cara de “¡Cuenta, cuenta!”, repentinamente inclinado desde mi posición para oírla mejor. Mi compa me había dicho que su familia era enorme, lo que me hizo pensar en la mía; que, además de mi viejo, mis primos y yo, también las teníamos a mis tres tías. Habló de un constante viajar, de dormir bajo distintos cielos, noches de alegría pura, para mí sonaba precioso. Asentía super-entusiasmado a cada palabra, aunque mi movimiento se calmó cuando dijo que, aquí en Japón, las cosas habían cambiado bastante. Esa familia se había empequeñecido y Annita estuvo triste mucho tiempo, me dio cosita imaginar lo que debía ser eso, en esta tierra tan lejana del lugar de origen. ¡Pero qué suerte que conoció gente que la ayudó, eso era muy importante! Imaginé que entre ellos se contaban Rei, Kohaku, Kakeru y el otro señor ultra-serio de pelo y ojos negros; parecían apreciarla mucho.

    Lo de la séptima prima me hizo sonreír. Era una tontería, pero me alegré de darle esta pequeña pizca de alegría, sabiendo que le gustaban las familias grandes. Se me ocurrió invitarla a casa un día de estos para que conociera a los pequeñajos y al resto de la familia, pero eso lo dejaríamos para luego.

    Asentí ante sus palabras, lo de viajar unidos y lo divertido de ver cosas por el mundo.

    —Ayer lo hablaba con cierto señorito —dije, terminándome mi mate en el proceso, la bombilla hizo ruidillos—. Yo también vengo de una familia de artistas, y viajamos por el mundo gracias a una pequeña empresa de espectáculos que mi viejo y mis tías manejan; no se lo piensan dos veces cuando quieren pescar una oportunidad en otro país, y mis primos y yo pues los seguimos de lo más contentos. Argentina, obvio, fue nuestro lugar favorito y también la extrañamos mucho.

    Fue en eso que, sobre la música que terminaba de sonar, hubo un par de toques en la puerta. Al ritmo de “Tapa, tapita, tapón”. Me sonreí con diversión y me puse a llenar el mate de vuelta.

    —Mi viejo... —dije a Annita en tono bajo, luego alcé la voz hacia la puerta— ¡Hablando de Roma!

    Como si hubiera reaccionado a una contraseña, la misma se abrió repentinamente.



    El hombre que apareció en el umbral de la puerta era enorme. Debía medir un metro noventa de estatura, tenía hombros anchos y se lo notaba fornido a pesar de las vestimentas que lo cubrían, consistentes en una campera negra abierta, que dejaba ver una camisa escocesa debajo; a su vez lucía unos jeans grises de apariencia desgastada y unas zapatillas deportivas, tan vistosas como cómodas. Pero nada de esto destacaba tanto como su melena, de un pelirrojo oscuro, que le caía por los costados de su rostro, de facciones cuadradas y duras. Su apariencia general era completada por sus ojos celestes, que poseían una mirada enérgica.

    Saltaba a la vista por qué le decían “El Gladiador”: ¡Parecía un feroz guerrero!

    Con una sonrisa bonachona en sus facciones marcadas por la edad, el padre de Markus hizo amague de caminar hasta donde estaban ellos, pero, pero, pero… Su hijo se levantó repentinamente y estiró una mano, haciendo que se parara con una ceja alzada.

    —¡Alto ahí, don Ferrari! —dijo Markus en español, con voz que hacía acordar a los policías de las películas— Para entrar a la honorable Sala de Música del Sakura, deberá entregar su ofrenda.

    El hombretón se echó a reír, divertido.

    —¿Te crees que me olvidé, Mark? —respondió, acomodándose al idioma, y sacó de sus bolsillos dos paquetes amarillos, parecían ser golosinas— ¿Esto está bien? ¿O seré por siempre exiliado?

    —Bien, bien, puedes pasar. Venga.

    Los dos se acercaron a Anna. Markus palmeó el hombro del otro, sonriente. No parecían ser padre e hijo, para nada. Pero vistos de cerca, uno se daba cuenta que en los ojos se asemejaban un poco.

    —Annita, te presento a mi viejo. Mi viejo, ella es Annita.

    El hombre miró a la chica desde su imponente estatura... y esbozó una sonrisa alegre.

    —¡Anna, hasta que por fin te conozco! ¡Mucho gusto! —exclamó, todavía en español, con una jovialidad que no se correspondía a su apariencia— Mark me contó lo bien que les salió el show de baile, los felicito. Traje esto a modo de regalo.

    Le extendió una de las "ofrendas". Era un paquete mediano de Sugus surtidos.

    Te presento a quien fue mi personaje de Gladiadores, Rehenes de un imperio. Nunca imaginé que lo volvería a rolear diez años después (?)

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    La emoción de Markus fue tan repentina que supuse no se lo había contado hasta ahora. La sonrisa me quedó pegada a la cara y asentí, riendo un poco antes de ampliar mi respuesta.

    —Bueno, no era completamente un circo criollo, más bien hicimos una fusión de estilos. La onda era usar instrumentos típicos de la zona para musicalizar las coreografías y puestas en escena, que sí bebían mucho del circo tradicional. Entonces había acrobacias, contorsionistas y bailarines con bombos, charango, quena y bandoneón, una linda mezcla. —Volví a reírme—. Yo era trapecista, aunque a veces también hacía telas. La mayoría hacíamos un poco de todo según lo que hiciera falta o lo que se nos ocurriera.

    Lo que ellos hacían, de moverse juntos por el mundo, era a grandes rasgos la esperanza que había conservado cuando el circo empezó a desintegrarse. Era pequeña y no había comprendido las verdaderas dimensiones del problema hasta que se declararon en quiebra y mis viejos compraron sólo tres boletos de avión con plata que desconocía su procedencia. No hubieron más opciones, lo repitieron hasta el cansancio y no me quedó más remedio que aceptarlo, pero seguía pensando en ello, en las personas que habían quedado en Argentina.

    —¿Cuando vuelvan a irse me llevan con ustedes? —bromeé, liviana, aunque muy, muy en el fondo de mi corazón supiera que el anhelo no era completamente falso.

    Los golpes a la puerta sonaron debajo de mi propia voz, ante lo que me callé y giré el cuello con cierta expectativa. ¿Cómo imaginaba al viejo de Markus? No estaba segura, ¿él pero con algunas canas? No le había concedido demasiado pensamiento. Lo que ciertamente no esperaba era que fuera un mastodonte pelirrojo salido de una peli de Avengers. Me preocupé por modular la sorpresa inicial y sonreí, bajando los pies de la silla para recibir al hombre con, bueno, un mínimo de decencia.

    Alterné la mirada entre ambos cuando Markus lo detuvo, luego me fijé en el tributo y me reí en voz baja. Al aproximarse hacia mí el tipo se hizo cada vez más grande y me puse en pie, aunque... no hacía mucha diferencia, la verdad, de hecho me pareció que era peor así. Dios mío, me sentía un hobbit. Por suerte era macanudo.

    —¡El gusto es mío, señor! —correspondí, en una mezcla de formalidad y broma, y le lancé un vistazo a Markus—. Nos salió bastante bien, sí, no me quejo. Tiene bien criado a su muchacho, señor.

    Antes no había logrado distinguir exactamente qué golosinas eran. Cuando los Sugus aparecieron frente a mí abrí grandes los ojos, sonreí de oreja a oreja y miré a Markus, primero, despuéa a su viejo. Acepté la cajita con ambas manos y se me coló una risilla de pura alegría en la voz.

    —Usted sí que sabe sobornar a sus entrevistadores, eh. ¡Primo, mate! —exclamé, acomodando las sillas para crear un triángulo entre ellas y el sofá—. Venga, venga, póngase cómodo. ¡Y dígame su nombre, don Ferrari, así puedo tutearlo!
     
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    Bruno TDF

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    Markus alzó ambos pulgares al escuchar que lo habían criado bien, mientras que Ferrari padre atinó a encogerse de hombros con aires modestos, como quien dice “Se hace lo que se puede”. Fue por hacerle la broma a su hijo. La realidad es que le había sentado bien lo dicho por Anna, algo que se podía notar en el orgullo que en ese momento se le filtraba fugazmente en la sonrisa. Ésta terminó por estirarle aún más los labios al notar la alegría con la que la chica recibió sus Sugus.

    Soltó una risa por la nariz cuando le dijeron que era un buen sobornador de entrevistadores.

    —Hay que hacer buena letra de entrada —convino, acomodándose al chiste; Markus entonces le alcanzó su mate ya servido y humeante, que el hombre recibió con un “Grazie, ragazzo”, antes de seguir hablando en español hacia la chica:— Tengo un par de contactos que me consiguen productos argentinos a buen precio, así que ya sabes: le chiflas a Mark y luego él me chifla mí; no tengo drama.

    Bebió su mate de pie, mientras Markus ayudaba a Anna a organizar el espacio de la entrevista. La tarea en sí no implicaba más que algunos segundos, los cuales el hombre aprovechó para hacer un paneo general de los instrumentos guardados en aquella sala, admirado por su alta calidad.

    Con un asentimiento, aceptó la invitación de ponerse cómodo y ocupó el sillón mientras le daba otro sorbo a su mate, que empezaba a hacer ruido. Anna le había pedido su nombre mientras, así que el hombretón la miró desde su lugar.

    —Me llamo Tertius —hizo una pausa para ver cómo la chica lo asimilaba, luego se echó a reír por lo bajo— Suena muy poco común, ¿verdad? Es un nombre romano bastante antiguo. En los Ferrari hay como una tradición con ponerle así a los hijos, por eso mi muchacho se llama Markus y mi viejo era Thadeuss de nombre.

    —Luego están Aurelia, Rhea y Minerva —apuntó Markus mientras ocupaba su silla, y miró a Anna con una sonrisa—. Las madres de los primitos.

    —Ah, sí, mis queridas hermanas. Ellas no siguieron la costumbre de los Ferrari, pero tampoco es para tanto. Que somos libres como pajaritos.

    —¿Te apetece un onigiri, Annita? Pegan muy bien con el matienzo.

    —¿Hay para mí?

    —Por su pollo.

    Tertius asintió con una sonrisa, mientras estiraba una manota al bento del que Markus estaba ofreciendo los onigiris con sus servilletas; había tres en total. También le regresó el mate ya terminado, que Markus empezó a llenar para Anna mientras le dejaba al alcance su onigiri. La verdad sea dicha, eso parecía más un picnic que la entrevista para un proyecto escolar. Y se notaba que tanto padre como hijo se iban a las ramas con facilidad cuando hablaban.
     
    Última edición: 26 Octubre 2024
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    Gigi Blanche

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    —¿Contactos de productos argentinos? Anotadísimo —accedí, riendo—. Nunca vienen mal unas Don Satur.

    Luego de acomodar los asientos para la entrevista, Don Ferrari me dio su nombre y no pude evitar mirarlo con evidente sorpresa. Tal vez me habría gustado regular el impulso, pero él buscó mi expresión adrede y, en resumidas cuentas, me pilló in fraganti. Me comentó de la tradición familiar y miré a Markus, divertida.

    —Ahora vas a pasar del primo a Marco Aurelio —bromeé, antes de saber los nombres de sus tías.

    Debía ser gracioso que todos tuviesen nombres tan imponentes y majestuosos y luego tú fueras... Gustavo. Tomé asiento y, mientras aceptaba el onigiri de parte de Markus, recordé mi propia anécdota en el registro civil. Era más pequeñita, pero igual valía.

    —Yo se suponía que me llamara Ana, con una N, quiero decir. "Anna" en Argentina prácticamente no existe. Pero al boludo del registro civil no sé qué le pasó, si la N del teclado le andaba mal o qué, que terminé con dos en el nombre.

    Le pegué un mordisco al onigiri y asimilé, con bastante delay, lo que Markus había dicho de que combinaban bien con los mates. Lo miré, dudosa, y exageré la sospecha al aceptar el mate y darle un sorbo. En sí no tenía por qué quedar mal, si a lo largo de mi vida había combinado el mate con prácticamente toda comida existente, pero por la gracia puse en tela de juicio sus declaraciones.

    —Bien, bien, un interesante descubrimiento —lo avalé, sonriendo, y le regresé la bebida, girándome hacia Tertius—. ¡Muy bien, Don Ferrari! Su nombre suena casi legendario, pero como que le tomé el gustito a decirle Don Ferrari, así que de momento me quedo acá.

    Agarré mi móvil, el cual me había quedado tirado en el sofá, y básicamente lo dejé en el mismo lugar pero con la grabadora corriendo.

    —Muy bienvenido sea usted a la Academia Sakura y a su sala de música —declaré, solemne—. Estamos aquí para entrevistarlo sobre su profesión y andanzas laboral- ah, esperá, mejor lo hacemos en japonés, ¿no? —Miré a Tertius—. ¿Te llevás bien con el japonés?

    ¿Ahora de repente no sólo había dejado de ser el excelentísimo Don Ferrari, sino que lo estaba voceando?


    te juro que quiero que arranquen la entrevista porque queda poco tiempo, pero se me sigue distrayendo JAJAJA
     
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    Bruno TDF

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    Sus ojos no tardaron en regresar a los de Anna cuando ella les contó la anécdota de su nombre. Alzó una ceja mientras la oía, entre el detalle de que se escribía con doble N y por un posible error en el Registro Civil. Tertius volvió a reírse por lo bajo, con los extremos de la melena meciéndose a la par de su negación de cabeza.

    —Mira tú, qué cosas con la gente. Si me hubiera pasado a mí, seguro que ahora me llamaría Tertulia Ferrari —bromeó; le dio un bocado a su onigiri y añadió:— Pero es genial, ¿no te parece? Que seas la primera “Anna con doble N” de Argentina. Hicieron de tu nombre algo especial y único.

    Le sonrió con simpatía, mientras Markus hacía llegar el mate a las manos de la muchacha. El hijo de Don Ferrari miró a su amiga con una expectativa un poco teatralizada, pero expectativa al fin y al cabo. Anna avaló el descubrimiento que había hecho, sin saber que la idea surgió de una charla con Kakeru, y Markus se sonrió con aires triunfales. Tertius, por su lado, se estaba terminando el onigiri.

    —Claro, dime Don Ferrari con toda confianza —asintió mientras la veía encender la grabadora del móvil.

    Se acomodó en el sillón con cierto desparpajo. Cruzó las piernas, cuidándose de no apoyar los pies accidentalmente sobre la mesita, y relajó la mano en una de sus rodillas. Murmuró un “gracias, gracias” bajito cuando Anna le dio la bienvenida, ya mentalizándose sobre las preguntas que recibiría… hasta que se vieron interrumpidos por un detalle al que le vio sentido: el idioma.

    —Nos llevamos bien, pero con lo justo —respondió con una sonrisa; aquello lo dijo en un japonés aceptable y fluido, en el que se le colaba un poco de acento extranjero— ¿Mark te contó que estuvimos como un año y medio aprendiendo el idioma entre todos?

    —¡Ah, pues no! —intervino el mencionado, mirando a Anna— La cosa es así, primita: cuando salieron los planes de mudarnos a Tokio, hicimos cursos intensivos de japonés en una escuela de idiomas; mi viejo y mis tías iban al mismo grupo, pero a mí me mandaron a una clase aparte porque estaba chiquito —hizo una pausa para tomar de su mate—. Y luego nos montábamos una mini-escuelita en casa para enseñarles el japonés a los primitos, tres veces por semana. Por suerte, los peques le pusieron toda la onda y aprendieron rápido, ¡son mejores que mi viejo y yo juntos!

    —Cada tanto repetimos lo de la mini-escuela en casa, como para refrescar lo que aprendimos —apuntó Tertius.

    —Típico del buen profe Ferrari… O mejor dicho: Proferrari, todo un pro… ¡Ah, pero un momento! Esto está grabándose, ¿verdad? Bueno, bueno, pues creo que ahora sí empezamos con la entrevista, me parece. A ver, Don Ferrari, primero preséntese (así me da tiempo de pensar una pregunta). Y tome, le toca su mate.

    Tertius recibió la bebida y volvió a reclinarse sobre el sillón, sin descruzar las piernas.

    —La cosa es así, estimados: me llamo Tertius Ferrari, pero no soy el de los coches —ruido de mate—. Tengo cuarenta y ocho años, nací en Italia y soy parte de una pequeña y humilde empresa de espectáculos, que administro con mis hermanas. También ejerzo como profesor de Historia en escuelas secundarias, con alguna que otra aparición estelar en universidades. No está de más contar con un sustento extra, además de que me encanta serle de utilidad a los jóvenes.

    >>Igual, Anna, te lo tengo que preguntar antes de que se me pase: ¿Cómo aprendiste el japonés? ¿Te costó mucho? ¿O eres la Usain Bolt del aprendizaje, como mis sobrinos?

    Siempre supe que este grupete se iba a distraer fuerte JAJAJA
     
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    Gigi Blanche

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    No creía ser la primera Anna con doble N de la historia de la Argentina, pero en todo caso me reí, por eso y por la versión mal escrita de su nombre. Tertulia Ferrari me sonaba a nombre de esposa de prócer, como Remedios de Escalada, y de repente me imaginé a este hombre gigantesco con enaguas, vestido y abanico. Luego él y Markus me comentaron su situación y experiencia con el idioma, a lo que fui asintiendo y finalmente dimos inicio a la entrevista... o algo así. Don Ferrari se presentó, alcé las cejas al oír que también era profe de Historia y había sonreído, lista para preguntarle al respecto, cuando me regresó una pregunta.

    —Ah, es que mi mamá es japonesa —expliqué—. Mi nombre completo es Anna Soria Hiradaira. Mamá se mudó a Argentina con veinticortos y se quedó después de conocer a papá, quien la introdujo al circo. Me habló en japonés toda la vida, así que es casi como una segunda lengua materna. Tuve suerte, la verdad, creo que me habría pegado un corchazo si tenía que aprender de cero con... catorce años. ¡Pero pará! ¡El entrevistado acá sos vos!

    ¿Y en qué momento había pasado del japonés al español? No estaba segura. Me reí en voz baja y me removí en mi silla, echándole un vistazo a Markus con claras intenciones de "quiero un mate".

    —Bueno, eso después se corta. —Carraspeé de forma algo teatral y volví al japonés—. Gracias por su presentación, Don Ferrari. Veo que presenta un abanico bastante variado de profesiones, es como un comodín para nuestro proyecto. Me da curiosidad varias cosas, pero lo que más me intriga: ¿cómo surgió la empresa de espectáculos? ¿Quién tuvo la idea, cuáles fueron los primeros pasos...?
     
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    Don Ferrari escuchó a Anna mientras le devolvía el mate a Markus. Hubo repetidos alzamientos de ceja que remarcaron su interés en ciertos detalles, como la nacionalidad de su madre, el hecho de que se hubiese mudado a Argentina como hicieron los Ferrari y, sobre todo, la mención del circo. El hombre desconocía este último dato, sobre el que su hijo seguro le hablaría con entusiasmo en algún momento de la cena; de todos modos, fue lo más conveniente para todos, ya que las preguntas hubieran seguido corriéndose del propósito original de aquella reunión.

    Alzó levemente las manos cuando Anna recordó que el entrevistado era él, admitiendo su culpa en el desvío de la conversación. Era un hombre que se distraía con facilidad en ambientes relajados como aquel, algo que igual no le quitaba su faceta más atenta y responsable. Así que cuando la chica siguió hablando para continuar con su entrevista, le prestó la debida atención, con una sonrisa. Creyó que recibiría preguntas relacionadas con su profesorado, pero el rumbo fue diferente. Que tocaran la empresa de espectáculos como tema principal, lo entusiasmó.

    —¡Ah! Pues, me animo a decir que es una gran historia —dijo, a la vez que Markus le alcanzaba el mate a Anna—. Verás, en un principio no habíamos pensado en hacer una empresa de espectáculos. Cuando éramos más o menos de la edad de ustedes, mis hermanas y yo teníamos una banda de Funk & Jazz; éramos bastante populares en nuestro colegio, que íbamos juntos —se echó a reír—. Nos presentábamos en festivales, en plazas y así; cuando todos llegamos a la mayoría de edad, comenzamos a dar shows nocturnos en bares.

    >>Aurelia, Rhea, Minerva y yo queríamos llevar nuestra banda a los grandes escenarios, pero nos encontramos con dos problemas. El primero, que nuestros padres se oponían a nuestra dedicación por la música, y medio que nos obligaron a estudiar una carrera universitaria a cada uno; es por ellos que soy profesor, aunque la profesión no me disgusta —hizo una pausa—. Pero bueno, el otro problema que tuvimos fue que, para conseguir nuestro objetivo, necesitábamos de empresas especializadas, que nos gestionaran nuestros shows. La cosa no funcionó como queríamos. Nos limitaban demasiado, muchas veces no cumplían con lo acordado, además de que tratar con estas corporaciones nos suponía pérdidas de dinero y tiempo. En fin, que yo un día me harté con tantas trabas y le propuse a mis hermanas que fundáramos nuestra propia empresa de espectáculos, “Fantastic Fratelli Ferrari”.

    Se cruzó de brazos y asintió, con una sonrisa orgullosa.

    —Por suerte, Minerva se había graduado en Administración de Empresas y Rhea hizo una carrera relacionada con finanzas, así que fueron de gran ayuda para dar los primeros pasos: registrarnos ante la Secretaría de Estado, establecer un plan de negocios, armar presupuestos y así. Igual, como somos una empresa pequeñita, no supone demasiadas exigencias para nuestras energías.

    —¡Oh, oh! ¡Ya se me ocurrió otra pregunta! —saltó Markus, levantando la mano— ¿Cuáles son las ventajas de tener su propia empresa de espectáculos, siendo a la vez una banda de música? Suena un poco a “Cómo ser tu propio jefe”.

    Tertius sonrió ante la broma.

    —Tal como surge de la historia que acabo de contarles, Fantastic Fratelli Ferrari nació con la idea de autogestionar nuestros propios conciertos. Es una estrategia bastante común entre quienes forman su propia banda, porque permite mayor libertad. En nuestro caso, tuvimos control total en la organización de nuestros conciertos, mayor soltura en las decisiones creativas, y obtuvimos más ganancias tras cada presentación, los que nos permitió ir creciendo de a poco. También tenemos el poder de decidir dónde tocar; por lo general, hacemos tratos con bares y restaurantes para presentarnos con cierta regularidad.
    >>Claro está que, donde hay ventajas, también se implican cargas y riesgos de otro tipo. Pero… los Ferrari somos enérgicos y apasionados, con eso nos podemos arreglar ante cualquier dificultad.
    >>Por cierto, añado una cosa más: con el tiempo, nuestro objetivo como empresa también cambió un poco. Gestionamos nuestros shows y, por otro lado, también le echamos una mano a otras bandas de jóvenes que quieran conseguir lugares y recursos para presentar sus shows. Que no queremos que pasen por lo mismo que nosotros, uf.
     
    Última edición: 29 Octubre 2024
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    Don Ferrari nos contó de sus inicios como músico, pasando por la carrera universitaria obligada y finalmente el nacimiento de la empresa. Sonaba bastante aburrido que sus viejos los hubieran forzado a estudiar, pero al mismo tiempo eso no los había detenido ni amedrentado. Al mirarlo en retrospectiva tal vez se dieran cuenta que lo que parecía un obstáculo enorme e inamovible en realidad era un pequeño impasse en sus vidas, o incluso una oportunidad de aprender nuevas lecciones, desde nuevas perspectivas. A veces intentaba ver así estos años en Japón.

    —¡Fantastic Fratelli Ferrari! —repetí, exagerando el acento italiano y haciendo el montoncito con los dedos. Luego me di cuenta de algo y solté la risa—. Son la triple F, que bueno que no sea con S.

    Sonaba a que habían logrado formar un buen equipo. ¿Quizá, en un futuro, yo también pudiera fundar mi propia empresa de espectáculos? ¿O encontrar la gente suficiente para abrir las puertas de un nuevo circo? La posibilidad, dormida, me tintineó en el pecho con ilusión. Markus hizo su pregunta y le regresé el mate tras beberlo, oyendo a Tertius con atención.

    —Imagino que se enfocan en espectáculos musicales, entonces, ¿cierto? Pero ¿se dedican a otro tipo de shows también? ¿Y cómo se publicitan por lo general?

    Y como obviamente también era curioso, agregué:

    —Y hablando de historia... ¿qué es lo que más disfrutas de dar clases? ¿Y qué período, evento o movimiento histórico es tu favorito? ¡Puede ser cualquier cosa!


    obviamente no llegamos así que al menos dejé un bombardeo de preguntas para que puedas rellenar la transcripción si querés JAJAJA
     
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    El vacío fue lo que me encontró, en el despertar del presente día. Abundaba entre los muros del apartamento, así como en las palabras del ilustre chófer de los Sóloviov que me traía a la academia; rebosaba en la ciudad de Tokio, tan ajena del otro lado de las ventanillas. Tampoco estuvieron desprovisto de vacío los mensajes que yacían en mi teléfono, sin ser leídos. Conocía bien su procedencia y tenor: eran de figuras subordinadas al trabajo de mi padre, en su mayoría gerentes, que perseguían su favor al mostrarse atentos con fechas específicos, como aquella que refería al origen de mi existencia. Fue Sorec, únicamente, quien demostró una melodía mínimamente auténtica en la felicitación que me dirigió por llamado, durante el desayuno.

    Era el único ruso cuyo mensaje podía gozar en un día como éste. Los demás, mis viejos compañeros de la banda que quedó enterrada bajo las nieves de San Petersburgo… seguían componiéndose de silencio. Nada de ellos me alcanzaba desde las autopistas digitales, desde un tiempo cuya cantidad, a estas alturas, me era inexacta.

    Nos erigíamos como víctimas de ese olvido que se alimenta de las distancias físicas.

    Aunque en Rusia celebraba el día de mi natalicio, éste no constituía, para mí, un día más destacable que los demás. Transcurría sin estridencias, y este desinterés había incrementado su volumen en los pocos años que los Sóloviov llevábamos en Tokio. De no ser por el fugaz encuentro de ayer con Markus, hasta habría recordado tardíamente que hoy era el día de mi primera existencia. La indignación con la que este sujeto absorbió el dato, luego de que se lo diera, no conmovió la melodía constante de mi mente. Me acusó de que lo había dejado desprovisto de tiempo, y por eso continué mi vida con la creencia de que, por esa razón, cualquier ocurrencia de su parte había quedado anulada.

    Subestimando, de este modo, la voluntad de un Ferrari para los espectáculos.

    Tal vez rozado por la conversación de ayer, fue que me vi en la necesidad se solicitar a Kohaku las llaves de la sala de música, en donde mi dediqué a tocar las notas de Time machine en mi guitarra eléctrica, que hoy me acompañaba; su estuche descansaba a mis pies.

    Pensaba en los pasos indetenibles de la temporalidad que hacía avanzar el universo. Pero hubo un momento en el que mi instinto me susurró que me detuviera. Así lo hice. Acomodé las gafas oscuras sobre mis ojos y, desde el sofá, observé la puerta.

    Gigi Blanche Imagina que este post es la continuación de mi último post en Pasillo (tercera planta). Acá te dejo al pibe para que le llenes la melena de papel de colores :satan:

    Por otro lado, el tema que andaba tocando es este:
     
    Última edición: 8 Diciembre 2024
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    Being honest, la mirada que le dediqué a Markus cargó la indignación que ya sentía, como si la pobre criatura tuviese la culpa de algo. No podía creer que el cumpleaños de Gaspar fuera hoy y jamás me hubiese dicho absolutamente nada, ¡y yo que lo había invitado a mi cumple! ¿Acaso iba a negarnos el derecho a salir de fiesta? ¿A obsequiarle algo? No frickin' way! Mientras más lo pensaba, más me enojaba. Desvié la vista a la puerta de la Sala de música apenas Markus la mencionó y el resto no se lo escuché muy bien.

    —Hiciste todo un trabajo de investigación —le respondió la niña, sin embargo, junto a una risa divertida—. Estoy muy orgullosa de vos, primo.

    Aquello último lo soltó en... ¿español? Lo cual me forzó a regresar los ojos a ella y fruncir el ceño, entre confundida y desprevenida. ¿Así sonaría cuando yo mezclaba el japonés con el inglés todo el tiempo? Vaya, le debía una disculpa a mucha gente. Markus sacó unas bolsitas y yo acepté la mía, echándole un vistazo al empaque. Sonreí, fue una sonrisa claramente maliciosa, mientras Anna tomaba la suya con marcado entusiasmo.

    —Tendremos que barrer después —comentó, sin lucir preocupada ni un ápice por el suceso.

    Alright, kiddos, esta fue su idea, así que después de ustedes~ —cedí, golpeteando la bolsa contra mi mano.

    Hiradaira asintió, buscó los ojos de Markus y se dirigió a la puerta, la cual abrió con fuerza tras contar hasta tres. Para cuando me asomé, ya habían abierto el papel picado sobre la figura impasible de Gaspar y Anna le deseaba un feliz cumpleaños con bastante emoción. ¿Se conocían, para empezar? El idiota estaba con la guitarra eléctrica en el regazo y su estuche a los pies, solté una risa floja al verlo y aguardé algunos segundos a que el entusiasmo inicial se disipara o, como mínimo, hasta que reparara en mí. Crucé la sala entonces hasta detenerme frente a él. Le sonreí como si nada, rasgué la abertura del paquete con movimientos sedosos y estiré el brazo, dejando caer su contenido justo sobre su cabeza.

    Happy birthday, asshole —murmuré, deslicé el estuche con el pie hacia un costado y me acuclillé, descansando los brazos en sus rodillas. Lo miré desde allí abajo y sonreí—. ¿Creíste que te librarías~?

    —¡Nadie se salva de los agentes cumpleañísticos! —exclamó Hiradaira, muy orgullosa junto a Markus.

    Me reí en voz baja y regresé la vista a Gaspar. Estiré las manos, le cacé las mejillas y le estampé un beso en los labios a la pasada, conforme me erguía. Luego di una palmada y me giré hacia los chicos, renovando por completo el ánimo.

    Alright, let's do this! We don't need the asshole's approval. First of all... —Me acerqué a cerrar la puerta y seguí hablando en lo que volvía—. Segundo... A ver qué traen en las bolsas, kiddos.

    —Todo lo necesario para un super cumpleaños exprés, por supuesto. —Anna apoyó su bolsa en la mesa y empezó a sacar las bebidas, leyéndolas en el proceso—. Coca-Cola, Sprite, ¿té matcha?, soda de uva, ¡uh! Coca de... ¿oreo? —Miró a Markus, claramente asqueada—. ¿Por qué compraste esta cosa, primo? ¿Planeas envenenarnos?


    fIESTAAAA
     
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    Me sabía por boca de Gaspy que había ido al cumple de la buena de Abby en una disco de Shibuya; también me habló de un tal Frank al que se encontró al final de esa misma noche. Que me perdonase este último señor, pero fue la fiestonga lo que terminó clavándose en mi cerebrito, pues porque me gustaban las historias de juerga (y ser la juerga). Y gracias a que las neuronas se guardaron bien tal info, decidí que Abby debía estar presente en la celebración de hoy. Primero, porque me caía bien y, más que nada, porque era lo que correspondía.

    ¡Es que ni a ella le dijo cuándo era su cumple, el muy sabandija! ¡Habrase visto!

    Cuestión que, bolsitas de papel picado en mano, nos fuimos para la sala de música. El bracito poderoso de Annita abrió la puerta con fuerza, las bisagras sonaron un poco. Allí estaba el cumpleañero, con la guitarra sobre las piernas y, eh… ¿Mirándonos… ya de antemano…? ¡Hombre, venga ya! ¿Acaso tenía un sentido arácnido o esto era cosa de rusos? Ni modo, seguimos adelante pese a la falta de “factor sorpresa”. El papel picado voló desde nuestras manos. Como una lluvia de colores cayó sobre Gaspy, quien nos miraba desde detrás de sus anteojos oscuros con una cara demasiado tranquila para mi gusto. El pelo, la Fender Stratocaster, su estuche y las piernas; ¡todo lo dejamos bien cubierto de papelitos! Daba bastante risa verlo así, con la melena decorada con chispitas de diferentes colores.

    Annita lo felicitó con auténtica emoción; más tierna ella, aw. Gaspar la miró sin sorpresa ni confusión, pues porque la reconocía a la perfección, imaginaba. ¿Quién olvidaría tan fácilmente a mi compañerita de baile, con el tremendo show que nos montamos? Hasta donde tenía entendido, Gaspy decía que Annita poseía “buena música” por cómo se expresaba mediante la danza. Asintió muy levemente, en respuesta al “Feliz cumple” que le dedicó la muchacha, diciendo un “Gracias, Anna”.

    Al ver la tranquilidad con la que le agradeció, algo de indignación me rebrotó en las carnes. ¡Es que no puede ser, hombre! ¿No estaba conmovido?

    Con las cejas arrugadas, dejé de tirarle papelitos y pasé aire por el soplador de fiesta que tenía entre los labios. El cosito se desenrolló, su punta quedó vibrando cerca de la nariz de Gaspy haciendo un sonido bastante chistoso y típico. Esto logró que el cumpleañero alejara la cabeza algunos centímetros, con una ceja fruncida. Me sonreí con satisfacción.

    —С днем рождения, красавчик! —le dije, tras quitarme el objeto de la boca.

    Lo felicité en un ruso que me salió de pura casualidad (qué idioma complicado, mamita querida). Para mí estuvo bien cómo lo dije. Pero, si debíamos hablar usando metáforas del estilo de Gaspy, mi ruso sonó tan desafinado como un tren descarrilando sobre vías oxidadas. Pobres sus oídos.

    —Gracias —dijo, con la ceja todavía fruncida, sin seguirme el jueguito de hablarle en ruso. Ains, sí que era un глупый.

    Lo mejor de esta entrada fue Abby. No estuve seguro, pero creo que se acercó en algún momento en el que Gaspy la vio a ella, con una atención ligeramente mayor. La chica le sonrió casual y, acto seguido, le vació la bolsa directamente en la cabeza, como quien derrama una bebida. ¡Hasta le quedó una pequeñísima montañita de papel picado sobre el pelo! Me tuve que llevar la mano a la cara, porque me habría reído demasiado fuerte si no.

    Pero la carcajada se me paró en seco en cuanto vi cómo nuestra querida Abby cazó la cara de Gaspy entre sus manos para darle un besito sabrosón en los labios. El otro le correspondió con su calma de siempre: agarrándole suavemente el mentón con dos dedos de una mano y, así, retener el beso por uno o dos segundos. Los miré fijamente, con las cejas bailando sobre mis ojos. Uh la la, ¿de qué me había perdido?

    Ya cuando pasó este estruendo, acomodé dos sillas al otro lado de la mesita mientras que Annita ponía las bebidas encima. Gaspy, mientras tanto, guardó la guitarra en el estuche con movimientos delicados; con papel picado y todo, hay que marcarlo. Esto me ablandó un poco la sonrisa, porque significaba que el идиот (“boludo” en ruso, creo) ya había aceptado su destino de ser protagonista de la fiesta, tal vez por resignación.

    Cuando Annita mostró la Coca-cola de Oreo, arrugué las cejas, sorprendido. Se la arrebaté de la mano para mirarla de cerca. Luego me eché a reír, por el comentario de que quería envenenarlos.

    —Qué sé yo, me apuré tanto en comprarlas que ni miré los botones que toqué de la expendedora —dije, divertido, ya sentado en mi silla—. Es que me daba cosa que el Gaspy cambiara de planes y se nos escapara. Ahora está oficialmente secuestrado en su propio cumpleaños.

    Entonces, también me puse a vaciar mis bolsas. Saqué la cajita del pastel para colocarlo en el centro, pero de momento la dejé cerrada. A su alrededor, acomodé bolsas de diferentes snacks; algunos eran japoneses, pero había unas Lays, unos Cheetos, así bien multinacionales; y por último, dos cajitas pequeñas que llamaron la atención de Gaspy. Las señaló.

    —Eso… No me suena… —dijo.

    —Porque es una cosa argentina, como el mate —dije con una sonrisa, y dejé a su alcance la cajita de Saladix sabor pizza; la otra era de sabor jamón serrano— Dale una buena probadita, a lo mejor pega con la Coca-cola de Oreo —y dicho y hecho, dejé esa botella a su alcance.

    Me pareció que Gaspy dejaba escapar un poco de aire por la nariz al recibir los aperitivos. Sus lentes oscuros apuntaron a la caja del pastel…

    —No eran necesarias tantas molestias.

    Me sonreí con picardía.

    —Abby ya lo dijo, no había forma de que te libraras —respondí—. Tampoco subestimes a la familia Ferrari, somos expertos en organizar espectáculos y sacarnos fiestas de la galera —me reí, dando unas palmadas al aire— ¡Buenos, chicas, ustedes también empiecen a darle! Beban y coman todo lo que quieran.

    Perdón por la demora y el tremendo tochazo uvu
     
    Última edición: 14 Diciembre 2024
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