Sala de arte

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

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    Algo indecisa, acabó por decantarse hacia la sala de arte. Era el otro club que le interesaba de la Academia, el de teatro seguía sin tener reuniones y, bueno, no tenía nada mejor que hacer. Pese a ser un espíritu liviano, una enamorada de la humanidad, lo cierto era que su vida escolar seguía transcurriendo en solitario. No había hecho un solo amigo.

    No le molestaba, sin embargo. Tiempo al tiempo, ¿verdad? No perdería la cabeza por las recompensas que no llegaran de inmediato.

    Había esperado quince años para esto, al fin y al cabo.

    Sus planes para conversar con Suzumiya-senpai se vieron empañados al reparar que andaba con el muchacho cuervo, y le pareció piadoso no volver a importunarlo. Así, pues, atravesó la puerta del club para reparar en la única persona que se encontraba allí: una estudiante. La lluvia fuera le brindaba un aspecto melancólico al aula que se le antojó poético y sus pies livianos la llevaron casi en silencio hasta ella.

    —Ophelia Byrne —se presentó de inmediato, inclinando la cabeza; su voz sonaba madura y ligeramente seria—, primer año. ¿Eres miembro del club de arte, presumo... senpai?

    Ladeó la cabeza al agregar lo último, apostando. Esa muchacha lucía mayor que ella, definitivamente. Escrudiñó el cabello oscuro, la mecha roja y la mirada dispar. Vaya, pero qué bonita.
     
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    Luego de que el jodido Altan la apartara del camino como quien espanta una mosca se había precipitado a la sala de arte, buscando la tranquilidad que podía brindarle ese lugar. Se supone era el sitio de reunión del club, pero nadie llegaba prácticamente nunca, solo ella. Al menos así había sido hasta ese día.

    Estaba sentada en el suelo como el día que Rachel había aparecido, sin embargo esta vez no se había molestado en sacar siquiera el cuaderno de bocetos. Solo quería silencio, quizás hasta echar una siesta. Estaba por cerrar los ojos, luego de haberse colocado los auriculares, cuando la puerta se abrió y entró lo más parecido a un poste que había visto en su vida.
    Era cierto que Alisha era alta, como buena gringa, pero esa chica por alguna razón tenía un aire que la hacía ver bueno... como una genuina varilla.

    Enarcó una ceja e inclinó la cabeza como un gato curioso, la melena corta bicolor siguió su movimiento.

    ¿Byrne? Apellido extranjero, pero tenía pintas de japonesa prototípica.

    Asintió a su pregunta, sin despegar sus ojos dispares de ella, sin embargo, no había en su mirada ninguna doble intención. Le importaban una mierda ese tipo de chicas, no le interesaba ponerles las manos encima.

    —Katrina Akaisa —respondió presentándose también—, tercero. Te interesa el club, debo asumir, Byrne.
     
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    Gigi Blanche

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    Su sonrisa se ensanchó al oírla y asintió, mientras desviaba su atención de la muchacha para recorrer el aula. Los frascos con pinceles, las manchas anárquicas aquí y allá, los lienzos vírgenes, las pinturas a medio hacer. Era un auténtico taller de arte, de belleza y expresión humana. Entre esas cuatro paredes ocurrían maravillas difícilmente apreciables para el sentido ordinario, al menos, no de la forma en que ella las procesaba.

    Todo en sí podía convertirse en arte, con la intención adecuada.

    Fue probando las diferentes texturas a su alrededor apenas con la yema de los dedos, navegando el club en silencio. Era una pluma danzando al son de una brisa invisible.

    —El arte es el hombre agregado a la naturaleza —citó, con su atención aún distraída—. Representa, reinterpreta, expone y desnuda. Será siempre luz, jamás oscuridad; y la sombra a su lado, constante e implacable, lo oculto que aún debemos revelar. El arte es, por lo tanto, una tarea que jamás acaba. —Entornó sus ojos hacia Akaisa, de perfil—. Es una herramienta, nunca el fin en sí mismo.

    Sus labios se curvaron un poco más y giró el cuerpo hacia la muchacha, recostándose sobre un pupitre.

    —¿Por qué dibujas, senpai?
     
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    Había algo en su forma de hablar y de moverse que llamaba poderosamente su atención, que despertaba curiosidad. Ophelia Byrne podía ser, a sus ojos, una genuina excéntrica, le daba esas pintas. Después de todo tenía que serlo siquiera un poco para terminar en esa sala de la Academia.
    Se quitó los auriculares y mientras los guardaba la escuchó con atención, atajando la cita en el aire.

    Una sonrisa extraña se formó en sus labios, parecida a las sonrisas prepotentes de Sonnen. ¿Van Gogh? Había elegido a uno de los excéntricos de cajón, pero que llamaba su atención como la luz a una polilla. Cayó entonces en algo, en los colores saturados, casi fluorescentes del impresionismo y sus hijos, neo y post. Monet, Seurat, Van Gogh.

    ¿Qué eran los impresionistas sino rebeldes de la Academia, un montón de raros y que habían dicho: qué le den al puto clasicismo? Querían plasmar el instante, los colores, las luces.

    Un jodido como Van Gogh seguro habría podido pintar el fuego en la mirada de Rachel Gardner, habría logrado el tono exacto de azul.

    Atrapó la pregunta de Byrne y se permitió responderle de la misma manera.

    —El artista es el enfermo, el desdichado, el excéntrico, el amoral, el vagabundo, el vicioso, el revoltoso, el payaso —Su voz, grave y aterciopelada, recitó las palabras de memoria. Si hilaba fino, podría decir que ella era todas esas. No era un extracto directo de Van Gogh, sino de un prólogo de una de tantas versiones de sus cartas, escrito por Fayad Jamís. Podía haber citado al propio Van Gogh, pero en general era un romántico de mucho cuidado, un jodido sufrido de la vida. Calzaba bastante bien con la figura de Sonnen, si lo pensaba, aún así, habían cosas que podía rescatarle a sus palabras, el jodido servía para pintar pero también podía escribir. Citó entonces otro fragmento—. ... hay cosas en el color que surgen en mí mientras pinto y que no poseía antes, cosas grandes e intensas...

    Se levantó entonces, sacudiéndose la falda, y sacó el mechero de debajo de su ropa. Giró la ruedilla, accionándolo, y la llama vibró frente a ella iluminando sus ojos como dos carbones.

    >>El impresionismo, junto a otros movimientos, dejaron el cobijo de la Academia, decidieron ser hijos bastardos porque no les quedó más remedio, ciertamente, eran rechazados de por sí. Me gusta pensar en los artistas como monstruos de vez en cuando, con el poder de leer el mundo y reproducirlo de una manera diferente cada vez... —La llama titiló con su respiración—. ¿Qué sería del mundo sin el arte, Byrne
    ?

    se me fue la olla y hasta saqué un libro para citar mis shits, so hold my beer
     
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    Permaneció quieta, escuchando atentamente la forma en que trabajaba el cerebro de Katrina y cómo lo ponía en palabras. Había cantado al aire una lista de adjetivos de lo más variopintos, y Ophelia no lograba desentenderse de ninguno. Había sido la enferma, desdichada, excéntrica, revoltosa de su familia. La loca, el hazmerreír, el payaso. Había faltado a la moral para ganarse su libertad, había conseguido controlar su tormenta y descargar el rayo más potente sobre la puerta de su jaula de oro. Y se había obsesionado.

    Con el arte, las personas. Con la realidad fuera de su prisión.

    Los colores eran poder aunque, sin faltar a la verdad, sólo fueran producto de la descomposición lumínica en la retina. El mundo en sí mismo no era más que un lienzo monocromático y el humano poseía la habilidad inmensa de colorearlo a voluntad. ¿Dónde estaban los límites? Ophelia sonrió, despegando las caderas del pupitre.

    Sinestesia, tetracromatismo, daltonismo.

    No los había.

    Observó la chispa del mechero tambaleándose en los ojos dispares de Katrina y ladeó apenas la cabeza, atenta a su última pregunta.

    —Deberían extinguir a la especie para acabar con el arte, y aún así, la evolución se reanudará y dará espacio a nuevas criaturas que descifren la importancia de mojar sus dedos en sangre fresca y manchar paredes con formas y figuras preestablecidas socialmente.

    Se detuvo junto a la ventana, escrudriñando el exterior. El sonido de la lluvia era relajante.

    —¿Fuimos un azar del universo? ¿Un apilamiento de coincidencias, quizá? ¿Tendemos al equilibrio o somos potencialmente caos?

    Se sonrió, deteniendo allí su tren de pensamientos, y volvió la mirada hacia Akaisa.

    —El arte puede abarcarlo todo; es rebelde, anárquico e indómito, aunque siempre haya un puñado de sabelotodos intentando regularizarlo. Adherir etiquetas y establecer reglas es lo más cercano al control que podemos dominar en medio de este profundo caos, y la gente tiende a obsesionarse con él, ¿no es así? Pero el arte se salta todos los parámetros. Alberga en su seno la semilla de ese caos.

    Los colores sólo eran longitudes de onda interpretadas por el cerebro, entonces ¿dónde yacía el arte?

    —De todos modos, creo que la pregunta correcta sería otra. La cuestión no es qué sería del mundo sin el arte, sino qué sería de nosotros, las personas, sin él. ¿No lo crees, senpai? Es nuestra creación, y por ella fuimos esclavizados. Es una auténtica tragedia.

    Se abrazó a sí misma, recorriendo las mangas del uniforme suavemente, y profirió un largo suspiro.

    —Así y todo, ¿qué sería de nosotros si no la amáramos? Como el hombre cayendo ante los encantos de una selkie, estamos irremediablemente enamorados de nuestros monstruos, los monstruos que no soportamos encerrados y vomitamos sobre un lienzo, una partitura o una hoja en blanco. Y allí creemos poseer control, pero ¿no es acaso una mera ilusión?

    Se acercó hasta posicionarse frente a Katrina, y observó desde arriba su mirada felina. El aroma del cigarro le repugnaba pero no se permitió expresarlo.

    Siempre había sido la loca de la familia, el fenómeno.

    —Me gusta mucho tu color, Akaisa-senpai. No lo veo con frecuencia.

    No fue hasta que investigó al respecto que entendió que su condición no era patológica, los Middel se habían encargado de deformar su reflejo en el espejo para que Ophelia sólo encontrara allí algo imperfecto, sucio, un error de fábrica.

    —Es un... rojo borgoña, casi vino tinto. Es el color de la sangre oxidada. —Su mirada se entornó—. Peligroso, ¿no es así?

    Sinestesia.

    Cuando comprendió la realidad también entendió el idioma de su tormenta. Lo dominó, lo esclavizó y lo sometió a su voluntad. Lo convirtió en el poder necesario para expresarse y caminar el mundo, y desde entonces ya no fue una Middel.

    Sólo Byrne, el poderoso cuervo de Bran.

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    Ciertamente podía meterse en cualquiera de los adjetivos que había usado, pero siempre se movía entre la figura amoral, viciosa y revoltosa. Disfrutaba del caos, ser parte de él y generarlo, porque había decidido que su forma de tener el control era, precisamente, permitirse perderlo. Demostrar que no era muñeca de nadie, que se movía a dónde a ella le daba la gana.

    ¿Azar del universo? ¿Coincidencias? Muy probablemente, fuese como fuese, las condiciones ideales se habían dado en un planeta para que albergara vida, para que las formas unicelulares evolucionaran y así sucesivamente, hasta llevar a vertebrados e invertebrados, sangre fría o caliente, ect etc etc. Todo se había juntado para que un eslabón perdido de la evolución surgiera y separara al Homo sapiens del resto de sus primos, que ahora veían tan lejanos.

    El arte podía ser un ritual, podía ser una expresión, podía ser una reproducción. El arte era lo que su creador hacía con él, pero sobre todo era lo que los receptores leían de este.

    Katrina se llevó una mano a las sienes y apuntó allí con dos dedos, como si estuviese sosteniendo un arma.

    —Somos esclavos de nuestra corteza prefrontal —sentenció con una sonrisa prepotente en el rostro—. Lenguaje, pensamiento abstracto, emociones complejas, todo eso apareció con ella y sus conexiones. Luego inventamos una cosa sobre la otra, sin límite, como los monstruos en los que nos convirtieron nuestras redes neuronales, y empezamos a complicarnos la vida con mierdas cada vez más y más abstractas hasta que no fuimos capaces de desenredarnos de nuestra propia telaraña.

    Observó a la varilla andante acercarse a ella, sin inmutarse. Soltó una risa extraña cuando ella mencionó lo de su color.

    —La sangre ha movido el mundo desde antes que el arte, desde antes de que surgiéramos como especie, ¿no te parece, kohai-chan? Incluso luego continuó haciéndolo y por eso existen las guerras. Incluso con un procesador de alta potencia como nuestro cerebro al final cedemos a los impulsos y solo pretendemos justificarlos con las cosas complejas que creamos, pretendiendo encasillarlo todo.

    Guardó el mechero en su lugar, para luego cruzar las manos bajo el pecho.

    —Sea como sea, Byrne. Supongo que bienvenida al club de arte del Sakura, diviértete enamorándote de tus monstruos —añadió mientras hacía una reverencia—. No es que haya gente aquí en general, así que realmente da igual.


    es que me parto con estas dos.
    Ya no salió tocho pero im living it anyway (??
     
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    Abrió la puerta con parsimonia al ver el letrero del club de arte desde fuera, cerrando la puerta tras él al visualizar la cantidad de lienzos en blanco, los pinceles, las tonalidades de la pintura. El vacío en sus costillas necesitaba eliminarlo, la cefalea que lo invadía detenerla. Se encaminó entonces hasta uno de los asientos al estar el aula vacía.

    Paz.

    Por fin algo de paz.


    Se sentó en uno de los bancos y se quitó la camiseta para no ensuciar de pintura el uniforme, lo último que quería era llegar manchado de tinta negra a la casa para que pensara su padre que se estaba tatuando de nuevo. Llenó un vaso de agua y lo posicionó sobre la superficie de madera, escuchando el ruido lejano de los estudiantes al estar las ventanas cerradas, logrando ver a lo lejos varias personas reunidas conversando. Volvió la vista al frente, sin tener siquiera la necesidad de pensar en algo para dibujar.

    Comenzó a trazar con la negra tinta el blanco lienzo.

    Una y otra vez.

    Y otra.

    Y otra vez.

    Comenzando el bosquejo de lo que parecía un jardín a blanco y negro.
     
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    Se encaminó a paso lento pero seguro hacia la sala de arte, abrazando el bloc de dibujo contra su pecho. Había reflexionado bastante el día anterior, sobre todo lo sucedido y su comportamiento huidizo, todo ello condicionado por lo ocurrido en el aula. Se dejaba influenciar como un lienzo en blanco y al final del día no era ella quien decidía el curso de sus acciones... o algo así había dicho Vera. La verdad es que se mantuvo con la cabeza gacha todo el tiempo, sintiéndose como una niña regañada, pero su hermana tenía razón. Lo comprendió cuando abrazó su almohada, en medio del silencio de su habitación, y el pensamiento rayó su mente con fuerza.

    No quería dejar de dibujar. No tenía por qué hacerlo.

    Y allí estaba, frente a la puerta de la sala, abrazando todo el valor que había logrado reunir hasta entonces. Con el corazón latiéndole frenético en el pecho, la mente completamente en blanco. ¿Qué debía hacer cuando entrase? ¿Y si no estaba sola? ¿Debía saludar por educación? Estaba demasiado nerviosa por nada, dios. Había ensayado cada uno de sus movimientos en el aula durante las clases... aunque mentalmente. Pero eso no le quitaba su efecto.

    Abrió la puerta despacito, muy despacito. Contuvo la respiración, asomándose muy lentamente. Paseó la mirada por el aula y para su sorpresa solo encontró un chico sin camiseta pintando un lindo boceto en blanco y negro. Se lo veía concentrado y temió molestarlo, así que se adentró en el aula en silencio, abrazando el bloc y...

    Un momento, ¿sin camiseta?

    —C-Con permiso —murmuró Rachel, correteando hacia una de las mesas con pasos amortiguados, con el rostro completamente enrojecido y la mirada esquiva. Sacó su cartera y la puso frente a la mesa, dispuesta a usarlo de muro para no desconcentrarse del papel en blanco. Tragó saliva, tomando un lápiz entre sus manos, sintiendo arder hasta sus orejas.

    Dios, definitivamente ya no sabía lo que prefería.

    Perdón Natsu prometo que mi hija no te molestará pero me hizo gracia la idea (??)
     
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    Zireael

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    Sacó los auriculares del bolsillo para colocárselos mientras bajaba las escaleras, masticando el chicle con parsimonia. Caminó con pasos livianos, con la melena corta siguiendo el ritmo de sus movimientos, y de repente se preguntó por qué cojones estaba de buen humor si había visto a un cerdo arrastrar a una chica a un cuartillo de limpieza.

    Lena había aceptado la soda.

    Maze le había dado la mitad de su almuerzo.

    Aaron le había regalado el onigiri que no había podido comerse.

    Dios, ¿qué mierda pasaba con eso? Ella no tenía amigas, mucho menos amigos, no iba a empezar a tenerlos ahora. Los hombres no servían para nada más que para un polvo, para que soltara la ira en ellos y ya estaba.

    Abrió la puerta del club solo para topar con nada más y nada menos que el inked boy, que estaba pintando con el torso descubierto, y... Rachel. Casi por inercia su mirada dispar buscó los ojos de fuego azul de la chiquilla.
    Bueno, igual y había hecho bien en aparecerse, ahora no quería ni imaginarse a ese jodido cabrón con Rachel, aunque quería creer que tenía sus límites, como ella los tenía para no írsele encima a Natsu y cagarlo a palos frente a la rubia.

    —Permiso —dijo en voz baja para no interrumpir a nadie mientras se quitaba los auriculares.

    Buscó ella misma un pliego de papel y lo cortó sin necesidad de tijeras hasta que tuvo el tamaño que consideró apropiado, antes de buscarse una caja de tizas pastel entre los materiales y sentarse en el suelo. Por alguna razón disfrutaba trabajar en el suelo, donde podía hacer un desastre si le daba la gana.
     
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    Deslizó el pincel a lo largo para terminar con las estrellas en la parte superior del lienzo, limpiándolo después con el vaso de agua para untarlo con pintura blanca y terminar las luces que demarcaban los girasoles, asemejándose a tener un movimiento por la brisa dentro del cuadro, quedando lo suficientemente estético como para sentirse satisfecho. Sujetó un pedazo de tela y limpió los bordes luego de humedecerlo. Fue entonces que se dio cuenta de las presencias ajenas, mirándolas por un instante solo para reconocer físicamente quiénes eran.

    Una niña rubia y la chica ruda de la azotea.

    Continuó entonces dejando el cuadro húmedo sobre la madera para que se secara, mirándose las manos. Efectivamente estaba manchado de pintura. Se limpió con parsimonia y se sentó en el suelo, en una esquina del salón luego de sujetar la camiseta y ponérsela con lentitud.

    Esperaría que el cuadro se secara, aunque no se lo fuese a llevar.

    Se quedó entonces en el suelo con la filosa mirada fija en la ventana.
     
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    Rasgó con delicadeza la superficie del cuaderno, moviendo de forma vaga el grafito de aquí a allá, marcando las sombras del dibujo incompleto del invernadero, aquel que había iniciado durante su primer día en la academia. Había apoyado su mejilla en una de sus manos, incapaz de concentrarse como le gustaría, con el ardor aún picándole las mejillas. Sus pupilas se movían de forma disimulada hacia las ventanas, deseando poder abrirlas sin tener que levantarse del sitio. También lo miró a él y a su dibujo, imaginando qué podría estar creando en esos momentos.

    Su cuerpo menudo dio un respingo cuando la puerta del aula se abrió y reconoció la voz con más facilidad de la que imaginaba. Alzó la mirada del dibujo durante un instante, porque nunca podía contener las ganas de detallar la mirada dispar de Katrina, y la apartó rápidamente para regresar al boceto. Fue en ese momento que recordó todos sus consejos, y reparó en la forma descuadrada en la que seguía mirando el papel. Bufó sin poder evitarlo.

    Ah, sí. El caballete.

    Se levantó del aliento con cuidado, como si temiese distraer a alguien con su movimiento, y caminó hacia el fondo del aula, donde se encontraban apoyados varios de ellos. Tomó uno sin hacer ruido y caminó lentamente hacia su asiento, pasando sin poder evitarlo por el lugar de Natsu. Curiosa como ella sola se asomó, guardando una distancia prudencial entre la mesa y ella, y detalló con una ligera sonrisa el dibujo terminado del chico.

    Le dirigió una mirada fugaz antes de volver a la pintura.

    —Qué bonita —se le escapó de los labios, dulce, casi en un murmullo, y su propia voz le sorprendió en mitad del silencio del aula. Jugueteó con un mechón dorado con cierta timidez, retrocediendo un pequeño paso—. ¿Te quedarás en el club de arte, senpai?

    Yo: Te quedas en tu sitio tranquila hasta que termine el receso
    Rachel, la culo inquieto: Try me
     
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    Estaba tan ensimismado que la voz ajena apenas y le llegó a los tímpanos. No se giró a verla siquiera, manteniéndose distraído visualmente con los árboles meciéndose por las suaves brisas tras la ventana, sin embargo la escuchó con parsimonia, sin ademán alguno de incomodidad. No tenía ninguna intención de pertenecer al club como tal, pero por mucho que se lo negara terminaría estando ahí nuevamente en el próximo receso.

    Si la voz fuese melosa, brusca no se hubiera tomado la decencia de responder

    —Probablemente —susurró manteniendo aquella respiración impregnada en parsimonia.

    Desconocía si habían muchos integrantes dentro, y esperaba que no fuese así.

    O al menos, que no fuesen ruidosos o molestos.
     
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    Mientras empezaba a lanzar las primeras líneas con las tizas, sin ton ni son realmente, notó que Rachel se incorporaba para hacerse con un cabellete y, sin que se diera cuenta, la imagen hizo que se le formara una sonrisa incrédula en los labios al notar que se había acordado del montón de mierda que le había dicho.

    Cuando la vocecilla de la muchacha se alzó apenas sobre el silencio despegó la vista ligeramente del papel, para observarlos a ambos. No se molestó en mirar lo que fuese que había pintado Gotho.

    ¿Que si se iba a quedar en el club preguntaba? Joder.

    "Probablemente".

    Frunció apenas el ceño, regresando la mirada a lo que hacía. Deslizó una tiza roja de forma horizontal, antes de empezar a difuminar con los dedos.

    Rojo.

    Siempre rojo.


    —En general nunca hay nadie, así que si buscas un lugar donde estar solo... Bingo, más o menos. —No estaba hablando con la brusquedad usual, a pesar de que quería partirle el hocico a Natsu, pero allí frente a Rachel bueno... No quería montarse el numerito.

    yo: kat wey no te metas
    Kat: hold my cigarette sis
     
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    <<... Más o menos>>

    Guardó silencio, tomando las palabras de Katrina como un incentivo más de arraigarse al club de arte, solo debía tener cuidado en no manchar la ropa cada que pintara los lienzos, al únicamente utilizar los tonos negros, grisáceos o el completamente blanco. Tampoco se tomó el tiempo de voltear la cabeza para verlas, permaneciendo ahí sentado con el codo derecho apoyado sobre su rodilla, recostando la espalda y la cabeza en la pared, manteniéndose recto dentro de lo que cabía.

    Debía comprar algún delantal para no tener que estarse quitando la camiseta y pintando con el torso desnudo. No le incomodaba, pero tampoco quería que entrase algún docente y le reprochara por las líneas de tinta sobre su piel.

    —Me quedaré entonces —informó sin mostrar interés real en su voz, pese a sentirlo.
     
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    "Probablemente"

    Rachel alzó apenas la comisura de los labios. Empezaba a encontrar cierto patrón en los miembros del club de arte, al menos en los únicos que conocía. Solitarios, de apariencia tosca, pero con un mundo interior similar a un diamante en bruto. Sus dedos se movían con una facilidad abrumadora, brotando de ellos formas y colores que nunca había visto, y reflejaban en ellos parte de su esencia. Aquello que no se veía a simple vista.

    El cerezo en flor de Katrina. El parchón rojo.

    El paisaje monocromo de Natsu. La tinta negra.

    Su ceño se frunció ligeramente, abstraída. Ambos parecían ubicarse a la perfección en la gama cromática, mientras que ella aún vagaba sin rumbo, tiñéndose de los colores a los que se aproximaba, sin orden ni concierto. Al final del día era incapaz de reconocerse a sí misma, dónde empezaba Rachel y dónde terminaba.

    ¿Cuál era su propio color?

    ¿Podía siquiera averiguarlo?

    Escuchó sin escuchar realmente el pequeño intercambio entre ambos, y afianzó el agarre del caballete antes de inclinar la cabeza hacia Natsu, a pesar de que ni siquiera se había dignado a mirarla. Su molestia apenas se filtró a través de su voz, aunque sonó más impersonal que de costumbre.

    —Bienvenido entonces, senpai.

    Caminó de vuelta al asiento, porque tampoco quería ser una molestia. Había aprendido a leer esas señales la vez en la que invadió a Katrina a preguntas, cuando solo estaban ellas en el club. Colocó el caballete junto a su mesa, puso el cuaderno al lado y sacó su móvil. Se había acercado a hacerle una foto al invernadero, porque Rachel tenía una absurda capacidad de recordar las cosas cuando alguien se tomaba la molestia de enseñarle. El resultado nunca quedaría tan fiel creado desde la memoria.

    Sus finos dedos se movieron sobre el dibujo y permaneció el resto del tiempo en silencio. Retrató la bóveda, las enredaderas, y agregó su pequeño toque personal al fondo, olisqueando las flores en mitad del paisaje.

    Un diminuto gato de pelaje negro y ojos bicolor.
     
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    Zireael

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    Frunció apenas ante la respuesta de Gotho, como si a pesar de que era ella quien le había dicho eso de que era un buen lugar para estar solo realmente no le alegrara en lo más mínimo que se decidiera a quedarse. Y es que de hecho no la alegraba, no después de lo que había visto. Ya ni siquiera tenía interés en ligarse al muy jodido.

    Tomó una tiza de un marrón oscuro y empezó a trazar lo que parecían unas ramas sobre su papel cubierto de rojos y algo de naranja. ¿Qué mierda era eso, un incendio forestal? Lo parecía.
    Se limpió las manos en la falda del uniforme, de forma que dejó marcas rojizas en los tablones de la tela. Una parte de sí quería husmear el dibujo de Rachel, pero no iba a demostrarlo.

    "Bienvenido entonces, senpai".

    Dios, ojalá tener la amabilidad que tenía esa niña.


    Cuando creyó que estaba más o menos logrado, se levantó, caminó hacia uno de los armarios de la sala y lo abrió de par en par antes de girarse y clavar sus ojos dispares en la mirada ambarina de Natsu.

    —Aquí hay de todo, inked boy, incluidos delantales para que no tengas que quitarte la ropa como un bicho raro.

    Cerró caso inmediatamente después y no cayó hasta ese momento que estaba cumpliendo las funciones de presidenta del club, porque ciertamente quien tenía el puesto en realidad no había asomado ni la puta nariz. Le había dado consejos a Rachel, había recibido a Ophelia y ahora estaba indicándole a Natsu que tenía acceso a todo lo que necesitara, aunque lo hubiese visto arrastrar a Lena.

    Regresó sobre sus pasos, se sentó en su lugar de antes y sacó el móvil. Pareció pensarse una eternidad lo que estaba a punto de hacer, porque la jodida le había cruzado la cara de una bofetada pero seguía siendo la única chica que en realidad le preocupaba, no importaba qué tanto pretendiera aparentar que no era así.
    Tecleó con rapidez.


    Kurobaka.
    Relájate, solo lee el puto mensaje. En la 3-2 o en la 3-1 hay un chico tatuado, ojos ámbar como los de tu idiota, antes arrastró una chica fuera de la azotea y la metió a un cuartucho de esos de limpieza. No hizo más que sacarle un buen susto, pero me parece suficiente para que lo sepas. Ten cuidado nada más, sé que acostumbras a darle vueltas a los de tercero.
    Dile a tus amigas para que tengan cuidado también. Ah y dile a Sonnen, supongo que querrá vigilar a Usagi-chan.
    14:10.


    Se regresó el aparato al bolsillo sin molestarse en esperar una respuesta realmente. ¿Era alarmista? Quizás, pero no iba a ser ella quien esperara a que pasara algo más antes de mover todas las piezas del tablero para tirar la pieza corrupta que era Gotho, moviéndose a su propio ritmo, sin adaptarse a su partida.
     
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    Zireael

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    Había seguido corriendo como una descosida sin detener en nada ni en nadie, más allá de la gente que se llevaba en banda, pero en general era capaz de esquivar a la mayoría.
    Sus pasos acelerados la llevaron por inercia a la sala de arte, donde abrió la puerta y la cerró de golpe tras de sí para luego recostar la espalda en ella. El pecho se agitaba al ritmo acelerado de su respiración, casi dolorosa, y la presión en los oídos le enviaba un chillido al fondo del cerebro.

    Un maullido diminuto y quejumbroso proveniente del animal entre sus brazos le reajustó los sentidos, haciendo que volcara toda su atención en él. ¿Qué podía tener, un mes y medio, dos tal vez? No parecía tan tan pequeño, pero sí estaba bastante bajo de peso.
    Sujetó al gato con una mano mientras dejaba el maletín en el suelo y esculcaba entre las cosas, para sacar una botella de agua y una lata de comida húmeda.

    Otro maullido con aire de queja.

    Se quitó la bufanda que le rodeaba el cuello, tiró al suelo las cosas de una caja y la metió allí, haciendo una suerte de cama para el animalito. Lo colocó dentro, a lo que no se tardó en hacerse un ovillo.

    Dios, qué desastre. Ni se había detenido a mirar el anuncio que decía que las pruebas continuaban en el receso.

    ¿Ahora qué se supone que hiciera? No era que no pudieran tenerlo allí, sabía que estaba el gato negro aquel de los locos del ocultismo, pero bueno aún así era complejo.
     
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    Nekita

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    No le prestó mucha más atención al chico en cuestión, limitándose a asentir ante sus palabras, él solo debía mantenerse fuera de área de choque de las personas manteniendo atención por donde caminaba, como prácticamente estaba haciendo en ese momento cuando subió las escaleras hacia la primera planta de aquella academia.

    Recorrió el pasillo por la mirada en busca de ese rostro familiar y al no encontrarlo bufó en frustración, luego continuó con los primeros salones que encontró deslizando la puerta tan solo un poco para ver si reconocía algo hasta que, en la tercera puerta que abrió reconoció a alguien, no era quien buscaba en definitiva pero tan siquiera, era un rostro que tenía nombre y por lo visto una situación algo extraña por las cosas que vio en el suelo.

    Ya luego buscaría que hacer con ese tema que le hacía ruido.

    Se adentró al salón de arte y cerró la puerta tras él por si acaso lo que sucedía tenía que mantenerse privado.

    —¿Todo bien?

    Excusa bien extraña pero no podía evitar que Aaron no conociera a otro gato (?
     
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    Zireael

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    Había logrado que el pequeño gato comiera unos cuantos bocados de las yemas de sus dedos y lo mismo con algo de agua, antes de que volviera hacerse una bolita dentro de la caja. Permaneció acuclillada a su lado lo que le pareció una eternidad y cuando escuchó la puerta abrirse giró el cuerpo en un movimiento brusco, alcanzando a ocultar la caja detrás de sí.

    Tenía los músculos tensos, el ceño fruncido y ella misma parecía un felino dispuesto a saltarle en el cuello a quien fuera que hiciera por dónde dañar al pequeño animal o siquiera a pretender acercarse a ver qué era lo que ocultaba, pero sus facciones perdieron fuerza al notar que era Aaron quien había entrado y había usado la cabeza lo suficiente para poder cerrar la puerta tras de sí.

    Dios, de toda la gente agradecía que fuese él y no otro el que había aparecido allí.

    ¿Todo bien?

    Soltó el aire contenido de golpe antes de levantarse, de forma que la caja fue visible detrás de sus piernas. La tomó con cuidado de molestar al animal y la colocó sobre una de las mesas.

    —Sí sí. —Le echó un vistazo al gato, que siguió durmiendo entre la bufanda—. Ven a ver esto, Aaron.
     
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    Nekita

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    Por un instante creyó que había interrumpido algo más serio de lo que había pensado, manteniéndose en su lugar sin dar algún inicio de que fuera avanzar cuando notó aquella expresión en el rostro de Katrina, considerando incluso si era mucho mejor solo dar media vuelta y preguntar después.

    Pero por suerte, no pareció ser necesario, relajándose un poco cuando vio aquel gesto cambiar, porque en definitiva no quería iniciar el lunes con alguna clase de discusión, tenía suficiente con ese chico descuidado.

    Ladeó su cabeza con curiosidad al ver aquella caja y cuando se lo pidió se acercó a la caja en cuestión, llevándose realmente una gran sorpresa que lo hizo sonreír un poco, ni siquiera quería acercar su mano para tocar al gato en cuestión para no molestarlo.

    —Con razón estabas tan tensa...—comentó con voz tranquila, también temiendo despertar al pequeño —, se ve pequeño...¿te lo encontraste por allí?
     
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