Sinceramente no era que comprendiese las implicaciones de heredar un imperio como varios de mis queridos compañeros de clase, en lo absoluto. Brennan a regañadientes me había cedido Bunkyō, pues eso acabaría asociándome directamente con las sombras que él quería abandonar, pero era más un trato, un intercambio. En nada se parecía a heredar algo por línea sanguínea desde una figura paterna o materna, grandes monstruos como las mafias extranjeras tenían el poder de absorber a las personas sin pedir permiso. No envidiaba a personas como Diekmann, que aceptaban la sucesión Ni Dunn, que la rechazaba con violencia. —Se encuentra de todo, sí —convine. Después atendí a su respuesta con cuidado mientras comía algo más, a medio camino de un bocado se me ocurrió que el arte siempre era problemático tarde o temprano. No dije nada, más allá de eso pensé que la chiquilla seguro tenía memoria fotográfica lo que era casi un privilegio para un artista y también que la muchacha tenía acceso a joyas de las buenas. No vi qué contestarle, la verdad, así que guardé silencio y no cuestioné las libertades que seguramente se estaba tomando para hablar conmigo ahora. —Jugar videojuegos —respondí sin problema a su siguiente pregunta, pues porque seguíamos teniendo una charla de gente normal—, aunque eso se desprende del arte, más o menos. Al menos yo considero los videojuegos una mezcla de formas de arte. ¿Y a ti?
Seriamente, me lo estaba tomando muy en serio esto de hablar con Rowan como si fuéramos personas normales. Era lo más normal de la vida, no creía que estar con otros de los apestados fuera así como lo estaba haciendo ahora. Volví al asiento frente al lienzo para terminar de acomodar el anillo y el collar, fruncí un poco el ceño al darle el último retoque, apenas y escuché lo que dijo. En algún momento había detido la canción de uno de los auriculares, así que la volví a encender, pero aún mantenía solo uno puesto. Lo que me dijo después de haber respondido la pregunta que le hice asistí en poco a todo lo que dijo, no dije nada hasta algunos segundos. —Me gusta practicar la esgrima con unas de mis amigas en nuestro tiempo libre —no lo miré ni nada—. Pero normalmente lo hacía por practicar con mi hermano —sonreí—. Aunque lo que más ocupada mis tardes es el ajedrez. Simplemente, porque la reina de tablero hacía mucha referencia de mi puesto en el mundo, más inseguro del planeta. —¿Lo has jugado alguna vez? Si deseas algún día de estos, podemos jugar. Deje la pregunta mientras dejaba el lápiz aun lado y miraba el lienzo ya acabado, en eso saque la lámina y sonreí antes de girarme a Rowan. No sin antes ya haberle puesto mi firma al final. —Puedes quedartelo —murmure—. Siempre que dibujo les doy a la personas de mi alredor lo que hago, es una costumbre que tengo. Contenido oculto Eda preguntandole la misma pregunta que le hizo Jean a el y a Tora jajaja. Holiss perdoname la demora, no tenía Internet hasta ayer. Pero hoy es el último día, asi si no alcanzo o algo fue un gustazo.
La charla se dejaba llevar, no era mortalmente interesante, pero era mejor que ponernos aquí a medir la peste de nuestros trapos sucios. Era una conversación simple entre compañeros de escuela, algo de lo que nunca me privaba, y pensé que a su manera era una forma de conocer a esta chica y podría replicar el escenario con algunos otros personajes si fuese necesario, aunque no me quitaba el sueño. A diferencia de mucha de esta gente mi mayor problema era mantener a un grupo de gente bastante reducido y administrar un bar, ni más ni menos si no mencionábamos el embrollo con Shimizu y Sasha. —Esgrima y ajedrez —rescaté luego de comer el último bocado—. La agilidad de los soldados y la estrategia de los generales, curiosa combinación. Me permití una risa baja que no cargó ninguna intención extraña y negué con la cabeza a su pregunta. Nunca me habían interesado mucho los juegos de estrategia, la verdad fuese dicha, de hecho hasta los acertijos en los videojuegos solía hacerlos de cualquier forma hasta que por puro azar encontraba la solución. —Puedes enseñarme lo básico algún día si quieres, aunque no prometo ser un buen alumno. El comentario me resultó algo ambiguo luego de haberlo dicho, pero en realidad no lo había dicho con ningún motivo oculto ni nada, simplemente me salió así. Como fuese, asumí que el receso ya casi terminaba cuando vi a Diekmann sacar la lámina por lo que cerré el bento. Esa fracción de tiempo le permitió a ella girarse y cuando quise darme cuenta me estaba entregando el dibujo, así como si nada. —¿De verdad? Gracias —dije con una pizca de emoción. Era un dibujo y carecía de una referencia fotográfica o en vivo, ¿pero era descabellado pretender replicar una joya a partir de esto? Tal vez pudiera averiguarlo, algo de trabajo para no perder las técnicas nunca caía mal. Con la idea en la cabeza, sujeté el dibujo con cuidado, me bajé del banco y lo moví a un costado de la sala, de donde lo había tomado, para finalmente volverme hacia la chica. —¿Subimos juntos? Contenido oculto y por acá iría cerrando uvu gracias por la interacción <3 si Eda le dijera que sí, pues asumes que subieron juntos a clase
Estaba agobiada. Creí que, al despertar esta mañana, el nuevo remolino de mis pensamientos se habría detenido. Lo percibía apenas más ligero que el día de ayer, cuando surgió con fuerza luego de que Cayden tuviera que explicar el motivo de lo que me dijo en el invernadero, al final del receso… E-eso d-d-d-de p-p-preparar… a-algo para Hu… Hu… Hubert... Recordaba que en ese instante, mientras la mente se me quedaba en blanco, mi rostro enrojeció por completo. Mi corazón nervioso tropezó entre sentimientos encontrados, así como trastabillaron las palabras con las que intenté conjugar un agradecimiento, ¿creo? Me apenaba mucho la posibilidad de haber incomodado a Cay con mi espectáculo bochornoso, siendo que poco atrás ya me tuvo que ver reaccionando con cierta intensidad al halago de Ilana sobre mi voz. A… A-Al menos… Al menos pudimos salir del paso cuando nos intercambiamos contactos y luego le extendí mi móvil… Para pedirle que me sacase una fotografía. A mi madre le hizo muy feliz verme en la imagen, cuando se la enseñé en casa. Aparecía sonrojada, haciendo un torpe esfuerzo por sonreír y lucía la flor que Ilana me había dejado entre el cabello y la oreja. Pero esta foto representaba algo más: que había avanzado con mi timidez, ya que no era de sacarme fotos y mucho menos pedirlas. Además, por sobre todas las cosas... mostraba cuán bien acompañada me encontraba hoy día, en la escuela. Era un testimonio de que su pequeña niña ya no estaba sola fuera de las paredes de casa. Crecía con valentía. Su alegría me ayudó a serenarme un poco, porque continuaba irradiando durante el desayuno y después en el viaje en coche, tras el cual me dejó frente a las puertas del Sakura. Fue en los casilleros, no obstante, donde recobré parte de mi ansiedad habitual, una con la que debía ser paciente por un tiempo más. Todo se acentuó en el pasillo c-cuando… C-c-cuando… V-vi el cartel con dibujitos de chocolates… White Valentine’s Week S-S-Sonaba a mezcla de San Valentín y Día Blanco… Me bastó volver a ser consciente de la idea de darle chocolates a Hubert en un contexto así para que la vergüenza me bañara de los pies a la cabeza. Y-y-y-ya me daba un poco de cosa si pensaba en darles algo a Rowan, Cay y Jez, porque no dejaba de ser tímida a pesar de todo. ¡P-p-p-pero, pero…! ¿Hubert? B-bueno, también le había dicho que éramos amigos, ¿verdad? N-no tendría que ser tan d-difícil si lo veía desde ese lente… P-pero y… Y… ¿Y si lo malinterpretaba? O peor, ¿s-s-si se daba cuenta de lo que me pasaba en su cercanía? Creí que mis mejillas iban a echar humo de lo ardientes que se pusieron frente al cartel. Correteé por las escaleras, sin chocar a nadie de puro milagro. La mezcla de nervios, vergüenza y ansiedad me llevó casi en automático a la Sala de arte, lugar que había adoptado inconscientemente como un refugio. Mi mezcla de emociones me impidió advertir que había olvidado cerrar la puerta, porque estuve más concentrada en alcanzar la ventana más alejada de la entrada. Pasé entre sillas y caballetes, junto a la mesa del centro, y la abrí de par en par. Dejé caer el maletín escolar junto a mis pies, para así ventilar mi rostro con ambas manos, frente a unos bustos de rostro estoico que se me quedaron viendo desde lo alto de un mueble cercano. Suspiré al cabo de un minuto o dos, ¿tal vez?, al comprobar que ya no estaba ruborizada. Me apenaba y frustraba enormemente... ponerme así por sólo pensar en Hubert. Era patético y vergonzoso. ¿Con ésta cara lo miraría, si es que me animaba a volver a acercarme a él? No quería arruinar esto. Habíamos tenido charlas amenas, deseaba repetirlas, que fuesen como siempre. Quería que él me mirara, con esos ojos de infinito negro, y presenciar su sonrisa serena sin sentir que mi corazón saldría corriendo como una liebre. ¿Po… Podría resistirlo? ¿Lograría sostener un encuentro decente, sin dar pena ajena? Un segundo suspiro, más profundo, se perdió en las afueras. Saqué el móvil de mi bolsillo y lo desbloqueé. Bajo estas nubes grises que anticipaban una tormenta, la pantalla parecía brillar más de la cuenta. Así, cuando abrí otra vez la foto que Cayden me sacó, los primeros colores que relucieron en el día nublado... fueron el rosado y el celeste, incluso mi gris. Me miré a mí misma; repasando mis facciones, mi cabello; los contornos de mis mejillas, el cuello y los hombros. ¿Qué pensaba Hubert cuando me miraba? ¿Qué vería al recibir los chocolates (si es que me animaba)? Mis rasgos eran suaves y redondeados; me veía algo aniñada para mi edad, ¿tal vez? Mis ojos, por su brillo y color dispar, destacaban junto con la flor de Ilana. Por suerte, nunca me había alcanzado el pensamiento de considerarme fea… p-porque no me había detenido a pensar mucho en el asunto de la apariencia física. D-de la belleza, ¿tal vez? Pero ahora… casi sin darme cuenta, adoptaba la costumbre de detenerme una pizca más de tiempo frente a los espejos de casa. A v-veces me sorprendía a m-mí misma fijándome en las demás c-chicas, preguntándome si me vería tan linda como ellas. Compararme estaba mal, eso lo tenía claro. Pero últimamente me era inevitable, desde que reconocía esto en mi pecho. ¿Y si…? ¿Y si resultaba ser su tipo? ¿Qué haría? El rubor regresó a mis mejillas. Cerré con fuerza los ojos y, aún de cara a la ventana abierta, oculté mi rostro tras el teléfono y mis manos, que aún lo sostenían. —¿En qué estoy pensando? —gimoteé. Contenido oculto Zireael No hay escapatoria de la Luna
El tabaco de Katrina me había dejado un sabor ahumado en la boca y una distante sensación de activación, como una diminuta descarga eléctrica. En tres años no había hablado casi nada con Katrina, siquiera guardaba el recuerdo increíblemente distante de haberla visto en el barrio alguna vez, hace años, con su cabello rubio largo y los ojos dispares. Había sido siempre preciosa y ahora era abrasiva. La melena roja y negra cortaba la visión, el humo la rodeaba y me ofrecía de él ante la frase de que la curiosidad no era un pecado en tanto la regulara. Me había dejado sola al acabarse lo que quedaba del cigarro y allí en la azotea me limité a respirar, sintiendo la brisa a mi alrededor y el calor del verano. Algo seguía desarticulado, flotando lejos, y al alzar mis manos para mirarlas me sentí extrañamente desconectada. No me gustaba, no apuntaba a nada bueno, creía... Había pensado que ya habíamos pasado esto, pero todo se revolvía. Quizás seguía demasiado sensible por la forma en que Laila se había recluido, por el vacío de Altan y el miedo que sentí por él y por la intensidad con la que Adara se empeñaba en verse como una molestia en las vidas ajenas. Quizás simplemente debía ocurrir de nuevo. Por la noche había vuelto a pensar de más en mis padres, en su fallecimiento y su falta, y eso me regresó la sensación de desligue del mediodía. Batallé un poco y sólo reconecté cuando Isaac apareció en mi habitación, diciendo que quería dormir conmigo, así que le hice espacio al rincón de la cama, junto a la pared, y me dediqué a narrarle un cuento de memoria hasta que se quedó dormido. Por la mañana lo pasé a la habitación que compartía con su hermana, porque no se despertaba hasta más tarde, y me preparé para la escuela. Las nubes que cargaban el cielo sobre la academia ni siquiera servían para bajar el calor, que parecía peor por la humedad, y entré a la academia con pasos algo pesados. Parecía que se acercaba una tormenta y la lluvia tampoco ayudaba a mi humor, hasta me estaba irritando con anticipación. Me cambié los zapatos, crucé el pasillo y subí a la siguiente planta. Tomé un desvío para ir a la enfermería, me llevaría una ibuprofeno por si me empezaba a doler la cabeza a mitad de la clase porque lo veía posible, pero mi intención se interrumpió cuando el negro y rojo cortaron el espacio de nuevo. Katrina estaba apostada en la pared frente a la puerta de la sala de arte, su sala de arte, y miraba el interior como un vigía sin acercarse a la puerta abierta como tal. —¿Conoces a mi doppelgänger, Usagi-chan? —preguntó cuando me quedé apenas a unos pasos de ella. —¿Doppel...? Ah, te refieres a Bea seguro, por los ojos. —Katrina asintió—. ¿Qué pasa con Bea? —Subió a las prisas y vino a zambullirse aquí —contestó señalando la sala con un movimiento de cabeza. —¿Y por qué no entraste a ver qué le ocurría? —solté y me salió más como un reclamo de lo que me habría gustado, lo suficiente para hacerla reír. —La debe poner nerviosa todo el mundo, pero estoy segura de que yo incluso más. Tú no debes ponerla así de ansiosa, ¿estoy en lo cierto, linda? —tanteó y su voz adquirió cierto aire sedoso—. Anda, ayuda a la pequeña luna. La chica despegó la espalda de la pared entonces y pasó junto a mí antes de caminar para seguir subiendo por las escaleras, no hice más que seguirla con la vista y entonces suspiré. Avancé a la puerta de la sala, asomé el rostro y noté a Beatriz en la ventana más alejada, que estaba abierta a todo lo que daba. Al verla creí poder notar que tenía el móvil y las manos en el rostro, por lo que toqué el marco de la puerta con los nudillos para anunciar mi presencia y al entrar, en un impulso algo extraño, cerré la puerta tras de mí. —Buenos días, cariño —dije cuando iba a medio camino, dejé el maletín sobre uno de los bancos y caminé hasta la ventana, donde me acomodé junto a ella dedicándole una sonrisa suave—. ¿Te sientes bien? ¿Pasa algo?
¿C-cómo podía ser capaz d-de… de pensar… en la sola posibilidad d-de… atraerle? Llegué a temer que la pantalla del móvil se empañara por el calor que manaba de mi rostro, el cual era más intenso que aquel que me asaltó frente al cartel de la White Week, ¿tal vez? Casi podía sentir que los bustos a mi costado me juzgaban con sus ojos que se asemejaban a piedras, mientras me veían gimotear palabras en español a un volumen muy bajo, casi inaudible, con las que me reprochaba esta dimensión desconocida de mis pensamientos. ¿Estaba dando mi primer paso voluntario hacia la dulce tormenta? ¿Eso significaba? Mi interrogante sobre ser su tipo de chica; no se limitaba a la belleza física. Iba mucho más allá, hacia aspectos que tenían que ver con el alma, la actitud y las costumbres. Estas eran, tal vez, las cualidades que más alimentaban el torbellino que causaba un estruendo aquí, en cada rincón de mí. No eran sólo el oscuro del cabello de Hubert. Ni sus ojos que engullían mis pensamientos más claros; como agujeros negros que me despojaban hasta sólo dejarme confundida y admirada. No. Era su corazón. Lo que de él provenía. En cada mirada. En el sonido de sus palabras. En las sonrisas que me mostraba, siempre cálidas y honestas. Siempre lindas. Me hacía sentir como un girasol. Que giraba, giraba y giraba. Anhelando un sol que abrasaba mis pétalos. ¿Existen flores que miran siempre a la luna? —¿Por qué…? ¿Por qué me pasa esto…? —susurré, en español—. No quiero que sea diferente… No quiero... El largo suspiro que quiso huir de mis pulmones quedó atorado cuando sentí los toques sordos a mi espalda. El respingo me sacudió los hombros, mientras descendía el móvil para dejar al descubierto mi rostro sonrojado, producto de la pequeña tensión que se apoderó de mis músculos. Me giré con una expresión ligeramente temerosa en el rostro, que mutó en una mezcla de sorpresa y alivio apenas reconocí el ámbar acompañando el cabello de nieve. —J-Jez… —musité mientras la veía llegar— B-b-buenos días… ¿Me habría visto? Escuchó algo de lo que dije, ¿tal vez? A-aunque mis palabras fueron pronunciadas en español, pensarlo me daba una terrible vergüenza; elegí creer que no había ocurrido, de lo contrario se incrementaría el rubor que lentamente se apagaba en mis mejillas. Reprimí el impulso de soltar un suspiro de frustración, pues no había forma alguna de impedir que se notara que algo me estaba ocurriendo. De hecho, su pregunta puso en evidencia este hecho inevitable. Suerte tenía de no haber notado el sonido de la puerta cerrándose. No respondí enseguida, sino que intenté devolverle su sonrisa, la cual había relajado parte de la tensión de mi cuerpo. Mis labios danzaron en un un gesto que no supe definir, si fue mi propia sonrisa o un intento fallido. Cual fuese el caso, agaché la cabeza, apenada. Al hacerlo, noté que seguía con el móvil sobre mi pecho; la pantalla brillaba, reflejando en la tela de mi uniforme unos espectros de colores. Rosa, celeste y el verde del invernadero. Lo oprimí aún más contra mi pecho. —S-sólo estoy pensando de más… —mi respuesta era un rodeo al centro de mi dilema, pero quise pensar que no le estaba fallando a la honestidad; era mala para mentir y, sobre todo, no deseaba hacer algo así ahora que tenía amigos en los que confiar— P-perdona si te proecupé, no quise… S-sólo estoy nerviosa por… Una pausa, otro rubor. —V-Vi el cartel en el tablón de anuncios… El de la White Valentine’s Week —lo dije en voz baja, como si fuese, cosa irónica, un secreto; pasaba por mi torpeza y mis nervios—. E-E-estaba pensando… Si quizá participaba… P-p-Pero me abrumé… con mis inseguridades, ¿tal vez? El centro era Hubert, pero aquí tampoco estaba faltando a la verdad. Se trataba de una evento social, ¿tal vez? E iba a ser la primera vez que me involucraba en algo así. Sería una suerte de redención para mí, luego de mi desastre en el patio norte, la vez que intenté ser espectadora del evento de baile.
Creí escucharla murmurar algo para sí misma, pero incluso de haber podido oírla con nitidez no habría podido entenderla porque parecía haber sido en otro idioma y mis recursos se limitaban al neerlandés, el japonés y inglés que pillaba por ahí, de la familia de Altan en su mayoría. Igual imaginé que lo mejor para ella era que no hubiese entendido nada, seguro acababa hecha una bola de vergüenza, así que simplemente procedí como se me había ocurrido. A la pobre el rostro se le cargó de una mezcla de temor, sorpresa y finalmente alivio, supuse que al reconocerme. Estiré un poco la sonrisa al escucharla llamara mi nombre y le regresé el buenos días con un movimiento de cabeza que quiso replicar de forma muy distante una reverencia japonesa. Una vez estuve junto a ella dejé mi maletín apoyado en el suelo. No respondió a mi pregunta de inmediato, en su lugar hizo el amago de devolverme la sonrisa, pero debía seguir angustiada porque no fue un intento muy sólido. La vi apretar el teléfono contra su pecho y aunque no pensé hacerlo, ahora descarté por completo preguntarle si estaba mirando algo antes. En su lugar me limité a esperar hasta que me respondió que estaba pensando de más y después me contó qué era lo que la tenía nerviosa. Ah, el anuncio. Me lo dijo casi como un secreto, por lo que agradecí haber cerrado la puerta detrás de mí al entrar, pero también puse algunas neuronas a maquinar. ¿Querría darle chocolates a sus nuevos amigos? ¿El muchacho pelirrojo, tal vez, el extrovertido de la sonrisa bonita? Era posible, tal vez también a Cay en vistas de cómo él la había tratado el otro día. Apoyé parte del peso del cuerpo en la ventana, mirando hacia el exterior, y luego regresé la vista a ella. Volví a sonreírle sin demasiado problema y supuse que podía permitirme algunas asunciones. —¿Sería apropiado imaginar que es tu primera vez participando en algo así, cielo? —tanteé con suavidad, sin ánimo de ofenderla—. ¿Quieres preparar algo para alguien? ¿Tus nuevos amigos, tal vez?
Pensaba, no sin pena, que mi angustia a lo mejor podía apreciarse como algo sobredimensionado si, supuestamente, nacía de algo tan simple como un evento escolar que, para empezar, no era una actividad oficial de la academia. El cartel no tenía sello ni membrete institucional, los dibujos eran desenfadados y las palabras, si bien invitaban a tener un gesto lindo con los demás, me supieron muy ocurrentes (p-por l-lo de “ligues” y “amantes”, m-me refiero). Pero, de momento, prefería dejar el foco en la White Week y quizá sonar exagerada, antes que sincerarme sobre algo a lo que todavía me costaba darle forma y sentido. De todos modos, las inseguridades que referí a Jez eran tan reales como la tormenta en mi corazón. Se trataba, en definitiva, de algo típico en una chica como yo, que vivía enfrentando sus miedos para salir adelante. Sabía que ella sería comprensiva, porque me conocía mejor. A cada vez, me abría un poco más. Con el móvil aún en mi pecho, la observé apoyando parte de su peso en la ventana y, mientras deslizaba sus ojos ámbar al exterior, repasé tímidamente su perfil. El día que almorzamos en la piscina y me sinceré con ella, le había dicho que tenía una forma preciosa de ser. Ahora, sin querer, estaba reparando en lo preciosa que era por fuera; con su blancura, sus ojos de sol, su cabello níveo. Por estos inoportunos pensamientos fue que me ruboricé contra mi voluntad, al recibir nuevamente sus ojos y su sonrisa. Sus preguntas fueron, en sí mismas, una respuesta acertada. No se me pasó por alto que quisiera asegurarse si “era apropiado imaginar” mi situación. Fue un intento claro por no ofenderme o no trastocar algo que quizá me sensibilizara, y no pude menos que volver a pensar en cuán amable y considerada era esta chica. Mi amiga. Respondí con un asentimiento quedo, siendo yo quien ahora miraba hacia las nubes grises. Pensé un momento, en cómo responderle. —Es verdad, Jez… Es la primera vez que me involucro… e-en algo a-así… —respondí, siguiendo el desplazamiento lento de una nube solitaria y perdida— Y-yo… b-bueno… Siempre me costó socializar así que… nunca tuve amigos… a los que regalarles algo. Muy a mi pesar, el denso peso de aquellos recuerdos me hizo bajar la cabeza. Despegué el móvil de mi pecho, lentamente, y volví a mirar mi foto, que quedó también a la vista de Jez. Aparecía allí, sonriendo como podía. Mi vista se detuvo sobre todo en la margarita que se extendía, grácil, junto a mis ojos. Entonces tuve un pensamiento, infinitamente amable. Una luna que florecía. —Y ahora… Tengo personas que me sonríen y que hasta me hacen sonreír a mí —continué, mirando a Jez; sin darme cuenta de que, justamente, mis labios se estaban estirando en ese preciso momento— Deseo darles algo hecho con mis propias manos. Que sepan cuánto los valoro. Pero… El móvil regresó a mi rostro, cubriéndome los labios y parte de la nariz. Jez me vio cerrar los ojos con vergüenza, mientras las mejillas se me encendían. — Y-y-y-yo… S-soy malísima en la cocina… U-una vez quemé arroz… y… ¿Cómo espero que me salgan b-b-bien uno... chocolates? ¡S-suena muy difícil! P-pero no d-deseo darles algo com… comprado, no. Yo... Yo... Q-quiero mucho a Rowan, m-muchísimo. Y me encanta estar contigo y con Cay… T-temo no estar a la altura de lo que les quiero dar, ¿tal vez? Y a Hubert… Cuanto más hablaba, más se me atropellaban las palabras y más se me filtraban las emociones. Sólo me bastó mencionar al chico de segundo para que el pequeño escándolo tuviese un corte abrupto. Enrojecí aún más. —P-perdón... —suspiré, apenada, escondiéndome detrás del móvil hasta donde era posible— M-me puse nerviosa... de nuevo...
Bea respondió a mi pregunta con un asentimiento, pero no tardo mucho en hablar y la escuché con la debida atención. Si esta era la primera vez que tenía amigos a los que regalarles algo en un evento así pensé que tenía más peso, que era natural que sen sintiera tan nerviosa, pero también pensé en lo sola que debía sentirse en el White Day corriente, el de marzo, y en cualquier otro evento similar. No lo verbalicé, pero su reacción me hizo ver que ella misma pensaba en eso y estiré la mano con cuidado para envolverla por la espalda, en un abrazo breve. Al retroceder le dediqué una caricia en también y contuve el impulso de besarle la mejilla porque temí abrumarla con tantas muestras físicas de afecto juntas. A parte de eso, la vi separar el móvil de ella y así la imagen quedó a mi vista también. Era una foto suya, lucía avergonzada como era normal, pero a la altura de su rostro reposaba una flor de tono rosáceo. Parecía una margarita en cuanto a tamaño y forma, pero no tardé en identificarla, a Anne le gustaban. —La flor se llama Cosmos —murmuré estirando la mano para hacerle un poquito de zoom a la foto—. Te ves muy bonita, cariño. Solté el halago sin pararme a pensar en lo que podía generarle, pero tampoco era mentira, todo lo contrario era profundamente honesto. Si bien Beatriz y Katrina compartían características físicas, la menor carecía de la personalidad abrasiva de la mayor. Era tímida, retraída y nerviosa, pero también amorosa y creía que todos sus amigos recientes podían notarlo. Saltaba a la vista si uno le brindaba compañía y era paciente. Lo que dijo sobre sus amigos me hizo sonreír también, recordé al pelirrojo sonreírle con todo el ánimo del mundo y el cuidado con que Cay le recordaba que antepusiera su bienestar ante todas las cosas. Yo misma estaba incluida en la lista y saberlo me hizo sentir una calidez agradable en el pecho; lo que no me esperé fue la mención a Hubert y... el nerviosismo que le siguió. ¿Por qué era tan claro cuando le pasaba a otros? ¿Por qué cuando fue Altan elegí no darme cuenta? —No puedo hablar por Rowan, pero creo que sí por Cay y por mí —comencé luego de haber dejado de mirar su foto—. No tienes que hacernos chocolates perfectos ni usar ingredientes caros ni nada por el estilo, puede que incluso si los compraras... Ambos nos alegraríamos mucho por saber que pensaste en nosotros y que elegiste mostrarnos tu cariño. Yo tampoco soy buena con la cocina, se me queman las cosas y soy mala con las medidas... pero quiero preparar chocolates para mis amigos también. ¿Tal vez puedas pedirle ayuda a alguien? ¿Algún familiar? Lo mío fue una sugerencia, nada más. De todas formas, tampoco fue que eligiera obviar la mención al muchacho de segundo. —Hubert es formal y amable, pero tiene gestos dulces con otras personas. Intuyo que recibir algo de ti lo pondría contento —arriesgué en un murmuro tranquilo—. ¿Quieres prepararle algo específico?
Reconocer en voz alta lo sola que había estado en el pasado… no me resultaba nada fácil. Traía memorias dolorosamente numerosas, cada una rebosante de desamparo. Pero creía, con mucha esperanza en cada fibra del alma, que todo eso se estaba terminando. Que había llegado al final. No quitaba, sin embargo, que ese pasado seguía siendo relativamente reciente y que aún cargaba conmigo todas las heridas que me había implicado, las cuales persistían en mi alma tan sensible, como rasgaduras en una piel sumamente delicada que tardaría en sanar. Pero que sanaba, sin importar el tiempo. El abrazo de Jez esfumó la nube negra que entristecía mis ojos. Me hice algo más pequeña bajo su brazo, por un estremecimiento muy ligero. Pero más allá de esto, mi cuerpo se relajó ante la mano que me estrechaba y que luego me dejó una caricia amable, una caricia que acercó los bordes de algunas heridas que llevaba en la piel frágil del alma, destinándolas a cerrarse más pronto. Pensé que el tiempo sanaría las cosas, pero que también lo harían muestras de afecto como éstas. Tanto las que recibía como las que podría darles por mi cuenta, si no estuviera atascada tras barreras de vergüenza. Sintiéndome contenida, me animé a dejar a la vista mi fotografía. Me vi a mí misma otra vez. A una chica torpe, tímida y dubitativa. Que, a diferencia del pasado, trataba de sonreír. Que se había animado a pararse frente a una cámara, que ya no se escondía. Vi las flores al fondo de la imagen y, por primera vez, me pareció que yo también tenía pétalos, como la margarita que relucía junto a mis ojos. Miré a Jez cuando dijo que se trataba de una flor llamada Cosmos. Quizá me mostré confundida, puesto que la estaba asociando con una margarita de color peculiar, y fue en este mismo instante donde la chica estiró la mano para hacerle zoom a la imagen. Mi figura se extendió un poco más por la pantalla. Mi ojos se tornaron más brillantes, se vieron mejor mis pestañas; algunos detalles de la flor que lucieron más nítidos. De la misma forma, fue mucho más evidente el rubor que me había invadido frente la toma de Cay. La torpeza con la que sonreía me quiso dar vergüenza, pero mucho más pronunciado fue el sentimiento c-cuando… C-cuando Jez dijo… Te ves muy bonita, cariño. Volví a mirarla, sorprendida por lo que acaba de expresar. Separé los labios levemente, pareció que iba a darle una respuesta inusualmente rápida. Lo único que brotó de mi garganta fue el silencio más absoluto, y de la misma manera brotó un sonrojo que no dejó libre un sólo centímetro de mi semblante. Me dio calor en el rostro, en la punta de los dedos y también dentro de mi pecho, en torno a mi corazón sensible que ahora volcaba y se removía. ¿Bonita? ¿Yo? ¿Muy? Aparté el rostro, sumamente avergonzada por el halago. Me quedé mirando al suelo, tímida, dubitativa y pensativa. Las yemas de mis índices se encontraron sobre el teléfono y, sin darme cuenta, comencé a frotarlas delicadamente. Me había retraído por el cumplido, me hallaba presa del bochorno pero… Eeeh… No me vi tan nerviosa, ¿tal vez? Sólo lo estaba procesando. Quise decirle lo que había pensado antes, que ella era preciosa, pero muy seguramente se me habría atascado mucho peor. En su lugar, respondí con un “Gracias” muy bajito. Hablé entonces de ellos, de mis amistades, entre las cuales Jez estaba claramente considerada. No se trató de un desvío de tema en realidad, pues me pronuncié con la misma honestidad, porque me sentía realmente agradecida con ellos y veía en la White Week una buena oportunidad para que mi gratitud y mi cariño los alcanzara con la fuerza que merecían. P-pero f-fue entonces q-que recordé mi nula habilidad en lo culinario y mi motivación trastabilló considerablemente. Y por si no fuese suficiente, el nombre de Hubert escapó de entre mis labios. No dejaba de pensar en la sonrisa que alcanzaría los suyos. Si es que me animaba a enfrentarle. ¿Pensaría lo mismo que Jez al mirarme? ¿Le gustarían las Cosmos? Jez habló tanto por ella como por Cay, respecto a mi intención e inseguridad sobre el regalo que quería hacerles. La escuché con atención, y saber que tenía dificultades con la cocina tal vez me hizo sentir menos mal conmigo, pero también lo lamentaba por ella. Jez quería prepararle chocolates a las personas que apreciaba, y yo deseaba de todo corazón que lo lograra. Cuando preguntó si le podía pedir ayuda a alguien, no estuve segura de tener una respuesta clara. —Mi familia… —dije, pensativa—. Si lo intentamos entre todos… hay menos chances de que algo salga mal, ¿tal vez? Hasta… Hasta p-podría ser divertido aprender juntos, ¿creo…? Pensarlo de ese modo me tranquilizó un poco. Miré a Jez un momento, antes de seguir hablando. —Ro-senpai… Q-quiero decir, Rowan; pensaría igual que Cay y tu, e-estoy segura —hice una pausa—. Comprendo lo que quieres decir… Yo sentiría la misma alegría, i-independientemente de si recibiera chocolates comprados o hechos… Porque se trata de ustedes. Sonreí. Con una dulzura que no advertí. —Aun así… —di un paso hacia Jez, llevándome las manos al pecho con móvil y todo; la miré a los ojos— Quiero intentarlo, quiero darles algo especial… C-con un toque… Eeeh… ¿Toque Luna? —me ruboricé por la torpe ocurrencia y le regresé espacio, al percatarme que estaba más cerca de lo que había calculado—. Y deseo de todo corazón que los tuyos te salgan lindos y deliciosos. Mi rubor estuvo lejos de descender, pues Jez había retomado la mención accidental de Hubert. Mis mejillas continuaron encendiéndose cuando dijo que era formal y amable, pero que tenía gestos dulces con los demás. Asentí sin darme cuenta, secundando cada calificativo, pero mi respiración se entrecortó un poco cuando dijo que algo mío lo pondría contento. Estaba siendo tan obvia que me moriría de la vergüenza aquí mismo; quizá debía agradecer a los nervios, que me hacían inconsciente de la señales que estaba arrojando. Encima, cuando Jez preguntó si quería prepararle algo en especial… respondí casi sin titubear: —Bombones de chocolate amargo con relleno de café —dije, y luego parpadeé; me empecé a acariciar un antebrazo, estremecida, sin atreverme a mirarla directamente— Eeeh… C-Cay m-m-me d-dijo que algo así le g-gustaría… P-porque s-s-son amigos y lo conoce bien, ¿t-tal vez? ¡A…! ¡A él le gustan con caramelo…! A Cay, digo... Y… Eeeh… Me permití una pausa para cerrar los ojos y respirar despacio. Pausar la cabeza y respirar despacio. La segunda parte por lo menos me salió bien, ¿creo? Resistí el impulso de abanicarme el rostro, guardando la esperanza que de que entrara por la ventana una brisa que jamás llegó. ¿El calor que sentía se debía a este día pesado… o a Hubert? Era una pregunta necia. Volví a respirar. El esfuerzo por ordenar mis pensamientos me hizo fruncir el ceño. El cuadro me hizo ver más tierna que seria, lo que seguramente me habría dado más vergüenza. —¿Y a tí, Jez…? —pregunté— ¿Qué es lo que más te gustaría recibir? ¿Con qué podría... darte una pequeña alegría?
Tal vez los eventos fueran diferentes, pero creía que podía entender a Bea, a lo que había vivido hasta hace muy pocos meses. Al llegar a Japón había sido excluida y molestada, no tenía amigos y cuando creía que sí, se aprovechaban tarde o temprano de mi actitud amable. Había sido así hasta que Altan apareció y me defendió, hasta que decidió permanecer a mi lado como un guardián y un amigo. Era un punto de inflexión y por ello, aunque dudara por la confesión reciente, sabía que también tenía que regalarle chocolates. Porque gracias a él había podido sanar un dolor que nunca dejé ver en realidad. Bea se había estremecido por el abrazo, pero intuí que no fue por incomodidad y quise decirle que algún día esas heridas no dolerían más, que se volverían cicatrices y estaría bien, pero guardé silencio. Creí que lo sabía, que ver los nuevos amigos que había hecho le permitía saber algo como eso, y también que mi presencia a su lado seguiría allí en tanto me necesitara. Mi halago la hizo mirarme sorprendida, por lo que no hice más que sonreírle y me pregunté si así como yo esta muchacha dudaba al verse al espejo. Si se sentaba un día sí y al otro no a compararse con alguien más, por el motivo que fuese. Yo me sentía intimidada por mis compañeras de clase, pues las había más guapas y carismáticas que yo, me intimidaba también ver a personas con pasatiempos diversos y tantas otras cosas. Temía no estar a la altura de nada. Y no ser buena para otra cosa que no fuese cuidar a alguien. Si quiso decir algo, las palabras no le salieron más que por un "Gracias" bastante bajo y que le respondí con una sonrisa algo más amplia. El sonrojo que la asoló fue casi violento, mi reacción fue estirar la mano y correrle algo de cabello tras la oreja, con delicadeza, como si la flor estuviese de nuevo allí. Bea era preciosa a su propia manera, con sus ojos dispares, la intensidad de sus emociones y lo genuino de su afecto. Dejé el asunto correr para no infartarla y así nos enfrascamos en la conversación de los amigos, los chocolates y el dichoso Hubert. Asentí cuando dijo que hasta podría ser divertido preparar los chocolates con su familia y me sentí contenta de, al menos, haberle brindado una alternativa. Yo seguramente le pediría ayuda a Nani, así que seríamos dos en la misma misión. Lo de Rowan, por otro lado, me sacó una risa ligera. —Seguro que sí, cielo. Tú lo conoces mejor después de todo. La seguí escuchando después, lo del "Toque Luna" me estiró una sonrisa en el rostro y le di las gracias en voz baja ante sus buenos deseos. Ya de lleno en el tema Hubert, a la pobre criatura se le cortó la respiración y todo y supuse que, bueno, era su primera vez sintiendo semejante cosa. Yo no podía hablar mucho al respecto tampoco, estaba la atracción que había despertado Joey, el club de fotografía y mi regalo por su cumpleaños, pero luego... ¿Luego qué había pasado? Ni yo estaba muy segura ahora, ¿podía regalarle algo de nuevo? La duda me quedó rebotando, así que decidí enfocarme en la conversación y se me escapó una risa nasal al saber que Cay era su fuente de información. Era cierto que era cercano a Hubert, así que de hecho era el mejor para estas cosas, para hacerle de refuerzo a Bea en la misión de potencialmente regalarle algo. Recordé también el gesto del moreno con el almuerzo que le preparó a Cayden y la reacción que tuvo el susodicho frente a mis ojos; transparente como era. Había afecto en el almuerzo casero y afecto en la mirada de ámbar, tibia. —Vaya, qué chismoso salió... ¿Y si le pides ayuda? Él seguro preparará para sus amigos, quiero pensar que sabe más de cocina que nosotras —dije un poco al aire, enlazando las manos tras la espalda, y me permití una risa baja—. Café y caramelo, le gustan las dos cosas, a Cay quiero decir. Un día me compartió de una lata de café que tenía caramelo y me empalagué, ¡era demasiado dulce! Y él se la estaba tomando de lo más contento. Solté el resto de la tontería para intentar quitarle algo de peso a la conversación, para que ella se sintiera más tranquila o la cosa que fuera. Cuando preguntó por mí parpadeé, un poco fuera de base, y jugueteé con mis dedos todavía enlazados detrás de mí. El gesto fue algo nervioso, la verdad, y me di cuenta que no sabía bien qué responder porque no esperaba la pregunta para empezar. —Me gusta el chocolate blanco y el chocolate con leche —dije en un susurro al menos un minuto después, algo avergonzada por estar diciéndole qué podía regalarme—. Y los frutos rojos.
A lo largo de la intensa vergüenza que me asaltó por su cumplido… Jez se mostró calmada e, incluso, no dejó de sonreír mientras veía el rubor arrasando la piel de mi rostro. Su expresión siempre era honesta, así como las palabras con las que me había dicho, en resumen, que era bonita. No necesité ni un gramo de pensamiento para entender que, lo suyo, no se había tratado de cordialidad o de algo dicho pasar… Tener esta certeza profundizó aún más mi bochorno. No supe muy bien qué pensar, si sentirme emocionada o halagada. Todo… eran sensaciones nuevas. Lo normal… en una adolescente que había dejado de tener catorce hace poco, ¿tal vez? Sólo pude agradecer, esperando sonar igual de sincera. Imaginé que mi intención alcanzó a Jez, pues sonrió con más amplitud, luciendo preciosa. Yo cerré los ojos cuando me corrió algo de cabello detrás de la oreja, allí donde había estado la flor Cosmos que guardaba en casa. Algo de cosquillas me dejó la dulzura de este contacto en la zona, al punto de hacerme suavizar la expresión. Así, nuestra conversación continuó. Jez no dejó de sonreír antes las cosas que le decía y hasta se permitió reír un par de veces. Cada gesto me traía algo más de paz…. Por muy exagerado que pudiese llegar a sonar… Me hacía feliz… entender que podía traer esto a mis amigos. Hacerlos sonreír. Desatar pequeñas risas. Hilar con cariño nuestros lazos. Cuidarlos cuando se sentían mal. Llegó el punto en que, cuando Jez me preguntó si quería darle algo específico a Hubert, respondí con una precisión milimétrica, ¿tal vez? ¡F-f-F-fui increíblemente específica! De modo que, al sentir expuesto lo que guardaba en el pecho, de nuevo caí vencida en la pulseada contra mis nervios y, sin querer, terminé aludiendo a los mensajes que había intercambiado con Cayden anoche. Tuve que forzarme una pausa para ordenar lengua y pensamientos, todo igual de atropellado. Aunque cerré los ojos para respirar despacio, la voz de Jez me llegó con claridad y, en principio, quise asentir para hacerle saber que la escuchaba pese a mi estado. Pero dijo que Cay había salido chismoso y terminé haciendo un movimiento negativo de cabeza, p-p-porque en verdad la chismosa había sido yo, ¿tal vez? Sólo abrí los ojos cuando sugirió pedirle ayuda, lo cual me dejó nuevamente pensativa ya que, sorprendentemente, no había considerado la posibilidad. La vi entrelazar las manos en su espalda. En su opinión sobre los gustos de Cay, me contó una anécdota donde el chico le había invitado una lata de café con caramelo, tan dulce que la había empalago. Sonreí tímidamente, entre divertida y enternecida por el cuadro. Podía imaginarme la sonrisa de pura disfrute en Cay al disfrutar de esa bebida, con la cual yo tampoco habría podido porque, honestamente, le tenía un poco de idea al café. —Soy dulcera —dije—, pero suena a que yo tampoco… habría resistido esa bebida, ¿tal vez? Entonces le pregunté qué era lo que más le gustaba, manifestándole así un deseo puro e inocente: alegrarla. No sabía bien si los chocolates debían ser anticipados de esta forma, pero ya no había caso. Eso sí, no tardé en percibir que mi pregunta la había tomado desprevenida, y nos sobrevino un minuto de silencio, que se sintió largo. Me cohibí yo misma al darme cuenta que la había puesto nerviosa. Terminé avergonzándome de igual forma, acariciando mi antebrazo en un movimiento inseguro. Fue una timidez mutua. Ella me respondió que le gustaban tanto el chocolate con leche como el blanco, y añadió un detalle más: frutos rojos. Había agachado un poco la cabeza para este punto, me di cuenta que estaba ligeramente ruborizada, pero asentí. —Frutos rojos… —repetí, para que el dato no se me escapara. Había visto bombones de chocolate negro y blanco en pastelerías. ¿Serían más difícil que hacerlos con un solo chocolate? Pensé que se verían bonitos con sus rellenos de frutos rojos, con un toque ligeramente ácido, y tuve ganas de comenzar. Me quedé pensando un poco las posibilidades, así que tal vez estuvimos un ratito más así, procesando nuestra vergüenza. —Jez… Yo… —la miré, aún ruborizada— ¿Soy muy entrometida si te pregunto… a quiénes planeas regalarles chocolates? S-Sólo es curiosidad, p-pero está bien se prefieres guardarlo… para ti… No pasa nada… Como para reafirmar el último punto, me permití una tenue sonrisa. Si no quería decirlo, sería comprensiva.
Contenido oculto: aurora cuz she's so jez coded Incluso si me asustaba no ser buena para nada más que cuidar de los demás, quedarme atorada en esta piel de bondad y amabilidad ante la que Adara me pedía que no cambiara incluso cuando todo se salía de control, lo cierto era que no quería que la sinceridad de mis palabras acabara perdida. No quería, tampoco, que mis errores definieran en quién podía convertirme ni la distancia que sin darme cuenta había instaurado con los demás como ellos habían hecho conmigo. Tampoco quería convertirme en todo lo contrario por mera frustración. Bea había suavizado su expresión bajo mi tacto y pensé que renegara de ello o no, al final poder conseguir esto también era bueno y necesario. Era lo que algunas personas necesitaban, un pequeño refugio de paz. Con esa idea pude ir tranquilizando algunos de mis pensamientos, aquellos surgidos de lugares más extraños y antiguos, y seguí fluyendo con la charla. Negó cuando me oyó decir que Cay había salido chismoso y el gesto me hizo reír una vez más, pero la vi reaccionar a la sugerencia de pedirle ayuda al muchacho y esperaba que eso también le diera un poco más de claridad mental. No pude hacer más que recordar el día que se había plantado en la puerta de la 3-3 con aquellos almuerzos, incluso si no era un chef de restaurante creía que por amor podía intentar muchas cosas y lograrlas. Era un camino que quizás pudiera mostrarle a Bea y al volver a recorrerlo por sí mismo, desde los ojos de un tercero, tal vez pudiera reaprenderlo. Y sus silencios dejarían de ser tan ruidosos. Su comentario sobre el café con caramelo me hizo reír de nuevo, pero no vi por qué añadir nada más y fue cuando ella preguntó. Incluso si era una pregunta directa una parte de mí se sentía un poco rara pidiendo cosas específicas, no porque creyera que desafiara el propósito del regalo, si no porque no era buena pidiendo cosas en general. Existía en un espacio de silencio y paciencia donde mi espera podía parecerse a la resignación y Altan había sabido adaptarse bien a eso. Me escuchaba en vez de preguntar y aparecía con los regalos que había querido por meses. Ese tipo de atención no provenía solo de sus sentimientos por mí. Era la clase de persona que Al podía ser, a secas. La muchacha repitió lo de los frutos rojos como si así pudiera guardárselo en la memoria, el espacio de silencio me permitió manejar mi vergüenza hasta que hizo otra pregunta. No tenía problema en compartirlo con ella, la verdad, aunque verbalizarlo era diferente a pensarlo. En todo caso, no respondí de inmediato si no que en su lugar le quité a Bea el móvil y lo dejé con cuidado en un banco cercano, antes de tomar sus manos con delicadeza. De esa manera la separé de la ventana y nos hice recorrer el espacio lentamente, girando de vez en cuando. La noción quiso parecerse a la de un baile, pero sin terminar de serlo y la miré con una sonrisa. —Quiero regalarle chocolates a Altan, ¿lo recuerdas? Porque es mi mejor amigo —comencé en voz baja—. A Anna, una amiga de segundo que me alegró mucho conocer este año. También a Vero, Kakeru y Laila. Nos hice girar despacio una vez más y al pensar en los siguientes nombres, la vergüenza me fue alcanzando gradualmente. Fuera de eso se me ocurrió mezclar chocolates comprados y hechos, porque eran bastantes más de los que había estimado. Iba a tener que repartirlos por tractos, como las cuotas del banco. —Quisiera conseguir la... digamos, valentía para entregarle algunos a Bleke y Kashya, del club de lectura, porque gracias a ellas supe adaptarme mejor a la escuela. —Tomé aire, lo solté y suspendí la mirada en alguna parte del espacio entre nosotras—. Hay una persona más con la que hace tiempo no hablo y... No sé si tenga el derecho de regalarle algo por ese motivo, aunque le había regalado algo en su cumpleaños. ¿Puede que yo también esté pensando de más? No lo sé.
Mi propia pregunta me había cohibido bajo una delgada capa de nervios, que era involuntariamente provocada por la idea necia de estar siendo una entrometida o avanzando demasiado profundo en la conversación. Esto se debía, tal vez, a que veía la entrega de chocolates como un acto de afecto, algo que llegaba a ser personal, directamente nacido del corazón. Así se erigía esto ante mis ojos, así lo trazaba la inmensa sensibilidad que llevaba conmigo. No sabía cuán reservada podía ser Jez en cuanto a esto, por eso le planteé mi interrogante de un modo un poco extraño, ¿tal vez?, y me mostré dispuesta a aceptar que guardara la respuesta para sí misma… Pero la misma llegó, aunque no de inmediato. Antes de eso, Jez tomó el móvil que aún conservaba en mis manos sin darme cuenta, lo había sostenido contra mi pecho en todo este tiempo. Hubo algo de curiosidad en mis ojos dubitativos. Duró menos que el estallido de una chispa, pues Jez me tomó de las manos inesperadamente, lo cual me aceleró el corazón. Parpadeé mientras me separaba de la ventana, procesando la situación, y en un siguiente instante estábamos… Girando; ante los bustos, los caballetes y las pinturas. Pintando nuestro dulce cuadro. El movimiento liderado por Jez parecía un baile sin serlo, e-era difícil de explicar, p-pero… Tan lento nos desplazábamos, con tanto cuidado me guiaba por el espacio, que me daba el tiempo suficiente para adaptar mis tímidos pasos, mientras un rubor ligero me encendía otra vez el rostro. La miré a los ojos en un momento, y mis manos se afirmaron delicadamente en las suyas, mientras la escuchaba hablar. Mientras la calidez me llegaba al pecho, como nacida de un pequeño sol que se acurrucaba allí, junto a mi corazón. Asentí cuando me preguntó si recordaba a su mejor amigo, Altan. No podía olvidar su figura imponente, oscura y algo tenebrosa; pero me avergonzaba profundamente por la reacción que había tenido en su momento, al verlo aparecer junto a la banca donde almorzábamos, con su semblante serio y desgastado por el cansancio. Recordaba, también, que igual me había preocupado por él cuando lo vi de lejos, arrancando en soledad briznas de césped, ansioso… ¿Cómo estaría ahora? E-era posible q-que siguiera dándome algo de miedo, p-pero… si un día Jez me invitaba a que pasáramos el rato con él… A… A l-lo mejor podría d-d-dirigirle la palabra, ¿tal vez? También mencionó a Anna, una senpai de segundo que le había traído alegría, por lo que imaginé que sería buena persona. De los siguientes nombres que mencionó, quien no me sonó fue Kakeru, así que algo de curiosidad sentí por su figura. La mención de Verónica me hizo asentir y también reconocí, en el nombre de Laila, a la chica de ojos rojos que las estaba acompañando el otro día; Rowan supo decirme cómo se llamaba, al ser compañeros de clase. Hubo otro giro más, donde continué afianzando el agarre de nuestras manos. Esto era… muy inesperado, ¿tal vez? No había anticipado que recibiría su respuesta en una situación así, girando juntas. Se sentía dulce, traía sensaciones lindas, y me encantaba escuchar sobre las personas que formaban parte de la vida de Jez. La miraba a los ojos mientras hablaba pero, en este espacio de silencio, la vergüenza le fue ganando la pulseada. Hasta el momento, yo jamás había estado con alguien que padecía estos arranques de bochornos, y hoy estaba descubriendo que era contagioso. Mis mejillas se encendieron al ser consciente de la situación y agaché un poco la cabeza, dándole así espacio para procesar su bochorno. Pero no quise soltar sus manos. Jez, entonces, dijo algo que me tocó más profundamente. Su deseo de tener valentía. Quería de ese valor para darle algo a unas compañeras de su Club de Lectura: Bleke y Kashya. Ellas suponían figuras importantes para Jez, ya que le habían ayudado a adaptarse a la escuela. M-me llamó un poco la atención que necesitara de valentía, pero intuí que el con ellas mantenía un vínculo diferente a los que la conectaban con Altan y los demás. Algo más… formal, ¿tal vez? S-si era el caso, la entendía, seguramente me hallaría ante un dilema similar. Y por último, mencionó a otra persona. De la que no dijo su nombre. Noté de soslayo que suspendía la mirada en el espacio entre nosotras, justo como yo. Contó que… hace tiempo que no se hablaban. Razón por la cual ella… cuestionaba su derecho a regalarle algo, a pesar de que ya le había dejado un presente por su cumpleaños. Conforme se sinceraba conmigo, yo elevaba lentamente la cabeza, mientras el pecho se me removía un algo indefinido, quizá reconociendo en mí una parte de sus inseguridades… Detuve mis pasos, de modo que ella debió hacer lo propio. Jez continuaba con la mirada baja, todo cuando podía ver ahora era una buena parte de su cabello, tan resplandeciente. —Llevan un tiempo sin hablar por… ¿porque perdieron contacto? —arriesgué cautelosamente. Respondió con una afirmación silenciosa, frente a la cual suspiré algo entristecida—. Yo… comprendo… M-me sentiría igual… Apreté los labios. La inseguridad me había aplastado muchas veces, así como el pensamiento de que no era merecedora de nada, ni siquiera de las cosas más pequeñas del día a día. Entendía lo que le pasaba a Jez; pero que le pasara justamente a otra persona, tornaba más grande la angustia. Y así, mi fuerza para cuidar se alzaba. Liberé una de mis manos, con la lentitud que sus dedos me permitieron. La acerqué a un costado de su rostro. El rubor golpeó el mío con una fuerza repentina, al ser consciente de lo que estaba haciendo, mi brazo retrocedió algunos centímetros. Pero… no lo permití. No dejé que la vergüenza, que las dudas ni nada me detuvieran, ¿tal vez? Contuve el aliento y… corrí un mechón de cabello blanco detrás de su oreja. Al alcanzarla, me pude relajar. Y corrí otro mechón. Fui menos insegura, y mucho más cariñosa esta vez. —Para mí… no se trata de tener derecho —le dije, buscando sus ojos—. Tienes presente a esa persona; eso es lo que importa. Mi mano se deslizó de su cabello, para volver a tomar la suya. Comencé a mover nuestras manos de un lado a otro; sin movernos de nuestro lugar, en un suave vaivén. —Jez… ¿No crees que la White Week es una oportunidad? —pregunté— S-suena lindo volver a hablar con alguien… con chocolates, ¿tal vez? —me ruboricé contra mi voluntad; yo… ¿n-no estaba hablando de más,no?— ¡P-p-perdona, yo…! N-no entiendo mucho de estas cosas, pero… ¿a quién no le alegraría… un detalle así?
Era la sensibilidad de esta muchacha lo que la hacía dudar, pensaba en lo que sus palabras podían provocar y dado que sus acciones surgían del afecto, proyectaba así las de los demás. Compartirle a quiénes quería traerle chocolates no era la gran cosa, no era extremadamente personal a mis ojos, e incluso de haberlo sido no tenía mucho problema en compartirlo con ella, por ello así lo hice. La niña me escuchó con la paciencia de una santa y por un instante diminuto me vi a mí misma en ella. Se me ocurrió decirle que la bondad era un don precioso, pero que como todo en este mundo requería de límites y que no debía perderse en la noción de su propia amabilidad, porque la gente era cruel tarde o temprano, pero sonaba como una sentencia extraña que darle a una muchacha de quince años. No me quedó más que guardármela. En una nota menos nefasta, sentía que ahora podía presentarla con Altan sin riesgo de que a ninguno de los dos le diera un colapso. Bea se iba soltando gradualmente y Al parecía asentarse en un momento de tranquilidad, por la línea que lo llevaba a seguir el camino de su padre hacia la compresión de sí y los demás. Era cierto que no trataba a los demás con la misma calidez que a Anna, pero no por ello era grosero tampoco. En la figura oscura de Al también confluía la noción de un guardián. La muchacha había aceptado mis manos, por lo que pude guiarla por el espacio con la seguridad de que incluso con sus nervios mi luz la estaba alcanzando. Giré con ella, guiándola, y aunque quizás debí ser algo más específica respecto a Blee y Kashya, con las que tampoco hablaba hace tiempo, supuse que no hacía falta dar tantas vueltas allí. Digamos que una idea se proyectaba a la otra. Al referirme a Joey ella acabó deteniendo sus pasos, por lo que tuve que imitarla y aunque mantuve la vista suspendida en el espacio entre nosotras asentí a su pregunta, algo más cohibida. Escuché a Bea, tomé aire y cuando quise darme cuenta fue ella quien tuvo la iniciativa de tocarme; la manera en que me corrió el cabello se pareció al beso de un pétalo y parpadeé lentamente, sin darme cuenta de que sonreía. Repitió el gesto con algo más de seguridad, también más cariño, y la manera en que usó las palabras volvió a dejarme clara la sensibilidad de esta chica y dejó ver que en sus nervios también se revolvía la intensidad del resto de sus emociones. Su mano dejó mi cabello y regresó a la mía, donde se dispuso a marcar un vaivén suave que me dio algo de ternura y continué oyéndola, aunque el atropello del final me sacó una risa que no cargó una pizca de burla consigo. —Puede que tengas razón, cielo —respondí luego de pensarlo unos segundos—. Quizás debería verlo como una oportunidad, un pequeño regalo del cosmos. Fue una pequeña referencia a su flor, así como a un verdadero regalo del universo incluso si no creía en algo como el destino. Consideraba que no había caminos escritos, que podíamos mejorar o empeorar y que mucho de eso estaba sostenido por la fuerza de nuestra voluntad. Quizás fuese una manera simplista o romántica de verlo, pero no me importaba lo suficiente. Pues a veces las personas necesitaban de los que creíamos en la redención. —En ocasiones no hace falta saber mucho de ciertas cosas, basta preguntarnos si a nosotros nos gustaría recibir ciertos gestos —dije entonces, rompiendo el contacto de mi mano izquierda con la suya—. Gracias por escucharme, cariño. Alcancé su rostro con la mano, le piqué suavemente la mejilla y luego de pensarlo algunos segundos, acuné su rostro con suavidad y me coloqué de puntillas. Eso me permitió alcanzar los centímetros que me faltaban para poder estirarme y depositar un beso liviano sobre su flequillo. —Piensa en tu propio consejo para el regalo de Hubert y si quieres hablar más, siempre puedes buscarme, ¿de acuerdo? —le dije al regresarle su espacio, dedicándole una sonrisa—. Tenemos que ir a clase, te acompaño a la tuya si quieres. Contenido oculto ja, creíste que no podía hacer un cierre? gracias por la interacción as always uwu