Este chico mantenía una expresión a la que no lograba darle un significado concreto, más allá del cansancio que creía notar en sus ojos dorados. Además del intenso temor que reptaba por las fibras de mi ser, comencé a sentir culpa durante mi torpe intento por justificar mis acciones, bajo el pensamiento de que estaba haciendo que perdiera su tiempo, su receso, en mí. Tenía la mente demasiado nublada y la vergüenza a flor de piel, como para darme cuenta de que él relajaba su gesto en un intento por hacer que me calmara. Tranquilizarme nunca fue fácil. Y, ahora mismo, era imposible. Y en nada ayudó que, por una vez, intuyese algo con cierta precisión. La sola posibilidad de que el pelirrojo hubiera escuchado mi afirmación sobre Hubert… me comprimió el pecho con fuerza. Con ese chico en especial, mi timidez brotaba de una raíz diferente… sobre lo que me negaba a escarbar, porque me aterraba lo que, presentía, iba a encontrar. Por su lado, la cordial ¿relación? que manteníamos… no la experimentaba de la misma forma que la conexión que me unía a Rowan o Jez. La presencia de Hubert me dejaba confundida. Traía un desequilibrio en lo bueno y lo malo de mi personalidad, y a todo lo que tuviese que ver con él le daba una importancia excesiva, que no sabía de dónde surgía. O tal vez sí sospechaba el origen. Era ése, precisamente, el motivo por el que guardaba con tanto recelo lo que me sucedía en el corazón. Un esfuerzo en vano, ahora que parte de eso se filtró en presencia de alguien más. Mi corazón casi se detuvo ante la confirmación de que dije mi pensamiento en voz alta. Abrí la boca, en otro intento inútil de decir algo al chico pelirrojo, pero eso sólo sirvió para que se notara más el temblor de mis labios. Mi semblante se había comprimido, a medio camino entre el bochorno y la angustia. Ni siquiera su sonrisa resignada consiguió el efecto calmante. Paseé los ojos con rapidez entre la escalera y su perfil adusto, con la cabeza hecha un revoltijo de escenarios catastróficos. El chico sugirió fingir demencia, que así sería más fácil sobrellevar este pequeño incidente. Ante esto, negué rápidamente con la cabeza, con la expresión todavía contraída. Me escuchó, y yo no podía quedar ajena a eso, por mucho que fingiéramos. Era mejor aclarar las cosas. —¡N-no es eso… no! —mi exclamación, conforme fue avanzando, se hizo más y más atropellada— N-N-No te confundas, p-por favor. Yo… Eeeh… E-es cierto que… que d-dije eso… M-me parece … lindo —me dio tanta vergüenza admitir eso delante de un desconocido, que creí que iba a morirme en pleno pasillo— ¡P-p-pero…. Pero…! No dije eso p-porque me guste, n-ni… nada parecido… Uh… Bastó un solo segundo para reparar en la horrible torpeza en la que acababa de caer. Me cubrí la boca con una mano, los ojos muy abiertos. Me vi reflejada, pequeña y patética, en los ojos ambarinos del pelirrojo. Esta persona… que conocía a Hubert... ¿Sería un compañero de clase? ¿Un amigo de él? ¿Sólo un conocido? Cualquiera fuese la opción, me aterré de todas formas ante la posibilidad de que fuese a decir algo. De que mi desorden llegara a los oídos equivocados. Sin previo aviso, me quité la mano de la boca y… la lancé hacia una de sus muñecas, que aferré con mi escasa fuerza. No supe de dónde saqué la resolución para hacer algo de esta magnitud, ni de dónde vino la determinación con la que lo arrastré por el pasillo, hacia la puerta de la Sala de Arte. Mi mente se había nublado demasiado, no estaba pensando con claridad. Cerré la puerta de la sala a mis espaldas y llevé al pelirrojo conmigo, hasta que quedamos en el extremo más alejado de ésta. Mis dedos temblaban sobre su piel. Cuando nos detuvimos, alcé el rostro con timidez, mirándolo con ojos suplicantes. —¿Podrías… no contarle a nadie… las cosas que dije? —gimoteé, con un hilo de voz— ¡P-prométemelo, por favor…! Cuando bajé la cabeza, advertí que mano lo estaba sosteniendo. Lo solté con un movimiento rápido, como si de repente estuviese hecho de un fuego que me quemaba. —¡Ah! —exclamé, sonrojada; di un par de pasos hacia atrás y me incliné hacia él en una pronunciada reverencia— ¡L-Lo siento…! ¡Lo siento mucho…!
Contenido oculto: me salió un tocho so También esto de venir a pegarme estos viajes astrales luego de quemarme los pulmones y el cerebro era preocupante, porque ciertas sensaciones se proyectaban más de lo que me habría gustado. La manifestación física del enojo de antes y ahora los nervios de esta chica, que eran mucho más intensos que los míos, incluso si a nivel de vergüenza parecíamos igual de exagerados, se estaban expandiendo de formas raras. Tuve que usar algunas neuronas extras en recuperar algo de conciencia espacial. Asumí que tranquilizarla sería complicado, de por sí no lo intenté en todas las de la ley si debía ser sincero, pero tampoco esperé, no sé, ¿empeorarlo? La posibilidad me alcanzó con muchísimo retraso, cuando mi interrupción en su línea de pensamientos dichos al aire se superpuso con la silueta oscura de Arata sobre mi cuerpo y entendí, bueno, que tal vez había irrespetado sus tiempos. Que quizás su comentario fue tan inconsciente como la respiración, que todavía no había entrado de lleno en el insight. O no quería hacerlo. Estuve por pedirle disculpas cuando negó con la cabeza, pero tampoco fue que me diera tiempo, y lo atropellado de su justificación comenzó a ponerme nervioso a mí también, muchísimo, porque no disfrutaba de fastidiar a las personas en realidad excepto cuando se me jodían los cables. Dijo que no me confundiera, que sí dijo que le parecía lindo, pero que no lo decía porque le gustara y tuve que regular el impulso de suspirar con algo parecido al cansancio a pesar de todo. A esta chica no podía decirle lo mismo que a Sonnen, de que si iba a mentir que al menos le pusiera empeño, así que me reservé la idea, hundiéndola entre las sensaciones físicas de ansiedad. Ella había caído en el contenido de sus palabras de inmediato, se llevó las manos a la boca y así como se vio reflejada en mis ojos, yo me vi en los suyos: pequeño y patético, también. No varié los gestos, ahora porque creí que de hacerlo podía entenderse mal, una sonrisa pequeña quizás, con este nivel de miedo en sangre, podía desdoblarse hasta parecer una burla o una minimización. Estaba por ponerme a ensayar el discurso de que conocía a Hubert, pero no pensaba decirle una palabra y encajar allí todas las disculpas pertinentes del caso, pero a ella el pánico la venció. Como en algún momento nos vencía a todos. Me tomó la muñeca, las neuronas ahogadas no me alcanzaron para apartarme y supuse que tampoco era lo correcto, porque la habría hecho sentir peor. Al final al chica de metro cincuenta y algo me terminó arrastrando, no entendí a dónde nos había metido hasta que vi las paredes, luego la mesa del centro y algunas otras cosas, ya cuando ella me había llevado hasta la otra punta de la sala de arte. Tardé en darme cuenta del temblor de sus dedos, sujetos a mi muñeca, y la manera en que me miró fue... Alguien tenía que decirme que no podía ser así como había mirado a Shimizu, jamás, porque seguro regresaba las tripas de pura ansiedad por desproporcionado que sonara. De todas maneras, pronto tuve que batear todo eso, porque ella había colapsado. Ya había caído y yo era esta clase de imbécil, siempre. ¿Otra vez esto? ¿Cuántas iban ya? ¿Y por qué en la que más importaba casi la había cagado? Mantuve la vista allí donde su mano había estado unos segundos después de que me soltara como si la hubiese quemado, respiré con pesadez y mapeé el espacio un instante. Detecté uno de los bancos cerca, así que solo me estiré y lo arrastré hasta poner algo de distancia y me senté allí, de forma que quedamos a una altura algo más congruente, de hecho el banco me dejó un par de centímetros más abajo del nivel de sus ojos. —Respira despacio —le pedí, repentinamente centrado, y creí... sentí que pude recuperar los fragmentos de mí que servían. Hablé con suavidad, no le dije que me mirara y solo me quedé allí, habitando el mismo espacio—. Cuando tengo miedo... Dudé, no sé por qué dudé tanto y al final, quisiera o no, recordé la canción que había llegado cantando en voz baja ayer antes de dar con Melinda. La que detuve apenas fui consciente de ella. —Cuando tengo miedo recuerdo música, canciones que he oído por otras personas y eso me calma. También, a veces, toco objetos que tengo cerca y pienso solo en su textura, para no pensar en tantas cosas al mismo tiempo y concentrarme. —No lo hacía siempre, la verdad, pero lo recordé y creí que quizás sirviera de algo. Luego tomé aire, parpadeé y busqué algo que tuviera más sentido—. Jamás le contaría a nadie nada de lo que acabas de decir o lo que te oí decir, no me pertenece después de todo. Perdóname por meterme en algo que no tiene que ver conmigo, no quería molestarte. ¿Te vale una piggy promise? Wait, that's like... Northern Ireland. A pinky promise. >>Pinky promise, entre tú y yo. No diré una palabra, te lo juro. Igual los japoneses con las promesas de meñique eran bien exagerados, si estirábamos mucho la cuerda el yubikiri mutaba a yubitsume. Aunque claro, no sabía si era mejor tragarse mil agujas o cortarse una parte del dedo.
El mundo se había reducido a un manto negro e infinito, por la fuerza con la que estaba cerrando mis ojos. No pude medir la intensidad con la que me disculpé ante el chico, por haberlo tocado con tanto descaro. Y aún así, era consciente, con una terrible plenitud, de que mi voz había rebotado entre los lienzos, para luego romperse contra los cuadros que pendían de las paredes. Lastimera, perdida. Desvanecidas mis palabras, el sonido de la lluvia ocupó el lugar donde, en otros días, se habría producido un silencio profundo e incómodo. Los latidos impactaban dentro de mi pecho, intensos, tan fuertes que me pareció que retumbaban en mis oídos para ensordecerme. Y yo… no quise erguirme. Mantuve la reverencia hacia el pelirrojo, abrazando el bento como si fuera mi propio corazón a punto de caerse. De esta forma… a lo mejor no notaría que, de pronto, estaba luchando para desatarme el nudo que tenía en la garganta. ¿Por qué era así de torpe? ¿Tan… irremediablemente tonta? Tan débil... Los hechos se precipitaron sólo porque… porque lo vi reír. A Hubert. Su rostro irradiando esa energía nueva, que anuló mis defensas por completo y estuvo a punto de desarmarme en suspiros. Pero eso… no podía significar que me gustara, ¿no? ¡E-e-era improbable, completamente…! Me lo negaba una y otra vez, y evitaba hablarlo con los demás, hasta con mi familia. No podía tratarse de eso… No… Alguien como yo… No podía permitírselo… Me daba miedo reconocerla. Esta dulce tormenta. Dado que ocultaba mi propio sentir, hasta el momento no lo había puesto en palabras. Como me negaba a ver la realidad, para mí tuvo sentido lo de aclararle, al chico pelirrojo, que lo mío no se debía que Hubert me gustaba. Pero cuando lo hice, los dos nos dimos cuenta de lo mismo. Que era mentira. Me asusté. No solamente por habérselo dicho a él. Fue el hecho, irrefutable, de que yo misma puse en palabras lo que me estuve negando.Una frase que fue contudente, que me dejó al descubierto… ante mí misma. Yo también necesitaba olvidar mis palabras. Quizás lo que le pedí a este chico era, en verdad, una proyección. El pánico había apoderado de mí, al punto de impedirme respetar los límites propios y ajenos. Y... Ahora estaba aquí, dando lástima y habiendo arruinado el día de alguien ajeno a mí. Me sentía torpe, tonta, irremediable… Respira despacio. La voz ajena se escuchó como un eco. Atravesó la tormenta que llevaba dentro y bastó para hacer que abriese los ojos. Regresándome, de este modo, al mundo del que estaba escapando. Parpadeé, desorientada, y advertí la humedad que me recubría las pestañas; las sequé a toda velocidad con la manga de mi uniforme. En ese momento, la voz del chico habló del miedo y yo… Me animé a vencer el mío, el de mirarlo. Al alzar la cabeza, con mi rostro entristecido, lo vi sentado en un banco. Por la marcada diferencia de estaturas, nuestras miradas quedaron casi a la par. Me cohibí un poco debido a la conexión tan directa de nuestros ojos. Aún así, logré vencer el impulso de apartar la mirada, o tal vez… me sentía repentinamente cansada para hacerlo. Dijo que, cuando tenía miedo, recordaba música, alguna canción, ¿tal vez? Añadió que también buscaba tocar objetos cercanos, centrándose en algún rasgo peculiar de éstos. Por este último comentario, paseé la mirada por la sala de arte, y su infinidad de posibilidades: lápices, pinceles, la tela de los lienzos y demás. Pronto regresé a sus ojos, cuando me juró que no le diría nadie lo que… acababa de escuchar de mi boca. Me abracé más a mi bento, entre aliviada y angustiada, aunque en el medio negué, con cierta energía, cuando se disculpó por haberme molestado. E-eso no era cierto… En realidad, yo lo estaba molestando a él. Pero no pude decírselo, porque siguió hablando para recurrir a la piggy promise, término que no comprendí hasta que, aclaró, provenía del Norte de Irlanda. Se refería a la pinky promise. ¿La… la del meñique? Contuve la respiración, indecisa. Casi me demoré algunos segundos en ofrecerle una reacción más clara, pues me limité a observarlo, con mis modos tímidos de siempre. No había puesto en duda la sinceridad con la que acaba de hablarme. Parecía preocupado por mí, cosa que en realidad no me hizo sentir bien; pero quise creer que eso me servía para creer que tenía un buen corazón. Al mirarlo, encontré la misma honestidad en su rostro. Liberé el aire de mis pulmones, como pude. Respiré despacio, como él había pedido, o al menos lo intenté. Entonces, me acerqué a él con pasos dubitativos y… estiré un puño, ligeramente tembloroso, en su dirección. Le ofrecí mi meñique… —Perdóname —le dije, ruborizándome—. Yo… lamento haberte t-tocado… y arrastrado así…P-prometo que no lo volveré a hacer… Apreté los labios, apenada. —Y gracias… por lo de no contarle a nadie…
Quería pensar que no reaccionaba tanto como lo hacía esta muchacha, que si bien mis miedos y dudas existían, no los permitía arrasarme de esta manera, al menos no a ojos de todo Dios. Me daba pena, eso tenía que reconocerlo, y justo por eso esperaba poder diferenciarme de ella, lo que debía ser una crueldad si algún día lo verbalizaba, cosa que dudaba ir a hacer de por sí. Fuera igual de trágico o no, al menos creía poder entender una parte de su miedo, en realidad varias, pero una en específico. El rebote de la propia voz contra las paredes. Nosotros mismos nos escuchábamos peor de lo que debían oírnos los demás, ¿cierto? Un quiebre en la voz, un nudo en la garganta o cualquier variación que dejara ver la fragilidad del carácter era horrible, porque no era usual que otras personas demostraran el mismo nivel de afectación por decir algo, ¿entonces quién era el problema? La voz repicando contestaba, como un maldito muñeco de ventrílocuo con tu cara. Que el problema eras tú. La chiquilla estaba aferrada al bento como si fuese lo único capaz de mantenerla de una pieza, hacía la de salvavidas en el mar picado de su propia ansiedad. Había sido el darse cuenta, ¿no? Perdida como estaba en el choque continuo de su miedo por saberse descubierta su cerebro no pudo filtrar la información a tiempo, escapó cruda, ni siquiera le había dado tiempo de ponerla a cocinar sobre el fuego y darle las vueltas suficientes. Solo llegó y le pateó la boca del estómago. Si hubiese estado con otra persona que no estaba por echarse a llorar quizás habría soltado una de tantas sentencias, pero las dejé olvidadas en algún recoveco mental y ya. No me daba grandes aires cuando era importante, ni una puñetera vez, pero cuando le dije que respirara despacio y abrió los ojos sentí que al menos había apuntado bien la flecha por una vez en días. Escúchame a mí, fue el mensaje que viajó con la punta en llamas. No a los ecos. Se secó los ojos con la manga del uniforme, fue entonces que le hablé de miedo y ella pudo mirarme, fue el choque de la tormenta con el obelisco de fuego, quizás. No supe si no apartó la vista por un impulso repentino de valentía, protocolo social o cansancio, pero encontré tristeza en sus ojos y me pregunté por qué un sentimiento que en teoría debía hacernos sentir que vivíamos en una nube en su lugar nos hacía poner esta expresión de perro mojado y perdido. Paseó los ojos por la sala cuando hablé de lo de tocar objetos, luego regresó a mí y al escuchar mi promesa se aferró al bento con ahínco, a la pobre la comida le iba a quedar más revuelta que un batido. Negó cuando me disculpé por molestarla, yo seguí con la tontería de la pinky promise y juré que pude ver la duda rebotarle en la cabeza. No tenía que confiar en un desconocido ni de coña, pero si dudaba demasiado podía recurrir al mismo Hubert para, qué sabía yo, pintarme como más confiable por lo menos. Mis límites morales eran un poco una mierda, pero la lealtad la llevaba escrita en el cuerpo. La dejé pensar, la vi seguir mi indicación de la respiración y cuando se acercó para extender el puño noté la inestabilidad de su pulso, pero estiró el meñique hacia mí. Sonreí entonces, el gesto albergaba algo de cansancio, pero lo sentí genuino a pesar de todo y sentí que me relajó algo de tensión, también debió suavizarme las facciones. —Está bien, no me molestó ni nada —dije con calma, estirando apenas los brazos a los lados de mi cuerpo antes que cualquier otra cosa, como para enseñarle que no me había roto como muñeco de trapo o lo que fuese—. ¿Lo ves? Todo en orden. Con eso dicho, negué con la cabeza ante su agradecimiento y finalmente extendí la mano hacia ella, entrelazando el meñique con el suyo con delicadeza. La tontería me hizo sentir que tenía diez años, así que amplié un poco la sonrisa sin darme cuenta y mantuve la unión, mientras cantaba muy bajito la canción correspondiente. Los negocios se hacían bien o no se hacían, ¿cierto? —Promesa del dedo cortado. Si miento, mil agujas tragaré y el dedo me cortaré. Dejé ir su mano entonces, para tampoco ir a infartarla por otro motivo, y me acomodé un poco mejor en el banco, ¿no era como terriblemente pequeño el espacio que tenían estas cosas? Ni a Katrina le debía caber el trasero bien en esto o yo me había pescado el más angosto de todos, ni idea. —Ahora que he establecido que me cortaré el dedo si me voy de chismoso, creo que podemos empezar esto de cero. Soy Cayden, ¿tú cómo te llamas? —pregunté aunque me había distraído un instante con la lluvia que se veía por las ventanas. Mantuve el tono sereno, también la ligera sonrisa y esperé, al menos, que el desastre inicial se fuera regulando—. Tus ojos son muy bonitos por cierto. Como de cielo, gris por un lado y celeste por el otro. Fue un cumplido inocente de principio a fin. Contenido oculto la cancioncita de la pinky promise en japón es esta so eso fue lo que Cay cantó JAJAJ no me acordaba que decía las dos cosas TRAGARSE las agujas y CORTARSE el dedo (que viene a ser lo mismo que el yubitsume de la yakuza lmao) háblame de compromiso con el crush secreto de Bea
La acción de ofrecer mi meñique escapaba a la lógica de mis habituales temores y de las eternas dudas. Ante mí tenía a una persona que, más allá de la sinceridad que manaba de sus gestos y palabras, no dejaba de ser un desconocido, al que además le estaba dando una primera impresión de lo más penosa. Ni siquiera sabía su nombre. Aun así, al final… elegí confiar en él. Y, en ese mismo acto, también confié en mí misma, pues me dejé guiar por mi percepción de su honestidad. Por si eso no fuese suficiente, también se podía contar el hecho de que este chico, para quien yo era igualmente una completa desconocida, se había quedado para intentar contener mi vorágine emocional. Fue esa pequeña muestra de bondad lo que me permitió tomar el impulso para ofrecerle mi dedo. La sonrisa cansada regresó al rostro del chico, suavizando sus facciones en esta ocasión. Estuvo a un punto de conseguir cierto efecto tranquilizador, pero yo seguía bastante alterada por dentro, más concentrada en las disculpas que le ofrecí y en prometer que no volvería a tocarlo. Su respuesta siguió la vía del resto de sus acciones, fue una noble búsqueda para hacer que dejara de carcomerme por dentro; incluso se permitió estirar un poco los brazos, como para enseñar que no estaba herido. F-fue un poco chistoso, ¿tal vez? D-digo, por mi poca potencia física. Finalmente negó con la cabeza para responder a mi agradecimiento y, entonces… su meñique se enlazó al mío, en un encuentro sumamente suave. Mi mano se vio pequeña, en comparación a la suya. Otra vez, los latidos se tornaron fuertes y mis mejillas se sonrojaron ligeramente cuando fui consciente de la calidez de su piel, así que bajé apenas el rostro, para que no se notara del todo. Estos contactos… a-aún me costaba asimilarlos. Pero Rowan ya me había acariciado el cabello un par de veces, y puede que me acostumbrara a eso, ¿tal vez? E incluso dejé que Jez tocara mi rostro. Así que esto de los meñiques… p-podía sobrellevarlo… La cuestión quedó en un segundo plano apenas escuché al pelirrojo cantando. Fue una frase corta, pero cuyo contenido bastó para hacerme alzar la cabeza, con una expresión algo alarmada. ¿T-t-tragar mil agujas? ¿C-cortarse el dedo? —¡N-no hace falta lle-llegar a tanto…! —exclamé, afianzando sin querer el agarre de mi meñique Intuía que no era una promesa literal, sólo parte de una canción tradicional, pero igualmente me escandalicé por la imagen. Aflojé el agarre de nuestros meñiques en el mismo momento que el pelirrojo decidió soltarse. Volvió a hacer alusión a la incómoda noción de cortarse un dedo, y luego propuso que comenzáramos de cero. Empezó por concederme su nombre. Cayden. —U-un gusto conocerte… Cayden —respondí, retrocediendo un poco para darle espacio—. Yo soy… Beatriz. M-mis amigos me dicen Bea… La última frase me salió con naturalidad, y sentí una calidez inmensa en el corazón, que me permitió regular un poco más mi respiración. Fue así hasta que, sin previo aviso, Cayden halagó mis ojos. El sonrojo no se hizo esperar y me puse muy cohibida de repente, sin poder evitarlo: hombros estremecidos, sin saber muy bien hacia dónde mirar. —O-oh… G-Gracias… —se me ocurrió decir, abrazada al bento— M-me lo han dicho… bastante, ¿tal vez? Q-que tengo ojos de cielo… Yo… Eeeh… Necesito una silla… Me giré para cumplir con ese cometido, aunque fue sólo una excusa para darme segundos con los que regular el brote de timidez. Encontré un banco igual a la que él usaba, aunque en mi caso me pude acomodar un poco mejor; no es que cupiese del todo, pero mi complexión ayudaba de alguna forma. Se produjo otro momento de silencio, en el que temí que la conversación se estancara… Tras mirar de reojo un par de veces a Cayden, le hice la primera pregunta que se me vino a la mente. —¿Eres… amigo de Hubert?
Quizás uno pudiera ponerse a cuestionar que esta chica solo eligiera confiar en un desconocido, pero es que tampoco tenía muchas opciones, era pedirme complicidad y esperar que cumpliera mi palabra o vivir con el miedo constante de que fuese a contar lo que sabía por ahí. A veces solo había que elegir confiar porque el escenario contrario era peor y ya, tan sencillo como eso. Había que elegir cómo morirse y quizás debiera ir ordenando mis prioridades con esa lógica de fondo. Tomar una decisión siempre implicaba una pérdida. Era necesario elegir qué arrojaríamos al tacho de basura. De todas formas, noté que a la niña la sangre se le subía al rostro por casi cualquier cosa, y aunque sus nervios se proyectaban, digamos que también había cierto alivio en no ser el más inestable del cuarto por una vez en la vida. Agradecí no haber estirado el contacto más de lo estrictamente necesario, porque seguro entraba en modo tomate maduro. Me hizo gracia lo alarmada que pareció por la canción de la promesa, soltó que no hacía falta llegar a tanto y a mí una risa me sacudió el pecho. No cargó una pizca de malicia, me aflojó un poco el cuerpo y elegí... Solo desechar todo, metí mis líos mentales en un saco y al menos por un rato los arrojé al incinerador, cansado de atorarme en mierdas que no tenían futuro alguno. Uno sabía reconocer las causas perdidas. No me quedó más que abrir las manos, soltar los vidrios que me lastimaban y sacarme la cuchilla de Arata del pecho. Hubo algo en esa clase de aceptación y derrota que me hizo daño, puso a palpitar los cortes, me cerró la garganta un instante y recordé cómo había terminado en el tren, una vez me supe lejos de los ojos de Ilana. Elegí ignorarlo, el dolor, lo ignoraría hasta que los sistemas hicieran sobrecarga, pero quise confiar que esta vez tal vez soportaran más. En nombre de lo que no quería perder. La chica me dijo que era un gusto conocerme, una sonrisa algo más amplia me alcanzó el rostro y asentí, como diciendo que también era un placer. Se presentó como Beatriz, Bea para los amigos y creí notar que respiraba distinto, aunque no tuve mucho tiempo de analizarlo mejor, porque el cumplido inocente que solté la avergonzó y pues no la culpaba, yo tampoco sabía muy bien cómo tomar los halagos. Igual también podía irme dando las gracias por desviar la vergüenza a otro foco que no fuese el crush con Hubert, ¿a qué sí? No dije nada más para no empeorarlo y la dejé ir por la silla para que tomara algo de bien merecido aire, solo por eso no me ofrecí a traer el banco por ella, para darle unos segundos ínfimos de privacidad. Volvió ahora que tenía donde sentarse, me detuve a pensar en qué hablar para no quedarnos aquí mirándonos aunque a mí el silencio no me estorbaba, pero fue ella la que hizo la pregunta que obvio no podía evitar. Asentí con la cabeza. —Ya prometí no contar nada así que no te angusties, incluso si hablara con él al salir de aquí no diría nada —contesté adelantándome a la idea de que saber que éramos amigos la tirara de nuevo a un bucle de ansiedad—. Nos conocimos hace un mes exacto, en el campamento que organizaron en junio. Hicieron una prueba de valor durante la noche y me pusieron en el grupo con él y otros compañeros de tercero, algunos no se llevaban muy bien o yo qué sé, y yo... Bueno, no quería que Hubert terminara embarrado en sus problemas, así que le hice conversación para que no les llevara mucho el apunte y desde entonces pasamos un par de recesos juntos. Se me escapó una risa nasal, traté de no pensar en el lío del intercambio, el pacto de silencio y otras mierdas. Estaba cansado de convertir todo en un problema, solo quería estar con las personas, solo quería formar parte de sus vidas y saber que no estaba solo. La idea me arrojó al receso con Morgan y entendí que había puesto los clavos de mi ataúd hace tiempo y que mi supuesta resistencia, al menos en este asunto, era en verdad resignación. Me sabía derrotado hace tanto tiempo que había ignorado mi propia voz, había silenciado uno de mis anhelos. —Por eso sé que es amable, atento y muy inteligente, aunque le cuesta acercarse a las personas más allá de ciertos límites invisibles, sean de los otros o suyos. Es un buen chico. —Sentí que estaba siendo más sincero de lo que ameritaba, así que arrojé la vista al piso—. Me alegra mucho haberlo conocido. Y por eso tenía miedo. —¿Tú de qué lo conoces?
Por mi sobresaltada reacción ante la canción, una risa sacudió su pecho. Si bien me hizo pasar de la alarma a la vergüenza, no me cuestioné la naturaleza de este gesto; mi mente no dio vueltas a la pregunta, molesta y desgastante, de si se trataba de una burla o no. Di por hecho que no hubo malicia. Esto sucedió así… porque estaba aprendiendo a contemplar las opciones más amables que me ofrecían las personas. Era mi pequeño progreso, del que no me daba cuenta. Muy lento, aún plagado de miedos que enfrentaba constantemente. Pero indetenible. También correspondió a mi presentación con un asentimiento, como expresando que también era un gusto, para él, el conocerme. Pensé en ese momento que Cayden parecía ser un buen chico, o al menos eso indicaban sus acciones. Este pensamiento pronto fue hundido bajo una correntada de mi acostumbrado retraimiento, provocada por el halago que dedicó a mis ojos. Es que, debido a al cauce accidentado de nuestra conversación, no contemplé que fuese a decirme algo bonito. Pero, si me detenía a pensarlo, era algo esperable en cierta medida, ¿tal vez? ¡N-no lo digo p-por arrogancia! E-es que… la heterocromía llamaba la atención. Mis ojos eran mi rasgo físico más destacable, a-aunque yo era la única que no los consideraba especiales ni extraordinarios. A todas las personas, sin excepción, les inspiraba la imagen del cielo… Y tal vez debería plantearme si acaso, aquello, iba bien conmigo. Ya que deseaba tener alas con las que volar sin miedo. Por fortuna, los segundos que usé en aproximar la banca me fueron suficientes para estabilizar parte de mi bochorno, y el rostro no lo sentía tan ardiente, ¿creo? En ese momento de silencio que hubo luego de que me senté, con el bento sobre mi regazo, finalmente terminé soltando la pregunta que estaba inquietándome desde el principio. Cuando Cayden me habló en el pasillo, me había parecido que conocía muy bien a Hubert, por las cosas que dijo de él. Fue esa certeza lo que desató mi pánico de que mi percepción sobre Hubert fuese a quedar expuesta, y todo lo que aconteció hasta ahora. Tal como había temido… Cayden era su amigo. Apreté los labios al ver que asentía, mientras otro vuelco sacudía mi corazón. N-no era que cuestionara el cumplimiento de la pinky promise, p-pero esto significaba que mi secreto, de ahora en adelante, conviviría muy cerca de Hubert. No quería imaginar, ni por un segundo, qué tipo de reacción tendría si llegaba a saber… b-b-bueno, la… la percepción que tenía sobre él, ¿tal vez? Iba a creer con firmeza que nada saldría de Cayden... y que esto jamás se sabría. Por lo que asentí rápidamente cuando reafirmó su promesa, diciéndole un “Gracias” muy bajo, y luego escuché la historia de cómo se conocieron. Se vieron por primera vez en el campamento, al que no fui por obvias razones. Coincidieron en una prueba de valor, en la que tomó una actitud protectora con Hubert, ya que había conflictos ajenos en su grupo que podrían impactarles. Me quedé mirando a Cayden cuando me contó esto. Q-quizás estaba mal asumir cosas tan pronto. Aun así, volví a pensar que era una buena persona, y eso a su vez me tranquilizaba. No me extrañaba que los dos se hicieran amigos. Asentí cuando destacó la amabilidad, la atención y la inteligencia de Hubert. Fue un movimiento inconsciente, tanto como lo fue el modo en que mis facciones se suavizaron al evocar su rostro calmado, su cabello negro y su risa. Eso sí, un poco de confusión atravesó mi expresión al escuchar que le costaba acercarse a las personas, y esa coincidencia me hizo latir el corazón muy rápido. ¿D-de verdad le pasaba eso? ¿Tú de qué lo conoces? La pregunta me halló pensativa, por lo que me sobresalté al ser consciente de la misma. —Yo… Eeeh… —comencé a decir, mirando la punta de mis pies— N-nosotros nos… n-nos conocimos hace casi un mes, ¿tal vez? F-fue después de clases… C-Cuando casi todos se habían ido —hice una pausa— Yo… Bajé a… a comprar algo a la expendedora, la del pasillo… P-pero había olvidado mi monedero en casa… —me ruboricé, pues contar ese detalle era demasiado vergonzoso, pero necesario— Entonces… Hubert se acercó a mí, al ver que me lamentaba… Me preguntó si estaba bien y, al saber mi problema… Compró mi bebida con sus monedas, sin dudarlo… Aquello había pasado el mismo día que conocí a Rowan, por lo que mis reacciones fueron bastante similares a las del invernadero. Al final terminé huyendo de él, probablemente confundiéndolo. —Fue… muy considerado de su parte… —seguí hablando—. Luego… volvimos a coincidir otra vez, también después de clases… Esa vez fui yo quien se le acercó… Para devolverle las monedas. D-desde entonces… nos vimos de casualidad en diferentes recesos… y hablamos un poco… De libros… De flores… T-también se interesó por mi gusto… por los videojuegos… Suspiré. El corazón volvía palpitarme fuerte… pero no por los nervios —Es tal como dices: amable, atento e inteligente. Aunque muy formal, ¿tal vez?, p-pero eso… ¡e-e-eso está bien, s-supongo! Me tuve que atajar al final de mi frase. Estuve a punto de decir “eso lo hace más lindo”.
Las personas solían destacar mi amabilidad o características de esa misma línea, incluso el hijo de puta de Liam lo había mencionado, pero yo seguía cuestionándome qué tan cierto era y juraba por mis muertos que no era por vanidad. Hasta cierto punto me hacía pequeño en los espacios porque me aterraba la idea de molestar a alguien, pero luego también me volvía insoportable, así que no tenía muy claro qué era al final del día. Puede que me conformara con cosas tan sencillas como que esta chica no percibiera burla en mi risa y ya, porque no podía morder a un inocente. Era conformista, por eso por lo general mi fuego no ardía con la fuerza que poseía en realidad. Tenía su gracia que, con toda esta mierda de las aves, las jaulas y todo ese lío, viniera a encontrarme a esta niña con sus ojos de tormenta. De saber que ansiaba surcar el cielo con sus alas la habría animado a hacerlo, incluso cuando yo no podía controlar mi propio vuelo y acababa elevándome hasta perderme o chocando contra el piso. El vuelo ajeno era precioso y sagrado, por eso las jaulas eran para los corazones que soñaban con pedirle a una criatura del viento que pisara tierra, que abandonara sus alas y se quedara para siempre a su lado. Las jaulas eran para los exigentes e inconformes. La mente me seguía trepando por las paredes, lo sentía, incluso cuando procuré arrojar todo al fuego y ansié tener el superpoder de solo desconectar las neuronas sobre todo porque el adormecimiento de la hierba se estaba diluyendo ya. Quizás fuese mi karma por cómo había tratado a Sonnen en las Catacumbas o cómo trataba a Ilana, no tenía idea, quizás solo era lo que era y ya, sin motivos cósmicos. Beatriz había apretado los labios cuando confirmé su sospecha, no la juzgué porque seguro a mí también me daban tres infartos si mi secreto (que rozaba ser un secreto a voces) acabara tan cerca de la persona involucrada, por eso insistí en que no diría nada incluso si era un esfuerzo desperdiciado, pero ella me dio las gracias y la sonrisa me entrecerró los ojos un instante. Le conté cómo nos conocimos, ella me miró y luego yo lancé la vista al piso, cuando me puse demasiado sincero para mi gusto, pero de todas formas regresé la atención a ella cuando percibí su asentimiento. Noté que sus facciones se habían suavizado, también la pizca de confusión en su semblante que asumí fue por la parte de que le costaba acercarse a los demás. Al devolverle la pregunta me dio la sensación de que de nuevo se estaba poniendo muy nerviosa, así que luego de que empezara a hablar me levanté despacio del banco y navegué la sala hasta lo que supuse era el armario de suministros, que no estaba tan lejos como para que la lluvia ahogara la voz de Beatriz. Lo abrí y husmeé en silencio, incluso cuando busqué cosas procuré no hacer ruido hasta que volví con un cuaderno de bocetos pequeño y un lápiz. Sonreí ante su historia, el gesto volvió a suavizarme las facciones y luego de sentarme abrí el cuaderno, lo apoyé en mi pierna y empecé a garabatear animalitos, para regular un poco los pensamientos que tenía desperdigados. Era eso o seguir como pelota de hámster. —Habla como un señor de hace dos siglos, da un poco de ternura de vez en cuando —dije entonces, ligeramente divertido, concentrado en dibujar un gato—. El último receso que pasé con él se apareció con un tablero de ajedrez y trató de enseñarme algunas cosas mientras conversábamos, pero soy un poco tonto para los juegos de estrategia y no recuerdo mucho. Pagarte en la máquina suena como algo que Hubert haría, también hablar de flores y libros, no es un chico con intereses, ¿cómo decirlo? Convencionales o al menos no creo que le interesen las mismas tonterías que a los demás. A veces me preocupa no ser lo bastante inteligente, pero se me pasa cuando estoy con él, bueno, casi siempre. Ladeé la cabeza, viendo el gato chueco, y luego empecé a dibujar otro al lado. Tardé en maquinar que lo último de mi frase sonaba a confesión y sentí algo de sangre alcanzarme el rostro, pero no despegué los ojos del cuaderno. —También me gustan los videojuegos, ¿de qué tipo te gustan a ti, Bea? Y dale con las confianzas.
No logré percibir los movimientos de Cayden cuando se dirigió al armario de suministros, debido al susurro de la lluvia y porque no aparté los ojos del suelo, en ningún punto de mi historia. No se equivocaba al sospechar que me había puesto nerviosa; sin ir más lejos, los nervios cosquillearon con más intensidad de la que hubiera esperado. E-es que… Es que… Nunca me había surgido una ocasión para hablar de algo relacionado con Hubert. Y, a partir del relato de cómo nos conocimos frente a la expendedora… comprendí que se me hacía algo difícil, tanto como fue mi intento de saludarlo hace unos momentos. Ahí, en el pasillo, mis palabras escaparon, delatando mi corazón; por lo que temí, en esta sala, que en mis ojos también se filtrara todo esto que me pasaba con Hubert, dejándome aún más expuesta. Pensarlo, relatarlo, verlo, hablar con él… me sacudía por dentro. Sumaba, a mi alma, fragmentos que provocaban desequilibrio en todos los demás, como las fichas de un dominó encadenando sus caídas. Piezas de deseo, admiración y fantasías, que se entrechocaban hasta quedar mezcladas con el miedo, la ansiedad y la negación. Era como tener un pequeño sol brillando entre los relámpagos de la tormenta, componiendo así un espectáculo confuso. Bello y terrible. Me animé a alzar la mirada algunos segundos después de hablar, encontrándome así con una sonrisa que suavizaba el semblante de Cayden. Pero más notorio fue el cuaderno de bocetos que estaba abriendo sobre su regazo, y parpadeé con otra cuota de confusión al notar el lápiz entre sus dedos, con el que comenzó a trazar líneas que no llegaba a ver desde mi posición… E-eso estaba bien, ¿no? Me pregunté si a Katrina le molestaría encontrarse con que se usaron materiales del club de arte, pero no tuve el valor de expresarlo en voz alta… P-porque la verdad es que… Me dio un poco de curiosidad, ¿tal vez?, saber lo que Cayden se había puesto a dibujar. A-además… cuando dijo que Hubert hablaba como un señor de hace dos siglos… M-me hizo un poquito de gracia y, sin querer, mis labios se curvaron en un amague de sonrisa, que retrocedió al instante. Pero terminé asintiendo, tímidamente, cuando añadió que aquello daba ternura. Yo también guardaba cierta formalidad al tratar con la demás, pero en Hubert era más notoria. A mí me gustaba… ¡D-digo, m-me refiero a su forma de hablar! La anécdota del tablero ajedrez me resultó ciertamente sorprendente, pese a que no me extrañaba viniendo de Hubert. No es que lo conociera en profundidad ni mucho menos, ni siquiera tenía claro si, a estas alturas, lo nuestro podía definirse como una cordial amistad; pero en mi corazón supe lo del ajedrez era algo que quedaba perfecto en él. Y el otro juego que… ¿se llamaba Go? El de las piedras blancas y negras. Hacia el final, Cayden admitió que le preocupaba no ser lo bastante inteligente frente a Hubert, pero que aquello se desvanecía al tenerlo cerca. Lo que no esperé fue que… se ruborizara enfrente mío. Fue tan repentino que terminé sonrojándome yo también, tal vez porque me sentí desubicada al ver, tan de cerca, su bochorno… —¿S-sabes…? A mí me pasa… algo parecido, ¿tal vez? —admití, avergonzada, viendo cómo su mano se movía, trazando las líneas finales—. Pero… N-no deberíamos preocuparnos por ser tan inteligentes como Hubert, ¿creo? S-sólo tenemos que ser… nosotros mismos —suspiré—. Yo… no destaco por nada… Y aún así… hay personas que sonríen al verme y que aceptaron tenerme de amiga… Así que… —me animé a mirar a Cayden los ojos— N-no te preocupes por esas cosas, por favor… S-seguro que Hubert te aprecia… tal como eres… Él y más personas, ¿tal vez? Parpadeé un par de veces, tomando conciencia de lo que acaba de decir. Sentí que acaba de meterme demasiado profundo en algo que no incumbía y agaché la cabeza, nuevamente nerviosa. Aquello lo dije luego de su pregunta sobre los videojuegos, que me había generado un notorio interés, p-pero me había asaltado el impulso de responder lo anterior, porque de alguna manera me vi reflejada y pensé que sufría. Intenté encauzar la conversación en el punto en que la había dejado Cayden. —Y… Eeeh… mis juegos favoritos son los RPG —dije—. L-los que tienen batallas por turnos… sistemas de niveles y p-progresión y... esas cosas. A ti… ¿cuáles te gustan?
Contenido oculto: porque puedo como siempre jajas Por rebote era obvio que esta muchacha no había tenido oportunidad de hablar de esto o de Hubert a secas, por la forma en que reaccionaba, y que ahora debía sentirse expuesta, quería decir, más que antes incluso. Procuré no verla porque sabía que acabaría viendo más de la cuenta y porque tampoco quería avergonzarla de más, pero la escuché con atención incluso al levantarme para buscar algo en qué distraer la mente para reducir la cantidad de pensamientos. La forma en que hablábamos de las personas decía mucho de la manera en que las veíamos, las palabras que usábamos cambiaban y el tono se doblaba en direcciones caprichosas. Era lo que había señalado Ilana hace días y yo le había pedido piedad. Noté su mirada algunos segundos después de que me sentara de nuevo, cuando estaba abriendo el cuaderno, y ni siquiera me detuve a pensar si a Akaisa le importaría que estuviera haciendo garabatos en los materiales del club y si le importaba, pues que se comiera una mierda, yo le vendía la hierba. Era entre gracioso y deprimente ver que así como me paralizaba en ocasiones, otras solo tomaba lo que quería y hacía lo que me daba la gana. Era caprichoso, necio y acaparador, lo sabía muy bien, por eso trataba de forzar el apagado de esa parte de mí. De la que elegiría tomar todo para sí o entraría en frenesí. Desocupar un poco la mente fue lo que debió hacerme soltar la lengua, conté la vez del ajedrez, de que hablaba como un señor del siglo XIX y otras cosas, terminé incluso confesando una de mis inseguridades y me quise morir de vergüenza, pero pretendí no haberme dado cuenta. Creí que el tema de los videojuegos me ayudaría a salir sin tener que poner mucha resistencia de forma directa, pero la niña se quedó con mis palabras y mi intento por no espiralar se quiso ir a la mierda. La escuché empezar a hablar, mi mano detuvo los trazos unos segundos y la oí cuando admitió que le pasaba algo parecido, lo que no era descabellado en sí mismo viendo lo nerviosa que demostraba ser. Dijo que no debíamos preocuparnos por ser tan inteligentes como él, sino que debíamos ser nosotros mismos y me pidió que no me preocupara por eso, porque Hubert me apreciaba como era y también otras personas. Me desbarató, la mocosa de metro cincuenta golpeó la pata coja de la mesa que sostenía mis ideas y todo se me quiso caer al piso. Creí notar que había buscado mis ojos, pero no pude despegar la vista del cuaderno, retomé los garabatos y sentí que se me empañó la vista. Parpadeé, busqué que el cristal desapareciera antes de quebrarse y guardé silencio, solo cuando me pareció que había agachado la cabeza de nuevo usé la mano libre para enjuagarme los ojos con la manga de la camisa, allí el cristal cedió un mísero instante y volví a enfadarme por esta clase de debilidad sin sentido. Me enfadé porque la verdad sí sentí la necesidad de llorar como ayer y no quería, no tenía por qué. Pasé saliva, oí su respuesta a la pregunta de los videojuegos que pretendió ser mi deflect y bajé el brazo para seguir con los dibujos y líneas sin orden. No me creí capaz de contestarle lo que me había dicho antes, no sin trastabillar, así que solo fingí demencia. —También los RPG —respondí tan bajo como la lluvia me lo permitió y sonreí—. También un par de Soulslike y otros que agarraron elementos de los Souls sin ser tan... tan masoquistas, supongo. Anunciaron el Elden Ring el año pasado, con George R. R. Martin metido en el worldbuilding con Miyazaki, it looks amazing. Bueno, ese debió ser mi momento más friki en un rato, ¿no? Darme cuenta me sirvió para distraerme un poco, pero seguía dando vueltas en lo que dijo antes de eso y volví a quedarme callado, la sonrisa también se me desvaneció. Fue un instante donde me permití pensar en búsqueda de algo, lo que fuese, o tal vez algo que no sonara como las sentencias que le había soltado a Ilana. —No era difícil de notar, pero te diste cuenta —empecé todavía en voz baja y comencé a pintar muy suavemente uno de los gatos con el lápiz de grafito—. Notaste la duda, la inseguridad, y buscaste decirme algo que me ayudara a sentirme mejor o a caer en que quizás nada es tan terrible como puede parecer para nosotros, pero luego dices que no destacas en nada. La bondad es una cualidad hermosa, conozco varias personas que la poseen y las amo mucho por ello. Seguí con mi tarea, incapaz de mirarla porque me cayó otro montón de vergüenza encima y volví a ruborizarme, pero también porque me ardieron los ojos otra vez aunque con menos intensidad. De todas formas, respiré despacio y mantuve la compostura. —Te diste cuenta porque te pasa algo similar —parafraseé mientras repasaba el contorno del dibujo—. Te viste a ti misma. Me pasó algo parecido, por eso quería tranquilizarte. No era una confesión en todas las de la ley, se me antojó tan críptica como lo que le había dicho a Arata antes de que se fuese todo al diablo, pero al decirlo sentí que pude mirar el cuchillo con el que Shimizu me había atacado, seguir comprendiendo que el ataque de hecho era justificado y lo lamentaba, pero también para seguir aceptando por qué había acabado allí para empezar, por qué era eso lo que Shimizu había elegido para desquitarse. Tampoco podía hacer mucho más que seguir en este viajecito de autoconocimiento, no me atrevería a cambiar nada. Era aquí donde me paralizaba una vez más. —Sé que duele y asusta darse cuenta de que tu desorden de emociones tiene un origen distinto que otras veces —dije unos segundos después—. Asusta saberse así de frágil y perdido.
Mientras mantuve la mirada en el suelo, estuve muy concentrada en no agobiarme por la sensación de que me había excedido con mis palabras, porque era la primera vez que nos veíamos y, sin embargo, le hablé como si lo conociera. Por eso, pasó desapercibido el movimiento con el que Cayden deshizo sus rastros de lágrimas. Fue lo mejor para los dos… Ya que, de percibir eso, no cabía duda de que me habría sentido fatal para, luego, bombardearlo con pedidos de disculpas. Hubiera creído que era una inútil, segura de que había fallado en mi intento por tranquilizarlo, el cual había sido… Inesperado, impulsivo… e inevitable. Porque en las palabras de Cayden había reconocido mi figura y comprendía esa inseguridad que había confesado. El miedo de no ser suficiente para los demás. Siempre había sido así, en mi caso. Me supe muchas veces derrotada, cuando las chicas de mi anterior escuela terminaban alejándose, incapaces de lidiar con mi personalidad nerviosa y asustadiza. Así, en la oscura distancia de alguien sin amistades, al ver cómo construían lazos entre ellas… desprecié con fuerzas todo lo que tenía que ver conmigo, convencida de que la gente no me hablaba porque era… inferior, en muchos aspectos. Personalidad, aspecto físico, los gustos… Fue así en el Sakura, durante un tiempo, hasta que conocí a Rowan y yo… decidí ignorar mi miedo para aceptar almorzar con él. A partir de ese momento, elegí luchar. Y en esa pelea contra mí misma, me descubría… Fue gracias a Rowan, a Jez, incluso gracias a Hubert… que descubrí que también podía ser aceptada junto con mis defectos. No eres difícil, cielo, solo eres. Eres Bea, con tus ojitos de cielo… Esas palabras, nacidas en la voz de Jez, me acompañaron desde entonces; abrigándome con el calor de su cariño. Quizá las tendría conmigo por la eternidad, porque me daban fuerza. Por eso, cuando escuché a Cayden hablando de su inseguridad con Hubert, resonaron con más intesidad. y yo… quise transmitírselas a mi manera, desde mi visión y comprensión. Porque me estrujó el corazón pensar que la estaba pasando mal. En principio sólo hubo silencio, hasta que Cayden respondió… a los de los videojuegos. A-asumí que el asunto de su inseguridad quedaría atrás. No valía la pena pensar que Cayden no quería hablar de su inseguridad: al fin de cuentas, fui yo la que intentó redirigir el curso de la conversación. Por lo menos me distraje ante la certeza de que compartíamos el gusto no sólo por los videojuegos, sino también por el género de los RPG. También mencionó los de categoría Souls. —Q-quizá me anime a probar… el Elden Ring —dije, en el otro pequeño instante donde guardó silencio—. N-no soy muy buena con los juegos que tienen elementos souls, p-pero me interesa su apartado artístico… Muchísimo. Imaginé que iba a hacer una devolución al respecto, o que sólo seguiría concentrado en su dibujo. Sin embargo, Cayden eligió referirse a lo que le dije antes, el pedido de que no se preocupara por lo que no era. Parpadeé, entre sorprendida y desconcertada de que hubiese tenido en consideración mis palabras. Destacó mi intento por hacer que sintiera bien con su propio ser… Y… Y… La bondad es una cualidad hermosa, conozco varias personas que la poseen y las amo mucho por ello. No fue sólo el hecho de que dijo eso con tanta resolución, para refutar lo de que yo no destacaba en nada… Las palabras de Cayden emergieron con una sinceridad clara, muy intensa, que me hicieron ruborizar muchísimo. Y antes de agachar la cabeza para disimularlo, llegué a notar qué él hizo lo mismo, con el rostro cubierto de un tono similar. Tal vez… Cayden y yo nos parecíamos en otros aspectos, no sólo en el gusto por los RPG. —N-no es p-p-para tanto —dije con voz temblorosa, frotándome los dorsos de las manos— Y-yo sólo… Sólo quería que tú… Sacudí la cabeza y suspiré pesadamente; no valía la pena minimizar lo que estaba diciendo. No deseaba cometer esa falta ante tanta honestidad. >>Gracias… Era un buen chico, inmensamente bueno, que amaba a las personas. La preocupación sobre mi secreto había quedado en un segundo plano hace tiempo, pero con esto se desvaneció por completo. Su amabilidad me resultaba tan conmovedora que, en medio de mi propia fragilidad, se me formó un nudo en la garganta. Me hizo feliz que reconociera y valorara mi intención de ayudarlo a sentirse bien…Que dijera algo bueno de mí… Te diste cuenta porque te pasa algo similar. Te viste a ti misma. Volví a sentirme expuesta, pero ya no tenía miedo, porque ya entendía que Cayden me contenía. Sólo asentí en silencio, aunque quizá no lo notara por estar concentrado en su dibujo. Sin embargo, cuando dijo que le había pasado “algo parecido” y que por eso había intentado tranquilizarme, alcé la cabeza lentamente, con timidez. ¿Por “algo parecido”… se refería a que también le gustaba alguien? ¿Y que eso… lo agobiaba? Parpadeé con cierta rapidez, asimilando esa posible vertiente de su mensaje. Fue algo críptico si nos deteníamos a pensarlo, p-por lo que también era factible que me equivocase con la interpretación. Pero todo adquirió más claridad cuando Cayden dijo que… nos asustábamos al descubrir la explosión de unas emociones… distintas… Por sabernos frágiles y perdidos… Apreté los labios, angustiada, y el nudo en mi garganta se hizo más fuerte. Hubo más silencio, respiré tan lento como pude para descomprimirlo, porque no quería seguir dando vergüenza ni pena. —Yo… no sé qué hacer… —confesé—. E-estuve mucho tiempo… sola… Sin amigos... P-por eso, nunca me sentí así… con nadie… Es la primera vez… que me pasa… Y no sé qué hacer… —repetí— P-pero, al menos… Saber que comprendes mi miedo… me consuela… Me pasé el dorso de una mano sobre los ojos y, entonces, en otro impulso, me acerqué un poco a Cayden. Con silla y todo. La distancia, ahora recortada, me permitió detallar el dibujo que estaba haciendo. —Me gustan los gatos... —dije un poco al aire, aunque pronto busqué sus ojos con una firmeza... más bien endeble— Cayden... E-eres un buen chico. T-Te quedaste conmigo y buscaste contenerme, tranquilizarme... —me llevé las manos al corazón— Lo aprecio mucho... Y q-quería s-saber... Si a mí, algún día... —mis mejillas se sonrojaron— ¿m-me darías la oportunidad... de hacer lo mismo por tí...?
Venir a juntar aquí a dos frágiles de corazón no tenía que ser la cosa más inteligente del mundo si me lo preguntaban, pero en realidad no era culpa de ninguno de los dos porque ni yo habría asumido sus nervios ni ella los míos previo a todo el desorden de toparla en el pasillo. Habíamos terminado aquí sin que la idea hubiese sido acabar así, con una conversación tan seria más allá del asunto de lo que ella sentía por Hubert. Era muy tarde par salir corriendo, aunque una parte de mí lo deseaba, huir de los ojos y sentimientos ajenos. No era que yo conociera otra forma de existir igual, quería decir, había sido siempre algo ansioso y cerrado, pero las inseguridades fueron llegando después, con la conciencia espacial y la tendencia a sobrepensar. Al ver que no era la primera elección para grupos de trabajo porque hablaba poco o incluso más tarde, cuando empezaron los comentarios fuera de lugar por las esquinas y mucho después, cuando luego de haber aceptado a los chacales, de repente Yako la palmó y todo se desbarató. No juzgaba a ninguno de los que se fueron, no lo hacía porque los entendía, pero la herida existía aún así. El espacio negativo había surgido y yo no luché en su contra, lo dejé extenderse. Dejé que se fueran, que se fuera. Llevaba años renegando un sentimiento. Esa clase de cosas, así como la parálisis, existían por defectos del carácter contra los que no tenía idea de cómo luchar o sencillamente me abrumaba la cantidad de cosas que notaba o sentía como para elegir hacer algo. No estaba seguro y daba igual, porque eran excusas, siempre me excusaba cuando había un sentimiento metido, porque la verdad si me daban a elegir quizás sentir menos no sonaba descabellado. Porque tal vez así pudiera ver con algo más de claridad, en vez de quedarme anulado dando vueltas en eventos hipotéticos hasta perder la cabeza, más quería decir, pero sabía que eso no pasaría. Que tenía apenas dieciocho años y debería aprender a existir con la personalidad que tenía. Por eso el hijo de puta de Liam hablaba de que si cedía a la fragilidad con la que había nacido acabaría aplastado. El comentario de mierda implicaba más de una cosa, lo entendía mejor con el paso del tiempo. Si bien no empujé a Beatriz fuera de mi espacio como hice con Ilana, sí que tuve que tomarme un breve time-out y supuse que ella pensó que el asunto solo moriría allí. Me respondió que quizás se animara a probar Elden Ring, ante lo que asentí con algo de entusiasmo. La mención al apartado artístico me la guardé para después, aunque no fuese una chica de Souls (la pobre criatura ya se estresaba lo suficiente consigo misma como para estresarse con un juego) creí que al menos podría estirar la conversación hacia el campo del arte y a esta sala. Volví en círculo a su comentario, tal vez mi contestación fue un sincericidio por más de un motivo y por alguna razón acabé recordando que Morgan había dicho que era cute cuando era sincero, lo que quiso avergonzarme más. Regulé la sensación como pude, dije lo que tenía que decir y solo me desentendí, más o menos. Era desentenderme o lloriquear, ni modo, aunque la mocosa tampoco me daría tregua. Beatriz se atascó, creí que luego optó por otro curso de acción y me agradeció en vez de justificarse, lo que me hizo sonreír a pesar de que seguía con la mirada gacha y distraído con los garabatos. Después de todo, yo también tenía personas que me recordaban que tenía cualidades que hacían contrapeso, sabía que era necesario y solo quería pensar, aunque fuese caprichoso, que tal vez nunca se cansaran de guiarme. Quedó el silencio, el ruido de la lluvia y el de los pensamientos rebotando, por supuesto, no dije nada más y cuando ella habló de nuevo solté el aire por la nariz, en una mezcla de comprensión y resignación. No sabía qué hacer y yo tampoco, así que eso al menos dejaba a dos confundidos en vez de uno. Estaba por ponerme a contestarle cuando noté que se acercaba con todo y silla, lo que me forzó a alzar la mirada de una vez por todas, apenas un instante antes de que dijera lo de los gatos y soltara su propia bomba. No creía ser mala persona, pero sin dudas era defectuoso. Por eso forjaba jaulas. —¿Qué clase de persona sería si te dejo sintiéndote igual de angustiada que yo? —apañé y me sorprendí a mí mismo al poder sostener su mirada, el resto pecó de asociación libre—. A veces… me quedo atorado en tomar la decisión, la de hacer algo o no o cómo hacerlo, el sentimiento que le sigue es peor que la ansiedad que me detuvo de hacer algo. A pesar de eso, suelo volver a cometer el mismo error porque en el momento me siento muy alterado, me tropiezo allí con frecuencia y en ocasiones puede que haya dejado solas a personas muy importantes. Su pregunta me lanzó a dos direcciones contrarias, quise negarme, establecer límites y olvidar esta conversación, pero tampoco quería que su intento quedara en nada. Me parecía grosero y egoísta, ¿pero no lo era con cierta frecuencia, no pensaba en mí y mandaba al resto a tomar por culo? Pasaba de un extremo al otro. Como fuese, esta chica, ella no me conocía y eso permitía una distancia que no encontraba en los demás y en esa suerte de desconexión, a pesar del reflejo que me había devuelto, creía poder ser un poco más sincero que con los demás a los que me sentía más atado, por feo que sonara. Me tomé algunos segundos para reordenarme a nivel de ideas y emociones, volví la vista al cuaderno y empecé a dibujar un nuevo gato en una de las esquinas de la hoja. Fue un garabato rápido, chueco, no muy grande y al terminar rasgué la esquina, separándolo de los demás, una vez suelto giré el papelito y escribí por detrás “Para Bea”. Volví a girarlo y lo extendí hacia ella con el dibujito en su dirección. —¿No lo hiciste ya? Tratar de tranquilizarme quiero decir — dije buscando sus ojos—. Creo que está bien no saber qué hacer, al menos en este caso, si recién ahora sientes algo así, ¿por qué sabrías cómo actuar? Una vez le dije a Hubert una tontería de que los amables eran los más peligrosos, era una broma con algo de verdad. Al final del día, ¿no buscamos ser comprendidos y queridos por lo que somos? Ser tratados con amor y cuidado, saber que tenemos a dónde regresar. Se me aguaron los ojos otra vez, así que evité su mirada y me encogí un poco en el banco, que tampoco me lo permitió demasiado. Cerré el cuaderno de bocetos con el lápiz prensado en medio, tragué grueso y sentí que estaba perdiendo la pulseada contra mí mismo, para variar. Qué destrozo se nos había hecho, de verdad. —No es difícil acabar cayendo por personas como Hubert, es lo que quiero decir. Se cuelan rápido bajo las defensas y los miedos.
Cuando el nudo cerró mi garganta al oír a Cayden mencionado el dolor y el miedo de descubrir emociones distintas… mis ojos se habían humedecido. Porque era verdad: estaba perdida y me sentía muy frágil, tan delicada como un fino cristal. Por eso estaba ocultando y negando estas emociones con tanto recelo, sin siquiera darles el nombre que les correspondía; y por lo mismo entré en pánico cuando fui descubierta por Cayden en el pasillo, y casi lloré cuando reconocí lo que me pasaba con Hubert… Me daba miedo romperme… No sabía qué hacer, tal como se lo repetí, con mi voz consumida por la angustia. No tenía contemplado decírselo a nadie, mucho menos a Hubert (¡I-i-i-imposible!), pero también me preguntaba hasta qué punto sería sana, esta insistencia en el secretismo. A-además, n-no me parecía justo porque, a pesar del miedo que me provocaban estos sentimientos… también podía reconocer una pizca de su hermosura. ¿Por qué algo así tendría que hundirse tras gruesos muros? No lo sabía y tampoco quería responder tal pregunta. Sólo tenía la certeza de que me hallaba confundida y apesadumbrada. Por lo menos, Cayden estaba aquí… y compartía parte de su historia. Nuestra charla era densa y angustiante, pero quizá estuvimos necesitándola todo este tiempo. Y cuando me pareció que él estaba padeciendo un proceso parecido al mío… por un momento, me olvidé de mi misma y le pedí que me dejara apoyarle. Que me permitiera contenerlo, en mis pequeñas y temblorosas manos. Cuando respondió, pudimos sostener nuestras miradas. Mantuve las manos sobre mi pecho, aferrando ligeramente la tela de mi uniforme, mientras lo escuchaba hablar. Negué inconscientemente cuando preguntó qué clase de persona sería si me hubiera dejado sola, porque no había querido insinuar lo contrario. Luego me confesó que tenía muchas dificultades para tomar una decisión y apuntó a lo que sentía luego quedarse atascado, que era peor que la ansiedad que lo detenía… Para colmo, se tropezaba con lo mismo, una y otra vez, al punto de que incluso había dejado atrás a personas importantes… Tuve que hacer acopio de una gran cantidad de fuerza de voluntad para no lagrimear ante sus ojos. Este chico… cargaba mucho miedo y culpa consigo, más de lo que quizá podía soportar. Respeté en silencio los segundos que necesitó para responder mi pregunta. En el proceso, volvió a trazar líneas sobre el cuaderno. Fue un dibujo rápido, pero esos segundos también me bastaron para regular mi angustia, una que ahora nacía de la necesidad de hacer algo por Cayden. No me dio tiempo a adivinar la figura esbozada con grafito, porque el chico arrancó imprevistamente el trozo de papel; el rasguido me hizo sobresaltar ligeramente. Tampoco anticipé lo que escribió detrás detrás del mismo. Para Bea. Me extendió el dibujo de otro gatito, sorprendiéndome. Estaba chueco en cuanto a proporciones, pero se notaba que era un felino. En cualquier caso, no me importó. Más bien, no me esperé que hubiera dibujado algo para mí, por lo que tomé este obsequio con suavidad, y no dejé de mirarlo cuando Cayden siguió hablando, conmovida como estaba por su adorable gesto. Dijo que ya había hecho algo por él, y que… era normal estar así de perdida, que no tenía por qué poseer un plan de acción ante algo que, en definitiva, estaba sintiendo por primera vez… Yo sólo asentí, haciendo girar el gatito de papel en mis manos… hasta que alcé la cabeza, un poco repentinamente, cuando mencionó a Hubert. Me ruboricé por la broma de que los amables eran los más "peligrosos”, asintiendo a su vez para dar a entender que comprendía su punto. La amabilidad de Hubert, seguramente, era el rasgo más me atraía de él. Me gustaba el tono con el que me hablaba, sus intentos por adaptarse a mis nervios y que quisiera saber si estaba bien. Me gusta. Al final del día, ¿no buscamos ser comprendidos y queridos por lo que somos? La frase de Cayden se coló en medio de las emociones. Volví a asentir en respuesta, sintiendo cómo, otra vez, nos reflejábamos. Siempre quise eso para mí misma, y era algo que lentamente estaba logrando en esta academia. Rowan y Jez… ellos eran ese espacio al que deseaba regresar, donde sabía que encontraría el cariño que yo también estaba dispuesta a darles. Pero… Cayden… ¿Por qué hablaba… como si estuviera solo…? ¿P-por qué… sus ojos… sus ojos…? Mi corazón se comprimió cuando vi sus lágrimas. Agachó la cabeza a destiempo y, estremecido, se hizo pequeño sobre la banca. Dijo algo más sobre Hubert y allí permaneció, y yo supe que ahora estaba librando una dolorosa lucha contra su interior… Como siempre me pasaba a mí… Mis labios temblaron al ser consciente de esta batalla, de lo profundo de su sufrimiento. Sin que pudiera evitarlo, esta vez fueron mis ojos los que se tornaron vidriosos... No me gustaba ver a la gente llorar… Y quería hacer algo, lo que fuese, por él… Contenido oculto Su mano había quedado sobre el cuaderno cerrado. La miré con bastante inseguridad… Tras lo cual, finalmente, decidí acercar la silla... Un poquito más... Me incliné con mucho cuidado y… Estuve a punto de posar mi mano sobre la suya, pero me dio demasiada vergüenza a pocos centímetros de alcanzarlo, y desvié mi movimiento. Al final, mi mano quedó a un costado... con mi meñique apoyado sobre el de él. El contacto físico era muy pequeño, prácticamente escaso, pero esperaba que sirviera como un intento de consuelo. No llores, por favor. —Pudiste tomar una decisión… cuando me viste alterada… No te quedaste atorado… —dije, en un tono más bien triste; me dolía verlo así— Lamento mucho… que te haya ocurrido antes y cómo te sentiste, pero… Trata de pensar en lo que puedes hacer a partir de ahora… Y por favor… Rodéate de esas personas bondadosas que dices amar… Le sonreí con delicadeza, sin saber si me miraría. Fue una sonrisa que luego tembló ligeramente, obligándome a apretar los labios. Ya era muy tarde. Lágrimas solitarias consiguieron pasar, dibujando sobre mis mejillas unas líneas finas, húmedas. —No estés solo, Cayden —insistí—. La soledad es dolorosa, y no quiero que nadie pase por todo lo que viví yo. Eres un buen chico, por eso… Yo… —con un movimiento suave, enlacé como pude nuestros meñiques, sin despegarlos del cuaderno de dibujos— Te apoyaré y tranquilizaré… siempre que pueda… Estaba siendo sincera con él, un poco dejándome llevar. Y, a su vez, puede que estuviese haciendo una proyección. Las palabras que le dedicaba… iban dirigidas, también, a mí misma. Como si le hablara a la Beatriz pasada, presente y futura.
Puede que no lo pensara con tanta intensidad porque rozaba lo obvio, pero en la negación existía el esfuerzo, necio, de protegerse a uno mismo. Lo que se negaba no podía alcanzarnos, no podía doler ni fragmentar un corazón ya de por sí frágil, era el camino sencillo y automatizado de la supervivencia. Si los cuerpos sentían dolor sabían que debían hacer algo para detenerlo, ¿pero si no? Podían solo morir quemados sin siquiera saberlo. De allí venía que no quisiéramos responder ciertas preguntas que nos formulábamos a nosotros mismos, tonterías como qué sentíamos en verdad o cosas más abstractas como la pregunta de qué hacía uno con los tal vez. La técnica tampoco era lo que se dice la mejor opción, lo que no se decía se apilaba y finalmente estallaba, las heridas sin atención hervían hasta que la infección nos hacía caer y así hasta parar de contar. El comportamiento se volvía autodestructivo e irracional. Sabía que la intención de Beatriz no era apuntar a la persona que uno era en caso de no apoyar a otros, reconocía la honestidad en sus palabras, y quizás por eso consideraba que debía entregarle lo mismo. Cuando hablé del asunto de quedarme en la intención de acercarme tampoco sentí que tuviera tanto peso, era algo a lo que me enfrentaba con cierta frecuencia y, aunque no pareciera, intentaba trabajar. Todos mis avances eran entre caóticos e inútiles, retrocedía en mis procesos con frecuencia. Sabía que mi núcleo se había nutrido de miedo y culpa. Lo reconocí luego de romperme frente a Yuzu. Noté la suavidad con que había tomado el dibujo, el pequeño regalo, y se había quedado mirándolo mientras le hablaba, sin haber dejado de verlo asintió a mi idea de que estaba bien sentirse perdido ante una emoción nueva. Mi chiste no tan chiste de los amables la sonrojó, pero me cedió razón y me hizo algo de gracia, pero también por alguna razón me alegró que pudiera permitirse esa sinceridad. Si ella me hubiese señalado que hablaba como si estuviera solo la habría corregido, porque no lo estaba y lo sabía, pero estaba viéndome en la obligación de separar por categorías un sentimiento que hasta ahora había mantenido en una sola caja. Al aceptar lo que negaba me sentía mal agradecido y exigente, como si tomara todo lo que se me había dado, lo arrojara por la borda y pidiera algo distinto. Como un mocoso malcriado, ¿pero no le había sido siempre? De todas maneras, esperaba que Beatriz no hubiese notado el destrozo, pero ya mucha suerte había tenido al disimular el primero. Vi que acercó la silla, el corazón se me aplastó contra las costillas y tuve que modular el impulso de retroceder, se había inclinado, si pretendió alcanzar mi mano cambió de planes y solo depositó la suya al costado, sobre el cuaderno. Su meñique tocó el mío y se me atascó algo en la garganta. Rodéate de esas personas bondadosas que dices amar. No supe cómo pude alzar la vista para mirarla, pero al hacerlo noté su sonrisa, a la pobre criatura mi llanto contenido le desató el suyo y entonces el grosor del cristal, que hasta entonces había creído poder controlar, consiguió empañarme la vista. Escuché todo lo que me dijo, noté cómo entrelazaba el dedo con el mío y la primera reacción que tuve fue reírme, fue una risa un poco ahogada, pero apenas la solté el cristal cedió y comprimí los gestos al sentir las lágrimas. Me llevé la mano libre al rostro, me enjuagué los ojos y negué para mí mismo, frustrado. Era una tontería, no hacía falta llorar otra vez. Tomé un montón de aire y dudé, como todo el maldito tiempo, me quedé atascado y me forcé a salir. Era hipócrita y necio de mi parte viendo como mandaba a Ilana por un tubo a cada rato, pero también recordé que me había dado un beso entre el cabello y en cierta medida fue un consuelo. Quizás por eso tomé la decisión, me levanté despacio del banco, deshice la unión de los meñiques y a tientas dejé el cuaderno donde había estado sentado. Entendía que ambos nos estábamos proyectando como un par de locos, de desesperados, y sentí que los recursos se me agotaban. Odié terminar recordando las palabras de Arata, las del día que me buscó para disculparse y yo ya llevaba un rato atascado en este asunto. Nunca fuiste bueno manteniendo el contacto con lo que no puedes tocar. Sabía que si le daba espacio para intuir mi intención se moriría de ansiedad, así que solo consumí el resto de distancia ahora que estaba de pie y estiré los brazos para rodearla. Fue suave primero, luego adquirió algo de firmeza y los ojos se me llenaron de lágrimas una vez más, ya ni siquiera me esforcé por detenerlas, solo sorbí por la nariz y traté de no pensar en lo salido de la nada que parecía mi llanto, el abrazo y todo esto. —Perdón —murmuré y encajé una mano con cuidado cerca de su nuca, en su cabello—. Sentí que los dos necesitábamos un abrazo, pero puede que solo fuese yo. Al tomar aire se me entrecortó, sorbí por la nariz de nuevo y me limité solo a respirar. Intenté no pensar y en ese intento me alcanzó otra cosa, me di cuenta que esta chica no había tartamudeado ni una sola vez desde que eligió el camino del consuelo y el apoyo, no había trastabillado. Lo noté con retraso, fui consciente, y afirmé un poco más el abrazo. —Gracias por tus palabras. Es muy amable y dulce de tu parte haberme dicho todo eso, así que espero que puedas decírtelo a ti misma cuando haga falta y si no, me buscas y yo te lo diré. Puedo recordarte de la vez que terminamos en la sala de arte lloriqueando y elegiste confiar en mí, aunque no me conoces, y además elegiste ayudarme. Eres una buena chica, Bea, no lo dudo.
Le había sonreído sin tener la certeza de si alzaría el rostro hacia mí. Era posible que no me hubiese importado si mi gesto pasaba desapercibido, porque tampoco deseaba presionar sobre su intento de refugiarse. Si las cosas se hubieran dado de esa forma, habría guardado la esperanza de que mi gesto lo alcanzara por un instinto, como si fuera una energía invisible acariciando su cabello de fuego. Sólo mantendría la unión de nuestros meñiques. Porque había una certeza que sí existía, y era mi voluntad de no dejarlo solo; mi predisposición a ayudarlo como pudiese… Darle algo a lo que aferrarse, para sobrellevar su pesar… Por suerte, Cayden reaccionó ante mi pedido de que se abrigara en la bondad de aquellos que tanto amaba. Me sentí realmente contenta de haberlo sacado de sus pensamientos y que pudiera verme a mí, quizá reflejando su silueta en mis ojos… En el cielo de mi mirada, donde el celeste rompía con el infinito gris de afuera. Mi sonrisa se ensanchó ligeramente al recibir a Cayden, pero volví a encontrarme con sus lágrimas, que me conmovieron profundamente, al punto de hacerme derramar las mías. No llores, por favor. No llores solo. Él no debía estar solo, era consciente de eso, porque tenía personas a las que amaba. Mas, me había dado la impresión de que se encerraba en sí mismo, como tantas veces hacía yo en mis peores momentos, y conocía bien todo el dolor y el desgaste que traía eso. Por eso le insistí con que se rodeara de personas, que acudiera a quien fuese. En otro impulso poco habitual en mí, juré que estaría con él, que estaría conmigo, que nos ayudaríamos entre todos. Fundé esa intención en el abrazo chiquitito de nuestros meñiques, en la que fui mi pinky promise. Era una chica que no destacaba en nada, un pensamiento erróneo. Cayden había dicho que era bondadosa, y alguien más, algún día, me diría que era buena cuidando a las personas que lo necesitaban. Cayden dejó escapar una risa ahogada frente a mi promesa, pero una risa, al fin y al cabo, que amortiguó el llanto que ahora humedecía su rostro. No supe si mi sonrisa se había mantenido en todo momento o la borré al ser consciente de mi llanto, pero la escena logró que las comisuras de mis labios se elevaran un poco. Este suave y tembloroso movimiento hizo que más lágrimas corrieran por mis mejillas. Nuestros meñiques seguían enlazados mientras. Así que, cuando se levantó, dejé ir su mano lentamente. Llegué a pensar que necesitaba caminar un poco para regularse, quizá distraerse con la lluvia. Contemplé estas y más posibilidades. Ninguna incluía el abrazo que me dio. Ni siquiera me dio tiempo de adivinar sus intenciones. De pronto, tuve a Cayden muy cerca de mí, con los brazos estirados; y al segundo siguiente, me estaba estrechando entre ellos. Mis ojos, que quedaron por sobre uno de sus hombros, se abrieron muchísimo; mi corazón se aceleró y los latidos empezaron a golpear con tanta contundencia, que me dio miedo que el chico los notara contra su cuerpo. Me quedé un poco paralizada, más por sorpresa que por ansiedad, con mis propias manos en el aire. Esto… fue extremadamente inesperado. Cayden murmuró un perdón, cerca de mi oído, anegado en lágrimas. Sentí que los dos necesitábamos un abrazo, pero puede que solo fuese yo. Por un momento dejé de ver con claridad la porción de sala que me permitía su cuerpo. Porque una capa de lágrimas, mucho más gruesa, que me inundó la mirada antes de derramarse. Negué con la cabeza al escucharle decir aquello. Con lentitud, al principio dudando, pero finalmente decidida, alcé mis propias manos. Una encontró su espalda, con la otra empecé a acariciar la parte de atrás del cabello. —Los dos… —respondí con un hilo de voz, con el rostro humedecido— Mi madre dice que un abrazo… sana el alma. Me sentía algo avergonzada por la situación, pero no lo solté. Continué acariciando su cabello, porque lo que más me importaba ahora mismo era reconfortarlo. Aunque también era verdad que esto también me dio una calidez que necesitaba, y quería retenerla un poco más. También era reconfortante para mí. Cayden me agradeció, diciendo que había sido amable y dulce, y a su vez diciendo que todo lo que dije pudiese transmitírmelo a mí misma. También me dijo que lo buscara cuando no lo lograse, y que él se encargaría de hacerlo en mi lugar. Este comentario me hizo sonreír sobre su hombro. Me dio un poco de vergüenza cuando propuso recordarme cómo terminamos aquí, lloriqueando, porque era una forma bastante inusual de conocerse con alguien. Pero acepté con asentimiento. Entonces aseguró… que no dudaba… que era una buena chica. En agradecimiento, lo abracé con algo más de fuerza… Con la poca que tenía mi pequeño cuerpo. —Tú también eres bondadoso —le dije—. Volvamos a vernos… Para hablar de juegos y dibujar, ¿tal vez? No lo sé… Pero… Me gustó conocerte… Y gracias, otra vez… Por ayudarme, y por dejarme ayudarte. Recuerda mi pinky promise.