Sala de arte

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Sala perteneciente al club de arte. Un entorno tranquilo y relajado donde dejar volar la imaginación a bordo de un pincel y una paleta de colores.

    Sus paredes adornadas por cuadros y pinturas hechas por los propios alumnos reflejan belleza juvenil y nostálgica. Es el lugar perfecto donde expresarse de forma creativa.


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    Qué maldito fastidio.
    Había salido de la clase justo cuando Kurosawa avanzaba por el pasillo. No había detenido su mirada en ella o al menos había fingido no hacerlo, porque la había seguido con el rabillo del ojo y había visto lo que obviamente había ido a hacer allí: arrastrar al perro con ella. Cómo no.
    Soltó una risa floja mientras bajaba hasta la primera planta.

    Entró al salón de arte sin pedir permiso a nadie y sacó de sus propias cosas un cuaderno de bocetos, rallado hasta en sus tapas, y un estuche con lápices de grafito. No tenía mayor lugar a donde ir, ¿cierto? Ni mayor cosa que hacer. Era estúpida, pero no iba a fumar en otro lugar que no fuese la azotea.

    Se sentó en el suelo, cerca de una de las esquinas del salón, y empezó a trazar de memoria el cerezo del patio norte. Ya luego vería si merecía la pena transferirlo a un lienzo o a lo que fuese.
    Se detuvo un momento para sacarse el móvil del bolsillo, junto a los auriculares, y se colocó uno solo, para poder escuchar el resto de su entorno debajo del sonido de la música.
     
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    Su pecho subió y bajó en un suspiro entrecortado, liberando parte de la presión que la había estado asfixiando una vez sus pies se clavaron frente a la puerta que buscaba. Acarició su cuello sin ser consciente, palpando y buscando aquella extraña entidad que había afianzado sus manos en torno a su cuello, impidiéndole marchar y dificultándole respirar desde el suceso de las golosinas. A pesar de que todo había terminado, a pesar de lo banal del suceso en sí, algo se había prendido dentro de ella. Y allá donde decenas de estudiantes se agolpaban, ajenos a su presencia, el corazón se le disparaba en el pecho y el sudor frío volvía a recorrer su frente.

    Sobreanalizando. Imaginando. Temiendo.

    El lienzo en blanco que era Rachel había sido pintado con las primeras pinceladas. Ella no parecía darse cuenta.

    De repente sintió la necesidad de alejarse de las multitudes. Y en un día de lluvia como lo era aquel, esa posibilidad era realmente escasa. Nunca sabría si adentrarse en el club de arte fue una decisión propia o fue empujada por la necesidad de huir de alguna forma, pero allí estaba, adentrándose en el aula con su mano afianzada en torno a su bolso y su corazón palpitándole con fuerza. El olor a óleo y témpera la recibió en su interior y alzó la mirada por sobre su flequillo rubio, admirando cada recoveco de la sala con interés. Caballetes y lienzo desperdigados por toda su extensión atrapaban su atención, y supo que en otra ocasión podría pasar horas y horas curioseando las obras de aquellos que pasaron antes de ella. Pero la presencia de alguien más, que hasta ahora no había notado, la cohibió al instante.

    Era una chica, probablemente de cursos superiores. Parecía concentrada en su cuaderno, moviendo con presteza y experiencia el lápiz de grafito por sobre su superficie. Hubiese curioseado lo que hacía de no ser porque un destello rojizo captó toda su atención, y sus fuegos fatuos se posaron en las mechas rojas que enmarcaban su rostro. ¿Qué tenían los cabellos de colores que la emocionaban tanto? Primero Yule, ahora ella. Incluso recordaba haber visto a alguien con una mecha azul, ¡y una chica con el cabello violeta!

    Todo se sentía un mundo nuevo fuera de su hogar para ella.

    —¿Qué estás dibujando? —su dulce voz escaló a través del nudo en su garganta, escapando de su agarre para salir al exterior casi sin su permiso. Cuando quiso darse cuenta se había acercado lentamente, colocando las manos sobre sus rodillas para compensar la diferencia de alturas al estar de pie. La recibió un ligero olor a humo.

    Una vez más, no era consciente de las reacciones que sus actos podían desencadenar en los demás.
     
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    Lo cierto es que si había algo capaz de sacarle el malhumor de encima era dibujar, porque le apagaba la mente apenas unos después de haber empezado. Si estaba lloviendo, tronando, como si se caía el cielo mientras estaba en ello, qué coño le importaba.
    Sin embargo, a pesar de eso, al menos en la escuela una parte de su desconfiado ser seguía aferrado a su ambiente, lo suficiente para detectar cualquier cambio y así fue cuando escuchó los pasos de Rachel, amortiguados por la música de sus auriculares, entrar en la sala.

    Frunció apenas el ceño, sin detener su tarea. Debía ser alguno de los otros inútiles del club, ¿para qué iba a detenerse? Tenía un lápiz sujeto entre los labios, haciendo las veces de un cigarrillo apagado y lo mordía de vez en cuando, sin siquiera darse cuenta.

    Los pasos habían seguido acercándose.

    Maldita sea, ¿de verdad no se podía tener un segundo de paz en esa desgraciada escuela? Si no era Kurosawa con Honda, era el inútil de Joey y si no era él, era cualquier otra alma.
    Bufó para sí misma.

    Cuando la voz delicada de la rubia se abrió paso a través de la música y el golpeteo de la lluvia el mundo se detuvo de una forma extraña. Su mano permaneció estática sobre la hoja unos segundos. No logró asociar esa voz a nadie del club y tampoco a nadie de la escuela, como si su cabeza solo pudiera recordar a los niños problema y el punto muerto que era Shiori Kurosawa.

    Alzó la vista despacio, movida a partes iguales por el fastidio y la curiosidad, y sus ojos dispares toparon con la mirada azul de Rachel.

    Fuego azul.

    ¿Habría en algún tubo de pintura o en algún lápiz ese exacto tono de azul, o podría recrearlo al menos? Porque lo quería. Sentía un maldito impulso de cubrir toda una superficie con él, hasta hacer desaparecer el blanco del soporte.

    La reacción fue inmediata, automática y quizás hasta rígida, pero no había podido detenerla. No tenía idea de por qué.
    Volvió a masticar el lápiz que tenía entre los labios mientras colocaba el cuaderno en el suelo y lo giraba, para que el boceto tosco del cerezo quedara orientado a la vista de la rubia.


    la gayness que se me salió no tiene nombre
     
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    Hygge

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    Era curioso lo contradictoria que podía llegar a resultar. Estaba interrumpiendo el trabajo de aquello chica, inquiriendo sobre el boceto que tenía entre sus manos cuando su mirada azul parecía mucho más entretenida en los destellos rojizos de su cabello. Lo notó demasiado tarde, cuando sintió que los mechones se corrían a los lados y el rostro de la desconocida se alzaba hacia ella, con cierta dureza en sus facciones.

    Y estaba por erguirse y retroceder un paso, comprendiendo bastante tarde que acciones como esas podían llegar a resultar cargantes en los demás cuando sus miradas conectaron. Todo su cuerpo se detuvo al instante, y podía jurar que una exclamación ahogada, un diminuto "¡oh!" escapó sin permiso de su garganta.

    Azul y gris. El cielo nublado comprimido en sus ojos.

    El peso de la vergüenza azotó su rostro y le envió una oleada de calor directa a las níveas mejillas, haciendo que agachase la mirada de golpe. Tan distraída había permanecido que no se dio cuenta del dibujo que la chica de mirada dispar había vuelto hacia ella, complaciendo su pedido en silencio. Intentó recorrer los trazos y apreciar los contornos, pero su agitado corazón producto de la timidez parecía tener otros planes.

    Apenas pudo pensar algo coherente que decir.

    —Es... Está quedando lindo, dibujas muy bien —murmuró, aún de cuclillas frente a ella. No sabía si debía alejarse, si debía añadir algo más. Se había quedado en blanco. Tras unos segundos de duda alzó con timidez los ojos, entre el flequillo dorado, y agregó; no pudo esconder la emoción en su voz esa vez—. Lo siento, es que... nunca había visto unos ojos así en persona.
     
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    De haber estado fumando seguro una cortina de humo se habría instalado ya entre ellas, como una suerte de muro, pero no lo estaba y de repente se sentía extrañamente expuesta a la mirada azul de esa chiquilla, como si pudiera atravesarla sin esfuerzo alguno. No le gustaba.
    La diminuta exclamación que surgió de los labios de la menor la hizo fruncir el ceño aún más, si es que era posible, pero inmediatamente su gesto se relajó. Hace tiempo que nadie se sorprendía ya por eso, había olvidado lo que implicaba. Los ojos dispares.

    Cuando el rubor le cubrió el rostro una sonrisa torcida apareció en sus labios. La maldita sonrisa terrible, pero lo cierto es que había aparecido casi como reflejo, porque no había que ser un genio para ver la clase de chica que era la rubia.

    La clase de chicas que no se tocan y si se atrevía a hacerlo iba a tener que comerse el discursito de mierda que le había soltado a Joey, cosa que no se le antojaba.

    Era una muñeca. Es más, era como verse en un espejo casi, como cuando veía a Honda, aunque una cosa era ser una princesa y otra una muñeca, aunque pudieran fundirse entre sí.

    Pegó la espalda a la pared, sin despegar la vista de ella, mientras se quitaba el lápiz de los labios. Su voz fue una mezcla extraña entre un tono suave y uno áspero.

    —Gracias, Rapunzel —respondió, el apodo le había surgido de la nada, pero el motivo era claro. La cascada de cabello dorado hablaba por sí sola. Al escuchar su último comentario se permitió una risa que recordó más al ronroneo de un felino—. ¿No? Se llama heterocromía, supongo que eso sí lo sabías, ¿no, linda?

    Hubo un momento, apenas un segundo, en que se odió a sí misma por hablarle de aquella manera.
     
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    Su ceño pareció fruncirse ligeramente, casi como si se tratase de una burda imitación de la mayor. Solo que, en comparación, era bastante más suave que la suya. Lo lógico sería pensar que no le agradó demasiado el tono empleado en su voz, pero eso era algo que Rachel apenas notaba. Las intenciones de los demás para con ella eran todo un misterio que no parecía esforzarse en comprender. Más bien el mote pareció disgustarle bastante, solo que su creadora no podría imaginar que la similitud entre ambas iba mucho más allá del color de cabello. Que pegaba bastante cerca de casa.

    Suspiró, llevándose un mechón de cabello tras la oreja.

    Rachel —casi pareció corregir, conteniendo un mohín sin éxito. Su tono de voz pronto pareció suavizarse, y dejó de fruncir el ceño—. Y sí, lo estudiamos hace poco. Pero se ve mucho más bonito en persona.

    Con su curiosidad satisfecha, la joven se irguió y comenzó a caminar hacia una de las mesas sueltas, dejando su mochila sobre esta. Repasó que había traído lo necesario para el club, y mientras rebuscaba una nueva pregunta acudió a su memoria.

    >>Ah, sí. ¿Cuál es tu nombre?
     
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    Otra risa se le escapó al verla fruncir el ceño. Una parte de sí tuvo la esperanza de que hubiese sido una reacción a su tono de voz, que algo le dijera que no podía ser tan ingenua, pero la forma en que le dijo su nombre hizo que esa esperanza muriera en cosa de segundos.
    El ceño fruncido, el mohín. Sin dudas, era una pequeña y dulce muñeca, lo que ella se supone que debía seguir siendo, pero allí estaba.

    Rachel.

    Era obvio de sobra que no era japonesa, pero con eso salió a relucir que quizás tampoco se hubiese hecho mucho a la idea de... el funcionamiento de las normas en ese lado del charco. Facilitaba mucho las cosas, a decir verdad, como con cualquier otro de los extranjeros perdidos de esa escuela de mierda.
    Parpadeó, confundida, al escuchar la palabra que la rubia había usado. Bonito. Le sonaba ajena, como venida de un planeta distinto, y no puedo evitar volver a fruncir el ceño.
    Levantó su cuaderno del suelo y volvió a colocarlo sobre sus piernas, mientras seguía a la menor con la mirada, atenta. ¿Venía al club? Joder.

    —Katrina —respondió sin más y regresó la vista a su cuaderno, aunque ya no se veía en la capacidad de seguir dibujando.
     
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    Hygge

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    Pareció darse cuenta tarde de que no había señalado su apellido, recordando lo incómodo que parecía resultarle a la gente de allá ser llamada por su nombre de pila, cuando la chica alzó su voz una vez más.

    Katrina.

    Aquello le arrancó una sonrisa. Sin -san, ni -senpai, ni cualquiera de aquellos honoríficos extraños que había tenido que asimilar. Se sentía tan natural que alguien le permitiese acogerse a esa cercanía que se volvió encantada hacia su ahora acompañante, sentándose en la mesa que le correspondía mientras llevaba sus manos a su regazo. Balanceaba los pies en el aire mientras la observaba dibujar, con cientos de preguntas rondando en el aire.

    No podía evitar llamarle la atención, como si su simple presencia disparase toda su curiosidad.

    —Encantada de conocerte, Katrin... —detuvo un segundo sus palabras, estrechando los ojos mientras parecía pensar en algo. Su rostro se iluminó con una emoción pueril—. ¡Oh, Kat! Como el animal, dado que compartes sus ojos —declaró, satisfecha con su ocurrencia. Rachel, la chica a la que le dabas la mano y te agarraba todo el brazo. Parecía pecar de confianzuda, pero no había ninguna clase de maldad en su voz. Esperó un tiempo, como si su parte racional dudase en si seguir interrumpiendo su dibujo o saciar su interés; obviamente, volvió a perder—. ¿Congénita o adquirida? ¿Tus hermanos también la tienen?


    Rachel por dios respira cariño, que se te ve la gayness desde aquí
     
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    No había podido quitarle la vista de encima, ni siquiera cuando había fingido hacerlo, la siguió con el rabillo del ojo, como un gato que aunque no está por echar a correr o listo para atacar, se permite mantener su atención en un estímulo extraño... porque lo cierto es que Rachel era un estímulo totalmente raro. Ojos cerrados, orejas que se movían en cada dirección.
    No solo parecía una muñeca, se comportaba como una niña y una parte de ella se negaba a pensar que semejante ingenuidad e inocencia fuese posible en nadie.

    ¿De qué isla perdida habían sacado a esa chiquilla, para tirarla al mundo?

    La suavidad de su voz volvió a colarse bajo el sonido de la música en sus auricurales, cuando pensó que iba a guardar silencio, y por reflejo se rindió, quitándose el objeto de la oreja y pausando la música. En ello estaba cuando ella siguió hablando.

    Kat.

    ¿Qué?


    La saliva se le espesó en la boca y la respiración se le tornó pesada. Era miedo, pero, ¿por qué coño la asustaba una niña cuando le hablaba a estúpidos como Usui sin echar atrás siquiera o se juntaba con insufribles como Wickham, y andaba metida en un mundo que le causaría pesadillas por el resto de su vida a la rubia?

    Sentimientos.

    La máscara, ¿por qué de repente no sabía cuál ponerse para seguir con el teatro? Todas se habían amalgamado de repente, impidiendo que sacara una para arrojársela encima a Rachel.
    Le había dado... ni siquiera el brazo, se había permitido rozarla con la yema de un dedo y ella la había jalado hasta el hombro, lanzándola en una piscina que disolvía todo su maldito show, solo por haberse permitido acortar su nombre.

    De la misma forma que mamá.

    Encima, ¿qué mierda era eso de que igual que el animal? ¿La estaba llamando gato? Y... no había malicia en su voz, como cuando el estúpido inglés la llamaba Katty.
    Estuvo apunto de boquear por aire, como un pez fuera del agua, pero reaccionó y liberó el aire contenido despacio a la vez que cerraba los ojos, apoyando la cabeza en la pared tras ella. Apretó el móvil entre sus manos, con fuerza.

    Katrina —corrigió y su voz sonó áspera. Lo hubiera dejado hasta allí y quizás debió, pero sus labios siguieron moviéndose para responderle a Rachel—. Congénita, pero no tengo hermanos... por fortuna.

    ¿Y cómo por qué le había dicho esa última estupidez? ¿Qué importaba si se sentía afortunada de no tener hermanos? No tardó ni un segundo más en darse cuenta que el tiro, el discurso de cuarta que le había echado al moreno, estaba empezando a regresarle para ajustársele en toda la boca... y no precisamente de la forma en que le gustaba.
    Bufó para sí misma mientras abría los ojos ligeramente, para volver a posar su mirada dispar en la rubia.

    Joder.
     
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    Su cuerpo menudo pareció encogerse ligeramente por inercia cuando sintió la aspereza en su voz golpearla de frente. Abrió los ojos, escuchando sus palabras con suma atención, conteniendo la respiración sin apenas darse cuenta. Rachel era ingenua, pero no estúpida; no necesitó que se lo dijeran dos veces para saber que estaba cruzando una línea que no le era permitida. Notar el cambio en sus gestos fue el golpe de realidad necesario para que agachase la mirada, cortando el aluvión de preguntas de raíz.

    Otra vez esa mirada. La mirada incrédula de alguien que era incapaz de ver a través de sí. Era... extraña, ¿cierto?

    Sí, debía ser eso.

    Apretó la tela de su falda entre sus dedos, cohibida, guardando silencio después de haberlo acaparado durante minutos eternos. Odiaba darse cuenta tarde de que sus cualidades sociales eran nulas y de que podía llegar a incordiar a los demás con sus acciones. Pero era tan difícil acostumbrarse a algo a lo que apenas había tenido acceso. La habían soltado a un mundo repleto de personas complejas a las que era incapaz de leer. La mirada de Katrina, fija sobre ella, la animó a decir algo más. Lo que fuera con tal de desanudar aquello que le comprimía el pecho de repente.

    —Lo... Lo siento —murmuró, y no supo si su voz llegó a alcanzarla o se quedó como un vano intento por disculparse. Sus labios formaron una mueca avergonzada—. Creo que puedes notar que no estoy acostumbrada a hab... —se corrigió a mitad de camino, repentinamente incómoda; nadie se creería eso—. ...que no se me da bien hablar con las personas. Pero eso no importa, mejor ya paro de hablar.

    Y agachó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada dispar. Comenzó a pasear por las páginas de su cuaderno, pero era obvio que su cabeza estaba lejos de allí.
     
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    Frunció el ceño por incontable vez, contrariada. Por primera vez la reacción que su tono de voz había provocado no le venía en gracia.
    Le gustaba el poder y aunque podía meterse en el mismo saco que el miedo, no era lo que pretendía, además... no le gustaba morder niñas buenas como Rachel. No tenía gracia si solo se imponía sin competencia de ninguna clase.

    Relajó sus facciones a conciencia al escuchar la torpe disculpa de la rubia y se levantó de su lugar, metiéndose el móvil en el bolsillo. Se acercó a ella despacio, con pasos amortiguados como los de un gato y dejó caer su cuaderno sobre una mesa cercana. Colocó el lápiz que estuvo usando junto al cuaderno de Rachel.

    —Nadie nace aprendido, princesa. —¿Era su forma de decirle que no se preocupara? Vaya mierda, sonaba a cuento, es probable que inconscientemente lo fuese, porque su voz también se había suavizado considerablemente. Apoyó el peso de su cuerpo en la mesa contigua, donde había dejado caer su cuaderno—. ¿Y si mejor me muestras qué sabes hacer?

    Se sentó sobre el escritorio, cruzando las piernas, y apoyó las manos en la superficie. Le había dado el lápiz, sí, pero no la estaba mirando. Sabía que la gente se cohibía aún más cuando se les miraba y le pareció que ya estaba lo suficientemente nerviosa de por sí. Tampoco quería ser responsable del ataque de pánico de una chiquilla.

    >>No te he visto nunca, por cierto, ¿eres de primero?
     
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    El corazón le dio un vuelco en el pecho al notarla dejar de repente un lápiz en su mesa, alzando la cabeza de un respingo. Apenas la escuchó llegar; o la rubia estaba demasiado nerviosa, o esa chica era de lo más sigilosa. Sea como fuere, parte de sí misma pareció calmarse significativamente al escucharla restar importancia a su desliz, y sus manos dejaron de pasar las páginas sin orden ni concierto. El ambiente ya no se sentía tan pesado.

    "¿Y si mejor me muestras qué sabes hacer?"

    Rachel pareció observarla con una mezcla de sorpresa y duda en sus ojos azules. Solía temblarle la mano cuando las personas atendían a sus trazos, pero como si le leyese la mente Katrina le dejó su espacio, paseando la mirada lejos de su cuaderno. Inhaló por la nariz antes de tomar el lápiz ajeno y asintió, a pesar de que no la veía. Abrió una de las páginas en blanco, cuando se hubo calmado lo suficiente y no corría riesgo de entorpecer el trazo, y su mano empezó a deslizarse sobre la superficie del papel con una soltura que parecía contrastar visiblemente con su carácter. Podía ver claramente la imagen que deseaba plasmar, y el lápiz de grafito no tardó en situar los contornos hasta empezar a darle forma.

    La bóveda de flores que conducía al invernadero.

    —S-sí —dijo, sin levantar la vista del papel. Concentrada en intentar corregir sin éxito uno de los puntos de fuga—. Nos mudamos hace poco.
     
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    Lo que sí le había hecho algo de gracia era la forma en que la había mirado luego de escucharla. Soltó una risa suave por la nariz, mientras estiraba los brazos por encima de la cabeza.
    Sentarse en el suelo no era la mejor de las ideas, pero seguía haciéndolo aunque luego la espalda la estuviese matando.

    La dejó hacer y cuando respondió su pregunta atendió a ella con un seco: "Ya". La miró de reojo, apenas para detectar la soltura de su movimiento pero sin tener idea de qué hacía.

    Vaya.

    Tenía manos ágiles o al menos livianas. La gente volátil como ella tenían trazos pesados, que poco servían para lograr transparencias y esas mierdas que pedían los profesores de arte. Realmente la gente como ella tenía mano pesada para cualquier puta cosa.
    Al final del día todo se reducía a cómo coño agarrabas un lápiz, ¿o no? La idea dio risa, pero la contuvo y se inclinó ligeramente hacia adelante por fin.

    Distinguió la forma incluso con la fuga perdida.

    —Dibujar fugas en una mesa completamente horizontal es una mierda. —Le dijo como si nada, sin ser brusca—. La forma en que miras el papel está descuadrada desde el inicio. En un caballete debería ser más fácil, al menos al principio, pero si trabajas desde la memoria sigue siendo complicado.

    Señaló el objeto con un movimiento de cabeza, habían varios al fondo de la sala.
     
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    El movimiento de su mano perdió fluidez cuando Katrina se inclinó desde su lugar. No mentía cuando decía que los nervios la traicionaban al sentirse observada, pero en esa ocasión había algo más. Podía notar que la chica sabía de lo que hablaba; ella misma pudo percibir de un simple vistazo los primeros vestigios de lo que parecía ser la experiencia. Escuchó atenta su consejo, asintiendo tímidamente con la cabeza. Tenerla allí la emocionaba y le imponía, en cierta manera, porque Rachel amaba aprender y no deseaba perder la ocasión cuando esta se le presentaba ante ella de esa forma. Aún cuando solo eran dos alumnas corrientes en un informal club de arte.

    El trazo se salió de lugar en mitad de sus pensamientos y palpó la mesa en busca de la goma, escondiéndose entre sus hebras doradas mientras parecía sopesar sus palabras con precaución.

    —Hm, entiendo... —murmuró, apartando las virutas sobre el papel con un soplido, pues no quería emborronar el dibujo con el dorso de la mano. Rachel intentaba contener todas sus dudas, pues no quería volver a molestarla, pero hubo una que fue incapaz de aguantar. Con sus mejillas algo teñidas, quizás de la emoción contenida o quizás de la propia vergüenza, posó su mirada en uno de los caballetes que señalaba—. ¿Podrías... hacer un ejemplo? P-Para hacer tiempo, ya sabes.

    La curiosidad que parecía sentir por su acompañante solo iba en aumento.
     
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    A veces olvidaba que ella tenía idea de lo que hablaba, que uno de los caprichos a los que su frío padre había accedido eran las clases de arte, y que realmente a veces estar en ese club era puro relleno, pero estaba de todas formas.
    Una sonrisa se formó al ver que a la rubia el trazo se le iba de lugar y volvió a hablar, su cabeza automáticamente giró un poco, como la de un perro curioso.

    ¿Un ejemplo?

    Joder. Vale.


    Bajó del escritorio con movimientos lentos y trajo uno de los caballetes del fondo, colocándolo apenas unos metros delante de la mesa en que acababa de estar sentada, ordenó el resto de materiales: la tabla y el pliego blanco, tan blanco que casi parecía fluorescente bajo las luces artificiales. Odiaba ese maldito papel, pero era lo que había.

    Necesitaba visar algo, ¿no? Ugh. Las cosas orgánicas no tenían mucho sentido, se encajaban, pero no se visaban como tal con puntos de fuga.
    Soltó un pesado suspiro, se acercó a su maletín y sacó de él la cajetilla de cigarrillos. Era una extraña muestra de relativa confianza y una advertencia a la vez. La colocó sobre la mesa en que había estado sentada y deslizó su mirada a Rachel, mientras se llevaba un dedo sobre los labios, en señal de silencio.

    Caminó hasta ella, le quitó con cuidado el lápiz que ella misma le había prestado y se acercó al caballete, para luego indicarle con un movimiento de cabeza que se acercara.

    —Tienes que lanzar un punto central, una suerte de norte o tierra, no me importa demasiado cómo lo llames. Es, en general, una de las esquinas de la caja o de los objetos que tengas en frente. En fin, es la primera línea que vas a arrojar. —Cuando la chica estuvo a su lado, deslizó el lápiz, el trazo no era tan duro pero definitivamente no era igual de suave que los de Rachel—. Te explicaría todo el rollo, pero no nos va ni nos viene, así que me saltaré toda la mierda académica innecesaria que es... casi toda. Cuando puedas ir al lugar que estabas dibujando, cuando esta condenada lluvia pare, inténtalo.

    Bostezó y luego volvió a su tarea. El clima no estaba ayudando.

    >>Colocas el lápiz frente a ti y lo mueves hasta corresponder a los lados de la caja, solo de arriba abajo, nunca al frente, porque la vas a cagar. Piensa que es como ajustar un ángulo. —Ajustó el lápiz hasta que sintió que correspondía al costado de la cajetilla y luego movió el brazo al caballete, tocando la línea que ya había lanzado con una de las puntas, colocó su dedo en la otra, para no perder el punto—. De la tierra al final del lápiz irá tu línea, a veces no la necesitarás toda, claro, pero si no sigue esta dirección se va a la mierda toda la perspectiva, puede cerrarse o abrirse demasiado, aunque siempre es mejor que se cierre a que se abra. No soy buena enseñando, princesa, pero se hace lo que se puede. Tampoco me gusta mucho este rollo de las fugas... es raro.

    Lanzó la nueva línea, con algo de dificultad, pero logró unir ambos puntos. La rigidez académica no iba con ella, era, al final de cuentas, una regla y odiaba cualquier cosa que la encerrara aunque fuese un poco, al menos cuando no decidía voluntariamente encerrarse.

    Volvió a entregarle el lápiz a Rachel, no para que lo intentara, era más bien una suerte de reflejo.


    el tocho par favar
     
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    Hygge

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    No separó sus ojillos curiosos de la mayor cuando esta pareció aceptar su petición. De repente verla colocar el caballete y sacar sus materiales era mucho más interesante que el dibujo que tenía en su regazo. Le hizo una señal para que guardase silencio y Rachel asintió desde su lugar, obediente. Tampoco tenía motivos para llevarle la contraria a alguien que hacía el esfuerzo por cumplir sus caprichosas peticiones.

    Caminó hasta ella y se asomó con disimulo para comprobar que, efectivamente, estaba a punto de dibujar una caja de cigarrillos. Un objeto curioso, pero cuyas formas parecían idóneas para lo que estaba a punto de enseñarle. Por un instante, mientras Katrina empezaba a trazar la primera línea, sintió la necesidad de preguntar acerca de ese objeto, incapaz de imaginarse cómo debía ser probar algo así. Negó con la cabeza tan pronto como recordó su mirada incrédula, e hizo un esfuerzo por centrarse en lo que estaban.

    La vio hacer a medida que explicaba cada uno de sus pasos, reteniendo sus consejos sin apartar la mirada del papel. Asentía de vez en cuando, a pesar de que sabía que no la estaba mirando, admirando la facilidad con la que lo dotaba todo. Estaba segura de que, de haberlo hecho ella, no se habría acercado ni la mitad de lo que había logrado la mayor. A pesar de excusarse, era obvio que sabía de lo que hablaba.

    Cuando Katrina le devolvió el lápiz, poniendo fin a su demostración, dejó que una dulce risa brotase de su garganta. Una risa nacida de la curiosa simpatía que había generado aquella tosca explicación, que parecía tan suya por lo poco que había podido ver de ella. El murmullo de la lluvia al fondo, sumado al sopor que le producía el propio aula, la hicieron sentir por un momento como en casa.

    —Tienes... una forma muy curiosa de explicar. Es refrescante —le dirigió una sonrisa, jugando con el lápiz entre sus dedos. Salirse de los esquemas del academicismo a los que estaba acostumbrada hacía verlo todo mucho más interesante para Rachel. Volvió su mirada al papel, repasando los trazos frente a ella—. No creo que seas mala profesora. A mí me gustas.

    Por un momento recordó el paso del tiempo y posó su atención en la puerta, sorprendida. Parecía que nadie más iba a acudir al club por el momento.
     
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    Ante el comentario de la menor se le escapó una carcajada que, sorprendentemente, no tenía en ella nada de burlón. Era una carcajada genuina, porque lo cierto es que el comentario de la rubia le había venido en gracia.
    Avanzó hacia la mesa, recogiendo la cajetilla para volver a guardarla y una sonrisa entre incrédula y divertida permaneció en su rostro. Negó con suavidad con la cabeza, para sí misma más que para Rachel. Había que ver la inocencia de esa niña.
    Su risa suave hizo eco en su cabeza un momento.

    Si había algo de duda antes, en ese momento le quedó clarísimo. No había forma en ningún puto mundo que se le pasara por la cabeza tocarle un solo pelo a esa chiquilla, ni siquiera a una cabrona iracunda como ella, que solo buscaba dónde desatar su furia.

    —No le gusto a nadie, Rachel. Te darás cuenta pronto. —Guardó la cajetilla, pensando en lo mucho que deseaba fumar y soltó un pesado suspiro—. Eres una buena niña, princesa, ¿qué se supone que haces hablando con una problemática como yo de todas formas?

    Era una pregunta rara que no venía a cuento, pero la había hecho de todas formas.
     
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  19.  
    Hygge

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    "No le gusto a nadie, Rachel. Te darás cuenta pronto"

    —¿No lo haces?

    "¿Por qué?", pensó para sí, pero ya había exprimido demasiado su capacidad de hacer preguntas. No apartó su atención de ella, y no precisó de más de un segundo para tener la respuesta a su pregunta.

    —Porque no me has dado motivos para no hacerlo —declaró con resolución; había algo de incredulidad en su forma de arrastrar las palabras—. Desde la Katrina que me mostró su dibujo sin rechistar, hasta la que se tomó el tiempo de enseñarme a visar una caja de cigarrillos. La persona que vi esta mañana no suena como describes.

    Por un momento la mirada dispar que le dirigía pareció hacerla dudar. Las palabras se atropellaron en su garganta, como si temiese la llegada de una respuesta.

    >>¿Está... mal? ¿Querer ser una excepción?

    Y ahí iba de nuevo. La última petición de la rubia. Pero, esa vez, la espera se le antojaba extrañamente pesada y tortuosa. Sus labios se tensaron ligeramente, y un brillo que rozaba la súplica embadurnó su mirada azul.

    Quería ser su amiga. No fue consciente de su caprichoso deseo hasta ese mismo instante.
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Negó con la cabeza ante la primera pregunta de la rubia.

    —Me gusta no hacerlo —confesó, sin saber muy bien por qué, respondiendo a la pregunta que Rachel se había hecho para sí sin siquiera tener idea.

    Escuchar la respuesta de la chica le arrancó otra carcajada. Dios, estaba chalada, ¿no estaba viéndola? Llevaba el pelo pintado, las orejas perforadas y una puta caja de cigarros en el maletín, como si nada, fácilmente podía cargar una navaja también y a la rubia parecía importarle una mierda.
    Notó que el fuego de su mirada azul perdía fuerza. Descubrió los dientes en una sonrisa que era mezcla de incredulidad y sorna, la máscara amalgamada seguía funcionando al menos y incluso así, sin forma, seguía divirtiéndose y protegiéndose a sí misma, como el puto yōkai que era.

    —¿Mal? No tengo ni puta idea. —Se supone que esa frase debía ser brusca, pero salió de sus labios con suavidad, casi como un murmuro—. Solo sé que las excepciones pueden ser una cagada pero, princesa, no soy quién para detenerte si tanto te apetece ganarte el título de excepción.
     
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