Interior Salón de actos

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Oh yeah! ¡Qué pros que somos! —celebré cuando terminamos de bailar.

    La música había dejado de salir de unos parlantes que había en el suelo del escenario, pequeños y de diseño rocambolesco, juntos a los cuales también estaba mi móvil, todo sincronizado y despatarrado. No solía traer esta cosa a la escuela… salvo para situaciones de extrema importancia como, por ejemplo, estos ensayos con Annita. Misión: la muestra de baile, un show que debía quedar en la memoria del Sakura.

    Hoy era el gran día de nuestro debut.

    Esta chica y yo nos seguimos viendo desde que la vida cruzó nuestros caminos, en este mismo sitio. Veníamos a la academia bastante temprano para ensayar nuestra coreografía, con una puntualidad casi robótica. Como para no ser así de responsables, hombre, cuando la cosa se trataba de bailar y de llamar la atención de la gente, mis dos actividades favoritas. Y con la compañera que me tocó, pues sentía que me había sacado la lotería. Anna rebozaba de energía y gracia a la hora de bailar, la pasión brotaba de su piel y lo hacía con una alegría apabullante.

    Aunque…

    Los últimos días andaba con la cara larga, como si algo la tuviera tristona. Seguía moviéndose con soltura y habilidad a la hora de ensayar, pero la danza es como un acto de comunicación donde los cuerpos se dicen cositas (o algo así diría Gaspy "Metáforas Locas" Sóloviov). Cuestión que yo estuve notando a Annita un poco distinta, lo veía en su danza. Una sola vez le pregunté, no quiso hablar del asunto y yo, pues, seguí bailando, que otra cosa no se podía hacer.

    Ayer le dejé unos Sugus, pero hoy me traje algo que quizá la sorprendía.

    Le sonreí a Annita, que andaba cerca de mí, y la felicité con una palmada en el hombro. Nuestra coreografía tenía un par de trucos en el medio, en una de las cuales ella debía sostenerme en el aire mientras yo hacía un salto mortal hacia atrás. Podía parecer chiquita, pero sus brazos eran fuertes o eso me pareció, se desempeñaba muy bien en esa parte. En sus manos me sentía a salvo, como un principito en apuros. Pero bueno, tras sonreírle a la chica, me fui a recoger teléfono y parlantes del piso, los cuales llevé hasta mi bolso. Al lado de éste había una bolsa de tela, cuyo contenido aún no había sido revelado.

    Me giré hacia Anna.

    —Como hoy hace bastante fresco ahí afuera, traje algo caliente para beber —le dije—. ¿Quieres un poco, Annita? ¡Es algo exótico y te va a levantar toda la energía, ya verás!

     
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    Gigi Blanche

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    Cuando la música cesó, finalizando el último ensayo que tendríamos antes de la presentación, mantuve la postura de cierre un par de segundos y fui relajando el cuerpo poco a poco, con mi respiración regulándose. No le había querido decir nada a Markus, quizá por vergüenza, pero le temía al asma. Le temía tanto que me daba aún más pánico que mi miedo lo volviera realidad. De momento no había ocurrido nada grave, sólo algunos momentos donde acababa más agitada de lo usual. Esperaba que se mantuviera así.

    Pese a todo, me aferraba a la alegría que me daba este pequeño proyecto; intentaba hacerlo, al menos. Llevaba mucho tiempo sin bailar de forma seria, ni hablar de bailar en compañía. Incluso si la mezcla de emociones me agotaba y me dejaba algo confundida, incluso si, en un escenario ideal, los eventos podrían no haberse apilado tanto, me esforzaba por no desear que hubiera ocurrido de forma diferente.

    La exclamación de Markus fue muy típica de él y me arrancó una sonrisa. El chico tenía tanta confianza en sí mismo que me ayudaba con el asunto sin darse cuenta. Además, no quería preocuparlo más de la cuenta. Ya había notado mi estado anímico y me había hasta regalado unos caramelos. Sugus, de todas las marcas posibles. Me los había dado el día anterior y la nostalgia que me bañó el cuerpo fue apabullante, pero me las arreglé para tragarme las lágrimas y agradecerle. Desde que vivía en Argentina no comía de esas mierdas.

    —¿Sabías que cuando era chiquita me los comía con papel y todo? —le había confesado, junto a una risa floja—. No preguntes el por qué, no hay por qué.

    Markus me sonrió al pasar junto a mí y yo reflejé el gesto, navegando el escenario sin un objetivo concreto. Él se había acercado a recoger las cosas y yo me quedé estirando los brazos y demás cuando oí su voz. Lo miré y fruncí el ceño, confundida. ¿Algo caliente y exótico?

    —¿Qué trajiste? ¿Té de la India? —bromeé.
     
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    —Nunca probé Té de la India, pero aún así te juro que esto es mejor —respondí en lo que terminaba de dejar los parlantes bien acomodados dentro del bolso—. Dame un segundo, que a la cosa le hace falta una ceremonia y todo.

    Revisé mi móvil al sentir que vibraba. Era un mensaje de Gaspy, en el que me decía con una única palabra que su parte del trabajo ya estaba hecha. La noticia me hizo celebrar en silencio con un movimiento del puño, porque eso significaba que superamos el último obstáculo que podía afectar el show: se había encargado de conseguir una notebook y equipos de audio, con los que podríamos cubrir los instrumentos musicales faltantes. Lo logró gracias a la colaboración de Baby Abby, nada menos. Era una suerte tremenda que la señorita justo fuera parte del club de radio y que no tuviera problemas en ayudarnos con esto; sin dudas le iba a dar un fuerte abrazo cuando nos viéramos. Le contesté a Gaspy con el meme de “ke wen servicio” (no lo iba a entender) y tras eso regresé a donde Annita, la bolsa pendiendo de mi hombro. Con un gesto exagerado y caballeresco de la mano, la invité a que nos sentáramos en el suelo. Yo lo hice de piernas cruzadas, poque así podría maniobrar mejor las cosas que traía encima.

    —Esto es como tecito, de todos modos —empecé a decir, con la mano hurgando el interior de la bolsa. Lo primero que saqué fue un termo bastante grande—. Pero no viene en saquitos ni nada parecido. Para tomarlo hace falta… ¡esto!

    De la bolsa agarré un recipiente que casi podía rodear con mi puño. Su madera era suave al tacto pero no brillaba, ya que había pasado por muchas manos. Tenía una forma bastante redondeada, al punto de parecer una taza gordita, pero no era eso ni por asomo. De su interior surgía una bombilla metálica con el extremo achatado.

    —Un mate —sonreí.

    No me centré mucho en la reacción de Anna, pues seguí con el proceso de prepararlo. De la bolsa saqué un paquete de yerba, ya abierto por uno de los extremos. Cargué el mate con las hojillas hasta la mitad, tapé la abertura con la mano y sacudí medio girando el mate, porque según me habían explicado, así la infusión sería buena y más duradera. Con la yerba bien acomodada, la cargué con un poco de agua caliente y esperamos un poco.

    —No sé si ya sabes lo que es esto —dije mientras se elevaban hilos de vapor. El agua que había cargado hacía su trabajo, pero el mate aún no estaba listo; por eso me encargaba de rellenar aquellos segundos respondiendo a las preguntas que Anna no me hacía—. Pero lo que me gusta del mate es que está pensado para compartir, hasta dicen que ayuda a conectarte con los demás. Eso sí, ¡es imposible de conseguir en Japón! —me reí— Pero en mi casa se las arreglan para conseguir de esto, el mate los vuelve locos. Y eso que no somos argentinos ni uruguayos... Ah, creo que ya está listo.

    Volví a sostener el termo y cargué agua caliente hasta donde correspondía. Moví un poco la bombilla, con la concentración de un cirujano, y la sonrisa retornó a mi cara cuando me aseguré que había quedado bien. Se lo alcancé a Anna alzando las cejas.

    —Haz los honores. ¡Pero cuidado! Que te puedes quemar la lengua si vas muy rápido.

    A

    Llevo desde que Markus entró al rol queriendo hacer que apareciera con el matecito, pero siempre salía que hacía calor y no le veía sentido. Gracias cielo encapotado y descenso de temperatura por aparecer (?)

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    Ya me había capturado la atención por completo con la tontería, si en el fondo era de lo más simple. ¿Una ceremonia? La sonrisa me quedó bailando en los labios, entre divertida y expectante. Siendo Markus podía tratarse de cualquier cosa, pero ya la curiosidad me había ganado y, mientras él atendía a su celular, me quedé dándole vueltas a la cuestión. Algo inquieta, ya de paso. Cuando regresó a mí me invitó a sentarnos en medio del escenario y solté una risilla breve, acomodándome igual que él: de piernas cruzadas. Sabía que las chicas en Japón se sentaban como señoritas, pero así era mucho más cómodo.

    Dijo que era como tecito y lo primero que sacó de la bolsa fue... un termo. Parpadeé, claramente sorprendida, y no dije nada aunque la idea ya había aparecido en mi mente. Había apoyado los codos en mis rodillas y estaba jugueteando entre mis propios dedos, pero el suspenso me dejó inmóvil sin darme cuenta y... un mate. Sacó un puto mate.

    ¡Un mate!

    La sonrisa me iluminó el rostro de una forma estúpida y no supe qué decir, aún pasmada. Al termo y el mate se sumaron el paquete de yerba, la bombilla, ¡y hasta giró el mate para que la yerba quedara torcida! Estaba tan sorprendida e ilusionada que no encontré palabras, así que Markus habló y siguió hablando. Para cuando estiró el mate en mi dirección, ya las mejillas casi me molestaban de la sonrisa que no podía disimular y me reí. Fue una risa genuina, totalmente inesperada, que me llenó el cuerpo de lucecitas. Sólo era un mate, igual a los millones que había tomado en Argentina.

    Y precisamente por eso me sacudió el piso.

    —No eres ni argentino ni uruguayo —retomé, recuperando la compostura un poco, y me hice la interesante tras aceptarle el mate—. ¿Eso significa que tengo más derecho sobre este sagrado mate que tú?

    Me lo bebí sin inmutarme y se lo regresé. Mamá lo tomaba jodidamente caliente, la guacha, y ya me había inmunizado a fuerza de diez quemaduras de lengua semanales.


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    this child is so absolutely happy right now i cant even begin to describe it
     
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    No había manera de describir cómo le cambió la cara a Annita, eh, en serio no la había. Para cuando el mate quedó frente a sus ojos rosados, vaporoso y arrojando el aroma de la buena yerba, la chica mostraba una sonrisa que casi parecía brillar, la misma que le recordaba del día que nos conocimos. Podía pensar que su repentina emoción se debía a un montón de razones: quizá tenía gustos exóticos, a lo mejor no daba más del frío o bien sabía qué era la misteriosa hierba mojada. No importaba la razón, pues el mate acababa de ejercer su poder implacable, ¿quién podría rechazar uno, aún si no sabía qué demonios era? Mi vida cambió para siempre cuando le di el primer sorbo a uno y me quemé hasta el alma.

    Su risa prometió muchas cosas buenas, fue tan refrescante y auténtica que terminó por contagiármela. No sabía qué le había ocurrido en el medio, tampoco me interesaba meterme, pero sentía que acababa de recuperar a la Anna alegre. Gaspy un par de veces me tachó de egoísta y, para qué negarlo, era una buena manera de describirme, porque me la pasaba acomodando al mundo a mi propio ritmo; no es que fuera un mal tipo, de todos modos, me lo dijo él mismo con cara bastante seria. Por eso, cuando veía a un amigo o compañero de baile con la cabeza muy abajo (metafóricamente), trataba de pasarle parte de mi buena onda para que se olvidara por un momento de sus problemas. La risa de Anna era mi triunfo, sí, pero sobre todo…

    Era su victoria.

    ¡Ah, pero bueno, qué acaba de pasar! Nada más recibir el mate, Anna se lo bebió de un tirón que hizo que se me cortara la respiración, pues porque todavía no sabía que era toda una experta en el tema. Me quedé con los ojos clavados en ella, un poco sorprendido y esperando que pusiera cara de que se le estaba incendiando la garganta. Nada, ni una mueca cuando me devolvió el mate. Mostraba tanta seguridad que me reí por la nariz.

    —¡Impresionante, Annita! —le festejé mientras cargaba el mate con otra tanda de agua caliente— Sin duda alguna, tenías todo el derecho sobre el matecito, hasta te viste como toda una gau… —me detuve con la bombilla del mate cerca de la boca, porque de repente estaba procesando sus palabras desde otro ángulo. La miré con una ceja alzada— Espera… ¿Eso significa que eres argentina o uruguaya? Necesito que me respondas eso con urgencia.

    Completé la frase con el ruido del mate pasando por la bombilla. Caliente, amargo y delicioso, ah.
     
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    Markus me felicitó por mi hazaña con el mate y me encogí de hombros, como diciendo que no era para tanto. Había empezado a creer que no me había escuchado realmente cuando se interrumpió a sí mismo, con la bombilla a un centímetro de su boca. Me tragué la gracia y dejé que hiciera sus matemáticas, hasta que se le encendió la lamparita. Ah, el ruidito de mate. Cuánto suspenso.

    —El mate está bastante bien —comencé, optando conservar la broma y responder su pregunta de otra forma—. La presentación es la adecuada y preparaste la yerba en el ángulo correcto. Personalmente prefiero llenarlo un poco menos, soy más de los mates largos y de no tener que estar cebando veinte veces por minuto, pero tu cantidad sigue dentro del estándar. En cuanto a la temperatura del agua... Dos grados menos sería lo ideal.

    Le concedí una sonrisa tras acabar mi análisis, como si efectivamente me creyera la experta en mate del dúo. O quizás así fuera.

    —¿Dudas, primo? —finalicé, en español.

    ¿Y ese apodo de dónde había salido? Bueno, era una larga historia.
     
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    Sentir el agua caliente bajando por mi cuerpo, ya impregnada con el buen sabor de la yerba, era uno de mis mayores placeres. Disfrutaba del calor que iba pasando por mi garganta con lentitud, sumándole a mis músculos más… más temperatura, ¡porque ya venía bastante acalorado por el ensayo! Annita y yo nos habíamos esforzado mucho para pulir cada movimiento en la última práctica, le pusimos una cuota extra-grande de energía, la cual nos dedicábamos a recuperar con este desayuno. Un buen mate me dejaba motivado, oye, y estaba notando que a ella también.

    Anna se encogió de hombros, como si no quemarse la lengua fuera poca cosa. A mí me parecía que lo suyo merecía ser destacado, porque ni por asomo imaginaba que estaba ante una muchachita venida del Río de la Plata, en un país tan distante y distinto como Japón. Sólo cuando procesé sus palabras, empecé a comprender que se bebiera el mate cual campeona del mundo… Y lo terminé de entender todo cuando me arrojó un análisis ultra detallado de las virtudes y defectos de mi mate.

    "¿Dudas, primo?"

    Aquello último lo dijo… en español. Sí, ¡en español! Oh my god! Uh, no, quiero decir: ¡Oh, mi Dios!

    Y… Y… ¿por qué de repente pasé a ser su primo? ¿Significaba que subí de nivel en el escalafón de nuestra amistad? No pude darle muchas mayores vueltas porque su revelación me hizo estallar una carcajada, estaba realmente sorprendido.

    ¡No te lo puedo creer, amea! —exclamé, también en español. Serví otro matecito y se lo alcancé— Y yo pensando que estabas descubriendo la bebida más exótica que alguien podía ofrecerte en este país, pero resulta que el mate corre por tus venas —volví a reírme, con eso reconocía que ella era la experta.

    >>Pues mira, aprovecho para contarte algo interesante de mí, Annita —la miré, divertido—. Yo soy italiano, nací en Nápoles. O sea que soy napolitano como las milanesas. Pero mi familia viaja bastante, así que cuando era chico vivimos un par de años en Buenos Aires. Fue ahí donde descubrimos el mate y otras tantas cosas
    re-copadas. Es un maravilloso recuerdo —sonreí con algo de nostalgia, pero al instante volví a reír—. Es como una casualidad muy loca que nos hayamos cruzado en este salón de actos perdido en el mundo. Y encima nos gusta bailar... O sea que nos gusta...

    >>
    Tirarnos un paso.

    Dicho en español, por supuesto.
     
    Última edición: 17 Octubre 2023
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    A medio camino la neurona me funcionó como Dios manda y recordé que tenía unas galletitas adentro de la mochila. Me incorporé casi de un brinco y las busqué mientras Markus tomaba su mate. La verdad, no había sido capaz de tener presentes sus caramelos para comprarle algo como agradecimiento. Me habría gustado hacerlo, quería decir, y me hacía sentir un poco culpable, en especial ahora que también me estaba compartiendo de su mate. Era evidente que había notado mi estado anímico y sólo buscaba ayudarme, por mucho que yo hubiera intentado disimularlo. Irónico, la verdad.

    Mamá no había hecho ni una sola pregunta.

    Me maldije internamente al ver que el paquete de galletitas ya estaba empezado, pero era lo mejor que tenía. Regresé a mi lugar y dejé la comida entre ambos, intentando que la disculpa no se me colara en la sonrisa. No era mi estilo preocuparme tanto por estas cosas y no me gustaba, me hacía sentir estúpida.

    Su risa llenó el espacio, me rebotó en el cuerpo y su acento al hablar en español, claramente argentino, me ensanchó la sonrisa. Recibí el mate y atendí a su historia. Era italiano de nacimiento pero había vivido un par de años en Buenos Aires, eso explicaba el acento. La ilusión se me pegó al rostro, pues de a poco iba comprendiendo que... fuera o no fuera argentino, él, así como yo, tenía un pedacito de su corazón atado a esas tierras. Era la primera vez que me pasaba en este culo del mundo, la primera vez que encontraba algo remotamente parecido a mi casa por fuera de papá y mamá.

    Estaba emocionada, pero por un instante sentí tropezarme y estar a medio pelo de echarme a llorar. Me lo tragué como una campeona. Tampoco iba a exigirme demasiado, tenía muchas cosas atoradas en el cuerpo, en la cabeza, y andaba bastante sensible.

    —Soy argentina, sí —convine en mi idioma natal, luego de soltar una risa por su última broma, y seguí hablando en español—. Nací en Mar del Plata, pero igual crecí a lo largo y ancho del país. Mis viejos pertenecían a una compañía de artistas, un circo medio tradicional, medio criollo, así que me crié viajando. Viste, como dice esa canción de Drexler, "de ninguna parte del todo, y de todos lados un poco". Mamá sí es japonesa, y acá me acostumbré a usar más su apellido para... bueno, para mezclarme más fácil, supongo. ¡Y mirá qué engañado te tenía!

    Me callé con el mate, no me apetecía abordar ese tema. Le regresé la bebida y solté una risa breve.

    —Tomando mates en el escenario del Sakura con un italiano más napolitano que las milanesas. Quién lo habría dicho, eh.

    Era como un golpe en medio de la cara, pero de esos que sólo intentan arrancarte del entumecimiento y ayudarte a remover los pies de las arenas movedizas.


    no me salió cerrar cerrar la interacción JAJAJA pero igual eso pretende ser, ofc. Sigo sin poder creer lo que pasó acá JAJSAJAJ le diste una alegría enorme a annita te quiero mucho marquitos medio argentino
     
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    Había amanecido ligeramente inquieta, como esas picazones fantasma sin un motivo concreto. Había soñado, también, un sueño tan largo que no logré reconstruir. Consumió mi atención durante el desayuno, el viaje en tren, las clases de la mañana. Había dragones, risas suaves, árboles oscuros y monolitos gigantes. La hojarasca se quebraba bajo mis pies, olía a canela y tomillo, también a un perfume que creía olvidado. Su sonrisa era felina, de depredador, y me veía. Las velas iluminaban el mundo bajo los arbustos, el polvo se agitaba al correr y mi voz hacía eco entre las paredes de piedra. Hacía frío.

    Mucho frío.

    La campana sonó y dejé caer el bolígrafo sobre mi cuaderno, junto a un profundo suspiro. Seguía inquieta. Salí de la clase y bajé sin un rumbo concreto, y aunque mi primer impulso fue meterme en la biblioteca... por algún motivo reparé en la puerta del salón de actos. Era bastante pretenciosa, no recordaba haberlo husmeado alguna vez, y me colé dentro. Las luces estaban apagadas, las cortinas frenaban el sol y era enorme. Lo observé a lo largo y lo ancho, quieta, hasta que comencé a caminar entre los cuerpos de sillas. Mis pasos emitían un eco suave, hueco, y de mis labios brotó la canción de aquel día. Aquel lejano, frío y polvoriento día.

    High in the halls of the kings who are gone Jenny would dance with her ghosts. —Mi voz retumbó entre las paredes y la sensación me satisfizo—. The ones she had lost and the ones she had found, and the ones who had loved her the most.

    Sobre la oscuridad se dibujaron siluetas y sombras. Tomé la escalinata que conducía al escenario, lo recorrí con la vista y seguí vagándolo, sin pensar en el camino que mis pies hicieran.

    The ones who'd been gone for so very long she couldn't remember their names. They spun her around on the damp old stones, spun away all her sorrow and pain.

    Me detuve sobre el borde, al centro, y la inmensidad del salón se deformó. Sus paredes se convirtieron en piedra, la luz de luna ingresaba por las aberturas desgastadas y la lámpara de araña, herrumbrada, oscilaba con un quejido grave ante el soplo de la brisa nocturna. Ella estaba ahí.

    And she never wanted to leave, never wanted to leave.

    Pequeña.

    Never wanted to leave.

    Frágil.

    Never wanted to leave.

    Y tan sola.

    ¿Me arrepentí alguna vez? ¿Debería habitar más tiempo mis pensamientos? No tenía idea. No creía que hubiera una respuesta. Al intentar imaginarla, sin embargo, la inquietud se elevaba y la picazón fantasma me recordaba al roce de las hierbas contra mis pantorrillas. Tantas noches, tantos secretos y tantos bailes bajo la luz de la luna.

    They danced through the day and into the night, through the snow that swept through the hall. From winter to summer then winter again, till the walls did crumble and fall.

    Habían cambiado mi mundo. Ella cambió nuestros mundos. ¿Y qué hicimos?

    And she never wanted to leave.

    Irnos.

    Never wanted to leave.

    Olvidarla.

    Canté la canción hasta el final. La última nota reverberó en el espacio, las ilusiones desaparecieron y me senté allí, al borde del escenario. Suspiré. Suponía que era... un día algo nostálgico.


    desde el año pasado que quería rolear esto *ba dum tss* Bad joke, but seriously, meses postergándolo JAJAJA

    ahí queda Morgan por si alguien está in para conversaciones flasheras (!)
     
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    Los eventos de la mañana transcurrieron en sus derroteros habituales, conformando una normalidad sin variaciones. No obstante, hubo una excepción a la rutina que me aguardaba: nuevos carteles del tablón de anuncios. Anunciaba el proyecto escolar del mes con sus correspondientes instructivos. Con la finalidad de memorizar la información esencial, leí la explicación del trabajo y me busqué en el listado de los grupos ya conformados por el profesorado. Me di cuenta de que éstos habían intercalado alumnos de diferentes cursos, hecho llamativo; porque detecté el nombre de Bleke, tres líneas arriba del mío. La sorpresa, debía reconocerlo, logró que esbozara una sonrisa leve. En lo que mí respectaba, no me era una contrariedad el conocer personas y buscar adaptarme en busca de la eficiencia grupal; sin embargo, trabajar junto a ella era una perspectiva agradable. Tendríamos que ponernos en contacto pronto para organizarnos.

    Luego de otra excéntrica escena por parte del profesor Ratatouille, el receso dio comienzo y me retiré del aula para iniciar una nueva travesía hacia la biblioteca, planeando pasar esta hora leyendo entre la calma de sus estanterías. Descendí las escaleras con el bento en mis manos y, bajo el brazo, un libro de no muy larga extensión que había traído desde la residencia familiar donde vivía. Pero cuando alcancé la zona de planta baja no me dirigí de inmediato a mi destino, sino que realicé una breve parada en la máquina expendedora con la finalidad de disponer de alguna bebida que acompañara mi almuerzo. Fue allí cuando algo… rompió el flujo aparentemente inalterable de este día.

    Mis sentidos percibieron una voz distante.

    La moneda quedó suspendida a centímetros de la ranura oscura que buscar consumirla. Giré la cabeza en la dirección de donde la voz provenía, encontrándome con que la puerta del salón de actos se hallaba ligeramente entornada. Como un hilo de misterio, aquella voz emergía por la abertura, ligeramente apaga por la distancia. Se sentía la reverberación del eco, había alguien allí… Y había captado por completo mi faceta curiosa… El metal circular retornó a mi bolsillo sin haber complido con su cometido y, en unos pocos pasos, ingresé con al lugar.

    Al primer paso sobre aquel territorio, las sombras me abrazaron. El sol era detenido por las amplias cortinas, incapaz de alcanzarme. La voz, femenina y melodiosa, se deslizaba por el espacio. Cruzanba el aire vacío y rebotaba por las paredes, reverberando en ecos. Provenía del escenario, en donde distinguí la silueta de una chica de cabello corto, oscuro. Su canción relataba una historia sobre la que deposité mi entera atención, buscando interpretarla. A su vez, me aproximé con pasos medidos, para que mis propios ecos no interfirieran en la música de su cantar. Y mientras caminaba, se desató un debate en mi fuero interno sobre lo inadecuado de mi acercamientos. La idea de que estaba interrumpiendo un momento personal, de que me estaba metiendo en algo que no me correspondía, purgó sobre mis sentidos para ponerme freno... Pero ya era tarde para retroceder.

    Era como si me hubieran atrapado.

    Junto con el final de la canción de la muchacha, yo había recortado la suficiente distancia para reconocer de quién se trataba. En la escasa luz que las cortinas permitían ingresar, reconocí el rostro de Morgan O’Connor, una compañera de Club de Lectura. Era una figura cargada de misterio a la que había visto una sola vez, de pura casualidad, en una de aquellas jornadas de lectura con Bleke y Kashya. Aquel momento, bastante fugaz, me fue suficiente para que quedara registrada en mi memoria. Y para que dejara de erigirse como una presencia fantasmal.

    Morgan se sentó en el borde del escenario y, entonces, me tomé el atrevimiento de dar un paso hacia adelante por el pasillo central entre los asientos, con la intención de que me notara. Le sonreí desde mi posición.

    —Buenas tardes —saludé—. Lamento mucho si no tenías planeado que alguien se apareciera, pero me fue inevitable acecarme a oír tu canción.
     
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    Había percibido la presencia extraña desde un primer momento, en el salón había la suficiente oscuridad para que la más mínima luz destacara. La puerta había quedado entreabierta y mis ojos se deslizaron al instante hacia la silueta que se coló dentro; no detuve la canción, no di indicios de mi conocimiento. Al sentarme en el borde del escenario crucé los tobillos y, otra vez, clavé la mirada sobre la silueta oscura del intruso. Éste comenzó a acercarse, saludó cortés y le dediqué una sonrisa sedosa. Mi expresión no cambió ni una pizca al reconocerlo. Era el muchachito nuevo del club, ¿cierto? ¿Cómo se llamaba...?

    ¿Lo sabía, siquiera?

    Mi nombre figuraba en las listas pero realmente había dejado de participar a los pocos días de iniciar. No me divertía mucho la idea de sentarme en una mesa con otras personas a leer libros que esas personas escogieran. Lo intenté, de veras que sí, pero me distraía con suma facilidad. Comencé a levantarme y caminar, rondar las estanterías y matar el tiempo husmeando otras cosas, hasta que desaparecí del mapa. Aún pasaba muchos recesos en la biblioteca, sólo que lo hacía en recovecos oscuros y solitarios, escondites a los que nadie llegaba.

    A esta criatura la había visto una vez que pasé por la mesa del club y metí el hocico para ver qué leían. Habría necesitado ser ciega para no advertir la mancha oscura entre Bleke y Kashya, mancha que no era yo, valga la aclaración; mi curiosidad no fue más allá, de todos modos. Reparé en sus ojos negros, le sonreí y volví a erguirme, desapareciendo hacia mi destino inicial. Pocos días después Kashya me confirmó que era un nuevo miembro. ¿Ahora me espiaba mientras cantaba?

    What a naughty lad.

    —¿Te gustó? —le pregunté, claramente interesada en su opinión, sin molestarme en regresar las cortesías de turno ni tranquilizar el origen de sus disculpas.
     
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    La chica me dirigió una sonrisa suave, sedosa. Fue la única reacción notoria con la que recibió mi aparición, porque mantuvo su postura con extrema quietud; pero me fue suficiente para apaciguar aquellos pensamientos que insistían sobre lo inadecuado de mi presencia. Al menos, contaba con la certeza de que no percibía incomodidad de su parte.

    Eso no reducía el particular tinte de nuestro encuentro. Morgan permanecía en las alturas que el escenario ofrecía, el enigma la rodeaba con insistencia, de la misma manera que lo había hecho su nombre durante las jornadas del club, hasta que nuestro cruce de miradas en la biblioteca me permitió atribuirle su rostro. Yo, por mi parte, me ubicaba entre las butacas del salón de actos, era el espectador y también una suerte de aparición no predicha. Y mientras tanto, la figura de ambos parecía entremezclarse con la penumbra que flotaba en la amplitud del ambiente, pues el negro de nuestro cabello parecía ser atenazado por las finas sombras que nos rodeaban, y el color de nuestros ojos era lo más oscuro del sitio.

    Era un escenario llamativo en el que, contrario a lo creía, no me aquejó la inquietud. Sabía encontrar algo de comodidad en lo atípico, y aquí en particular me sentía como en un mundo distinto, aun sabiendo que se trataba del salón de actos.

    Morgan me preguntó si me había gustado su canto. En las sombras del salón no podía adivinar el color de sus ojos, pero recordaba que eran violetas por la anécdota del Club de Lectura. Sostuve su mirada por espacio de unos segundos, meditando las palabras con la que responder; esto, principalmente, porque la chica había pasado por encima de mis formalidades y disculpas. Al haber sido directa, procuré que mi contestación también lo fuese.

    Con una sonrisa serena, asentí desde mi posición.

    —Supongo que por eso estoy aquí —dije—. Fue algo cautivante, como un hechizo.

    El silencio se suspendió entre la penumbra. Entrelacé las manos tras la espalda y di unos pocos pasos hacia un costado, en actitud meditativa. Repasaba mentalmente aquellos fragmentos de la letra que acababa de oír. Desde mi interpretación, se trataba de una canción sobre ausencia, y seguía resonando en mis oídos la frase final, la cual además se había repetido…

    Never wanted to leave.

    —¿Qué hay en esta canción, que nos trajo hasta este lugar? —planteé entonces, mis ojos regresando al escenario— ¿También te gusta?
     
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    Era un muchachito adorable, ¿a que sí? Hablaba con un dejo de formalidad que, aún recordándome a las maneras japonesas, carecía del nerviosismo que éstas solían poseer. Mis ojos, habiéndose acostumbrado a las penumbras, lograron detallar su semblante apenas la distancia me lo permitió, y allí encontré una sonrisa afable, tranquila. Asintió, calificó mi pequeña presentación como cautivante, y mi evidente satisfacción se acrecentó. Un hechizo, ¿eh? A riesgo de ser egocéntrica, cosa que tampoco me preocupaba, transmitir esa clase de sensaciones era de las pocas cosas que me generaban auténtico placer. Quizá fueran cualidades robadas, ¿qué más daba?

    Las había reclamado.

    Creía que mi gesto había sido respuesta suficiente a su apreciación. Permanecí en silencio, observándolo, cuando giró el cuerpo y se sumió en sus pensamientos. No moví un músculo, conservé aquella postura relajada como si mi corazón apenas necesitara latir, como si la oscuridad me reconfortara. Lo hacía, de hecho. El niño habló, entonces, y regresó sus ojos a mí. Qué había en la canción, preguntaba. ¿Me gustaba? No me desagradaba, pero mi vínculo con ella era distinto. Comencé a hablar con la calma y suavidad usual, mi voz reverberando con ligereza en el espacio hueco.

    —¿La conocías, lad? Es una canción tradicional de mis tierras. Jenny de Seannchlachan. Piedrasviejas, en gaélico. Es un castillo abandonado a pocos kilómetros de la isla de Skye, rodeado por Loch Duich. ¿Conoces la historia? Jenny era la Señora del castillo, unida en feliz matrimonio con Ailean Moireasdan. Dicen que su amor era tan profundo, tan ciego y genuino, que Ailean se había rebelado contra toda su familia con tal de estar junto a Jenny, la humilde y dulce Jenny. Fueron muy felices, por muy poco tiempo.

    Un suspiro me relajó el pecho, incluso si relatar la historia no me hacía sentir realmente ninguna emoción particular.

    —Pues un día Ailean zarpó en su barco y una bestial tormenta lo sorprendió en altamar. Él, su hijo y toda la tripulación desaparecieron, perecieron en el fondo del océano. Y Jenny, la pobre Jenny, quedó sola en aquel castillo enorme. —Recorrí el salón con la mirada, superponiendo los escenarios en mi mente—. Se negó a irse y lentamente enloqueció. Luego de su muerte e incluso a día de hoy, dicen que si vas a Seannchlachan de noche podrás oírla cantando su lamento, danzando junto a sus queridos fantasmas. Para siempre, por toda la eternidad.

    Deslicé los ojos de regreso a Hubert, permanecí allí y una sonrisa algo extraña curvó mis labios.

    —Fui, ¿sabes? A Seannchlachan, una vez.
     
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    Su satisfacción traspasó las sombras, fue lo que alcancé a observar antes de girarme e iniciar las meditaciones internas, con el eco de mis pasos serpenteando en el hondo silencio.

    En ese momento, hallándome en pleno repaso sobre la letra de su canción, también comencé a comprender el motivo por el que no me pesaba la oscuridad envolvente. Tenía familiaridad con ciertos espacios de índole similar al actual, al menos en parte. Era por los campos alrededor del observatorio de Estocolmo, donde la tierra ennegrecida se convertía en un contorno homogéneo y las luces del cielo nocturno, tenues, lejanas, sólo podían ayudar a marcar las lejanas fronteras de lo terrenal. En algunas noches donde las nubes tomaban por asalto las alturas, cielo y tierra se fusionaba para erigir una sombra infinita... Un espacio donde uno quedaba suspendido, como flotando en un rincón apagado del universo.

    Pero aquí no había estrellas, existían amplios muros que limitaban el mundo y yo… alcancé este sitio por un acto de oír, no por el de observar. Eran estos detalles los que diferencian este espacio del mío, lo que permitía conservar la ligera sensación de extrañeza que, a su vez, lo volvía interesante.

    Para cuando mis ojos regresaron hacia Morgan y le ofrecí mis preguntas, noté que no varió un ápice de su postura. Si había un parecido que conectaba este salón en penumbras con los campos nocturnos, era el hecho de deber alzar los ojos para encontrar lo que buscaba. Si en mí radicaba la figura del espectador, entonces Morgan era la estrella sobre el escenario.

    Una estrella oscura que me observaba a mí.

    Su voz se elevó en un suave eco. Le concedí mi entera atención, pues mis preguntas habían surgido de un auténtico interés sobre su composición y, además de eso, sobre lo que significaba para ella; fue como una primera aproximación en torno a su misteriosa presencia. De este modo, supe que lo que escuché fue una canción tradicional de su lugar de origen; la mención del gaélico y algunos espacios geográficos me dieron la pista de Escocia. Morgan habló de la trágica historia de Jenny, protagonista de la lírica. Mencionó Seannchlachan, un castillo abandonado. Escuché el relato sin dejar pasar un solo detalle, también manteniendo mi propia quietud en el pasillo central del salón de actos. Tal como había interpretado, la canción hablaba sobre ausencia… palabra que también contenía la noción de la muerte.

    Me mantuve sereno, acomodado en la penumbra a la que mis ojos ya se habían habituado. Y asentí con una leve sonrisa al escucharle mencionar la leyenda sobre Seannchlachan. Aquello me hizo incurrir en una disyuntiva interior: mi vida se había dividido entre un ambiente científico dominado por la lógica irrefutable y también en la extensión de una biblioteca, cuyas páginas jugaban con los límites de la realidad. Podía inclinar mi balanza hacia las leyendas… pero con cierta limitación.

    Lo que me tomó desprevenido fue la sonrisa que se dibujó en su semblante. Fue bastante extraña, apartada de la suavidad con la que me había recibido. Aquello posibilitó que un ligero hormigueo acariciara mi la nuca cuando escuché la revelación de que Morgan había ido al castillo. Aunque logré disimularlo, la chica ya había provocado otro efecto. Para ser honesto, no hizo más que incrementar mi curiosidad.

    —¿Y encontraste a Jenny? —quise saber, invitándola a continuar.

    La pregunta más lógica habría apuntado a la cuestión de oírla cantar, pero con la reformulación busqué amplificar las posibilidades de lo que tuviese que contar. Entonces volví a caminar sobre mi propio espacio y cerré los ojos para evocar las imágenes de esa historia. Imaginando a su vez un castillo abandonado a plena noche, con presencias traslúcidas. Era un cuadro tan lúgubre, y me pregunté si Morgan había ido sola a Seannchlachan.

    —Cómo será eso, ¿no? —medité al aire, más para mí mismo— Bailar con fantasmas...
     
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    El niño me había prestado una atención absurda; no sólo lo había notado, me alimenté de ella, de su curiosidad innegable, para relatar la historia. Me preguntó si había encontrado a Jenny y mi sonrisa se ensanchó, mas no respondí nada inmediatamente. Se me ocurrían varios trucos y ambigüedades de las cuales valerme, detalles que había mantenido a buen recaudo, para seguir cumpliendo mi propósito. Era la primera duda que asaltaba a la gente, cedían y se sometían a las banalidades del mundo. ¿La había encontrado? Había ido con ella. ¿Quién era Jenny, exactamente? ¿Podría verla dentro de su castillo, danzando y riendo con su vestido blanco? ¿Vería a sus fantasmas?

    —Se suponía que fuera una travesura —murmuré, evocando los recuerdos—. Una noche nos habíamos prometido ir al castillo, no para poner a prueba la leyenda, sino para... intentar comprenderla. ¿Quién es Jenny? ¿Cuán hondo es su pesar? ¿Por qué jamás quiso irse? De mi parte fue, también, una despedida. Pocas semanas después me mudé aquí.

    Pero Jenny se quedó.

    Había hablado mientras Hubert mantenía sus ojos cerrados por motivos que no me interesó cuestionar. Su reflexión flotó en el espacio y me incorporé sin prisa. ¿Cómo sería bailar con fantasmas?

    —Nostálgico, desde luego. —Esperé a que me mirara y ladeé apenas la cabeza, concediéndole una sonrisa suave que fungiera de invitación inofensiva—. Ven aquí, lad.

    Poseyó, sin embargo, la sutil firmeza que suspendía la solicitud peligrosamente cerca de la orden. Giré sobre mis talones, retrocedí hasta ubicarme en el centro del escenario, y aguardé por él.
     
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    Al cerrar los ojos, quedé suspendido en esa oscuridad absoluta donde no existía ni cielo ni tierra. Incluso si era consciente de la resistencia del suelo bajo mis pies, la sensación de levitar prevalecía. Más, a través de la evocación que mi mente hilaba, pronto sentí que estaba desplazándome sobre una superficie de madera, cercada por muros de piedra y salpicada de muebles antiguos. Todo a mi alrededor se veía erosionado por el tiempo, el abandono y la tragedia.

    Me estaba imaginando en mi propia versión de Seannchlachan, como si fuera una visita.

    La voz de Morgan se hizo escuchar… y fue como si formara parte de la imagen que me había formado del castillo. Levitó en el salón vacío que imaginaba, como una presencia sin cuerpo que, no obstante, imponía una presencia que no se podía ignorar. Detuve mi andar para que el eco de mis pasos no me desconcentrara de sus palabras, y seguí otorgándole mi entera atención sin abrir los ojos. Lo suyo, según decía, se trató de una travesura, o se suponía que así fuese. Me centré por un segundo en el detalle de que habló en plural, tras lo cual seguí procesando cada cosa que me refería. No intentó poner a prueba la leyenda, sino comprenderla. Había preguntas sobre Jenny, que iban desde su esencia misma hasta los motivos por los que nunca abandonó el castillo, y eso hablaba de que Morgan abrazaba la leyenda como real. Me dio la sensación, extraña, de que se refería a Jenny… como si la conociera.

    ¿Fue una despedida a su tierra natal, a la propia Jenny, o una mezcla de ambas?

    Afirmó entonces, en respuesta a mí reflexión, que bailar con fantasmas era algo nostálgico… Abrí los ojos, haciendo que se esfumaran los muros de piedra y los objetos carcomidos de su interior. El salón de actos volvió a presentarse ante mis ojos, con su inmensidad cubiertas de sombras y el escenario elevándose un poco más adelante. Morgan se había puesto de pie... Me miraba con la cabeza ladeada…

    “Ven aquí, lad.”

    Su invitación se alzó en compañía de una sonrisa suave. Tenía la suficiente agudeza para divisar si alguna intención se ocultaba detrás de sus labios curvados, pero la oscuridad limitaba la capacidad de la observación. Sus palabras las emitió con seguridad, sin temor, pero danzaron en un territorio donde no se podía concluir si se trataba de un pedido o de una orden. En primera instancia, no respondí de inmediato, sino que me quedé mirando cómo retrocedía para ubicarse en el centro su espacio, donde finalmente se giró en mi dirección... A la espera de un acercamiento…

    Cuando la vi allí, dueña del escenario, sentí por algún motivo que las sombras de este salón le pertenecían. Desde que supe su nombre por mis compañeras del Club de Lectura, esta chica nunca había dejado de ser un misterio. Casi como si fuera el fantasma de la biblioteca académica.

    ¿Quién es Morgan?

    Fue el interrogante que me impulsó. Sin emitir una palabra, avancé.

    Sabía que esto podría interpretarse como una obediencia. Pero la chica sobre el escenario me generaba una incesante curiosidad. Morgan lo sabía, y tenía la certeza de que lo estaba tomando como hilo conductor de nuestras acciones. Durante el breve camino por el pasillo central, tomé mi bento y el libro que habían quedado sobre una de las butacas cercanas, y no pasó mucho hasta que alcancé la escalera lateral del escenario. El silencio era tan absoluto, que los leves quejidos de los peldaños se mezclaron con el sonido de mis pasos.

    Aquí arriba, el escenario se extendía con su propia penumbra, como un firmamento. Morgan me esperaba. Dejé el bento y mi libro con cuidado en el suelo, en un costado apartado donde no podrían estorbarnos… Porque estaba intuyendo hacia dónde iba esto.

    Caminé hasta quedar enfrente suyo, guardando una educada distancia para no ser invasivo con su espacio. Le sonreí, extrañamente tranquilo a pesar de lo curioso y extravagante que estaba siendo este diálogo que manteníamos. Todo seguía siendo un misterio, y quizá por eso había continuado hasta este punto. Cedía porque estaba interesado en descubrir, pero el punto era... ¿Sería capaz de afrontar lo que encontrara?


    —Nos encontramos nuevamente, fröken —dije educadamente, usando una expresión antigua del sueco para referirme a ella como "señorita", ya que ella me decía "lad".
     
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    No obedeció inmediatamente. Tras situarme en el corazón del escenario y volver a mirarlo noté que seguía estaqueado en su lugar. ¿Estaría dudando de mis intenciones? La idea me provocó una diversión que disimulé sin dificultad. Quizá disfrutara más de lo que debía generar esa clase de inquietud en las personas, ¿y si me juzgaban? Me daba igual. La oscuridad amplificaba los sentidos, llevaba las sensaciones a flor de piel y permitía vivir de una forma radicalmente distinta a la luz del día. Era impredecible y emocionante. Cuando superabas la primera barrera del miedo, cuando aprendías a controlar el propio instinto de supervivencia, el mundo ante tus ojos se transformaba. Me gustaba presentarle ese mundo a las personas.

    Como Jenny me lo había presentado a mí.

    Mantuve las manos entrelazadas a la espalda mientras lo esperaba. Seguí cada centímetro de su recorrido; las cosas que recogió de un asiento, el giro hacia las escalerillas, la pausa para desembarazarse de lo que llevaba encima. Se detuvo frente a mí, detallé sus ojos y noté cuán negros eran, lo suficiente para convertirse en pozos hondos dentro de aquella oscuridad. En la biblioteca me habían resultado ordinarios ¿pero aquí? Su rostro conservaba la amabilidad y la distancia impuesta sostenía su formalidad previa. Empleó un término que desconocía para referirse a mí, siquiera supe de qué idioma se trataba, pero se oía germano. Le concedí una sonrisa serena y supuse que si había subido aquí sería por la misma razón que había entrado al salón de actos en un primer lugar. Era miembro del club de lectura, sentíamos una atracción inmanente hacia las historias que oscilaban entre la realidad y la ficción.

    —Era Yule, el solsticio de invierno. —Alcancé su mano con delicadeza y lo guié hacia el borde del escenario lentamente—. Alcanzamos lo que parecía ser el salón principal de Seannchlachan tras sortear pasillos y muros derrumbados. Esa habitación, curiosamente, permanecía en pie. Había poco más que algunas mesas, un par de sillas y la lámpara de araña pendiendo del techo. La capa de polvo sobre los muebles era tan gruesa que parecía nieve bajo la luz plateada de la luna.

    Había detenido al muchacho en el lugar que yo había ocupado antes, soltando su mano. Mientras hablaba me deslicé en retroceso, apenas lo suficiente para desaparecer de su campo de visión, y me acerqué a su espalda. Tuve que alzarme sobre las puntillas por la diferencia de estatura.

    —Hasta aquí llegué, una especie de tarima donde debían sentarse el Señor y la Señora al recibir a sus invitados. Aquí bebían y comían, desde aquí conversaban y veían a la gente bailar. Donde alguna vez hubo vitalidad y alegría, ahora sólo quedaba oscuridad y vacío. Si cerraba los ojos... podía oírlos. Las risas, los aplausos, los laúdes y las gaitas. El aroma de la carne asada. Las pesadas faldas de las damas, rozándose entre sí al girar. —Posé la vista en el centro del espacio, la columna de los asientos, y bajo la ignorancia de Hubert esbocé una sonrisa diferente, más melancólica—. She was there, lad. She was always there.

    Y siempre lo estará.

    —Tengo entendido que vienes de otro país —agregué de repente, volviendo a aparecer a su lado—. ¿Qué sentiste al mudarte aquí?
     
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    No hubo un solo instante, ni siquiera el paso de algún segundo fugaz en el reloj, en el que no sintiera la persistencia de su mirada sobre mí. La percibía con claridad, incluso si mantenía mis propios ojos cerrados, como si la atención de Morgan me envolviera en conjunto con las sombras del salón. Seguía guardando la curiosa impresión de que el espacio le pertenecía, como si cada aspecto de su persona se amplificara por obra y gracia de la penumbra. La sensación me acompañó durante mi trayecto hacia el escenario y, cuando finalmente nos enfrentamos, observé sus ojos al mismo tiempo que ella detallaba los míos. Su violeta se había oscurecido hasta volverse, de alguna forma, nocturno.

    Al hablarle con mi formalidad usual, Morgan me respondió con una sonrisa serena. La frase que le concedí surgió bajo la noción de que esto era, a su manera, algo que podía llegar a ser considerado como un reencuentro. No pretendía darle mayor peso del que correspondía siendo que lo nuestro fue apenas un cruce de miradas en la biblioteca, pero también era un hecho que esa eventualidad nos permitió ser conscientes de la existencia del otro.

    La chica nombró el solsticio de invierno y, con eso, su mano rompió la distancia para alcanzar la mía. No me tomó desprevenido porque había anticipado una acción similar, y la delicadeza de su tacto también permitió que la recibiera con algo de naturalidad, porque el interés sobre su historia ejercía un poder mayor. Por el mismo motivo, tampoco me detuve a pensar en lo dócil que estaba siendo ante una persona con la que, técnicamente, estaba entablando nuestro primer diálogo. Simplemente, me dejé llevar como si estuviera sumergiéndome en otro libro.

    Me ubicó en el borde del escenario, en el sitio exacto donde había estado ella. El vacío se extendió hacia mi frente en toda su inmensidad, ocupando las butacas y recorriendo el pasillo central. Morgan retrocedió hasta quedar fuera del rango de mis ojos, como si la oscuridad se hubiese fusionado con ella. La voz sedosa volvió a levitar como único vestigio de su presencia, contándome el recorrido de su visita a Seannchlachan. La descripción del salón principal del castillo vino a confirmar la idea de que nos estábamos sirviendo del salón de actos para dibujar un paralelismo. De igual forma, no pude evitar una pequeña sonrisa al escucharle decir que la capa de polvo parecía nieve bajo la luz de la luna, pues me pareció una descripción tan precisa como mágica. Y debía reconocer que su formar de relatar era tan cautivante como su canto.

    Pero mi sonrisa se desvaneció al sentir su voz repentinamente detrás de mí, la cual erizó ligeramente los cabellos de la nuca. Aunque en esta ocasión sí me atrapó desprevenido, la curiosidad lente permitió que me recuperara al instante para no dejar escapar una sola palabra. Así, me habló de la tarima del Señor y la Señora, representada por el escenario que pisábamos, mientras que las butacas simbolizaban a los invitados ausentes, a la oscuridad y el vacío que habían quedado…

    Oscuridad y vacío…

    “She was there, lad. She was always there.”

    Con la conclusión de su relato, dejé escapar un suspiro. Entonces me di cuenta de que durante el relato de Morgan habían surgido otras imàgenes, completamente ajenas a este escenario, que se entremezclaban con la historia de Jenny. No habían tenido la fuerza suficiente para pasar por encima de mi curiosidad, pero ahora empujaban para pesar sobre mi corazón…

    Mi propio fantasma amenazaba, otra vez, con acercarse a mis pensamientos.

    La pregunta de Morgan me ayudó a volver a centrar la mente. La chica apareció a mi lado casi sin que me diera cuenta, cosa que me obligó a barrer la melancolía presente en mis ojos. Asentí ante su comentario de que venía de otro país y recorrí de un vistazo las butacas vacías, rememorando el día que puse un pie por primera vez en Japón.

    —Vine de intercambio desde Estocolmo. Solo —especifiqué, mirando pensativo hacia el salón; mencionar estos datos quizá le permitiese interpretar mejor el sentido de mi respuesta— Cuando llegué aquí me sentí… abrumado y extraño —cerré los ojos y esbocé, sin querer, una sonrisa leve—. Pero también… el entusiasmo por lo desconocido.

    Me giré hacia Morgan, sostuve la mirada sobre sus ojos nocturnos.

    —No son fáciles las despedidas —comenté con serenidad—. ¿A tí que impresión te embargó cuando pusiste un pie, por vez primera, en esta tierra lejos de nuestra Europa? ¿Extrañas Seannchlachan?
     
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    Aunque probablemente no lo pareciera, me estaba valiendo de las pequeñas reacciones de la criatura para entretenerme. No había rechazado mi aproximamiento al tomar su mano, no percibí ni una pizca de tensión, pero luego, tras deslizarme a su espalda y hablar... Sería cosa de bruja, pues el respingo que creí notar fue tan, tan sutil, que me pregunté si estaría, acaso, conteniendo sus reacciones a voluntad. ¿Era sólo la sorpresa? ¿O había algo más?

    Un suspiro le descomprimió el pecho y recibí sus ojos tras regresar a su lado, como si nada. ¿Este niño había venido solo aquí desde su hogar? ¿Con quince, dieciséis años? El énfasis que le otorgó a la palabra no me pasó desapercibido y mantuve la mirada en su rostro, su perfil, mientras él navegaba el océano de butacas silentes. Era como encontrarnos frente a una multitud de fantasmas. Nada de lo que dijéramos saldría de aquí y al mismo tiempo... permanecía la sensación de estar siendo escuchados.

    Me regresó la pregunta, cosa que supuse haría, aunque el último interrogante sí me pilló en curva.

    —No —respondí al instante, esbozando una sonrisa algo ambigua—. ¿Por qué extrañaría un hogar en ruinas?

    Llevaba todo el receso hablando con dobles sentidos, incluso si Hubert no tenía forma de saberlo. Desde Jenny hasta Seannchlachan, todo regresaba sobre sí mismo en formas nuevas y con un sentido de la ironía impecable. La historia tendía a repetirse, eso solían decir.

    —No me generó mayor impresión, supongo —resolví después, indiferente—. La gente era muy pequeñita y todos eran muy formales, muy educados, demasiado. Me provocaban algo de rechazo. Con el tiempo me habitué, supongo. —Lo miré de soslayo, divertida, y mi voz se suavizó—. Pensé que llevabas mucho tiempo aquí, supongo que elegiste bien tu intercambio~

    Conforme decía la tontería había girado el cuerpo hacia él. Volví a recoger su mano, esta vez algo más de repente, y comencé a caminar en retroceso.

    —¿Y por qué aquí? El intercambio, quiero decir. ¿Por qué viniste solo a Japón, lad?

    Mi voz rebotó y no lo solté, tampoco hice nada más que retroceder muy lentamente, fija en sus ojos. Quizá fuera la sensación de estar formulando una pregunta sensible y el capricho de conseguir una respuesta, de envolverlo lo suficiente para que no viera otras opciones. Como si, en un susurro, le estuviera recordando que todo estaba bien, que podía hablarme. Al fin y al cabo no era nadie, ¿verdad? Sólo un miembro fantasma del club.

    Responder mis preguntas no le haría daño... ¿verdad?
     
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    El repentino acercamiento de Morgan a mis espaldas me resultó estremecedor, porque no logré oír sus pasos. Se había desplazado con un silencio extraordinario que fue capaz de negar mi sentido de la percepción, en conjunto con la voz suave que me contaba esta historia. Su relato, así como el canto, era el hechizo con el que me envolvía. Ella me mantenía atrapado, en sentidos de lo más diversos. Cuando el sutil roce de su aliento sobre mi nuca delató su ubicación, como si se hubiera aparecido de repente, volví a pensar en la metáfora del fantasma con la que aludíamos a su ausencia en la biblioteca, aunque no la expresáramos en voz alta. Era una chica de presencia envolvente, así como inquietante; pero había algo de su esencia que me llevaba a buscar fluir en su dinámica llena de enigmas. Si algo podía asegurar, era que no me provocaba rechazo.

    Con aquella peculiar pregunta que le hice, sobre si extrañaba el castillo en ruinas, busqué ver a través de su relato. Mi motivo fue simple: así como el salón de actos nos servía como un paralelismo de Seannchlachan, quizá había otras capas de ambigüedad en determinados elementos de la narración, que a lo mejor aludían a su biografía. Cuando la escuché cantar hace unos momentos, me había parecido que la energía de sus melodías contenía la sombra de la nostalgia. Y movido por esa idea, busqué entender qué significaba Seannchlachan para ella y por qué me hablaba del castillo…

    Mi interrogante fue negado de forma instantánea, en conjunto con otra sonrisa que no pude leer. “¿Por qué extrañaría un hogar en ruinas?”, fue la pregunta que recibí a cambio. La contundencia de su cuestionamiento me llevó a responderle con una sonrisa suave y un leve gesto afirmativo. Puede que no le faltase razón, más allá de que esa contestación también fue ambigua… De todos modos, la naturaleza humana era demasiado compleja, por lo que no sería de extrañar que existieran personas que rememoraran, con un extraño anhelo, sitios en “ruinas”. Dejé el tema estar para escuchar el resto de su respuesta, y en esta ocasión percibí bastante de su indiferencia cuando habló de lo que había sentido al llegar a Japón.

    —Comprendo —fue lo que llegué a responderle con solemnidad.

    Apenas terminé de pronunciar mi contestación, recibí su mirada de soslayo. Me sirvió como anticipo de que algo volvería a suceder a continuación, en esta sombría dinámica donde los giros inesperados también eran protagonistas. Morgan giró el cuerpo en mi dirección y volvió a capturar mi mano, con una velocidad más marcada que antes. Sin embargo, mis dedos respondieron al instante, afianzaron ligeramente el agarre; con esto, quedó claro que no me tomó con la guardia baja. Era, si se quiere, mi propio giro en la dinámica. No obstante, ella continuó teniendo el control sobre mi cuerpo: me obligó a caminar a su ritmo, retrocediendo y haciendo preguntas de índole profunda. Sus ojos se aferraban a mí, me alcanzaban con una fuerza potenciada por la oscuridad, como dispuestos a absorberme por la eternidad. Le sostuve la mirada en todo momento, entre serio y reflexivo.

    —Hay dos lugares en Estocolmo que son importantes para mí —comencé a relatar—: el observatorio astronómico de mi padre, y la biblioteca de mi madre. Fueron mis esferas, sitios en los que me construí… Casi nunca abandoné sus muros —de nuevo, una sonrisa gentil curvó mis labios, sin dejar de adaptarme al movimiento que su cuerpo marcaba—. Conozco el mundo a través de miles de páginas; y he visto lo que hay fuera de éste, al otro lado del cielo nocturno. Pero… llegó cierto punto en el que sentí que mi comprensión de las cosas se limitaba… Y necesité arrancarme de mis esferas para lograr ampliar mi percepción del mundo; algo que este intercambio me posibilitó, al darme la oportunidad de venir a una tierra lejana en soledad, como si empezara de cero. Digamos que... mi decisión responde a un hambre de conocimiento…

    >>A la necesidad de descubrirme a mí mismo…

    “…y alejarme del vacío que dejó Effy”, completé para mis adentros.
     
    Última edición: 18 Enero 2024
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