Salón de actos

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Al primer interrogante, los cabellos de Pierce, como llama oscura bajo el reflector, se mecieron por el movimiento negativo de su cabeza. Me mantuve impasible ante la revelación de la ausencia sobre los escenarios. Con la quietud desbordante en la butaca, no varié el tono de mi posición contemplativa. Aquello, en verdad, volvía más interesante lo que tuviese que contestar a la segunda pregunta, por lo que desde las profundidades de mi mirada tranquila… emergía en voz baja la expectativa. Su belleza era armoniosa, la voz prometedora y el cuerpo desplegaba melodías sutiles, se lo acababa de decir, pero… No fue aquello lo que me llevó a tomar este impulso, parecido a una onda de sonido desagarrando el aire. Llevar a cabo el lanzamiento de invitarla a explorarse.

    Su acción de pararse sobre el escenario era la responsable de disparar mi interés.

    El primer movimiento de Pierce fue mirar hacia la luz. Mis dedos, sobre el apoyabrazos de la butaca, hicieron emerger un movimiento involuntario ante la visión de la chica entregando sus ojos a la luminosidad blanca y letal. El latigazo de una intranquilidad completamente ajena a nuestra conversación, de algo que me costaba contar… estuvo a punto de hacerme abandonar mi quietud de público. La chica no vio nada de esto, transcurrió únicamente cuando su visión se fue hacia la palidez luminiscente sobre su cabeza.

    Pese a esa situación inicial, la melodía de Pierce me regresó hacia el núcleo. Sus pupilas se alejaron del reflector para danzar por el ambiente que nos envolvía. Se detuvo en mi dirección y yo le mantuve la mirada. El silencio, antes resonante en el aire, se volvió música cuando, tras dejar el bento en el suelo y dedicarme una sonrisa, inició una caminata lenta en el abismo del escenario.

    —La música de tu ser… —secundé a sus primeras palabras, como una invitación.

    Había un compás bien compuesto en cada paso, en el despliegue de sus movimientos. Percibía cálculo en su andar, de la misma forma que yo sabía dónde y cuándo colocar mis dedos en el mástil de la guitarra, o en las llaves de la flauta. Mis neuronas cuchicheaban, se extrañaban de que aquello se viera tan natural en alguien que ponía los pies sobre un escenario por primera vez, pero se centraron otra vez en Pierce cuando la segunda revelación tuvo lugar: me había mentido.

    Interesante.

    Habló de exposición, y dijo que la exposición era una entrega. Una intencionalidad donde el espectador te absorbía y te interpretaba. “La entrega se convierte en intercambio”. Asentí con la cabeza mientras un destello se desprendía desde la profundidad de los lentes. Estaba claro que me había mentido, comprendía perfectamente lo que pasaba arriba de un escenario. ¿Aquel lugar donde desplegaba la música de su ser era acaso el secreto por el que debería matarme?


    ¿Qué veo en el espejo? En tanto yo esté aquí y tú ahí, tú eres mi espejo.
    Así que dime, ¿qué ves ahora mismo?

    Una comisura de mis labios se elevó con la rapidez de un chasquido, para luego retornar a su ubicación original.

    Admirable respuesta.


    Apoyé un pie sobre una de mis rodillas, porque así sentía que ajustaba mi posición de observador. La otra mano, la que dormía en el apoyabrazos, se elevó con una lentitud parecida a la de Pierce, pero con otro tipo de meticulosidad. Mi flow respondiendo a la suavidad del suyo. Los dedos atraparon un costado de mis lentes y estos descendieron como si revelaran un gran misterio. La luminosidad azotó la córnea, pero como espectador no permití que su amenaza me amedrentara, total mi vista se adaptaría pese a sus dificultades.

    Miré a Pierce con los ojos despejados, tomándome un minuto exacto para hallar el reflejo que yo, siendo el espejo, devolvía.

    —La esencia del agua —respondí, tras lo cual volví a ubicar el oscuro cristal sobre mi mirada—. Agua que danza sin importar la forma en las dimensiones que le rodean, porque cuenta con la fortaleza de la adaptación. Agua que puede tomar diferentes entonaciones para ser sólida, fluir con los demás o elevarse en el aire. Es, así, un espectáculo donde la relajación y la inquietud confluyen en el corazón del espectador, que no puede sino esperar a la revelación de algo más, que no llega a ver aunque el agua es cristalina bajo el abrasador sol.

    >>Frescura y misterio. Eso es lo que veo.
     
    Última edición: 31 Julio 2023
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    Oí con claridad el sonido de mi propia respiración al detenerme y fijar mi mirada en Gaspar. Seguí sus movimientos, serenos, en lo que encontraba sus gafas y se las quitaba. Su posición lo dejaba al abrigo de una penumbra moderada, y desde el círculo del reflector me costaba más discernir detalles. En cierta forma, sus ojos lucían cansados. Bueno, con o sin filosofía mediante, el pobre chico seguía de resaca, ¿no?

    Me observó un buen rato y yo mantuve mi posición con calma, sin incomodarme ni permitirme amedrentarme. Era una característica que me enorgullecía, si se quiere, y la consideraba de utilidad. Acabado el tiempo de contemplación, regresó los anteojos a su lugar y me dio una respuesta. Con lo poco que conocía de él ya había anticipado que no sería una idea sencilla, así que me esforcé por seguirla al detalle.

    Agua.

    Me hizo gracia, pero aplaqué la sonrisa. Recordé aquello que había hablado con Suiren una vez, del hielo que habitaba sus ojos y la muralla que éste parecía construir, volviéndolo indescifrable y hasta inaccesible. Personalmente no me creía alguien tan misterioso, y si había jugado a serlo fue porque sentí esa suerte de puente entre Gaspar y yo. Ahora, sin embargo, con un secreto tangible entre manos, quizá hubiera pequeños detalles que comenzarían a cambiar.

    Frescura y misterio.

    Sonreí, satisfecha, y solté el aire lentamente al recorrerme con la mirada. Desde aquella altura me asemejaba bastante, quizá.

    —Siempre me vi más inclinada a considerarme... una especie de torre, con una ventanita pequeña en lo alto —confesé—. Pero de eso se trata, ¿no? The shape of water.

    Suspiré, tomando asiento en el borde del escenario, y crucé las piernas. Lo miré y palmeé el espacio a mi lado, mientras desenvolvía el bento sobre mi regazo.

    Come here, boy —lo invité—. Y si la luz te quema como vampiro, puedes apagarla. De paso me cuentas un poco más sobre ti. —Abrí el bento, entonces, y agregué—: Tengo la creencia de que uno suele hacer las preguntas para las que ya tiene respuesta. ¿Cómo crees que eres tú sobre el escenario?
     
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    La imagen de la torre tuvo ese sabor a intriga, algo que ya estaba resultando típico en la esencia de la dama harmoniosa sobre el escenario. A la edificación me la imaginé no sólo imponente, sino asimismo rodeada por las ruidosas olas del mar; como si la idea que Pierce planteaba de sí misma y mi contemplación de su persona se abrazaran en la mezcla de un buen remix. Las torres daban idea de resistencia. También servían para el control de una zona amplia. Lo que hacía que mi cerebro maquinara pensamientos de curiosidad irrefrenable, ¿pues era eso lo que quería decirme de sí misma, o su idea no encontraba sincronía con mis propios entremetimientos? E incluso cuando la metáfora de la torre resultaba vertiginosa, el detalle de la ventana pequeña era lo que más resonaba…Por esa ventana se miraba hacia el afuera. Pero entonces… también podía tener la significancia de que, para poder ver hacia el interior de la torre, debía esforzarme por ascender hacia sus alturas, donde los vientos suelen deslizarse con más fuerza. Tal vez, develar sus misterios demandaba ese esfuerzo.

    Todo lo que hice fue seguir mirándola en silencio. Tenía razón al decir que de eso se trataba. La forma del agua.

    Su música.

    Al sentarse sobre el borde del escenario e invitarme, de piernas cruzadas, a ocupar sitio a su lado, me desprendí de la butaca con movimientos suaves, como serenas melodías. Me eché con cuidado el estuche sobre las espaldas y, sin emitir sonidos de mis labios, sin meterle prisa a mi flow, subí por las escaleras laterales hasta ocupar el escenario con Pierce. Me senté como ella en el borde; con uno de los talones clavados en el abismo, para así poder mantener una rodilla elevada sobre la que depositar el antebrazo, mientras sobre la mano contraria descansaba el peso de mi espalda. El estuche de la guitarra quedó a mi lado, depositado con cariño.

    La audiencia invisible nos observaba. Los espectadores ausentes esperaban mi respuesta a la pregunta de Pierce.

    —Sobre el escenario… —empecé a decir mirando al frente. La luz caía sobre mí, pero la protección de mis lentes me daba seguridad bajo ella— …me siento como un sistema solar a punto de extinguirse. Soy su centro, el astro dorado —el color de mis cabellos solía ayudar a esa idea—, y alrededor de mí, orbita un abanico de estilos. Con el que poder satisfacer a la mayor y más variada cantidad de sujetos —hice una pausa dramática—. Y como ese sistema está a punto de desaparecer, cada actuación se vive como si fuera la última oportunidad de desatarme —me acomodé los lentes, mirando a la chica con una expresión calmada.

    >>Por cierto, me gusta tu visión, Pierce —dije—. No te conozco, pero se siente como si camináramos en líneas diferentes de un mismo pentagrama.
     
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    Las infinitas hileras de asientos vacíos, replicándose hasta ser ahogadas en la oscuridad del salón, aguardaban en silencio a la respuesta del muchacho. Cerré los ojos brevemente ante la imagen que construyó: no sólo era un sistema solar, sino uno muriéndose. A la entidad le agregó un estado, una transición. Imaginé las estrellas implosionando, el sol apagándose y las órbitas de los planetas desintegrándose, provocando que colisionaran. Fue el más absoluto y perfecto de los caos. Eso, decía, era su experiencia sobre el escenario.

    Caos.

    La idea quedó rebotando en mi mente cuando llamó a mi apellido. Lo miré de soslayo y una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. ¿Íbamos en líneas diferentes de un mismo pentagrama? Mi gesto se ensanchó, divertido, por mi propia ocurrencia más que otra cosa. Buena parte de la determinación de una obra escrita venía de la mano de la clave utilizada. Curioso que la más común fuera, justamente, la clave de Sol. Su sistema solar moribundo. El caos.

    Embrasse le chaos, mon chéri —murmuré con cierta gravedad en mi tono y perfecto acento francés—. ¿Has pensado en el caos? Lo que implica, lo que significa.

    Suspendí la pregunta unos pocos segundos, asentándola, y desvié la mirada al frente.

    —¿Sabes? El sistema solar es un sistema dinámico de tipo caótico. —Me sonreí, consciente de que me estaba poniendo en modo nerd—. Para ponerlo simple, significa que el sistema es extremadamente sensible a sus condiciones iniciales, y esto imposibilita la predicción a largo plazo. Por increíble que nos parezca, pese a ello son sistemas deterministas, ya que dependen de sus condiciones iniciales. —Solté el aire por la nariz, despacio—. Es como el efecto mariposa. Muchas veces, donde creemos ver azar en realidad sólo hay caos, y somos nosotros quienes carecen de las herramientas para comprenderlo.

    Incluso dentro del azar hay estabilidad.

    Relativizar el mundo, por irónico que sonara, ayudaba a temerle menos. Sin irme demasiado lejos, la peculiaridad de este chico y su experiencia sobre el escenario me ayudaban a pensar que él también, así como Frank, estaba un paso por delante mío en ese aspecto. Dejé el bento en el espacio entre ambos y volví a hundir la mano en la bolsa.

    —Un sistema solar a punto de extinguirse —repetí, era una imagen tan nítida que volvió a aparecer frente a mis ojos. Le alcancé un par extra de palillos, mirándolo—. ¿Te sientes cómodo en el caos, golden boy?


    tendrían que haberme visto ayer a medianoche, habiéndome despertado a las ocho de la mañana y después de varias birritas, leyendo sobre la teoría del caos

    absolutely worth it 10/10
     
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    Embrasse le chaos, mon chéri

    No poseía el más amplio espectro de ecos en otras lenguas, pero mis oídos tradujeron con precisión la frase pronunciada en perfecto francés. Sin desprender la mirada de los asientos que parecían perderse en la inmensidad vacía, donde éramos amos de nuestro propio plano espacio-temporal, moví un poco la cabeza hacia Pierce cuando la pregunta del caos quedó sobre nuestras cabezas, reflotando en la luz blanca como una voluta de humo. Oh, así que pasábamos de las metáforas del ser… a la aparición del concepto del caos. La inclinación de mi oído, si bien fue leve, expresaba el interés que la chica hizo destellar en mi pensamiento. Ella tenía una inteligencia especial con la que construía el mundo a nuestro alrededor, por lo que aguardé en los segundos de silencio a que continuara hablando, a que me mostrara la musicalidad de la idea que ahora rondaba su mente.

    Se puso a hablar del sistema solar, desde una entonación con el sabor de una técnica científica. Ella me ofreció la idea de que era un sistema dinámico de tipo caótico, y mi cerebro masticó aquellas palabras con la curiosidad de un nuevo sabor. Dijo que esos sistemas eran extremadamente sensibles a sus “condiciones iniciales” y que, como dependían de dichas condiciones, era determinista. Con esa última palabra se me trastabillaron las neuronas, pero entendía la idea general de Pierce y, por sobre todas las cosas, el hecho de que en el universo sólo hay un caos demasiado estridente como para comprenderlo con simples instrumentos humanos.


    ¿Te sientes cómodo en el caos, golden boy?


    Para cuando me compuso ese interrogante, yo me había quedado observando los palillos que me había extendido con tanta amabilidad. Como si fueran algo extraordinario. Me había quedado pensando en sus conceptos tan variopintos: el espejo, la torre y el caos. Yo me consideraba alguien definido por la calma, pero ahora creía que incluso la quietud era otra cara del caos… Separé los palillos, tomando uno en cada mano. Pero lejos de ponerme a comer de su bento (tal vez aquella era su intención) bajé la rodilla que tenía levantada. Apoyé esa pierna sobre la otra, de modo que la rodilla quedó aun así brevemente elevada, y me incliné un poco hacia adelante.

    Usé los palillos para empezar a tocar sobre el hueso de mi rodilla y a golpearlos entre sí, con el tono y la musicalidad que los improvisados materiales permitían. El ritmo en principio fue lento, calmo, y resonaba como un ligero eco sobre el escenario.

    —Me gusta ser versátil, impredecible e imposible de encasillar —respondí girándome hacia ella—. Por lo que, adoptando el sonido de tus palabras, asumo que el caos es mi hogar…

    Asentí con levedad.

    El ritmo del toque de los palillos seguía siendo suave, pero inició un paulatino incremento.

    —Suelo conducir mi existencia bajo la idea de que la vida hay que vivirla con calma, pero me has hecho descubrir que incluso la paz es la promesa de un resonante caos. Que la serenidad es una parte más de su composición.

    Los palillos en mis manos comenzaron a moverse con más rapidez, desplegando melodías más fuertes.

    —Es una idea emocionante que me llena de motivación. El sistema solar parece estable, pero basta una nota musical nueva para que… Bum.

    Con un golpe final me detuve. El fuerte y solitario sonido se elevó hasta perderse en la luz. El silencio volvió a tomarnos entre sus brazos.

    Supernova, la explosión estelar.

    Tras eso, usé los palillos como correspondían: me apropié de una pequeña porción del bento de Pierce, que llevé a mi boca. Saboreé su alimento con calma. Aún desconocía la duración del receso, pero eso no me apremiaba de ninguna forma. Disfrutar esta paz caótica, era asimismo parte de la vida.

    —Y si un día te dijeran de tocar un instrumento, ¿cuál elegirías? —pregunté— ¿Cuál crees que se llevaría mejor con lo que este espejo dice de tí?
     
    Última edición: 7 Agosto 2023
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    No reflejé la sorpresa que sentí al ver el inesperado uso que le daba a los palillos de bambú. Recordé estos videos de internet que se habían puesto de moda bajo la premisa de "never let them know your next move", y pensé que era un concepto adecuado para este chico. Él mismo lo dijo poco después. Versátil, impredecible. No eran aspiraciones con las que estuviera familiarizada. Su torso viró en mi dirección y yo lo reflejé con mayor lentitud, alternando la mirada entre sus gafas y el movimiento de sus manos. El repiqueteo de los palillos hacía un eco sordo en el espacio y me pregunté si tocaba la batería o algún otro instrumento de percusión. ¿El estuche era de guitarra, sin embargo? ¿Quizá fuera multiinstrumentista?

    El estallido del supuesto sistema solar se aparejó con un golpe más intenso de los palillos. Parpadeé en reflejo, como si hubiera ocurrido una explosión frente a mis ojos, y esbocé una sonrisa. Una supernova, decía. ¿No era irónico, acaso? La muerte de los cuerpos celestes era tan intensa, tan brillante, que durante muchísimos años se la confundió con su nacimiento. Era una comparación extraña pero artística, y ciertamente memorable, si lo pensabas en un concierto o una presentación musical. Al final todo se reducía a una de las frases más cliché del mundo: vivir cada día como si fuera el último.

    Solté el aire por la nariz, pensativa. Había dicho que la paz podía ser una promesa de caos. La idea me generaba una ansiedad extraña por razones que esta pobre criatura siquiera imaginaría. Era como... la calma antes de la tormenta, ¿no? El aleteo lejano de la mariposa que desencadena una tempestad. Daba la impresión de que el caos existía de forma inmanente, que latía detrás de cada pared, debajo de cada baldosa. Esperando el momento preciso para estallar. Cualquier decisión, por pequeña que fuera, podía derivar en caos. Si lo pensabas demasiado acababa enloqueciéndote.

    Por eso Frank insistía en abrazarlo.

    Cada día que pasaba lo entendía más y más; y en ese entendimiento, las piedras de mi torre se tambaleaban. ¿De qué servían las fortalezas en un mundo construido sobre el caos? Recibí la nueva pregunta de Gaspar y se me escapó una risa nasal, algo irónica. ¿Un instrumento? ¿Yo? Por Dios, era la persona menos artística del mundo. Mencionó el espejo, aquel que le había dicho que era él, y lo observé durante varios segundos. Las gafas no me permitían siquiera vislumbrar un chispazo de sus ojos; quien estaba en ellas era, de hecho, yo. Me servían de reflejo y la pequeña epifanía se me dibujó en la cara. Espejo.

    —Mi abuelo tocaba el piano —murmuré, en una suerte de impulso, y en cierta forma sentí como si me lo estuviera diciendo a mí misma—. Supongo que por eso es el instrumento que siento más cercano a mí. Falleció cuando era pequeña, pero... lo recuerdo. Recuerdo el sonido fluyendo por la casa, anulando el silencio. Si tuviera que elegir uno... sería ese.

    Le eché un vistazo suspicaz a su misterioso estuche y lo miré a él, y estuve por hablar cuando la campana repiqueteó desde el pasillo. Suspiré, poniéndome de pie, y recogí el bento abierto. Casi no habíamos comido entre el tour y la charla filosófica, pero suponía que podríamos picar un poco más por el camino. Le extendí la mano para ayudarlo a levantarse y sonreí, divertida.

    —No me he olvidado de aquello, que lo sepas. Algún día tendrás que decirme qué guardas ahí. —Había avanzado un poco, así que lo miré por encima del hombro y agregué, algo más coqueta—: Puedo ser bastante persuasiva~


    tarde PERO SEGURO

    un placer rolear a los muchachitos uwu7 ya lo hablamos por wha but i really enjoyed it
     
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    Tomé mucho aire y descendí lentamente, hasta quedar de rodillas sobre el escenario. La música brotaba del móvil que había dejado al borde y la luz natural se colaba por los ventanales, permeando el salón con un vaho pálido, más cálido de a ratos. Alcé la vista al techo, parpadeé y cerré los ojos hasta que los violines cedieron paso a la voz. Pensé que había encontrado una salida. Miré alrededor, el mundo se oscureció y me llevé las manos a la cara. Tanteé el aire después, encontré las paredes invisibles frente a mí y me sobresalté. Pero tú nunca te vas. Mi cuerpo entero se tensó, perdí dominio y algo jaló mis brazos hacia atrás. Los dejó colgando de los codos e intentó arrastrarme hacia arriba, como un titiritero. Así que supongo que me quedaré. Le faltó fuerza. Me incorporé un poco y caí de regreso, insistió y volví a caer. Levanté la cabeza y giré las muñecas.

    Oh, espero algún día salir de aquí.

    La brisa invisible se coló dentro de la caja transparente, tintineando, y le dio a mi cuerpo denso la liviandad de una pluma. Me deslicé a la derecha y alcé la pierna hacia el techo, lentamente. El regreso fungió de látigo y me impulsé al otro lado, alcanzando mi empeine y apoyando la frente en mi rodilla.

    Incluso si me toma toda la noche o cien años.

    Permanecí allí pocos segundos, respirando. Cerré los ojos y me puse de pie, trazando círculos amplios con los brazos. La brisa me envolvió y giré sin prisa, varias veces. En el flujo fui ladeando el torso y acabé en un arabesque lento, mientras la música se estiraba. Regresé de repente.

    Necesito un lugar para esconderme, pero no encuentro ninguno cerca.

    Busqué. Mis brazos buscaron, recorriendo el espacio a mi alrededor, yendo y volviendo. Tanteando el aire. Me moví por el escenario en media punta, siguiendo el susurro incomprensible de la brisa hacia direcciones inconexas. ¿Dónde? ¿Dónde estaba la salida?

    Quiero sentirme viva, libre.

    Me detuve en el centro, asustada. Lancé manotazos al aire, mi cabello se sacudió y mis brazos se estiraron de repente, tiesos. Comencé a elevarme sobre mis puntillas. Mis manos recorrieron mi cuerpo y se aferraron a mi cuello, el tiempo se detuvo.

    Pero no puedo enfrentar mis miedos.

    Cerré los ojos. Los hilos regresaron.

    ¿No es encantador? Estar tan solo.

    Sobre el lienzo negro comencé a moverme de vuelta, trazando formas sumamente delicadas y fluidas. Me deslicé, giré y abarqué, como una pequeña pluma surcando el cielo. Pero era una ilusión.

    El corazón de cristal, la mente de piedra.

    No podía hablar ni llorar. Tenía los ojos vendados y seguí bailando.

    Destrózame de pies a cabeza.

    La voz del titiritero retumbó entre las paredes transparentes y me forzó a abrir los brazos, a sonreír.

    Hola, dijo.

    Bienvenida a casa.

    Y seguí danzando e improvisando, guiándome únicamente por la música y aquello que mi cuerpo quisiera hacer. Bailé, bailé y bailé, hasta que la canción se detuvo y me quedé acostada en el escenario, agitada, con los ojos cerrados. La música se siguió reproduciendo y me permití descansar, recuperar el aliento. Había venido aquí sin un motivo de peso, sólo sentía algo de energía acumulada y me había apetecido bailar. La canción era triste y algo de esa tristeza se me había ceñido al pecho, pero... estaba bien.

    En tanto la brisa me acompañara, siempre estaría bien.


    show gratis we

    andaba con muchas ganas de rolear a annita bailando so thats it, rellenito bonito. Dejo linkeado el video en el que me inspiré aunque acabé modificando bastante la coreo también para que a mí no se me pierda
     
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    Mis intensos aplausos rebotaron en las paredes y hacían tremendo eco en el aire. Había pasado la puerta del salón de actos con bastante emoción. Y eso, no había duda alguna, se me notaba en la cara que llevaba puesta. ¡Es que…! ¡Es que…! ¿Una bailarina tan habilidosa, descubrirla justo en mi segundo día de clases? ¡No importaba lo que dijera Flowcito, lo de la inspiración y todo eso! ¡Debía conocer a esta chica!

    —¡Bravo! ¡Bravísimo! —vitoreaba con una amplia sonrisa, y la voz también hizo eco en el salón vacío.

    Salté hacia una butaca de las filas de en medio. Me quedé parado sobre su mullido asiento y apoyé un pie en el respaldo de la butaca de adelante. Con un codo sobre la rodilla, llevé los dedos de la otra mano sobre mis ojos, como si fuera un navegante descubriendo tierras nuevas.

    —Qué belleza —solté—, qué movimientos, maravillosa expresión corporal —hice una breve pausa para sonreírle— ¿Me encuentro ante otra potencia del baile?

    Markus vio a Annita en este post
     
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    Me había compenetrado tanto en la danza y me había relajado tanto allí, tirada en el suelo, que en ningún momento pensé en la posibilidad de haber contado con público. ¿Habría hecho diferencia? No estaba segura. Hubo una época de mi vida donde adoraba la atención sin tapujos y me encantaba ejecutar performances para los demás, pero las cosas habían cambiado mucho.

    El primer aplauso me sobresaltó y me hizo abrir los ojos de golpe. Enfoqué el techo, una voz emocionada se sumó al sonido y clavé los codos en el suelo para incorporarme un poco, sorprendida. Un muchacho se estaba acercando por el pasillo central y... entrecerré los ojos, detallándolo. No lo conocía de nada, no. ¿Me había visto bailar? Tenía toda la pinta. Una ligera oleada de nervios me palpitó en el pecho, pero la controlé mejor de lo que había previsto.

    Alcé las cejas al ver cómo el chico saltaba sobre una butaca y se inclinaba, escrutando los alrededores cual marinero en altamar. Aquel gesto tan peculiar me aflojó una sonrisa, los nervios también, y empecé a ponerme de pie. Fuera lo que fuera, claramente le había gustado mi pequeña improvisación.

    —Gracias, gracias —dije, ejecutando una reverencia rápida.

    ¿Otra potencia del baile? Me sonreí, curiosa, y fui a recoger mi móvil. Le bajé el volumen y permanecí allí, de pie al borde del escenario.

    —Me gusta creer que sí —admití, juntando las manos tras mi espalda, y por el teatro volví a entrecerrar los ojos en un gesto incriminatorio—. ¿Y yo me encuentro ante un espía de bailarines, perfecto desconocido?
     
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    La muchachita se había mostrado bastante sorprendida al principio, cosa por la que no podía culparla, pues había entrado al lugar hecho un tren de emociones varias y haciendo bastante ruido. Cualquiera se hubiera pegado un susto por eso y, de hecho, era algo que acostumbraba a hacer con mis modos tan enérgicos. ¡Pero qué sería de la vida sin la intensidad! También sentí cómo sus ojos intentaron reconocerme. Se sintió como pasar bajo dos radares rosas que nada encontrarían, pues apenas era mi segundo día en la escuela...


    Pobre chica… Se tendría que quedar con la intriga…
    .
    .
    .
    .
    .
    .
    ¡...por algunos segundos más!

    Mientras tanto, pareció relajarse cuando me puse en plan marinero. La música con la que había bailado continuaba sonando en el aire, salía de un celular sobre el escenario. Me agradeció con una reverencia, que recibí sonriente mientras mi cabeza seguía el ritmo de la canción. Sólo me detuve cuando ésta fue apagada. La chica me dijo que le gustaba creer que sí era una potencia del baile y, como era de esperarse, recibí una pregunta a cambio.

    Alcé las manos a la altura de la cabeza, como si estuviera a punto de arrestarme.

    —Prefiero pensar que soy como un detector de talentos, señorita misteriosa —respondí mientras encogía los hombros, no me arrepentía de haberla espiado—. Yo sólo iba a comprar pastel de fruta, escuché algo y asomé la cabeza. Me has deslumbrado tanto que, mira, menos mal que siempre traigo esto conmigo.

    Metí una mano en el bolsillo del pantalón y saqué de allí unos lentes oscuros que fueron a parar a mi rostro. Brinqué sobre el asiento de adelante y me senté, sí, pero sobre la parte alta del respaldo. Me gustaba romper las reglas. Apoyé el mentón entre mis dedos entrelazados.

    —¿Con quién tengo el honor de estar hablando? Cuéntele a Markus Atticus Ferrari, aquí presente.
     
    Última edición: 15 Agosto 2023
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    Era un chico bastante caricaturesco, ¿verdad? Su reacción ante mi pseudo acusación me ensanchó la sonrisa y se auto declaró como un detector de talentos, que sólo iba pasando, escuchó la música y se asomó. Obvio que le creía, pero por bromear lo miré con gesto suspicaz y empecé a bajar las escaleras lentamente.

    —Veremos cómo te va ante el juez de bailarines.

    Me daba un poquito de vergüenza que me estuviera halagando tanto un desconocido, pero al mismo tiempo... bueno, era lindo. En especial si se trataba de baile. Seguí sus movimientos con curiosidad conforme me acercaba a su posición y se me aflojó una risa divertida que rebotó entre las paredes. ¿Gafas de sol? Dios, qué fantasma.

    —Detector Ferrari. —Asentí, asimilando el apodo, y me hizo gracia que pareciera el nombre de una empresa o algo así. "Detectores Ferrari, perder cosas es cosa del pasado"—. Yo soy Anna. Anna Soria Hiradaira.

    Le agregué pompas al asunto ya que él también había usado su nombre completo. Ahora que lo veía de cerca, su cabello y peinado eran bastante curiosos. Me detuve a la altura del asiento que estaba usando y apoyé la mano en el respaldar de la primera butaca.

    —¿Tú también bailas? —indagué en voz baja, una chispa de ilusión iluminándome el semblante.
     
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    No era muy fan de usar metáforas como Flowcito, porque la cabeza no me daba para tanto. Pero si nos poníamos a pensar nuestro inicio de charla como un baile de pareja, podía decir que la chica se adaptó con rapidez al ritmo que le proponía con mis comentarios ocurrentes, los halagos emocionados y actuando como si me hubieran agarrado con las manos en la masa. Por empezar, me siguió mirando con una sospecha claramente actuada y puso mi destino en manos de un “juez de bailarines”, cosa que me hizo bastante gracia. Miré cómo bajó del escenario por unas escaleritas que había al costado, y mi sonrisa se ensanchó al tenerla cerca.

    Se me aflojó la risotada al escuchar que me decía “Detector Ferrari”. Sonaba gracioso, pero tampoco estaba tan mal, eh, me parecía que mi apellido iba bien con algo tan noble como los detectores. Cuestión que le seguí prestando atención y así supe su identidad completa: Anna Sonia Hiradaira. Alcé una ceja frente a esa combinación tan peculiar de nombres… pero tampoco es que pudiera decir mucho teniendo en cuenta que los míos, literalmente, venían directo desde la Antigua Roma… ¡y eran geniales, como los de esta muchacha!

    Asentí con energía cuando me preguntó si también movía el esqueleto.

    —Por supuesto —dije, deslizando las gafas por mi nariz para así mirarla por encima de los lentes oscuros—. Me la paso moviendo los pies con ritmo desde que era un pequeñajo, o algo así me dicen en la familia. No lo puedo evitar, no me puedo resistir, ¡es casi como respirar! —me reí, acompañando el comentario con un compás suave de los hombros—. Por lo general trato de bailar de todo un poco, pero… ¡Uf! El swing es mi debilidad, no te haces una idea, Annita.

    >>¿Y a ti qué estilo de baile te gusta más?
     
    Última edición: 16 Agosto 2023
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    Su energía y forma de expresarse me mantuvieron la sonrisa pegada al rostro. Vaya, qué muchacho tan extrovertido. Al parecer le gustaba mucho bailar y lo hacía desde pequeño. ¿Swing? No creía haberme adentrado antes en ese género. Que me dijera "Annita" de buenas a primeras me aflojó una risa nasal bastante involuntaria. No pretendía ser burlona, sólo estaba sorprendida. Quizá me había habituado a los japoneses, que eran mucho más reservados en general.

    —Pues... Me gustan la danza contemporánea y las acrobacias, suelo mezclarlas al bailar así que... no creo seguir un patrón definido. Honestamente, por eso dejé de lado la danza clásica. Me gusta hacer lo que me da la gana.

    Y ya que se lo veía tan pata suelta, probablemente no tendría problema en demostrarme sus habilidades, ¿cierto?

    —Aunque, vaya, aún no sé si debería creerte. —Suspiré con cierto dramatismo y lo miré, ligeramente desafiante—.¿Qué tal si me muestras cómo se baila ese swing del que hablas? Las gafas ya las tienes~
     
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    —Ahá… Sí… Contemporánea, ya veo.

    Decía estas cosas mientras la muchachita me contaba que lo suyo iba más para el lado de la danza contemporánea. Además, estaba el tema de las acrobacias, lo que me pareció fascinante, divertido y, si se quiere, lo que quizá la hacía destacar. Lo mío no incluía tantas piruetas, la cosa se concentraba mucho más en el suelo. Mientras Annita habló, puse la palma de una mano frente a mí y me hice el que escribía algo sobre ella, como si fuera una libretita de anotaciones sobre la que pasaba un bolígrafo invisible. Que, venga, anotar lo estaba haciendo: si se trataba de baile y música, mi mente dejaba de ser tan vaga y hacía gala de una memoria poderosa. Estaba valiendo la pena, pues Annita parecía interesante y también muy expresiva. A mí me caía bien todo el mundo de buenas a primeras, qué puedo decir, pero no me resistía a la gente que era más suelta de carácter.

    ¿Qué tal si me muestras cómo se baila ese swing del que hablas? —preguntó tras otra mirada de sospecha— Las gafas ya las tienes~

    —Me ofendería si no quisieras saberlo —respondí con gracia, y salté de la butaca al suelo—. Sin dudas el swing te gustará, es perfecto para los que les gusta hacer lo que les venga en gana. Permite bastante libertad después de aprenderte las cosas básicas.

    Pasé junto a Annita, le sonreí por sobre mi hombro y me dirigí a las escaleras por las que la vi bajar antes, meneando caderas y pies. No pasó mucho hasta que me vio sobre el escenario. La saludé con una mano en alto. Saqué el móvil de mi bolsillo y seleccioné una canción desde los archivos. Dejé el aparato en el suelo, cerca del borde del escenario. Así la música le llegaba mejor a la chica.

    Mis ojos se alzaron hacia a ella. Le dediqué un guiñó, sólo para darme cuenta de que jamás lo sabría: aún tenía las gafas puestas.

    Guarda e impara, compagno! —solté en italiano.

    Oprimí el botoncito de Play y me acomodé en el centro del escenario. El electro swing, también conocido como “neoswing”, se elevó en el aire. Empezaron a sonar los instrumentos, viejos tonos de los años ’20, que no tardaron en ser acompañados de percusiones, basses y otros elementos más modernos. Una voz femenina y dulce apareció, y mis piernas empezaron a moverse con sutileza. Fueron apenas movimientos de talón intercambiados con las puntas de los pies, más alguna casual intervención de los brazos. Al principio no parecía tan intenso, pues el comienzo de la canción era ligeramente tranquilo.

    Pero ahí estaba el chiste: tan sólo una apariencia.

    Porque cuando pasaron exactamente cincuenta segundos del inicio, sobrevino la explosión de mi cuerpo. Sonreí con mis blancos dientes, extendí una mano hacia el costado y mis piernas se desataron en el aire. Los brazos, tímidos al comienzo, se sumaron a la danza con gran energía, disparados en diversas direcciones para luego suavizarse en movidas medio sensuales. Con las piernas pasaba algo parecido. Era una alternancia de energía a veces, de suavidad en otros momentos, que acompañaba con habilidad. Una gran improvisación. En todo momento me desplacé a lo largo y ancho de mi territorio, este escenario. Donde desplegaba mi primer baile ante un público oficial: Annita.


    Academia Sakura… bienvenida al swing.

    La música finalizó, el silencio volvió al salón. Me paré en el borde del escenario con el debido cuidado e hice una reverencia hacia la chica, tras lo cual me senté.

    —Y esto, mi estimada compañera de danzas, es lo que se conoce como swing —dije sin un atisbo de cansancio, balanceando las piernas en el aire—. Tiene una versión más clásica. Esto que viste es la “neo”, por decirlo de alguna forma. ¿Qué te parece?

    Videíto del baile del muchacho. Mirá ese pedazo de swing:

     
    Última edición: 17 Agosto 2023
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    El chico aceptó mi sugerencia sin un atisbo de duda y seguí su camino hasta el escenario con una sonrisilla divertida. Aproveché para sentarme en primera fila y, cuando me saludó desde allá arriba, puse cara seria y fingí acomodarme un par de anteojos, como si de repente me hubiera convertido en un jurado estricto. A decir verdad, el teatro me duró poco. Markus soltó algo en ¿italiano? que no entendí y la música llenó el espacio.

    Oírla me confirmó que desconocía la existencia del género, super ameno y pegadizo. Markus acompañó su ritmo con una soltura propia de la experiencia y seguí sus movimientos, que reclamaban el escenario como propio. Lo veía terriblemente cómodo allí arriba y, lo más importante, parecía divertirse mucho. Antes de darme cuenta mi cuerpo ya seguía el tempo de la canción con los pies y las manos. Al acabar, el chico hizo una reverencia al borde del escenario y yo lo aplaudí con ganas, casi como una fan que acaba de ver bailar a su ídolo.

    —¡Estuvo genial! ¡Se ve muy divertido! —Me incorporé de un brinco y fui hasta quedar de pie frente a él, sentado en el escenario—. ¿Bailas hace muchos años? ¿Has ido a alguna academia? ¡Y no estás ni un poquito agitado! ¿Tus pulmones son de acero o algo?
     
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    Como Annita se había puesto en plan jueza super-severa, de esas que te miran con un ojo refinado, medio biónico (o algo así se le dice), pues yo decidí no ahorrar esfuerzos para encandilar sus ojos con un swing inolvidable. Mi baile fue improvisado en la mayor parte de la canción, pero estuvo bastante cargado de esa pasión y disfrute que me calentaba el cuerpo desde los primeros pasos. Había valido la pena poner una buena cuota de energía en esto, porque sus aplausos fueron bastante sonoros, se notó que le había gustado este nuevo mundillo que le mostraba. Al verla corretear hasta quedar frente a mí, alcé las gafas sobre mis cabellos para sonreír con mis blancos dientes.

    —La verdad es que ni recuerdo el tiempo que llevo bailoteando, suelen decirme que era bastante enano cuando empecé —respondí entre risas, mientras me encogía de hombros—. Fui a algunas academias en varios lugares, así que sé de todo un poquillo; pero el swing es lo que más practiqué y lo sigo haciendo. Podría decirse que mi familia, en parte, también es mi academia: son todos artistas, en su mayoría músicos —mencioné con algo de orgullo en mi cara—. Así que tantos años de mover los pies me ayudaron a tener pulmones entrenados, supongo. Quedaron entrenados como un músculo más, y eso que no lo son —bromeé.

    >>¡Ah, AH! ¡Y hablando de academias...! —solté de pronto— ¿En esta escuela no hay un club de baile o algo así? Que ayer conocí a una chica, Abby Baby le digo, que hablaba de adoptarme a mí y otro chico para un club de música ligera. Pero no sé si les va a servir alguien que sólo sabe tocar las maracas —al decir esto moví las manos en el aire, como sacudiendo los mentados instrumentos.
     
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    Asentí ligeramente ante sus palabras. Conque bailaba desde que tenía uso de razón, ¿eh? Bueno, eso podía entenderlo. También me contó que provenía de una familia de artistas y mi sonrisa se ensanchó con alegría, de esa que surge ante el sentimiento compartido. Me picó en la lengua la pequeña historia de que yo provenía de un circo pero, por algún motivo, me frené a último momento. En los últimos meses se lo había logrado contar a unas pocas personas y había salido bien, pero algunos hábitos se empeñan en regresar cuando menos lo deseas.

    Su seguidilla de "¡ah!" cada vez más pronunciados anunciaron claramente que se le había ocurrido algo, de modo que permanecí en silencio y aguardé. Su pregunta me hizo reír ligeramente. ¿Abby Baby? Ni idea quién era.

    —No, no hay. Estuve un tiempo pensando en abrir uno, de hecho —confesé, con tranquilidad—. Justamente el fundador del club de música ligera es amigo mío y fue como una idea en conjunto que surgió cuando entramos al Sakura, pero al final... él lo hizo y yo no.

    ¿Se suponía que me diera vergüenza? Quizá no, pero un poco lo hacía al ponerlo de esa forma. ¿Por qué no me había esforzado más por abrir el club? Si bailar era de las cosas que mejor me hacían, donde mejor me sentía conmigo misma y era capaz de frenar los cacaos mentales que fabricaba del aire.

    —Supongo... —tanteé, algo pensativa—, que no sería mala idea volver a intentarlo. —Lo miré—. ¿Te gustaría unirte si existiera, Markus?

    Podría ser un pequeño lugar seguro para mantenerme alejada de varias cosas que dolían, o molestaban, o no me dejaban tranquila.
     
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    Me llevé una mano al pecho, mi ceño se arrugó y también torcí la sonrisa de forma exagerada cuando dijo que no había un club de baile en la escuela, como si aquello me hubiera dolido hasta arrugarme el corazoncito. Pero fue cosa de apenas un segundo o por ahí, porque entonces la chica dijo que había pensado en abrir uno hace un tiempo. Eso, como era de esperarse, me hizo levantar las cejas con bastante interés y le presté atención. La idea del club de baile había nacido al mismo tiempo que lo del club de música ligera, ¡y era realmente grandioso porque se complementaban a la perfección! Fue una lástima que al final Annita no se hubiese animado a fundar ese club, porque podía haber bastante intercambio que ayudaría a ambos espacios.

    ¿Te gustaría unirte si existiera, Markus? —preguntó entonces.

    Suspiré y negué levemente con la cabeza.

    —Oh, mi estimada Annita... Eso ni siquiera se pregunta —sonreí en dirección a la muchachita. Me puse de pie de un salto, fue un movimiento tan repentino que las gafas cayeron desde mi cabeza hasta la nariz, poniéndome requete-cool otra vez— ¡Estoy dentro desde que lo mencionaste! Es más, quisiera aprovechar que hablamos de esto para contarte un pequeño secretito. No le vayas a decir a nadie, eh, espérame allí abajo.

    Dicho y hecho, guardé el móvil en el bolsillo y, con pequeños compases de los pies, me fui hasta las escaleras del escenario para regresar al suelo. Cuando estuve cerca de Annita, me incliné un poco hacia ella y cubrí un lado de mi boca con la palma de la mano, lo típico cuando vas a contar algo que no debe saber ni el loro.

    —Tengo pensado hacer espectáculos de baile en el patio del cerezo —conté—, durante los recreos, una vez a la semana. Para que la gente descubra las maravillas del swing y, ya que estamos, sacarles la timidez un rato —asentí con una sonrisa—. Pero podrías venir conmigo y poner tu club bajo los reflectores, no me cabe duda de que querrán aprender de nosotros. Aparte tengo un amigo que domina diferentes instrumentos (o eso dice él), si hacemos que toque para nosotros lograremos tener un buen público.

    >>¿Qué te parece este pedazo de idea?
     
    Última edición: 27 Agosto 2023
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    Imaginé que a Markus le entusiasmaría la idea, pero de cualquier forma no estaba mal preguntar. Se incorporó tan de golpe que apenas me dio tiempo a alzar la cabeza, dibujándome una amplia sonrisa divertida en el rostro. Lo esperé, justo como me pidió que hiciera, y me incliné un poquito en su dirección para recibir el poderosísimo secreto. ¿Muestras de baile en el patio norte? ¡¿Con música en vivo?!

    En ese momento sentí dentro de mi cuerpo aquel chispazo de alegría pueril que sabía poseía, pero que muchas veces me costaba encontrar. Resurgía en ocasiones muy puntuales y últimamente llevaba un buen tiempo bastante dormido. La idea de Markus me hizo muchísima ilusión, y esa ilusión se me imprimió en el semblante sin atravesar ningún filtro. Lo miré, sorprendida y emocionada, y se me escapó una risa alegre.

    —¡Suena genial! Llevaba un tiempo con ganas de volver a bailar y me había resignado a hacerlo aquí, sola, ¡pero tu idea es muchísimo mejor! ¿Dices que tienes un amigo músico? ¿Quién es? ¿Asiste a esta escuela? —Y se me prendió la lamparita—. ¡Mini Ishi toca la guitarra, también! Lo podemos arrastrar.

    Había soltado una catarata importante de impresiones, preguntas e ideas. Recuperando algo de calma, me acomodé el cabello a la espalda y agregué:

    —Estamos a martes, ¿dices que logremos armar algo para esta semana? Así sea con un parlante. ¡Yo estoy libre! ¡Super libre!

    Eso era técnicamente incorrecto, considerando que tenía el trabajo en el gimnasio y las responsabilidades, bastante ignoradas, de la escuela. ¡Pero venga! Me las iba a arreglar de alguna forma.
     
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    La ilusión en la cara de Annita fue tan brillante que agradecí tener las gafas de sol puestas, se notó a kilómetros que la idea de las muestras de baile le generó una alegría inigualable, que superó todas mis expectativas. Yo no era muy dado a las metáforas, pero casi pude sentir cómo algo parecía despertar dentro de ella, como si levantara un leoncito durmiente. Podríamos llamarlo intuición de bailarín, no sé, pero estaba seguro de que algo en el aire tuvo un cambio bastante positivo. Había tanta felicidad en su risa, que ésta se me terminó contagiando, reímos juntos. Luego me vi en la obligación de alzar las manos cuando me llenó de preguntas, como pidiéndole calma… Aunque, en realidad, me gustaba ser el centro de atención, para qué mentir.

    Espera... ¿Quién es Mini Ishi?

    —Mi amigo se llama Gaspar, pero le digo “Flowcito” —respondí—. Nos transfirieron ayer a este colegio. Toca la guitarra eléctrica y dice que le gustan los instrumentos de viento —mencioné, con cara de estar pensando algo—. Quería saber si toca la trompeta o el saxo, creo que con esos instrumentos puede acompañar bastante bien las muestras de baile. Podríamos hacer el intento de armar un espectáculo para este viernes mismo, qué mejor forma de terminar la semana que con un poco de baile. ¡Una buena previa para el fin de semana, oye! Podemos bailar tanto swing como la música que tú elijas. ¡E incluso hacer que los mirones también dancen para nosotros!

    >>Oh, Annita, te estaría eternamente agradecido si me presentas a tu amigo, ese tal "Mini Ishi". Cuantas más personas formemos parte del show, ¡más divertido será!
     
    Última edición: 28 Agosto 2023
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