Long-fic Saint Seiya: Kami no Senshi

Tema en 'Crossover' iniciado por Sonata, 27 Noviembre 2019.

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    Sonata

    Sonata Iniciado

    Virgo
    Miembro desde:
    26 Noviembre 2019
    Mensajes:
    3
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Saint Seiya: Kami no Senshi
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    994
    PRESENTACIÓN: Hola, les mando un cordial saludo a todos los escritores. Siempre me ha gustado escribir y compartir mi trabajo, este es un crossover entre los personajes de Saint Seiya y Sailor Moon que, por supuesto no me pertenecen. Pero, toda la historia que leerán y espero sea de su agrado (se aceptan criticas constructivas por supuesto) es invención mía e inspirada en algunas tramas como Lost Canvas entre otras. Muchas gracias por su atención.

    Prólogo

    Un mundo perfecto, sí. Eso es lo que la humanidad desea y por lo que reza día a día a esa estatua de aproximadamente 13 metros. Tan majestuosa que hasta podría jurar que, con tan solo hincarme, y pedirle un milagro, ocurriría. Cada que voy escucho los mismos susurros. “Por favor mi dios, necesito que mi hija regrese” “Te pido tan solo unos años más de vida” “Que termine este infierno, por favor, bríndanos un mundo de luz” ¿Un mundo de luz? ¿Qué es lo que necesita esta gente? Y, ¿Por qué no me dejan acercarme más allá de las ruinas?

    Siempre he disfrutado de los grandes viajes, aquellos donde conoces más que lugares, conoces diferentes necesidades del hombre. El dinero que poseo no le he usado más que para descubrir el mundo. Y no me arrepiento en lo absoluto. Hasta el momento, aquel día, no lo olvidaré jamás. Descubrí por mí mismo lo que se esconde detrás de toda esa historia hecha pedazos, existe más que turismo allá, existe la fe, la esperanza, esos hombres por los que alguien común y corriente como yo, se siente seguro. Lo vi ahí, herido, ensangrentado, respirando agitadamente mientras sus ojos reflejaban el más puro conocimiento de su muerte.

    Son como estrellas fugaces que aparecen y ocurren milagros, o no. Ese día lo ocurrió para mí. Y, también, me abrió la mente a aquello que me dijo esa mujer que apareció entre la luz de pronto. Sostenía en sus brazos a una pequeña criatura que al parecer se encontraba bien. El herido era él, me miró fijamente mientras sostenía con fuerza a la niña.

    — Por favor —me dijo el chico tumbado en el suelo, aferrándose al cuerpo de la pequeña con las últimas fuerzas que le quedaban. Se veía tan joven, a esa corta edad existía un mundo singular, y emanaba una calidez inexplicable — Cuídela… no deje que nada ni nadie le haga daño. Esta pequeña es la esperanza del mundo, si ella muere, ya nada vale la pena por que luchar.

    No le contesté al instante, estaba totalmente paralizado a la escena. ¿Cómo debería de actuar? me quedé callado, mis ojos solo veían como su sangre manchaba todo el suelo. Me hinqué ante el:

    —¿A qué te refieres muchacho? Será mejor que te busque un doctor, no sé cómo te hiciste todas esas heridas…—sentí de pronto un jalón sobre la manga de mi traje

    —Yo no importo…mi destino ha llegado hasta aquí. Esta pequeña es la reencarnación de la diosa Athena, es por ella por quien peleamos, por el mundo, por la esperanza.

    Abrí los ojos con asombro, parecía tan solo un bebe común y corriente. Pero dijo que era la razón de su batalla infinita. Pasados unos segundos entendí que a quien tenía enfrente era a uno de ellos…un caballero. Esos hombres que son la esperanza de la humanidad, de toda su maldad insaciable. Me habían hablado de ellos “Tienen el universo concentrado en sus puños” ¿Era eso posible? “Puedes ver el cosmos infinito en sus ojos” bien, lo había comprobado ahora. Apenas y podía hablar, y, aún así, sus últimas palabras las brindaba a un perfecto desconocido como yo, ¿Por qué yo? al ver esa angustia en su rostro lastimado, esas cicatrices que cruzaba más de la mitad de su sucia cara, decidí darle esa “esperanza al mundo” por la que tanto rezan.

    —Entrégamela—le dije entre susurros mientras limpiaba la tierra de sus mejillas— Cuidaré de ella como si fuera mi hija, y te prometo no la encontrarán, ni le harán daño.

    El joven caballero me sonrió, extendió sus brazos y la tomé entre los míos. La frazada estaba cubierta de sangre, yo también me manché un poco. Su sonrisa fue lo último que vi, antes de que cerrara los ojos, y se convirtiera en una estrella más de la noche. Miré hacia arriba, justo de donde el vino. Más allá de las ruinas, mas allá de las ruinas.

    Me encaminé rápido a regresar, no sabía lo que podría bajar por ahí. Sentía el cabello de la pequeña entre los dedos, mientras sostenía su pequeño cráneo. “Es la esperanza del mundo” fue entonces cuando recordé a esa mujer diciéndome “Puedes cambiar la suerte de los hombres, ve. Busca un vientre virgen, busca la pureza que ellas necesitan. Crea guerreros”

    Puedo cambiarla, esta pequeña necesita mucho, mucho más que solo a mi o un simple mayordomo. Necesita más de ellos para protegerla y yo se los daré. Pero, ¿Ellas? ¿Quiénes ellas?, ¿Acaso debería nacer mujeres?, ¿Por qué un vientre virgen?

    Desde ese día, me sucumbí ante la creación…

    Un niño, dos, tres, veinte, setenta, siempre eran varones y no me lo explicaba. No me niego a ellos, pero… ¿Qué era lo que quería aquella mujer entre la nieve? No sé porque solo esperaba ansioso por escuchar los lloriqueos desde el otro lado de la habitación donde escribo esto, agudizaba mis oídos esperando escuchar lo que mi corazón me gritaba.

    Observé el tintero vació mientras escuchaba como las gotas de lluvia se deslizaban por el cristal de la ventana, la página estaba en blanco sin nada más que escribir.

    Hasta que...

    — Señor Kido… es una niña.


    “La esperanza destruye al hombre, lo hace aferrarse a espejismos absurdos,

    lo pensaba, antes de que ocurriera el milagro de aquella estrella tumbada en el suelo”
     
  2. Threadmarks: CANTO I
     
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    1874
    Canto I​

    La luna se alza a la par de las estrellas. Siempre posee esa misma brillantes, la misma forma equilibrada junto con la cortina de una noche obscura. El mismo lucero de la noche. Con sus diferentes fases y fenómenos tan perfectos creados por el universo. Pareciese que puedes escuchar un canto suave, sonoro, donde los armónicos y el sonido de los planetas pueden parecer infinitos.

    La luna. Dulce doncella de noche, luz en medio del caos. Por supuesto que, cada larga noche es el mismo esplendor, donde sus rayos ilumina el rostro de la colosal escultura crisoelefantina tallada por los antiguos ancestros mitológicos. El escudo, sus manos, sus ojos. Se puede ver la nostalgia de toda la raza humana en un instante. Pero, esa noche no era como las otras, no.

    Aquella noche sólo existía la lobreguez, tinieblas, la luna se había sucumbido ante un eclipse eterno, solo existía un color carmesí iluminando las ruinas y, también el gran reloj zodiacal. Cayó desde el cielo un rayo intenso, destruyendo todo a su paso. Caballeros aprendices corrieron la mala suerte de ser tocados por las ráfagas dándoles una muerte dolorosa.

    No puede, no puede pasar por la barrera, es inquebrantable.

    Sus cabellos lilas le acariciaba sus hombros desnudos, miraba la noche con determinación, pero no sin miedo. Sintió la necesidad de sostener con más fuerza su báculo, la ansiedad mantenía su cosmos divino al tanto. Los gritos de fondo que se podían escuchar desde la ciudadela definitivamente no era la ayuda que necesitaba, pero tenia que mantenerse firme ante cualquier tragedia.

    Lamento tanto hayan muerto así fieles aprendices

    Escuchó el mismo sonido que un cristal quebrándose poco a poco. El sonido del crujir se mezcló con los latidos acelerados de su corazón.

    No puede pasar, no puede pasar..

    Eran las únicas palabras que pensaba en ese momento de angustia y ansiedad. Sabía que pronto la guerra se avecinaba, pero no pensó ocurriría de esa forma.

    De pronto, el ruido se detuvo. Solo escuchaba ahora sus latidos y sentía su pecho empapado en sudor. El sonido del fuego azul en los signos zodiacales que aún vivían, se volvió más fuerte. Sentía temblar sus piernas.

    Se fué…

    Hubiese preferido seguir escuchando el chillido de la barra de cristal que había hecho con sus cosmos, a verlo colapsar en unos segundos. Sus ojos azules se abrieron como platos mientras veía con terror como la barrera había llegado a su fin. Frunció sus cejas pobladas no apartando la vista del cielo. Cuando por fin lo vio.

    Es él…

    Una figura con ropajes negros que resaltaban aún más por el rojo carmesí del eclipse. Bajaba suave mientras el viento movía sus mechones bruno. Con una sonrisa que le resaltaba los pómulos y dando paso a su locura. La figura estaba rodeada por una fuerza descomunal, un cosmos tan fuerte que haría hincar hasta al más valiente.

    Hades…

    Hades. Dios del inframundo y de los muertos, poseedor del tártaro, de las almas sufridas. Donde todo pensamiento llora, destruye, y sufre. Desde los inicios mitológicos, Hades y Athena han combatido por el poder de la tierra. Cada doscientos cincuenta años, este renace, y escoge un cuerpo de alma pura para apoderarse de él. Y así, reencarnar y proclamarse de nuevo.

    La guerra Santa del siglo XX había comenzado. La tragedia era ahora, lo que perseguirá al santuario hasta el final, al mundo entero. Era momento de que levantaran sus puños los fieles caballeros de Athena en protección de la raza humana y su diosa representante de la victoria y Libertad.

    — Athena —dijo con voz fría y gruesa no dejando de verle. Su voz la hizo temblar, y los latidos de su corazón se aceleraron. Sus ojos perversos se abrieron de pronto mientras extendía su mano de lado suyo. —He venido por tu cabeza.

    La diosa vió como en su mano derecha concentró su cosmos maligno, atrayendo de nuevo los rayos, pulverizando a cada individuo. Niños, adultos, mujeres, todos estaban siendo masacrados no solo por hades. Sino también, por sus espectros. Athena sintió un leve temblor en sus pies, se hizo a un lado con agilidad mientras el suelo se abría con fuerza. La temperatura comenzó a subir de manera gradual.

    ¿Qué está pasando?

    Unas llamas se asomaron con fuerza del increíble agujero que se había formado. Vio salir la espada de las llamas dirigiéndose hacia su Dios. Athena pudo ver el hierro estigio que con la que estaba hecha. La llave de hades que le permitía con el más mínimo esfuerzo liberar, o torturar las almas del inframundo. O, llevarse a los vivos, incluso la cabeza de Athena. El poder de su espada era tan fuerte como el tridente de poseídon, quizá aún más.

    Athena alzó su báculo con valentía, Hades sonrió con esa locura que lo caracterizaba, sosteniendo su espada. —¡Hades! — gritó Athena con osadía concentrando su cosmos glorioso, y aura dorada alrededor de su figura frágil y femenina. Hades soltó una carcajada perversa alzando su espada con blanco a su cabeza.

    No permitiré hagas de este mundo un infierno

    Segundos antes del enfrentamiento, justo enfrente de Athena comenzó a resplandecer un cosmos celestial. Llegó tan fuerte como un cometa a la deriva del universo. Era una energía diferente a otras. Un cosmos que, a pesar de tantas generaciones jamás se había sentido uno igual. Desde aquella primera guerra santa mitológica, justo cuando se construyó el santuario y templo de Athena. Esa aura gloriosa había desaparecido por siglos. Todos pensaban era una leyenda más, ¿Cómo podía existir cosmos tan único además del de Athena? Sus nombres trascendieron como ángeles en los elysios cuando combatieron en la primera guerra, y después de ahí, desaparecieron como estrellas fugaces.

    Pero, aún los planetas y sus armoniosas melodías seguían existiendo, entonces, continuaba la esperanza de que ellas reencarnarían algún día. Y lucharán fielmente bajo el yugo de su diosa Athena. Hades, se detuvo un instante, mirando atónito la fuerza que estaba apareciendo impidiéndole el paso. Una silueta femenina comenzó a distinguirse de tanta energía. Delicada, estatura promedio, delgada pero con muslos fuertes. Claro, lo que se podía ver de sus piernas, ya que una armadura compacta, se ajustaba perfectamente a ellas. Su cosmos se extinguió y pudo contemplarse mejor.

    La armadura tenía detalles ornamentales en sus piernas, brazos. Sus hombreras eran pequeñas. No necesitaba más grandes para cubrir esos hombros delicados. La armadura brillaba con vida misma, resplandecía con la misma intensidad que sus ojos azules turquesa. Debajo de la armadura pesada, podía notarse una corta y sencilla camisola. Parte de sus muslos quedaban desnudos. Justo debajo de la caída de la tela de gaza. Una melena rubia, larga, pero recogida se agitaba junto con el viento. Su cabeza parecía más un dulce de bombón, pero encantador. Poseía una belleza única. Tanto como su cosmos mismo.

    Athena la miró con asombro — Usagi —pronunció el nombre de la bella joven no bajando la guardia.

    En su piel blanca y tersa, tenía una media luna plasmada en su frente, el rostro de la joven no hacía más que expresar enojo hacia el dios del inframundo — Guerrera de la luna — dijo Hades en un tono burlón — ¿En verdad crees poder vencerme?

    La joven dio un paso adelante, el sonido de la armadura resonó en sus oídos. —No te acerques— declaró la mujer de melena dorada — Basta ya, Hades.

    Hades se echó a reír — Ella ya no está más aquí, ahora su cuerpo me pertenece—La media luna en la frente de Usagi era tan característica de la guerrera lunar. Ninguna de las otras guerreras tenían una marca en su cuerpo o rostro como esa. Solo se formaba cuando portaba la armadura de la luna.

    — Me enfrentaré a ti sola si es necesario — Hades sintió como la guerrera comenzó a subir su cosmos.

    De nuevo esa aura brillante…

    La chica de la media luna alzó con fuerza su brazo. Con el dedo índice de su mano derecha, formó una media luna con una flecha atravesada. Tomó la media luna. Esta resplandecía y era poco más grande que la joven. El arco tenía un color áureo y leonado. Usagi lo miró entrecerrando sus ojos turquesa cuando en su otra mano, apareció

    Las perseidas.

    Flechas cómo lluvia de meteoritos que viajan a la velocidad de la luz, con la potencia y fuerza de una estrella. Con la intensidad del sol. Desde la era mitológica eran utilizadas por la misma Artemisa. Usagi apuntó hacia Hades decidida a dispararle.

    —¿Crees que una simple perseida podrá contra mí?

    — Y si esto no fuese suficiente —dijo— Tendrás que matarme antes de acercártele.

    Se elevó, sentía la presión de sus dedos sosteniendo la perseida, disparó hacia Hades, viajaron y resplandecían con furor. Este frunció el labio en una sonrisa burlona, levantó solamente la palma, y la detuvo en segundos. Usagi abrió los ojos impactada.

    Lo hará, la devolverá

    Hades contrarresto el ataque de Usagi, devolviéndole toda esa lluvia de perseidas.

    —¡ Usagi! —gritó Saori. El impacto de una de esas flechas es tan mortal como la flecha del caballero dorado Aioros. Solo que, aquí eran varias de ellas. Usagi no hizo más que preparar su cuerpo ante el impacto, o tal vez detenerlas, no podría con todas ellas. No pensó el apareciera tan pronto. Se colocó enfrente de ella y de Athena extendiendo sus brazos hacia los lados.

    —¡Muro de cristal!

    De pronto, lo tenía tan cerca, de espaldas, viendo su armadura dorada resplandeciente y su cabellera larga. El cosmos que percibía de su cuerpo era impresionante. Desde que lo conoció así fue. Esos cuernos rodeando su cuello, y su voz suave y valerosa. Las perseidas golpearon con fuerza el muro. El fiel caballero soltó un leve gemido de esfuerzo sin dejar de soportar el impacto.

    —Mu—artículó su nombre con impresión.

    Mu de Aries

    Logró detener las perseidas con éxito. Dobló las rodillas en una caída cansada junto con su capa blanca.

    —Aries, tu muro de cristal no resistirá un impacto igual.

    Con esfuerzo, se levantó. Usagi no dejaba de mirarlo con preocupación. Notaron que atrás de Hades estaba su fiel Cerbero. Tan omnipotente y con sus tres cabezas rabiosas y urgidas por masacrar con sus dientes a alguno. Usagi tomó del brazo a Athena haciéndola a un lado de una de sus cabezas. Mu estaba encolerizado ante la escena.

    La joven se giró con rapidez, lo único que sentía en ese momento era un odio profundo hacia Hades. Se la había arrebatado, era algo que jamás le iba a perdonar. Había visto con sus propios ojos la destrucción, la tortura. Apretó los dientes y se dirigió hacia Cerberos.

    — ¡Eclipse Lunar!

    Bastó ese solo golpe para arrojar al suelo el perro de tres cabezas. Provocó que pilares cayeran y se convirtieran en ruinas.

    No puedo acercarme a él, emana un cosmos demasiado fuerte, me podría paralizar y no podría protegerlas. No me perdonaría dejarla combatir sola contra Hades. — Pensó Mu de Aries mientras se mantenía firme por delante de Athena, sin quitarle la mirada de encima a la joven rubia.

    Doce horas, solo tenemos doce horas hasta que el preludio termine y el ultimo fuego se consuma.
     
    Última edición: 27 Noviembre 2019
  3. Threadmarks: Canto II
     
    Sonata

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    1511
    CANTO II

    El sonido de las cascadas era tranquilizador, se podía sentir la frescura del viento en el medio. La noche era perpetua, parecía inmortal con todas esas estrellas y constelaciones vislumbrando cada horizonte, cada parte del cielo teñida por ellas. La dulce melodía del agua cayendo se mezclaba junto con los pensamientos de aquel pequeño, que se encontraba de pie, dejando que la dulce brisa bailara entre sus cabellos brunos y oscuros.

    No pensaba en ese momento, su mente se había adueñado de él, de sus sentidos, no podía pensar en otra cosa que no fuese entrenar, y dar lo mejor de si, para convertirse en un caballero de Athena. Un anciano pudo verlo desde lejos, vio como su discípulo aun no descansaba. ¿A qué se debía? Pensó el anciano recargando su diminuto peso con su bastón de viga.

    — ¿Aun no descansas Shiryu? —le preguntó extrañado ante su comportamiento, caminaba con lentitud hacia su alumno, el pequeño no tenía más de once años. Este escuchó la voz de su maestro a sus espaldas, se giró a mirarlo directo. Entrecerró sus ojos.

    —Maestro…, la verdad es que, no tengo sueño, no tengo deseos de descansar. Vi el cielo estrellado y decidí contemplarlo. además ¿Cómo descansar?, si me espera todo un entrenamiento por tantos años.

    Su maestro le brindo una sonrisa delicada y tranquilizadora. Así era Shiryu, tan obstinado, tenaz, y testarudo. Pero podía sentir dentro de él un cosmos lleno de vida, y eso era lo que él deseaba conocer. Tal vez no en ese momento, pero con el tiempo lo haría. En un segundo, paso por su mente pericia, aquella leyenda antigua, que tenía milenios de ser escuchada, y que nadie la creía. Ni la creerán jamás. En realidad, no haría daño hablarle de ella, aunque fuese para despojarlo de una realidad. El anciano se quedó de pie, recargando ambas manos seniles sobre su bastón. Mirando hacia el suelo.

    —Dime Shiryu, alguna vez ¿Te hable de una leyenda, acerca de unos ángeles que renacen de la sangre de Athena?

    Shiryu se dio media vuelta enseguida al escuchar sus palabras— ¿Ángeles?

    Este asintió con la cabeza, cerró sus ojos cansados, pero sin dejar de hablar—Es una leyenda, que ha pasado de generación en generación, En realidad nadie está seguro si en realidad ocurrió, pero... —hizo una pausa de pronto, recordando aquellos momentos de su juventud, cuando fue el caballero dorado de Libra, y cuando combatió contra Hades en aquella guerra santa, su gran amigo Shion de Aries le había hablado de ella. —Cuando el universo se había formado como lo conocemos, desde la primera guerra santa, en la que los caballeros de Athena, luchan contra el mismísimo infierno, para salvar la humanidad. Se dice que de la sangre de Athena nacieron unos ángeles, aquellos Ángeles eran divinidosos. Dice la leyenda, que aquellas guerreras eran sagradas, y un insulto atroz hacia los dioses. Para ellos, más que divinas, eran un pecado hacia la humanidad, que debía ser destruido. Pero, para los caballeros de esos años atrás, eran como una luz iluminando el camino, el no temer al acechante y sordo despertar, de una vida que transcurre a ciegas; llenas de desperdicios y penas. Ellas estaban destinadas a proteger a Athena, su cosmos era como ninguno, tan cálido, tan diferente a cualquier otro que puedas sentir. Le leyenda dice que solo estarán en la humanidad, cuando se acerque la destrucción de esta como la conocemos, cuando el castigo de los dioses caiga sobre ella. Es por esta razón por la cual son despreciadas por ellos. Después de la primera guerra santa, nadie más las volvió a ver, nadie supo que fue lo que paso con ellas, representantes del universo mismo.

    La mirada del pequeño Shiryu estaba helada, sus labios estaban entumecidos por el frio, pero eso no le evito hablar— Maestro, y usted, ¿Las vio alguna vez?

    El maestro negó con la cabeza, llevando su mirada hacia arriba, mirando como las estrellas brillaban en esa noche, que se sentía como ninguna otra—No, yo nunca las vi Shiryu, un buen amigo me hablo de ellas, diciendo que solo era una leyenda, tal vez para despistar un poco. Pero…, tal vez no sea solo una leyenda del todo.

    — ¿Por qué lo dice Maestro? —preguntó Shiryu hambriento por la curiosidad de sus palabras.

    —Porque la vida revela su profundidad, y a veces en las oscuras noches, me parece ver esos ojos escarlata, iluminándola.

    Europa, siglo XX

    El sol se asomaba entre las montañas, el cielo azul encantado junto con las nubes blancas daban paso a los reflejos de las luces tenues del sol, el sonido de las majestuosas campanas y los cantos de las aves eran delicados, las palomas blancas volaban alrededor del Reloj adornándolo con sus plumas.

    Las campanadas inundaron al pueblo, era todavía muy temprano para que iniciaran las clases en el orfanato. Los pequeños puestos donde vendían todo tipo de antigüedades y comida estaban listos para la venta del día. Con su olor a pan recién horneado, y las amas de casa regateando por los precios. Era un bullicio que, a ella, no le agradaba tanto. Prefería los sonidos más armoniosos, más en sintonía como a ella le gustaba interpretarlos.

    Paganini era su favorito

    Trataba de ignorarlos, lo que la ayudaba era hacer su rutina de todas las mañanas antes de inicio de clases. levantarse, ponerse el vestido negro con cuello blanco. Así era el uniforme católico que las obligaban a usar. No le desagradaba tanto, le parecía cómodo. Pensaba en todos esos niños que no tiene sustento ni para comer, quejarse por algo tan banal como un uniforme era absurdo.

    Eran las 7:45 de la mañana, tenía una canasta que ella misma había hecho. Ponía ahí todo tipo de comida: Verduras, pan, frutas, arroz lo que sea para que aquellos niños del vecindario tuvieran que desayunar. El dinero que ganaba tocando en las capillas lo utilizaba para poder comprar lo que necesitaban. Ya había hecho las compras de esa mañana, su canasta estaba llena. Solamente podía pensar en la cara de felicidad cuando llegara, siempre la recibían de la misma manera. Tenía que recorrer un largo camino antes de regresar al orfanato.

    La joven era alta para su corta edad, tenía cabello negro lacio, delgada, y con unos ojos violeta intensos. Vieron su figura llegar desde lejos y como siempre, con una sonrisa.

    — ¡Hotaru! — gritó el pequeño con pantalón rasgado, sus rodillas se asomaban por los agujeros. — Chicos, ha llegado Hotaru.

    Niños de entre siete hasta doce años de edad salieron de su escondite para poder recibirla. La mayoría estaban sucios de hollín. Eran abandonados por sus padres biológicos, y no les quedaba otra más que trabajar para poder pagar lo que se necesitara de su humilde vivienda. La sonrisa inocente de un niño hambriento al ver comida no se podía igualar con ninguna otra. Al ver la canasta llena sus ojos coquetos brillaban.

    Hotaru, Hotaru, Hotaru

    Decían todos en unísono mientras corrían emocionados hacia ella.

    —¡Hola! — clamó la joven levantando su brazo y moviendo su mano en un caluroso saludo. Los niños se aventaron hacía ella tirándola al suelo. Todos se soltaron a carcajadas. Se levantó tomando la canasta — Espero estén listo para lo que les traje. Les va a encantar.

    A lo lejos, a un lado de la puerta vieja de madera la observaba una mujer anciana y cansada. Tenía sus manos entrelazadas — Querida Hotaru, no tienes que hacer esto todos los días.

    Hotaru volteó sonriendo mientras repartía la comida — Para nada, no es una molestia para mi señora Miller. Le he traído la medicina que le hacía falta, estoy segura que con esto se sentirá mucho mejor.

    Extendió la medicina en las palmas de la pobre anciana, sus manos estaban cuarteadas y llena de astillas por tanto barrer corrales. La miró con incredulidad, pero con tanto agradecimiento hacia ella y su alma bondadosa — No sabemos cómo pagarte tanto que has hecho por nosotros.

    — No se preocupe, no quiero nada a cambio. Me alegra estén bien cada uno de ustedes.

    Sintió como uno de los niños le jalaba el vestido negro grueso mientras comía un pedazo de pan — Hotaru, ¿trajiste tu violín?

    — No hables con la boca llena niño.

    Hotaru se soltó a reír. Se inclinó para poder estar a la altura del pequeño — No pequeño Thomas, no lo traje esta vez, podré traerlo el día de mañana.

    Los chiquillos suspiraron — Queríamos escucharte tocar.

    — Si — dijo otro comiendo— Nos encanta escucharte, cuando seas famosa, ¿No te olvidaras de nosotros?

    —Para nada —le acarició su cabeza y pelo graso — No podría olvidarlos nunca.

    Su talento natural para tocar su Stradivarius era innato. Poseía una agilidad envidiable con el arco, podía tocar piezas de alta dificultad a su corta edad. No había nada que le gustase y amara más que la música. Le fascinaba tocar al despertar, al dormir. Los bellos atardeceres era una de sus más grandes musas entre otras cosas. Se movía con tanta naturalidad al tocar que parecía hacia el mínimo esfuerzo.
     
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