Sacrificada por ser virgen [InuxKag]

Sacrificada por ser virgen [InuxKag]

¡Bueno! Aquí después de casi dos meses les traigo la continuación. Espero les agrade y miles de gracias a todos los que han esperado. Deseo que la espera no sea en vano y les agrade el capítulo. Es largo para compensar. :)

Capítulo 5: La muerte del sol trae muchas verdades.​

Inuyasha estaba preguntándose cómo iba a hacer para decirle la verdad sin que la malinterpretara. Estaba un poco asustado, esa noche cuando estén a solas iban a hablar. Su mirada se encontraba perdida, paseando por la feria, mientras Kagome lo miraba atentamente esperando alguna reacción de parte de él.

Él con la mirada buscaba evitar la de su querida fémina, si la miraba a los ojos no iba a resistir contarle toda la verdad.

Observaba los puestos, los vendedores se notaban cansados, estaban sudados, colorados y con notorias ojeras. De pronto su mirada se situó en un hombre alto con una trenza larga que vigilaba a Kagome y de vez en cuando le dirigía una mirada asesina a él. El muchacho comprendió que ese hombre debía estar vigilando que Kagome no intente escapar o comience a cantar toda la verdad. Luego pensó, que si se quedaba mucho tiempo con ella, iba a llamar la atención e iba a ser muy notorio si ésta llegaba a desaparecer. Decidió retirarse, no sin antes agacharse para estar a la altura de aquella hermosa niña.

— Mi pequeña virgencita, debo irme ya que mi presencia aquí es muy notoria, prometo verte en la noche —le susurró.

—¡No te vallas! —dijo con dificultad, le estaba costando hablar, tenía la boca seca y le dolía la cabeza. —No me dejes sola... no quiero morir así... —sollozaba, tenía miedo de lo que le podría suceder si seguía tanto tiempo expuesta al sol.

—No vas a morir tonta... —le sonrió y se levantó —nos vemos pronto, más pronto de lo que crees, hasta luego—

Dicho esto comenzó a caminar pero antes de que se pudiera alejar, ese hombre de trenza alta lo interceptó.

—Discúlpeme señor, mi nombre es Bankotzu y me gustaría saber, por órdenes del amo Naraku, qué tipo de conversación entabló con la virgen a sacrificar— trataba de sonar cordial pero en su mirada mostraba hostilidad.

— No... Con ella no se puede entablar conversación alguna. Me le quedé viendo porque es una mujer muy hermosa, una pena que muera tan pronto... Lo único que me dijo es que me quedara para hacerle sombra, se ve que se está deshidratando, deberían darle un vaso de agua— su papel de desinteresado le estaba saliendo mejor de lo que esperaba.

—No hay agua para ella, órdenes del amo y de Midoriko...— se quedó mirándolo una rato largo, examinándolo. –Ya se puede retirar, lamento haberlo detenido y haberle robado su tiempo—

—No hay problema estaré encantado de poder ayudarlos cuando me necesiten, no duden en solicitar mi ayuda...— luego de terminar su frase siguió caminando, dirigiéndose a la casa de Totosai. Necesitaba darse un baño de agua fría, quería enfriar su piel que ya estaba muy caliente.

Mientras caminaba por el bosque, notaba que cada vez el roce de las ramas contra su piel le molestaba más, de esa manera decidió mirarse ambos brazos y pudo notar que ambos estaban totalmente colorados. Maldición, su piel se había quemado en demasía.

En cuanto llegó a la casa en la que vivía con Totosai y su hermano, se quitó la ropa y se metió en el lago helado, necesitaba templar su piel, o sino moriría. Al pensar en el efecto que causó en él en tan poco tiempo, no pudo evitar pensar en el estado en el que se encontraría ella en ese mismo momento y ni siquiera se atrevió a imaginar en cómo la encontraría esa noche.

Kagome por otra parte estaba muerta de calor, no daba más, ya estaba a punto de dejarse morir, su piel ardía, su cabeza dolía y el piso quemaba.

—No voy a poder sobrevivir... Inuyasha...— en ese momento entró en un confuso sueño.

Sentía que cada vez se sumergía más y más en el agua. No podía respirar, era un negro infinito que la inundaba, se sentía inútil, no podía mover las manos ni los pies, ¿es que acaso se estaba ahogando? La luz se iba viendo más y más lejos. En ese instante pudo ver un destello plateado, pero luego no vio nada más, se había desmayado.

Abrió los ojos y se encontraba en la jaula, el sol se estaba ocultando y la piel ya casi no la sentía. La cabeza le dolía horrores, sentía que en cuestión de segundos la muerte iba a tocar la puerta y se la iba a llevar al infierno. No entendía qué era todo esto, ¿por qué la obligaban a vivir este infierno? ella se había portado bien, no había tenido relaciones prematrimoniales y por esa maldita razón, se encontraba sufriendo y apunto de ser sacrificada.

Comenzó a pensar en su vida y en todo lo que había sufrido, recordó a su madre, que la había traicionado; a Sango, su querida hermana que extrañaba mucho y en Rin, su mejor amiga que estaba en la misma situación que ella.

El sol se había puesto finalmente y un viento frío empezó a invadir el ambiente.
De pronto sintió que levantaban su jaula y ella quedaba descubierta. Pudo ver a Bankotzu que estaba mirándola como si pretendiera que se levantase sola. Intentó hacerlo pero en cuanto se puso de pie sintió que todo giraba a su alrededor. Miró a Bankotzu y a los otros hombres que estaban junto a ella llevando la jaula y se sentía ajena a tanto movimiento. Sentía las voces como murmullos y que todo lo que sucedía alrededor de ella, simplemente lo estaba observando como una espectadora, no lo estaba viviendo. Sintió un leve dolor en la frente y todo se volvió negro.

Abrió los ojos y estaba recostada en “su” cama, las sábanas le molestaban en la piel y se sentía cansada. Vio una figura junto a ella, estaba poniéndole unos paños en la frente con mucha suavidad.
Luego de unos segundos pudo distinguir la figura de la anciana Kaede, era ella quien le pasaba los paños.

— Qué... ¿qué me sucedió? —preguntó, algo desconcertada aún.

— Oh nada grave, simplemente sufriste un golpe de calor, por eso te desmayaste. Toma— dijo tendiéndole una vasija que contenía un ungüento extraño.

— ¿Qué es? — examinó el contenido de la vasija de manera desconfiada.

— Es una crema que se obtiene de una planta llamada Aloe Vera, calmará tu ardor — le contestó su pregunta, sonriéndole.

—Oh... Muchas gracias. Este... para que me la pueda colocar usted por la espalda y por el cuerpo ¿necesite que me saque las vestiduras? —preguntó totalmente confiada, esa anciana le inspiraba seguridad y ternura. Era como una abuela. La abuela que nunca tuvo.

La cara de la anciana se llenó de tristeza y le respondió —Lo siento mi niña pero las órdenes de Naraku son que te debes colocar el ungüento tú sola —

— Está bien, entonces... ¿me desatará las manos? —extendiendo sus manos atadas hacia la anciana Kaede.

— No... tampoco. Deberás hacerlo como puedas, con las manos atadas.— mirándola fijamente.

Dicho esto se retiró. No soportaba ver a esa muchacha a los ojos, sabiendo el futuro horrible que le esperaba.
Kagome se quedó boquiabierta. ¿Debía hacerlo como pueda? Se maldijo a sí misma y dirigió sus manos hacia la crema verde. Tomó un poco y se la colocó como pudo en la cara. Primero probó en las mejillas y en cuanto el ungüento las rozó, un escalofrío se apoderó de ella. ¡Esa pomada estaba helada! Comenzó a esparcirla por todo su rostro, disfrutando del frío contacto.

De pronto, escuchó un ruido en la ventana y se dio vuelta. Era Inuyasha. Al verlo, una ola de satisfacción se apoderó de ella y sonrió. El ojidorado comenzó a acercarse y en cuanto estuvo cerca, Kagome pasó sus manos atadas por el cuello de él y lo abrazó.

—¡Inuyasha! Pensé que no ibas a venir. ¡Estoy desesperada, no puedo más! — comenzó a sollozar en sus brazos. Inuyasha estaba en estado de shock, no esperaba esa reacción de parte de Kagome. Sin saber qué hacer, le acarició el cabello, mientras le correspondía el abrazo.

—Cálmate... Ya estoy aquí... nada malo pasará. —trató de calmarla, no quería verla de esa manera.

—Es que... el calor... Mi piel... —balbuceaba, no le importara como se sentía en ese momento. Quería hablar con él, estar con Inuyasha, estar en sus brazos.

—Shh— trató de callarla. Deshizo el abrazo y la condujo a la cama. En ese instante pudo notar en el estado en el cual se encontraba. Pobre mujer, ese maldito de Naraku las iba a pagar.

De pronto notó los vestigios de un ungüento en el rostro de ella. Sonrió de manera tierna y extendió sus manos hacia su cara. Comenzó a esparcirla, por lo que Kagome se sonrojó. Había momentos en los que Inuyasha la desencajaba, la desarmaba completamente y ponía su mundo de pies a cabeza. Ella se quedó estática, disfrutando de las caricias.

—¿Dónde más quieres que lo unte? —le inquirió, una vez que la piel de ella absorbió el Aloe Vera.

—Aquí —le indicó, dándose la vuelta. En cuanto Inuyasha vio su espalda, se asustó. Estaba roja, como una manzana en su esplendor, como la sangre. Demasiado colorada.

Kagome disfrutó las frías caricias provenientes del hombre que la enloquecía en todo sentido. Mientras él masajeaba su frágil espalda, ella se dio cuenta de que su vida se había transformando en una espera constante a la llegada del crepúsculo. Para ella la muerte del sol significaba ver al hombre que deseaba, que la hacía retorcerse de placer y que de una forma extraña... había cautivado su corazón. Cuando las estrellas comenzaban a hacer su entrada al gran salón azul, ella contaba los segundos mentalmente, esperándolo. Se ilusionaba con cualquier ruido proveniente de la ventana e inconscientemente se arreglaba el cabello.

—Kagome, he terminado —pudo ver a Inuyasha que le sonreía y le daba un leve beso en la mejilla.

De pronto recordó algo, fue como si un relámpago cruzara en frente de sus ojos. Una imagen. Era Inuyasha y se estaba tomando el brazo izquierdo, su rostro estaba lleno de dolor. Instintivamente, con ambas manos, tomó las vestiduras que cubrían el brazo izquierdo del muchacho y las movió. Pudo ver una gran cicatriz, parecía profunda. Se quedó paralizada observándola por unos segundos.

—Inu... Inuyasha —lo único que pudo modular. Parecía idiota.

—Kagome... Hice una promesa y te lo voy a contar todo. Soy un hombre de palabra. —la tomó por los hombros de manera firme pero delicada y se miraron fijamente.

Estaba ansiosa, ella sabía que Inuyasha escondía un pasado doloroso y triste. Saber que se lo estaba a punto de confesar la ponía feliz y nerviosa. Se sentía en la cima de una montaña, pero a la vez en el interior de una cueva, con miedo de salir y de toparse con la realidad. ¿Y si él se había casado? ¿Tenía hijos? ¿Si era un asesino? ¿Habría matado a mucha gente?

—Yo... Era un hombre feliz que tenía miles de sirvientes a su poder, siervos preparados para hacer cualquier labor, mujeres dispuestas a darlo todo por mí y todo el dinero de mi padre a mi disposición total y absoluta. Soy hijo de Inu No Taisho, el dueño de algunas islas vecinas. Tal vez escuchaste ese nombre –hizo una pausa, esperando alguna respuesta.

—Yo... escuché... —pero nada más salía de sus labios.

—Podía tener a cualquier mujer, pero yo quería a una sola. No me interesaba andar con miles si ninguna me amaba. Quería encontrar a esa mujer que me quisiera por lo que soy; que cuando me dijera “Te amo” se a mí y no a mi dinero. Entonces la vi. Esbelta, pálida, cabello largo y lacio... Su caminar era sumamente elegante, podías quedarte como embobado al mirarla andar, puedo jurar que destilaba brillo. —estaba perdido, recordando y retrocediendo en el tiempo. Reviviendo viejas épocas.

Kagome incluso sintió celos por esa muchacha, no sabía qué había sucedido pero de alguna extraña manera, quería ser la mujer por la cual Inuyasha pusiera esa mirada perdida. Y provocar en él ese brillo especial en los ojos. Decidió simplemente mirarlo y escucharlo atentamente. No lo iba a interrumpir.

—Al principio ella me odiaba, creía que era como mi familia; un ser engreído, pérfido, mujeriego... —sonrió de manera sarcástica —Incluso pensaba que era peligroso... Después de varios intentos conseguí que me dirigiera la palabra. A partir de ese instante supe que íbamos a estar juntos para toda la vida... O hasta que la muerte nos separase —En ese momento su rostro se ensombreció a lo cual Kagome se asustó. ¿Qué habría sucedido realmente?

—Todo iba bien, salvo una simple cosa... Siempre hay gente que se obsesiona con personas que no le corresponden, y son tan ruines que no aceptan la derrota. Uno de mis sirvientes había estado herido de guerra y ella lo había curado, se había encargado de él hasta el punto de pasar noches en vela llevándole agua fresca para beber. Ese maldito se había prometido que ella iba a ser suya, no importaba cuánto tiempo le tomara cumplir con su meta. —

Kagome tenía una vaga idea de como iban a terminar las cosas. Seguramente ese hombre habría querido intentar algo con la mujer e Inuyasha lo evitó. Pelearon y él resultó herido. Seguramente la mujer se fue con el otro muchacho y... dejó a Inuyasha. ¡Maldita sea ella! Ya la odiaba, simplemente por el hecho de haber elegido a otro hombre en vez de a su ojidorado.

—En cuanto comenzamos a conocernos nos enamoramos de una manera instantánea. Nos comenzamos a sentir atraídos y supe que ella era la mujer ideal para mí. Me aceptaba tal cual era y no le importaba nadie de mi familia. Si era rico o pobre... eso era irrelevante. Vivimos juntos y nos trajimos a algunos siervos y entre estos... se encontraba él. — La mirada se hizo más lejana. El dorado de sus orbes se apagó.

&&&&Flash back&&&&

—Kikyō... ¿por qué no lo dejamos en el castillo de mi padre? Me trae mala espina —dijo cruzándose de brazos. Demostrando su disconformidad.

—Inuyasha... siempre tan desconfiado. Es un hombre que no tiene a nadie, no tiene familia ni amigos. Vive atormentado por los recuerdos de la guerra, piensa lo horrible que debe ser observar a tus amigos y familiares morir en batalla. —acotaba ella mientras lo tomaba del brazo y le regalaba un beso en la mejilla —Además dijo que quiere agradecerme por los cuidados que le brindé, quiere servirnos. No hay nada mejor para él que cumplir sus deseos. Por las horribles quemaduras en su espalda y ambas piernas, dudo que pueda conseguir otro trabajo. — e hizo lo peor que podía hacer en ese momento, le regaló una de esas sonrisas que dejaba a Inuyasha a sus pies.

—Está bien... pero a la primera que haga mal, lo hecho de nuestro hogar —trató de poner alguna regla ya que se sentía disminuido.

—Sí Inuyasha, como tú digas —se rió por lo bajo y salió de su casa, para recoger algunas flores.

&&&&Fin del flash back&&&&

Ella lo observaba, andaba perdido en el tiempo. Estaba sola, con sus deseos de ir y abrazarlo; de calmarlo y consolarlo. Pero no podía, su estado y el de él solo le permitían mirarlo sufrir.

Inuyasha volvió en sí y por un instante le pareció ver a Kikyō. Ella lo estaba mirando, lo escuchaba... estaba con él. Estaba viva. Luego la ilusión se rompió y pudo ver a Kagome. No se desilusionó ya que esa fémina le agradaba. Le agradaba más de lo que debería.

—Un día, como cualquier otro, este maldito se me acercó y me confesó que quería hablar conmigo. Yo ese día estaba de buen humor, por eso acepté. Dentro de poco me iba a casar con Kikyō y... nada podía arruinar mi felicidad. O eso creía. Me dijo que mi amada me había envenenado, me contó que desde el primer momento que me había visto, ella había visto mi dinero. Que me había colocado veneno en el vino, y que si quería vivir debía beber agua. —

&&&&Flash back&&&&

— Ella puso veneno en el vino... ten cuidado. Te aconsejo que tomes del vaso de agua— le aconsejó un hombre, con voz ronca y áspera, susurraba mientras miraba hacia la cocina, donde la mujer cocinaba.

— Pero... ¿cómo pudo?— miles de preguntas venían a su mente ¿ella? ¿Matarlo? ¿Por qué?

— Me dijeron que su amante la está obligando, quieren quedarse con su fortuna. Simplemente yo le advierto amo— dijo haciendo una reverencia exagerada.

Seguía en su mundo, pensando en cómo la mujer que él amaba lo podía traicionar así.

De pronto miró hacia el umbral de la cocina y la miró. Estaba parada con una olla llena de comida, pero algo había cambiado en su mirada. ¿Estaba triste? No entendía... él tendría que ser el que estaba triste, no ella.

&&&&Fin del flash back&&&&

—Era todo un engaño… ya que él había sido el que colocó veneno en nuestras copas. A mí me afirmó que Kikyō había envenenado el agua y a Kikyō le dijo que yo había emponzoñado el vino. —la cara de Inuyasha se iba transformando en una de odio y de dolor. Maldecía por dentro al ir recordando los hechos. —Ese maldito se aseguró de colocar veneno en ambas copas de Kikyō, así ella tomaría del agua, creyendo que se salvaría, pero lo único que encontraría sería la muerte. —

—Inuyasha... yo... —No sabía qué decir. ¿Qué tipo de cosas se dicen cuando alguien está contando algo tan grave?

—Ella creyendo que yo la engañaba y que la había envenenado, empuñó un cuchillo y trató de atacarme mortalmente, no logró su cometido pero... Yo no pude salvarla. Cuando entendí lo que me decía y lo que significaban sus palabras ya era demasiado tarde. La tenía en mis manos y se fue —tenía ambos brazos extendidos, como si sostuviera algo — Fui al hospital totalmente en secreto. Le pedí a Myoga que no dijera nada de lo sucedido y que nos proclamaran como muertos a ambos. Ahora si vas a la isla de mi padre, podrás observar una lápida con mi nombre. —sonrió amargado —Cuando volví del hospital con varios puntos en mi brazo izquierdo y un dolor desgarrador en el corazón, decidí buscar a ese insecto y matarlo, destruirlo con mis propias manos. Al llegar a su habitación, encontré un nota, un trozo de papel en el que se leía: “Han sufrido por jugar con el corazón de un hombre lleno de odio, quien busque venganza encontrará más dolor y sufrimiento ya que a partir de estas muertes, un hombre nuevo renacerá”. Intenté buscarlo pero ahora es muy difícil llegar a él, ahora ya no es más humano. ¿Crees en criaturas mitológicas y cuentos de hadas, mi amor? —al decir eso la miró de manera seductora –Hizo un pacto con el mismo demonio, dio su alma putrefacta a cambio de un nuevo cuerpo con el cual pueda moverse —

—Pero... ¿quién es ese hombre, Inuyasha? ¿Qué tiene que ver conmigo? —Kagome estaba llena de dudas.

—Ese hombre cree que ahora estoy muerto, incluso se fue de la isla y comenzó una nueva vida, ha llegado a un puesto alto... —Inuyasha estaba comenzando a darle indirectas, para que Kagome lo entendiera sin tener que decirlo tan abiertamente, pero ella parecía no comprender.

—Pero... sigo sin entender, ¿Cómo se llama? ¿A qué te refieres que hizo un pacto con el demonio? ¿Dónde está él ahora? —demasiada información junta. No podía pensar.

—Se llamaba Onigumo cariño. Y hora se llama Naraku. Sí corazón, el mismo que te tiene encerrada aquí —le confesó, al ver su cara de sorpresa.

Kagome se llevó ambas manos a la boca, no lo creía. Eso era imposible...

—En cuanto me enteré que tenía a una virgen encerrada en su castillo... ideé un plan para arruinar sus ideas. Por eso aparecí aquí dispuesto a ayudarte... —en cuanto dijo eso instintivamente ambos se miraron. En los ojos de Kagome se podía observar confusión y... ¿decepción?

Kagome se sentía usada, él seguía viniendo simplemente para divertirse. Ella ahora lo comprendía todo a la perfección. Nadie ayuda a otra persona simplemente porque es buena, siempre busca algo a cambio; aunque sea un simple “gracias”, siempre esperamos recibir una gratificación por nuestras acciones.

—Inuyasha, vete... —sentenció ella.

—Pero, ¡Kagome! Déjame terminar y luego si quieres me echas, me empujas por la ventana —comenzó a notar el tono de desesperación en su voz, tenía miedo. ¿Si no le volvía a dirigir la palabra nunca más?

—¡Vete Inuyasha! ¡Me has utilizado para vengarte de un hombre! ¡Te aprovechaste de mis deseos de libertad para cumplir tus fines! —tenía ambas manos apretadas fuertemente en forma de puño, podía sentir como se clavaba las uñas en la palma de su mano. Tanta furia, tanto odio. ¿Tanta tristeza?

—¡Kagome! ¿Cómo puedes justificar que esté aquí, esta noche junto a ti? ¡Tú misma me dijiste que el plan de Naraku era violarte, que nuestro plan no había funcionado! ¡Si lo que estás diciendo fuera cierto, esta noche ni habría acudido a nuestro encuentro! —comenzaba a elevar el tono de su voz cada vez más. Estaba desesperado ¿Por qué no lo escuchaba por completo? ¿Acaso ella no entendía que él ahora estaba sintiendo algo extraño? No sabía qué era, pero lo que sí sabía era que no se quería separar de su virgencita.

—¡Solo por sexo! ¡Por eso estás aquí junto a mí! —se encontraba muy dolida y no entendía el porqué de las cosas. Ella entendía el porqué se sentía usada pero ¿Por qué le daba tanta tristeza que Inuyasha no pensara en ella siquiera como una amiga?

—Kagome... —trataba de buscar palabras que calmaran su ira. ¿Cómo se calma a la bestia cuando ésta desató su furia?

—¡Vete Inuyasha! ¡Si no te largas comenzaré a gritar! —no lo quería ver más. Simplemente quería que esa semana pasara rápido. Quería morir y olvidarse de todo.

Inuyasha comprendió que si seguía con esa actitud no iba a lograr ningún progreso. Decidió dejarla, mañana en la tarde iría a verla y luego en la noche conversaría. Iba a dejar que las cosas se enfriaran.

Kagome al ver el silencio de Inuyasha elevó una plegaria a Midoriko para que éste se vaya, si él no se alejaba pronto, ella iba a llorar.

El ojidorado dio media vuelta y se acercó a la ventana, ladeó su rostro para verla por última vez y luego desapareció.

Ella se sentía tan abatida, el peso de la verdad recaía en sus hombros; lentamente se recostó en la cama. Por inercia, todavía tenía ambas manos cerradas, al notarlo las abrió con dificultad y pudo notar que había cuatro pequeños cortes de los cuales nacían líneas de sangre.

Comenzó a llorar desesperadamente. ¿Naraku antes era un sirviente? ¿inuyasha la había usado? ¿Cómo se llamaría la mujer con la que él se iba a casar? ¿El ahora está muerto para la sociedad?

Tantas preguntas y tanta confusión; la cabeza le dolía de tanto llorar, a causa del sol y a causa del shock que había sufrido hace unos instantes... Se sentía sola, abandonada, sin nadie a quien acudir. Cerró los ojos por el cansancio y entró en un sueño abrumador.

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En medio de la noche las puertas del castillo se abrieron, dejando salir a una muchacha de mediana estatura, iba escoltada junto a un alto caballero de plateados cabellos.

—Ya eres libre, la verdad te ha salvado, te puedes ir —le dijo éste, con cierto tono de amargura.

—Pero... yo no quiero. Kagome está todavía ahí dentro. ¡Yo sé que ella tampoco es virgen! —gritaba con exasperación.

—Yo lo sé de igual manera, mi hermano la ha hecho mujer. Por alguna razón en especial ella debe quedarse. —trataba de hacerla entrar en razón. Seguramente Naraku tenía planes especiales para aquella mujer.

—¡Ve tú y explícales! Sesshoumaru te lo suplico, aclara este malentendido. ¡Es como una hermana para mí! —instintivamente lo tomó del brazo, rogándole con la mirada.

Sesshoumaru se descolocó por ese contacto físico entre ambos. Él supuso que ella, luego de ser libre, lo iba a tratar con frialdad por ser el hombre que le había quitado la virginidad. Nunca se esperó un acercamiento tan deliberado.

—Rin, quedaría muy dudoso si ahora voy y digo que sé que Kagome no es virgen. ¿Cómo se que ambas no son vírgenes? ¿Acaso lo comprobé yo mismo? Yo únicamente pongo las manos en el fuego por ti, que mi hermano se encargue de sus asuntos —costaba decirlo, pero él en ese instante era el que estaba siendo realista. Naraku era ruin pero era inteligente.
Afortunadamente no lo conocía ya que Sesshoumaru nunca había vivido en la misma casa que Inuyasha. Cuando Naraku había comenzado a brindarle sus servicios, él ya se había ido y había intentado comenzar una nueva vida.

—Sesshoumaru... di que es tu hermano el que está con Kagome —trataba de maquinar ideas todo el tiempo, todo para salvar a su mejor amiga.

—Rin, no puedo y si he dicho que no lo haré... No lo voy a hacer —afirmó con seguridad.

—Sesshoumaru... —

—Ahora vete, eres libre –él no quería que ella se quedara simplemente por la “moral”. Sí, era cierto que él le había quitado la virginidad pero... No quería encarcelarla a una triste vida solo por el deber de una mujer. Además él era mayor que ella, no podía existir el amor habiendo tanta diferencia de edad, él seguramente la quería como a una hermana y simplemente confundía las cosas. Eso, comprendería más tarde, era un grave error.

Él se dio vuelta y comenzó a alejarse. Rin simplemente miraba su ancha espalda y no lo comprendía. ¿Por qué la rechazaba? Ella quería estar con él, quería irse con él. Ahora lo amaba y no se quería separar. Se quedó sola mirando un punto fijo en la nada, justo donde la figura de Sesshoumaru había desaparecido. El viento meció sus cabellos y sus ojos se empañaron.

Cabizbaja comenzó a caminar hacia su antiguo hogar, debería retornar a su vida anterior. Ella sabía que esto iba a ser imposible; ahora que había probado lo exquisito y delicioso... no iba a poder volver a lo trivial e insulso.


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Kagome abrió los ojos pesadamente ya que el sol le golpeaba el rostro de manera constante. Hacía calor y le dolía todo el cuerpo. Sentía la piel como de papel; cualquier roce le dolía y le hacía pensar que se le iba a partir a la mitad.

Se quedó meditando mientras observaba el techo. Demasiadas cosas en su mente, incluso llegó a pensar que tal vez había sido muy dura con Inuyasha. Debía haber escuchado la historia completa. En ese instante sintió un ruido en la puerta, era el cerrojo. Alguien giraba una llave dentro de éste, provocando la apertura de la entrada. Ella lo sabía, era Bankotzu.

Al abrirse la puerta se llevó una sopresa. Bankotzu no estaba solo, sino que acompañado de tres personas más, todos hombres, salvo uno que aparentaba ser mujer, pero la nuez de Adán lo delataba.

Bankotzu llevaba en su mano derecha una copa de crital con un contenido transparente. Agua no era ya que la consistencia no aparentaba ser la de dicho líquido, entonces... ¿qué era? ¿Para qué y para quién era eso?


Continuará...


Bueno, ¿se quedaron con intriga? Prometo no tardar tanto para la próxima vez, es que el tema de los exámenes a fin de año es matador. Por suerte ya los he terminado y estoy en vacaciones ahora.
Ojalá les haya gustado y no me odien por las actitudes de ambos personajes.

Bueno, nos leemos y gracias a todos los que fueron pacientes y esperaron esta continuación.