One-shot Ruthlessness [Pokémon AU]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Andysaster, 7 Mayo 2025 a las 4:24 AM.

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    Andysaster

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    Escritora
    Título:
    Ruthlessness [Pokémon AU]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2293
    La fina línea entre la ingenuidad y la esperanza es casi invisible. Había quienes danzaban sobre ella, con los ojos vendados y los brazos abiertos. Convencidos de que el mundo podía volverse un lugar mejor si solo ponían su corazón en ello. Con el tiempo aprendí a reconocerlos; los delataba el brillo en su mirada, despierta y cargada de desinteresada amabilidad. Lo notaba en la impulsividad de sus acciones y la rebeldía en sus protestas, oponiéndose a las órdenes de aquello que se alejaba de lo que creían correcto.

    Los reconocía con facilidad, pues llevaban consigo el nauseabundo hedor de la muerte. Los reconocía y me reconocía a mí misma en el proceso. A una versión más libre, más pura.

    Más viva.

    El cuerpo Ranger no fue el único oficio que tuvo que adaptarse al nuevo mundo. Dejamos de ser simples guardabosques para actuar a su vez como fuerzas de seguridad. Los crímenes y la delincuencia se dispararon, presos de la inestabilidad de los tiempos que corrían, y las armas que portábamos se mancharon de la sangre de inocentes. Ningún entrenamiento me preparó para eso. Cada pérdida se convertía en cicatriz, en un golpe que me enseñaba una cruel lección de vida: no podía salvar a todos, como alguna vez creí. No sin pagar un precio. El mundo no estaba formado por héroes ni villanos si no de una amalgama de tonos grises y mi optimismo, esa chispa que me definió alguna vez, comenzó a apagarse con el tiempo.

    Subir de rango dentro del cuerpo implicaba una responsabilidad que no muchos estaban dispuestos a tomar. Suponía cargar con las vidas de gente inocente, con familias que esperaban impacientes su regreso a casa. El peso de la culpa resultaba asfixiante y no había noche donde no soñase con sus rostros.

    Pero en todo conflicto era necesario un culpable, y hacía tiempo que había dejado de importarme quién fuese la cabeza de turco si con ello sus conciencias quedaban libres de todo cargo.

    —¿¡Acaso crees que la vida de Nathan era desechable!?

    Alcé la mirada hasta encontrar sus ojos. Aquel ranger cargaba consigo la llama de la ira, el dolor y la frustración en ellos, fuego que pareció recrudecerse ante la impasibilidad de su superior. Con el tiempo me había vuelto diestra en el arte de ocultar mis emociones; la vulnerabilidad no era una opción en los tiempos que corrían. Era servir tu talón de Aquiles en bandeja de plata.

    En el fondo sabía que no importaba lo que le dijese, jamás estaría satisfecho.

    Yo tampoco lo estaba.

    —La vida de ningún ranger es prescindible —Aparté la mano que me sujetaba del uniforme, manchado con la sangre de nuestro compañero caído. La dureza en mis gestos le hizo chasquear la lengua con disgusto—. El disparo le había alcanzado el estómago. Llevarlo con nosotros habría sido inútil, se estaba desangrando.

    —¡No podríamos saberlo si no lo intentásemos! —exclamó, fuera de sí. El resto de la unidad nos observaba, cabizbajos, probablemente pensando lo mismo que Daniel, pero solo él había tenido las agallas de exteriorizarlo. Algunas lágrimas se escaparon de sus ojos y apretó los puños. No aparté la mirada en ningún instante—. Simplemente lo abandonaste, y ahora…

    —¿¡Qué crees que le habría pasado al resto de tu unidad si hubiésemos cargado con su cadáver!? —El recluta abrió los ojos. En mis ojos azules, recrudecidos por la vida, brilló por un instante un atisbo del temperamento de la Liza del pasado. Tan pronto como se manifestó desapareció, dejando en su lugar aquel océano, oscuro e insondable—. Habrían caído muchos más. ¡Habrías caído , entre ellos! Esto no es un juego. La seguridad de tu equipo siempre debe ser tu prioridad; la impulsividad y los sentimientos te costarán la puta vida.

    La brusquedad de mis palabras acalló cualquier clase de réplica. En el fondo sabían que tenía razón, pero no era una verdad fácil de digerir. No cuando aún lidiaban con el dolor de una pérdida como esa.

    Podría haberles explicado mejor la situación. Que había sido el propio Nathan quien evitó que cargase con él fuera del edificio, que su sonrisa me perseguiría hasta el día de mi muerte. Pero a veces la verdad pesaba tanto que se volvía insostenible cargar con ella.

    Resultaba más sencillo para todos interpretar ese papel. El de su superior, una mujer fría, distante, de decisiones moralmente cuestionables. Abrir mi corazón implicaba dar espacio a dolorosas despedidas como esa. No deseaba volver a pasar por ese dolor jamás.

    Por ello, tras años confiándoles mi vida a quienes sentí como una extensión de mi familia, nuestra relación terminó siendo nada más que estrictamente profesional.


    ***

    Dejé caer mi cuerpo como un peso muerto sobre el asiento del coche. Como si fuese repentinamente consciente del paso del tiempo el cansancio me pesó de golpe, y lo noté en la rigidez de mis manos mientras marcaba un número de teléfono. Tenía una llamada perdida, pero sabía de sobra quién era. Me sabía su número de memoria.

    Cómo no hacerlo.

    —Perdona, Dante —Fue lo primero que salió de mis labios al abrirse la línea. Aflojé el cuello de la camisa en el proceso, pero el nudo prieto en mi garganta se mantuvo allí en todo momento. Me las arreglé para mantener un tono neutro—. Estaba de servicio.

    —Tranquila —Me aseguró con prontitud. Escuché de fondo el murmullo de conversaciones animadas y supe que me llamaba desde su cafetería—. Me imaginaba que debía ser algo así. ¿Cómo ha ido la jornada de hoy?

    A pesar de los años y las dificultades que se nos atravesaron, su voz aún mantenía vivo ese tono amable y servicial de antaño. Sonaba más apagado, eso sí. Uno no volvía a ser el mismo tras perder pedazos de sí en el camino. Ambos lo sabíamos bien.

    Solté el aire por la nariz, espaciando el silencio entre nosotros. Abrí y cerré la boca varias veces, sin saber qué decir. Al final opté por no decir nada.

    —Fue un día cansado —resolví, sin dar mayores detalles. No tenía caso.

    —Bueno —Por el tiempo que tardó en responder, asumí que debía hacerse una idea. Para él no seguía siendo más que un libro abierto. Decía que no había cambiado, pero yo no estaba tan segura de eso—. Espero que el paquete que les envié te amenice un poco el día. También envié algunos detalles para los niños y un recuerdo para Nikolah.

    A pesar del profundo cansancio que sentía me nació una mueca de incredulidad genuina. Meneé la cabeza, esbozando una sonrisa breve. Había cosas que nunca cambiaban.

    —No tenías por qué —Repliqué, pero esa clase de gestos de su parte me hacían muy feliz. Era una forma de sentirlo cerca, a pesar de la distancia que nos separaba—. Estoy segura de que a los niños les encantará saber de ti de nuevo. Liam me ha insistido varias veces que le cuente las historias de todos de nuevo al ver vuestras fotos en la pared del salón.

    Dante rio ligeramente al otro lado de la línea.

    —Tendrás entonces infinidad de historias que contarle sobre todos sus tíos y tías, que no son pocos.

    No lo dudaba.

    —¿Cómo van las cosas por Sinnoh? —Pregunté entonces. Nuestras llamadas solían ser frecuentes, en la medida de lo posible, pero en aquella ocasión habíamos tardado más de un mes en saber del otro.

    —En la cafetería todo marcha con tranquilidad. La clientela es abundante y me puedo permitir probar recetas nuevas cada cierto tiempo. La gente se encuentra algo tensa, pero es lo normal —Alguien pareció reclamar su presencia y el chico le pidió algo más de tiempo. Me removí en el asiento; se estaba haciendo algo tarde, y Nikolah debía estar a punto de servir la comida—. Perdona, ya estoy de vuelta. De los chicos sé lo mismo, si bien últimamente en la ciudad se habla mucho de la nueva película de Mim…

    Algo en mí se removió al escuchar ese nombre. No le permití continuar.

    —Dante —Le interrumpí, tajante. El chico frenó sus palabras de inmediato—. No me cuentes más sobre ella, por favor.

    No quiero saberlo.

    Había logrado mantener un contacto más o menos asiduo con varios de los holders desde que inició aquel desastre sin precedentes. Destiny me contó durante un tiempo cómo iban las cosas en Kalos, quien había sido tomada bajo el control de Chance junto a otras regiones más para ese entonces. Dante se había instalado en Sinnoh, y tenía una vida más holgada por suerte. Con Mimi, sin embargo, perdí el contacto muy pronto. Lo intenté por todos los medios, traté incluso de contactarla cuando pasó un tiempo prudencial del inicio de la persecución de Chance... Pero fue imposible.

    Con el tiempo ganó una gran popularidad. El alcance fue tal que me llegaron revistas o anuncios de ella a Teselia, y me sentí francamente aliviada de saber que se encontraba bien. No fue algo que me sorprendiera, era ella de quien hablábamos. No obstante, la perspectiva fue distinta entonces; aunque intenté contactarla, no tuvo caso. Era lo que sucedía cuando alcanzabas el estrellato, te volvías inalcanzable para el resto de mortales. Parecía vivir una vida de éxito y fama, sin embargo, y el alivio mutó en confusión; después, en dolor. No pude evitar pensar lo sencillo que hubiese sido para ella localizarme. Tenía contactos, y bastante alcance mediático. Sabía que era una ranger y que me habían destinado a mi región natal, el cerco se reducía de forma considerable.

    Pero simplemente no lo hizo.

    Y yo dejé de buscarla.

    Dante pareció comprenderlo, pues no pidió explicaciones. Soltó un suspiro, y casi pude imaginarlo asentir con calma.

    —De acuerdo —aceptó. Los reclamos se volvieron más abundantes y comprendí que nuestra llamada había llegado a su fin. El chico parecía algo apenado—. Debería volver al trabajo, me temo.

    —Entonces no te entretengo más tiempo —comprendí y recuperé en parte mi sonrisa cansada. Las palabras que le transmití entonces las sentí de corazón—. Ojalá podamos vernos pronto, Dante. Los niños están deseando conocerte en persona.

    La distancia volvió a pesarle sobre los hombros y tuvo que hacer un esfuerzo para que su voz no se quebrase.

    —Yo también lo estoy deseando —Trató de sonreír—. Lo conseguiremos pronto, ya lo verás.

    La llamada finalizó entonces, con esa propuesta entre manos.

    Pero hacía mucho tiempo que había dejado de creer en promesas.


    Al regresar a casa, a la tierna cabaña junto al hermoso lago del Bosque Blanco donde nos mudamos cuando el arma definitiva estalló, dejaba la armadura de la ranger firme y estoica en la puerta y simplemente me convertía en la madre amorosa que siempre deseé ser.

    —¡Mamá!

    Mis tres pequeños corretearon para saludarme y abrí mis brazos, recibiendo de ellos el calor que creí largamente perdido. Recibí los dibujos de Auri con una sonrisa, escuché atenta las cosas que Liam había aprendido de su nuevo libro, y Milo me adornó el rostro con pegatinas, las cuales me arrancaron una risa vibrante del pecho. Me llegó el olor de comida recién hecha y supe que Nikolah estaba listo para servir el almuerzo.

    El frío remitió entonces, y con él todo el dolor, el cansancio y el sufrimiento que cargaba cada día. El mundo dejaba de volverse un lugar hostil y podía permitirme, por espacio de unas horas, arañar la felicidad que durante tanto tiempo se escapó de nuestras manos.

    Las pequeñas manos de mi hija se posaron sobre mi uniforme y la tensión me bañó el cuerpo. Poseía el brillante cabello dorado de su padre recogido en dos hermosas trenzas, y los chispeantes ojos azules que alguna vez reconocí como míos.

    —Mami, ¿qué es eso rojo en tu uniforme? —preguntó, con la inocencia de una niña de tres años.

    Tuve que tragarme las lágrimas, y sonreí.

    —No es nada, mi vida —Le aseguré. Movilicé a la tropa con una ligera caricia, comenzando a avanzar por el recibidor—. Venga, vayamos a comer. La comida de papá se va a enfriar si tardamos mucho.

    —¡Síi!

    No era la primera vez que sucedía. Cuando mis hijos me preguntaban por la suciedad de mi uniforme o los ligeros rasguños, les contaba una historia sobre héroes. Las fotografías que adornaban el mural del salón valían para ellos más que todos los libros de aventuras del mundo. Lo hacían porque podían notar el profundo amor que transmitía en mi voz cada vez que mencionaba a los holders, las historias de los preciados amigos que había hecho en el camino hacía ya tantos años. Les hacía felices imaginar que todos ellos eran como mis hermanos; que todos eran sus tíos. No estaban demasiado alejados de la realidad.

    Cuando me pedían que les prometiese que algún día les visitarían y les mostrarían sus pokémon lo hacía, aunque mi voz tiemble. Nunca era fácil. A veces, en sus risas, veo los rostros de los que no salvé, y tengo que esconderme para que no noten mis lágrimas.

    En la penumbra de la noche, mientras los veo dormir, me pregunto si alguna vez recuperaría la persona que fui, la que creía que el mundo podía ser salvado. Quería enseñarles a mis hijos que la bondad no era un símbolo de fragilidad; que la esperanza no era ingenuidad. Pero luego pienso en las vidas con las que cargo, en la sangre que mancha mis manos, y el frío amenaza con colarse de vuelta.

    Afuera, soy lo que la crueldad del mundo en el que ahora vivíamos me obligó a ser. Aquí, con ellos, lucho por ser lo que siempre quise: una mujer feliz que amaba sin reservas, aunque el peso de la guerra y de la vida que me fue arrancada me persiga por siempre.
     
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