Blastoise surfeó a toda velocidad por la ruta 311... esta vez, estaba convencida de que estaba en el buen camino...
Mientras atravesábamos la ruta, no pude evitar comentar lo bello que era esta camino en comparación con la 310... en especial en lo que se refería al olor, este mar era bastante más puro y limpio...
Un Mantine salió volando del agua cerca de donde ibamos nosotros, y casi me caigo de Blastoise de la sorpresa. Me aferré más fuerte todavía al cañón izquierdo de Blastoise por temor a que sucediera algo parecido.
Un pequeño Mantyke emergió del agua y salió volando tras el Mantine, intentando imitarlo. No pudo evitar sonreír ante tan bonita imágen.
Un Wailmer emergió a la superficie y se puso a nadar junto a nosotros por unos metros, y luego se hundió sin más.
Un poderoso Floatzel se apareció en nuestro camino, pero afortunadamente no se mostró hostil. Blastoise lo rodeó y seguimos con nuestro camino.
El Mantine que había salido a volar antes ahora descendió al agua con elegancia y se perdió en las profundidades...
—Que bello es el mar... —comenté en voz baja, como para mí misma, mientras Blastoise avanzaba a toda velocidad.
Mantine emergió a la superficie junto con el pequeño Mantyke y aquel Wailmer cuando nos acercamos al final de la ruta. Nos hicieron señas, como si estuvieran despidiendo, y se hundieron nuevamente en el agua.
Finalmente, habíamos llegado al final de la ruta 311, ya estábamos más cerca de nuestro destino. —¡A toda velocidad, Blastoise! —ordené, y pronto dejamos la ruta atrás.
Cuando estuvimos a dos metros del agua, salté del lomo de Pidgeotto y saqué a Psyduck de su pokébola para luego aterrizar suavemente en su lomo. El tipo volador tomó más altura, con Servine encima. —¡Que empiece la búsqueda de Lapras! —proclamé.
La aguas se pusieron turbulentas y, antes de que pudiéramos darnos cuenta, Psyduck y yo nos encontramos de repente sobre la cabeza de un Lapras que había salido a tomar aire.
Volando cerca nuestro, Pidgeotto y Servine exclamaron, alarmados por la situación en la que nos encontrábamos. Psyduck empezó a inquietar. Yo temía que se desatara una batalla, como la que había dado Tentacruel en la Ruta 300.
Sentimos cómo los ojos del Lapras se clavaban en Psyduck y en mí. Psyduck, asustado, se deslizó por el cuello de Lapras y fue a parar a su caparazón, pero me adelanté a él e impedí que huyera. Pidgeotto, allá arriba, me miró, listo para que le diera alguna señal de atacar. Pero con un gesto de la mano le dije que no hiciera nada. Se produjo un momento de silencio, roto apenas por la danza de las aguas.
Pero Lapras simplemente volteó su cabeza para mirarnos. Psyduck se aferró a mis pantalones. Le devolví la mirada al pokémon salvaje. No sé por qué, pero le dediqué una reverencia.
Lapras respondió lamiéndome la cabeza, con tanta brusquedad que tropecé y caí sentado sobre su caparazón. Pidgeotto, Servine y Psyduck se echaron a reír, en parte aliviados de que aquel Lapras fuese tan amigable, pues no dejaba de lamerme.
—¡Para, para, Lapras, que me haces cosquillas! —reí. Como no dejó de dedicarme su afecto, saqué una bola de arroz que guardaba en mi mochila y se la ofrecía para comer. Él la aceptó gustoso, agradeciendo en su idioma con la boca llena. Presentí que ya me había ganado su entera confianza, y que no tendría problema en venir con nosotros.
Le mostré una pokébola. Él comprendió enseguida el mensaje y aceptó. Lo supe porque volvió a lamerme.