Microrrelato Regala algo.

Era el viejo Noé, un ropavejero, recorriendo pueblo en pueblo, este era un hombre tacaño e incluso egoísta. Estaba viejo y amargado, la vida lo había vuelto duro, un duro hueso de roer. Pero el sentimiento del buen viejo no era un para siempre. Pues para un saco roto había un hilo que pudiera coser o quiero decir, que para un descocido hay un cocido. Y tal vez suene a comida, que se yo, pero, este descocido lo ayudaría a coserse.

Era un perro en un pueblito muy lejano, un pueblito donde vivía la mamá de Marcos, solo que es otra historia y este otro cuento. Perro era el descocido, no insulto pero recalquemos, era un gran perro. Tenía rabia, pero no de la que mata, solo muerde por la cólera y te saca un buen gritito. Últimamente andaba cabreado, no es que sea cabra, no, no, no, es que es una jerga de molesto. Así, que esos días comenzó a ladrar a su libre albedrío, pues cuando algún cristiano caminaba por la acera de la entrada del pueblito, era atacado por la furia perruna. El señor vio esto, y pensante como un buda, decidió darle un don a este perro, que al que muerda ha de volar. Y al volar un milagro se cumplirá.

Noé por su parte, iría una mañana a ese pueblo, un pueblo que tenía mala fama, pero él quería dinero. Tomo su trineo junto a su mejor burro, un burro acaramelado, que no era dulce, pero sí era otro amargado. Tomaron el camino de San Blas, llegaron media hora antes, vieron la entrada de lejos y Noé pidió acelerar la velocidad.

Perro despertó de mal humor justo ese momento que oía venir un trineo sonante de campanas, de cascabeles y baratijas chocándose una contra otras como un vaivén musical. Los niños salieron, conociendo que era el amargado ropavejero el de la “Cara de Papa” llamado Noé. Entonces desde sus casas gritaron intentando auxiliarlo, la ayuda llego tarde al oído del hombre, pues fue cuando paro en la entrada de este lugar tratando de escuchar lo que decían.

Perro aprovecho ese momento como una fiera, con mucha cautela y sutileza, le arranco un grito al burro Caramelo y este comenzó a correr desesperado. Noé no podía controlar el momento, los niños gritaban “Papa Noel” en una confusión por decirle “Cara de papa” o Noé.

Y entonces el burro tomo vuelo.

Todos los que presenciaron ese momento quedaron boquiabiertos e incluso gritaron del susto admirados, avisando a otros, aquellos, que recién se despertaban esa mañana. Cayeron como lluvia, juguetes en las casas, en los parques, en los brazos de niños pobres. Y mientras Noé intentaba controlar a Caramelo, regalo todas sus cosas sin haberlo sabido. Cuando el burro al fin toco el suelo de nuevo. Se dio cuenta de las enormes sonrisas, entonces vio sus cosas esparcidas. Y una voz en su cabeza le dijo: ¿Quieres ver esas sonrisas todos los días? Pues regala algo este día.