Reflexiones del autor

Saber que la tengo en mi merced, hace sentir que corre un gran poder en mis venas; ella es toda mía...

Es el poder que siento al saber que con un simple movimiento puedo llenarla de sufrimiento o colmarla de alegría, que puede estar desnuda ante ojos desconocidos regodeando y contineándose como una impúdica nudista o apenada y escondiéndose pensándose una virgen ultrajada.

El poder es una droga que corre por mis venas y aviva mis entrañas encendiendo -sobretodo- mi bilis.

Sara está literalmente en la palma de mi mano. Sus primeros días abriendo los ojos expectantes al mundo como una joven a la que la vida le promete todo el amor y toda la felicidad que pueda ella concebir, mientras crece con su notoria ignorancia o aquello que la persona promedio llamaría inocencia. O la avivada niñez llena de juegos, risas y un mundo que no va más allá de todo aquello que conoce, e inclusive la ferviente adolescencia donde ella verá sus emociones y sentimientos a flor de piel, aquellos momentos donde ella se sentirá joven para siempre sin saber que un pequeño bajón de sus emociones la hará sentir de muerte lenta y terminando-o, si yo quisiera comenzando- esa adelantada adultez que, además de las sonrisas y las promesas solo terminaría en arrepentimiento...

Esa bella joven que con solo una pequeña idea puede ser amarrada y torturada o abrazada y reconfortada no sabe lo que le espera aún, ya que con mi bilis encendida y mis venas embriagadas acabé de arruinar su vida haciéndola esclava de las circunstancias...

Ya al terminar de considerarlo doy el toque final, tomo mi celular y marco el número de José, mi editor mientras escucho el timbre reconsiderando mi idea... tal vez pueda hacerte feliz, solo necesitaría cambiar...
— ¿Aló?¿Andrés?

Fue demasiado tarde para ti... Sara, lamentablemente, no podrás ser feliz...

— José, ya terminé, acabé de enviarte el borrador