Red Rising Red Rising - El canto de Perséfone

Tema en 'Fanfics sobre Libros' iniciado por Plumas de Cuervo, 5 Julio 2018.

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    Plumas de Cuervo

    Plumas de Cuervo Usuario común

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    Título:
    Red Rising - El canto de Perséfone
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
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    Saludos comunidad de Fanficslandia. Me acerco por este foro para traer mi primera incursión en el mundo de los fictions de libros ( Culpa de Tarsis ) El libro que escogí pertenece a la saga Red Rising (Amanecer Rojo) de Pierce Brown; quizás es una saga poco conocida pero me pareció muy interesante y bastante adictiva. En fin, a lo que vinimos, los dejo con el escrito, espero que lo disfruten y aspiro tener muchos comentarios (que iluso)


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    A pesar del rigor mortis su belleza permanecía aún fresca, daba la impresión de que dormía. Su piel nacarada era tersa al tacto —eso bien lo sabía Darrow—. Sus rizos color fuego caían sobre sus hombros; a sus pies lloraba en silencio su amado.


    Eo es una pequeña flor; única y hermosa, en aquel infierno donde aquellos despojos de hombre trabajan sin cesar. ¿Cuánto tiempo llevan allí? Nadie lo sabe, no existe un sol para contar los días. Hace siglos que los primeros colonos llegaron en búsqueda de una mejor vida para todos, pero no fue así.


    Fueron marcados y esclavizados, colocados en el escalón más bajo de la sociedad, los ‘Rojos’; esclavos rojos en un planeta rojo. Por cientos de años han labrado las entrañas de Marte buscando un valioso tesoro, el helio-3; necesario para la terraformación de Marte. Naces rojo, mueres rojo. Así es el orden de la vida.


    La tierna Eo siempre estuvo al lado de Darrow desde que tuvo uso de razón; junto a otros niños correteaban por aquellos interminables pasillos de la colonia. Fue allí donde nació ese sentimiento que nadie puede controlar, que nadie te puede arrebatar y hacerte sentir ajeno a él, el amor. Un amor silencioso, discreto. Un amor que floreció como aquella flor de hemanto que colocó en la bota del padre de Darrow el día que lo enviaron al patíbulo.


    Antes de eso ya sabía —mejor dicho, ya tenía decidido— que se casaría con Darrow cuando tuviera la edad adecuada; con aquel chico rebelde hijo de un sondeainfiernos de Lico. Se encontraba en la flor de la juventud; o al menos así sería si llevara una vida normal, cuando se casó con Darrow. En las minas de Marte se tenía que madurar muy rápido, a los dieciseís ya se consideraba toda una mujer.


    Y así fue como en una sencilla boda, rodeados de los toscos mineros del Clan Lambda de Lico, con unas ropas sencillas unió su vida con la de su amado con una cinta escarlata. En ese momento se amaron como los niños que fueron siempre, como hombre y mujer que tenían que ser.


    Darrow se volvió un sondeainfiernos como su padre, un puesto que muy pocos querían; ella comenzó labores en la hilandería de la colonia. Corrían tiempos de felicidad para los recién casados; hasta que llegó aquel oscuro día, cuando les arrebataron el laurel a los Lambda. Algo por lo que Darrow había luchado tanto y arriesgado su vida en varias oportunidades, algo que significaba tiempos mejores para ellos, para su madre, para las familias de todos los Lambda.


    Eo le tenía una sorpresa preparada para ese día, lo había dejado en la habitación que compartía con Darrow; no iba a permitir que nada ni nadie arruinara ese momento. Conociendo el carácter de su esposo lo alejó de la muchedumbre después de que hicieron la entrega del laurel, tomando su mano lo guio a través de los túneles de la colonia hasta llegar a la hilandería donde las mujeres estaban realizando el cambio de turno. A Darrow le parecía extraño, pero ella fue su guía hasta que cruzaron por unos conductos que quedaron al descubierto al momento que se derrumbó una parte de la pared.


    Darrow tuvo en frente algo que jamás pensó ver: colores; algo más que no fuera el óxido y gris de Lico que estaba acostumbrado a ver día y noche. Había verde, mucho verde; extrañas criaturas revoloteaban a su alrededor. Era un jardín secreto, totalmente terraformado, una pequeña muestra por lo que ellos arriesgaban sus vidas cada día. Por encima de ellos había una cúpula de cristal que dejaba ver el manto negro de la noche manchado de estrellas, un cielo que ningún rojo de los últimos tiempos pensó que llegaría a ver en su vida. Eo admiraba como su esposo se encontraba embelesado por el paisaje.


    Y aquel jardín secreto, prohibido, se amaron como hombre y mujer bajo las estrellas; la pérdida del laurel quedaba en el olvido por un minuto. Sobre aquella alfombra verde los encontró la mañana bajo un radiante sol; desnudos y felices por haberse amado como nunca imaginaron. Eo fue la primera en despertar, pero se quedó quieta, con la cabeza apoyada en el pecho de su adorado Darrow, escuchando los latidos de su corazón.


    Sus dedos recorrieron las cicatrices que en tan sólo tres años había acumulado, las marcas de un minero, de un esclavo de Marte. Fue en ese momento que la verdadera naturaleza de aquella delicada chica se mostró tal cual era. Aquella menuda chica, de cabellos color óxido como el planeta, que siempre andaba con una sonrisa, en el fondo odiaba a la sociedad. Un odio interno que creció más al descubrir el jardín prohibido, un jardín que sólo fue posible al sudor y la sangre de sus iguales, pero que ellos no podían disfrutar.


    ‘Hay nobleza en la obediencia’ Al oír esas palabras de boca de Darrow las sintió como si una lanza atravesara su pecho. Su esposo era demasiado ‘rojo’; se sentía frustrada con aquella declaración. Por cientos de años los rojos han dado sus vidas para crear lo que en ese jardín había, un lugar para los grises, para los dorados, pero no para los rojos.


    El padre de Darrow había muerto por un sueño, pero no luchó lo suficiente por él. Eo creía que Darrow era diferente, sentía que en el fondo lo era, pero estaba tan ciego que no se daba cuenta. Él no era como su padre, era mucho mejor; pero era demasiado terco para aceptar las palabras de Eo.


    ‘La muerte no está tan vacía como tú dices. El vacío es la vida sin libertad, Darrow’ Dijo estas palabras mientras ahogaba las lágrimas. ¿Romper las cadenas? Era un sueño ambicioso para una insignificante esclava roja; pero ella sabía que Darrow era capaz de lograrlo, de que Marte se convirtiera en un verdadero hogar para todos, sin distinción de colores.


    Ella ignoraba que en el fondo Darrow aunque creyera así sea un poco que podría lograr ese sueño sin tener que dar su vida, sentía miedo; un miedo que lo aprisionaba más que cualquier cadena, y no era por perder su vida. Sino por perder a su madre y a su amada Eo.


    ‘Yo vivo por ti’ fue lo que él le respondió, una frase que llenó de ternura su corazón, pero que no logró apagar el fuego de su espíritu. ‘Entonces tienes que vivir por algo más’ le respondió mientras besaba su mejilla. El silencio se hizo, quizás callar era lo mejor y así lo hizo, no era aún el momento de dar la otra ‘sorpresa’ se dijo así misma acariciando su vientre.


    Los amantes habían vivido una noches como jamás pensarían tener, disfrutando por primera vez de un amanecer marciano, un amanecer ajeno a los ojos de los rojos de las minas desde hace siglos. Pero aquel idilio duró poco, al salir del jardín los esperaba Dan el feo, blandiendo su porra eléctrica. El pecho de Eo se llenó de odio y resentimiento, en su mente deseaba tener la fuerza de Darrow para hacerle frente a ese ruín gris.


    Darrow se interpuso entre ella y el guardián recibiendo una descarga de la porra en el estómago. Eo apretó los puños hasta que sus dedos se pusieron blancos, queriendo saltar sobre aquel perro faldero y arrancarle la sonrisa de un tajo. Un ruido la trajo de vuelta, una porra se encontraba al alcance de la mano de Darrow, recibe promesas de que no recibirá castigo si llega a usarla. Ella lo alienta a usarla, pero él se niega. Ya no hay más que hacer, las esposas magnéticas se cierran sobre sus muñecas y los llevan a ambos a las celdas.


    Fueron tres días que parecieron tres semanas; apenas si logró comer y beber agua, no porque no se los dieran sino por ese torbellino de sentimientos que había dentro de su pecho. Tres días maldiciendo en silencio a los dorados, a los grises, a los rojos, a Darrow… a su amado Darrow por no tener el valor de liberar a los suyos.


    En el medio de la soledad y el aislamiento que toma una decisión, lucharía hasta su último aliento por lo que creía. Se abre la puerta de su celda y le arrastran fuera, apenas si se pueden mantener en pie. Tiene un pequeño encuentro con Darrow, él observa como su luz se ha apagado; las piernas le fallan, pero es por el peso de la decisión, es demasiado para su frágil y agotado cuerpo.


    Ambos son arrastrados hasta el área común, se escuchan las voces de la multitud, pero su mente se encuentra en otro lugar; atesorando el mejor recuerdo de su vida. Su cuerpo se encuentra andando entre la multitud pero su mente aún se encuentra en el jardín secreto. Toma la mano de Darrow con firmeza y mirándolo a los ojos le dice que le quiere, no puede contener las lágrimas. Nunca pensó que decirle adiós a una persona amada sería tan doloroso. ‘Rompe las cadenas, amor mío’ es lo último que alcanza a decir cuando los separan.


    Llora en silencio cuando el látigo lacera la espalda de su esposo, uno a uno los va contando hasta llegar a cuarenta y ocho; a ella le aguarda el mismo destino pero no alcanza a turbar su pensamiento. Siente más firmeza en lo que ha decidido cuando se fija en el dorado que observa sin inmutarse el castigo ejemplar que están recibiendo. Rojos humillados ante los supremos Dorados.


    El látigo cae por décimo tercera vez sobre su espalda manchada por su sangre, pero ya no siente dolor, solo rabia; pero se niega a gritar, se niega a suplicar, en cambio canta con la poca fuerza que le queda. Un canto que acalla las voces del área común, un canto que habla sobre muerte y lamento. Su voz se esparce como una delicada brisa, una triste y dolorosa brisa. La canción impacta tanto a los presentes que hasta el verdugo detiene su castigo, susurros se escuchan entre la gente, conocen la canción. El dorado fascinado por el espectáculo desciende para ver más de cerca, el gris lo mira preguntando si quiere que la callen, pero el deja que cante, es maravilloso antes sus ojos dorados ver como la belleza se vuelve cenizas.



    Hijo mío, hijo mío
    recuerda las cadenas
    cuando el oro reinaba con riendas de hierro
    rugíamos y rugíamos
    y nos retorcíamos y gritábamos
    por nosotros, por un valle de sueños más prósperos.


    Así finalizó la canción, y hubo silencio, nadie se atrevió a decir nada. Eo se sentía en paz consigo mismo, se sentía diferente, libre. Hasta su cuerpo se sentía ligero cuando la llevaron al patíbulo; en ningún momento apartó la mirada de Darrow, pero no intercambiaron palabras.


    Mil cosas pasaron por su mente, no se arrepentía de nada, bueno sí. Un secreto que se llevaría a la tumba, no merecía la pena hacer sufrir más a Darrow. Dedicó sus últimas palabras a su hermana Dio, la única en que podía confiar en ese momento y encargarle aquello que en su habitación aguardaba desde hace tres días.


    Con la mano dentro del bolsillo sostiene con firmeza la flor de hemanto que le regaló Darrow. Quizás fue muy egoísta —piensa— arrastrando a Darrow con ella por culpa del odio contenido hacia la sociedad. Pero ya es demasiado tarde, ya no puede hacer nada para devolver el tiempo. ‘Vive para algo más’ le dice a Darrow en un susurro; ‘¡Rompe las cadenas!’ grita y la trampilla bajo sus pies se abre, la flor de hemanto cae de su mano y todo se vuelve confuso. Con su último aliento se preguntó si en realidad era amor lo que sentía por aquel hombre que ahora sostenía sus pies.

     
    Última edición: 20 Julio 2018
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    Tarsis

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    Siento que la quiero golpear. ¿No pudo amarlo lo suficiente como para elegir quedarse a su lado en lugar de sacrificarse por un ideal? Creo que es lo que odio de ella, que mientras él se doblegaba para tenerla a salvo y poder llevar comida a su mesa, ella hizo esto. Lo siento como una traición hacia él. Aunque ella fue el acelerador para Darrow, la que realmente hizo realidad que comenzara ésta rebelión, no la perdonaré nunca.

    Muchas gracias por concederme éste capricho. Fue algo muy hermoso de leer. Como siempre te esperas en las descripciones y todo suena tan hermoso y elaborado que te atrapa en las imágenes y en el libro. AUNQUE, siento que me spoileaste.
    Esa frase ha encendido mi curiosidad, ¿será algo que me estoy perdiendo? Debo leer los otros libros.

    <3 Pásate más por aquí, estúpido. JUM.
     
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    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Creo que aquí, entra en juego algo más grande que el egoísmo que considera la mayoría amor.


    ¿Amarlo y verlo encadenado, sabiendo que su vida al igual que la de su padre valdría para otros lo mismo que un parasito o una vulgar mosca; sabiendo que incluso el hijo/hija de ambos nacería, crecería y moriría bajo el mismo manto de esclavitud perpetua como uno más entre miles?

    Por amor puro quería verlo libre, puesto que es solamente en libertad que los humanos somos capaces de decidir realmente por nosotros.

    Quizás, solo quizás, ella confundió amor por necesidad. Él era a sus ojos una oportunidad de que su gente se levantara y revelara contra sus esclavistas, era una oportunidad de que quizás no sus hijos ni sus nietos, pero algún día empezaría una nueva generación que nacerían todos por igual bajo un mismo cielo estrellado, como iguales.

    Se podría llegar a la conclusión de que Darrow fue su instrumento para iniciar un cambio y se utilizó a si misma aunque no lo quería en ese momento preciso como la mecha para detonar a su amado a una nueva forma de pensar y actuar.

    Me gusto mucho tu forma de escribir, aunque creo que fue un salto muy abrupto entre el desenlace y el final, aunque quizás sean cosas mías.
     
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