Quiero tomar tu mano. (Gruvia).-

—¡Gray-sama!

Su voz irrumpe estrepitosamente en un ya muy escandaloso gremio. Demonios.

—¿Dónde está Gray-sama?

El escalofrío tan característico que me produce esa mujer ha vuelto a aparecer. Ella ha vuelto. Finjo no haber escuchado y, sin voltear, me movilizo a las mesas finales del gremio, fingiendo seguir mi camino como si nada. ¿Qué espera de mi? ¿Una calurosa bienvenida?

—Gray-sama, Juvia ha—su voz, ahora, simplemente la distingo como un lejano murmullo.

Ha regresado recién de una misión. ¿Qué acaso no podía darme un día más sin su escandalosa presencia? Con un suspiro bebo el contenido de una jarra de cerveza. Genial, mi ropa ha desaparecido otra vez.

Me pierdo en mis pensamientos intentando aclarar y fijar en mi mente un plan de escape para escabullirme de esa mujer sin que me note. Quizá debería tomar una misión. Ojalá Nastu estuviera aquí, así al menos podría pelear un rato. O Lucy, o Erza, Happy, Wendy o alguien. ¿El destino se confabula para dejarlo solo con ella?

Bebiendo el último sorbo de la cerveza noto como todo a mi alrededor está en silencio. Un muy extraño silencio. Sin gritos, peleas, ni miradas perturbadoras, ni la presencia de Juvia. ¿Tan demente me tiene como para imaginar su presencia?

—¡Gray! —un grito desgarrador y colectivo llega a mis oídos procedente de la entrada. ¿Qué demonios? Eso no suena bien.

Me levanto estrepitosamente haciendo caer la silla.

Todos los miembros que no habían salido a misiones se encontraban allí, junto a la entrada. ¿Qué sucedía? ¿Qué rodeaban en el suelo?

Varios rostros se volvieron a mí con miradas tristes he incluso ojos brillosos.

Una voz que reconocí como la de Kinana susurraba, en medio de llantos, palabras de consuelo a algo en el suelo.

«Tranquila», «Respira conmigo», «Gray ya vine», «No te duermas».

No eran palabras a un "algo". Esas palabras eran para un "alguien".

Ralentizando mis pasos noté como los miembros del gremio me abrían paso hasta el centro de la multitud. Solo una fila de personas se interponía en mi visión para terminar de ver realmente lo que me deparaba el centro del círculo. Algunos miembros a mi alrededor soltaban sollozos. Y un vacío se instaló en mi pecho cuando mis pies, aún descalzos, pisaron algo tibio y líquido. Sangre.

Abriéndome el paso al fin pude vislumbrar lo que causaba tanto revuelo. A quién acompañaba Kinana en el suelo. Allí, a pocos metros de mí.

Su cabello azul se esparcía por el suelo mezclándose con el líquido escarlata que provenía de su propio cuerpo.

No.

No, no, no, no, ¡No!

Mi cara se contrajo en una expresión dura. Allí estaba ella, más pálida que de costumbre, respirando con dificultad, con claros signos de batalla, y, el signo más cruel de todos; una herida sangrante atravesando su pecho. No pude moverme. Completamente paralizado, sus ojos conectaron con los míos. Y noté, entonces, como la vida escapaba rápidamente de su cuerpo.

Me sonrió.

Vi como levantaba a duras penas su brazo en mi dirección, aun sonriendo.

—Gray-sama... su ropa.

Lágrimas inundaron mis ojos, temblando. Ella me extendía su mano con pocas fuerzas. Con un espasmo y una respiración entrecortada sangre surgió también por sus labios.

Con un bramido desde lo profundo de mi garganta mi cuerpo reaccionó al fin abalanzándose por un último contacto físico de aquella chica, aunque este solo fuera el poder tomar su mano.

La fuerza abandonó mi cuerpo al notar que era demasiado tarde.

Con un eco que caló hasta lo profundo de mis huesos, su brazo cayó.