Puedes contar conmigo

Tema en 'Relatos' iniciado por MrJake, 20 Julio 2016.

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    MrJake

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    Escritor
    Título:
    Puedes contar conmigo
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    Para todas las edades
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3734
    Puedes contar conmigo - Count on me
    Historia para la actividad "¿Cuál es tu soundtrack?"

    Nunca se había sentido del todo cómodo con nada. Lo cierto es que desde que era pequeño, había notado que las cosas a su alrededor no eran de su agrado, al menos no del todo. Pero, ¡no había que malinterpretarlo! Sí que fue feliz. Cuando aún era menor de edad y vivía en aquel pequeñísimo pueblo donde todos se conocían y todos sabían las intrigas y trapos sucios de todos, cuando aún iba al instituto, él tenía amigos, tuvo incluso novias, y vivió una infancia feliz, pasó por los altibajos típicos de la adolescencia y creció sin tener, realmente, problemas del todo graves.

    No obstante, se dio cuenta, quizá demasiado tarde, de que esa felicidad no era real. Que había estado creyendo en una mentira toda su vida. En las puertas de su dieciocho cumpleaños, la universidad se abrió paso ante él, y, con ésta, todo un nuevo mundo se alzaba, imponente, ante él. Porque debía mudarse a la ciudad, a Sevilla, donde todo sería completamente distinto, ¡y vaya si lo fue!

    La ciudad le abrió los ojos. Conoció a nuevas personas, compañeros de clase y amigos; visitó nuevos lugares. Y comprendió, entonces, que todo estuvo mal en sus años de adolescencia, en su pueblo. Fue feliz, sí. Tuvo amigos, sí. Pero todo eso fueron meras ilusiones. Él era feliz porque creía serlo. Él tenía amigos porque para él, esos eran amigos. Pero lo cierto era que lo que él creía la amistad, lo que él creía la felicidad, era algo totalmente distinto. Y no se dio cuenta hasta que rozó con la yema de los dedos aquella encantadora ciudad que lo absorbió en un abrir y cerrar de ojos.

    Pasó el tiempo, pasó un año, y seguía cautivado por aquella ciudad. Había hecho muy buenos amigos, verdaderos amigos, gracias a los cuales conoció lo que de verdad era la amistad: Daniel, tan tranquilo, encantador y magnético, desprendía un encanto especial, siempre con su humor ocurrente, su carácter relajado y su actitud positiva. Irene, tan alocada, sonriente, quizá infantil, pero llena de energía; Pablo, analítico, perfeccionista, pero con un gran corazón, ¡la de quebraderos de cabeza que pudo darle con sus juegos mentales y sus trampas dialécticas! También Alejandro, alto como una torre, tranquilo, de un extraño humor, y siempre cercano a su novia Laura, una chica susceptible, pero que de un modo u otro supo encajar en su mundo. Por supuesto, no olvidaba a Nicolás, sabelotodo, amante de los deportes, tiquismiquis como pocos, pero de enorme bondad; a Alejandra, dulce, amable, encantadora, serena y adorable. Y a David, su tocayo, serio en apariencia, completamente loco y de brillante sentido del humor en realidad.

    Y, por supuesto, estaba ella. Cristina. Al principio no encajaron muy bien. La joven de cabellos castaños y ojos verdes era muy distinta a él: su forma de comportarse, muchos de sus gustos, su personalidad: todo apuntaba a que jamás congeniarían. Pero sorprendentemente, la magia se hizo. Y ella se convirtió en su mejor amiga. Uña y carne, los dos se hicieron inseparables, confidentes el uno del otro. Él también se había convertido en su mejor amigo.

    Todo era maravilloso ahora. Ahora conocía la libertad, la felicidad. Pero… aún faltaba algo. Aún había algo que no iba bien. Algo que él mismo tenía que afrontar. Y, ¿quién diría que sucedería de aquella manera?

    —Tío, ¿qué vas a cenar hoy?

    El brusco movimiento lo despertó de sus cavilaciones. Su compañero de piso había pasado el brazo sobre su hombro, sentado a su lado en aquel sofá blanco tan incómodo del piso de estudiantes que compartían.

    El destino había querido que acabasen conociéndose. Cambió de compañeros de piso, y decidió irse a vivir con el enamoradizo Alejandro. Ya le avisó éste de que no estarían solos, pues habría un tercer inquilino. Respondía al nombre de Francisco, Fran, como todo el mundo lo conocía, y era amigo de Alejandro desde la infancia.

    Al principio, estaba nervioso. Tenía poca confianza en sí mismo, y no sabía si se le daría bien convivir con alguien desconocido, compartir su casa con alguien a quien no conocía de absolutamente nada. No obstante… el resultado fue tan positivo que se sorprendió a sí mismo. Fran se volvió, rápidamente, uno de sus mejores amigos. Su personalidad era extremadamente atrayente, y conseguía el curioso efecto de hacer que cualquiera que estuviese a su lado se sintiese cómodo y cogiese rápidamente confianza. Tanto fue así, que el grupo se extendió: Fran, Cristina y él. El triángulo perfecto. Los tres mejores amigos por siempre.

    O eso creía él. ¿Por qué las cosas se complicaron tanto? ¿Por qué se odió tanto a sí mismo por sentir aquello?

    —Ni idea —respondió, finalmente. Instintivamente, había alejado su cuerpo del de Fran, evitando el contacto directo. Cuando lo tocaba de aquella forma, sentía un extraño escalofrío y un desagradable sentimiento de culpabilidad. Y los recuerdos afloraban, y él quería que quedasen bien enterrados. Quería… hacer como si no existiese—. ¿Y tú?

    —¡Buena pregunta! —exclamó, extendiendo el brazo y golpeando varias veces, de forma suave, su nuca.

    Fran llevaba puestas las gafas, aquellas gafas negras grandes que usaba sólo para ver la televisión o leer. Le quedaban bastante bien, pensó. Fran era moreno de piel, moreno de cabellos, cortos y finos, y moreno de ojos, grandes, muy grandes y abiertos. Era más o menos de su altura, sí, pero mucho más delgado: tanto que parecía que un soplo podría tumbarlo. Solía decir, de hecho, que su padre era igual que él cuando tenía su edad, pero que cuando cumplió la edad media, comenzó a engordar a un ritmo alarmante. “Tengo que aprovechar los años que me quedan de metabolismo rápido”, bromeaba siempre. Y se reía junto a él. Se reía mientras le miraba directamente a los ojos, para luego apartar la vista en un instante.

    —En fin, supongo que haré alguna tortilla, o cualquier cosa que haya por ahí —se levantó. Comenzaba a sentirse incómodo en aquel sofá, así que, cuanto más alejado estuviese de allí, mejor.

    Aquella noche, dio demasiadas vueltas en la cama. Las cosas comenzaban a escaparse de sus manos. La situación le desbordaba. Sentía que, de un momento a otro, el pecho le iba a explotar, y no quería sentir eso. Quería que se apaciguase, que se calmase. Quería que no existiese, que se esfumase. Pero era imposible.

    Hacía algún tiempo que los sentimientos habían perdido el férreo control al que siempre los sometía. Fran había logrado quebrantar esa coraza interna. Nunca se permitía a sí mismo liberar sus verdaderos pensamientos, sus verdaderos sentimientos, tal vez por miedo, tal vez por vergüenza, probablemente por estupidez. Pero lo cierto era que desde hacía mucho, Fran había dejado de ser un amigo para él.

    Aquella noche, tuvo un sueño. Uno en el que se veía con su flaco compañero de piso, abrazado a él. En aquél sueño, no existían las corazas, no existían las barreras, ni siquiera el miedo. Sólo importaban ellos dos. Y los besos de sus labios le sabían a miel, a gloria y a amor. Ya no le daba miedo el contacto del cuerpo de Fran. Es más, en el sueño, anhelaba ese contacto, lo anhelaba tanto como lo hacía en la realidad, con la diferencia de que en el mundo onírico sí que se permitía expresarlo. Y, además… Fran le correspondía.

    Cuando despertó, inició la rutina de todas las mañanas, y aguardó, solitario, a la llegada de Cristina en las puertas del metro. Aquella noche había tenido algo diferente. No era la primera vez que en sus sueños se veía a sí mismo amando a otro hombre, pero aquel… aquel tuvo algo que le hizo reaccionar. Su mente intentaba bloquearlo, su mente tiraba con fuerza de aquel sentimiento, intentando retenerlo y no dejarlo libre, pero su corazón tenía más fuerza. De alguna forma, el sueño le había dado poder. Quizá aún siguiese soñando.

    —Hola —saludó a Cristina, tenso.

    Solían quedar en las puertas del metro para emprender el camino a la universidad juntos. Porque ambos vivían bastante cerca en la ciudad de Sevilla, y eso era una alegría para los tres, para Fran, Cristina y él, los tres amigos. Los inseparables amigos.

    Quizá sentía demasiada dependencia emocional. Pero lo cierto era que no soportaba la idea de imaginarse separado de ninguno de los dos. No soportaría imaginarse separado de Cristina, y no soportaría que Fran…

    —¿Te pasa algo?

    Ni siquiera le saludó. Lo primero que hizo Cristina fue notar en él su preocupación, notar que la maquinaria de su cuerpo funcionaba de un modo anormal aquella mañana. Ambos tenían tal complicidad que casi podían leerse las mentes mutuamente a través de las miradas. Y, por supuesto, aquellos pensamientos no eran inmunes al análisis pormenorizado de la castaña.

    —Nada —se había despertado decidido a contarlo. En realidad, no estaba decidido verdaderamente, pero se estaba dejando llevar por el impulso. E iba a decirlo, pero… el miedo era demasiado intenso, y las palabras no parecían querer manar de su boca—. ¿Entramos?

    Cristina le devolvió una acusadora mirada, nada convencida con la seca explicación. Pero lo conocía bien, y sabía que no era momento para insistir. De modo que, cuando ambos estuvieron sentados en el tren subterráneo, fue ella la que se atrevió a dar el paso de abrir su corazón.

    Y aquellas palabras no hicieron más que romperle el suyo en mil pedazos, darle la vuelta a todo su mundo, destrozar su estabilidad emocional, su frágil estabilidad emocional.

    —David, tengo que contarte algo. Pero no se lo digas a nadie, ¿vale?

    —Claro, dime —“cuando me cuente lo que quiera decirme, le contaré yo mi secreto”. Estaba decidido. Iba a hacerlo. Pero…

    —Creo que me gusta Fran.

    Cinco palabras. Sólo con cinco palabras, notó cómo toda su realidad temblaba. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que su expresión ocultase el mazazo que supuso aquella confesión. Temblaba ante el solo hecho de que Cristina notase su reacción. Por suerte, parecía demasiado ensimismada en su historia como para percatarse de ello.

    Y es que el brillo en su mirada lo decía todo por ella. Ese sentimiento que acababa de declarar era puro y sincero. Cristina no había tenido suerte en la vida, y sus carencias afectivas podían notarse en muchas de sus inquietudes emocionales y su inseguridad social. Por eso, él sabía cuán importante era para ella algo tan simple como reconocer que le gustaba un chico. Que le gustaba Fran. Precisamente Fran.

    ¿Quién era él para romper aquella ilusión? ¿Qué debía hacer? ¿Alegrarse por ella, siendo falso consigo mismo, o reconocer la verdad, y esgrimir sus sentimientos como una bandera? Quería gritar, gritar un sonoro “no”, y decirle entre lágrimas que a él también le gustaba… no, no le gustaba. Estaba enamorado de él. Pero no podía hacer eso. Y lo sabía bien. Debía alegrarse por ella, abrazarla y… ayudarla a conseguir ese amor que anhelaba.

    “Porque eso es lo que se supone que hacen los amigos”, se dijo, triste y taciturnamente.

    Aquel fue el comienzo de una dolorosa odisea. Constantemente escuchaba los palpitantes arranques de amor de Cristina.

    “¡Se porta tan bien conmigo!”. “Es muy guapo, ¿a que sí?”. “Hay pocas personas como él”. “No sé por qué, pero tiene algo que me atrae mucho”. “Tiene mucha personalidad, y es muy culto, ¡podría tener cualquier conversación con él!”. En su mente, él sólo deseaba decirle que con él también se portaba genial, que a él le parecía guapísimo, que sabía que tenía un magnetismo especial y que era único en este mundo, y que bien cierto era que era una maravilla poder conversar con él y rodearse de su compañía. Sólo quería gritar cuánto lo quería. Pero eso destrozaría el corazón de Cristina, o eso pensaba. “Con un corazón roto ya hay suficiente”.

    Y hacía de mediador. Los tres solían salir a menudo juntos, luego no era de extrañar que él fuese el nexo para conseguir una hipotética relación. Además, convivía con Fran, ¡quién mejor que él! Quién mejor…

    La idea de que la relación funcionase le provocaba un desagradable pinchazo en el pecho que nunca antes había sentido. Si funcionaba, tendría que salir con ellos, como amigo de ambos que era, mientras ellos se daban de la mano, mientras ellos paseaban juntos, se besaban, se abrazaban, y él se limitaba a mirar. Porque jamás tendría la oportunidad que ella tiene. Jamás podría gustarle a Fran.

    Pero aquella confesión de Cristina logró algo positivo. Cuando los días pasaban, cuando las enumeraciones de las numerosas virtudes de Fran se hicieron un tema recurrente, fue cuando asumió que esa desazón y ese sabor amargo que notaba en su boca no podían ser casualidad. Fue cuando asumió y reconoció la realidad. Pero no podía hablarlo con Fran, porque su temor era enorme: ¿y si Fran cambiaba su relación con él por ese motivo? ¿Y si sucediese que él sospechaba algo al contárselo, algo sobre sus sentimientos hacia él? No, no, no podía ser. Así pues… sólo quedaba una opción.

    “¿Puedes hablar? Es importante”, fue el mensaje que le envió a Cristina. Y ambos se vieron, entrada ya la tarde, en el enorme Parque de los Príncipes. Aquel lugar encerraría desde aquel momento un increíble valor simbólico para él. Fue el lugar donde abrió su corazón por primera vez.

    —Verás… es que no sé cómo decirlo.

    Cristina no era muy amiga de las intrigas y las esperas.

    —Pues venga, anda, dímelo ya, que me tienes nerviosa.

    —Es que… verás… yo… —las palabras se ahogaban en la garganta, y no eran capaces de salir. Trataba de reunir cuantas fuerzas fueran necesarias para empujarlas fuera.

    —¡Venga, anda! Dilo.

    Suspiró, tragó aire, y lo dijo sin más. Quizá era la mejor forma.

    —Soy bisexual.

    Lo había hecho. Lo había dicho. En el fondo, era una verdad a medias. Era consciente de que realmente, sólo sentía atracción hacia el género masculino. Pero para él, aquél era un cambio demasiado brusco. Su mundo se estaba tambaleando lo suficiente ya; no podría aguantar un temblor tan fuerte.

    —Oh —dijo Cristina, por toda reacción—. La verdad es que no me lo esperaba —confesó.

    Y ahí fue cuando el alivio recorrió todo su cuerpo, y comenzó a hablar. Por primera vez, habló de aquello. De los recuerdos que intentaba reprimir. Cristina era su amiga, su mejor amiga, y él sabía que podía contar con ella.

    —Desde que tengo trece años, más o menos, he tenido una especie de… “relación” con uno de mis amigos de mi pueblo. No te equivoques, no era nada serio, era todo físico. Puro sexo, nada más.

    El rostro de ella se pintaba con asombro. Sabía bien a qué amigo se refería. Pero el quién era lo de menos.

    —La cuestión es que aquella situación se ha mantenido hasta el día de hoy. Bueno, hace algún tiempo que ya no sucede nada entre nosotros, pero ya me entiendes. Siempre lo hemos llevado en el más estricto secreto, y jamás se lo he contado a nadie, así que…

    —¿No se lo has contado a nadie? —se sorprendió ella—. ¿Ni a tus padres? Tienes una relación tan abierta con ellos…

    —No.

    —¿Ni siquiera a Fran?

    De nuevo, una puñalada al corazón. Cristina no era consciente de ello, así que él no podía culparla, pero mencionar a Fran en aquel momento no hizo más que reaccionar como sal en la herida, que parecía no cicatrizar jamás. Trató entonces de encontrar las palabras adecuadas, palabras lo suficientemente contundentes como para que no hubiese muchas preguntas al respecto, pero lo bastante discretas como para que no atisbase la verdad.

    —No. De hecho, a Fran es a una de las personas a las que más miedo me da contárselo. Y es por un motivo —“porque le quiero. Ese es el único motivo” —: tengo miedo de que su relación conmigo cambie si le cuento que me gustan los hombres.

    —¿Pero eres tonto o qué? —arguyó vehemente Cristina—. Sabes que Fran no haría nunca algo así. Eres su amigo, y lo vas a seguir siendo te guste lo que te guste. No dejas de ser tú por mucho que te gusten las chicas, los chicos o las dos cosas.

    Una lágrima resbaló por su mejilla derecha.

    —Pero… ¿y si sucediese? —sabía bien que si sucediese no sería capaz de soportarlo. No sólo estaría perdiendo la relación con uno de sus mejores amigos; se estaría alejando de la persona a la que amaba. Y tendría que soportar días y días de convivencia con aquél al que quería, sabiendo que éste ya no lo valoraba tanto como antes. La mera posibilidad, por ínfima que fuese, de que eso sucediese… le atormentaba.

    Pero Cristina le llenó de valor. Por supuesto, nunca encontró el suficiente como para decírselo directamente, pero al menos, aquella noche, supo hallar la manera de averiguar cuál sería su reacción. Sólo quería asegurarse de que su reacción no sería negativa, tan solo eso. Así que trató de conversar con él de manera astuta y esquiva.

    —Oye, Fran, dime una cosa. Supongamos —no encontraba una metáfora adecuada, así que cayó en el error de utilizar un ejemplo que equiparaba su condición con algo negativo. Para él, quizá, aún era, en el fondo, algo negativo— que un gran amigo tuyo roba algo. Algo de valor, eh. Y no porque le haga falta, no, sólo porque sí y ya. ¿Cambiaría tu relación con él?

    —Menuda pregunta —se rio él. Sus dientes eran blancos y perfectos, y su sonrisa le encandilaba cada vez que los mostraba—. Yo qué sé. Supongo que no me haría ninguna gracia, y le daría una buena reprimenda. Me enfadaría, quizá.

    Aquello no ayudaba. El corazón se le iba a salir del pecho. Optó por hacerlo de forma más directa, pero sin ser evidente.

    —No, no, pero no es así del todo. Fue un mal ejemplo. Supongamos, mejor, que un amigo tuyo te dice que es gay, ¿vale? Un buen amigo. ¿Cambiaría tu relación con él por ese motivo?

    Arqueó Fran las cejas. Sólo con notar ese movimiento, el pulso se le normalizó un poco. Sabía que lo que vendría a continuación sería todo cuanto necesitaba oír.

    —Pues claro que no. ¿Pero quién te crees que soy? Por favor, ni que fuese algo malo. Mira, sin ir más lejos, Miguel, uno de mis mejores amigos de mi pueblo, me contó un día que era bisexual. Y aquí estamos, seguimos siendo buenos amigos. ¡Sería estúpido si cambiase mi relación con él!

    La sensación de alivio fue tal, tan intensa y tan fuerte, que comenzó a llorar desconsoladamente. Fran se escandalizó ante la repentina reacción de su compañero, y se levantó de su asiento para colocarse frente a él.

    —Eh, eh. ¿Qué pasa?

    Entre sollozos, logró articular alguna palabra. Fran lo estaba mirando, desde muy cerca. En cierto modo, esa sensación tan agradable le hacía tranquilizarse.

    —Que yo… yo… también.

    Fran puso las manos en sus hombros y forzó el contacto visual con él.

    —Tú también, ¿qué? —inquirió.

    —Como… Miguel… yo también.

    Fran abrió mucho los ojos, tremendamente sorprendido, y apartó las manos de los hombros de su compañero. Aquel gesto hizo que éste se asustase de repente. ¿Por qué se apartaba justo entonces? ¿Por qué le rehuía? ¿Acaso él no era tan importante como ese Miguel, acaso de él sí se iba a distanciar… con todo lo que le quería?

    —¿Tú también eres bisexual? —preguntó, sorprendido e impactado ante la noticia que su cerebro procesaba poco a poco.

    Él asintió por toda respuesta. Y luego, a través de los ojos empañados, lo vio acercarse y notó el abrazo, fuerte, intenso, cálido. Fran le había abrazado con todo el cariño que fue capaz de expresar. Al principio tardó en reaccionar, pero pronto se dispuso a agarrarlo también a él y apoyar su mejilla húmeda en el hombro de su amigo.

    —Pero qué tonto eres —dijo, aún sin despergarse de él. Poco a poco, Fran se distanció hasta quedar, nuevamente, con las manos sobre sus hombros—. ¿Y por qué lloras tanto?

    —Porque… —los sollozos se le hacían bola en la garanta, dificultándole el habla. Pero hizo un esfuerzo sobrehumano por expresarse; tanto, que casi se queda sin aire en el intento— tenía miedo… de que te distanciases de mí, o algo… no sé.

    Fran sonrió cálidamente, y golpeó el cuello de su amigo con suavidad, como acostumbraba a hacer.

    —Venga ya —dijo, mientras volvía a abrazarle—, qué tontería. Si eres de mis mejores amigos, ¡sabes que siempre voy a estar ahí! Puedes contar conmigo.

    La sensación del abrazo era tan agradable que deseó que no acabase nunca. Eso era todo cuanto quería oír. Y el abrazo era todo cuanto quería sentir.

    Sabía bien que no iba a lograr que Fran compartiese sus sentimientos, porque, sencillamente, a él no le atraían los varones. Pero, con todo, estaba feliz, porque no le había rechazado, ni había huido, ni se había asustado; podía contar con él.

    Tal vez aún tuviese que soportar mucho. Se veía inmerso en un triángulo amoroso del que sólo él tenía constancia, un triángulo que le involucraba a él y a sus dos mejores amigos: a Cristina le gustaba Fran, y él estaba secretamente enamorado de aquél. Confesar sus sentimientos le parecía, en aquellas circunstancias, algo que sólo traería problemas y dolor a su alrededor. Dolor para él, que no sería correspondido. Dolor para Cristina, que tendría que lidiar con la difícil situación que ya vivía él, que era sentir cómo su mejor amiga amaba al mismo chico que él; y dolor, tal vez, para Fran, que vería lo que él creía una simple amistad transformada en algo que no podía corresponder.

    De modo que calló. Calló, porque esa era su forma de ser. Tragó todo el sufrimiento para él, y optó por tratar de seguir adelante por sí mismo. Se haría más fuerte. Aprendería a vivir con ello, a superarlo. Pero, por encima de todo, Fran y Cristina eran sus amigos. Y aquella era la forma que él tenía de proteger a sus amigos; de protegerlos de él mismo.

    Porque, por supuesto, podían contar con él… así como él sabía que, siempre que lo necesitase, podría contar con ellos.

    Se supone que para eso están los amigos, ¿no?
     
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    Libra
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    Pero, pero, pero, ¿por que tantos raitings y ningún comentario, por dios?

    Galla, sabes que sieeempre me ha gustado mucho tu forma de escribir, y esta vez no ha sido la excepción. En este caso me elevaste y me mataste al final, pero del buen modo.
    Me gusta que en un solo capítulo pudiste armar una historia completa sin dejar hoyos argumentales y haciéndonos conocer lo suficientemente a los personajes como para sentir empatía con ellos y lograr ponernos en sus zapatos.

    Y el final, hermoso y triste. Nada predecible pero aún así no me deja con un mal sabor de boca :( la canción muy acorde a la trama y al final. La ortografía y la narración excelentes... En fin, me ha gustado bastante, espero que hayas disfrutado participar en esta actividad tanto como yo he disfrutado de leer tu song.
    Después me pasaré a ver tus otras historias recientes hombre, ¡saludos!
     
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