Suginami Propiedad Pierce [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 8 Enero 2024.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Si había alguien que pudiera entender la autosuficiencia de mis hermanos sin juzgarme por ello era Sasha, por eso cuando Yuzu, aún sin saberlo, la había llamado mi espejo no se había equivocado. No se suponía que hubiese niños preparándose el baño solos o adolescentes cuidando de su madre, pero el mundo era de esta manera y luchar en su contra no servía de nada. Uno se limitaba a sostener el peso de la casa, si hacía algo más todo amenazaba con desbaratarse.

    —Tampoco le des tantos créditos a la pobre criatura. Sabe hacer arroz... huevos y se le pasa de sal el pollo porque dice que como es claro no puede ver cuánta le aventó —murmuré junto a una risa floja—. Pero claro, algún día te presento al chef.

    Cuando el pollo estuvo cortado se lo alcancé, le ayudé en cualquier otra cosa que necesitara y pronto la cena estuvo andando. Se acordó de los pasteles, al final metió las porciones en un tupper porque la bolsa no daba más de sí. Lo recibí y me acompañó afuera, echándose encima la manta con que Danny la había cubierto. Afuera era de noche ya, estaba silencioso y por eso sus palabras me alcanzaron con facilidad.

    Bajé la vista al tupper con el pastel, sonreí sin darme cuenta del todo y cuando alcé la vista a ella mantuve el gesto en el rostro. Me había cagado mucho por esto de venir a meterme en su casa cuando sí había gente, pero en la compañía de los niños y el recibimiento de Fanny había encontrado tranquilidad.

    —Fue muy bonito —resolví con sinceridad—. Puedo volver a venir, ya sabes, para no sentir que le mentí a Fanny para que se metiera al baño.

    La estupidez me hizo gracia, solté una risa por la nariz y me incliné en su dirección. Le dejé un beso bastante exagerado en la mejilla, pues porque no era yo si no hacía el imbécil.

    —Muchas gracias por invitarme y por el pastel para mis hermanos. Soñarán con montañas de azúcar hoy.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    La descripción de las habilidades culinarias del pobre Seiichi me arrancó una risa serena. ¿Había dicho que tenía dieciséis? Bueno, yo a esa edad recién había empezado a cocinar, digamos, de forma obligatoria. De pequeña no me enteraba de nada tampoco, sólo había sido cuestión de proponérmelo y adquirir disciplina. La cocina, como muchas otras cosas, podía reducirse a series de pasos a seguir y proporciones a respetar.

    —Si se le mezclan los colores que la calcule por fuera —recomendé, aún ligeramente divertida, y extraje una cucharilla del cajón—. En reglas generales se suelen aplicar siete gramos de sal por kilo de carne, yo le pongo aún menos, y un pollo, en promedio, pesa un kilo y medio. En resumen... una cucharada de estas, pero no colmada, eh, más bien al ras.

    Igual a un adolescente de dieciséis años le importaría tres mierdas conocer a la amiga de su hermano, pero eh, el saludo no se le niega a nadie.

    Una vez afuera, recibí sus ojos y su respuesta me estiró una sonrisa suave en los labios. Él hizo el tonto y me estampó el beso en la mejilla, cosa que me arrancó una risilla, y antes de contestarle nada pellizqué los bordes de la manta en mis dos manos para poder abrazarlo, envolviendo su torso. Lo hice con calma, apoyé el costado de la cabeza cerca de su cuello y respiré profundamente, cerrando los ojos un momento.

    —Ven cuando quieras —ofrecí en voz baja, y mantuve aquel tono—. ¿Recuerdas al niño perdido de la prueba de valor, en el campamento? Te vi con él. Vi la paciencia con la que le hablabas y cómo lo entendías. Por eso te invité.

    Se había sincronizado a la energía de Fanny, había entendido a Lulu y respetado a Danny. Se las habría respondido, pero tampoco hizo preguntas. Sabía que tenía su faceta tocahuevos y que muchas de las cosas que hacía podían considerarse cuestionables, pero también era esto y era real. Me despegué de su cuerpo hasta encontrar sus ojos, le sonreí y le dejé un beso en la mejilla; uno normal, quería decir, no con el teatro del suyo. Presioné los labios y me quedé allí un par de segundos, donde acabé por sonreír.

    I love you, baby —murmuré contra su piel, me reí apenas y volví a abrazarlo—. I really do. Gracias por todo.
     
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    Zireael

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    A Sei debían estarle ardiendo las orejas, pero también tenía que admitir que juzgar sus habilidades culinarias era un poco gracioso en sí mismo. Cuando yo tenía esa edad, hace apenas tres años, mamá todavía conservaba algo de sus últimas fuerzas y hacíamos malabares para cocinar entre ella y yo, e incluso así mamá no era ninguna chef consumada. Sus comidas eran sencillas, pero las hacía con amor y las mías eran, bueno, más para echarle combustible a la máquina nada más. Sei cocinaba con un poquito más de amor y paciencia que yo, quizás porque estaba menos cansado.

    En todo caso, escuché las indicaciones de Sasha con cuidado para pasarle el dato al mocoso cuando llegara a casa. Era posible que no hiciera mucho caso, porque cocinaba bajo la lógica del ojímetro, como una vieja octogenaria o algo, pero a lo mejor el intento nos libraba de otras tiritas de sal con pollo.

    —Anotado. A ver si el tip nos salva de morir de un infarto por exceso de sodio —bromeé dando el asunto por cerrado.

    Afuera, luego de mi agradecimiento y el sincericidio, bueno, algo que se le parecía, ella me abrazó. Apenas noté la intención sostuve el tupper con una mano para poder envolverla bien con la otra y giré la cabeza con tal de poder dejarle un beso entre el cabello, liviano. Recordó al niño de la prueba de valor, así que antes de que terminara la frase comprendí su línea de pensamiento y por qué me había invitado. Sasha confiaba en mí, incluso cuando estuve por irme a la mierda, ahora ella confiaba en mí de una forma en que solo lo hacía mi familia y los mocosos que conocía desde hace más tiempo del que era consciente en realidad.

    De la forma en que lo había hecho Kao.

    Habían pasado años, pero puede que por fin hubiese encontrado mi propia compañera. Esa junto a la que habitar el mundo era menos terrible, menos solitario y agotador, por eso lo mejor había sido que dejara de resistirme a esa verdad.

    —Tremendos votos de confianza haces tú cada día —dije medio en broma, medio en serio y le dejé otro beso en el pelo.

    En casa tenía mis propios niños que cuidar, ya grandes, pero niños a mis ojos. Sei desde pequeño se había paseado por espacios de silencio muy marcados, era callado, serio y poco comunicativo, pero sereno y compuesto para su edad, tanto como se lo permitían las circunstancias. Izu era más enérgico a su manera, pero también ansioso y temeroso como nuestra madre, era bueno, dulce y algo torpe, nos balanceaba a mí y a Seiichi sin darse cuenta. En esas diferencias había aprendido a emparejar energías, a comprender sus personalidades y a respetarlos, puede que por eso ni siquiera preguntara nada. Cada hogar era un mundo y como tal solo funcionaba como podía hacerlo.

    Dejé ir a Sasha cuando percibí sus intenciones de separarse, reflejé su sonrisa y cerré los ojos cuando me besó la mejilla. Su beso fue normal, obvio, pero se quedó allí unos segundos y la sentí sonreír. Lo que dijo después me hizo tomar aire, me regresó a esta idea de los tremendos votos de confianza y cuando me volvió a abrazar la estreché con algo más de fuerza.

    —Y yo a ti, cielo —le dije en voz baja, como si fuese un secreto gubernamental o algo del rollo—. Mucho. Soy yo quien debería darte las gracias por lo que haces por mí.
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Estaba siendo demasiado confianzuda? Sus palabras formaron la duda en mi cabeza y me sonreí, incapaz de encontrar la voz a la cual le importara lo suficiente. En general no me cuestionaba mucho las cosas, no tenía el tiempo ni las ganas, y quizá fuera una de las ventajas de vivir en piloto automático. Creía haber confiado en él desde el principio, incluso cuando no tenía razones y, aún peor, cuando las probabilidades se habían vuelto en su contra. Quizá sólo hubiese sido la necesidad de valerme de un sostén en la mierda donde me había metido, o quizás había tenido suerte y ya. ¿Importaba a esta altura?

    —Me gusta mimarte, ¿no lo dije ya mil veces? —bromeé en respuesta, sin alzar la voz.

    No lo había hecho nunca.

    Le dejé el beso, volví a abrazarlo y recibí su propio voto de confianza. Quizá yo no hubiera querido pirarme como en algún momento lo pretendió él, pero su bagaje era mucho más pesado, mucho más oscuro, y aún así me había ofrecido ayudarme y permitirme ayudarlo. Me había aceptado, eso era todo. Respiré hondo, sentí su brazo estrecharme y hundí un poco más el rostro contra su pecho. Allí, en silencio, mis facciones se comprimieron. Olía a él, pero cada vez que cerraba los ojos también a alcohol.

    So maybe you're a bluebird, darling, tearing through the darkness of my days —murmuré casi sin emitir sonido, casi sin pensarlo, la canción de la abuela.

    La que había invocado dentro del cuarto oscuro.

    No le había dicho nada, ¿y de qué habría servido hacerlo? Era, si se quiere, una suerte de profecía autocumplida. Una parte de mí siempre había esperado que algo así ocurriera, desde cada mirada indebida en la calle, cada silbido y cada obturador de una cámara de móvil en el metro. Había pasado y seguiría pasando. Me quedé en el abrazo, sujetándolo con fuerza, intentando convencerme una y otra vez de que no todos los hombres eran iguales. Que las chispas de esperanza seguían existiendo aquí y allá.

    Por ingenuo y estúpido que fuera.

    Pasados varios segundos finalmente le regresé su espacio, retrocedí y volví a abrazarme a mí misma. Le sonreí, dejándole espacio para que maniobrara con la moto, y fui a la reja. Abrí la puertecilla y la mantuve así, esperando a que pasara.

    —Avísame cuando llegues, cielo —le pedí, y aún a sabiendas de que era una solicitud absurda, también agregué—: Y maneja con cuidado.


    por acá cierro con Sasha, pues uwu Ya te lo dije por wha pero ya que tamos: fue una salita muy bonita y muy wholesome, gracias por rolearla conmigo <3
     
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    Zireael

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    Si a una sola alma le preocupaban las confianzas de Sasha no era yo, no demasiado quería decir, a veces todavía me cuestionaba qué hacía con el motero tatuado y eso, pero acababa por ser indiferente. Si le preguntaba la mierda a cada una de mis amistades todos responderían algo distinto, que pasaba por el simple afecto y nociones de lealtad, era lo mismo. Al final no era tan importante, las amistades se elegían a voluntad.

    Me recordó que había dicho ya muchas veces que le gustaba mimarme y la estupidez me sacó una risa liviana. A ver, eso nadie lo ponía en duda y parecía ser en general una cualidad de su personalidad, venía de la mano con su calidez y su inmenso amor, porque era algo propio de Sasha y punto. Además, era innegable que me dejaba mimar por ella casi hasta el punto de aprovecharme, pero esos eran detalles.

    Me sentía querido, puede que esa fuese la única verdad.

    Cuando la sentí hundirse un poco más en mi pecho afiancé el agarre, le acaricié la espalda con mimo y me concentré en ella, en el calor de su cuerpo, su silueta y todo lo que era Sasha. Quizás no lo dijera a viva voz todo el rato ni me echara a morir, pero me preocupaba el trabajo de mierda donde estaba metida, lo que implicaba y el riesgo que significaba.

    Me preocupaba y con razón.

    ¿Pero qué podía hacer desde afuera?

    Su voz me alcanzó, pesqué algunas palabras en lo que dijo aunque lo hizo muy bajo, pero seguí acariciándole la espalda despacio. Tuve la sensación de que algo estaba fuera de lugar incluso si yo no era dado a los ataques de paranoia y delirios de persecución como otros que me conocía, pero era Sasha. Era Sasha y algo se desajustó en esas palabras, en la fuerza del abrazo y todo lo demás.

    No dije nada, solo la estreché con más fuerza y le dejé otro beso entre el cabello, suave. Me quedé suspendido allí, fue mi manera de recitar el mantra que tal vez todos necesitáramos en ciertos momentos de nuestra vida, uno tan viejo como el miedo mismo. Puede que fuese el equivalente de una magia ancestral, una capaz de pausar pesadillas y desastres de diferente naturaleza.

    Estoy aquí

    Estoy aquí.

    No supe por qué, pero quise quedarme suspendido en ese momento y en ese abrazo, que ella no tuviera que volver a puñetero club ni yo a todas mis manías. Quise no tener que volver a enfrentarme al deterioro de mi madre, a los espacios vacíos de su cabello y las pestañas faltantes, no a sabiendas de que no podía aliviarla. Fue mi momento de egoísmo, un deseo elevado al cielo o una plegaria inconsciente.

    Fue la bengala lanzada al aire.

    Que pronto acabaría ahogada en el océano.

    Retrocedió, pero antes de ir a hacer toda la maniobra para salir alcancé a darle otro beso en la mejilla, uno normal, y le repetí que la quería esta vez en voz baja. Solo así acomodé las cosas, maniobré la moto y salí. Asentí para decirle que le avisaría cuando llegara y por una iluminación divina para cumplirle el pedido, cuando me dijo que manejara con cuidado tomé el casco y se lo mostré un segundo antes de ponérmelo. Era hasta raro usarlo si debía ser sincero.

    —Te mando foto de mis hermanos atragantándose con pastel cuando llegue —dije por la pura gracia y añadí una cosa más antes de salir pitando—. Cuídate, Sashie.

    Usé el apodo de Fanny, esta vez sí lo hice para molestarla, y para cuando me detuvo el primer semáforo todavía iba riéndome por la estupidez. Todavía anhelaba haber congelado el tiempo también.


    aaa yo también te lo dije, pero once again muchas gracias por esta salita <3 fue muy hermosa y me hizo mucho bien al corazoncito, gracias por decirme de hacerla, really uwu
     
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