Microrrelato Princesa Prisionera

Sus besos, su mirada y sus caricias adornaban el cuerpo de ella. La yema de sus dedos le rozaba con delicadeza y suavidad, cada gesto y cada muestra de amor siempre a flor de piel.
Sus ojos verdes se inscrustaron en los castaños ojos de él, cuando ambos quedaron sometidos a un sueño donde solamente se encontraban ellos dos, en un paraíso perfecto donde la tristeza día a día era torturada.

Un día las lágrimas se fundieron con la realidad, aquel hermoso sueño cada momento se veía más difuso..., solamente era una vuelta a la realidad, pero ¿cuán dolorosa debería de ser aquella realidad? La rabia corrió por las venas de su príncipe, provocando que esta fuera golpeada en su bello rostro, cayendo contra el suelo. No derrochó lágrima alguna, sus ojos se mantenían abiertos como platos, confusos y a la misma vez invadidos por el terror. Él se marchó de la desolada habitación dando un golpe con la puerta.

Sí había que destacar que la princesa no era bella como las demás, solamente era una muchacha como cualquier otra. No obstante, para su príncipe ella era hermosa. Su rostro era pálido, sus ojos verdes y sus cabellos largos, rizados, tan oscuros como la noche.
Sentada, desde su ventana, oía el chasquido de la lluvia al caer, escuchaba atentamente el sonido que esta provocaba. Era un paisaje completamente solitario y triste, trasmitía soledad y aflicción. Aún así, ella se encontraba feliz, la lluvia le hacía liberarse de todos sus temores y preocupaciones, olvidar la realidad. Pero esta aún permanecía ahí, fue cuando escuchó el chirrido de la puerta al abrirse. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, tenía miedo, ¡terror!, ni si quiera pudo voltear a ver. Unas manos se acomodaron en sus hombros y ella cerró sus ojos.
-¿Tienes frío? -preguntó él fijándose en como sus manos tiritaban.
-No -respondió ella secamente, sin mostrar ninguna expresión en su voz.
Él le besó lentamente su rostro mientras se disculpaba y la retenía en sus brazos, aún sin notar que era cómplice de la soledad y del terror de su princesa.

Al comienzo de un nuevo día, la joven despertó llorando. Se levantó, aún casi sin poder mantenerse en pie, caminó hasta aquel espejo. Se sentó y observó en él su reflejo, ni con todo el maquillaje podría tapar tantas heridas, y tampoco las nuevas que con dolor recibió aquel día.

Me duele mi cuerpo, apenas puedo caminar y mi vida va cayendo poco a poco. Siento miedo... mucho miedo... Sé que voy a morir, voy a morir. A mi alma se le gastaron las fuerzas para poder seguir tirando de estas pesadas cadenas, de cada insulto, de cada golpe, de cada amenaza...
No me importa, quiero morir.

FIN.