[Pre] (One-shot) El Otro Legado.

Tema en 'Fanfics Abandonados de Inuyasha Ranma y Rinne' iniciado por Asurama, 27 Enero 2011.

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    Asurama

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    [Pre] (One-shot) El Otro Legado.
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    Esto es para los que están enganchados con The Legacy, mi peculiar Inuyasha Fic.



    El oscuro cielo nocturno era iluminado por una inmensa luna plateada y todo estaba silencioso, como anunciando una catástrofe. De pronto, la tierra comenzó a gritar, un daiyoukai había llegado, un daiyoukai en sus pobres tierras, pero aquellos humanos no supieron entender el mensaje.

    Desde lo alto de una colina, él los miró en silencio, en calma, esperando su reacción y muchas siluetas de ojos brillantes esperaban a sus espaldas, con sed de sangre en sus almas oscurecidas por una mancha, con sus ansias puestas en aquellas aldeas llenas de humanos insensibles.

    Los humanos alzaron antorchas y armas de campesino y corrieron tras ellos.
    —¡Largo de aquí, engendros! —les gritaban mientras los perseguían, lanzándoles piedras y flechas.

    Ellos les llamaban engendros, pero aquellos niños de pelo negro azulado eran tan humanos como ellos. Sin embargo, sin ellos saberlo, estaban condenados por su sangre. En sus venas corría la sangre de aquel linaje tan antiguo. Tenían la sangre de Inu no Taishou.

    La niña más pequeña tropezó, cayendo al suelo y el mayor de sus hermanos corrió hacia ella, intentando ayudarla.

    —Natasha, de prisa, levántate —cuando se dio cuenta de la situación, era muy tarde y aquellas personas levantaban espadas sobre ellos.

    Los ojos de los tres niños brillaron de temor y sangre roja salpicó sus caras.

    —¡Hermano mayor! —gritó Natasha, mientras veía a su hermano caer al suelo, con una gran herida en el brazo, que había levantado para intentar protegerse.

    —¡Mueran! —les gritaron los aldeanos.

    De pronto, un viento frío comenzó a soplar con fuerza y ellos se quedaron congelados, viendo las siluetas de aquellas criaturas que habían aparecido de la nada. Un ejército de youkais. Los aldeanos estaban seguros de que esos infames niños habían llamado a un ejército de youkais. Sus pesadillas se estaban volviendo realidad. ¿Qué debían hacer? ¿Atacar? ¿Huir?

    —¿Qué van a hacer con esos mocosos humanos? —preguntó el que venía a la cabeza.

    Era todo blanco, resplandecía como la plata y desde su rostro redondo como la luna, les miraban unos curiosos y fríos ojos felinos.

    —Estos mocosos no son humanos —le gritó el patriarca—. Son engendros que han buscado destruirnos.

    El youkai entrecerró los ojos y permaneció con la vista fija en él.

    El patriarca no supo qué hacer y de inmediato entendió la gravedad de su error.
    —Pe… pero… por favor, no ataquen esta aldea, no tenemos nada… llévense la sangre de estos niños.

    —No queremos la sangre impura —le dijo uno de los youkai.

    Los aldeanos perdieron el control y saltaron sobre el youkai plateado.

    Él levantó una mano, indicando a los humanos, impartiendo una sola orden.
    —Ataquen.

    De inmediato, los youkai que estaban a sus espaldas saltaron, pasando de lado a los niños y cayendo sobre los cuellos de aquellos humanos, arrancándoles miembros y aplastando, cortando cabezas y arrancando las entrañas. La sangre salpicaba por todas partes y los gritos de miedo y dolor se levantaban hacia el cielo.

    Los niños, los miraban desde el suelo, aterrorizados y sin poder moverse. Todos los hombres estaban siendo asesinados. Las antorchas que cayeron, encendieron fuego a los cuerpos inertes y a las cabañas. Las mujeres y niños que se habían refugiado dentro de sus casas comenzaron a correr fuera y los youkai saltaron sobre ellos, sin compasión. Esta era la venganza. El youkai plateado se quedó inmóvil, mientras veía las oleadas de destrucción que causaban sus soldados, algunos semejantes a animales, otros, con sus cabellos rojos y castaños, parecidos a humanos, todos ellos con los ojos dorados que distinguían al clan del Inuyoukai.

    La leyenda de Inu no Taishou cruzaba todas las tierras, un youkai compasivo que protegía a las personas y a otros youkai… pero ninguna leyenda decía completamente la verdad. Ninguna leyenda era capaz de decir lo que Inu no Taishou les hacía a aquellos que lo desafiaban.

    El humo negro se arremolinaba mientras ascendía al cielo con sus mil formas extrañas, formas de criaturas espeluznantes que se cernían como fantasmas sobre la tierra.

    Los youkai soltaron a sus últimas presas, dejándolas caer y volvieron con paso lento y seguro hacia donde estaba su líder. Él los ignoró y caminó hacia los niños, con sus ojos fijos en ellos.

    Los niños parecieron salir del estado de shock, le miraron y se levantaron, todavía muy asustados. Él se puso en cuclillas y los examinó, sus heridas no eran graves. El mayor había sufrido más daño, como su sangre le indicaba, había protegido a sus hermanos. Con un solo toque, la herida fue cerrándose lentamente y el dolor fue desapareciendo. A lo largo de los años, algunos en el clan obtenían la maravillosa capacidad de curar. El niño clavó sus ojos en el arma que el youkai llevaba a la cadera, una espada blanca, con la empuñadura roja, una espada sobre la que giraban muchas leyendas.

    Inconscientemente, estiró la mano y el youkai retrocedió.
    —Tenseiga es una herramienta, no un juguete —le reprendió— y debe ser correctamente utilizada —aquellas mismas palabras que muchas veces había oído cuando era niño.

    —Lo siento mucho, maestro —se disculpó el niño y lo miró con esos ojos oscuros que se parecían a la miel fundida, antes de bajar la vista, avergonzado.

    —Vámonos ahora —ordenó—, su padre está preocupado por ustedes.

    Dos inuyoukai de oscuro pelaje saltaron hacia ellos. Eran jóvenes, de un bajo rango y tenían la altura de una persona y unos colmillos feroces. Sus ojos iban hacia las gargantas de estos niños, que tanto se parecían a los otros humanos, aunque olieran distinto. Se inclinaron y permitieron que los tres niños subieran a sus lomos, mientras seguían a su líder, que ya caminaba hacia el interior de los bosques.

    De repente, un olor extraño los rodeó. Olor de lobo, había lobos en los alrededores y no podían arriesgarse. Él se levantó en el aire y voló por sobre las altas copas de los árboles. Todos los youkai le siguieron, formando una densa nube con youki potente. Todos los humanos que vieran el desfile, huirían, cuando los youkai se reunían en grandes manadas, se preparaban para atacar alguien… o algo.

    Los niños miraron desde lo alto cómo el bosque, las praderas, las aldeas y hasta las mismas montañas iban quedando atrás a medida que ganaban altura. No era común para ellos volar y se sujetaron fuertemente al pelaje de sus escoltas, los perros.

    Habían oído muchas historias y sabía que a los líderes del clan del Inuyoukai se los llamaba “Los Señores del Cielo”, estaban en el cielo ahora, sabían que estaban protegidos.

    El inuyoukai, en cambio, no era tan optimista. Estaba en los límites de sus tierras, casi fuera del Oeste, la presencia de los lobos listos a atacar se lo había indicado. Habían invadido territorio ajeno y había atacado las aldeas, todo por culpa de esos niños. Ellos no representaban esperanza alguna para el clan y nunca traerían al mundo a youkais con la fuerza suficiente, sólo nacerían monstruosidades. Sin embargo, ellos representaban la esperanza para una sola persona.

    De pronto, un lobo negro les salió al paso y nadie pudo evitar asustarse.

    —¿Por qué ayudaste a los humanos? —le recriminó— ¿Qué significan ellos para ti?

    El youkai sólo lo hizo de lado sin mirarle y sus soldados hicieron lo mismo. Estaban saliendo de su territorio, no les debían nada.

    —Akyoushi-sama —murmuró desde atrás una aguda voz.

    El maestro giró con la gracia de su madre y miró a la tímida niña que acababa de salvar.

    Todos los youkai permanecieron en silencio, el maestro nunca se dignaba a mirar a nadie… y menos con esos ojos.

    —Quiero ver a mi padre —gimió la niña.

    Algunos youkai se tragaron gruñidos de protesta.

    El maestro, sin responderle, volvió la vista hacia delante y continuaron su camino. Lentamente se alejaron de las montañas y llegaron hacia un bosque poco frondoso y malo para ocultarse, más abajo, había una aldea humana y desde ahí era visible la curiosa caravana aérea. Como siempre, ese hanyou tenía que escoger los peores lugares para ocultarse.

    Akyoushi miró hacia atrás. Desde allí podía verse aún el humo del incendio, maldijo para sus adentros y giró.

    El inuyoukai se sobresaltó cuando el maestro estuvo a su lado, y lo miró de reojo, nervioso, como si fuera capaz de leerle el pensamiento. Pero el maestro no lo estaba mirando, sino a la niña que iba sobre sus lomos.

    —Natasha —le llamó—, mira abajo.

    La niña miró hacia abajo y vio el resplandor plateado en medio del claro del bosque. Una enorme sonrisa iluminó su rostro. Los youkai se preparaban para descender, pero el maestro les obligó a la inmovilidad. Sólo bajaron tras él los dos inuyoukai que cargaban a los pequeños.

    El hanyou se sobresaltó y los miró.
    —¿Qué les hiciste a los humanos? —reclamó en voz alta, al tiempo que miraba hacia la humareda. El viento le había traído olor a sangre y a carne quemada.

    —¿No era eso lo que querías que hiciera? ¿Qué protegiera a tus vástagos?

    El hanyou le mostró los colmillos, pero de pronto vio a los niños que estaban con los youkai. Los tres bajaron y corrieron hasta él con los brazos abiertos. Él se inclinó hasta el suelo y los recibió.

    Los pequeños gritaban y lloraban.

    —Nunca vuelvan a irse así, ¿lo entendieron? —los regañó fuertemente—. Podían haber muerto, me tenían muy preocupado.

    Después de mirarlo inmóvil, el youkai le dio la espalda.

    —¿Akyoushi-sama? —volvió a llamarle esa aguda voz.

    El youkai se detuvo en el acto y giró nuevamente a mirarla con esos ojos, esa mirada de oro fundido, esa mirada que ni siquiera Kanta entendía.
    El hanyou abrazó fuertemente a los dos niños que tenía más cerca.

    —¿Volverá a vernos pronto? —le preguntó esa aguda voz.

    Hubo un largo silencio.

    —Natasha —le llamó el youkai—, ustedes son partes de Kanta, así como yo lo soy de Sesshoumaru. Permanezcan en su tierra, que es donde deben estar —susurró con un tono calmo y embelezador.

    —Akyoushi —le llamó Kanta y los ojos claros del youkai descansaron sobre su rostro moreno.

    Aquellas palabras eran equivalentes a un doloroso “lárguense y no regresen jamás”. Sin embargo, seguía mirando a la niña con esos ojos extraños, que casi siempre eran inexpresivos. Kanta no tenía idea de lo que su primo estaba viendo en ella, pero era mayor su miedo a preguntar y descubrir algo terrible. Kanta había pasado un tiempo con Akyoushi, demasiado tiempo. Y conocía su mirada de dolor.

    Akyoushi había cambiado mucho. No huía de las dificultades y no era propenso a responder a la agresión, su rostro permanecía impasible y la poca bondad que tenía había ido desapareciendo, tanto como el recuerdo de Sesshoumaru se iba borrando, hasta que se volvió frío e insondable, sin importarle la muerte o la vida de los demás, o eso parecía.

    Se parecía a Sesshoumaru y esos ojos de gato seguían ahí, ahora vidriosos y fríos, muy diferentes a cuando era un niño. Nunca se había podido separar de las reglas del clan, llevaba la armadura de escamas doradas de su padre.

    Había tantas cosas para decir y tantos espacios vacíos. Con la muerte de Inuyasha, se habían abierto tantas grietas, que no podían cerrarse ni salvarse. Inuyasha permanecía dormido debajo de las murallas que protegían en castillo de los guardianes, sin embargo, Kanta no había tenido el valor de regresar, por alguna razón desconocida hasta para él mismo, regresar al Oeste era ahora imposible y encontrar algún nexo, también.
    No había nada que les uniera como familia, ni siquiera el hecho de que ambos llevaran consigo a las Espadas Colmillo, lo único que conseguían era acentuar aún más la diferencia.

    Akyoushi sabía que había quedado junto a Rin, de un lado del precipicio, y Kanta y sus tres hijos, al otro. La tierra estaba cambiando y los youkai empezaban a esconderse. Una parte del legado de esa sangre se quedaría con los seres humanos y se perdería en el tiempo. La otra parte, permanecería lejos, muy lejos. El camino truncado de su vida le había obligado a seguir adelante a grandes saltos, cada vez más lejos de lo que habían sido estos hanyou… que ahora no eran más que humanos indefensos. Kanta tenía que saberlo, aún sin que nadie le dijera nada.

    Se marchó en silencio, dejando atrás aquella extraña familia de humanos, que ya no le concernía. El destino de los espíritus del viento, decía su hermana mayor, era vivir en completa soledad, para siempre, porque el viento no podía atraparse, no podía enjaularse, el viento iba por el mundo, llevando momentos e historias. Así había sido con todos. Él no recordaba un sólo youkai en su pasado que hubiera permanecido rodeado de los demás, todos los espíritus el viento tarde o temprano buscaban la soledad… o la encontraban aún sin buscarla.

    Y Kanta era de los últimos con esta línea de sangre, y su destino, tal vez, sería quedarse solo, aún cuando fuera en parte humano. La vida de quienes le rodeaban se irían apagando como las llamas de las velas con el viento. Ya había perdido a Inuyasha y a Kagome, ya había perdido a Shinju y a Sana… y también…

    Volvió a mirar hacia atrás, aunque ya no los viera.
    —Natasha…

    Ellos, sin saberlo, eran humanos unidos a youkais y la Muerte les seguía los pasos, esperando un descuido para cazarlos. Él la había visto, fría y esquelética, oscura y dolorosa, a través de sus ojos claros. Pero Tenseiga seguía en su cintura, como un adorno inútil, sin haber sido nunca empuñada.

    El camino a casa era largo y la única persona que lo esperaba era Rin. Ella le había esperado a lo largo de los años y habían desarrollado tal conexión que podían hablar sin palabras, leyéndose las mentes y sin la posibilidad de ocultar nada, ningún deseo, ninguna molestia.

    Muchas veces los sirvientes se preguntaban si sentía algo por Rin, pero él no demostraba sentir nada por nadie, no desde la muerte del amo. Era altivo y trataba a los demás como insectos y sólo respetaba a Rin. Él sentía que no le debía nada a nadie, pero a Rin le debía la vida, jamás olvidaría que ella nunca le abandonó. Desde hacía más de cien años, Sana ya no estaba y él no era un reemplazo… pero ahora tenía un lugar, finalmente había encontrado un lugar en el mundo y no lo perdería por nada. Pero para darse cuenta de eso, había tenido que perder otras cosas. De vez en cuando, le parecía que su alma tenía tantos hoyos que parecía un colador. Rin, por supuesto, no creía eso.

    Sin embargo, ella poco habría podido hacer con su enorme amor y compasión. Cuando Akyoushi tomó el lugar de Inu no Taishou, instauró una dictadura muy parecida a la de los Hyounekozoku y cerró toda posibilidad a que alguien entrara a las Tierras, matando a cualquiera que osara acercarse. La sangre corría en forma de ríos a lo largo de todas sus tierras y él se sentaba a disfrutar del espectáculo, mientras esperaba a que el fuego del odio se apagara. Al igual que Sana, él también iba olvidando cuál era el deber principal de un Guardián.

    Cien años después.

    La tierra se volvió silenciosa, cual indicio de un mal presagio. Desde temprano, Rin y Akyoushi miraron hacia las tierras, a la espera de que algo sucediera, pero todo parecía incómodamente normal. No había habido ataques deliberados a los humanos, ni los humanos habían provocado a los youkai, ninguna manada se movía de su sitio, nada era nuevo. Rin le cantaba una historia en voz baja, hasta que la llegada de un guardia de la escuadra de defensa la interrumpió.

    —Maestro —dijo inclinándose hasta el suelo—, en los límites, pronto.

    Rin y Akyoushi se miraron entre sí y él salió a toda prisa, siguiendo al guardia.
    Mientras corría fuera, llamó con una seña a todos los guardias que rodeaban la entrada. Con saltos y rugidos, ellos se pusieron inmediatamente en formación tras sus espaldas. El sol estaba sobre sus cabezas y parecía apresurarlos.

    Cuando Akyoushi llegó hasta el sitio indicado por el guardia, se quedó quieto, impasible. Frente a ellos, de bruces en el suelo, había un hanyou vestido con ropas sucias y viejas, su larguísimo cabello plateado caía como una cascada sobre su espalda y dejaba ver sólo la mitad de su rostro moreno, golpeado. Mantenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad.

    Como sintiendo su presencia, levantó la vista y lo observó. Sus ojos vidriosos sólo veían indefinidos borrones, pero le reconoció por su olor.

    —Akyou…shi… —murmuró con la voz rasposa y entrecortada. Estiró una mano hacia él. La mano cayó y él perdió el conocimiento.

    —Kanta —murmuró el youkai con rostro impasible, con el mismo tono que hubiera utilizado su padre—, en qué estado llegaste hasta aquí.

    Era evidente que había peleado una fuerte batalla, pero no contra sus soldados, que ya lo habían encontrado en ese estado.

    —Maestro, esa cosa morirá pronto —le dijo un sirviente a sus espaldas—, ¿qué quiere que hagamos con él?

    Akyoushi, sin escucharlo, caminó hasta él, comprobó su estado, le dio la vuelta y, ante la sorpresa de todos, lo levantó sobre su espalda, cargándolo como a un niño. Muy pocos de sus sirvientes sabían quién era Kanta, mientras la mayoría le había olvidado o no le había conocido. Era verdad, estaba muriendo y lucía mucho más viejo de lo que él recordaba.

    —¿Qué están mirando? —les espetó a los soldados, mientras daba órdenes de cómo proceder.

    Les pidió que se adelantaran y avanzó a casa a paso lento. Kanta no moriría, no podía permitirlo. Vivirás, le ordenó.

    Cuando llegaron a la casa, Rin salió a recibirlo y se sorprendió de ver a Kanta solo y en ese estado, se ahorró las preguntas y los miedos y ordenó que prepararan pronto un sitio para llevar al hanyou y que así lo ayudaran. Aunque los youkai no estuvieron de acuerdo, obedecieron en el acto y prepararon una vieja, húmeda y fría habitación que había en la parte de atrás. Ahí pusieron a Kanta, parecía que lo hubieran llevado a un sótano.

    Akyoushi entró, los regañó y se lo llevó a su propia habitación, que una vez había sido de su padre. Era la más grande y lujosa y muy iluminada, permanecían barreras alrededor de las paredes, protegiéndole.

    Unos sirvientes vinieron tras él, desnudaron a Kanta y le lavaron el polvo y las muchas heridas que tenía. Quemaron afuera las ropas ensangrentadas y dispusieron de algunas ropas sencillas pertenecientes a otros sirvientes de menor rango. Cuando hubieron acabado, Akyoushi entró y lo contempló en silencio desde la puerta. Kanta aún respiraba con pesadez y lucía pálido, sólo guardó silencio, esperando que se salvara de algún modo.

    Los días lentamente fueron pasando y a la sexta noche de visita, Kanta despertó confundido, con la vista nublada y mirando en todas direcciones a la habitación desconocida, pero a la vez tan familiar.

    —¿En dónde estamos? —preguntó débil, en susurros.

    —Estamos en casa —le contestó el youkai.

    Kanta estaba confundido, creía que Sesshoumaru le hablaba… hasta que recordó que su tío llevaba muerto desde hacía unos doscientos años. Con lentitud levantó los párpados y pudo ver al youkai. ¿Eso significaba que estaba muerto? Entonces, se dio cuenta de que se trataba de Akyoushi y no de Sesshoumaru.

    —¿Cómo llegué hasta aquí?

    —Mi guardia te encontró cerca de la frontera, pasando Musashi —su voz era diferente a la de Sesshoumaru, era una octava más grave—. Casi te convertiste en la cena de mi guardia.

    Eso significaba que había logrado llegar al Oeste después de todo.
    —Estoy en casa —cerró los ojos.

    —¿Qué pasó?

    —La aldea fue completamente destruida… no tuve oportunidad de ayudar… a nadie.

    —¿Y tu familia?

    El silencio fue la respuesta.
    —No levanté mi espada, me negué a hacerlo. No tengo razón alguna para seguir viviendo.

    Akyoushi le miró con superioridad.
    —¿Quieres morir?

    —¿Me matarás?

    La mirada del inuyoukai se congeló y agrietó el corazón de Kanta, ya muy herido.
    —Si la muerte es lo que deseas, pues vete entonces con tu padre y los demás y líbranos de ti. Es lo que te mereces —le dio la espalda, apagó las velas con un movimiento de la mano y salió en silencio de la habitación oscura.

    Kanta lo miró en silencio, le había apagado las luces, ya lo consideraba muerto.

    Cerró los ojos y permaneció dormido, tal vez por horas, hasta que una presencia lo despertó, se trataba de Rin, blanca, como era siempre y le miraba en silencio desde la puerta, tanto que creyó que era una ilusión, un sueño o un fantasma. Ni siquiera pudo pronunciar su nombre.

    —Desde cuando estás aquí —ella era tan silenciosa como una sombra.

    —Le dijiste a Akyoushi que tu vida ya no tenía sentido —él conocía su tono de reproche—. Le heriste.

    —No era mi intención herirle.

    —Perdió a su familia y ahora casi te pierde a ti. Te salvó la vida, te da un techo… ¿y es así como se lo agradeces?

    —Desea que mi presencia deje de molestarles.

    —Él nunca desearía tu muerte, él no es así —se acercó a él y le tocó la cabeza.

    —Eres tan compasiva… —tosió—, incluso con un youkai que olvidó hace mucho lo que significa la compasión por los otros.

    —Eso no es verdad ¿te has olvidado de quién es él?

    —Rin —le costaba hablar, pero quería que ella permaneciera—, él mismo ha olvidado quién es.

    —Él nunca olvidó quién es. Y más importante es que aún sabe quién eres tú.
    Kanta cerró los ojos y una sonrisa fue apareciendo en sus labios.

    —Me alegra saberlo —soltó un largo y pesado suspiro y se quedó quieto.

    Se quedaría allí, para siempre, en el lugar al que pertenecía, en el clan al que pertenecía, en el lugar en donde estaban sus ancestros, la tierra que le había esperado siempre y que finalmente le abrió las puertas.

    ¿Fin?
     
  2.  
    surisesshy

    surisesshy Usuario popular

    Escorpión
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    La verdad, tu otro fic me tiene enganchada, pero aun no me he atrevido a comentar, me gustan muchos tus escritos y me he leido bastante de ellos.

    Este one-shot estubo genial, muy profundo, algo que siempre caracteriza a tus fics, ademas de la tristeza y las emociones fuertes, yo soy una romanticona sin remedio, pero aun así tu estilo me ha enganchado, en este one-shot se me ha venido muchas cosas a la cabeza, como la posibilidad de que Sessoumaru o Sana mueran en el otro fic, viniendo de ti y habiendo leido ya gran parte de tus historias, no me sorprenderia, pues veo que no eres muy amante a esos finales tan cursis llenos de alegria y que son tan trillados.

    Me gustó la forma en que manejaste las persoanlidades y las situaciones, al leer las parte en que akyoushi esta junto a Natasha me pareció como si fuera Sesshy con rin, cuando esta era pequeña, fue muy tierno, a su manera, tambien el final me gustó mucho, aunque casi lloré por la muerte de la familia de Kanta, pobre, no se lo merecia. Me gustan mucho tus fics, por favor, no descuides a "The Legacy" espero algun otro escrito tuyo, byes.
     
  3.  
    Whitemiko

    Whitemiko Usuario común

    Virgo
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    T.T, me encantan tus escritos!!
    me dejaste congelada con la revelacion de que ambos se quedaron solos,
    eso es muuuy triste, a pesar de ello no puedo dejar d leerlo!
    son excepcionales, y me capturan indudablemente
    espero saber pronto de tus fics!!
    XOXO
    bye!!
     
  4.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
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    Título:
    [Pre] (One-shot) El Otro Legado.
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    Obedeciendo a mi estilo clásico, la historia con final incierto, tirando a trágica.

    The Legacy aún tiene muchas sorpresas para aquellos que tengan la constancia de esperarme. La verdad, detesto cuando los "críticos" embolsan los fics en estilos tradicionales, "trillados", repetidos, casi clisé. Mientras creaba, me decidí por hacer algo que no pudiera englobarse en lo "tradicional", quería algo original, dentro de los parámetros que me permitiera el fandom. Que aparecieran mis OC, pero sin robarse el protagonismo de los originales de Rumiko-sama.

    Muy a mi pesar, los descendientes del Clan Inu tomaron vida propia y propias personalidades, diferentes a las que yo había creado en un principio, se mezclaron en la vida de los originales y se volvieron Uno. Sencillamente, una historia debe disfrutarse como Uno, pero al principio temí por que nadie lo disfrutara a causa de mis OC, siempre temí pasarme de límite y olvidarme de los originales.
    Por eso, recurrí a una serie de elementos de la historia, que conforman parte de esa Tierra Media que creó Rumiko-sama y la describo tal cual la vi en el manga.

    Akyoushi es uno de mis OC más queridos y creado originalmente para convertirse en un regalo a Pan-chan. Me alegra que otros puedan disfrutarlo también y me alegra saber que el número de lectores poco a poco se incrementa ¡significa que no escribo tan mal!

    Los veo en The Legacy
     
  5.  
    yulisesshy

    yulisesshy Entusiasta

    Escorpión
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    Me gusta mucho "The legacy" aunque todavia no termino de leerla, me encanta tu estilo y tu forma de narrar, pero lo que más me encanta de todo es que tus fics son un mundo diferente, a diferencia de otros, no es fácil averiguar que va a pasar, como es el caso de este, manejas cosas que son de la realidad, que hasta la familia del protagonista puede morir, que cualquiera puede haserlo y que cualquier cosa puede pasar, es esa conección con la realidad que me tiene cautivada.

    Este fic es uno de esos ejemplos, no siempre las cosas tiene que terminar con un gran final feliz, me gusta como manejaste las personalidades, sera OC, pero es de muy buena calidad, me gusta la personalidad de Akyoushi y como demuestra su interes por las personas, tambien como manejaste los sucesos, es diferente y no es trillado, con esto, te has ganado a una seguidora y fan tuya, me alegra que todavia existan ecritores como tú, sin temor a probar algo nuevo, me gusto mucho el One shot, esperare otro de tus escritos y le seguire la pista a tu otro fic. byes.
     
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