Playa.

Tema en 'Isla' iniciado por Insane, 10 Abril 2019.

  1.  
    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Alexander Purchinov


    — ¿Razón? hay tantas, he odiado y he sido odiado por muchas personas en todos mis años... podría ser algún familiar de los que asesine estando el ejercito, podría ser alguno de los que pise para llegar a mi puesto, incluso los otros postulantes para las elecciones de este año, o los bastardos de mi Partido en cuanto se dieron cuenta que yo y ellos no teníamos las mismas metas, es lo malo de transitar el camino para convertirte en figura pública, todos se enteran de tus trapos sucios y pueden despreciarte sin tu saber siquiera quien diablos son. Mucha gente me quería muerta, nadie me quería en casa...

    Me quede observando un rato la costa, las nubes, ¿Siempre había tenido tanto color el mundo? no me había dado cuenta antes, nunca tuve tiempo para apreciar a mi al rededor estando encerrado en mi mismo. Coloque mis brazos cruzados y camine un poco por la orilla, admirar el escenario completo.

    — Mis chicas deben de estar bien, por allí escondidas ya o revisando las zonas, dudo mucho que decidieran quedarse en el lugar de donde partí durante mucho tiempo, deben pensar que estamos matándonos a golpes como salvajes tu y yo, pero la verdad me gustaría terminar esto de la forma mas pacifica y humana posible. No quiero que encuentren mis restos despedazados por las granadas en toda la arena ni que rebusquen entre los pedazos a ver donde puede estar mi gema, supongo que lo mismo te pasa... las mujeres son peligrosas, basta solo un momento para que termines haciendo locuras por ellas... como esto, por ejemplo.

    — Y tú joven camarada ¿Qué crees tú que causo tu llegada a este recinto?
     
    Última edición: 30 Abril 2019
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  2.  
    Reual Nathan Onyrian

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    Andrea Dalcorvo


    ¿Matándonos a golpes como salvajes? Vaya, vecchio, le debes haber dejado una muy mala impresión de ti si crees que ellas están pensando eso en estos momentos. Además, no creo que sepan que estamos aquí los dos, la verdad. Y creo que el hecho de que no te atacara apenas te viera indica la forma en la cual yo quiero hacer esto.— dije, con el cigarrillo en la boca, mascándolo.

    Me quedé un rato mirando las olas y apreciando su murmullo. Cada tanto podía escuchar el sonido de una gaviota chillar a los lejos, lo suficiéntemente escondida como para que mis ojos no llegaran a captarla. Envidié su libertad, su capacidad de volar, de poder alejarse de allí. Me preguntaba si también iba a poder hacer lo mismo, una vez que mi corazón dejara de latir, y el murmullo de las olas se perdiera para siempre de mis oídos. Suspiré antes de contestar.

    — ¿Io? Eh, no asesiné a nadie, tampoco tenía muy malas juntas, porque literalmente no tenía juntas. Pero si le arruiné la vida a mucha gente, la verdad. Gente que se lo merecía, quiero creer. Empezó simple: parejas infieles, hurtos menores, adolescentes que se fugaban de casa, incluso mascotas extraviadas. Luego pasamos a temas más importantes, como ya robos de bienes valiosos, fraudes, secuestros, desapariciones y hasta asesinatos. La carrera de investigador privado te muestra muchas cosas de la naturaleza humana que uno no estaría muy dispuesto a verlas de forma voluntaria, la verdad.— dije, mirando hacia el frente.

    Volteé mi cabeza hacia atrás, hacia el bosque. Aisha y Morgan probablemente ya habían llegado hacia el edificio viejo de comunicaciones, y seguramente ya estaban o descansando o trazando algún plan, si es que había llegado a conocer a Morgan lo suficiente. Una parte de mí tenía ganas de volver, la verdad. Uno se acostumbra mucho a la presencia de otras personas cuando tu vida depende mucho de ellas, sinceramente.

    — ¿Tú tienes familia o alguien esperándote en el otro lado, vecchio? ¿Alguna razón que te mantuvo peleando todo este tiempo? ¿O solamente era el simple deseo de vivir el que te impulsaba a estar dispuesto a matar? ¿Y qué fue lo que hizo que cambiaras de opinión en cuanto todo eso?— cuestioné, mientras lo estudiaba con la mirada y veía sus reacciones a medida que formulaba las preguntas.— ¿Acaso...encontraste aquí a tu familia?
     
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  3.  
    El Calabazo

    El Calabazo Y dime, ¿Quién soy yo?

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    Alexander Purchinov



    — Gente esperándome... a estas alturas ya mi partido debe haber tomado a otro para seguir en la carrera, mi asistente debe ser la asistente de ese otro... no, no creo que quede nadie esperándome fuera de esta isla, ya no al menos. En parte, a principio era porque me gustaba la emoción de volver a tener un arma en las manos, el herir a las personas, ¿llegaron a ver una persona derretida en uno de los edificios? je, ese fui yo liberando estrés.

    Me acaricie la cabeza y me tire a la arena, me quite los zapatos y las medias y me senté cerca de donde terminaba de llegar el agua contra la arena con las olas, apoyando una mano en la arena mojada y con la otra jugando con las tres bims que había traído.

    — Al principio... era solo yo, creí que era yo contra el mundo, utilice y engañe a dos niñas, comí con ellas, cuide de ellas, a una la mande a casi morir... no sé en que punto las deje entrar en mi cabeza, no sé en que momento las deje de ver como cosas y se convirtieron en personas... no tengo parentesco con ninguna de ellas, soy un hombre viejo ya. Supongo que si hubiera tenido hijas, seguramente serian parecidas a esas dos...

    — No hace falta que me observen tan atentamente, si hubiera querido hacer esto de la forma indecente, ya la hubiera hecho desde el primer momento. ¿Las bims? solamente un medio para el final, nuestro final. Tú tampoco pareces muy partidario de la zona hogareña ¿dejaste a alguna mujer allá afuera sin saber nada de ti? exceptuando a tus compañeras, claro, yo también fui joven alguna vez y por los cadáveres que rondan esta isla y lo que llegue a ver en el helicóptero, entre tus compañeras debe haber al menos una con las hormonas bastante revueltas...

    Suspire por un momento y sujete la arena en mi mano, tan áspera, tan fría y cálida a la vez, las gaviotas revolotear y chillar mientras surcaban y caían en picada contra el agua para atrapar peces, todas cazando juntas y a la vez solas. La brisa marina revoloteando sin miramientos de un lado a otro, ya no hacia falta ver al muchacho, con la muerte sobre la espalda y su reloj en la mano solamente era cosa de vivir el momento.

    — Entonces dime chico, ¿ya podemos finalizar esto?
     
    Última edición: 1 Mayo 2019
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    Reual Nathan Onyrian

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    Andrea Dalcorvo

    "En parte, a principio era porque me gustaba la emoción de volver a tener un arma en las manos, el herir a las personas, ¿llegaron a ver una persona derretida en uno de los edificios? je, ese fui yo liberando estrés."

    Eh, no te puedo culpar por nada.— dije, encogiéndome de hombros.— Yo utilicé el cadáver de uno de los hombres que matamos para hacer una fogata. Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.

    Me quedé mirandolo mientras seguí hablando, estudiándolo. Lo observé mientras hablaba de como sus compañeras habían entrado de alguna manera dentro suyo, se habían hecho un hueco. ¿Hijas, eh? Así que sí habías encontrado a tu familia aquí, gradulón. Sonreí levemente, mientras pasaba mi vista hacia el horizonte. En cierta manera, me había pasado algo parecida. No mi familia, no era algo tan cursi. Pero sí había encontrado personas especiales en esta isla perdida. Quien pensaría que hubiera tenido que irme a morir a una playa casi desértica para poder encontrar todo eso. Extraño la verdad que sintiera todo esto, teniendo en cuenta las experiencias pasadas que tenía con la gente. Solté una pequeña exhalación al escuchar la pregunta de mi acompañante.

    Mi mente se dirigió hacia mi hogar, lejos de aquella isla. Hacia las únicas personas que podrían siquiera pensar en extrañarme. Levanté la mirada al cielo, mientras mordisqueaba el cigarrillo, y sentía su sabor a tabaco. Recordé ambos rostros, sus expresiones, y volví a sonreír levemente.

    — Sí, supongo que hay una mujer que me espera en casa. No en el sentido que tú crees, la verdad. No recuerdo la última vez que estuve en pareja, sinceramente. Pero supongo que estará preguntándose porque no fui a la oficina todos estos días.

    Volví a recostarme en la arena, contemplando el cielo despejado, dejando que el sol me cegara. Se sentía muy bien el calor sobre mi piel.

    >> ¿Quiéres irte ahora? Haz lo tuyo, si quieres. Yo prefiero esperar hasta el atardecer. Me acaban de delegar el tremendo poder de controlar cuando moriré, así que quiero utilizarlo como se me de la gana.— recordé algo, y me puse a rebuscar entre los bolsillos.— Ah, cierto, casi me olvido. Si no quieres darle un espectáculo macabro a tus compañeras, puedes utilizar esto. Sé que si te arrancas el radar, tu pulso se detendrá. Pero solo se puede escarbar lo suficiente con una herramienta de metal. Puedes usar esto, si quieres. Luego lo recuperaré.

    Le extendí el abrelatas, mientras seguía mirando el cielo. Eh, a la mierda. Saqué el encendedor, y prendí el cigarrillo que tenía en la boca. A mis pulmones no les iba a interesar si fumaba tres paquetes o un cigarrillo más. En cuestión de horas dejarían de funcionar.
     
    Última edición: 3 Mayo 2019
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    El Calabazo

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    "¿Hijas, eh? Así que sí habías encontrado a tu familia aquí, grandulón. "

    — Mis...¿hijas? es una linda forma de verlo, gracias por ello chico. — Voltee a verlo, le sonreí, me levante de donde estaba sentado en la arena descalzo y tome mis zapatos y los deje allí donde no fueran arrastrados por el agua. Una pequeña insignia para que otros supieran que existieron personas en este lugar si esto se volvía a repetir, cuando volviera a repetirse...


    Yo he visto cosas que ninguno creería, Atacar pueblos en llamas mas allá de Ivángorod. He visto los cielos brillar con la flama de aviones y
    helicópteros cayendo en la oscuridad cerca de las personas. He visto el amor en cara de personas que jamas imagine. Todos estos momentos que pase se perderán en el tiempo, como lagrimas en la lluvia, como castillos de arena desmoronados por las olas y el viento. Es hora de morir.


    Camina en dirección al chico y lo tome del hombro, mientras miraba detrás de mí por ultima vez — Yo me voy primero — suspire y empece a caminar en dirección al mar abierto, levantando mi mano para que viera las tres granadas moviéndose entre los dedos de mi mano.


    Ya he roto las reglas del dueño de la isla una vez, hacerlo una vez mas no cambiara nada. ¿Quien me ha de negar morir bajo mis reglas?.


    En el mundo real me perdí a mi mismo hace mucho, mucho tiempo, pero ellas me salvaron. Ellas salvaron mi vida y es en estos últimos momentos donde amo sus vidas con mas intensidad que nunca, ellas salvaron mi vida, no la de cualquier otro, mi vida. Ya lo único que me quedaba por responderme era a donde voy o cuanto tiempo me quedaba con ellas... Todo lo que queda ahora, es seguir caminando y morir, morir para que ellas puedan vivir.


    Cuando me di cuenta que ya estaba lo suficientemente profundo y el agua alcanzaba llegar mas arriba de mi estomago, sonreí viendo al sol frente de mí, active cada una de mis tres granadas encima sujetándolas contra mi.


    Fue... una buena vida.



    - Alexander Purchinov... ha finalizado su historia. -
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Andrea Dalcorvo


    Suspiré, mientras veía como el sol descendía por el cielo, para besar al mar y hacer que este se sonrojara, tiñendo su superficie de un hermoso color anaranjado que acariciaba el alma. Inspiré, acaparando todo lo que pudiera del aroma salado a libertad que soltaba el océano. Una libertad que iba a experimentar dentro de poco, y para toda la eternidad. Levanté el torso y acaricié la arena, sintiendo la textura en mis palmas. Estiré mi rostro hacia el sol, dejando que sus rayos me acariciaran de la misma forma que lo hacían con el mar. Quería llevarme todas esas sensaciones al otro lado, porque sabía que nunca más las iba a poder experimentar.

    Al final, me incorporé, sacándome la arena de encima. Me di media vuelta para alejarme, pero giré la cabeza, y contemplé su cuerpo, hundiéndose en el mar de a poco. Apreté los labios, exhalando al final. Me rasqué la nuca, y volví sobre mis pasos. Me puse de rodillas en la arena, y comencé a excavar en esta, haciendo un hueco. Las partículas de roca se me metían bajo la uña, y hacían que la sangre brotara levemente de mis dedos. Sin embargo, seguí excavando, sin que me preocupara absolutamente nada de lo que ocurría a mi alrededor. Alcancé una profundidad que creía aceptable, y me volví a dirigir hacia el cuerpo de Alexander, para tomarlo en brazos. Lo enterré parcialmente, para luego tirarle arena encima. Tomé su zapatos y el cristal, y los puse encima de aquella tumba improvisada. Miré alrededor, decepcionado. La verdad que papel y lápiz me vendrían bárbaro en estos momentos. Suspiré y me volví a agachar, para escribir en la arena. "Estoy seguro de que ustedes hubieran querido enterrarlo, pero no podía dejar que las gaviotas se hicieran dueñas de su cuerpo. Sugiero no desenterrarlo." Esperaba que el viento o la marea no borrara el mensaje, sinceramente. Al menos, el vecchio se merecía un entierro digno. O lo más digno que podría darle, en especial con la muerte que había sufrido. Y pensar que le había dado la posibilidad de morir sin tanto dolor.

    Me alejé varios metros de allí, por la orilla, mientras mis pies eran bañados cada tanto por las olas que tímidamente se acercaban a besar la arena de la playa. El lugar era grande, y no quería sinceramente que los dos grupos sobrevivientes estuvieran demasiado cerca cuando fueran a buscar todo. No tenía demasiados deseos de que comenzaran a atacarse así nomás, encima sobre nuestros cuerpos. Un poco de respeto por los muertos no vendría mal, la verdad.

    Me quedé con las manos en los bolsillos, mientras el viento mecía mi cabello completamente desaliñado y despeinado, enredándolo todavía más de lo que estaba. Le di una última calada al cigarrillo, y arrojé la colilla al mar, mientras dejaba que el humo se escapara de mi boca de forma suave y controlada. Inspiré una vez más, mientras cerraba los ojos, y dejaba que el suave murmullo de las olas me transportara. Al final, los abrí, y miré hacia el cielo, que se teñía de hermosos colores anaranjados y violáceos, con las nubes como retazos de algodón reflejando la luz del astro moribundo, dándole a todo el paisaje un toque paradisíaco.

    — Bueno, al final estamos solos, supongo.— dije, al viento.— Aunque eso es bastante relativo, teniendo en cuenta que al parecer todos los inversores de esta locura están presentes. Supongo que eso significa que no es la primera vez que este "torneo", por decirle de alguna manera, se celebra. Y tampoco debe ser la primera vez que le dan a los condenados a punto de morir una chance para expresarse. ¿Quién diría que esto terminaría así, no? Todas las noches que estuve aquí, soñaba conque nos veríamos frente a frente de nuevo, y podría partirte la cara. Y lo más probable es que ahora estén esperando deseosos que quiebre en la desesperación y en el llanto, pidiendo por favor que las cosas cambien de alguna manera, o incluso de que los ensarte con una parva de insultos finamente construidos y mordaces. Estoy seguro de que eso los deleitaría a todos.

    >> Pero no lo voy a hacer por dos motivos. Una, que seguramente ya todos están demasiados acostumbrados a los insultos debido a que sus madres se los decían a diario desde que habían nacido, por lo que no tendrían ningún efecto en ustedes. Y el segundo, es que, en verdad...quiero agradecerles. Debe ser raro escuchar palabras de agradecimiento en estos momentos, en especial dirigidos a ustedes. Pero sí, todas las palabras que me quedan son de agradecimiento.

    Hice una pausa, mientras tomaba aire, con las manos en los bolsillos.

    — Debo darles gracias, porque gracias a todo esto, fue que pude conocer a personas muy...especiales. Conocí a una bambina de ojos grises, inestabilidad emocional, un cuerpo atlético, y un fuerte deseo por recuperar su vida y poder ser ella misma. A una ragazza de ojos violáceos, de mirada seria y estoica, ácida como ellas sola, que tenía muchas ganas de volver a casa, porque tenía que cantarle a su hermana. Y a un vecchio capaz de cambiar su forma de ser por dos niñas, y de dar la vida para que ellas puedan seguir conservando las suyas.— dije, mirando hacia atrás, hacia donde había quedado enterrado el cuerpo.— Gracias a ustedes también pude ver a las personas como algo más que objetos de trabajo, después de tanto tiempo. Gracias a ustedes pude pasar una de las mejores noches de mi vida, alrededor de un cadáver en llamas, en una noche tranquila, con una bella canción de fondo.

    A medida que iba hablando, las lágrimas comenzaban a recorrer mi rostro. Ya las dejé escapar. No tenía ningún sentido intentar evitarlo. Ya no. Volteé mi cabeza hacia el bosque, como intentando buscar algo. Algo que mi vista no podía encontrar.

    >> Y fue gracias a ustedes que ahora estoy aquí, abandonando mi vida por alguien más. Fue gracias a ustedes que pude convertirme en una mejor persona, por decirlo de alguna manera. Que pude hacer orgullosa a alguien particular, que quedó en casa. Y fue gracias a ellas que pude volver a sonreír de nuevo. Sonreír de verdad.

    Tragué con cierta dificultad, el nudo en la garganta complicando las cosas. Observé mi muñeca, con aquél extraño radar incrustada en ella, que emitía pequeñas pulsaciones debido a la comunicación que mantenía con todos ellos. Miré el abrelatas y suspiré, para calmarme y reunir fuerzas por lo que estaba por hacer. Fui acercando lentamente la hoja a mi carne, tembloroso, y con un gesto de dolor, de a poco la fui hundiendo en ella, viendo como la sangre brotaba y me calentaba los dedos. Cazzo, esto era mucho más complicado de lo que parecía. Tuve que frenarme en un momento, para volver a tomar aire y reunir energías. En ese momento, pude notar algo por el rabillo del ojo.

    Alcé la cabeza, extrañado, y mis ojos se abrieron de par en par, tan grandes como platos. Las lágrimas volvieron a desbordarse por mi rostro, pero estas no eran de dolor o tristeza. Simplemente, eran lágrimas de alivio. Alivio ante la visión que tenía ante mí. Sobre el mar, agarrados de la mano, y haciéndome señas para que los siguiera, se encontraban mi padre y mi hermana. Y por segundo vez en ese día, volví a sonreír. Con calma, tomé el abrelatas, y con un movimiento rápido, me arranqué el radar. Al momento, pude sentir como mi corazón se detenía, y mi cuerpo se desplomó sobre la arena.

    Cualquiera que se acercara al cuerpo podría divisar aquella extraña gema a un costado, cubierta de sangre. Y en el rostro del muchacho, podía verse una cálida sonrisa adornándolo, los ojos cerrados, las facciones en paz. Porque al fin, el joven había vuelto a casa.
     
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