Ziro Allen Todo lo dicho por Monokuma y sus acciones me habían dejado completamente helado. ¿Viaje de asesinato escolar? ¿Matar a alguno de nuestros compañeros para salir libre de esta isla? ¿Ejecuciones? Miré a los demás con cierta preocupación, sintiendo como mi rostro comenzaba a palidecer si es que eso podría ser posible, preguntándome si acaso alguno de ellos podría considerar esa idea solo para salir de esta isla. Yo... realmente podría optar por intentar vivir de una forma tranquila aquí, nadie tenía la culpa de la situación vivida, ¿no? Todos podríamos vivir bien, ¿verdad? Cuando finalmente se retiraron ambas personalidades se esfumaron me obligué a aclararme la garganta para intentar salir del estado de incredulidad en el que estaba, ahora entendía porque había tantas armas en el super mercado. —Yo... encontré walkie-talkies para que nos comuniquemos todos... —dije una vez que me había colocado frente al grupo, dejando la bolsa en el piso y sacando las par de cosas que había tomado extra —. Creo que es buena idea que lo tengamos.
Karen Foster Luego de aquel espectáculo, decidí apagar la cámara. Había tomado fotos de la pelea entre Monokuma y Usami sólo para hacer algo mientras intentaba no pensar en lo que estaba ocurriendo. Pero ahora, cuando todas las cartas habían sido puestas sobre la mesa y la verdad de nuestro destino había salido a la luz... ¿Qué sería de nosotros? Por supuesto que me inclinaba ante la idea de vivir en paz en la isla junto a los demás, ¿pero qué tan feliz podía ser para mí? ¿Debía resignarme a fotografiar este mismo escenario una y otra vez hasta el final de mis días? ¿El asesinato era la única forma de escapar de aquí? <—Yo... encontré walkie-talkies para que nos comuniquemos todos... Creo que es buena idea que lo tengamos.> Antes que los demás reaccionaran, me acerqué hasta el chico y tomé uno de los aparatos. Él tenía razón, era una buena idea mantenernos comunicados hasta que alguien decidiera que ya había tenido suficiente de este lugar. —Gracias. Creo que iré a comprar mi habitación ahora, me siento un poco cansada.
Joseph Monroe ¡Excelente! Todo ese espectáculo con ese rechoncho oso de peluche no hacía mas que afirmar mis sospechas sobre la isla, el hecho de que no hubiera ningún transporte era ya de por si sospechoso, y mas en una isla en medio de la nada, si ese oso era la mente maestra de todo esto, había elaborado muy bien el juego psicológico, por que si teníamos que matar para salir de este atolladero, mas temprano que tarde alguien cedería a la presión que suponía escapar de la isla o quedarse sin mucha esperanza. Y no solo eso... ¿En serio estábamos en una isla nombrada tras el poema mas famoso de Lewis Carroll?... ¡Con razón esto era una cosa de locos! Bueno, matar gente y salir impune... No me sorprendía del todo, parecía algo salido de alguna película de terror, pero en la vida real, sin contar que todo este lío pondría a prueba la cordura de todos nosotros, cualquiera que tuviera un mínimo de inestabilidad era potencialmente peligroso así que andar con precaución era un imperativo. Lo mas impresionante, tal vez mas que el hecho de que estábamos en medio de la nada en un todos contra todos, era que ese oso, Monokuma, le había dado una reverenda paliza a Usami, que al parecer ahora respondía al nombre de Monomi, como si tuviera síndrome de personalidades múltiples, siniestro, pero misterioso a la vez. Monokuma había fallado en intimidarme y asustarme si era sincero, pero la sensación de incomodidad que sentía ahora no tenía precedentes, me daba ya de por sí si perdería la vida, ya había pasado por mucho, además, era mejor que estar atrapado sin salida. Me limité a encogerme de hombros y pues, retirarme a la habitación en el hotel que se me pudo haber asignado
Ziro Allen Nuestra fotografa fue la primera en acercarse a tomar uno de los walkie-talkies de la bolsa que tenía, le sonreí como respuesta y me despedí cuando avisó que se iba a ir a su habitación a descansar, luego miré a los demás y esperé un par de segundos para ver si alguien más se animaba a tomar alguno pero... pareciera que eso daba igual, o tan siquiera eso demostraba el chico que ni siquiera se había tomado la molestia de presentarse cuando estuvimos dentro del salón. ¿Tendría alguna clase de problema o es que simplemente la vida a su alrededor daba igual? Después de un tiempo, suspiré y miré en dirección al hotel, quería ir a mi habitación para dejar las cosas de playa y dulces que había tomado de la tienda —Les dejaré aquí los walkie por si quieren tomarlos después, quiero ir a dejar esto a mi habitación así que... los veré mas tarde. —Alcé mi mano para despedirme de ellos para dar media vuelta y encaminarme a mi habitación.
Adam Valenti De modo que esto se trataba de una suerte de juego macabro. El oso llamado Monokuma había revelado que nuestro encierro en la isla tenía como fin provocar la desesperación entre los presentes. Carente de sutilezas, aquel ser nos invitaba a asesinar a uno de nuestros compañeros de clases, ya que era la única manera de alcanzar de nuevo la libertad y recuperar las vidas que dejamos atrás. Pero en mi caso, la nueva vida de la Academia y la rutina de la guerra, salvo por las comodidades, no presentaban diferencia entre sí. En ambos casos existía el peligro de que la muerte nos sorprendiese de la mano de otro u otros seres humanos; de nuevo tocaría estar alerta a los movimientos del entorno, al comportamiento de las demás personas. Y defenderme. Porque si algo tenía claro, era el hecho de que no cometería asesinato para irme de la isla. Inevitablemente, volvía a estar en medio de una guerra, por lo que daba igual si me hallaba en la Isla Jabberwock o en la otra punta de la tierra. Yo… no soy de ningún lado. Por eso, da igual dónde me encuentre. Tomé uno de los Walkie-Talkies que había encontrado uno de los chicos. Debía reconocer que había tomado una buena decisión al permitirnos acceder a algo que nos permitiera comunicarnos dentro de la isla, pero no por eso iba a ser automáticamente confiable a mis ojos. Tras mirar al resto de los estudiantes, mis compañeros, preguntándome quién sería el primer asesino, me retiré de la playa. Nos aguardaba una larga, larga vida en la isla. A menos claro, que alguien cayera en la desesperación más pronto de lo pensado.
Alethea Ethans No parecía haber acertado y, ahora que lo decían, es cierto que la primera regla parecía algo extraña. Y Nagito lo confirmó: si en la norma ponía que no se podía excesiva violencia es porque se podría hacer otra y eso era verdaderamente preocupante. Guardé el manual en mi bolso y observé como Usami actuaba mucho más nerviosa que nunca tras escuchar la pregunta. Así que la habíamos pillado, ¿eh? Era obvio que había gato encerrado y era muy difícil engañar a unos adolescentes como nosotros, que éramos considerados los mejores de un campo. No éramos tontos, eso desde luego. Pero en ese momento, todo se tornó mucho más inverosímil, como si aquello fuese alguna especie de sueño o película. El cielo, brillante y sin ningún atisbo de nube u oscuridad en él, se volvió oscuro, haciendo que nos extrañásemos. Algunos, entre los que me incluyo, sentimos un terrible escalofrío. Aquellas no eran nubes de tormenta pero no anunciaban nada bueno. ¡Yahoo! ¡Hola, hola a todos! ¿Me habéis extrañado? ¡Apuesto a que sí! Todos nos giramos hacia la voz proveniente de algún lugar, observando como otro peluche hacía acto de aparición tan misteriosamente como lo había hecho Usami. ¿De dónde demonios salían esos robot o lo que fuesen? Me crucé de brazos, en un inútil intento de taparme y sentirme más protegida en el peor de los casos. Pero no aquello no podría protegerme de todas las noticias que atacaron mi cerebro sin descanso alguno. El tal oso se llamaba Monokuma y se auto proclamaba hermano mayor de Usami, aunque ésta lo negaba; descubrimos que Usami en realidad se llamaba Monomi y tenía un aspecto muy distinto, además de que parecía mucho más indefensa y débil delante de Monokuma... llegué a sentir verdadera lástima por ella. Pero lo peor... sin duda alguna, lo peor fue cuando Monokuma nos dijo el verdadero objetivo de aquel viaje. Asesinar a alguien sin ser descubierto. Eso... tenía que ser una broma, ¿verdad? Una cámara oculta o algo por el estilo, ya no podía ser verdad. ¿Unos adolescentes atrapados en una isla perdida cuyo objetivo es matar a un compañero y no ser descubierto para así poder escapar? Y si no hacíamos eso... ¿nos quedaríamos encerrados para siempre? No supe como mis piernas siguieron aguantando mi peso. Miré a mi alrededor con cuidado. No tenía por qué desconfiar del resto, parecían tan sorprendidos como yo, pero... tampoco podía confiar. Había visto a uno de ellos con un arma... la oferta era muy tentadora. No sabía ni si yo podría soportar la presión. Cuando todo se calmó un poco, respiré hondo, intentando recuperar la tranquilidad, aun cuando ésta había desaparecido de mi cuerpo tiempo atrás. —Yo... iré a mi habitación a descansar... —murmuré a los pocos alumnos que quedaban por la playa. Recogí la bolsa con los objetos que había cogido de la tienda, por simple inercia pues no pensaba poder disfrutar de aquel viaje en ningún momento, y me alejé, arrastrando los pies en dirección al hotel donde estarían nuestra habitaciones y objetos.
Allan "Crow" Jordan De pronto, aquel oso apareció y todo se volvió muy diferente. El ambiente se tensó, y las palabras del tal Monokuma resonaron en el aire: "el viaje de asesinato escolar"... ¿matarnos entre nosotros? Bah. Como si alguien fuese tan estúpido para hacer algo así, matar a un compañero sin motivo y sin obtener un beneficio de ello. No es como si la vida de otros fuese especialmente relevante para mí, pero desde luego, soy un ladrón, no un asesino... yo robo, no mato, claro. Al menos de momento. Porque matar no me aporta nada, ¿no? Así pues, cuando el oso habló de que estábamos encerrados en la isla (cosa que ya venía sospechando desde hacía tiempo) y de que para salir teníamos que matar a un compañeros... pf, ¿quién estaba detrás de toda esta locura? ¿Cómo y por qué lo habían hecho para encerrarnos allí? Todo empezaba a perder sentido con cada palabra que escuchaba, pero me daba igual. Indiferente, susurré para mis adentros. —Bueno... no tengo inconveniente en vivir aquí, de momento. Y me senté en la arena, solo para dejarme caer hacia atrás y observar el cielo sobre mí.
