Exterior Piscina

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Cuando se rio por mi respuesta a lo de la amistad supe que no hubo malicia en el gesto, de hecho se me contagió ligeramente y al final conservé una sonrisa sutil en el rostro. Lo que me contestó me hizo reír un poco más, fue un razonamiento sencillo en su base, pero también sólido y me encogí de hombros. De nuevo, la confusión venía del silencio, pero visto desde el lente de Anna parecía más simple. Al final, un poco sin querer, había visto que el chico era bastante transparente en sus afectos y tal vez allí estaba la respuesta.

    —Te voy a contratar para aclararme las dudas sociales, oye —atajé solo por la tontería—. Puede que tengas razón.

    Al final lo cierto era que nadie tenía por qué contarme sus chorrocientos líos, en lo absoluto, pero agradecía que Anna me diera un panorama más nítido de la cosa. Que conociera a Kakeru era indiferente ahora mismo, su figura existía en mi cabeza separada de las de ellos, porque yo misma estaba fuera del conflicto en sí mismo, al menos según yo, pero con Altan nunca se sabía. A lo que quería llegar era que el hecho de que su figura le diera nitidez a algo que hasta ahora había sido tan abstracto, tan confuso y extraño, solo era algo que venía en el paquete, pero ya, eso era todo.

    En la línea del nido de pájaros en la cabeza de Al me contestó que encima no se lo cortaba, la tontería me estiró una sonrisa en el rostro incluso en medio de mis cacaos mentales y me acordé de la foto que tenía en mi habitación, la de nosotros como con catorce años. Altan estaba en el momento más rebelde de su vida, con el pelo casi a los hombros, y pensé que eran el tipo de cosas que debía mostrarle a Anna algún día, para que se riera un rato o algo.

    Podía heredarle los recuerdos que poseía de él.

    No pensé que le había regresado la jugada cuando le dije que él estaba aprendiendo de ella, aunque fuese a paso de tortuga y tropezándose a cada rato, pero era verdad. Puede que a veces fuese bastante tonta, que me tomara mucho tiempo darme cuenta de cosas o unir puntos, pero notaba que algo había cambiando y solo pude atribuírselo a Anna, pues era ella la diferencia absoluta en su vida. Él quería seguir aprendiendo, quería ver algo más que el negro, el gris y el blanco, más que los ojos de monstruo bajo el agua, incluso si seguía tropezando.

    Conmigo.

    Con su madre.

    La escuché entonces decir que no quería que se agotara, sus facciones se comprimieron y en mis pequeños espacios de comprensión entendí a qué se refería, porque veía a Al. Lo había visto por años, porque me veía a mí misma y a los pensamientos extraños; en el agotamiento, el ruido y el caos podíamos perderlo, ¿no?

    Podíamos perderlo y por eso había buscado a Erik.

    —Le pedí a su papá que lo vigilara. —Fue otra confesión mientras seguía girando el caramelo, a pesar de que seguía sonando a confesionario sentí que hubo menos pesar en la forma en que lo dije o quizás me lo imaginé—. No creí que estuviera logrando salir, del ruido digo, y necesitaba el jalonazo en el pelo, la sacudida y la molestia. Solo Erik podía hacerlo de verdad porque se parecen, podía pelearse con él si hacía falta y confié en que lo haría.

    No tenía forma de saberlo, pero la figura de Al se traspapelaba hasta el agotamiento con la de Kakeru. Estaba en la supuesta insolación, en las ideas fritas al sol y la manera en que me había mentido al decirme que había comido, estaba en la forma que sentía no merecer el trato de Vero y en quién sabe cuánto más. Se fundían de forma irremediable y en esa unión también deseaban diferenciarse del otro, pero había una verdad absoluta. Una que Anna y yo podíamos reconocer.

    Existían partes de sí que no alcanzaban a ver en esa eterna lucha.

    Le di mi mano a Anna, dejándome el caramelo en la otra, y el contacto me resultó tibio y reconfortante. Me ofreció hablar con él como una cosa suya, que la preocupaba desde hace tiempo y tenía tendencia a meterse donde no la llamaban. El cómo formuló todo me arrancó una risa, fue un poco apagada y sin gracia, pero risa a fin de cuentas.

    Giré el rostro a hacia ella, miré nuestras manos y la forma en que acarició la mía con el pulgar. Cuando dijo que quería que nos arregláramos alcé la vista a ella, a sus ojos magenta, y al oírla decir que no quería que Al me hiciera esto comprimí un poco los gestos. Por alguna razón recordé algo de lo que me había dicho Erik, la noción del castigo, y me pregunté qué podría hacer que buscara castigarse en relación a mí, pero seguía ciega ante una verdad que llevaba años de existencia.

    Pensé y pensé, moví apenas la mano para poder envolver la suya, brindarle caricias distraídas también y seguí pensando. Al final creí llegar a una idea coherente o tan siquiera a una idea para empezar, porque tal vez también necesitaba el zarandeo. Dejé el caramelo sobre el móvil otra vez, giré el cuerpo en su dirección para poder verla de frente y estiré la mano libre hacia ella, alcancé a correrle un mechón de cabello tras la oreja y al retroceder posé la mano en su mejilla, sonriéndole. Fue una sonrisa genuina, atravesada por el cariño que le guardaba a ella y a Al.

    —¿Alguna vez te dije lo mucho que me alegró poder conocerte? Incluso si no he estado contigo como debería te veo brillar y me alegra mucho, porque eres preciosa. Es un honor poder decir que eres parte de mi vida y que sigues siendo parte de la de Al, porque te quiere mucho —comencé a decir, tranquila, antes de exhalar con pesadez—. Hablaré yo con él, cielo, ¿de acuerdo? Si te enviara, incluso si no me pusieras de frente, me sentiría mal y caeríamos en lo mismo. Además, le hice una promesa a alguien sobre hablar de estas cosas, así que no podré huir. Quizás comenzar con Al sea más sencillo o dé menos miedo, no lo sé.

    Bajé la mano a las nuestras, así que envolví la suya con ambas y la acaricié con mimo.

    —Gracias por preocuparte por nosotros. Por seguirme hasta aquí y preguntar.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    —Si me pagas con dulces te resuelvo todas las dudas que tengas —respondí a la tontería, riéndome, y alcé las cejas de repente—. ¡O con papitas! Both, both is good.

    Me limité a asentir cuando me contó lo que le había pedido a Erik. En cierto sentido las piezas encajaban mejor ahora, no porque hubiese puesto en tela de juicio las intenciones o motivaciones de su padre, sino porque ahora veía el inicio de la cadena. Me alegraba y aliviaba mucho que Jez hubiese dado un paso en esa dirección, incluso si escapaba de mi comprensión cómo daba menos miedo acudir al señor Sonnen que a Sonnen junior. Bueno, ella lo conocía de hace años, ¿no? Yo apenas tenía de su existencia un almuerzo casero y una carta.

    Quise preguntarle. Cómo era Erik, cómo era su mamá, la violinista. Quise saber la versión de Jez, una que seguramente se diferenciaría de la de Altan. Preguntarle de cuando Al era pequeño, alguna anécdota tonta, sus manías o deslices. Quería saber muchísimas cosas.

    Pero no creí que fuera el momento.

    Luego de mi propuesta o sugerencia, Jez se mantuvo en silencio un buen rato. Le respeté ese espacio, con la vista puesta en nuestras manos y mis pensamientos yendo de acá para allá. Pasado un rato noté que giraba el cuerpo hacia mí y la miré. Mi expresión no cambió al sentirla corriéndome el cabello, al posarse en mi mejilla, sólo me mantuve en sus ojos. Al empezar a hablar la historia cambió, claro. De repente estaba allí soltando un montón de mierdas raras, extremadamente vergonzosas, y cuando apenas iba procesando sus palabras, cuando el bochorno estuvo por alcanzarme el rostro, cambió de tema. O, más bien, respondió a mi sugerencia. Sólo por eso permanecí en sus ojos.

    Dijo que hablaría ella con Al, que le había hecho una promesa a alguien y que empezar con él quizá fuera más sencillo. ¿De qué estaba hablando? ¿Tendría problemas con alguien más? Parecía ser el caso, aunque fue muy inespecífica y tampoco sentí que debiera preguntar. El conflicto con Al me empujaba a involucrarme precisamente por él, pero más allá de eso... bueno, no me correspondía meterme. Además, no era ningún ángel ni una santa encarnada.

    No sabía si quería hacerlo.

    Le sonreí finalmente, asintiendo, y en un intento de removerme de encima todas las sensaciones contradictorias hice lo de siempre: meterme un chute de energía. Mi sonrisa se amplió hasta decantarse en una risa breve y me estiré para echarle los brazos al cuello, achuchándola. La zarandeé de acá para allá durante algunos segundos, hasta que ralenticé mis movimientos y, mirándolo de soslayo, le acaricié el cabello. El sol le arrancó destellos en varias tonalidades sutiles conforme deslizaba la mano y pensé que era como cuando el negro era tan negro que brillaba en tonos violáceos. Era muy bonito.

    —No te preocupes, va a estar todo bien —murmuré, lo creía de veras, y retrocedí para estamparle las manos en las mejillas; suavecito, claro—. ¿Tú crees que Al pueda enfadarse con esa carita? ¿Molestarse, siquiera? ¡Es imposible!

    No creía que existiera universo donde Altan mordiera su mano si Jez se le acercaba, y era precisamente esa clase de nociones contra las cuales intentaba luchar. No podía decirle los verdaderos motivos por los que pensaba lo que pensaba, que Al se había echado media vida enamorado de ella y que... bueno, dudaba que esos sentimientos hubiesen desaparecido por completo. Acababa de decirlo.

    Era imposible.

    Luego de también zarandearle un poco la carita, le sonreí y la dejé en paz, regresando a mi espacio. Rebusqué en mi mochila, saqué un caramelo más y se lo mostré.

    —Te lo ganaste —afirmé, depositándolo junto a los demás, sobre su móvil—. Gracias por hablar conmigo. No creo que haya sido fácil, pero lo hiciste de todos modos y eso de por sí es mucho que muy importante. ¿Te sientes un poco más tranquila ahora? ¿O más liviana, al menos?

    Parecía que le había aflojado a la energía, pero di un respingo de repente y revisé mi móvil. ¡Mierda, mierda, mierda! Agarré mi mochila y empecé a cerrarla con prisa, riéndome entre medio.

    —Perdona, tengo que pasar por la sala de profesores y se me fue el tiempo —avisé, incorporándome y echándome la mochila a la espalda, pero antes de salir pitando me tomé un segundo para apoyar la mano en su cabeza y darle unas palmaditas suaves—. Buena suerte, Jez, con Al y con eso que te da más miedo. No lo pienses mucho, ¿sí? ¡Y si no, un shot de vodka siempre ayuda!

    Retrocedí, riéndome, y ya sí exclamé un "¡nos vemos!" antes de girarme y meterle prisa.


    me quedó todo un poco comprimido porque ayer no pude postear y tuve que cerrar, pero al menos lo logré (??)
     
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    Que me dijera que si le pagaba con dulces o papitas me respondía las dudas que tuviera me dio algo de ternura, porque me imaginé apareciendo en el salón de la pobre criatura con un caramelo de fresa para sacarme de la cabeza la duda social más tonta que a uno se le pudiera ocurrir. No era demasiado diferente de lo que ella había venido a hacer, aunque lo suyo era bastante más complejo, y volví a pensar que en la intención de meter la mano en el barro se traducía el cariño que uno guardaba por los otros.

    Visto de fuera seguro lucía como un sinsentido que acudiese al Sonnen adulto en vez de al hijo, pero Erik, aunque se le parecía, era mucho más accesible y sensato. En el cabello negro, la mirada oscura, la silueta alta, ligeramente imponente, y la gran inteligencia que poseía estaba el molde original de su hijo, en el que había caído una gota del temperamento de su madre, más emocional, más empujado al caos tal vez. Sin embargo, en esos parecidos encontraba la diferencia, Erik no batallaba contra sus cualidades, era centrado, confiable y poseía muchísimo amor que dar. Por otro lado, en el estado en que Altan se encontraba forzarlo a salir por sí mismo era inútil, debía usar un arma más resistente.

    Erik Sonnen y yo, además, creíamos en la redención.

    Quizás lo que le dije antes de responderle de verdad a su duda pareció salido de la nada, pero había una sinceridad que me gustaba brindarle a las personas que no podía solo anular. Me gustaba pensar, incluso si cuestionaba su naturaleza real, que cada persona con la que había creado un lazo podía recibir de mí esa clase de verdades y sobre todo me gustaba agradecerles por dejarme conocerlos, de poder encontrar en sus correspondientes caos esa chispa que los caracterizaba.

    Agradecía el interés de Anna al venir hasta aquí, al preguntarme y ofrecerse a ayudarnos, agradecía su simple presencia y el cariño que detectaba en sus acciones. Incluso si alguna vez ocurría algo irreparable en mi amistad con Altan o lo que fuese, por improbable que sonara, sabía que Anna era buena, que era maravillosa. Por eso me alegraba mucho que pudieran seguir siendo amigos y tener a quién, en algún otro momento, contarle todas las tonterías que Al no le contaba al mundo.

    Todos necesitábamos de nuestros compañeros.

    Por otro lado, también fue medio críptica mi mención a la promesa de Adara, pero no lo había dicho esperando que ella metiera las manos allí en lo absoluto. Mencionar el hecho le daba cuerpo a un fantasma, así que fue una manera de obligarme a mí misma a reconocer que nada desaparecería solo porque lo ignorara. Si me daban a elegir entre enfrentar a Amargado Uno y Amargado Dos, elegía al primero. Enfrentar a Al, aunque seguía pareciéndome terrible, sonaba un poco menos angustiante en comparación, quizás porque lo conocía desde hace años y porque ahora parecía un poco más estable.

    Ella se metió un chute de energía, su sonrisa se amplió y sentí que algo tibio se me instauraba en el pecho. Cuando la tuve encima correspondí el abrazo, me dejé zarandear y se me escapó una risa; la sentí acariciarme el cabello y yo, sin darme cuenta, hice lo mismo allí donde alcancé una parte de él. Sonreí al escucharla decir que todo estaría bien, la dejé retroceder y también estamparme las manos en las mejillas.

    —Gracias, cielo —repetí incluso a riesgo de sonar como disco descompuesto—. Espero que así sea.

    No reaccioné comotal a su comentario de que Al no podía enfadarse conmigo, en parte porque me dio algo de vergüenza, pero en sí ni siquiera pude rastrear un momento en la vida del otro pobre diablo en que se hubiese molestado conmigo. Habían cosas demasiado obvias, pero yo era demasiado ciega o necia, tal vez solo no quería verlas. Las respuestas estaban frente a mí y yo no pude leerlas en prácticamente ocho años de existencia.

    Al final cuando me soltó rebuscó por otro caramelo, lo puso con los demás diciendo que me lo había ganado y volví a reír. Atendí a su pregunta, claro, y la miré desde mi posición.

    —Más liviana —confirmé antes de inhalar con cierta profundidad y liberar el aire en un suspiro—. Trataré de hablar con él hoy después de clase, así que luego te digo cómo salió todo, para que no te vayas a quedar preocupada.

    De repente pareció cobrar conciencia de algo, revisó el teléfono y me explicó que debía pasar por la sala de profesores. Recibí las palmaditas en la cabeza sin ningún problema, la escuché desearme suerte y le iba a contestar algo cuando dijo lo del shot de vodka, lo que me hizo mirarla ligeramente divertida. Había pasado de ofrecerse como consejera social, por decir algo, a recomendarme meterme vodka si necesitaba pensar menos mis decisiones.

    —Nos vemos, cariño. Cuídate mucho —dije de todas formas, despidiéndola con un movimiento de mano.

    Sabía que no podía quedarme aquí consumiendo aire mucho más tiempo, así que solo me di un par de minutos más, recogí el móvil, los dulces y el maletín y me dispuse a volver al edificio. Era cierto me sentía más liviana, ¿pero significaba eso que quería realmente cumplir mis promesas? No, no quería. Pensar en hablar de esto con los implicados me anudaba el estómago, pero no podía solo ignorar todo por siempre.

    No podía hacerme esto.

    Debía forzar el quiebre.

    muchas gracias por haberme caído con Annita ♥ i love her deeply y la interacción me puso muy suavecita
     
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    Zireael

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    Sabía que ahora parecía una locura, pero así como cuando llegué a Japón cuando entré a esta escuela sin Altan me había sentido a la deriva, sola y abrumada. Recordé cómo me habían molestado en otros momentos por el albinismo, por ser tan ridículamente pálida, y pensé que aquí no tendría a Al para defenderme si la historia se repetía. Había comido ansiedad varios días o semanas, no estaba muy segura porque borraba esos eventos de la memoria, hasta que di con Laila y me animé a sumarme al club de lectura.

    Nunca le había dicho eso a Al, ¿cierto?

    Que había sido mi soporte por varios años.

    En cualquier caso, sabía que a Beatriz la historia le sonaría lo suficientemente parecida como para encontrarse a sí misma en alguna fracción de ella y por eso se la compartí. Tal vez no fuese una mente maestra, dudara de mí misma con frecuencia, no me diera cuenta de todo lo que sucedía frente a mis ojos y solo ahora los demás me estuvieran dando las pistas de algunas cosas, pero procuraba conectar con las personas. Tal vez lo intentaba con demasiada fuerza en algunos momentos, pero creía que no era malo. No podía ser malo cuando Anna aparecía para hablarme, sin que yo supiera lo que implicaba para ella, cuando Vero recibía mi cariño y podía hablar con Kakeru para distraerlo aunque fuese media hora.

    Sin embargo, la duda persistía, necia, de hasta dónde era por ellos o por mí.

    Fuera de eso, Beatriz también había visto a Altan durante los días que estaba vuelto el más absoluto de los desastres. La pobre criatura debía haberse asustado o preocupado, como todos los desgraciados que estábamos a su alrededor en ese momento, pero volvíamos a lo mismo que me había dicho su padre: él no me había dejado hacer nada al respecto. Todo se había ido apilando y por eso ahora la torre se tambaleaba tanto.

    La muchacha dijo que ella tampoco hablaba con nadie hasta hace poco, pensé de inmediato en el muchacho pelirrojo y quise preguntar, pero sentí que era meterme demasiado. A pesar de eso, que compartiera un fragmento de mí con ella sirvió para que sintiera que podía compartirme una parte de sí, me contó que venía de una escuela de Tokorozawa, que entró a esta Academia por sus notas y entonces sí mencionó al muchacho como un amigo. Escucharla consiguió ampliarme la sonrisa, aunque escuchar del club de arte no tanto.

    Lo llevaba Katrina, ¿no? ¿O lo pretendía llevar porque no se pasaba nadie más? Ni siquiera sabía, todo lo que tenía claro era que Akaisa era caótica. Bateé el pensamiento, recordé el día que vi el retrato que se le había resbalado y supe que sin importar lo que Katrina hiciera o dejara de hacer, lo cuestionable que fuese su figura y sus manías, el arte era importante para ella, incluso sagrado. Puede que fuese la clase de maestra que necesitara y un espejo bastante distorsionado, dicho fuese de paso.

    —Parece un chico muy amistoso y se puso muy contento al verte —dije respecto a su amigo, junto a una risa liviana, mientras cruzábamos el espacio hacia el portón de la piscina—. ¿Te gusta el arte entonces o recién quieres intentar?

    Ya cuando estábamos cruzando el portón me dispuse a contestarle su pregunta, negando primero con la cabeza.

    —No somos muchos en realidad —resolví con sencillez mientras observaba el espacio, los reflejos del agua—. Además voy muy poco desde hace un tiempo, aunque sigo leyendo. Es... Ah, el otro día se lo expliqué a un amigo como cuando miras una serie y luego la comentas con grupo de amigos. Así un pasatiempo solitario se vuelve uno en conjunto. Cielo, ¿nos podemos sentar a la sombra? En la mañana me asoleé un poco más de lo que debía, si lo repito me hará daño pero me gusta estar afuera.
     
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    En su momento, cuando conversamos por primera vez en el patio norte, Jez me había sorprendido con su forma de tratarme. Sin que importara lo del choque en el pasillo, sin que mis nervios lograran hacerle frente a su temple y paciencia. Fue hasta cariñosa conmigo, al punto de hacerme sentir como una hermana pequeña a su lado, y algo de todo eso terminó traspasando hacia mi centro, dando empujones entre los miedos que me ensombrecían. Quedó guardado en mi corazón sensible. Como un rayo de sol en el medio de la tormenta, que acompañó a la luz que me regaló Rowan sin saberlo. A mí me bastaba con tener eso atesorado en mis recuerdos. Pero saber que Jez pasó por lo mismo que yo, a mi edad, y que acercarse a alguien le ayudó a sobrepasar esa etapa… Cambió el lente con el que veía nuestra… Eeeh… ¿Relación? N-no se trataba solamente de sentirme menos sola por el parecido, había algo más…

    Conexión, como si nos uniera un mismo hilo.

    No fui consciente de esta sensación, porque no tenía recuerdos de que me hubiese alcanzado alguna vez. Tampoco advertí que conocer este fragmento de Jez hizo que mi balanza emocional se inclinara, aunque fuese por escasos milímetros, a centrarme más en ella, en lugar de en los nervios que me provocaban las personas a nuestro alrededor. Así, tuve la resolución de seguir dándole más fragmentos de mi persona. El proceso no fue sencillo, me costó porque, mientras le hablaba, debí batallar contra diversos pensamientos intrusivos que quisieron atenazar mi garganta... Pero seguí adelante, con auténtico deseo de que conociera más de mí misma. De que supiera quién era yo.

    Ya no me escondía.

    Le hablé de Rowan como mi amigo, modulando como pude la emoción que me quiso quebrar la voz. Mencioné de dónde venía, por qué me había convertido en alumna de una institución tan renombrada como esta, y lo que pensaba hacer en mis días posteriores. Seguí interesándome por ella, y por su club, porque en la lectura también encontraba la oportunidad de un vínculo. Y estas piezas de mí… hicieron que la sonrisa de Jez se ampliara, incrementando lentamente la comodidad que estaba encontrando a su lado.

    A-aunque, cuando destacó cuán contento se puso Rowan por verme, se me ruborizaron apenas las mejillas. Mis hombros se estremecieron en señal de timidez. Pero no agaché la cabeza ni evadí su mirada, sólo le correspondí con un asentimiento casi imperceptible.

    —S-se llama Rowan. Es… Es muy buena persona —dije, antes de brincar hacia la respuesta a su pregunta—. C-Creo que el arte… me interesa hace tiempo, ¿tal vez? S-Sobre todo… lo visual. N-nunca me animé a intentar nada, porque… Eeeh… ¿Me provoca mucho respeto, creo? —me interrumpí para suspirar, sentía que estaba siendo confusa— P-pero Rowan… y una chica del club de arte… m-me dijeron que sólo debo hacerlo. Se trata de... dejarme llevar, ¿tal vez?

    Entonces, Jez me habló del Club de Lectura. No iba mucho últimamente, pero destacó que un pasamiento como la lectura podía convertirse en una actividad social. La imagen de las reuniones me provocaba temor, y eso que ni siquiera estaba considerando la idea de unirme, ya b-bastantes nervios me generaba lo de visitar el Club de Arte más de una vez (ni siquiera ser miembro). Me habría perdido entre estas cavilaciones, de no ser porque luego Jez avisó que estar al sol podría causarle daño. Respingué ligeramente, asentí y ubiqué con rapidez un sitio seguro para su piel pálida, en el suelo, a la sombra.

    —¿Este lugar te parece bien? —quise saber una vez que nos acomodamos— ¿Me avisas si nos tenemos que mover?

    A pesar de que me puso algo nerviosa la probabilidad de que el sol le hiciera mal, mi voz volvió a surgir con esa fluidez desconocida. Otra vez, porque me centré en el bienestar de una persona. Pero cuando volví a tomar la palabra, hablé como siempre lo hacía.

    —Yo también… leo —conté, mirándola—. N-no lo hago tanto c-como tú, ¿tal vez? Pero… me gusta. N-no llegué a decírtelo… la otra vez… —hice una pausa para destapar mi bento, que contenía un almuerzo sencillo— ¿Qué tipo de libros… te gustan?
     
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    Puede que dudara tanto de mí misma porque al mirarme en los espejos lo único que hacía bien, según yo, era acercarme a los otros. Era lo único para lo que tenía cierta facilidad, porque leer no era lo que yo consideraría un talento o una habilidad demasiado resaltable, ni siquiera una vocación, pero si había algo que podía hacer era tratar de cuidar a los demás. Fue lo que estuve dispuesta a hacer cuando noté el momento en que Erik Sonnen entendió por qué le pedía que vigilara a su hijo. Si su temple hubiese flaqueado entonces yo lo habría sujetado.

    Incluso si no era más que una niña.

    En ese intento, sin embargo, me empeñaba en volverme una luz demasiado brillante y acababa ciega, algo que en general no solía importar demasiado. Ahora podía conectar con Beatriz, levantar puentes hacia ella y de cierta forma demostrarle que no era la única asustada, ansiosa o sobrepasada, incluso si lo que me había pasado a mí estaba en el pasado. Esos puntos de conexión, esos hilos, permitían que hasta las mariposas más tímidas abandonaran sus crisálidas pues afuera algunos de nosotros, igual de frágiles, habíamos sobrevivido.

    Bea me dio fragmentos de su historia, de su procedencia, el cómo estaba aquí e incluso me presentó a su amigo, el que asumí calificaba como su primer amigo aquí. Ese momento de intercambio, aunque visto de fuera pareciera extremadamente normal, era el que nos permitía formar una imagen más nítida de los otros, era la forma en que esta muchacha decía "esta soy yo" y me permitía reconocerla.

    Sumado a lo demás, me dijo que su amigo se llamaba Rowan, dijo que era muy buena persona y mi sonrisa, sin quererlo en realidad, se suavizó de forma bastante evidente. También la escuché responderme sobre lo del arte, que le interesaba aunque le provocaba respeto, pero su amigo y una chica del club de arte, que asumí sería Katrina, le habían dicho que solo debía intentarlo.

    —Puede que tengan razón —comenté aunque no hiciera falta del todo—. No sé de arte, pero imagino que no puede saber si eres buena o si te gusta si no lo intentas. Así que mucho ánimo, Bea.

    No estimé, eso sí, que ante mi pedido de no sentarnos al sol ella ubicara un lugar con semejante rapidez y mucho menos que al hablar no se le atorara una sola palabra. Me hizo dos preguntas claras como el agua, pude disimular la sorpresa mientras me sentaba a la sombra y me dejaba el almuerzo en el regazo.

    —Está perfecto, cariño. Muchas gracias —concedí con la suavidad usual y busqué sus ojos para sonreírle de nuevas cuentas—. Si tuviera que moverme yo te aviso.

    Ya cuando estuvimos acomodadas me dijo que también leía, aunque no tanto como yo, pero que le gustaba y no había alcanzado a decírmelo la otra vez. Después me preguntó qué libros me gustaban y me detuve a pensarlo con detenimiento, porque esa pregunta era complicada, era como reducir la música que escuchabas a un solo género.

    —¿Fantasía tal vez? Pero no fantasía como la de Tolkien, creo, más tipo Alicia en el País de las Maravillas, quizás, o literatura fantástica en sí. También me gustan los libros infantiles, los cuentos e historias cortas con elementos de fantasía. Igual me gustan algunas novelas que entran dentro de la categoría de adulto joven, como... —Rebusqué entre el repertorio mental, tuve que escarbar bastante, hasta que recordé uno. Así como Un Monstruo Viene a Verme, entraba en la literatura que trataba temas pesados y me había cambiado la vida—. Las ventajas de ser invisible de Stephen Chbosky. ¿A ti qué te gusta leer, Bea?
     
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    Era evidente que, para encontrar mi potencial en algo, en este caso el arte, debía de involucrarme directamente en las actividades que implicaba. Era posible que siempre tuviera en claro la importancia de simplemente hacerlo, pero la idea se perdía detrás de los muros del temor y tras el foso de mis inseguridades. Si Jez pensaba que no hacía falta decir que Rowan y Katrina tenían razón, yo opinaba lo contrario. Necesitaba estos pequeños empujones, que sus palabras formaran escalones que me permitieran mirar por encima de los muros. Por eso, estaba agradecida de ella también me recordara que había que intentarlo para saber si era buena, y sus ánimos me infundieron algo de energía.

    —¡S-sí! Gracias…

    Luego nos sentamos en un lugar a la sombra. Fui la última en ubicarme en el suelo porque dediqué uno o dos segundos de más a asegurarme que estaríamos bien, que tendríamos sombra quizá por todo el receso, no quería que Jez se insolara. Ella me agradeció, llamándome “cariño” nuevamente; m-me habría gustado devolverle la sonrisa, pero la timidez me detenía, hacía que me diera vergüenza. Así que asentí, solamente, antes de tomar lugar junto a ella, ante las aguas de la piscina y percibiendo el distante sonido del filtro.

    Nos pusimos a hablar de lectura, en donde mostré más de mí misma al afirmarle que me gustaba. En sí, comenzaba a dejar de pensar tanto qué iba a decir o qué podía significar hacerlo. Aunque seguía hablando pausado y trastabillaba con alguna letra, estaba cómoda, y también ayudaba que el tema me interesaba. Eso sí, mi pregunta llevó a Jez a pensar con bastante detenimiento su respuesta y por un momento me pregunté si debía haberla formulado de otro modo. Mas, esta intrusiva preocupación se esfumó cuando escuché que le gustaba la fantasía.

    Como a mí.

    Si en su momento me sentí entusiasmada cuando me contó que leía, por la cuestión de compartir un mismo gusto, esto lo hizo con aún más intensidad. Mis ojos volvieron a delatarme con otro fugaz chispazo de ilusión, ni siquiera me detuve a preguntarme si debía estar viéndome infantil con mi reacción. La literatura fantástica era un campo amplio, así que Jez especificó qué tipo de historias eran de sus preferencias. Asentía, como invitándola a continuar. También dijo que le gustaba una cierta categoría de novela y el título que mencionó al final quedó rondando mi mente: Las ventajas de ser invisible. Me distrajo lo suficiente como para respingar ligeramente al recibir su pregunta, y no pude evitar ruborizarme un poco.

    —T-también leo… literatura fantástica… en todas sus variantes… —dije—. M-Me inclino mucho por… la fantasía épica… y me gustan los mundos medievales —miré a Jez y alcé los puños contra mi pecho, levemente entusiasmada a pesar del bochorno y las trabas al hablar—. Mis favoritas son las novelas de Mundodisco… A-aunque más bien satirizan el género, p-pero son divertidas… Creo… Yo...

    Mis mejillas se encendieron todavía más, bajé las manos al bento sobre mi regazo y me puse a juguetear con los pulgares, sobre los que deposité mi mirada. Acababa de darme cuenta de que me había inclinado algunos centímetros hacia Jez, llevada por mi entusiasmo. La vergüenza se apoderó de mí, estallando como un relámpago.

    —Eeeh… —musité tras unos segundos, animándome a mirarla de reojo. Mi ojo celeste dio con su rostro— Ese libro… Las ventajas de ser invisible… —hice una pausa, dubitativa— ¿De qué trata?
     
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    Zireael

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    Intentar cosas nuevas, incluso si nos llamaban la atención, siempre provocaba nervios o al menos eso creía yo. Era posible que la chica llevara ya un tiempo debatiéndose sobre si acercarse al arte o no, pero al chocar con Rowan y Katrina hubiese encontrado los primeros empujones reales para hacerlo y eso era bueno, suponía. Todos necesitábamos empujones, como yo había necesitado el de Anna, y quizás por eso me sumé a la comitiva aunque no pareciera la gran cosa para darle ánimos.

    Cuando le respondí la pregunta de la lectura noté el chispazo de ilusión que le surgió en la mirada, me pareció que me animaba a continuar y pensé que en estas pequeñas cosas también estaba la verdadera Bea, una que no era solo nervios en un saco. Esta chica era la que se ilusionaba al escuchar que alguien también leía fantasía, la que hablaba claro cuando uno pedía algo involucrado con la salud y la que quería intentar acercarse al arte. No la conocía demasiado o nada en lo absoluto, pero ver las pequeñas chispas de las personas me hacía muy feliz.

    Las chipas estaban en la alegría de Anna y los dulces que me regaló, en la fuerza con que Al me había defendido cuando éramos niños, el afecto de Kakeru por su hermano, el de Cay por Ishikawa y en la emoción de Bea aquí conmigo. Eran todas diferentes, pero brillaban en colores preciosos y solo poder observarlo me hacía bien al corazón. Me aliviaba, pues eran muestra de que el mundo no era tan terrible como parecía.

    Que no estábamos tan solos como nos sentíamos cuando la noche caía sobre nosotros.

    —¿Mundos medievales? —cuestioné casi en voz baja mientras destapaba mi almuerzo, el recuerdo del observatorio me alcanzó de repente y di un respingo antes de mirarla—. ¿Has ido al observatorio, Bea? Es muy bonito, tiene una vibra medieval muy interesante, creo que podría gustarte si te gusta ese tipo de lectura.

    Mundodisco no me sonaba familiar, aunque me hizo gracia que fuesen más una sátira del género y se me escapó una risa baja que no cargó nada de malicia consigo. Asentí con la cabeza para que supiera que la oía, aproveché para comer un poco y seguí sin llevarle el apunte a sus sonrojos, tampoco me di cuenta que se había inclinado hacia mí en medio de su emoción, así que podíamos quedarnos tranquilas.

    —A ver, Las ventajas de ser invisible es como un recopilado de cartas de Charlie, un chico de 15 años. Para cuando empieza el libro él está por entrar a la preparatoria, algo que lo pone muy ansioso porque quien había su amigo durante la infancia falleció y entonces entrará a esta etapa solo. —Fallecer era una forma suave de ponerlo, el amigo de Charlie, Michael, se había suicidado en realidad—. Como no siente que sus padres o hermanos vayan a entenderlo si se los dice, entonces escribe estas cartas a un amigo anónimo, que venimos a ser nosotros los lectores. Al final Charlie hace varios amigos en la preparatoria, vive muchas cosas buenas y malas y lo vas acompañando en este proceso, en que va descubriendo cosas nuevas sobre él mismo, su familia y sus amigos. Es muy interesante, aborda temas que a veces no se tratan en la adolescencia aunque nos pueden pasar a todos. Nos pasan a todos en mayor o menor medida.

    La historia de Charlie me partía el corazón, porque el niño se echaba la vida tratando de no pensar para que las cosas no se pusieran mal de nuevo y al final siempre acaba teniendo una crisis psiquiátrica cuando fue capaz de recordar qué le había pasado cuando era pequeño. Desde el inicio hasta ese desenlace se enamoró, consumió drogas, trató de ayudar a sus amigos y hermanos que estaban igual o más perdidos que él y muchas otras cosas, pero también su historia refería a la importancia de involucrarse.

    De participar en la vida, en lo bueno y lo malo.

    —¿Y Mundodisco? —le pregunté entonces, interesada—. No creo haber oído antes de esas novelas.


    en este episodio rolero además de cayden escucha mi música, te traigo jez lee mis libros (?) este estuvo de moda por allá cuando yo estaba en la secundaria JAJAJA pero todavía le guardo mucho cariño, lo leí dos o tres veces
     
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    Bruno TDF

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    Su ligero sobresalto no me pasó desapercibido, en medio del intento por controlar la vergüenza. Comprendí que Jez, al parecer, no había notado la manera en que me le había acercado, en algo que consideré un exceso de confianza, i-incluso un atrevimiento. Saber esto ayudó a que recuperara la calma con relativa rapidez, ¿tal vez?, pero fue la mención del observatorio lo que captó mi atención, permitiendo recomponerme por completo. No me atreví a mirarla directamente porque aún cargaba el rubor en mi rostro, pero los pulgares se detuvieron sobre mi.

    —Estuve… varias veces, desde que lo construyeron —dije, aún con el peso de la timidez sobre los hombros— Es… un sitio increíble —“lo usaba para esconderme en los recesos”, pensé con pena—. Po… podríamos ir allí… la próxima vez… ¡D-digo…! Digo… Sólo si quieres, ¿sí?

    Estaba asumiendo que tendríamos otro almuerzo juntas, sin preguntarle, y poco faltó para sufrir otro relámpago de bochorno. Fue como si, en lugar de un fragmento, hubiese expuesto un deseo que guardaba en el corazón. Era consecuencia de la paz que encontraba aquí, en este preciso momento, que me liberaba de algunas ataduras.

    Por lo menos tuve la firmeza para volver a centrarme en el libro que mencionó, el cual me había interesado porque sentí que ese título, el “invisible”, me aludía de alguna forma. Jez me habló del protagonista, Charlie. Quien, como yo, empezó la preparatoria completamente solo. Giré el rostro conforme escuchaba la sinopsis de la historia. Me llamó la atención el detalle de que el lector también era un personaje, porque se erigía como el destinatario de las cartas que conformaban el libro. La novela nos daba la oportunidad de encarnar la figura de su amigo, ser el contacto que Charlie necesitaba. Esta construcción de la trama me pareció conmovedora, sobre todo por el hecho de que había… perdido… a su amigo. No podía imaginar lo horrible que debía ser eso.


    De la misma forma, caló muy profundo en mí… lo saber acompañar lo bueno… y también lo malo. Como parte de proceso de crecer.

    Me quedé algo pensativa tras escuchar a Jez, incluso con algo de tristeza en mi expresión. Era una chica muy sensible, por lo que en ocasiones vivía las historias con intensidad. Lloré jugando al Ori y me entristecí desde que oí que Charlie perdió a su amigo. Pude tranquilizar la sensación de peso en el pecho abriendo mi bento y comiendo un poco, mientras miraba el agua de la piscina y percibía el blanco tan puro de Jez a mi lado.

    Hasta que ella se interesó por Mundodisco, lo que hizo que me girara al instante.

    —-Las escribió Terry Prachtett… Hay alrededor de cuarenta novelas, a-aunque no leí tantas —me apresuré a aclarar, aunque no hacía falta— T-todas transcurren en Mundodisco… Un mundo plano sostenido por cuatro elefantes… que están sobre una tortuga gigante, a la que llaman Gran A’Tuin, que recorre el universo. L-Las novelas… toman elementos de Tolkien, Lovecraft y diferentes mitologías… para sus parodias, que me parecen ingeniosas, ¿tal vez? L-los primeros libros se titulan El color de la magia y La luz fantástica.

    Hablar de lo que leíamos…, lo disfruté muchísimo… Y estaba pasándola bien, quitando los arranques de vergüenza y nervios que se hacían inevitables a veces. Luego de que hubiésemos hablado de nuestros libros, pasaron algunos minutos en los que almorzamos. Tranquilas, mirando el cielo, a veces intercambiando algún comentario suelto. El silencio si hizo presente la mayor parte del tiempo, pero ya estaba aprendiendo que esa era una forma de disfrutar de la compañía de otras personas, ¿tal vez?

    —Jez…

    Dije su nombre al cabo de un rato, cuando el final del receso nos estaba alcanzando. Había dejado el bento a un lado y me acariciaba un antebrazo, algo distraída con el cielo. Pensativa...

    —¿Puedo… decirte algo?

    Pedir permiso no era necesario. Pero lo que quería expresar era… importante, a-al menos para mí. Por eso quise contar con su aprobación antes.

     
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    Incluso de haber notado su acercamiento me habría importado más bien poco porque yo misma pecaba de confianzuda si me ponía a pensarlo, así que recibir a personas en mi espacio nunca era un gran problema. No decía que dejara a cualquiera solo colarse, pero creía discernir más o menos bien cuándo las personas tenían intenciones extrañas o no, y Beatriz no era más que una chica hablando de algo que le gustaba.

    Al preguntarle por el observatorio me respondió que había estado varias veces, lo que de repente tuvo sentido viendo, bueno, que era ella. Más allá de su gusto por la fantasía medieval lo cierto era que el observatorio era un lugar apartado y silencioso, algo que Beatriz agradecería así como parecía haberlo agradecido Cayden cuando entramos el otro día. Imaginaba que unos elegíamos freírnos las ideas al sol, otros solo querían estar ocultos de los ojos y el ruido del mundo.

    —Claro que podemos, cielo —respondí con suavidad a su propuesta de ir allí la próxima vez.

    Viniendo de ella asumir una próxima vez era un halago y un logro, pues se veía que tomar la decisión de buscar a alguien le tomaba tiempo y fuerza de voluntad. Fuera de eso, lo cierto era que no tenía motivo alguno por el que rechazar un futuro almuerzo juntas, aunque Bea era terriblemente nerviosa, también me parecía una niña muy dulce y me estaba gustando pasar tiempo con ella.

    Como fuese, pronto le estuve narrando el libro y supuse que el título, la temática y nuestras historias confluían. El título en inglés, de donde salía lo de invisible, usaba la palabra wallflower para referirse a esas personas marginadas de los círculos sociales. Yo no había perdido un amigo, gracias a Dios, pero había perdido a mis padres y entendía al menos algo de lo que debía sentirse, era un evento que combinado con otros era lo bastante fuerte para desestabilizar a cualquiera.

    Le di algo de tiempo a Bea para que procesara lo que acababa de contarle, creí distinguir algo de tristeza en su semblante y se me ocurrió que era una chica sensible, de esas que reciben del mundo todas sus sensaciones, buenas y malas sin distinción. Era una forma agotadora de existir, ¿no? Era como ser un pararrayos. Ser sensible no era malo, tampoco quería decir eso, de hecho esa sensibilidad volvía a las personas hábiles lectoras del ambiente, pero no quitaba que fuese cansado en el largo plazo. Había que jugar entre sentir nuestras emociones o sentir las de otros.

    Igual se repuso, me respondió la pregunta de Mundodisco y me anoté el autor en las notas mentales, claro que eran un montón de libros, pero no tenía por qué leérmelos todos. Por demás meter a Tolkien, Lovecraft y mitologías era un revoltijo tremendo y sin duda requería de ingenio.

    Comenté que sonaba interesante, que me lo dejaba anotado para el futuro y luego dedicamos algo de tiempo solo a almorzar, que de por sí si seguíamos hablando no íbamos a comer nada. No me molestó el silencio, estaba acostumbrada porque muchas veces Altan y yo solo habíamos compartido espacio. Él desarmaba sus aparatos electrónicos, yo leía y luego le contaba un poco del libro. Las compañías silenciosas seguían siendo compañía.

    En algún momento Bea llamó a mi nombre, así que la miré y noté que se acariciaba el antebrazo, distraída en el cielo. Preguntó si podía decirme algo y no supe qué podría ser, así que no le conferí mucho pensamiento, me limité a asentir y dedicarle una sonrisa.

    —Sí, Bea. ¿Qué quieres decirme?
     
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    Continuaba trastabillando con las palabras, mis mejillas se encendían con insistencia y en mi pequeña figura seguían viéndose los atisbos, ahora pequeños, de los nervios que me definían. Y, con todo, aun así, seguía sintiéndome en comodidad junto a la figura de Jez, casi como si tuviera un poder que me calmaba el corazón. Esta paz que sentía ahora, era capaz de convivir con lo demás. Resultaba curiosa la combinación de sentimientos, porque en medio de la conversación terminé en una aclaración innecesaria al hablar del observatorio, al especificar que fuéramos allí sólo si ella quería. Supongo que, al sentirme cómoda a su lado, me daba miedo caer en algún exceso de confianza; p-puede que fuese mi inseguridad de siempre, pero también quise pensar que estaba intentando dar lo mejor de mí. Para que ella también se sintiera cómoda conmigo. Y hacia el final, cuando estuvo de acuerdo con ir a almorzar allá otro día… sentí una alegría que me dejó un revoltijo en el pecho, que empezó a acelerarse con latidos que no dolían. Allí permaneció ese remolino.

    Uno que ahora estaba hecho de tormenta y, también... luz solar.

    Hablamos de Las ventajas de ser invisible, con todo lo que eso implicó para mí, generándome más sentimientos en medio, por el protagonista al que yo deseaba acompañar. Le expliqué a rasgos generales lo que era Mundodisco, que me fascinaba por ser un universo construido a través de decenas de novelas, no podía creer que un solo autor tuviera esa capacidad; admiraba a Pratchett, y me entristecía que ya no estuviese entre nosotros. Hablar sobre libros fue un intercambio que me hizo muy bien, a-aunque en medio me esforcé por controlar algunos destellos de entusiasmo, no quería hacerme caer en vergüenza de nuevo. Pero me gustó hablar de eso.

    O mejor dicho… me gustaba hablar con Jez.

    En eso me había quedado pensando, mientras almorzábamos en silencio. Incluso cuando no había palabras, encontraba paz. Me veía calmada, ya sin tanto rubor en el rostro. De vez en cuando la miraba de reojo, para asegurarme que las sombras siguieran protegiéndonos del sol. O-o sea, que la estaba cuidando en silencio… Sin saber que en eso también nos parecíamos. Pensé que estaría bien si dejábamos pasar el receso así, volver juntas y dejarnos la promesa de vernos en otra ocasión. Pero… Sentí la necesidad… de hacerle saber… De sincerarme, como lo había hecho con Rowan… Y por eso pronuncié su nombre y quise saber si podía decirle…

    Ella me dijo que sí, preguntó también. Se interesó, con su sonrisa. Asentí ligeramente. Giré sobre mi lugar, me acomodé para quedar enfrente suyo. Arrodillada, con las manos relajadas sobre mi regazo. La miré, un poco dubitativa, porque lo que estaba por hacer requería de mi valentía. Quería hacerlo, porque sentí que Jez se lo merecía… Así que, como un comienzo, le dediqué una leve reverencia, de esas que hacíamos quienes nos criamos en Japón.


    —Gracias, Jez… —dije— Por ser tan buena conmigo, y por tratarme… así. Paciente, con cariño. Gracias por quedarte junto a… alguien como yo...

    Mantuve la postura unos segundos. Mi corazón comenzó a acelerarse. Quería decirle más, pero me pregunté si sería mejor dejarlo en este punto. ¿Qué pensaría sino…?

    —Quizás estoy exagerando, ¿tal vez? —seguí, imponiéndome sobre el miedo; me erguí para mirarla, ya ruborizada— T-te pido perdón si se ve así, p-p-pero yo... Pienso que no lo estoy haciendo, ¿tal vez? Es que... Para mí, es muy valioso. P-porque s-soy difícil de tratar… M-M-Me pongo nerviosa por todo… Y t-tengo muchos miedos encima... Yo… Por eso... Yo... —mis ojos se tornaron tristes— Pasé mucho tiempo sola... Sin nadie con quien hablar. En mi escuela anterior, incluso aquí, en el Sakura... Y me dolía —con un suspiro, esa tristeza se desvaneció de mi mirada por lo que añadí a continuación:— F-Fue así ha-hasta hace poco… cuando conocí la alegría de Rowan. Algo empezó a cambiar desde entonces, y eso permitió que me animara a acercarme a ti, en el patio norte... —mis ojos dieron con los suyos, sinceros— Allí, me enseñaste que algo es especial por cómo lo vemos... Y nuestro primer encuentro lo veo así, Jez. P-Porque me trataste cálidamente. Me quedó muy presente. S-sé que recién nos estamos conociendo… pero... Lo que quería decirte es…

    >>Que tienes una forma preciosa de ser.

    Me sonrojé más, como cabría de esperar, y desvié la mirada hacia el agua de la piscina. Decirle todo esto me estaba dando muchísima vergüenza. Pero era liberador, y Jez merecía saber que valoraba lo que me había dado hasta ahora.

    >>Estoy contenta... —continué— Por conocerte, porque estamos aquí, frente a la piscina. Me… Me gusta pasar el rato contigo y por eso… También… Espero poder tener la oportunidad de… hacernos amigas…

    Regresé el rostro hacia Jez, la miré a los ojos. Entonces… ocurrió. Por primera vez en mucho tiempo, fuera de las paredes de casa… mis labios se curvaron.

    En la más pequeña y tímida de las sonrisas.
     
    Última edición: 21 Mayo 2024
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    Zireael

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    ¿Cómo había terminado por convertirme en esto? ¿En el pilar, la muñeca que nunca perdía el temple y el eterno faro? No podía recordarlo, debía haber ocurrido en algún punto entre el llanto de Nani cuando le dieron la noticia del accidente de mis padres y el nacimiento de Anne, podría haber ocurrido incluso antes, con las primeras muertes que me acercaron al concepto de que las personas no eran, en lo absoluto, eternas. Quizás lo había aprendido de tío Vic y no tenía nada que ver con lo demás, la verdad era que no estaba segura, pero no era más que esto. Nada más que la luz cegadora.

    Beatriz giró en su lugar de forma que quedó frente a mí, así que le presté incluso más atención que antes, la miré allí arrodillada frente a mí, su silueta incluso más pequeña y dubitativa que la mía. Su reverencia tan repentinamente japonesa me dio algo de vergüenza, me salvé de un sonrojo de puro milagro, pero de todas formas me mantuve atenta a ella, esperando por eso que quería decirme.

    Resultó ser un agradecimiento.

    Por quedarme con alguien como ella.

    Parpadeé un par de veces, incrédula, y aunque no la interrumpí cuando noté sus intenciones de seguir, negué con la cabeza con cierto apremio luego de que dijo que quizás estaba exagerando, para sacarle la idea de la mente tan rápido como pudiera. La seguí escuchando, seguí y seguí oyendo, porque en ella se fundieron varias figuras, en sus nervios, la tristeza de sus ojos y la manera en que pensaba que era difícil de tratar. Pensé en la Anna de los primeros días en el Sakura, en Altan con su silencio, en Cayden admitiendo a los cuatro vientos que era un burro social y en la silueta algo oscura, demasiado consciente de sí, de Kakeru. Pensé en todos esos que tal vez, en un momento u otro de sus vidas, se percibían como difíciles.

    Difíciles de amar, quizás.

    Que tienes una forma preciosa de ser.
    Pero todos eran amados constantemente.

    ¿No era yo exactamente igual a todos ellos? ¿No era la que dudaba si llamar amigo a alguien que daba claras señales de aceptarme o la que temía que por haber perdido contacto el cariño de alguien hubiese cambiado? Era exactamente igual que todas esas personas que buscaba alcanzar, proteger y guiar, era por eso que a veces me sentía tan perdida y confundida. Era por eso que dudaba de mi propia bondad y ansiaba, casi de forma enfermiza, convertirla en egoísmo. La sinceridad en las palabras de Bea sacudió los bloques de mi torre de por sí inestable, tuve que usar bastante fuerza de voluntad para que no se me cristalizaran los ojos, porque no había manera de que esto fuese así. Entre la charla de Anna y Beatriz iba a terminar llorando cuando tuviera que enfrentarme a Altan más tarde.

    La escuché decir que estaba contenta, que le gustaba pasar el rato conmigo y que esperaba poder hacernos amigas. Su sonrisa, aunque pequeña y tímida, estuvo muy cerca de derribar mi penosa torre de jenga. Dudé, pero creí que su sinceridad debía ser respondida de la misma manera, así que estiré las manos en su dirección, alcancé sus hombros con suavidad y los froté con mimo; una de mis manos se deslizó a su mejilla, allí le brindé una caricia delicada y la sonrisa que le dediqué me cerró los ojos. Fue amplia, genuina y estuvo llena de agradecimiento.

    —No eres difícil, cielo, solo eres. Eres Bea, con tus ojitos de cielo, tu amor por los libros y nuevos amigos —comencé a decir con calma, paciente—. Me alegra mucho que te sientas cómoda y contenta conmigo, de verdad. Puedes buscarme cuando necesites, ¿de acuerdo? Te puedo hablar de libros o solo podemos comer juntas, puedo acompañarte al observatorio y solo quedarnos allí. Sé que Rowan diría lo mismo, bueno, excepto quizás lo de los libros.

    Seguí acariciándole el rostro con cariño aunque a la pobre le fuese a dar de todo, pero era así como me expresaba. Era más cómodo y fácil, al menos eso creía.

    —Yo diría que después de esto ya podemos comenzar a considerarnos amigas —dije junto a una risa ligera, la conversación me hizo pensar en Anna de nuevo y lo que me dijo temprano, una de tantas cosas. Terminé usando más o menos las mismas palabras—. Sé que a ambas nos haría felices, así que eso resuelve la cuestión.


    ponele que esto es un cierre JAJAJ muchas gracias por esta interacción, Bru ♥
     
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    Negó que estuviese exagerando, con un movimiento de cabeza apremiante. Fue como una caricia para mi corazón delicado. Siguió retumbando dentro de mi pecho a pesar de esa primera señal de Jez, mientras seguía sincerándome, prácticamente confesando que su amabilidad me era valiosa y significativa, como un tesoro. No sabía cómo cambiarían las cosas en cuanto terminase de hablar, cómo se lo tomaría. Y, sin embargo, no podía detenerme; no quería hacerlo, en realidad. Porque, en el fondo de mi propio ser, sabía que estaba bien abrirme de esta forma, aunque fuese por una vez en la vida. Sobre todo, cuando tenía enfrente a una persona tan bondadosa, que brillaba con su cariño. Como una lucecita, en palabras de Rowan.

    Para cuando terminé de pronunciar la última palabra, “amigas”, sentí algo parecido al alivio. Y estaba contenta, tal como le había dicho. Lo estaba desde que aceptó almorzar conmigo, cuando la busqué tras días y días de juntar valor para enfrentar el piso de los senpais de tercero. Por eso, al volver a mirar a Jez, pude sonreírle con naturalidad. No recordaba cuándo fue la última vez que sonreí fuera de mi hogar; porque desde el momento que ponía un pie en las calles, me agobiaba. Pero, simplemente, sucedió. Puede que este gesto condensara todo lo que le había dicho a Jez en palabras y le transmitiera mejor el profundo agradecimiento que sentía.

    Reparé en su ligera duda. Y acto seguido, sus manos buscaron alcanzarme. Mi corazón dio un ligero vuelco al notar su intención y me sonrojé, si es que no lo estaba ya, por haber sido tan abiertamente honesta. Mi sonrisa retrocedió, contuve ligeramente el aliento y, tal como me pasó con Rowan más temprano, cerré los ojos. Sentí el suave tacto de sus manos y me mantuve quieta, permitiendo así que entrara en mi espacio, aunque todavía me costaran los gestos físicos. Ella me acarició con mimo, recordé cuando tocó mi antebrazo y me alegró poder permitirle que se expresara así, porque parecía su modo de hacerlo. Lo que no esperé fue sentir una de sus manos trasladándose a mi mejilla, para acariciar allí también. La sorpresa que me hizo abrir de repente los ojos.

    Y así me encontré con su sonrisa, tan amplia que cerraba los suyos. Era genuina y repleta de agradecimiento… Y al comprender que yo la había provocado con mis palabras, todo dentro de mí se suavizó. Incluidos mis esfuerzos por contener la emoción, que estaba ablandándome desde todos los ángulos.

    No eres difícil, cielo, solo eres.

    La miré a los ojos, como preguntándole si de verdad pensaba eso.

    Eres Bea, con tus ojitos de cielo, tu amor por los libros y nuevos amigos.

    Asentí. La tensión que había sentido al principio, cuando me acercó sus manos, ya no estaba. Mantenía una postura tímida bajo sus manos, pero mi semblante se había suavizado. Su mano en mi mejilla dejó de sentirse extraña, había empezado a percibir que era cálida y reconfortante, como sus palabras. Asentí repetidamente; cuando Jez me dijo que le alegraba que me sintiera contenta con ella; cuando me aseguró que podría buscarla cuando la necesitara; hablar de más libros, comer, ir al observatorio; hasta mencionó a Rowan al final, y la aclaración de los libros me hizo gracia, haciendo que la sonrisa, ligera, regresara a mi rostro…


    Yo diría que después de esto ya podemos comenzar a considerarnos amigas.


    Al escuchar… estas palabras… Y que a las dos nos haría igual de felices… En mi mirada volvió a resplandecer la ilusión. No fue un destello en esta ocasión. Perduró mientras conectaba con los ojos de Jez, que eran como dos soles. Mi sonrisa se amplió un poco más para reflejar la enorme emoción que sentí al procesar que… ahora, nos podíamos tratar como amigas… Fui incapaz de hablar, de responder algo, porque entonces mis labios comenzaron a temblar… Y…

    La figura de Jez perdió nitidez cuando una capa de lágrimas abrillantó mis ojos. Apreté los labios para contener un sollozo, me sonrojé de vuelta por estar dando semejante espectáculo. Parpadeé un par de veces, y al hacerlo mis cuencas y pómulos se humedecieron. Alcé una mano y la posé sobre la de Jez, apretándola contra mi mejilla. Buscando serenarme con eso, pidiéndole que se quedara. La sonrisa, ahora de emoción, se mantenía en mi rostro

    —Perdón —dije, mirándola a los ojos—. Es que… Me pasa lo que has dicho… E-estoy feliz…

    Ah, mi corazón *shora*

    Gracias a vos por esta interacción, Pau, la disfruté mucho. Sobre todo este cierre tan precioso, snif.
     
    Última edición: 22 Mayo 2024
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    Kasun cedió a medias, y habría sido mentira decir que esperaba otra cosa; era parte de su encanto, digamos. Mi vista derivó en el movimiento de su lengua con liviandad, no fue un gesto que me pillara desprevenido ni que pretendiera disimular, simplemente captó mi atención y luego regresé a sus ojos. Propuso la piscina, espacio que no recordaba haber pisado, y con la temperatura afuera imaginé que igual el calor sería soportable.

    —¿Te hiciste meteorólogo en un mes? —repliqué, por decir cualquier tontería, mientras comenzaba a girar el cuerpo—. Espérame, ahora vengo.

    Había prometido que se portaría bien luego de escanearme la cara con los ojos, y al empezar a caminar se me aflojó una risa nasal. Que me disculpara si no creía por completo en su palabra, no me parecía a mí la epítome del control de impulsos. Aunque ¿por qué debería hacerlo, en un primer lugar? No es como si mi existencia lo empujara en ninguna dirección, ¿o sí? Alcancé el ascensor y subí hasta mi clase, donde me había quedado el almuerzo. Al regresar, le sonreí con ligereza y reinicié el trayecto, esta vez a su lado. Busqué sus ojos de soslayo y mi sonrisa se ensanchó ligeramente, mas no dije nada.

    —¿Te has aburrido, entonces? —recapitulé, en lo que salíamos al exterior—. ¿No te pasó nada emocionante en tanto tiempo?

    Ralenticé el ritmo apenas alcanzamos el espacio de la piscina, permitiéndome echarle un vistazo. Parecía ser tranquilo aquí.
     
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    Shinomiya se giró, le seguí los pasos hasta que se perdió, entre tanto me recosté contra la pared al lado de la máquina dedicándome a terminar mi bebida. Había dicho que lo esperara y no sé qué, podría haberme largado claro, pero dudaba que un tipo tan estirado dijese eso y no regresara. Al finalizar con la gaseosa la lancé a la canasta de basura, saqué el móvil y me puse a chismear instagram, contesté un par de mensajes por ahí derecho hasta que percibí su siluete de nuevo, elevé la mirada, recibí su sonrisa y me despegué del muro para comenzar a caminar hacia el lugar propuesto.

    —Uy, almuerzo para compartir, que rico~ —la sonrisa me descubrió los dientes en lo que llegabamos a la piscina, asintiendo con ligereza sobre mi tan llamado aburrimiento—. Naj, y mi hermano ultimamente anda prendado a las series, así que todos me tienen descuidado.

    No había ni una pobre alma en desgracia en el lugar, giré el mentón hacia la sombra bajo los árboles, fijando un espacio para comérmelo, ah, comer.

    —Ven principito, por acá~ —caminé hasta el lugar, me senté recostando la espalda en el tronco y me fijé en el agua. El niñato ni por el putas lo imaginaba metiéndose ahí dentro, lo que igual me causó su debida cuota de gracia, porque a ver...—, ¿y qué haces tú para divertirte? Ya que estamos.
     
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  16.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Solté una risa nasal al escucharlo autoadjudicándose el derecho a comer de mi almuerzo, pero como no planeaba detenerlo ni ponerme exquisito tampoco dije nada. No esperaba nada diferente de él, además. Si acaso se me ocurrió, sólo por la gracia, que me daría la upper hand con la tontería. Luego me comentó que su hermano se había pegado a las series y que todos lo andaban descuidando. Otra vez, lo miré con un mohín fingido.

    —¿Quizá sea que debas relajar el culo? —solté, aún si las palabras no condijeron con mi expresión.

    Cuando me llamó seguí su recorrido visualmente antes de mover un músculo, y al verlo sentarse en el césped arqueé una ceja. ¿Esperaba que me ensuciara el pantalón con tierra y quién sabe qué otras porquerías? Me acerqué sin prisa, pero me quedé parado frente a él y señalé el espacio a su lado con la mano donde sostenía la botella.

    —Si quieres que me siente ahí tendrás que ponerte más creativo, Kasun —demandé, muy fresco, y aguardé antes de responder a la pregunta que me había hecho.
     
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  17.  
    Insane

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    Pero que decía este niño bonito de relajar el culo, si ya tendría que tener es un altar de lo bien que me estaba portando estás semanas. Que pereza, me tocaría seguir metiéndole al ejercicio para no desfallecer, ya mi viejo me había hecho a un lado de la reunión de hoy, había preferido llevarse a mi hermano pero yo sabía quién era el favorito, y en definitiva Zold no calzaba por ahí, pero como fuese.

    Me eché contra el tronco, lo noté recorrer el espacio con la vista y la sonrisa se me acentuó, repasando sus prendas perfectas. Como olvidarme que estaba con un principito, que idiota era en querer tirarlo a lo sucio del suelo~ Rebusqué en mi bolsillo, saqué la pañoleta púrpura que le estaba guardando a Gen, la acomodé en el suelo frente a mí, abriendo las piernas en el proceso y regrese el ámbar a sus orbes, echando el cuello hacia atrás.

    Aún viéndolo desde abajo seguía siendo un poema a mis ojos~

    >>Bien pueda, su majestad —le invité a nuestra cita de nuevo con la tela de tributo.
     
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  18.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Debía reconocer que este chico a veces se tornaba bastante complaciente en contraste con otras de sus manías. Dudaba que fuese una generosidad abnegada, pero por ese lado yo sería el último en juzgar. Las buenas acciones desinteresadas estaban sobrevaloradas, ¿qué importaba la intención subyacente en tanto el resultado fuera positivo? El muchachito accedió a mi capricho y rebuscó en sus bolsillos hasta sacar un pañuelo. La revelación me acentuó la sonrisa, divertido, y me seguí revolcando en el mini espectáculo de verlo extender la mierda en el césped y todo lo demás.

    Había separado sus piernas, y el pañuelo yacía a escasa distancia de su cuerpo. Era obvio que tenía todo calculado. Me acerqué sin decir aún una palabra y me agaché sólo para depositar mi almuerzo frente a él, en el espacio de césped disponible. Con la mano libre, entonces, pellizqué la tela morada y la removí, disponiéndome a acomodarla a su lado y a una distancia prudente. Quizá fuera extremadamente arrogante de mi parte, pero en el fondo sentía la certeza de que toda esta seguidilla de solicitudes y resistencias le entretenía antes de molestarlo.

    Me senté, entonces, sobre el pañuelo. Era pequeño, pero cumplía su propósito y a mí me bastaba. Había dejado mi almuerzo frente a él en una habilitación silenciosa para que dispusiera de la comida a su antojo, y ahora sí retomé su pregunta inicial. No solía medir mis actividades en términos de diversión y aburrimiento, la mayor parte de mi agenda se iba en rutinas, responsabilidades y obligaciones. Digamos que le había encontrado el truco a disfrutar incluso aquello que me era impuesto.

    —Me gusta comprar ropa y salir a correr. En casa tengo una especie de gimnasio montado, pequeño. También eso.

    La satisfacción provenía del hecho de sostener la imagen que había construido y no tanto de las actividades en sí, pero en definitiva no estaba mintiendo: hacer ejercicio, prestar atención a mis comidas y comprar mi ropa con cuidadosa consideración conformaban un todo que me dejaba contento al verme en el espejo.

    —Te devolveré la pregunta, a riesgo de recibir una respuesta digna de un demonio. —Lo miré con una sonrisa ligera; en parte me daba curiosidad—. Sorpréndeme.
     
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  19.  
    Insane

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    Seguí su movimiento en lo que dejaba el almuerzo, luego lo ví sujetar el pañuelo por lo que la sonrisa clínica se me filtró, hasta le guiñé el ojo cuando encontré sus pupilas en algún punto antes de que se ubicará a mi lado, había dejado hasta un espacio.

    Que aburrido era el principito.

    Pero bueno, el que dejará su alimento frente a mí me sonaba a ofrenda, así que ni corto ni perezoso me incliné para sujetarlo y regresé la espalda contra la madera, comenzando a comer en lo que observaba el agua de la piscina, escuchándolo entre tanto.

    —Que deportista~

    Le creía a medias, digamos que lo veía más robotizado por cumplir sus estándares sociales antes que divertirse siquiera. Solo había que verlo caminar o mirar al resto, el cabrón era de esa gente que observaba el resto sobre el hombro.

    —Un día podríamos salir a trotar juntos en la noche, yo suelo hacerlo con mis perros. Ah, ni siquiera sé si te gustan los animales~ —murmuré lo último, sedoso con los palillos cubriendo apenas mis labios.

    Dejé unos minutos de silencio para seguir comiendo luego de que éste me preguntara qué solía hacer para divertirme, y uy, tantas cosas.

    —Intentar comerte me gusta bastante —solté como si nada, aunque era obvia la intención de molestarlo un poco, ya luego hablé con certeza de mis gustos, girando el rostro para mirarlo de perfil—. ¿Te suena el puenting?
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    Me quedé tonteando con la botella entre mis manos en lo que veía de soslayo cómo sujetaba el almuerzo y empezaba a comer. Giré el rostro en su dirección al recibir su invitación, ante la cual alcé las cejas y, con su última aclaración, me sonreí. Al menos en ciertas cosas empezaba a conocerme, la criatura.

    —No me gustan, no —negué, con tranquilidad—, y habitúo salir por la mañana. Prefiero vivir de día.

    Lo cual era casi irónico considerando las costumbres que había tenido que adquirir, pero esa era otra historia. Además, siendo honesto, no me veía a mí mismo compartiendo esa actividad con otra persona. Sentía que me irritaría o me retrasarían o me molestaría tener que cambiar el más ínfimo detalle. Sabía que era extremadamente rígido de mi parte, pero no me interesaba cambiarlo.

    Le regresé la pregunta y su primera respuesta me arrancó una risa nasal. Estiré el brazo y le quité el almuerzo, los palillos también; compartirlos no era precisamente mi plan ideal, pero ya estábamos aquí y me daba mucha más pereza ir a la cafetería a pedir otros.

    —¿Puenting? —repetí, procesando la palabra, y tras no encontrar nada en mi memoria meneé la cabeza—. No, ¿qué es?
     
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