Piscina

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Agradecía que no hubiera dicho nada más luego de la sugerencia de disculpa, porque no tenía ganas de que nos quedáramos atascados en un tema donde él, sin saberlo, estaba enredado de pies a cabeza. Hasta cierto punto igual el encontronazo con la chica solo nos pertenecía a nosotros, en vista de lo que había acabado por salir en medio, aunque también era cierto que tal vez no fuese necesario que Hubert se limitara tanto a sí mismo.

    No lo sabía aún, que se había comido el latigazo del choque de Anna y Sonnen, incluso si él también la había cagado, pero quizás si se acercara en vez de darle tanta cabeza las cosas serían distintas, no tanto para los demás, si no para él. Puede que hubiera tardado un tiempo en caer en ello, pero se me ocurrió que una parte de este chico (o todo lo que él era) estaba contenido de la misma manera en que lo había estado yo desde que Yako murió hasta que vine a dar a esta escuela. Que también sus dudas y sus miedos estaban aplastados bajo su peso, encerrados y ocultos del mundo.

    La cueva era terriblemente oscura y la roca era fría, pues llevaba años sin recibir luz solar.

    El problema de Ilana quedó a un lado cuando la distracción de turno nos dejó con el tema del ajedrez. Teníamos una escena de lo más pintoresca aquí, ¿no? Con este cielo gris, la piscina y el tablero; no era lo que se dice el espacio por defecto que uno pensaba para esto, pero era lo que había y ya de por sí era él quien había decidido venir aquí. Además, no era que Hubert fuese lo que se dice promedio, lo sabía. Le había hablado de curvas estadísticas y esas mierdas porque era consciente de que fuera, en el mundo, él posiblemente estuviera en las colas.

    Bromeó con lo del corcel, haciendo que la sonrisa se me ampliara un poco, aunque seguí con el monólogo como si nada. Solo mientras se lo decía se me ocurrió que apreciaba tanto el orden, que mamá y yo lo apreciábamos, porque significaba que todo seguía donde debía; que no había objetos faltantes ni huecos en nuestra visión. Ella tenía un gran espacio negativo a su lado y yo también; nuestro deseo de orden provenía del miedo.

    Balanceé las conclusiones a las que llegué con la broma del príncipe, pues porque podía, y cuando lo miré pretendiendo disculparme en silencio él negó con la cabeza. Puede que mi gesto de limpiarme antes de tocar las piezas de ajedrez hablara de mi consideración hacia él, pero la manera en que Hubert me escuchaba también hablaba de la suya. Era paciente y amable con los otros, aunque rozara la desconexión. Puede que tuviera el potencial de ser un pilar, pero daba la sensación de ser demasiado pequeño todavía o tal vez estaba demasiado confundido para darse cuenta.

    Le presté atención mientras me explicaba los peones, le di otra mordida el sándwich y asentí con la cabeza para que supiera que lo oía. Era bruto con ganas, pero el mundo en el que me había metido se empeñaba en recordarme que de hecho era una réplica de una eterna partida de ajedrez y que habían algunos que jugaban de maravilla, el hijo de puta de mi padre incluido. Ellos eran las manos que nos movían.

    Los peones son piezas fuertes si sabes ubicarlos y complementarlos.

    Esa era una noción básica para los grandes estrategas, sí.

    Me dejó una pausa para que me metiera la idea en el cerebro, cosa que agradecí, pero alcé la mirada del tablero cuando empezó a hablarme de lo que tenía atascado en la cabeza. Fue más bien una introducción, pero lo escuché y se me ocurrió que definir los encuentros como intrigantes era algo que solo este chico haría, el resto de nosotros los definíamos como buenos o malos dependiendo del humor en que nos dejaran.

    —Conozco a Morgan —dije cuando terminó y lo vi seguir acomodando piezas, el rey en una esquina—, pero no me ha tocado hablar con ella en la oscuridad de ningún sitio. Es amiga de mi mejor amigo, aunque debo admitir que cuesta leerla en general nunca me ha dicho nada fuera de lo común.

    Volví a limpiarme la mano, tomé un alfil, lo dejé y tomé una torre a la que también regresé a su lugar después. Se me ocurrió que memorizar todo esto debía ser un lío grandísimo, aunque tenía sentido que fuese algo que hiciera Hubert. Contenido o no, era seguro que parecía más orientado a la resolución estratégica de las cosas, incluso si al final no hacía nada porque se quedaba estático al pensar en cómo actuar frente al caos de las personas.

    —De haber sabido me traía un cuaderno. Bien, ¿ahora cuál? —Para cuando terminara de explicarme las piezas seguro ya se me habría fundido la neurona, pero en realidad el tablero seguía siendo una distracción. Lo que me importaba era que sacara lo que tenía dando vueltas en la mente—. Con la siguiente explicación también elegirás cuál de los encuentros ampliar. Morgan en la oscuridad o Toshima, depende de cuál te parezca más intrigante, supongamos.
     
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    El espacio que le cedí para que hablara fue tomado, permitiendo que la charla se desenvolviera con cierta fluidez. Había veces en las que tomaba bastante sitio de una conversación para explayarme, y frente a eso procuraba hacer pausas que permitieran a la otra persona aportar algo, con la idea de que el intercambio se nutriera. Aunque no sabía cómo obrar frente a los conflictos ajenos, al menos tenía el consuelo de ser un buen conversador, cuando no me enfrentaba a las resistencias provenientes del otro lado. De este modo, Cayden añadió que conocía a Morgan, por lo que partíamos con la certeza de que no tendría que detenerme a explicar quién era; No habían compartido un espacio a oscuras como en mi caso, pero la dificultad para leerla era una visión en la que coincidíamos en parte.

    No dije nada, sólo esbocé una suave sonrisa mientras acomodaba al rey sobre el tablero. Como pieza cuya forma representaba una figura de la realeza, pensé que podía ser asociada con los zares de Rusia, concepto en el que sustentaba el apodo con el que reconocían a la otra persona con la que me encontré ese mismo día, en Toshima. El hecho de ubicarlo en un casillero apartado representaba, al menos para mí, la extraña naturaleza de nuestro encuentro: en una habitación apartada, a la que accedí por las mismas motivaciones que empujaron mi encuentro con Morgan.

    Curiosidad. Intriga. Inquietud.

    Antes de proseguir, observé cómo Cayden tomaba otras piezas para estudiarlas de cerca. Primero un alfil, luego una torre, las cuales no tardaron en retornar a su posición original, a un lado del tablero. Me sonreí sin darme cuenta frente a su muestra de interés. Puede que el chico estuviera reflexionando sobre lo que este juego implicaba o que solamente apreciara el tallado de la madera que componía estas piezas; las posibilidades eran diversas, pero también refrescantes. Los juegos de estrategia, sobre todo aquellos similares al ajedrez o el go, me gustaban tanto como los libros. Era gratificante hablar del tema con alguien a quien comenzaba a considerar un amigo.

    Preguntó por la siguiente pieza y me cedió el poder de elegir sobre cuál encuentro hablar primero. Había sopesado la posibilidad de que fuese él quien dirigiera esta parte de la conversación, quizá con la intención de volcarme sobre lo que más le generara intriga a él, pero tampoco estaba mal que me tocara a mí el hacerlo. Antes de hablar, acomodé los peones blancos en su lado del tablero, en la hilera correspondiente.

    —Las dos reuniones tuvieron su intriga distintiva —contestaba mientras tanto, pensativo—. En el caso de Morgan, entré al salón de actos porque la escuché cantar desde el pasillo y, bueno, digamos que la incesante curiosidad impidió que retrocediera sobre mis pasos. No podría decirse que nos conocíamos, ya que nos vimos una sola vez en el club de lectura y… fue algo que duró un segundo, apenas un cruce de miradas —empecé a poner los peones negros sobre el tablero—. Ayer mantuvimos una conversación sin problemas; debo confesar que se sintió extraño en ciertos puntos, por sus expresiones y sus dinámicas cambiantes, pero creo que nos complementamos bien.
    >>Nos sentíamos cómodos en esa oscuridad.

    Hice otra pausa, para que visualizara la situación. En tanto, me incliné sobre el tablero para tomar entre mis dedos una torre negra. La alcé entre nosotros como hice con el peón.

    —Hablamos de Seannchlachan, un castillo. Las torres del ajedrez siempre recuerdan a los mismos, ¿verdad? —mencioné, carraspeando luego para avisar de una ligera desviación en el tema—. Las torres se mueven sólo en línea recta, tanto en vertical como en horizontal. Pueden avanzar y retroceder cualquier cantidad de casilleros, no tienen las limitaciones de los peones.

    A modo de demostración, apoyé la torre sobre el tablero y la empujé con un índice hasta Cayden, deteniéndola frente a sus peones blancos. Con un gesto modesto de la mano, le invité a hacer el mismo movimiento en el sentido inverso. Mi expresión seguía siendo pensativa.

    —Conversamos, entre otras cosas, sobre el sentido de mi presencia aquí, en Japón —revelé, con la mano en el mentón—. ¿Por qué tomé la decisión de venir a un lugar tan lejos de Suecia?, fue esa la pregunta que surcó el aire —otra pausa, más corta—. Suelo pensar que vine de intercambio con una idea de aprendizaje, por pura necesidad de comprender el mundo y, con eso, entenderme a mí mismo. Porque yo, Cay, viví mucho tiempo entre los muros de dos, digamos entre comillas, “castillos” —coloqué la segunda torre negra, al lado de la otra—. Un observatorio desde el que miraba el universo, y una biblioteca en la que leí miles de páginas. En algún punto… sentí la necesidad de saltar sus muros para ampliar mis horizontes —suspiré—. Reduje todo a la noción del “conocimiento”.

    Alcé la vista hacia las nubes y me quedé mirándolas, no aparté la vista cuando seguí hablando.

    —Morgan me dijo que vine a vivir —dije—. Y me doy cuenta de que tiene razón. Hay lugares que me gusta visitar, personas con las que disfruto conversar y, a su vez, descubro mis virtudes y fallos como persona —cerré los ojos—. Mi punto es que... no me daba cuenta de eso hasta ahora, porque analizo mucho las cosas a mi alrededor... Como si esperara encontrar algo, sin saber qué es —me reí por lo bajo, un poco sin querer— Por eso, me aconsejó dedicarme a vivir sin reclamarle nada al mundo, tan sólo fluir en él. No he dejado de reflexionar al respecto.
     
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    porque puedo básicamente (?
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    La distancia que existía el entre el mundo y Hubert no era diferente a la conocía en otras personas y en mí mismo, habitábamos el espacio, hablábamos como si nada y luego regresábamos a nuestros límites. No éramos particularmente buenos compartiendo grandes cantidades de información, tampoco escarbando para conseguirla; en el respeto por los límites ajenos cortábamos las hebras que nos ataban a los demás y entonces meter las manos resultaba extremadamente difícil. Surgían los espacios intermedios, los huecos y las ilusiones paranoides que los llenaban, surgía el silencio y los ecos de uno mismo. Venían de las tensiones de las hebras, era como chocar con pared aunque se tratara de algo orgánico, humano.

    Había momentos en que preguntar simplemente era aterrador por las posibles respuestas.

    Al abrir el espacio para que eligiera de qué encuentro hablar y por qué había sido calificado como intrigante de todas las palabras posibles jamás se me ocurrió que el tema que aparecería sobre la mesa era el que justamente había empezado a tirar mis piezas mentales, a desordenar los cajones y desacomodar algo que, en buena teoría, debería haberse sosegado luego de hablar con Ko en la azotea. Sin embargo, eran dos miedos distintos en forma aunque iguales en su núcleo primigenio y por eso no sabía cómo mierda combatir este. Tenía la asombrosa cantidad de cero herramientas.

    Tomé las piezas por mera curiosidad, solo para verlas de cerca aunque le estaba dando vueltas a diez cosas distintas, como siempre, y seguí ignorante del asunto hasta bien entrada la anécdota. La encontró porque la escuchó cantar, como yo el día que la escuché con Kohaku en el patio, entró al salón de actos por curiosidad, tuvieron una conversación que fue extraña por partes pero que se habían sentido cómodos en la oscuridad.

    Cuestionable por demás.

    Mencionó el nombre del castillo, que sonó gaélico que dio gusto y percibí cierta familiaridad al oírlo, solo por los sonidos, y habló entonces de las torres que recordaban a uno. Se movían siempre en línea recta, vertical u horizontal, avanzando o retrocediendo, sin límite de casillas. Hizo el movimiento con las piezas, dejándola frente a los peones blancos y yo observé la pieza.

    Torres. Movimiento ilimitado pero siempre lineal, ¿las volvía eso poderosas o frágiles?

    Había estirado la mano para imitar el movimiento como me incitó a hacer cuando la bomba cayó, helándome la columna, y agradecí no estar masticando porque se me habría atascado el bocado. Por qué Hubert estaba en Japón no era precisamente una novedad, pero venía emparejado con la ahora certeza de que volvería a su hogar en algún momento y eso, bueno, era justo por lo que estaba armando este pedazo de teatro de mentiras, este maldito castillo de naipes. Lo estaba construyendo porque temía que al llegar a cuestionar la veracidad de mi figura, los límites de mi moralidad, el corte inevitable ocurriera mucho antes de lo esperado.

    Por eso Ilana estaba hecha una furia, por eso yo había sido tan insufrible con ella.

    Moví la torre de regreso, sin cambio alguno en el semblante a pesar del miedo que me había caído encima, y seguí escuchándolo, lo seguí oyendo porque era él quien estaba aquí con un tablero de ajedrez porque necesitaba ordenar pensamientos. Esta mierda no era sobre mí, mi terror y mis incontables delirios de abandono. En mi naturaleza no estaba desamparar a las personas que parecían más perdidas que yo.

    ¿Solo fluir en el mundo? Sí, sonaba a algo que Morgan diría, pero que no necesariamente era fácil de hacer para el resto de gente. No parecía siquiera ser sencillo de hacer para Hubert en realidad, viendo el tablero en cuestión. Algunos de nosotros llevábamos esperando algo del mundo desde antes de poder formular una oración coherente y las costumbres, o debería llamarlas manías, eran difíciles de cancelar.

    Había hablado mirando el cielo, las nubes grisáceas, y yo aproveché saberme libre de su mirada para observarlo. Repasé su silueta sin objetivo particular, cada arruga del uniforme, el negro de su cabello y la tensión sutil de ciertos músculos para mantener la posición. Lo observé a sabiendas de que algún día el lugar al otro lado del tablero se vaciaría.

    Lo pensé, lo pensé y lo pensé, le di tantas vueltas a la información que ahora poseía que perdió nitidez y justo cuando se me enredó en la garganta lo empujé de regreso, lo zambullí en mis entrañas y retrocedí dentro de mi propia cueva. Até el miedo con diez correas distintas, apreté las fauces del lobo en el círculo de fuego y lo sometí, pegándolo al suelo porque me negaba a soltarlo. Me negaba a que al abrir la boca la hilera de colmillos buscara encajarse en el cuerpo de Hubert, pero las palabras me habían alcanzado el cerebro.

    La certeza absoluta de que estaba asustado.

    Sin embargo, ¿cómo podía reclamarle algo al mundo?

    —La oscuridad tiene cierta capacidad de cobijar, diría yo. Reduce los límites físicos y nos fuerza a usar otros sentidos más allá de la vista, por ello a veces lo que pensamos o hacemos cuando las luces se apagan resulta aterrador o tranquilizador, porque puede acercarnos a partes de nosotros que no vemos de otras formas. En la oscuridad dejas de dar botes contra una bombilla inmensa que pensaste que era la luna —comencé mientras regresaba los ojos al tablero y esta noción de oscuridad se amalgamó con bastantes recuerdos, algunos más impulsivos que otros—. Saltar los muros o reventar las paredes de una cueva a voluntad requiere de algo más que sed de conocimiento, al menos eso creo. Se necesita de una pizca de valentía o desesperación para abandonar las paredes de roca maciza donde aprendiste a sentirte a salvo. Lo que impulsó tu salto te pertenece solo a ti, igual que lo que te mantiene fuera de tu encierro. Los lugares, las personas y los descubrimientos, todo pasa a formar parte de ti.

    Apoyé el codo en mi muslo, así que pude descansar el rostro en los nudillos, encorvando apenas la espalda. Seguí pensando aunque la verdad era que nadie me obligaba a contestar algo, pero no sabía qué tan bueno era si dejaba de hablar, para él y para mí.

    —¿Piensas que puedes vivir sin reclamarle nada al mundo? —pregunté entonces, fue una duda legítima—. Suena como una noción que sería hasta tranquilizadora, aunque me atrevería a decir que solo algunos tienen el privilegio de poder fluir de esa manera, para el resto es posible pero no sin mucho esfuerzo y entrenamiento consciente. Tener que entrenar para fluir suena casi tan agotador como siempre esperar algo de un mundo que no nos debe nada en absoluto.


    ni toretto es así de rápido
     
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    Separé lo párpados con lentitud al escuchar que Cayden empezaba a hablar. No me había detenido a preguntar su opinión tras presentarle las ideas que tenía enredadas entre los engranajes de mi mente, prácticamente desde la tarde de ayer, porque era plenamente consciente de que recibiría una devolución. Necesitaba conocer una parte de sus ideas respecto al tema que puse sobre el tablero. Dunn tenía una visión bastante amplia sobre lo que nos rodeaba, éramos ambos unos observadores natos. Pero me parecía que comprendía los sentimientos mucho mejor de lo que yo podría afirmar de mí mismo, y algo me decía que la clave se encontraba en ese sitio. Valía aclarar que no por esto me consideraba una máquina que sólo procesaba datos: el agujero que hacía sangrar mi pecho… era un constante recordatorio de mi humanidad. Y por eso estaba tan dedicado, en estas horas, a reflexionar sobre las conversaciones mantenidas el día anterior.

    ¿Qué es, en realidad, lo que estoy buscando?

    Las nubes del cielo eran sombrías, teñían todo de color gris, a la vez que correntadas de viento avanzaban con susurros lúgubres. Sentí la caricia de una brisa entre las hebras de mi cabello, haciendo que algunos extremos me rozaran el rostro. Me trajo las palabras de Cayden, que hablaban sobre el abrigo que ofrecía la oscuridad y su capacidad para potenciar los demás sentidos, aquellos no relacionados con la mirada. Sonreí ligeramente y asentí, recordando que Morgan había hecho un planteamiento similar. Estaba de acuerdo con ambos.

    El añadido peculiar fue la idea de que, para sortear los muros que me rodeaban, el hambre de conocimiento era apenas la parte de un todo mayor. Según Cayden, para algo tan determinante como dejar atrás las paredes de roca, hacía falta valentía, desesperación o una combinación de ambas. Mi semblante volvió a tornarse pensativo al escucharlo. Mis engranajes se averiaron en el concepto de la desesperación, porque inevitablemente me arrojó a la imagen de Effy y la enorme impotencia que me provocaba el desconocimiento, el no saber por qué tomó la decisión de rompernos el corazón a ambos. Esa incógnita siempre latía en el río de sangre que brotaba de este agujero rojo en mi pecho.

    Dejé escapar una larga exhalación por las fosas nasales y volteé el rostro hacia Dunn, controlé la opresión del pecho antes de mirarlo. Cayden había clavado el codo en su muslo, la mejilla descansando sobre sus nudillos. Me dio la sensación de que, al igual que yo, procesaba emociones fuertes sobre las que elegí no preguntar.

    Pero al verlo así, me embargó la egoísta sensación de sentirme acompañado en mis divagaciones.

    Me preguntó si era capaz seguir el consejo de Morgan, de vivir sin reclamar. Y luego, lo que dijo acto seguido… era algo en lo que ya había pensado por estas horas. El esfuerzo que implicaba el cambio de visión, de sentimiento y de intención. Algo que reclamaba un acopio de fuerzas que, mal aplicado, podía tener un poder agotador capaz de anularme.

    —No sé si pueda —respondí, con una sonrisa resignada—, pero reconozco que tal idea me resulta atrayente .

    Volví a mirar al tablero. Ubiqué las torres en las esquinas. O, al menos, casi todas. Una de ellas, torre negra, permaneció en uno de los casilleros centrales. Frente a la misma, puse uno de los alfiles, a dos casilleros de distancia.

    —Observo y analizo, muchas veces de forma inconsciente —repetí—. Al registrar, intentar comprender y seguir los impulsos de mi curiosidad, estoy constantemente reclamando algo al mundo, es como un constante llamado a "comprenderlo". He crecido de esta manera, primero mirando estrellas y galaxias, luego las letras impresas de los libros, y ahora experimentando en carne propia la experiencia de “vivir” según la concepción de Morgan. Pero incluso así, explico el mundo a través de un tablero.

    Señalé el alfil blanco que había puesto sobre el tablero, que enfrentaba a la torre negra.

    —Alfil. Se mueve sólo en diagonal. Al igual que la torre, puede avanzar y retroceder la cantidad de casilleros que quiera, al menos hasta donde los límites del tablero le permitan.

    Tomé el alfil y lo avancé en diagonal. Quedó fuera de la línea vertical que ocupaba la torre, y la detuve en su línea horizontal. Acto seguido, volví a mover el alfil en dirección contraria, diagonal. El alfil avanzó todo momento, hasta quedar detrás de la torre que le bloqueaba el paso, también a dos casilleros de distancia. El alfil había rodeado la torre negra para eludirla, pero para eso debió realizar un movimiento muy amplio.

    —Para sortear aquellos muros, los del pensamiento, debes correrte de la línea de este. Hacerlo implica tomar un camino largo e incluso arriesgado, como el de este alfil. Porque puede llevar al agotamiento, tal como expresaste recién.
    >>Para cerrar mi idea, es posible vivir sin reclamarle nada al mundo. Pero considerando cómo crecí, no sería para nada sencillo. Es un movimiento a largo plazo.

    Hice una pausa, otra vez. Reflexivo.

    >>Sin embargo, Cay —continué—, tampoco rechazo lo que soy actualmente, de ahí surge mi constante reflexión. Es que también pienso en lo siguiente: gracias a cómo me construí en el observatorio y la biblioteca... terminé dando contigo, con Bleke, Kashya, Verónica,
    Ilana y Altan —le sonreí—. Y estoy agradecido por eso.

    Volví a mirar hacia las nubes.

    >>Pero también necesito pulirme en otros aspectos —admití, reprimiendo un suspiro—. Ya que, por ejemplo, me paralizo cuando alguien necesita ayuda. Elijo guardar distancias y no sé hasta qué punto eso es correcto.
     
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    Mi encierro, contrario a como parecía ser el de Hubert, había sido siempre intermitente. Iba y venía de la cueva; salía, me asustaba, regresaba y luchaba con el lobo, el fuego y la roca viva, batallaba con sensaciones de alivio y angustia con tal frecuencia que terminaba considerándolo la norma hasta que de repente todo moría, las heridas abiertas se infectaban y caía, con la sangre envenenada por resentimiento, furia o celos, tres emociones que compartían el miedo como hilo conector. Sin embargo, esa volatilidad, esa incapacidad de quedarme dentro de las paredes porque sabía que el exterior tenía cosas que ofrecer, ahora me permitía tener un escenario más amplio.

    Por eso podía hablarle del cobijo de la oscuridad.

    De la desesperación que requería saltar un muro.

    Y el desgaste que implicaba fluir con el mundo.


    Mi respuesta podría haber pecado de ominosa, tanto por la mención al resguardo de la oscuridad como a la desesperación, pero creía estar bastante seguro de lo que hablaba. Me había juntado con un grupo de apestados cuando quizás debía estar jugando al Pokémon, el muchacho al que admiraba o que había despertado mi primera duda real sobre, bueno, todo, había muerto antes de cumplir diecisiete años y luego lo demás cayó, como piezas de dominó. La cueva me había salvado, pero era la misma que me había impedido soltarme el bozal y gritarles que no me dejaran solo.

    ¿Qué buscaba entonces? ¿Dónde estaban los límites?

    La exhalación de Hubert me hizo asumir que mis palabras había revuelto cosas, que había metido la mano en un agujero negro, le había revuelto los pensamientos de por sí confusos y sacado un par que seguramente se llevaría consigo hasta irse a dormir. Al volver a recibir su mirada yo regresé los ojos al tablero, pero comenzaba a darme cuenta con una claridad absurda que este muchacho cargaba consigo algo que tal vez era más grande que sí mismo. Algo que no tenía que ver con haber hablado con Morgan en la oscuridad ni el encuentro en Toshima.

    No tenía manera de saberlo, que se sentía acompañado en sus divagaciones y algo de eso lo hizo pensar en el egoísmo, pero tampoco me habría importado. Existía algo en el egoísmo de los otros alrededor de mi figura que actuaba como morfina, pasaba de la vena al cerebro y adormecía sensaciones de dolor lejanas, antiguas, esas que surgían del tajo al corazón que había causado el hijo de puta de Liam. La elección, la prioridad, la noción de un espacio compartido y exclusivo. Quizás fuese mi propio tratamiento paliativo.

    Escuché su respuesta, lo vi acomodar piezas de nuevo y luego explicó los alfiles. Observé su movimiento, volví a concentrarme en cada pequeña cosa, desde sus dedos en la pieza hasta como emparejó el movimiento del alfil con quebrar la línea de pensamiento en un camino largo y arriesgado, que no sabía si podría vivir sin reclamarle nada al mundo, aunque la idea era atrayente pero que su crianza lo volvería una tarea complicada.

    No terminó la idea allí, así que mientras seguía hablando usé la mano libre para tomar el alfil y moverlo, regresándolo a su lugar después. No pretendí de la acción nada más que grabarme en el cerebro la instrucción, aunque para este momento ya se me había olvidado bajo qué regla un peón podía atacar o no, pero ya desde el inicio no le había prometido entender.

    En realidad no le prometía nada a nadie, no a viva voz.

    Habló sobre que no rechazaba lo que era actualmente, algo que no esperaba que hiciera de por sí o lo habría regañado por ser un idiota incluso con semejante verborrea de señor del siglo XIX, pues por ser eso había dado conmigo, las muchachas y Altan. Era un grupo variado y de lo más extraño, era casi condenatorio por mi figura y la de Sonnen, pero no hacía falta mencionarlo. Igual dijo que necesitaba pulir algunas cosas y confesó que se paralizaba cuando alguien necesitaba ayuda, elegía guardar distancias y no sabía qué tan correcto era.

    —Hace no mucho tiempo —comencé y me dediqué a repasar los movimientos que me había enseñado hasta ahora de las piezas—, diría que incluso a principios de este año, no habría creído ser muy diferente de ti. Da miedo, ¿no es así? Husmear, preguntar, tocar la herida y mancharte de sangre que no te pertenece, porque no conoces los límites de los otros. Da miedo porque nosotros mismos sangramos, lo hacemos dentro de paredes de roca tan gruesas que olvidamos que hay un mundo afuera y creemos que allí adentro el tajo es capaz de sanar.

    Por alguna razón confundí el alfil con la torre, pero reinicié el cerebro y pude recordar lo que había explicado. Toda pieza que toqué la regresé a su sitio, sin más. En algún punto de la acción me di cuenta que no habría aceptado el juego de empollones de otra persona, fuese por inseguridad o aburrimiento, y entonces pensé que estaba maldito a partir de este momento, pero tampoco iba a señalarlo. Le estaba manchando las piezas de sangre.

    —Pero no es así, el corte no cierra, todo lo que no atiendes no puede cicatrizar. ¿Te lo has preguntado, Hubby? —Busqué saber ya sin ser consciente del apodo—. ¿Qué has conseguido en realidad al quedarte paralizado?

    De nuevo la pregunta, así como mi argumento de antes, cargó cierta pesadez subyacente. Era un cuestionamiento, pero no fui brusco, tampoco pretendí ser invasivo y solo lo dejé en el aire. Yo sí me lo había preguntado, una y otra y otra vez.

    —Podría haberme paralizado al escucharte decir que usabas este tablero para ordenar pensamientos —señalé y apoyé el índice en el borde del objeto, deslizándolo unos milímetros en su dirección—. Podría haberlo hecho al escuchar de un encuentro a oscuras o del encuentro raro de Toshima, pero entonces te habría dejado solo.

    Guardé silencio un rato, fue más que todo para darle tiempo de procesar mi tremendo vomito de ideas, aunque también me sirvió para tomar una pausa. No solía hablar tanto, menos de mierdas tan pesadas, pero era capaz de hacerlo cuando consideraba que alguien necesitaba de ese empujón. No sabía hasta qué punto eso me emparejaba con mi demonio más grande, que daba consejos que nadie pedía, o me separaba de él al volverme un pilar temporal como era mi familia materna.

    —Me niego —resolví con una sencillez tan exagerada que casi pareció una tontería, pero sabía que esas dos palabras hablaban de resistencia y terquedad, hablaban de mi propio egoísmo y como ahora, luego de haber pensado en desaparecer de su vida porque él desaparecería de la mía, más bien rechazaba la idea de soltarlo. Ya de paso elegí el camino del sincericidio, pues no tenía mucho caso molestarse con ciertas mentiras—. Y entonces se mueve un alfil, se quiebra la línea de ideas y un mundo diminuto, ese que habitas, cambia de dirección aunque no lo haga todo el globo terrestre por obvias razones. Eres pequeño y estás confundido, me das esa sensación hace ya unos días, pero saltaste las paredes y eso habla de ti de maneras que no sé si comprendas todavía. No debes cambiar quién eres, rechazarte a ti mismo o quemarte las pestañas por fluir en el mundo si tanto te va a costar. Estarás bien.

    >>Me aseguraré de ello.

    Vete a saber de dónde mierdas saqué que decirle algo como eso era buena idea, no lo procesé, pero al soltarlo pude alzar la vista, esperar porque él regresara los ojos a mí y dedicarle una sonrisa que pretendió ser conciliadora. Sabía que todo lo que estaba diciéndole no haría que dejara de darle vueltas a todas esas cosas, ni siquiera era lo que pretendía porque necesitábamos reflexionar de vez en cuando para entendernos, pero solo fue mi forma de reforzar el punto. De secundar la idea de que no estaba solo y confiaba en que haría las cosas bien con el tiempo.

    Sin embargo, todo lo que estaba haciendo era enredarlo a mí.
     
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    No aparté la mirada de las nubes. Se desplazaban en la extensión del cielo como colosales pinceladas de un tinte gris, que ninguna luz parecía ser capaz de atravesar. Incluso si mantenía mi atención en ese espacio, en realidad me hallaba poniendo orden a mis ideas inquietas y, a su vez, no dejaba de estar atento a Cayden. Mas, presenciar un clima sombrío como el de ahora me traía un poco de tranquilidad, seguramente por esa misma comodidad que había encontrado en la oscuridad del salón de actos, o en los campos nocturnos del observatorio o en las largas noches de lectura en la biblioteca.... Y, además, de soslayo percibía con nitidez el fuerte color del cabello de Dunn.

    Como si fuera un fuego que me guiaba, para no tropezar sobre mis pasos.

    Me giré nuevamente hacia él porque comenzó a hablar, era mi actitud educada de siempre. Sin embargo, mi mirada se desvió hacia su mano, que en ese momento realizaba un repaso de los movimientos que acababa de explicarle. Ver sus dedos rodeando las fichas proyectó una sonrisa muy leve sobre mi semblante: este tablero de ajedrez nunca lo había utilizado en conjunto con otra persona, pues servía apenas como una herramienta para mis pensamientos. Al ser la primera vez que alguien fuera de mi familia se permitía el tacto de sus piezas, se me ocurrió que esto era una suerte de representación de la confianza que le tenía a Cayden… Y que era parte de vivir.

    Pero más allá de esto, Dunn mencionó que en cierto punto nos habíamos parecido, lo que esta vez me llevó a mirar sus ojos con cierto aire curioso. Habló del miedo a mancharnos con las heridas ajenas, de la propia vulnerabilidad y del hecho de que no conocíamos los límites de las demás personas. Permanecí atento a todo su monólogo, claro está; más mi mente era inquieta y los engranajes aceleraron sus giros para procesar lo que me decía.

    En el momento que le confesé mi incapacidad para ayudar a alguien, lo hice pensando en Altan y Anna, tanto por el tenso encuentro en el pasillo como por el descuido cometido en el campamento, la nota sobre la mesa vacía. A uno quería ayudarlo a sobrellevar el agobio de sus sentimientos, porque creía que pasaba por algo similar a lo que yo sufrí en su momento; y a ella quería pedirle perdón por asumir cosas de su persona y obrar en consecuencia, sin pensar en cómo podría sentirse por mi acción… Y sin embargo… Viendo el estado de Sonnen, no supe qué hacer, hasta qué punto era correcto abordarlos a ambos…

    ¿Mi inseguridad frente a su situación era, de alguna manera, una faceta del miedo?

    Siempre había considerado que mantener distancia era una manera correcta de enfrentar esto, al menos hasta que notara que las cosas se enfriaban un poco. Había recaído en un error, otra vez: cuando yo sufrí de desamor, la espiral de destrucción era irrefrenable, y sólo se detuvo gracias al constante acercamiento de mis padres. Mi actitud era un grave error, llevaba tiempo cayendo en cuenta de esto, y Cayden dio en blanco cuando me dijo que… todo lo que no se atiende no cicatriza…

    Por eso mi pecho no dejaba de sangrar. Y el de Altan tampoco.


    ¿Qué has conseguido en realidad al quedarte paralizado?


    Mi sonrisa se comprimió ligeramente, sufrió una torsión que reflejaba mi incertidumbre general. Necesité otro suspiro para detener la fuerza de mis pensamientos, relajé la expresión y, finalmente, negué con la cabeza. Que me hubiese llamado “Hubby” ayudó en el proceso, pues seguía sin acostumbrarme a oír ese apodo por otras voces que no fuesen la de Verónica; fue una distracción fugaz y necesaria.

    —Dudas, cuestionamientos y… algo de culpa —respondí, escueto—, porque sigo distante de la otra persona.

    Y como para reafirmar ese punto, Cayden mencionó que, de haberse paralizado frente a mi tablero de ajedrez… me habría dejado solo. Asentí ligeramente, comprendiendo su punto. Pude conservar buena parte de mi porte tranquila a pesar de que, con eso, caí en cuenta que era eso, precisamente, lo que estuve haciendo con Altan.


    No debes cambiar quién eres, rechazarte a ti mismo o quemarte las pestañas por fluir en el mundo si tanto te va a costar. Estarás bien.
    Me aseguraré de ello.


    Una brisa fresca recorrió la zona, dibujó ondas irregulares en el agua junto a nosotros y, a la vez, revolvió nuestros cabellos hasta casi despeinarlos. Las piezas permanecieron sobre el tablero, firmes. Y alcé la mirada hacia el rostro de Cayden. Recibí de lleno el cálido ámbar de sus ojos, el único resplandor en este día tan gris, que iluminaba junto con una sonrisa que pretendió transmitirme consuelo. No le respondí al instante ya que debí procesar lo que acababa de decir, ya que cargaba el tenor de una promesa. Una intención de mantenerme protegido, en medio de mis confusiones.

    Le sonreí.

    —Acabas de sonar como todo un senpai —bromeé, si bien mi voz sonó muy serena—. O más bien, como mi caballero.

    Dicho y hecho, tomé la pieza del caballo blanco, aquella que Cayden había tocado anteriormente. La hice girar entre mis dedos, pensativo, pero mi rostro conservaba la sonrisa de antes, una que acababa adquirir un poco más de tranquilidad. No sabía si era necesaria semejante resolución por parte de Dunn, pero no pensaba rechazarla.

    —Es verdad que estoy confundido —admití—. Siempre confié en mi intuición, en la lógica y mi capacidad de observación para moverme por el mundo, y creo que en general no me va mal. Pero es una línea de acción demasiado dominada por el raciocinio… y al final limita mi visión del aspecto más sentimental de la gente, que es caótico en comparación…. Es lo que quiero corregir de mi persona… y podré hacerlo sin renunciar a mi esencia —aseguré con un leve asentimiento.

    Coloqué el caballo blanco sobre tablero. Cerca de éste, ubiqué al rey negro y la torre de su mismo color. Retorné a los ojos de Dunn al seguir hablando.


    —El caballero va a lomos de su caballo… Y esta pieza es ciertamente especial —mencioné—. Se mueve formando una letra “L”: puede avanzar un casillero y luego moverse dos hacia un costado… O avanzar dos casilleros y moverse uno hacia un costado. También puede hacer esto en el sentido inverso, es decir, retrocediendo.

    Como era consciente de que el caballo era la ficha más compleja de este juego, ayudé con una representación visual, moviéndola sobre el tablero.

    —El caballo tiene una particularidad: durante su movimiento, puede pasar por encima de otras piezas, siempre que éstas no se ubiquen en su casillero de destino. Así, este caballero puede pasar por sobre torres de muros gruesos e, incluso… sobre los reyes mismos. Es un guerrero imparable.

    UF, ¡por fin volví a responder!

    Entre mis quilombos de salud, la caída del foro y más quilombos, quedé medio pinchado y necesité un buen tiempo para reconectar con lo que tenía pensado acá, jaja. Gracias por la paciencia uvu <3
     
    Última edición: 18 Febrero 2024
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    De alguna manera sabía que hablarle de la forma en que lo hacía era el equivalente de agarrar una cucharada de emociones inconexas y bajársela a la fuerza hasta el fondo de la garganta. Me daba esa sensación porque Hubert parecía siempre serio y compuesto en comparación a mí; quizás estaba preocupado por Sonnen y Anna, pero no se movía, no decía nada ni parecía dejarlo ver, mientras tanto a mí me ponías un nombre en un tablón y me dejabas al borde de una crisis de nervios. Éramos y no éramos iguales; habían fragmentos de este chico que me recordaban a mi versión de catorce, quince y dieciséis años. Cuando perdí a Yako tampoco pude moverme.

    Y en consecuencia todo lo demás se escapó por los espacios entre mis dedos.

    Algunos recuerdos sabían a culpa, soledad y algo parecido al desamor, aunque ni siquiera creía haber probado esa emoción en específico en mi vida. Mis propios errores, mi falta de reacción y mi miedo me permitían hablarle desde la experiencia. Una que había demostrado una única verdad: quedarse congelado no servía para nada. Nos daba nociones ilusorias de seguridad, pero solo eso, apenas ponías un pie fuera de la cueva te dabas cuenta del destrozo que había en el exterior, era un reguero de sangre propia y ajena.

    Aún con la cucharada de emociones forzada fui capaz de detectar en mi negación a dejarlo solo con sus veinte cacaos mentales la persistencia del fuego, esa que habían señalado otras personas en mi vida. Podían dispararme en el centro de la frente, amenazar con dejarme inútil, pero en el momento en que alguien me necesitaba podía levantarme, así estuviera quedándome sin sangre, para tomar la antorcha y recordarles a quienes no podían ver dónde estaba la salida.

    Podía guiarlos a casa.

    Ningún demonio iba a quitarme eso jamás.

    Por eso bateé mi miedo, olvidé los pactos de silencio y cualquier preocupación que me alcanzó al escuchar la palabra intercambio. La bestia seguía sometida, el bozal de cuerda seguía apretado y había derramado gasolina en el suelo una vez más. A veces no encontraba mi fuego, era cierto, pero otras lo sacaba directo del estómago del dragón, lo arrojaba encima del combustible derramado y lo dejaba consumirme. Era mi más grande fortaleza y mi fin, pero no importaba.

    Nunca importaba tanto el destino final como el camino.

    No me detuve a pensar que en este tablero, en el apunte de que lo usaba para ordenar pensamientos, volvía a confluir la confianza que este niño seguía sintiendo hacia mí al ponerlo a mi alcance. El ritual que a mí acababa parecerme maldito, el de aceptar el juego de empollones que seguro rechazaría de otro, de hecho hablaba de una confianza mutua. En la confianza había fuerza y debilidad condensadas, yo lo sabía muy bien.

    Estábamos dándole a alguien el arma para nuestra muerte, confiando en que no presionaran el gatillo. Sin embargo, habían personas que lo apretaban, gente que compartía nuestra sangre o nuestras memorias decidía dejarnos ir un tiro mortal. Era una mierda, pero pasaba y no dejaría de pasar, porque entregar el arma era siempre un voto de confianza.

    Al pobre diablo iba a dejarle la cabeza peor, al menos eso creí, porque era el equivalente a que le estuviera dando con una baqueta a un tambor sin ritmo siquiera. Su suspiro me confirmó que estaba espiralando, pero percibí que negaba con la cabeza como para volverla a su lugar. Me contestó la pregunta y contuve el impulso de sonreír con algo de resignación.

    ¿Qué has conseguido en realidad al quedarte paralizado?

    Dudas, cuestionamientos y algo de culpa.

    Mucha culpa, de hecho.

    Al decirle que en caso de haberme paralizado lo habría dejado solo le escupí una verdad en la cara, pero quise pensar que no lo hice de forma agresiva ni nada. Sabía que en ciertos momentos necesitábamos de las voces de otros para comprender nuestras propias acciones, en ocasiones eran palabras más amables como lo que decía Sasha sobre mi problema con Arata y otras algo menos pacientes, como la molestia de Ilana. Las voces de los otros eran necesarias, no importaba qué tanto renegáramos de ellas, nos ayudaban a despertar.

    La brisa que sopló nos revolvió el pelo, pero recibí los ojos del chico y mantuve la sonrisa aunque las puntas de fuego me habían hecho cosquillas en la cara y la nuca. Me regresó el gesto al cabo de unos segundos y lo que dijo me estiró un poco la sonrisa en el rostro, aunque el miedo me repicaba en el centro del pecho y dudaba que dejara de hacerlo alguna vez.

    —Es lo que soy en mis buenos días —resolví con la misma sencillez con que había dicho que me negaba a dejarlo solo—. Senpai, caballero… Guía, tal vez. Dicen que se me da bien.

    Cuando no andaba fastidiando a la chica nueva por ahí, claro.

    Dejé esa idea morir allí de todas formas, lo vi tomar el caballo y admitió estar confundido lo que hizo que mi sonrisa adquiriera otro tono, mezcla de comprensión y suficiencia al saber que había tenido razón. El niño confiaba en su intuición, que no debía ser diferente a mis corazonadas, pero desde su percepción racional del mundo apenas chocaba con las emociones, con su caos, pues se hacía un lío. Quería corregir eso de sí mismo, de la misma manera en que yo quería corregir mi incapacidad de aferrarme a alguien, y dijo poder hacerlo sin perder su esencia. La misma misión que yo me había colocado hace años, cuando busqué admiración de los cuerpos sin rostro. Había luchado por ganar algo sin dejar de ser yo.

    Aunque luego había dudado de qué era realmente ese yo que tanto defendía.

    Oh, I know this one —afirmé respecto al caballo sin filtrar el idioma, aunque lo que sabía era muy básico, pero de todas formas reí por lo bajo por el chiste interno—. The knight.

    Lo dejé explicarme igual, conocía un poco mejor al caballo del shōgi porque a Yuzu le gustaba mucho esa pieza, así como la de los generales de oro y plata. Puse atención, vi el movimiento como lo representó y sonreí para mí mismo cuando definió al caballo como un guerrero imparable. En este punto de la partida ya no sabía si me habían criado como peón o como caballo, tampoco creía que importara demasiado. El tablero estaba quebrado de por sí, al menos el que pertenecía a nuestro rey.

    Pensé en dejarlo seguir, pero volví a aprovechar para repasar los movimientos de la torre, el alfil y el caballo. Sentí que la cabeza ya me quería echar humo, pero en el turno de repaso también pensaba qué cosas contestarle a Hubert, aunque no lo pareciera.

    —La lógica y los ojos biónicos suplen una sola función: recolectar datos. A veces eso es todo lo que debemos hacer cuando trabajamos en equipo, pero en el mundo real, cuando tú cumples todos los roles en tu investigación, con los datos debes hacer algo, solo tenerlos no te sirve de nada. Hay que interpretarlos, filtrarlos y usarlos. Todo eso a veces significa que debes meter las manos en la sangre, ¿pero no quisieras que alguien hiciera lo mismo por ti? ¿Que al verte sangrar no te dejara allí ahogándote, incluso si tú rechazaras su ayuda al principio? —comencé de nuevo con el monólogo. Pensé en Yuzu, en Ko y en mi familia, pensé en todos lo que no me habían dejado morir como un animal herido incluso si yo había deseado que lo hicieran, por miedo y nada más—. Piensa en ello cuando sientas la necesidad de quedarte estático y recuerda lo que se siente cuando no puedes moverte, las dudas y la culpa. Para no lidiar con eso debes hacer lo mismo que el caballo, saltar lo que haya en el camino, pero tampoco hace falta que te apures. Interiorizar la idea lleva su tiempo y ponerla en práctica también cuesta un poco, te sientes raro al principio.

    Regresé el caballo a su lugar, me permití una pausa y en ese intermedio hice otra cosa. Tomé el sándwich que seguía en mi regazo, usé la envoltura para dividirlo dejándome la parte mordida en una servilleta que me saqué del bolsillo y la otra parte, que era casi la mitad, la dejé envuelta junto a Hubert. No decía que estuviera en estado Sonnen ni nada, pero eso de no almorzar nunca era muy buena idea.

    —Un cerebro tan ocupado como el tuyo necesita gasolina para funcionar. Cuando no se come bien la cabeza hace cosas raras, hazle caso a tu caballero que sabe de eso —dije un poco más bajo, ya que había consumido algo de distancia con mi pequeña misión repentina.

    Antes de volver a mi espacio trastabillé un instante, miré al niño y acabé por estirar la mano hacia él. Medio le acomodé el pelo que el viento de antes había querido dejarle despeinado, lo hice con un cuidado que no se me ocurrió filtrar y las hebras oscuras me resultaron suaves al tacto. Al volver a mi lugar sonreí con calma, como pidiéndole disculpas, y regresé los ojos al tablero.

    —No sé hasta dónde me alcance lo que queda de receso para monologar tanto como quisiera o como necesites. Solo quiero que sepas que puedes buscarme cuando haga falta, ¿sí? Con tablero o sin él, tú dices si ocupas el monólogo o no. —La estupidez la dije más bajo, aunque no era ningún secreto ni nada.

    Estarás bien.

    Me aseguraré de ello.

    >>A ver hasta dónde llega la clase de ajedrez también. Para mañana se me habrá olvidado todo, pero eso sería culpa tuya por juntarte con el senpai que no le sabe a los juegos de estrategia.


    Nada, nada. La lluvia de quilombos estuvo bastante intensa, así que se entiende uvu <3 la prioridad siempre es la supervivencia propia

    Por aquello del tiempo y porque con este pedazo de fic que acabo de mandar no tengo nitidez respecto a nada (?) pretendí irlo cerrando por si acaso, el intento tampoco fue especialmente bueno, quedó super abierto JAJAJA
     
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    Zireael

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    Laila no se quedó quieta con la advertencia de Vero y ella, al escuchar que la llamaba sensei otra vez, estuvo por derretirse o algo. La sonrisa le cerró los ojos, Laila se dio por servida y cuando sintió que ella tomaba su mano se dejó hacer sin demasiado problema, entretenida con la reacción que había causado. El dizque regaño solo logró que contestara "Sí, sí" muy bajito, dejando claro que posiblemente volviera a usar la palabra cuando le apeteciera.

    Ya cuando me recosté un momento en Vero, ella hizo lo mismo y la sensación de afecto atemporal se sostuvo, me hizo sentir tranquila. Habían preocupaciones, problemas, de todo un poco, pero la verdad era que no había estado sola nunca. Quizás por eso me empeñaba en estar allí para los demás, porque temía qué me habría pasado si estaba sola y temía lo que podía pasarle a quienes me importaban en condiciones así. Podía cuestionarse el altruismo de algo como eso, sin duda, pero ahora no era el momento.

    Este cuadro me acompañaría durante el fin de semana.

    Al llegar a la fila no tuvimos que esperar demasiado, el buen clima desatascaba la cafetería con cierta rapidez, pues casi todos tenían prisa de salir en alguna dirección, así que pronto Vero estuvo pidiendo su bento. Le dijo a la señora que también venía por su bolsa, Laila y yo nos miramos como preguntándonos qué planeaba Vero ahora, pero no preguntamos nada y dejamos la fila libre para la siguiente persona.

    Ya camino a la salida nos mostró la bolsa, ambas la miramos como esperando una explicación importantísima y al ver en su interior la duda se resolvió. Laila sonrió, yo reí por lo bajo y me guardé el motivo para mí misma, enderezando los pasos hacia la piscina.

    —Vamos a tener una gran fiesta de celebración —dije un poco al aire, para ambas.

    —Justo como merecemos, ¿no, Vero? —añadió Laila y asentí con la cabeza.
     
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    Ayer, después de mi intercambio de mensajitos con Jez y Mey para decirles lo de la celebración, me entretuve buena parte de la noche buscando por internet las panaderías más tentadoras de la zona de la academia, con la idea de comprarles algo antes de venir a clases. Mi idea inicial consistió en porciones de pastel, como para variar un poco lo de las galletitas. No obstante, descubrí un local en el que vendían unos postrecitos divinos que te entraban por los ojos, servidos en vasitos plásticos que no eran muy altos, pero sí algo anchos. Para nosotras tres compré unos postres de crema liviana, con un fondo de cereales, capa de fresas en medio y una fina lámina de chocolate blanco en la parte superior; los cuales pedí que me mantuvieran refrigerados en la cafetería. Fue esto lo que se pudo ver cuando le enseñé la bolsa a las chicas, pues los envases eran transparentes… ¡Sin embargo…! Había algo más…

    Estos postrecitos tenían un detalle especial, que estaba oculto tras las tapas de color opaco que sellaban los vasitos. Era una sorpresa bastante chiquitita, pero con la que esperaba sacarles una sonrisa grande y radiante.

    Cuando salimos al patio que conectaba con la cafetería, un ligero suspiro de disfruté escapó de mis labios, pues la sensación del sol recorriendo mi piel fue inmensamente agradable. El clima estaba impecable, era ideal para pasar el rato en las orillas de la piscina. No dejé de sonreír mientras atravesamos los patios que nos conectaban con la misma, encantada con el sólo hecho de estar caminando a la par y, al mismo tiempo, deseando meter los pies en el agua. En eso, escuché los comentarios de Jez y Mey, a los que correspondí con un asentimiento y los ojos resplandeciendo de ilusión.

    —Estoy muy emocionada —dije, conteniendo una risita—, por la celebración, por nuestros clubes, por tantas cosas. ¿Y saben cuál es la mejor parte? —todavía estaba entre ambas, por lo que alcé las manos y las apoyé con delicadeza en sus hombros, intercambiando miradas entre el ámbar y el escarlata— Estar juntas en esto, apoyándonos y cuidándonos. Ah, y protegidas por nuestro valiente Guardián.

    Acto seguido, silbé sin usar los dedos. Copito descendió al instante, desde algún sitio del aire, batiendo sus alas blancas. El gorrión se posó primero en mi hombro, me saludó con picoteos en la oreja y luego, aprovechando que aún no había bajado las manos, dio saltitos sobre mi brazo para alcanzar el hombro de Jez. El pequeñín se pegó a su cuello, frotó la cabecita allí e infló sus plumas, algo que de seguro le haría cosquillas; la imagen arrancó una risa tierna, a la vez que me hizo preguntarme si ese sería su modo de saludar a Jez de ahora en adelante. Pero el pajarito no se quedó quieto, no, pues sus ojos escarlatas pronto comenzaron a buscar a Mey, estiró el cuello repetidas veces y removió sus alas como si estuviera a punto de volar hacia ella. Otras risita escapó de mis labios, acerqué mi mano y el gorrión saltó hacia ésta.

    —Él también está emocionado, le alegra mucho verlas —dije con suavidad, acercando el gorrión a Mey para que pudiese acariciarlo.

    En ese momento, llegamos a la zona de la piscina. Observé el lugar, volví centrarme en el calor del sol y percibí el relajante sonido del filtro. Cerré los ojitos un momento, embargándome de las sensaciones placenteras.

    —¿Dónde nos sentamos? —dije; mi pregunta les cedía el derecho a elegir el mejor sitio para nuestra celebración.
     
    Última edición: 8 Marzo 2024
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    Al parecer a todas se nos había conectado la neurona de una forma similar, porque Vero tenía los postres, Laila parecía traer un almuerzo bastante generoso, lo suficiente para compartir, y yo había planeado mis propias cosas. Era un poco gracioso aunque suponía que encajaba con la personalidad de cada uno, incluso con la de Laila que era algo más recatada o menos confianzuda al menos.

    Nuestros comentarios hicieron que Vero admitiera estar muy emocionada, aunque no hacía falta que lo dijera de por sí, que por la celebración, los clubes y más cosas, pero también el estar juntas apoyándonos. En este momento particular, creía que era Laila quien más necesitaba de compañía, de recordatorios de que el mundo no había acabado cuando algunas de las figuras importantes en su vida colapsaron; con el tiempo acabaría sintiéndose parte de la escuela de nuevo y sabía que Vero, una amistad como esta, le venía bien. Había lugares donde Laila no me dejaba entrar por temor a empujarme y yo le dejaba su espacio, como se lo dejaba a Altan.

    No podíamos entrar en donde se nos antojara, pero había otros que sí podían ingresar allí donde nosotros estábamos limitados. Así era como funcionaba el mundo, a veces era angustiante, pero debíamos confiar en los otros de tanto en tanto. Habían cosas que podíamos hacer, pero luego solo quedaba esperar. Tiempo al tiempo dirían algunos.

    En cualquier caso, el silbido de Vero hizo que Laila y yo nos pusiéramos alerta porque ya de por sí ella había mencionado a nuestro valiente guardián. Noté el destello blanco de Copito de repente, descendió de algún lugar hacia el hombro de su compañera, la saludó, luego la usó de puente y acabó llegando a mí para saludarme. Se pegó a mi cuello, la sensación de las plumitas me hizo reír y alcé una mano para acariciarlo con mucho cuidado, ya que no lo estaba viendo.

    —Hola, Copito. Yo también te eché de menos.

    Lo dejé quieto porque sentí que siguió moviéndose, al final Vero lo sostuvo y allí en sus manos Laila pudo estirar la mano para acariciarlo; le hizo cosquillitas en el pecho, también lo acarició en la cabecita y el lomo. Mientras estábamos en la sesión "saludar al guardián" llegamos a la piscina, Vero preguntó dónde nos sentábamos y me separé con cuidado de ellas para recorrer el espacio.

    Pensé que podíamos sentarnos en la orilla para meter las piernas al agua, pero si nos quedábamos mucho rato acabaríamos las tres rojísimas, así que sopesé un poco mejor nuestras opciones. Podíamos sentarnos un rato más allá, donde nos alcanzar un cacho de sombra, y movernos luego cuando ya hubiéramos comido un poco por lo menos. Con eso en mente creí encontrar un lugar ideal, la sombra de uno de los árboles en los límites de la reja, y me acomodé allí llamando a las chicas con un movimiento de mano bastante enérgico.

    Como tal no las esperé, me acuclillé en la sombra y empecé a sacar las cosas que había traído. De la bolsa surgió mi propio almuerzo, con menos cantidad que el de Laila, pero también saqué una caja de cartón que no era demasiado grande, la destapé y saqué de ella un pastel bastante pequeño, apenas alcanzaría para nosotras tres. Era sencillo, de vainilla, con cobertura blanca y algunos chocolatitos por encima como decoración.

    Apenas lo dejé en lo que establecí como el centro de nuestra reunión saqué también un cartel que era un poco más ancho que el pastel. Lo coloqué con cuidado encima, clavándolo en el bizcocho con las paletas que había pegado para eso, y se pudo ver que rezaba "Felicidades por los clubes de judo y esgrima". El pastel lo había hecho Nani, porque seguro yo lo arruinaba en diez minutos, pero el cartel lo había hecho yo a mano, tenía mi letra y estaba decorado con trazos de colores hechos con crayones que había tomado del cuarto de los niños.

    —Listo —murmuré más para mí misma que para ellas y alcé la mirada a ambas, dedicándoles una sonrisa amplia—. Muchas felicidades.


    me acaban de declarar fallecida en el lugar, alguien que llame a las autoridades para el levantamiento del cuerpo
     
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    Bruno TDF

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    Mi gorrión recibió cada caricia con ojos entrecerrados y, como siempre, expresando su disfrute haciéndose una bolita de plumas infladas. Copito eran tan confianzudo como yo, pues conectaba muy rápido con las personas a las que me acercaba y no perdía ocasión de dedicarles unos picoteos, ya sea en la ropa y cuando le acercaban las manos; a esto debíamos sumar lo de frotar su cabeza en el cuello de Jez, eso era nuevo. Sus demostraciones pajariles nacían de su inteligencia e instinto animal. Así, era testigo de lo mucho que yo adoraba a Jez, del entusiasmo que la figura de Mey me despertaba, y además sabía que eran un amor de chicas. Por eso las recibía con tanto entusiasmo.

    Con la sonrisa en los labios, me distraje viendo cómo Mey lo acariciaba. Presté atención a su rostro, pues en la memoria me había quedado grabada la bonita reacción que tuvo cuando le presenté a Copito en el dojo y tenía ganas de seguir presenciando las sensaciones que este chiquito le provocaba. No dudaba que estaba siendo demasiado obvia al mirarla, pero no me preocupaba a respecto; si al final terminaba robándome su atención, recibiría una sonrisa aún más amplia de mi parte.

    Entonces giré la cabeza cuando percibí, de soslayo, el movimiento de brazo de Jez. Había elegido un sitio resguardado por la sombra de un árbol. Noté que comenzó a sacar las cosas misteriosas que traía en su bolsa, aunque no pude adivinar mucho desde la entrada de la piscina. Me giré hacia Mey, indicándole con un gestito que fuéramos hasta allá.

    ¡Pero antes que nada…! Coloqué a Copito en su hombro, sin pedirle permiso porque… Mis confianzas, vio usted.

    —¿Me la cuidas? —dije, mirándolos con una mano en la mejilla; la pregunta iba para el guardián.

    Nos adelantamos hasta la posición de Jez, a medio camino estiré el cuello una o dos veces con tal de adivinar qué había sacado de la bolsa. Ella nos recibió con una sonrisa amplia que me entibió el corazón, y esta sensación de afectiva calidez… se acrecentó muchísimo cuando mis ojos dieron con el pastel.

    Mi semblante adquirió una expresión de genuina alegría ante el color de la cobertura y los pequeños chocolates que la decoraban, fue casi como si mis ojitos emitieran su propio brillo. ¡Es que…! Yo era una dulcera empedernida, fan acérrima de las cosas ricas. Como tal, no era raro que entregara obsequios como galletitas o postrecitos a las personas que se ganaban mi simpatía o mi cariño. Y por lo mismo, cuando alguien tenía este tipo detalles conmigo me alegraba inmensamente, pues no me podía resistir a la dulzura… Hablando tanto del sabor, como del carácter de las personas.

    Mi destello de alegría no tardó en suavizarse al ver el cartel que había en el pastel, escrito de puño y letra de Jez, decorado con trazos coloridos. La ternura que sentí fue increíble, tan grande que llegué a pensar que mi cuerpo era insuficiente para contenerla. Y bueno, su voz felicitándonos terminó por derretir mi corazoncito. No respondí enseguida, pues se me escapó un suspiro, mientras me llevaba las manos el pecho. No podía parar de sonreír.

    —Ay, Jez —alcancé a decir, ablandada por su gesto; me arrodillé a un costado ella y, con cuidado de no desestabilizar su postura, la abracé por los hombros y pegué mi mejilla a la suya—. Muchísimas gracias, de verdad. Por todo —afiancé un poco más el abrazo, y entonces miré hacia el pastel dejando escapar una risita— Me encanta, su tamaño "mini" es muy adorable. Y además tiene pinta de ser casero, ¿no es así? Me dan ganas de sacarle una fotito para mostrársela a Fuji.

    Le devolví su espacio y me senté en el suelo, ocupando un lugar junto con los postrecitos, así como con el bento y la botella de agua que me había comprado en la cafetería. Miré a Mey, con Copito en su hombro, y la invité a sentarse a mi lado con unas palmaditas al suelo.

    —Felicidades, Mey. A celebrar se ha dicho.

    ª

    Me encuentro al borde de una sobredosis por SOFTNESS y esto apenas está empezando.
     
    Última edición: 11 Marzo 2024
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    Zireael

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    Al final me distraje acariciando a Copito, noté a Vero mirándome, pero no me molestó y simplemente lo dejé ser; en ese espacio, luego de que la chica preguntara dónde nos sentábamos, Jez abandonó nuestro lado. Sus movimientos llegaron a mí por los costados de mi visión, como una silueta pequeña moviéndose, y nos acercamos a ella poco después de que hubiera empezado a sacar cosas de la bolsa. Vero me había dejado a Copito en el hombro, cosa que tampoco me molestó en realidad.

    Lo que cargaba en la bolsa resultó ser un pastel, era bastante pequeño, pero imaginé que lo habría preparado su tía porque Jez te podía quemar el agua si la ponías en la cocina, pero el postre estaba hecho con amor. Todo lo que salía de esa casa estaba construido, preparado o forjado con tal paciencia y cariño que parecía irreal, pero así eran las cosas. Jez provenía de un hogar tan estable y resistente que dejaba a muchos otros en vergüenza.

    Sonreí cuando vi que Vero la abrazaba, ella correspondió el gesto y sus manos acariciaron el manto de cabello níveo con muchísimo cariño. Giró como pudo el rostro, le dejó un nuevo beso en la mejilla y sonrió. Sonrió como si no tuviera la cabeza pegada en la ausencia forzada de Altan y, así yo no lo supiera, también en la ausencia de la otra chica, Adara.

    —No tienes que agradecerme nada, cariño —dijo con suavidad—. Lo hizo mi tía. Puedes tomarle foto si quieres y creo que si lo cortamos de cierta manera podríamos guardarle un poquito a Kakeru, ¿quieres? Se lo podemos dar cuando subamos.

    Eso lo dijo mientras se sentaba, para no forzar más las pantorrillas, y se quedó mirando el pastel como si estuviera haciendo los mejores cálculos matemáticos de historia. Ni en la NASA debían hacer número tan rápidos como Jez pensando en repartir cosas, debió pensar en partirlo en al menos veinte maneras distintas y se me ocurrió que esta era ella. Era simplemente la clase de persona que había sido siempre.

    Al final atendí a la invitación de Vero, me senté a su lado todavía con Copito en mi hombro y me puse a desenvolver el bento.

    —Felicidades —repetí, coloqué dos contenedores no muy lejos del pastel de Jez y saqué también una tacita extra, donde venía solo ensalada—. Aunque empiezo a preguntarme si no necesitaremos refuerzos con esta cantidad de comida, entre los postres y los almuerzos.
     
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    Mi cuerpo se relajó apenas comencé a sentir las manos de Jez acariciando mi cabello. Me dejé hacer, con los párpados caídos y una sonrisa complacida en los labios, casi como si fuera una gatita rindiéndose bajo el calor de unos mimos que disfrutaba recibir. Sus muestras de cariño hacían super-bien al corazón y mis reacciones tan transparentes siempre se lo dejaban claro. Desde que nos conocimos en el campamento, no hubo una sola vez que rechazara sus manos, sus abrazos y sus besos en la mejilla que tanto me encantaban… Como el que acababa de regalarme recién, ay, qué preciosa.

    Le devolví la sonrisa cuando me dijo que no hacía falta agradecer, pedido que no iba a poder cumplirle ni aunque depositara todas mis fuerzas en eso. Porque mi corazón era así, agradecido por un montón de cosas; entre las cuales ella ocupaba un lugar importante, un espacio que sabía que Mey también se ganaría a lo largo de nuestro futuro tiempo juntas. En cualquier caso, escuché a Jez decir que el pastelito lo había hecho su tía y que estuvo de acuerdo con sacarle una fotografía. Asentí con entusiasmo mientras sacaba mi móvil del bolsillo para realizar la tarea, pero luego añadió la propuesta de guardar una porción para Fuji, que obviamente volvió a arrancarme otro brillo de ilusión.

    —Es una idea excelente, seguro que la sorpresa lo dejará contento —dije con una sonrisa mientras sacaba la fotito—. Él fue quien me dio la idea de abrir un club de artes marciales en la academia, por lo que merece disfrutar de esta delicia.

    Guardé el móvil en el bolsillo y dispuse los postrecitos junto al pastel, mientras los ojos de Jez reflejaron una enorme concentración. En ese momento, Mey se sentó a mi lado, también dedicándome una felicitación que me hizo sonreír. Noté con diversión que dejó unos recipientes de almuerzo extra, además una ensalada chiquitita. Al final me reí enternecida frente a su comentario sobre la cantidad de comida a nuestra disposición.

    —¿Les digo la verdad? Amo que hayamos tenido ideas tan parecidas —dije—. A mí me viene bien que haya un poquito más de cantidad. Es que esta tarde me espera un entrenamiento muy arduo y exigente, así que toda cuota de energía extra es bienvenida.

    Saqué de mi bolsillo una diminuta bolsa que contenía semillas, las cuales hicieron que Copito removiera las alas sobre el hombro de Mey, sin abrirlas. Le di de comer algunas de mi mano y luego dejé la bolsita junto a la pierna de la chica, porque si el chiquitín quería bajar a saciarse o ella prefería darle de comer. Tras esto, en lugar de abrir mi propio bento, tomé entre mis manos uno de los recipientes que mi esgrimista había dejado; esta comida iba a ser más rica, porque la trajo ella.

    —Por cierto, Mey, ¿quiénes se unieron al Club de Esgrima, además de los Hattori? —pregunté con curiosidad, pues hasta el momento sólo sabía que eran un par de chicas cuyos nombres desconocía.

    Abrí el almuerzo que nos regaló, me llevé una porción a la boca y mi rostro no tardó en reflejar un evidente disfrute. Estaba delicioso.
     
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    Había bastado la mención a Kakeru para que pensara de inmediato en guardarle algo de pastel, sabía lo importante que era para ella y yo mantenía lo que había dicho en el campamento. Por eso mientras las chicas se acomodaban, Laila sacaba sus cosas y Vero tomaba la foto del pastel pensé en vete a saber cuántas maneras de cortar un postre de ese tamaño. Se me ocurrió que Nani sería capaz de cortarlo incluso para repartirlo en diez personas se hacía falta, así que pronto creí llegar a una solución que nos dejaba un pedacito de pastel decente a los cuatro y me di por servida, guardando la idea en la mente para después.

    ¿Hasta dónde no era esto una distracción de lo demás?

    ¿Era altruismo real?

    La duda extraña, un poco ajena incluso, se desvaneció cuando escuché a Vero decir que la idea del club de artes marciales fue del chico y se me ocurrió que parecían hacerse bien el uno al otro. Sonreí aunque no dije nada y sumé mi propio almuerzo a lo que de repente parecía un fondo común. Tal vez sí era mucha comida, pero creía que en esa clase de gestos también se condensaba muchísimo amor.

    —Parece que interceptamos la misma neurona —dije junto a una risa floja—. La ventaja es que ahora te mandaremos a entrenar con una buena reserva de energía.

    Laila tomó uno de los bentos que ella había traído, pescó un bocado de comida y luego de bajárselo también tomó un poco del mío, que traía verduras al horno. Vero le preguntó por las demás integrantes del club de esgrima, así que ella terminó de masticar y carraspeó la garganta.

    —Las dos son de la clase de Jez, Anastasia y Adara.

    —Adara es... un poco difícil de tratar —añadí yo para que en guerra avisada no muriera nadie—. Es temperamental, pero imagino que el deporte puede venirle bien. No dudo que será buena alumna, solo es cosa de paciencia.

    —Es un grupo un poco pintoresco igual, pero no creo que sea un gran drama —completó ella luego de pensarlo algunos segundos y sacó varias semillas de la bolsita junto a su pierna. Se puso a darle de comer a Copito con tal naturalidad que de repente me pregunté si no se habría transformado en Blancanieves—. ¿Al final quiénes eran los integrantes definitivos para el club de Judo, Vero?
     
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    La broma de la neurona compartida también me aflojó una risita cristalina que se sumó a la de Jez. Aunque el asunto de haber traído tanta comida me resultaba entretenido, también llegué a pensar que esto reflejaba muy bien el lazo, invisible y cálido, que nos conectaba a las tres. Hablaba de un carácter similar, de nuestro impulso de actuar pensando en dar apoyo o una pequeña alegría a nuestro prójimos.

    —Exacto —respondí a lo siguiente, lo de que esto me supondría una ventaja para el ejercicio físico—. Hoy es mi primer entrenamiento oficial con mi nueva sensei tras haber superado su prueba; y ya te digo, esa mujer tiene un estilo muy potente para instruir. Lo cual es genial, me emociona el desafío.

    Fue así como dio inicio nuestro almuerzo especial, en el que también aparecieron las semillas para Copito y me deleité con el primer bocado de lo que trajo Mey. El bento que compré en la cafetería también quedó como parte del fondo común; no era comida casera, pero las piezas de pescado tenían buena pinta y tanto las verduras como las piezas de frutas se veían frescas.

    La charlita continuó con mi pregunta sobre los miembros del club de esgrima, a lo que Mey respondió tras carraspear. La escuché con atención mientras probaba otro bocadito de su mini-bento, una porción de carne que me daría proteínas de las buenas. Dijo que se llamaban Anastasia y Adara, compañeras de la clase de Jez y Fuji. Sonreí al pensar lo bonito que sonaba sus nombres, y me quedé un poco repasando el de la primera chica. ¿Sería rusa, como las personas para las cuales mi hermana trabajaba? No llegué a darle muchas vueltas, porque luego Jez avisó sobre el temperamento de Adara. Tragué antes de hablar.

    —Si es el caso, bastará con encontrar los mejores caminos para que lleguemos a una buena sinergia —dije, mirándola con una sonrisa relajada—. Todo con la debida calma y, como has dicho, paciencia... Y de eso último tengo una reserva colosal.

    La última frase la añadí en un tono que invitaba a pensarla como una broma, pero igualmente se trataba de una verdad. Tenía una vasta experiencia con todo tipo de personas a raíz de mi personalidad tan intrépida que me llevaba a hablar con medio mundo. Así fue como a lo largo de los años recibí tratos de los más variados… entre los que no faltaron los negativos o poco agradables. Sin embargo, podía lidiar con eso gracias a al espíritu inquebrantable que había forjado con las artes marciales. Valeria me dijo, una vez, que hacerme tambalear era extremadamente difícil… y que admiraba mi sonrisa invencible.

    Luego vino, por supuesto, la pregunta sobre la composición del club de judo. Bebí un poco de agua antes de contestar.

    —Además de nosotras y los Hattori, en judo estará Fuji —su sola mención me dibujó una amplia sonrisa—. Se llama Kakeru, pero le digo así por su apellido, Fujiwara; también va a la clase de Jez. Te va a encantar conocerlo, Mey, es un chico calmado ¡y también muy dulce…! Ella te lo puede confirmar —me reí bajito mientras miraba a Jez, pues recordé cómo entre las dos habíamos hecho que se pusiera medio tímido durante la prueba de valor—. Él me enseñó a hornear las galletitas de judo que estuve repartiendo en la academia, como las que les regalé. Hizo gran parte del trabajo, yo colaboré mientras al mismo tiempo aprendía.

    Hice una pausa para dar cuenta de otro refrescante sorbo de agua. Pensé con cierta gracia que me había extendido hablando del muchacho. ¡Pero bueno...! Era lo lógico, al fin y al cabo, con lo mucho que Copito y yo lo apreciábamos.

    —También se apuntaron dos compañeros de tu clase —proseguí—. Una es Alisha; es una chica rubia, alta y muy bella; además parece ser bastante fuerte, tengo ganas de ver qué tiene para ofrecer sobre el tatami —afirmé, ligeramente entusiasmada—. Y el último miembro se apuntó ayer, que me lo crucé de casualidad luego de clases. Un pelirrojo gigantón llamado Bergren —me sonreí con diversión y negué levemente con la cabeza al recordarlo—. Será un grupo bastante interesante y muy dinámico.
     
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    No recordaba haberlo dicho en voz alta, pero admiraba a Laila desde que la conocía por su disciplina, su capacidad física y su perseverancia incluso en condiciones extremas. Soportaba todo con relativa entereza hasta que las cosas se apilaban, como había ocurrido esta vez, pero eso no anulaba su fuerza. En cierta medida creía que podía parecerse más a Vero que a mí en ese sentido. A ambas las admiraba por ello y ahora, viéndolas aquí hablar de sus adorados clubes, lo tuve mucho más claro.

    Ellas sabían quiénes eran, se reconocían a sí mismas con facilidad.

    Apenas Laila escuchó de la exigencia de la nueva sensei de Vero pescó mi almuerzo, lo acercó más a la chica sin decir nada y me sonreí. Habían gestos en ella que eran bastante inconscientes, parecía tenerlos naturalizados al punto de que se borraban de sus propios ojos, pero al verla alcanzarle más comida a la chica recordé que a fin de cuentas las tres éramos parecidas.

    —Diría que las tres —añadió Laila a lo de la paciencia—. Jez siempre tuvo la paciencia de una santa. Aguanta personas que el resto mandaría a volar en media hora.

    —No creo que sea tan así —dije un poco avergonzada.

    Ella soltó una risa baja, siguió dándole de comer a Copito y escuchó la respuesta a la pregunta que había formulado. Asintió cuando ella le dijo que estaría Kakeru en el club, sonrió al escuchar la descripción y tomó una pausa en su momento de Blancanieves para comer ella, aunque me echó un vistazo como si hiciera falta confirmar la información. Mi respuesta fue un asentimiento ligero y una sonrisa; Vero se había extendido hablando de él, pero sabía que a ninguna de las dos nos molestaba. Eran cosas que pasaban cuando uno hablaba de las personas a las que les guardaba afecto.

    —Con tan buenas referencias no dudo que será un placer conocerlo —contestó, tranquila, y la sonrisa que le dedicó a Verónica alcanzó a entre cerrarle los ojos.

    Seguí comiendo, esta vez de uno de los bentos de Laila, mientras retomaban la lista de integrantes del club y al escuchar de las otras dos personas no me sorprendió que Alisha hubiese acabado allí metida, la chica tenía energía para repartir, el otro nombre no me sonó de nada, pero a Laila se le escapó una risa. Retomó su tarea de alimentar a Copito, también lo acarició un momento y luego habló.

    —Supongo que el reto de los clubes proviene de la diversidad de sus integrantes. Será divertido trabajar juntos, no lo dudo.


    estaba yo muy tranquila en mi cama cuando recordé que no le había respondido a Verito y eso es pecado
     
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    Mientras la conversación entre nosotras fluía, en medio se desplegaban gestos y pequeñas acciones que la endulzaban. Ver sus sonrisas, escuchar sus voces y notarlas cómodas me bastaba para mejorar mi día. Pero había más. Estaba, por ejemplo, la naturalidad con la que Mey alimentaba a Copito y el cómo mi gorrión la aceptaba con calma, sintiéndose cómodo con su cercanía; de haber sabido que Jez también se encontraba pensándola como una Blancanieves, se me habría escapado la risa sonora pero muy enternecida, de eso no cabía duda. ¡Y eso no era todo…! Al comentarles sobre los modos de enseñanza de Anong-sensei, la chica me acercó en silencio el almuerzo de Jez; fue una acción simple, pero para mí se trató de un gesto muy grande de su parte, que aprecié dedicándole una sonrisa agradecida.

    Acotó que las tres éramos como un manantial de abundante paciencia, frente a lo cual asentí para hacerle saber que comprendía su punto. Era verdad que Mey me parecía muy adorable, pero también poseía una solemnidad que me hacía verla como alguien firme. Y en Jez vislumbraba una fuerza mucho mayor a la que quizás ella reconocía, eso lo demostraba el aguante que había tenido frente al asunto de Alty; aunque debió ser duro para ella, supo mantenerse en pie, y eso a su vez reflejaba la magnitud de su paciencia…

    Guardaba la esperanza de que aquello tuviera una conclusión favorable para ambos.

    —Es que Jez es un amor, una lucecita maravillosa —secundé cuando Mey habló de su paciencia de santa, sin medir que posiblemente haría que se pusiera más vergonzosa; que me perdonara, pero no podía quedarme quietecita y sin aportar—. Por eso la queremos mucho.

    Así las cosas, terminamos de ponernos al día sobre los nombres de aquellos que serían parte de nuestros clubes, y con los que pasaríamos más tiempo si todo marchaba sobre ruedas. Fuji acabó siendo la mención estrella, y frente al comentario de Mey no pude menos que devolver una sonrisa igual a la suya, que casi me cerró los ojitos. Copito volvió a remover sus alas sobre el hombro de la chica, esta vez porque percibió el mar de emociones positivas que rebotaban en mi pecho.

    ¡Ah…! Y no se me pasó por alto la risa que soltó al escuchar el nombre de Bergren, por lo que me pregunté si cruzaron palabras con anterioridad… o si se había dado cuenta de la naturaleza de ese muchachote. Era lo más probable, porque Bergren no se molestaba en disimular que tenía un corazón de colibrí, y resultaba muy obvio que se había apuntado al club porque quería tener… ciertas cositas conmigo. Era una situación graciosa, pero tenía plena fe en que lograría despertarle un interés por el judo, sería mi desafío como su sensei.

    —No podría estar más de acuerdo, la vamos a pasar bien —convine con una pequeña risa cuando Mey dijo que nos divertíríamos; tomé un bocadito del almuerzo de Jez, verduritas al horno muy sabrosas—. Y lo más bonito es que nos tendremos la una a la otra, Mey. Seremos como un super-dúo de presidentas.

    Volví a tomar otro bocadito, esta vez del bento que compré. Mientras masticaba, miré al cielo con una carita ligeramente pensativa, hasta que en mi sonrisa se notó un atisbo de diversión. Cuando terminé de pasar otro sorbo de agua, giré la cabeza hacia Mey.

    —A ver, necesito que me respondas algo —anuncié, entretenida; acomodé el cuerpo para inclinarme un poquito hacia ella y alcé ambos índices a la altura de nuestros rostros—. ¿Qué te gusta más? ¿Mis ojos? —señalé mis iris, sonriente— ¿O mi cabello? —me rocé el flequillo con las yemas de los dedos—. Sólo vale una opción.

     
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    El almuerzo siguió discurriendo con calma, como si nos conociéramos de toda la vida o algo parecido; entre sonrisas, gestos y comentarios nuestras vidas seguían entrelazándose la una con la otra. Hablamos de los clubes, sus integrantes y el hecho de que parecíamos tener en reserva más paciencia que el resto de personas, aunque también era cierto que quizás no fuese algo usual en gente de nuestra edad. Éramos adolescentes, al fin y al cabo, tal vez lo raro era nuestra falta de impulsividad.

    Vero secundó mi argumento sobre la paciencia de Jez y ella suspiró, resignada a que no podía luchar contra este combo extraño de halagos en su dirección. Siguió comiendo, supuse que pare no caer en el terreno del bochorno otra vez, y evité molestarla más aunque era obvio que en el "Por eso la queremos mucho" estaba incluida yo. No se lo decía con frecuencia, no se me daba muy bien, pero era cierto. La quería muchísimo.

    En cualquier caso, también repartí mi atención entre escuchar a Vero, comer y darle semillas a Copito, que seguía en mi hombro. Al final lo cierto es que los grupos de ambos clubes serían un poco pintorescos, entre los Hattori y los demás que habíamos ido mencionando. Me ponía un poco nerviosa todo el asunto de tener que tomar el mando del club y todo eso, pero tampoco dudaba de que valdría la pena.

    —La mejor dupla de presidentas que habrá visto esta academia —dije junto a una risa ligera.

    —Ya lo creo —comentó Jez y noté que sonreía para sí misma antes de comer un poco más.

    Luego Vero giró la cabeza hacia mí, justo cuando le estaba alcanzando otra semilla a Copito, y me quedé medio atascada en eso. Cuando sentí que el pájaro comió me distraje rascándole suavecito entre las plumas y la pregunta de su compañera me hizo ladear ligeramente la cabeza, entre confundida y curiosa. Era una pregunta un poco rara, pero miré a la muchacha, sus ojos azules y el cabello blanco puro.

    —Tus ojos —contesté algunos segundos después de pensarlo—. Transmites mucha confianza al mirar a los demás y son de un azul muy bonito.

    —Bueno, en eso tienes razón —secundó Jez luego de un bocado—, pero su cabello también es muy bonito. Como un velo de nieve, ¿no?
     
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    Hasta ahora no pude saber que Mey tenía un poquito de nervios encima, por esto de que pronto estaría tomando las riendas de su club. Tampoco me había parado a pensar, todos estos días, en cómo había sido la conformación del club de esgrima en días pasados y qué posición tuvo ella por entonces. Quizá no había ocupado el lugar de la presidencia. ¡Pero bueno…! Lo esencial era enfocar nuestros espíritus en el presente, con un cachito de visión hacia el futuro. Si liderar le traía una pizca de nerviosismo, esperaba que mi camaradería la ayudase a avanzar. El club era muy importante para ella…

    Y por eso... nunca la dejaría sola en el dojo. Ni fuera de éste.

    Afirmó que seríamos una dupla sin igual, lo que sí me dio una muestra concreta de su entusiasmo. Me permití dos o tres pequeñitos aplausos para celebrar sus palabras, que fueron acompañados por la confianza presente en la acotación de Jez. Me permití una mirada hacia ella, hacia su sonrisa, y pensé en cuán importante era para las dos que ella estuviera con nosotras. En lo afortunadas que éramos de tener su amistad y recibir su cariño tan puro.

    Luego, surgió mi pregunta. Desde el preciso momento que se me ocurrió, fui consciente de que sería repentina y algo inusual, que incluso se oiría como un aparente cambio de tema. Y por eso mismo la solté sin más, porque me pareció divertido; cuando entraba en confianza me saltaba un lado juguetón. Así, la reacción de Mey fue bastante linda, no sólo porque ladeó la cabeza con interés, sino también por los cariñosos picoteos que Copito devolvía en respuesta a su caricia. Me miró, la miré, nos miramos, Copito nos miró y seguro que Jez también.

    Eligió mis ojos, pero además añadió que transmitían confianza y destacó su color. Mi sonrisa se amplió lentamente con el correr de las palabras. Y, por si fuera poco, Jez añadió que mi cabello era tan bonito como el color de mis ojos, comparándolo con un velo de nieve. Para este punto llevé la punta de los dedos a mis labios, con tal contener mi risita suave.

    Oh, stop it, you —les pedí, hablando sin querer en mi dialecto natal, pues porque me ablandaron—. Me hacen sentir muy halagada.

    Volví a contener otra risita, enternecida. Y tras llevar las manos a mi pecho para tomar una bocanada de aire, mi atención volvió a centrarse en Mey.

    —Te hice esa preguntita para decidir algo —expliqué entonces, asintiendo—. Verás, en el judo se usan trajes conocidos como judogi. Son de color blanco —me llevé un mechón de cabello tras la oreja—, pero también se permite el uso de judogis azules —volví a señalarme los ojos con los índices.

    >>Y como te gustan mis ojos, entonces pediré un judogi azul para ti —afirmé—. Es que… Cuando termine los trámites para formalizar el club de judo, voy a solicitar que hagan trajes para todos sus miembros, vendrán acompañados de un cinturón blanco; será lo que usaremos para nuestras jornadas de entrenamiento —sonreí—. Ay, no puedo esperar a ver cómo les quedan.


    *emoji de autito verde*
     
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    Echar atrás ya llegadas a este punto era un estupidez en todas las de la ley y de por sí tampoco era que me lo estuviese planteando, quizás no fuese la forma más liviana de reintegrarme a mis actividades ni nada, pero si me detenía demasiado a lamerme las heridas (más de lo que ya me había detenido) no acabaría de volver al mundo nunca. En cierta forma tener a Vero y a Jez era tener dos luminarias, se encargaban de eliminar la oscuridad del camino en áreas específicas.

    Respondí su pregunta sin demasiada complicación, sintiendo los picoteos de Copito, y cuando Jez se sumó al halago Vero se puso suavecita y yo sonreí. Lo que dijo fue en inglés, pero fue lo bastante sencillo para entenderlo y me hizo su debida cuota de gracia. En general esta chica era bastante dulce, estaba en sus ademanes, en cómo recibía lo halagos y los brindaba.

    Igual no tardó mucho en explicar el motivo de su pregunta y mientras lo hacía Jez y yo seguimos comiendo sin prisa, escuchándola. Hasta entonces había pensado en los trajes usuales blancos, como los que usaban otras artes marciales, pero ella dijo que también se permitían azules y entender entonces la naturaleza de la pregunta me arrancó una risa liviana, cristalina.

    —¿Azul para Laila? —cuestionó Jez y luego de pensarlo unos segundos también rio—. Combinaría muy bonito con tu cabello.

    —Va a ser muy emocionante cuando ya estén los trajes y todo listo —añadí detrás de sus palabras y estiré el brazo para tomar un poco de ensalada—. Hay que sacar una foto el primer día que ya estemos todos en la primera sesión del club, ¿no crees, Vero? Así bien bonita, para ponerla en una pared del dojo.

    *emoji de auto rojo*
     
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