Piscina

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Mi asociación, bastante súbita y proveniente de ninguna parte, adquirió una forma nítida en el instante que Altan mencionó a Hiradaira. Fue y no fue una sorpresa, y en cualquier caso mi semblante no cambió. Además de ella también había nombrado a sus padres y pensé en las personas para las cuales no quería volverse irreconocible.

    —¿Cómo se llama tu madre? —indagué en voz baja, con un leve interés al descubrir que tocaba el violín.

    Esta vez sí me regresó la pregunta y disimulé la diversión amarga que sentí. Vaya puntería, habría preferido vomitar un tratado sobre las cuestiones anteriores. Deslicé la mirada al agua y la mención de la taza de café me arrancó una risa nasal sumamente ligera. Ya sabía la respuesta, la tenía grabada en el cerebro como una repetidora automática. Quizá fuera por necesidad, consuelo o capricho, eran imágenes que mantenía conmigo. Fantasmas y siluetas ficticias.

    —Cuando recolectaba fresas con mamá. Los libros, también, el club en consecuencia.

    Pensé en Joey, por hilarante que sonara. Con él había sido lo más ordinaria que pude ser nunca, saliendo a beber, conversando, diciendo tonterías y riéndome hasta que me doliera el estómago. Aún lo creía un descuido, aún me aseguraba de que el mismo error no se repitiera, y en esa línea de pensamiento tuve un recuerdo súbito.

    —En el campamento. Hubo una especie de reunión en la playa, fue divertido.

    Una sonrisa me estiró los labios y su mención al evento de baile me forzó a enlazar los diferentes hilos. No sabía si me correspondía categorizarlo como felicidad, si no era aún una palabra demasiado grande, pero, además de Kashya, el tiempo que compartía con Hubert también me agradaba. La reunión de la playa, las horas de lectura, la pieza de baile. Suponía que... se estaba volviendo mi amigo, ¿verdad? ¿Eso era peligroso?

    No dejaría que lo fuera.

    —Supongo que, en líneas generales, estoy bien conmigo misma —resolví finalmente, concluyendo el asunto, y comí algo de arroz—. Hiradaira. ¿Sabes por qué está faltando tanto? El profesor no ha dicho nada.

    Ferrari me había pedido copias para ella, después de todo. Quizá pudiera facilitarle alguna clase de información preguntando.
     
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    Zireael

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    Que uniera piezas o no me daba un poco lo mismo, en realidad en este momento muchas cosas daban más o menos igual, una gran cantidad de ellas asociadas a la cotidianidad. Lo que importaba era lo que estaba fuera de lugar, lo que seguía desbaratando o no, y como Bleke en sí misma no era una anomalía de esa clase toda su presencia amenazaba con volverse parte del paisaje. El silencio que guardaba respectos a sus asociaciones también ayudaba a esa sensación.

    —¿Mamá? —reflejé, desconcentrado de por sí, y el vacío de su ausencia siguió punzándome el pecho en lugares específicos—. Janet.

    Al reflejarle la pregunta fue poco "Si caigo yo, se van todos conmigo", no fue algo que cargara malicia como tal, ni la intención de incomodarla o mucho menos enfrentarla a sus propios fantasmas, para variar, pero sí que no quise ser solo yo el que escupiera esa clase de cosas. Habría podido negarme, ella también, pero el caso era que nos estábamos respondiendo las preguntas implicaran lo que implicaran a nivel interno.

    Fresas con su madre, libros, el club y el campamento.

    Hubo cierto contraste en los tres eventos, una suerte de contradicción silenciosa, y me pregunté si en algún momento de la vida Bleke ser permitía ser menos... ¿Menos Bleke, tal vez? No era eso lo que quería decir, pero todo lo que recordé fue que el apellido de esta chica también era grande y eso, tarde o temprano, implicaba cosas. Implicaba tantas que uno no sabía si era una dicha o una desgracia.

    Me llevé otra cuchara de arroz a la boca, observé el agua y traté de hacerme una imagen más nítida de esta chica cuando dijo que estaba bien consigo misma, pero el cerebro pastoso no me ayudó mucho y me rendí con rapidez. Por el momento me valía no sentirme presionado en su presencia, era más que suficiente. En este punto había olvidado lo que era estar cómodo en el cuerpo propio.

    Estaba pensando qué contestarle o qué otra pregunta sumar a la entrevista que nos habíamos montado sin razón particular, pero preguntó por Anna y el bocado que me atreví a masticar un poco más me supo a esponja mojada. Lo bajé antes de que la sensación me alcanzara el cerebro, me pasé la lengua por los dientes y puse las neuronas a maquinar, pensando qué tanto querría Anna contar del asunto o no viendo que todos los que asumí debíamos saber fingíamos demencia dentro de estas paredes.

    —Tuvo un problema de salud pero se está recuperando. Trato de enviarle mensajes desde que me enteré, para saber si está bien. —Con eso dicho me excusé un momento, dejé la cuchara en el bento de nuevo y revisé los mensajes; lo que añadí después quiso sonar a pensamiento en voz alta y lo dije con los ojos pegados al teléfono, tecleando a la velocidad que me lo permitía una mano—. Espero que pueda volver pronto.

    Receso indeed
    Vine a llevar sol como las lagartijas a la piscina
    Estoy comiendo. Espero que hagas lo mismo


    Dejé el aparato a un costado, acomodado bajo mi pierna, y con la mano desocupada tomé la tapa de la botella de té helado para darle vueltas entre los dedos. Apenas unos segundos después me carburó un poco más el cerebro y hablé otra vez.

    —Tengo asumido que no eres de andar contando cosas por ahí, pero no sé qué tanto le apetezca que la gente se entere. Si puedes guardarle el secreto estaría bien o guardármelo a mí, como prefieras verlo.
     
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    Gigi Blanche

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    Mimetizarme con el paisaje a ojos de este chico debía ser la prueba más amarga e ineludible de lo que realmente era, lo que me habían instruido para ser. No porque debiera agachar la cabeza ni convertirme en una criatura débil y silenciosa; todo lo contrario. Mi familia había adquirido poder y control desde las sombras grises, los espacios ambiguos que la gente ignora o descuida. Su ego obedecía a otras ambiciones más profundas e inamovibles, menos superfluas, quizá. No deseaban convertirse en figuras polémicas, ni salir en la televisión, ni ostentar su dinero. Querían control, querían poder.

    Y lo ejercían desde el más absoluto de los silencios.

    Por eso las figuras rebeldes significaban tales disonancias, por eso, en el mejor de los casos, los aislaban hasta empujarlos a la locura. Jenkin, Ophelia, Declan, mi propia madre. A veces me preguntaba cómo era capaz de funcionar, cómo el mundo podía seguir corriendo con tal naturalidad. Cómo se podía estar tan ciego. Pero, luego, personas como Altan no percibían anomalías en mi figura.

    Y entonces todo cobraba sentido.

    —Su apellido, senpai —le corregí con suavidad, pretendiendo sonar paciente—. Por si la conozco o la he oído nombrar.

    Hiradaira estaba enferma, como había supuesto. Quería decir, era eso o un viaje, pero el secretismo del profesor había inclinado la balanza hacia prospectos más pesimistas. ¿Qué podía mantenerla tantos días inhabilitada de asistir a clases? No importaba demasiado, la pregunta flotó en mi mente mientras lo escuchaba y veía sacar el móvil. No husmeé, claro, sólo detallé los movimientos de su mano al escribir. Me limité a murmurar un sonido afirmativo y dejarlo terminar sus mensajes, pero entonces me pidió que guardara el secreto. No había planeado divulgarlo, como él bien había anticipado, y en cualquier caso el pedido no me molestó.

    Como siempre en la vida, la chica tendría sus razones.

    —Asumes bien —destaqué junto a una pequeña sonrisa y pestañeé con lentitud al mismo tiempo que asentía—. No diré nada. Gracias por contármelo, en todo caso.

    Me resultaba ligeramente contradictorio, o más bien curioso, que hubiese decidido confiar en mí. No veía motivos evidentes. Era consciente de que podía transmitir esa clase de sensación a las personas pero eso no significaba que él, de toda la gente, fuera a tomarla; en cierto punto había asumido que no era fácil engañarlo. No que poseyera semejantes intenciones, claro.

    —¿Están saliendo? —pregunté con tranquilidad, incluso indiferencia. Podía ser una pregunta estúpidamente casual.

    Pero sabía lo que estaba haciendo.


    Que estes al sol y me sigas escribiendo significa que...
    Eres de los vampiros que brillan!
    *brillitos* This is the skin of a killer, bella *brillitos*
    Yo sip, comí hace un rato
    Now im just bored
    Estas solo?


    por favor interpretar el *brillitos* como el emoji de whats JAJAJA
     
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    En la vida había toda clase de pruebas de una verdad que, tal vez, era demasiado amarga para decir en voz alta. Estaba en mi falta de reacción a las anomalías que envolvían el hielo de Middel, en el estómago anudado a la una de la tarde y el hecho de que Anna siguiera resistiéndose a contar lo que le había pasado en realidad y dónde estaba. Eran confirmaciones silenciosas de una realidad que, si se le daba voz, era capaz de fracturarle los huesos a un puto dinosaurio solo con la vibración del ruido que causaría. Por eso existía el silencio.

    Por eso todos estábamos como estábamos.

    La corrección de Bleke del nombre de mi madre me hizo suspirar con algo parecido al hastío, pero la emoción no estaba dirigida a ella en lo absoluto, no era más que fastidio conmigo mismo y mi cerebro vuelto puré. Puede que fuese una negación a seguir hablando de mi madre, quería decir lo de olvidar decir su apellido, pero pensarlo tanto tampoco servía a ningún propósito. A este paso parecía que iba a tirarse sin hablar hasta que entrara a la universidad.

    —Fiore —completé ahorrándome la parte de la disculpa por las neuronas funcionando con delay.

    Mi respuesta a lo de Anna había sido inespecífica, un problema de salud podía pasar por una gripe, una indigestión o un infarto, pero que no viese anomalías en la figura de Bleke no significaba que la creyera estúpida. Dudaba que alguien fuese lo bastante tonto para no darse cuenta de que el problema de salud rozaba la gravedad si la otra pobre desgraciada estaba privada de libertad, pero ni siquiera yo tenía los detalles (que no creía merecer de todas formas) mucho menos iría a soltar los pocos que tenía. Todos sabían a culpa de todos modos.

    —Gracias a ti por preguntar —contesté, fue genuino, y seguí girando la tapa de la botella entre los dedos—, también por la comida. No importan los motivos de ambas cosas, solo gracias.

    El porqué le estaba soltando a Bleke esas mierdas seguía respondiendo a la lógica de que al ser prácticamente un agente externo a la situación, al no estar metida en ella, no había expectativas que cumplir. No había preocupación, reproche o presión. No había nada de esas cosas que parecían alimentar al Leviatán y en esa suerte de espacio vacío era capaz de sentir algo remotamente parecido a la calma, lejos, muy lejos. No quería decir que creyera que Bleke era una insensible ni una indiferente, solo existía en una privilegiada distancia y ya.

    Mis motivos para hablarle eran igual de egoístas que los que me hacían callar ante Jez.

    La pregunta que hizo después tuvo una precisión quirúrgica, agarró el bisturí y me lo encajó en la primera arteria que encontró; la hizo con calma, fue casi indiferente, como quien solo busca responder un chisme que se inventó por sí mismo pero volvíamos al asunto de que Bleke no era idiota. ¿Cuál era el punto de todas las formas? No tenía energía o ganas para molestarme por algo que tarde o temprano tendría que contestarle a cualquier otro diablo que no lo diera ya por asumido.

    Había dejado de girar la tapa de la botella sin darme cuenta, permanecí como una genuina estatua varios segundos y sentí el teléfono vibrar bajo mi pierna. La notificación solo me hizo volver a suspirar, resignado, y volví a darle vueltas a la tapa.

    —¿Te pareció que fuese el caso alguna vez? —pregunté junto a una risa hueca que sonó demasiado yo, en línea con el argumento de la versión pura de uno mismo, para mi gusto—. No, no lo estamos.

    Dejé el objeto en el piso, usé la mano para enjuagarme los ojos y solté el aire por la nariz. El agotamiento que sentía era mental y en este momento no sabía si prefería la costilla rota y el resto de moratones que me había regalado Hikari Sugino o esta mierda. Tan siquiera para la paliza podía meterme una dosis de tramadol y rezar por no tomarle gusto a un opioide, en la práctica era más fácil.

    Busqué el teléfono, leí los mensajes y comprimí los gestos sin querer al ver la pedazo de referencia a Crepúsculo que se había sacado del aire. Hombre, entendía lo de los vampiros, pero esperaba con todo mi corazón no brillar de esa manera al sol. Me miré el brazo como si de repente fuese un pedazo de papel aluminio y aflojé las facciones al comprobar que, ¿qué exactamente? ¿Qué no reflejaba la luz? En fin.

    Hope I don't blind you, I guess
    No trepes por las paredes del aburrimiento
    No mucho
    Middel apareció de la nada con una sombrilla


    —El viernes te pusieron con Mattsson —dije de la nada con tal de patear el tema lejos de mí y ahora sí guardé el teléfono pues porque tampoco le quería hacer el vacío a Middel en realidad—. ¿Te divertiste?


    Al viendo el mensaje entre los brillitos y luego asegurándose de que no parece hada bajo el sol es literalmente este meme
    [​IMG]

    Al menos Blee traía paraguas- *brillaban los dos*
     
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    Gigi Blanche

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    Mi corrección le aflojó un suspiro en el cual creí percibir una cuota de hartazgo; no asumí que fuera dirigido a mí, el análisis que mantenía de la situación no encontró razones para pensarlo y tampoco me esmeré en deducir la verdadera razón. Estaba claro que Altan tenía muchas cosas en la cabeza ahora mismo e incluso si había habido un desencadenante, estados de la índole no se desarrollaban de la noche a la mañana. Eran una acumulación paulatina y constante de baches, negaciones y deslices.

    Asentí quedo, regresando la mirada al frente. Janet Fiore. No era un nombre que relacionara directamente a nada pero tampoco me resultaba por completo desconocido. Luego, si me apetecía, podría revisar algunos programas viejos. Me agradeció, entonces, tanto por la pregunta como por el almuerzo, y esbocé una sonrisa para menear la cabeza. Me había resultado sincero, a su manera, y me di cuenta que, con o sin el hielo atravesado en el corazón, me alegraba sentirme capaz de ayudar.

    —No es nada —murmuré en respuesta, mirándolo—. Gracias a ti por hacerme compañía.

    Quizá penetré con demasiada precisión en su armadura resquebrajada, lo pensé al ver cómo el movimiento de su mano se detenía por completo. Todo él se detuvo y me di cuenta que la realidad, probablemente, fuera opuesta a lo que había asumido, pero no por las mejores razones. Su caos cobró sentido, o al menos forma, junto al nuevo suspiro y sus palabras. ¿Que si me había parecido el caso alguna vez? No tenía sentido traer a colación teorías fantasma que ni siquiera yo comprendía con plenitud.

    —En lo que te hace feliz mencionaste a tus padres y a Hiradaira-san —argumenté, con calma, aparentemente inmune a su claro estado anímico—. Asumí que quizá tuvieras otro tipo de relación con ella.

    Sus padres y ella, ni siquiera Jez.

    Le dejé su espacio y sus tiempos, asumiendo que había metido el dedo en alguna herida abierta. Recogí con cuidado el bento de su regazo y lo deposité en el mío, para seguir comiendo mientras él respondía sus mensajes. Volvió a hablar, el cambio de tema fue abrupto y supuse que lo prefería así, alejar el reflector de su cabeza. Lo acepté y supuse que podía ceder algo de honestidad a cambio de la suya.

    —Sí —reconocí al instante, girando el rostro hacia Altan, y sonreí—. No acostumbro hacer esas cosas y las veces que he bailado ha sido por mero protocolo. No era una actividad que enlazara al entretenimiento, pero Mattsson-san me agrada y nos coordinamos bien. ¿Tú lo conoces, senpai?


    acabo de recordar out of nowhere que en un universo alternativo estos dos eran, de hecho, vampiros JAJAJAJA
     
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    Zireael

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    Al agradecerle meneó la cabeza, fue su "No es nada" antes de que lo dijera directamente y cuando me agradeció por la compañía pensé que era más bien al revés, pero la cuota de sinceridad que creí percibir me impidió girar el agradecimiento en su dirección. Con hielo o no, por los motivos que fueran, lo cierto era que se había quedado aquí, me había compartido su almuerzo y en eso se reducía todo. Había ayudado, punto. En un par de horas cuando estuviera metido en clases tratando de funcionar agradecería tener algunos bocados de comida en el estómago.

    Todo lo que hice fue negar suavemente con la cabeza, también fue mi "No es nada" y luego ocurrió lo demás, la pregunta de precisión mortal y mi respuesta. No reaccionó en absoluto, respondió con calma y solo entonces, cuando me dijo que había mencionado a mis padres y a Anna, caí en la misma anulación que había hecho de forma inconsciente con el apellido de mi madre. Había anulado a Jez, la había borrado de un manotazo y ser repentinamente consciente de ello me aterró por alguna razón, incluso si había puesto distancia incluso desde antes de que todo se me fuera a la mierda.

    Al menos pude fingir demencia con esa suerte de autodescubrimiento extra, que me hizo preguntarme si no había expandido mi miedo a todo lo que me tocaba, causándoles el mismo daño que le había causado a Anna, y volví a pensar en mi madre. Los hijos también podíamos destrozar el corazón de nuestros progenitores, esa era una verdad absoluta, y aunque no fuera el más diestro en amistades lo mismo aplicaba en ese terreno. Tenía un trabajo de limpieza infinito por hacer.

    Se me ocurrió que era eso de lo que hablaba papá con que no podía seguir castigándome y todo lo demás, que no podía quedarme en ese camino, uno que él conocía mucho mejor que yo. No creía que mi padre fuese capaz de destruir algo de esta manera, pero era cierto que solo conocía de él la versión bondadosa, la papel del buen padre. Había más debajo de eso.

    Una lección que yo estaba aprendiendo recién.

    —Pues no —respondí casi en un murmuro, no fui brusco ni nada y aunque no tenía por qué, lo cierto es que lo dije y ya—. La quiero mucho, eso es todo.

    Le había confesado a Jez que me gustaba, pero una cosa era eso y otra decir que la quería mucho. Sonaba a estupidez, pero la segunda guardaba algo más sagrado que eso, algo que trascendía esa esfera y aunque quizás tenía el cuerpo atorado en negación, lo cierto era que la quería muchísimo. Quería seguir viéndola, poder estar con ella aunque fuese de otra manera, quería conocerla, quería ver el amor con que trataba a todos los que llegábamos a ella, porque era lo que la volvía Anna. La Anna que se me había enredado al corazón metálico.

    Bleke recogió el bento mientras yo escribía los mensajes, la dejé y por el momento no creí que pudiera echarle más sólidos a mi estómago, así que di el almuerzo con cerrado. Cuando hablé el giro fue espantosamente brusco, ella entendió que solo quería sacarme la luz de francotirador de la frente y cuando le pregunté por Mattsson me respondió.

    Fuese por protocolo de honestidad o cualquier mierda, cuando giró el rostro la miré, ella sonrió y su respuesta me pareció lo bastante sincera para reflejar el gesto sin darme cuenta. Puede que al final el caos de Ferrari al emparejar a la gente al menos le sirviera a estos dos, a una para descubrir el entretenimiento en una cosa que solía hacer por protocolo y al otro en su intento consciente por abandonar su cueva.

    —Me alegro —respondí primero aunque nadie me lo pidió y fue genuino también, como el agradecimiento—. Mattsson fue al campamento, lo conocí allí. Acabó en el grupo de la prueba de valor conmigo, otros dos compañeros de mi salón y otra chica de otra de las clases de tercero. Es un buen chico, al menos a mí me lo parece, es bueno verlo hablando con más personas cada día.

    La cosa rozó la asociación libre, en sí no me preocupaba la socialización de Hubert a viva voz, pero se había comido el desastre del pasillo el otro día y me sentía culpable por eso también. Saber que iba hablando con otros, además de Dunn y yo, era una buena señal en cierta medida y aunque no me pareciera difícil llevarse bien con Bleke tampoco le quitaría el crédito.

    there's no fucking way girl se me había olvidado JAJAJAJSJ *plays decode de paramore*
     
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  7.  
    Gigi Blanche

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    Dijo querer mucho a Hiradaira y mantuve la mirada puesta en su rostro un par de segundos, sin ver necesario ni prudente acotar nada al respecto. Lo que hubiera ocurrido entre ellos o los problemas que tuvieran, incluso los motivos de base que justificaran el estado de Altan, nada de eso me concernía. Mi presencia era, en definitiva, un evento azaroso y circunstancial. Quizás hubiera algo de él que lograra llamarme la atención, quizá lo hubiera hecho desde un primer momento, pero un vistazo a su semblante bastaba para comprender que probablemente no le quedara espacio para... nada.

    Reflejó mi sonrisa, y verla en su rostro me hizo más consciente de la que yo misma había esbozado. Fue una suerte de interferencia, si se quiere, o una disrupción de la frecuencia estable sobre la cual, eternamente, transitaba. Me quedé pensando en eso y Altan me contó que lo conocía de la prueba de valor del campamento. Asentí con ligereza y me pregunté si sería prudente agregar esta porción de información. Al final, sin embargo, descarté las dudas.

    —Lo conocí ahí, también, durante la cena. Hiradaira-san, de hecho, me detuvo y me invitó a sentarme con ellos, porque Mattsson-san le había contado de su gusto por la lectura e hizo la conexión obvia con nuestro club. Luego un amigo nos invitó a la playa.

    Ahora que lo pensaba, nos habíamos retirado de la mesa tras dejarle la nota a Anna pero ésta nunca apareció en la reunión. En cualquier caso, eran curiosas las conexiones que se habían desplegado entre estas personas. Si Altan y Hubert habían compartido la prueba de valor, y yo lo había conocido por Anna...

    —¿Mattsson-san y Hiradaira-san eran amigos de antes? —inquirí, por mera curiosidad, asumiendo que él tendría esa clase de información.
     
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    Zireael

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    Era cierto que nada de este embrollo le concernía a Middel, no tenía que ver con ella, ni en lo más mínimo. Todo lo que había aquí era una unión de casualidades, un espacio de distancia compartido que no sabía muy bien a qué respondía tampoco, no rechazaba a Bleke como compañía silenciosa y ella, por la razón que fuese, se quedaba. Parecía un acuerdo tácito, pero ni siquiera creía que la letra del papel pusiera algo en realidad.

    Cuando reflejé su sonrisa repasé sus facciones con algo más de conciencia, el cabello rubio y los ojos del celeste oscuro de algunos trozos de hielo ártico, pero se me ocurrió que así como yo al final solo era una chica. Una muchacha de la edad de Anna y que apellidos grandes o no, lo suyo era que pasara sus días de escuela como cualquier mortal. Ni idea a qué respondió el pensamiento, quizás a mi propia bruma mental.

    Anna fue la que invitó a Middel a sentar con ella y Hubert, lo que tuvo todo el sentido del mundo, sobre todo haciendo dos más dos con el club de lectura y el gusto de Mattsson por zambullir la cabeza en libros. No hubo nada raro en lo que me contó hasta que mencionó que los invitaron a la playa y una duda me alcanzó el cerebro, aunque la pausé un instante cuando me preguntó si Anna y Mattsson se conocían de antes.

    —Lo dudo mucho. Quiero decir, es posible porque Anna hace amigos con cierta facilidad, pero Mattsson apareció como por generación espontánea en el campamento, nadie que conozca lo tenía visto de antes, así que tiene más pinta de que le habló por primera vez allí. —Todo fueron un montón de suposiciones, la verdad fuese dicha, pero de alguna forma tuvieron sentido en mi cabeza. Igual la duda me quedó dando vueltas en la mente y, aunque quizás solo empeorara todo, no me podía dejar ese eco en la cabeza—. ¿Fue con ustedes? A la playa, Anna.

    Fue una idea venida de ninguna parte, un delirio de fiebre, espeso y sin forma, pero de la nada emparejé nuestras tres figuras. Middel, Mattsson y yo, los tres introvertidos de cajón y Anna en el otro extremo, había algo en esa receta que no sonaba bien. Puede que fuese yo a secas, al menos eso quise pensar, pero había una hebra de seda corriendo a nuestro alrededor, suspendida, que parecía más una horca que solo una hilacha.
     
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    Le di la razón silenciosa de que Hiradaira parecía tener facilidad para hacer amigos. Lucía de por sí como una persona inquieta y llena de energía, llegando incluso a irritarme muy ligeramente cuando comenzaba a moverse en clase. Fuera repiqueteando un pie, o las uñas, o resoplando, o montándose torres de bolígrafos que luego se le caían. Tenía sentido que le gustara la danza y que brincara de conversación en conversación. Me había resultado tan desenvuelta al cazarme al aire e invitarme a la mesa que jamás se me ocurrieron las opciones alternativas.

    —No... —respondí, hilando mis pensamientos sobre la marcha.

    Negar su presencia en la playa por algún motivo se sintió como la confesión de un error. Pensé, por primera vez, que nuestra idea quizá no había sido la mejor, y que el hecho de dejar una nota no había alcanzado para reflejar la liviandad de nuestras intenciones. Era una falta de cortesía a secas, ¿verdad? Ella había ido a... Cielos, ni siquiera lo recordaba, pero se había ido y no la esperamos.

    —Ella se había levantado de la mesa. Le dejamos una nota pero nunca apareció —completé mi respuesta, mirando a Altan a los ojos como si... esperara una explicación de su razonamiento.

    Por algún motivo tuve la sensación de que no había formulado la pregunta sólo porque sí.

    me toretticé por el poder del chismecito inesperado
     
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    Nadie culparía a Bleke por irritarse por la inquietud perpetua de Anna, a mí mismo me había sacado canas verdes en algún momento, pero ahora que lo pensaba había sido más difícil lidiar con la Anna amarga de los primeros días que con la inquieta. Lo que quería decir era que no era antinatural sentirse de ciertas maneras al estar con personas que, por un motivo u otro, eran distintas a nosotros. Eran cosas que pasaban siempre entre introvertidos y extrovertidos; a veces ellos hablaban mucho para nuestro gusto y nosotros hablábamos demasiado poco, pero eso no impedía nada.

    La negativa de Bleke me congeló una respiración, me quedé atorado y solté el aire cuando dijo que le habían dejado una nota pero nunca llegó. Arrugué las facciones como si hubiese recibido un balonazo en el estómago, varias piezas encastraron de repente y entonces supe que el día del pasillo Mattsson no se había comido solo mi embrollo, se había comido la detonación de una bomba que sí le pertenecía.

    Middel se me había quedado mirando, esperaba una respuesta a mi razonamiento venido de ninguna parte y acomodé el paraguas, que se me había bajado un poco cuando tuve la epifanía de la semana. Ya lo mío había sido bastante malo de por sí, pero como la vi en la mesa con personas, cuando ya no estuve supuse que se habría ido con ellos... no se fue. No se fue y supe todo lo que debía haber pensado.

    —Son más secretos de Estado, Blee —advertí de una vez, como si no fuese obvio de por sí, y suspiré—. Yo dije que iría a buscarla y no lo hice porque la vi con más gente, luego no la vi más, asumí que habría seguido acompañada. Mi cagada es independiente, habría salido mal por sí misma, pero... Hay cosas que quizás hacemos sin malicia, sin un peso real, pero las hacemos y quienes están en medio las piensan muchísimo más. Las piensan hasta que duelen.

    ¿No era justo lo que estaba haciendo yo?

    Encajé el codo de la mano libre en la pierna, apoyé el rostro en los nudillos y solté el aire por la nariz, ajustando el paraguas para no bajarlo tanto como para golpearle la cabeza o algo. Por la manera en que había dado la primera negativa, aun con el cerebro licuado, entendí que solo recién pensaba en cómo podía entenderse lo que habían hecho a pesar de no tener ninguna mala intención.

    —Incluso con la nota, si no la esperaron, debe haberle sentado como una patada —expliqué con calma, con una certeza absoluta—. Y por eso no apareció.

    Por eso estaban en la horca conmigo, aunque en diferentes niveles.


    im fast as fuck boi
     
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    Gigi Blanche

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    La ampliación de mi respuesta le comprimió el gesto, lo hizo de una forma bastante pronunciada y asumí que era una mala noticia en sí misma, a juzgar por la aparente monotonía que había expresado hasta ahora. Entendió la intención de mi mirada, aunque de primera mano alegó incapacidad para explicarme, y aún si no era relevante en este momento, me tomó algo por sorpresa que se refiriera a mí de aquel modo. Era un apodo que usaban Kashya y Jezebel, Joey también, además de mi hermano, pero la lista moría ahí. ¿Se lo habría oído a Jez en algún momento?

    En cualquier caso, reconoció una parte de error y a mitad de su respuesta fruncí el ceño, entre pensativa y conflictuada. No acostumbraba alojar esta clase de sensaciones o dilemas morales, fuera por indiferencia o por habilidad social; pero esto había ocurrido frente a mis narices y la molestia era doble. Desde ya no me causaba gracia ofender a Hiradaira, y aún peor que eso, ¿cómo había cometido tal descuido? ¿Cómo no pensé en las posibles consecuencias?

    Era impropio de mí.

    Pensar hasta que doliera. Entendía el concepto, pero era un mal hábito que enlazaría a él, en todo caso, no a Hiradaira. Me di cuenta que había confiado demasiado en mis análisis, en mi instinto y en las primeras impresiones, y que la chica no tenía por qué tener la cabeza llena de aire sólo por parecer simpática y descuidada.

    —Ya veo —murmuré, con calma pese a todo—. No lo había pensado hasta ahora.

    No pretendía ser una excusa, si acaso fue un pensamiento en voz alta. Era extraño imaginar que una persona hubiera alojado un mal concepto de ti mientras tú no eras en absoluto consciente del hecho, en especial tratándose de una compañera de clase. En algún punto había clavado la vista en el agua y entonces la deslicé de regreso a Altan.

    —Veré de hablar con ella cuando regrese, me gustaría aclarar el mal entendido. —Me callé algunos segundos y recordé el propio error que había reconocido—. Todos asumimos demasiadas cosas, probablemente. A veces confiar en ciertas habilidades nos juega una mala pasada. ¿Tú pudiste hablar con ella?

    También me preguntaba si Hubert sería consciente del descuido o si habría vuelto a conversar con ella en absoluto luego del campamento.
     
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    Zireael

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    No me detuve a pensar en la forma en que me había referido a ella, creía recordar haber usado el apodo en la enfermería, pero cuando ya se estaba yendo y quizás el silencio se lo tragó. Lo tenía interiorizado por Jez, demasiado quizás, y puede que en ciertos tramos de mi memoria hubiera sustituido a su nombre cuando los archivos se actualizaban. Quizás ahora, con la bomba de lo que había detonado su decisión conjunta con Mattsson, no tuviera ganas de corregirme o simplemente no lo hizo porque sí. Daba igual, a su manera añadió otra firma en el acuerdo silencioso que tenía con esta chica.

    Así como mi cambio en las facciones fue una mala señal, que ella frunciera el ceño a mitad de la respuesta me confirmó que de hecho, no hubo una pizca de maldad en la decisión. El error de estos chicos había sido más inocente que el mío con creces, era un mal entendido de chicos de dieciséis años, nada más; mis errores nacían de un miedo abstracto, inmenso y fantasmal. Eran más sólidos, paradójicamente hablando, y me condenaban por un tiempo que ahora me parecía eterno.

    Era imperdonable, pero aún así le había pedido que me perdonara.

    La noticia me había puesto a caminar la mente, hasta entonces entumecida, y por un momento fui capaz de cerrar el océano y con él a la bestia. Al romper la resistencia de la superficie del agua conseguí dar un respiro que me envió oxígeno al cuerpo, me devolvió algo de agilidad mental y se me ocurrió entonces que haberle mencionado a Bleke a Anna por mensajes tampoco tenía buena pinta. No que le importara por mí, pero yo mismo entendía la molestia que los cuerpos ajenos podían generar en uno.

    Por la forma en que Middel admitió no haberlo pensado supuse que la fachada de Anna, que se asimilaba mucho a la verdadera en su calidez, había conseguido engañarla. Fuese porque la hacía pasar por tonta o demasiado feliz, Anna podía mentirnos a todos para no angustiarnos y quedarse tan pancha, pero giraba, giraba y giraba como una espiral. Giraba en su tornado de fuego como yo en el agua, como Dunn en su cueva y Mattsson con su partida de shōgi. Dábamos vueltas y vueltas, hasta agotarnos y colapsar; por eso su cuerpo se había rendido.

    ¿Habría pensado que todos la dejábamos?

    ¿Qué la apartábamos?

    ¿Qué preferíamos solo estar en otro sitio?


    Era terrible en sí mismo, como todo se apilaba sobre sí, la criatura había hablado con Fujiwara, se comió el resultado de mi miedo con cucharadas del tamaño de palas y luego estos chicos habían decidido irse dejándole una nota. Le habíamos arruinado todo de principio a fin, era hasta estadísticamente improbable, pero había pasado. Había pasado y la habíamos dejado sola.

    Asentí cuando dijo que hablaría con ella, o al menos lo intentaría, y despegué el rostro de los nudillos para enjuagarme los ojos con los dedos. Si la intuición no me fallaba Mattsson debería haber caído en cuenta de su error, no porque fuese más listo que Bleke, si no justamente porque era capaz de espiralar en escenarios particulares tratando de encontrar salidas. Bastaba una cuota de tensión para que se diera cuenta y lo del pasillo se la había dado hasta para regalarle a los pobres.

    —Ten algo de paciencia, siente las cosas con demasiada fuerza y responde en consecuencia. Tal vez ahora no tenga bastante energía como para reventar, pero si reacciona mal en cualquier dirección te aseguro que no es mala. Solo le duelen las cosas, como a cualquiera, tal vez más —expliqué en voz baja todavía con la mano en el rostro y me desinflé los pulmones, al final opté por el más grande de los sincericidios hasta ahora—. Lo hice, sí, pero lo mío fue una acumulación sostenida de errores. Mi desastre es más grande, confuso y duele más. Lo de ustedes no debería sostenerse tanto en el tiempo, en buena teoría, de no ser que sus figuras se revuelvan demasiado con la mía o con otras cosas.

    Cualquiera diría que hablaba como si tuviera la peste, pero aunque no lo supiera había algo de razón en mi argumento. La figura de Hubert se había fundido ya de formas extrañas, quizás producto de la tensión sostenida a la que la había sometido, pero según yo tal vez Bleke podía irse en limpio. Al menos eso quería creer.
     
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    Gigi Blanche

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    Seguí los movimientos de Altan con cierta precisión, quizás en el deseo de predecir lo que haría o diría a continuación. Objetivamente hablando me importaba de poco a nada la imagen que Hiradaira se hubiera formado de mí, había crecido comprendiendo que agradarle a todo el mundo es imposible, un delirio de fiebre, y que sin importar cuánta estabilidad alcanzáramos, cuánta integridad demostráramos, al final del día seríamos una persona distinta en la mente de cada quien. No pretendía esa clase de control sobre el resto, si es que anhelaba algún control en absoluto. De existir, sería un absurdo fantasear con un radio de poder tan irracional.

    El mundo se comprendía de a porciones pequeñas, mediante delimitaciones preestablecidas.

    Los consejos de Altan me dieron una imagen bastante clara de Hiradaira y pensé, de un momento al otro, que parecía conocerla bien, de una forma que no todos le permitían al resto. Creí comprender el origen del afecto, así fuera desde sus bases meramente teóricas, y fui hilando los datos inconexos que flotaban en el aire hasta el momento. Los fogonazos de memoria que le hacían feliz, el fantasma de su migraña, el estómago cerrado y la mente espesa. Los errores de los que hablaba, el desastre que habían generado y la posibilidad de que nuestra figura se revolviera con la suya. Conecté y conecté, como piezas de rompecabezas, hasta arribar a una conclusión decente.

    Murmuré un sonido afirmativo y cerré mi bento sin prisa, dejándolo junto a mis zapatos. Le eché un vistazo a la sombrilla sobre nuestras cabezas y el resplandor a través de la tela me forzó a entrecerrar los ojos. ¿Me sentía culpable? En cierta medida, sí. No era una emoción agobiante ni exagerada, sólo creía haber cometido un desliz del cual aún podía encargarme. Que la opinión de Hiradaira no me quitara el sueño no significaba que me apeteciera ir por la vida ignorando mis errores. Lo del chico a mi lado era más grande, más opaco y más confuso. Fuera por ser amigo de Jez, por lo que había conocido de él hasta ahora o por las similitudes que encontraba en su reflejo, sentí el impulso de verbalizar mis ideas.

    —Estás arrepentido, de lo que sea que haya ocurrido —murmuré, en voz baja, con el tono suave y ligeramente indiferente de siempre—. El arrepentimiento por sí mismo puede matarte, incluso matarla a ella. Es un comienzo, pero no es suficiente. Lo que realmente importa es el perdón. —Lo miré—. No el suyo. El tuyo. Hasta que no te perdones a ti mismo no llegarás a ninguna parte, en ninguna dirección.

    No pretendía ser un regaño ni nada parecido, si acaso sólo esperaba que las palabras ajenas tuvieran más relevancia que las propias. En mi caso había sido así. Dentro de mi mente nada hacía tanto ruido como los moretones de Ophelia, el vómito de Jenkin o la voz de mi madre.

    —Y si vivir pesa tanto ahora mismo, sólo deja de hacerlo. —Formulé la frase de forma algo extraña y notarlo me estiró una sonrisa en los labios—. No literalmente, claro. Venir a la escuela, atender a clases, pretender seguir siendo un ser humano funcional... Sólo no lo hagas, quédate en tu casa y descansa. La línea entre el agotamiento y la debilidad es fina, abstracta, y podemos confundir por fuerza de voluntad lo que en realidad es autosabotaje. Está bien esforzarse, pero deja de tener sentido cuando todo lo que haces también lo pierde. —Desvié la vista al agua—. Como cuando bates demasiado la crema y se corta, o mezclas tantos colores que acaban siendo siempre el mismo marrón insípido.


    debería haberlo cerrado pero pintó speech
     
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    Zireael

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    En mi consejo ya de por sí había una cantidad de información importante, hablaba de cómo conocía a Anna, de las similitudes en nuestra manera de actuar en el mundo y como, también, esos puntos parecían empujarnos en direcciones opuestas. El caos me había permitido conocerla de formas que otras personas no lo hacían y por eso mismo era tan espantoso que solo me hubiese congelado de miedo. Si hubiera usado dos neuronas en fila, si hubiese sido capaz de moverme, las cosas habían resultado de otras maneras.

    La cantidad de datos que brindé algo que no debí tardar ni un minuto en decir era para mearse. Hablaba de afecto y arrepentimiento, de condena y colapso; hablaba de todo y lo dejaba sobre la mesa, como si no tuviera más caso intentar ocultarlo de por sí. Se me ocurrió bastante tarde, pero le resté importancia y lo dejé estar. Tendría que ir lidiando con esta mierda tarde o temprano, lo quisiera o no, así que era mejor ir haciéndolo de una vez.

    En cualquier caso, no me parecía que Bleke la persiguiera una gran culpa ni nada, pero tampoco me parecía una chica que solo se quedaría cazando moscas con la boca abierta luego de saber que, sin querer, había hecho sentir mal a alguien. Era la misma que se había quedado aquí sentada, me había compartido su almuerzo y había contestado mis preguntas con algo que se parecía a la honestidad.

    Creí que el asunto acabaría allí, que ese era el fin de la conversación, pero cuando comenzó a hablar tomó un cristal de hielo y me lo encajó en el centro del pecho. No hubo anestesia, no hubo preparativos, sus palabras se revolvieron con las de mi padre por la mañana cuando apuntó que el arrepentimiento podía matarme, que no importaba, pero podía matarla a ella y la imagen de Anna con su acidez terrible de los primeros días me alcanzó la cabeza, como una pesadilla incrustada con veneno.

    Tienes que parar de castigarte.
    Hasta que no te perdones a ti mismo no llegarás a ninguna parte, en ninguna dirección.

    No me creí capaz de sostenerle la mirada, regresé la vista a la piscina y parpadeé, como si quisiera borrarme de la cabeza los fantasmas, pero también aliviar el ardor que había sentido en los ojos. Sabía que no era un regaño ni nada parecido, pero que semejante conclusión viniera de una chica que solo estaba aquí sentada conmigo y a la que le había dado datos que unir volvió a abrir las aguas para enfrentarme a lo que habitaba el fondo.

    La manera en que formuló la cosa fue extraña en sí misma y quizás solo sonó así porque encastró con un contexto que volvía la otra posibilidad una cosa palpable, no por mí si no por veinte de octubre. No juzgaba gente que había querido apagar la máquina, nunca lo había hecho, pero el comentario de Bleke antes de la corrección me recordó que todos los mecanismos tenían límites y que si seguía forzando los míos, quizás, alcanzara fracciones de un mundo que nunca debería. Tal vez no ahora, ni mañana, ni la semana siguiente, ¿pero cuándo entonces? ¿Cuándo sería suficiente y la mente, que hasta entonces resistía, se rendiría y exigiría un apagado definitivo?

    No lo sabía, la respuesta era tan simple como eso.

    —Nunca se me ha dado bien reconocer la línea entre el descanso necesario y la rendición —añadí cuando su discurso finalizó y parpadeé con pesadez—. Puede que no se me dé bien lidiar con líneas de ninguna clase en realidad. Desde que abrí los ojos esta mañana eres la segunda persona que me dice que me detenga, aunque con otras palabras, pero la primera que añade que podría matarla a ella.

    Dejé la idea suspendida, retrocedí en mi lugar lo suficiente para poder levantarme, tomé la botella de té helado, la medio volvió a tapar y me la encajé bajo el brazo con el que sujetaba el paraguas. Con el otro brazo libre extendí la mano hacia ella, todavía cubriéndola con la sombra, y esperé por si quería mi ayuda para levantarse o no.

    —Estoy cansado —admití desde mi altura como si no fuese obvio de por sí, con los ojos puestos en ella—. Tan cansado que no sé cómo decirlo con palabras. Tal vez deba dejar de jugar al ser funcional de una vez por todas, cerrar las cortinas y olvidar que afuera existe un sol por unos días. Tengo que pensarlo, de todas formas, supongo.

    Algo en la confesión me sacó un peso del pecho, no fue determinante, pero sí sentí los hombros apenas más livianos. Parecía poca cosa, pero en medio de un mundo hecho de agua a veces el más mínimo cambio en una corriente significaba la vida o la muerte.

    —Te acompaño a tu clase.


    esto fue un esfuerzo sobrehumano pa cerrarlo, as we can see

    como por acá termino con Al te agradezco por haberle caído con Blee <3 me gustan mucho las interacciones entre los dos vampiros
     
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    Zireael

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    Habría jurado ver a Shinomiya en el pasillo, pero preferí no confirmarlo y seguí mi camino, en mi propio bote de demencia que quizás no era distinto al de Anna en sus partes esenciales, y dejé atrás las plantas una a una. La tercera, la segunda, la primera hasta llegar a la planta baja y caminar hacia la cafetería para comprarme un sándwich, algo dulce y regresar sobre mis pasos para reponer el jugo que había optado por darle a Anna para no echarme un viaje extra.

    Caminé sin prisa real luego de descartar opciones y puede que sin ser del todo consciente de ello me moví en el silencio que usaba cuando quería vaciar bolsillos, así que no hubo demasiado que delatara mi presencia, mucho menos con el viento intermitente que soplaba. Conforme me acercaba comencé a reconocer una melodía, salía de unos parlantes de mala calidad, supuse que de un teléfono, y una voz suave, casi dulce acompañaba el tono aunque no pude reconocer las palabras hasta que estuve cruzando el portón, donde me quedé clavado.

    Reconocí la mata de cabello rubio platinado de Ilana, se movía detrás de ella como un velo, una cola o un látigo. La chica giraba y giraba peligrosamente cerca del borde de la piscina, con las tablas de la falda abriéndose alrededor de su cintura, si no mostraba más de la cuenta era porque llevaba unas mallas por debajo. Daba pasos amplios, cortos, volvía a girar y tomaba los versos donde le placía, cuando le daba la gana, y pensé que era completamente distinta de la muchacha delgadísima con ojos de venado que se congelaba al mirarme, atada por una promesa sin sentido.

    No era ciego incluso si parecía no preocuparme por esas cosas, era preciosa. Me había dado cuenta desde que me salvó el culo en el Shimizudani, pero solo ahora, con su velo rubio siguiendo el movimiento de su cuerpo me hizo pensar en una Veela, rollo las de Harry Potter. Puede que no fuese diferente de una sirena si estiraba mucho la cuerda, pero su voz y su aire general no parecía pertenecer al agua, recordaba más a una ninfa del bosque. Si a esta chica le daba la gana podía atarle una cuerda en el cuello a cualquiera y someterlo, porque al final todos los hombres éramos igual de estúpidos. Que yo pateara más del otro lado de la cancha no me quitaba lo imbécil, de hecho, respondía a los mismos caprichos que todo diablo.

    No se me ocurrió lo feo que era estarla observando sin que se diera cuenta porque me quedé embobado al punto de lo patético, sujetando las cosas entre las manos. Ni siquiera me molesté en ocultarme o algo, solo me quedé allí, viéndola, y me pregunté qué le impedía ser esta persona apenas tenía una mirada encima, qué podía haberla obligado a borrarse a sí misma hasta hacerla parecer nerviosa.

    Siguió sin reparar en mi presencia ya que tenía los ojos cerrados, sus giros disminuyeron de velocidad y las tablas de la falda cayeron por su propio peso. El velo rubio le bañó la espalda y los hombros, con un aspecto casi vaporoso, en el momento en que se detuvo por completo y el tono en que cantó no acabó por corresponder con la velocidad de la canción que sonaba de fondo. Fue más bajo, más oscuro y lento.

    Oh, I will ruin you —recitó más que cantar—. It's a habit, I can't help it.

    And if you are fine with that —la seguí incluso a sabiendas de que no podría ajustarme a los tiempos ni los tonos, había pescado las palabras de las estrofas anteriores—, you can be mine.

    A la pobre casi le dio un infarto, maldijo en inglés por primera vez desde que nos habíamos visto las caras y toda la gracia en medio de su caos musical perdió balance, como si le hubiesen sacado el piso que le impedía desplomarse al vacío. Dio un respingo, buscó el origen de la voz y al dar conmigo toda la fuerza de su personalidad, allí en soledad, acabó consumida como el oxígeno en un incendio junto a las últimas notas de la canción y no sonó nada más después. Recogió los brazos contra el pecho, nerviosa, y suspiré con algo parecido al hartazgo. Bueno, si alguien no iba a usar los dones que Dios le daba, entonces seguiría haciéndolo yo.

    —No puedes mearte encima cada que me ves, Ilana —advertí pasando del portón ahora sí—. ¿Te parece que muerdo o algo?

    —Si cometo un error, tal vez —atajó con un hilo de voz y yo alcé las cejas. La pobre ya estaba medio al límite de su capacidad, porque me escupió otra frase en la cara—. Me confundes.

    —¿Por qué exactamente?

    —Te conocí golpeado en un parque, solo, ignoraste el último mensaje que te envié. Me recibes bien el primer día, luego me tratas como una desconocida cuando me preocupo por ti, después apareces con galletas de disculpa y me pides que no hable —enumeró mientras yo me sentaba al borde de la piscina como si nada—. Eres bueno conmigo solo cuando necesitas algo de mí y luego me ignoras. Vas por ahí recordándome que me calle, ¿qué se supone que fue lo de la mañana? ¿Te parece que tengo seis años y no sé recordar lo que se me pide?

    La sentencia fue repentina, venida de la nada, pero no reaccioné y esperé por si tenía algo más que decir aunque no fue el caso; en mi defensa nadie además de mi madre me reclamaba nunca nada e incluso ella lo hacía pocas veces. Hacía y deshacía en libertad, sin consecuencias, como un torbellino de fuego que no se detiene a ver las cenizas y era tanto maravilloso como angustiante. El apunte, sin embargo, me hizo consciente de que yo le exigía muchas cosas a las personas y quizás no pagaba con la misma moneda.

    Poor little thing, want a date before every chat or something? —apañé en lo que, desde mi desligue, me pareció una estupidez inofensiva. Ni siquiera la miré—. A cup of tea, maybe? Pareces alterada.

    Quizás pudo serlo, pero ella reaccionó con una molestia que no le había visto antes, recogió el móvil que tenía unos metros más allá hecha una furia, después el almuerzo que tenía cerca del otro extremo del portón y cuando la miré, dispuesto a pedirle disculpas, me di cuenta de que la chiquilla tenía el rostro convertido en un tomate maduro. Era tan pálida que cualquiera creería que le iba a dar un venazo, pero fue allí cuando entendí que su furia venía de la vergüenza y entonces el mismo sentimiento me alcanzó a mí, mandándome la sangre a las mejillas.

    El teatro de asshole me había durado menos de cinco minutos.

    Do you? —pregunté absolutamente estupefacto, a medio camino de desenvolver el sándwich.

    —Si sigues hablando juro por Dios que buscaré a Hubert y le diré todo. Desde cómo te encontré, que no tenías nada que hacer solo allí hasta la manera en que me pediste guardarte el secreto, con esa cara de no matar una mosca ni aunque tu vida dependiera de ello —acusó inclinándose sobre mí espacio a pesar del bochorno con tal de hablarme en un murmuro y apuntándome con el móvil—. Y si quieres que me calle te aconsejo dejar de tratarme bien a conveniencia o vas a volverme loca. Aprende a trabajar en equipo o no habrá equipo que valga para proteger lo que sea que escondas. ¿Quedó claro?

    —Como el agua —respondí en tropel, con la mirada pegada a sus ojos y ella sonrió para sí.

    La molestia le había regresado la fuerza al cuerpo.

    —Me llevo esto como cobro por tu actitud —dijo y pescó la galleta que había comprado en la cafetería, envuelta en su papel todavía ya que la había dejado sobre mi regazo—. Nos vemos en clase, Dunnie.

    El sobrenombre me hizo fruncir el ceño, atorado en un lío mental completamente distinto, y solo acepté mi destino porque era lo que me llevaba por buscarle las cosquillas. La vi irse pisando con fuerza, molesta todavía, y pude jurar que bufó antes de cruzar el portón mientras se regresaba el cabello detrás de los hombros con un movimiento de mano.


    parece un fic nopuedeser JAJAJAJ bueh, tenía este relleno agendado hace días porque así soy, dont mind me

    el pendejo queda ahí just because
     
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    Bruno TDF

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    Me había tocado viajar a la academia en soledad, a causa de unas imprevistas variaciones en la rutina de Verónica tras su prueba de karate. Con el suave murmullo de las vías cediendo bajo el peso del tren, debí agradecer internamente que la travesía se diera de esta forma, al menos por hoy, porque estaba sumido en demasiados pensamientos como para mantener una conversación decente. El encuentro con Morgan, en la oscuridad del salón de actos, me arrojó hacia reflexiones sobre mi modo de ver el mundo. También tuve aquella interesante e inquietante reunión en el club de Go de Toshima, donde mi mente se enredó en conceptos y nociones mucho más complejas. Las palabras de ambos, Morgan y Sorec, me atravesaban con cierta constancia.



    Vive como te apetezca, pero no le pidas nada al mundo

    El mundo, estimado Mattsson, no es un tablero

    No cometas el mismo error que Jenny

    Se trata del abrazo entre dos verdades absolutas: la vida y la muerte


    Haz tu vida y nunca vuelvas a buscarme


    Por si fuera poco, anoche había soñado con esta última frase, desperté como si se hubiera repetido miles de veces entre las paredes del cráneo. Aquellas… Fueron las últimas palabras que me dijo Effy antes de darme la espalda y alejarse corriendo, cortando todos los puentes que alguna vez nos unieron. Se fue entre mentiras, con los ojos llenos de un dolor indescifrable.

    Por esa razón estuve con mi concentración atrofiada durante las lecciones matutinas. Las reflexiones me distraían y la angustia se manifestaba como una nube, amenazando con cubrir mi mente. Su presencia tan persistente me frustraba, me recoradaba que llevaba el pasado clavado al pecho, este puñal que desataba el río de sangre. Intenté distraerme con una lectura después de que la campana del receso sonara, pero pronto advertí los riesgos de permanecer en el salón conviviendo con todo esto. Decidí salir a caminar, tener el cuerpo en movimiento. Antes de dejar el salón atrás, saqué algo de mi maletín: un pequeño tablero de ajedrez plegable, de madera, que contenía las fichas en su interior. Al menos tuve la inteligencia de traerlo, siempre lo usaba cuando necesitaba distraerme.

    Bajé las escaleras despacio, sin reparar en nadie a mi alrededor. Al alcanzar la planta baja, me permití una breve detención en la máquina expendedora para proveerme de una botella de jugo de frutas.

    Mi caminar impreciso me llevó hasta las cercanías de la piscina. Pese a la concentración que depositaba en mi lucha interna, un destello dorado me obligó a centrarme en el espacio frente a mí. Me encontré con la imagen de
    Ilana atravesando el portón de entrada de la piscina, avanzaba en un sentido contrario al mío. Me dispuse a recibirla con un saludo amable y esporádico... hasta que advertí su estado de ánimo, además del rubor que le cubría el rostro. La chica pasó junto a mí sin siquiera mirarme, con tanta rapidez que no alcancé a formular palabra alguna. La miré por sobre mi hombro, confundido.

    Seguí avanzando en dirección a la piscina y… me detuve en la entrada, con una expresión desconcierto. Desde el portón observé a Cayden, quien también parecía estar conmocionado por algo. Sin poder evitarlo, miré una vez por sobre mi hombro antes de regresar a él, enfocándome en sus ojos. Le mostré una sonrisa algo dubitativa.

    —Cay, me crucé a Ilana de camino hasta aquí —comenté con voz serena, acercandome a donde estaba—, y... Me disculpo por lo entrometido pero... ¿Ha ocurrido algo?


    [​IMG]
     
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    Zireael

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    Esto tenía que ser la cosa más rara que había pasado en todo el día, ¿no? Quería decir, todo me lo merecía, pero el colapso por vergüenza de la chica había salido de ninguna parte y de repente fui consciente, como de golpe, de que solo parecía especialmente nerviosa a mi alrededor incluso antes que le clavara un pacto de silencio por la cara. Me quedé allí atascado, como esperando el chiste en el asunto o la molestia real sin la vergüenza subyacente, pero nunca llegó e incluso me dijo que me callara, como si temiera que la siguiera molestando con lo mismo.

    Ilana, luego de aparentar calma y falta de resistencia, decidió revolverse para zafarse de mis límites y la entendí, también fui consciente de la clase de hijo de puta que estaba siendo y acepté sus condiciones. Las acepté porque tampoco estaba tan loco ni desesperado, pero sí necesitaba que siguiera callada y ella, ante todo, parecía querer evitar los conflictos directos en tanto le fuese posible.

    No significó que me quedara menos descolocado en mi lugar allí a la orilla de la piscina, después de que la vi irse regresé la vista al frente, fruncí el ceño sin darme cuenta y seguí desenvolviendo el sándwich con movimientos lentos. Tenía pegada en la mente la imagen de sus giros y el sonido de su voz con la canción, pero también cómo se había ido y suspiré con pesadez.

    Tampoco escuché los pasos extra, los que no le pertenecían a Ilana, hasta que los tuve casi encima y me pregunté cómo demonios alguien prácticamente se había chocado con ella para venir a meterse aquí y cuando giré el rostro para ver quién era, si debía irme, quedarme, arrojarme a la piscina o lo que fuera me quedé tieso. Por un momento me dio miedo que hubiese escuchado todo, pero luego recordé que Ilana me había susurrado casi encima así que era imposible.

    Aunque puto timing del culo, como había dicho Sonnen.

    Dijo que se topó con ella, lo que era obvio de por sí, su voz fue serena pero no pudo solo no preguntar y supuse que la cara de constipada de la otra pobre delató todo el caos. Sonreí con algo parecido a la culpa, busqué entre mis opciones de respuesta y mientras encontraba una que sirviera me encogí de hombros.

    —Creo que bromeé con algo que no debía y se sintió presionada. Se molestó bastante, sí, aunque lo más triste es que se llevó la galleta que compré antes de venir a sentarme aquí. Ahora no tengo postre —respondí en algo que fue verdad en sus partes esenciales y mentira en los detalles, aunque igual pretendí desviar el asunto. Repasé su silueta con la vista de forma que noté lo que cargaba consigo y me quedé mirando el tablero plegable con algo de curiosidad—. ¿Qué tienes ahí, Hubby?

    Dudaba que se molestara por el apodo, empezando porque yo no lo había soltado con la cara de póker de otros que me conocía, y si lo desconcertaba un poco al menos seguiría funcionando como distracción.


    kachow
     
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    Bruno TDF

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    Mi aparición fue inoportuna, lo supe por la forma en que se me quedó mirando, con el cuerpo atenazado por un tensa rigidez. Ya no podía dar marcha atrás, ahora que me había acercado a preguntar por lo sucedido. Seguí el impulso de hacerlo por la confianza que construimos a lo largo de nuestros encuentros. De todos modos, lamenté internamente el haber sumado una cuota de incomodidad a su estado. Estaba claro que ninguno esperaba la presencia del otro, y mucho menos en este extraño contexto donde también estaba involucrada Ilana.

    Hubo culpa en la sonrisa que me mostró, pareció estar rebuscando entre sus palabras y yo, viendo eso, también me cuestioné si debería haberle preguntado qué había pasado. Mas fue inevitable que lo hiciera, pues se trataba de personas con las que tenía buen trato y, siendo yo, sería extraño que no me preocupara por los demás. Quizá me movía la bondad, o un impulso de curiosidad, o una mezcla de ambas. Al final, todo se reducía a una búsqueda de comprensión de las cosas.

    Sin emitir una sola palabra, con movimientos lentos y algo cansados, me senté junto a Cayden mientras escuchaba su explicación. Hubo otro interrogante que afloró en mi mente, pero éste sí que tuve la decencia de no emitirlo: ¿Qué tipo de broma podría generar una reacción de esa envergadura en una persona?
    Ilana estaba severamente afectada, la vergüenza que cargaba encima era avasallante, llegué a notar el rubor de su rostro incluso si sus ojos apuntaban al suelo y caminaba con rapidez. ¿Había mucha confianza entre ellos y, por eso, Cayden sin querer apuntó a donde no debía? El hecho me recordó un poco a nuestro almuerzo anterior, donde me había pedido disculpas por una broma que no recibí como él se esperaba, también asediado por la culpa.

    Sin embargo, también hubo una tentativa de sonrisa con la mención de su galleta perdida. No conocía a
    Ilana, eso era un hecho, pero no podía visualizar que se apropiara del postre de otra persona. Carraspeé para guardar las formas.

    —Un pedido de disculpas puede tener el suficiente poder reparador —comenté en un espacio intermedio, esbozando una sonrisa leve, suave—. Cuando los tres hablamos en los casilleros, me dio la impresión de que era una chica bastante abierta. La decisión queda en tus manos.

    Lo último fue una aclaración necesaria, pues no deseaba que Cayden interpretara mis palabras como una imposición. Tenía un genuino deseo de que se llevaran bien, considerando la forma en que recibimos a
    Ilana en su primer día, pero eso ya dependería de ellos.

    No tardó en notar el tablero plegable en mis manos, objeto que era llamativo por sí mismo. Pero alcé la cabeza un poco instintivamente al escuchar el apodo “Hubby” viniendo de él. Había dos personas que lo utilizaron hasta el momento, pero una de ellas permanecía apartada de todo el mundo… Me sonreí al final, sabiendo que Verónica seguro había tenido algo que ver; vivía acercándose a todo el mundo, por lo que era cuestión de tiempo que algún día diera con Cayden.

    —Un tablero de ajedrez —respondí mientras desplegaba el objeto para exponer todos sus casilleros; en su cavidad interior había una bolsa pequeña que contenía las piezas, de madera y finamente talladas; coloqué todo en el espacio entre nosotros—. Lo poseo desde la niñez. No suelo sacarlo muy seguido, por lo general lo utilizo cuando necesito ordenar pensamientos o solamente distraerme.

    >>¿Sabes jugar, Cay?

    Chick Hicks estuvo en el taller, pero ya regresó a la pista (?)
     
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    Zireael

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    Tal vez Hubert había preguntado porque el conflicto de repente involucraba a dos personas con las que tenía contacto y porque había dado conmigo directamente, por el asunto este de la confianza que había sido tema de conversación el otro día. En sí no había sido malo que preguntara, lo jodido era que entre la respuesta real a su duda había demasiadas cosas que desmembrar y una de ellas era su nombre. La tensión provenía de allí, del miedo que había solapado en su figura y nada más, porque una parte de mí se alegraba de que pudiera sentirse con la libertad de preguntarme algo como eso.

    Sucedía que el miedo siempre pesaba más en los cuerpos.

    La naturaleza de este muchacho era bondadosa y calma, algo que sin darme cuenta siempre acababa por enredárseme en el cuerpo, así que no podía esperar de él que solo se desentendiera de las cosas. Puede que incluso estuviera preocupado por Sonnen si era que lo había llegado a ver con su cara de muerto de estos días, pero aunque yo no quería mentirle no veía salidas distintas. Había sido bueno con Ilana para asegurar su silencio y le mentía a Hubert para mantenerlo a mi lado, así que puede que solo fuese un cretino en cualquier dirección. Por el lado de Rockefeller ya había detonado, ahora estaba pendiente el estallido de la sucesión de mentiras.


    Tampoco me pude quedar demasiado atascado en mis propias divagaciones, cuando se sentó junto a mí me pareció repentinamente cansado, se había movido más lento y lo repasé con la vista con el mayor disimulo que me permitió la distancia que había entre nosotros, en búsqueda de más señales anómalas. No había que usar muchas neuronas para saber que debía pensar más de lo que hablaba, si era tan parecido a Altan y yo como parecía sin dudas debía quedarse atorado en su cabeza mucho tiempo. Resultaba doloroso, yo lo sabía muy bien.

    De todas formas no dije nada de inmediato, lo dejé acomodarse, supuse que tendría la duda qué cosa tan terrible le habría dicho a la chica para que pareciera que le había causado el bochorno de su vida, pero él no preguntó y yo no quise decirlo porque tendría que seguir soltando dos mentiras por cada verdad. Igual noté que cuando dije lo de la galleta una sonrisa le quiso alcanzar el rostro, seguro al imaginarse el cuadro, pero acabó diciendo lo de las disculpas.

    —Pensaba disculparme con ella mañana —admití antes de darle una mordida al sándwich.

    Sabía que este chico no me estaba imponiendo nada, la decisión era mía y sabía que era lo decente, de hecho había pretendido pedirle perdón hasta que vi su colapso. Por ahora no había mucho que hacer, tampoco hacía falta darle más vueltas y por eso traje sobre la mesa el tema del tablero que cargaba, con tal de dejarme el asunto para más tarde aunque se me iba a apilar con la charla de Arata.

    Me di cuenta de que alzó la cabeza al oír el apodo, sonreí con suavidad como si eso fuese evitarme algún reclamo, pero al final el chiquillo también sonrió y lo dejó pasar. Se me ocurrió que asumió que el puente conector que había trasladado el apodo hasta mí debía ser Verónica, porque realmente no había escuchado a alguien más llamarlo de esa manera, así que los nos teníamos el pase "Hubby" por ahora.

    Respondió diciendo que era un tablero de ajedrez, lo que entonces sonó obvio que te cagas, y yo lo observé mientras sacaba las piezas que venían dentro, de hecho acabé por girar el cuerpo para poder encararlo. Las piezas eran de madera, talladas, y me parecieron bonitas. Resultó que lo tenía desde que era pequeño y me cuestioné qué hacía un niño con un tablero de ajedrez, pero supuse que era un juego de gente inteligente y como yo era medio tonto tenía sentido que me pareciera raro. Igual el cacho de información importante lo soltó después cuando dijo que no lo usaba con frecuencia, sino que lo usaba para ordenar ideas o distraerse.

    Que me llamaran loco, pero no creía que necesitara distraerse con la misma frecuencia que ordenar pensamientos.

    —Dios mío, no —contesté ligeramente alarmado cuando preguntó si sabía jugar. Dejé el sándwich en mi regazo, me limpié la mano izquierda en el pantalón por aquello de las migajas y tomé una pieza sin fijarme en el color, resultó ser un caballo. Lo giré entre los dedos mientras hablaba, observando sus detalles—. Me gusta el orden en el mundo tangible, para usar lenguaje Hubert, saber que las cosas están siempre en el mismo lugar, que los espacios están limpios y bien organizados porque me parece práctico, pero pensar estratégicamente no es mi fuerte. Si le preguntas a alguien que me conozca desde hace algunos años confirmará que uso demasiadas emociones para tomar decisiones, no toma mucho esfuerzo volverme caótico, solo el detonador correcto. Los juegos de estrategia no terminan de encajar con mi personalidad, Príncipe, lo siento.

    Coloqué el caballo en el tablero con cuidado, a sabiendas de que era un objeto que le pertenecía desde hace tiempo y cuando busqué de nuevo la mirada de Hubert le dediqué una sonrisa calmada. Fue una disculpa por el parloteo innecesario, pero también pretendió ser solo eso, una sonrisa sin más.

    —Puedes explicarme y te escucharé, aunque no prometo entender. —Lo pensé un instante y acabé por regresar los ojos al objeto entre nosotros, bajando un poco el tono aunque no lo suficiente para que se perdiera entre el sonido del viento y el filtro de la piscina—. También puedes contarme qué ideas necesitas ordenar con esto, si quieres, pero no es un requisito ni nada. Puedes solo quedarte aquí conmigo y tu tablero.


    Es bueno saber que Chick siempre puede volver a la pista. No podría vivir con la idea de quedarme sin rival *inserte emoji de auto verde*
     
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    Bruno TDF

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    Que confirmara su intención de disculparse fue tranquilizador. Mantuve mi sonrisa serena mientras le correspondía con un asentimiento lento, que pretendió dar a entender que lo acompañaba en su decisión. Debí reprimir la intención de expresar alguna acotación adicional, porque seguía siendo un asunto entre él e Ilana y… no sabía hasta qué punto era correcto inmiscuirme. Esta duda era la misma que me mantuvo apartado de Anna y Altan tras el encontronazo del pasillo, lo cual terminó por agravarse cuando noté que el estado Sonnen había empeorado con el correr de los días, indicio de que algo había salido mal entre ellos. Recordarlo sumó un denso peso a mis pensamientos. Y, por si fuera poco… eso también me impedía hallar un espacio donde pedirle disculpas a Anna, por la falta que me correspondía a mí. Desconocía hasta qué punto seguían afectados, por lo que fuese que hubiesen tenido.

    Nunca estaba seguro de cómo actuar frente a la complejidad de las personas.

    El tablero de ajedrez permitió que nos centráramos en otro tema; al fin y al cabo, no había mucho más que añadir respecto al incidente de Rockefeller, me bastaba con saber que se trataría de resolver a futuro. En todo caso, Dunn giro sobre su eje para encararme y, asimismo, tener una mejor visión del tablero y las piezas que acomodé a alrededor de éste, sobre el limpio suelo en el que nos hallábamos sentados. Pensé que debíamos estar componiendo un cuadro curioso, con el gris de las nubes, el sonido del filtro de la piscina y un juego de estrategia entre nosotros, junto a las aguas.

    Negó que supiera jugar al ajedrez. La vehemencia algo inesperada de su contestación me hizo alzar la ceja, apenas unos milímetros. Lo de que se limpiase los dedos antes de tomar una de las piezas podía verse como un detalle menor, pero desde mi perspectiva fue una potente demostración de su carácter afable y una expresión de respeto hacia mí, que supe apreciar en silencio. La pieza que tomó fue un caballo. Y para ser más exactos, se trataba de una de las piezas blancas…Lo que a mí me dejaría con las negras.

    Justo como al Zar.

    —Un caballero no puede ir por ahí sin su reluciente corcel —llegué a decir con media sonrisa, antes de que continuara hablando.

    Su monólogo me recordó a la conversación con Altan en el patio frontal y al debate que había sostenido con Sorec el día de ayer. Con una mano en la mejilla, sereno, escuché su monólogo, el cómo éste también parecía dibujar una analogía entre el mundo y un tablero. Habló de su preferencia por el orden en el plano que vivíamos con nuestros propios cuerpos, la comodidad en los espacios donde todo parecía estar en su lugar. Afirmó que pensar estratégicamente no era su fuerte, ya que eso no se correspondía con la composición mayoritaria de su personalidad: habló de los sentimientos y cómo podía volverse caóticos bajos condiciones determinadas. Completó su idea volviendo a llamarme príncipe, lo que estuvo a punto de romper la seriedad con la que lo escuchaba. Me agradaba que mantuviera esa broma.

    Le devolví la sonrisa que me dirigió y negué suavemente con la cabeza, pues me di cuenta que su expresión tenía un tinte de disculpas. Me gustaba escucharlo, además de que nuestras conversaciones siempre viraban en direcciones como esta. Dejó el caballo sobre el tablero, junto con la sugerencia de que le enseñara a jugar y, al mismo tiempo, una invitación que le contase lo que estaba pensando.

    Lo medité internamente, pero no tardé acceder. Tomé un peón negro y lo alcé frente a nuestros rostros.

    —Comenzaremos por lo básico: el movimiento de las piezas —coloqué el peón sobre el tablero; su tamaño era reducido, pero los casilleros y las piezas se veían con claridad, incluso bajo las sombrías nubes—. El peón se mueve hacia adelante, siempre. Avanza un casillero por vez en línea recta, aunque puede avanzar dos en su primer movimiento. Pero hay una excepción: sólo puede capturar piezas rivales moviéndose en diagonal —coloqué un peón blanco en el casillero correspondiente y representé lo que explicaba, regresando el peon capturado al costado del tablero—. Los peones son piezas fuertes si sabes ubicarlos y complementarlos.

    Hice una pausa, para permitir un espacio de comprensión a Cayden.

    —Sobre mis ideas... Debo empezar diciendo que ayer tuve dos encuentros —continué, mirándolo con una expresión tranquila—. Fueron intrigantes si me lo preguntas, pero también me resultaron interesantes. Mantuve conversaciones que me dejaron mucho en lo que reflexionar.

    Ubiqué un peón negro, justo al lado del que ya ocupaba el tablero.

    —Uno fue con Morgan O'Connor, en la oscuridad del salón de actos —junté ambas piezas en un solo casillero, de color negro—. El otro encuentro lo tuve en un rincón de Toshima.

    Entonces tomé otra pieza: el rey negro. Fue puesto una esquina del tablero, sobre un casillero que también era negro. Aunque aislado, su presencia imponía. Volví a conceder otro espacio de silencio, por si Cayden deseaba añadir o preguntar algo. La conversación había tomado un doble derrotero, en la que le contaría mi anécdota a la vez que le enseñaba sobre ajedrez. Esperaba no enredarme mucho.
     
    Última edición: 6 Febrero 2024
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