Luego de hacerle la pregunta seguí comiendo, la chica contestó que no había ido y preguntó si yo sí, de forma que asentí con la cabeza sin mucha complicación. Puede que fuese una de las pocas decisiones decentes que había tomado en semanas, en el campamento había olvidado por un par de días los cuarenta diablos que me perseguían y Cayden se había forzado a ser normal, así que había sido un rato de formateo que ahora parecía un delirio. No sabía realmente lo cansado que estaba de esto. De la tensión sostenida. —No sé a quién le habrán pagado para disfraces y maquillaje, pero los yokai estuvieron bien logrados —contesté porque fue lo primero que se me ocurrió—. Nadie se murió si es lo que preguntas. Fue divertido, supongo. Ignorando el hecho de que habían estrangulado a Sasha y Alethea, que a mí casi me comen vivo y otros detalles la cosa no había sido nada del otro mundo en realidad. Aunque suponía que todo perdía efecto cuando uno estaba tan curado de espanto, yo qué sabía. —¿Irías si hicieran otra actividad parecida?
Me reí con suavidad ante lo de que los demonios habían estado bien logrados. Me causaba gracia el imaginarlo con algo de miedo en medio de un bosque, aunque si sacara de la ecuación el que se trataba de una actividad escolar si que sonaba bastante tétrico. Como fuese, continué comiendo mi almuerzo, detapé también la lata y di un sorbo para bajar la comida. Entre tanto escuché su pregunta, reposé la bebida a mi costado y le miré desde mi posición. —Depende, si va Ro y Tora probablemente —comenté como si nada, porque Alek era muy poco probable que asistiera, e ir a un sitio para estar sola no me apetecía. Digamos que con el par me sentía en confianza, así que me entretendría al menos un rato. Ya luego caí en cuenta de Arata, por mucho que fuese con él con quien estaba hablando. —Y si vas tú, supongo. Mi idea es prácticamente no ir a un lugar para quedarme sola en lo que todo mundo hace su vida social. Di otro bocado a la comida, la verdad aunque quedaba algo me estaba comenzando a sentir satisfecha, por lo que tapé el bento y eché la cabeza con suavidad sobre la madera del tronco.
Todo lo que estaba haciendo era consumir el silencio, como siempre, no se me daba muy bien eso de compartir espacio con alguien y estar callado. Las pausas que hacía eran para comer, nada más, y de tanto en tanto seguí distrayendo la mirada en los alrededores. Que la piscina, que el árbol, que la chica y de vuelta al principio. Ella terminó por contestar que iría si iban Ikari y Sakai, nada nuevo, y me tuve que tragar una risa. Rowan debía haber hecho su trabajo, pero también era innegable que la aproximación del tigre, aunque apestaba a todo menos a buena idea, también tenía que ver con esa clase de declaraciones. Por otro lado, quizás a la criatura le faltara algo de desconfianza, quería decir, no llevaba ni un mes de conocerlos, pero yo qué sabía. —¿Yo? —apañé y tuve que modular la diversión en el tono—. No creí que me ganara el honor de ser candidato para esto de "iría si va X" tan pronto, la verdad. Igual no sé qué tanto siga yendo a estas cosas, aunque ahora que lo pienso la comida estaba buena. Igual valdría la pena ir solo para comer hasta reventar.
Me encogí de hombros en lo que me reía, echando la vista hacia la piscina. Era evidente el hecho de que yo no tenía muchas amistades, en realidad, tan solo tenía una en este momento que era Hal, de resto era algo como que me sentía en confianza, aunque Arata no cabía en el segundo término podía describirlo como simple comodidad, y bueno, eso ya era algo para alguien que se había acostumbrado a alejarse de los demás. No le di muchas vueltas a nada, porque tampoco lo valía, así que regresé las pupilas a él. —¿Intercambio? —pregunté sujetando mi lata de uva que estaba casi llena, por la suya de naranja. Que siendo franca, se la di porque consideré que le pegaba más el sabor cítrico, pero en realidad mi antojo inicial iba por ahí, así que bueno, no es como que significara mayor cosa. —¿Y qué edad tienes? Ya que estamos.
Entre que yo hablaba hasta por las orejas y me ganaba amigos o enemigos dependiendo de mi nivel de estupidez lo cierto era que nunca pensaba demasiado en las implicaciones de no tener muchos amigos. En el peor de los casos siempre encontraba alguien con quién hablar al menos para callar el silencio, por extraño que sonara, así que nunca había sido un gran drama. Nunca me había enfrentado a la amenaza real de no tener un grupo al que sumarme porque me metía en cualquiera a la fuerza, incluso si no era más que un paria. Deslicé la soda de naranja en su dirección cuando ofreció el intercambio, tomé la suya de uva y le di un sorbo sin una pizca de pensamiento. No gastaba neuronas en pensar sobre cosas tan planas como esas, la verdad, así que solo bebí y regresé la lata al suelo. Todavía me quedaban unos bocados de comida, así que me los bajé en lo que ella preguntaba por mi edad. —Hice diecinueve en febrero —contesté con sencillez y pues para seguir moviendo la conversación, más o menos, reboté la pregunta de inmediato—. ¿Tú?
Contenido oculto: cuz i can llevo roleando a Al con esta canción desde que todo se fue a la shit, ya era hora de ponerla (? Había sido abrir los ojos unos minutos antes del receso de ayer y sentir la migraña reventarme la cabeza, vino de ninguna parte, no se anunció siquiera y me desbarató los circuitos. Al final ni siquiera pude salir de la clase porque sentí que las tripas se me iban a salir por la nariz si me movía más allá de lo estrictamente necesario, así que me bajé un par de pastillas con un minúsculo trago de agua y me quité el blazer de encima para echármelo en la cabeza, cubriendo la luz que amenazaba con abrirme el cráneo como un coco. El malestar se sostuvo, los ruidos lo empeoraron y para cuando el día se terminó tuve que pedir un Uber porque entre que no había comido, el fantasma de la migraña y todo lo demás no creí aguantar un viaje en tren hasta Chiyoda. Al llegar a casa acabé por meterme a la ducha pensando que quizás me venía bien, pero no sirvió de mucho y al forzarme a comer el vacío del estómago me quiso hacer regresarlo de inmediato. Lo retuve a duras penas, pero sentí el ácido en el fondo de la garganta. Sabía que esta mierda era insostenible, que era excesiva, que no estaba bien, pero escapaba a mi control. El maldito Leviatán con el que lidiaba era demasiado grande para que luchara contra él y ahora comenzaba a darme cuenta aunque me había acompañado desde que tenía uso de razón. Me daba demasiado miedo descubrirlo, mostrarlo y hacerles sentir a mis padres que era un mal agradecido. Tenía demasiado miedo de la sentencia de mi madre volviéndose una realidad escrita en placas de piedra y por ello guardaba silencio. Se volvía una profecía autocumplida. Cuando sonó la alarma por la mañana pensé que quizás debía tomar las señales de mi cuerpo y quedarme en casa, pero no creía que fuese mejor. Así que me pegué una ducha fugaz para funcionar, me vestí y cuando llegué a la planta baja prácticamente choqué con mi padre. Sus ojos oscuros me observaron, fracturaron cada sección de mi malestar en sus partes frágiles, y pude jurar que me sacó radiografía. Era Emperador de su pequeña galaxia. ¿Pero qué hacía este creador absoluto cuando sus planetas se desbarataban? ¿Papá tenía ira en sangre? Sentí que sí, de repente, luego de casi dieciocho años de vida, su figura se fundió con la mía y con la del abuelo, volviéndonos casi inseparables. Estaba serio, taciturno, y se veía que me había esperado en la boca de la escalera para hablarme de inmediato apenas me viera, como un depredador agazapado contra la tierra. —¿Irás? —preguntó, inexpresivo, y de repente creí haber chocado conmigo mismo. Asentí con la cabeza, en silencio, y él estiró una mano para encajarla en un costado de mi cuello, zarandeándome suavemente. El contacto me pesó en el cuerpo, extraño, y ambos nos observamos como si fuéramos monstruos en el mundo del otro. Quizás lo fuésemos porque los polos idénticos de los imanes estaban condenados a repelerse y estaba tensando demasiado las cuerdas de mi padre que siempre había sido benevolente conmigo, el mismo que me había consolado el día del caos. Puede que al haberse convertido en un buen padre, yo hubiese olvidado que seguía siendo un Sonnen. A este hombre no le faltaba carácter. Y yo llevaba años buscándole las cosquillas. Si nuestras fuerzas reales llegaban a colisionar acabaríamos matándonos entre nosotros, ¿no? Si mi padre perdía la paciencia de una vez por todas su fuerza me aplastaría contra el suelo hasta que soltara mis ideas más arraigadas, hasta que encerrara a mi monstruo y lo escuchara a él, porque era mayor, más inteligente y mucho menos visceral que yo. Si seguía resistiéndome a las aproximaciones amables, recurriría a herramientas que no había usado nunca antes. La mano del Emperador me sometería. —Ya basta, Al. Tienes que parar. —¿Parar de qué? —Y aún así me atreví a fingir demencia. —De castigarte, hijo. Lo hice demasiado tiempo para que pretendas mentirme —insistió, no cedió en lo más mínimo—. Ya basta. No te ayuda a ti y no le ayuda a ella, si necesitas ayuda pídela, pero para esto. Hazlo antes de que deba hacerlo yo en tu lugar. ¿Qué coño decía de por sí? ¿Iba a pedirle a la gente de la escuela que me prohibiera la entrada acaso? Era excesivo hasta para él. De todas formas no me dejó responder, se fue en dirección a la cocina y arriba escuché los pasos de mamá, que seguía evitándome. En el momento en que yo me desmoroné lo hizo todo lo demás a mi alrededor, arrastré a Anna en mi torbellino de miedo y cuando ella cayó, agotada de soportar, yo dejé caer todo lo demás. Fracturé a mi madre y comencé a forzar a mi padre a cambiar. Lo estaba forzando a volver a una zona de sí que había apagado hace muchísimos años, pero ciertos monstruos solo podían ser vencidos por uno de su misma especie y lo sabía demasiado bien. Llegué a la Academia al borde del campanazo de entrada, me senté e hice un esfuerzo brutal por atender a las clases, por no ceder al peso real que sentía encima. La señal de alto estaba en el hecho de que Anna, si no estaba metida en casa, tenía que estar metida en un hospital, estaba en la tensión de Jez ante mi encierro, en el vacío de mi madre y ahora en la voz de mi padre. Había que parar el puto carro. Tomé apuntes, algo que llevaba semanas sin hacer porque me parecía innecesario de por sí, y en algún punto de las horas de clase, ya con el aturdimiento de ayer un poco más distante saqué el teléfono del bolsillo. En medio de mi niebla de migraña y demás había seguido mandándole vídeos de animales a Anna por Instagram con cierta intermitencia, pero me olvidé de dejarle un mensaje directo así que lo hice de una vez. Good morning America 10:23 Es un nuevo día 10:23 Espero que sigas mejorando 10:24 Quise mandarle una foto de los apuntes todos cutres, pero tampoco era tan descarado para sacar el móvil a los cuatro vientos, así que lo dejé en esos tres mensajes y regresé a mi burdo intento de funcionar en sociedad. De funcionar como estudiante más bien. Cuando sonó la campana del receso no supe muy bien qué hacer con mi vida, me levanté de inmediato y salí de la clase, pero ya en el pasillo me quedé suspendido un minuto. Al final empecé a caminar por inercia y mis pasos acabaron por llevarme a la expendedora de la planta baja, donde me compré una botella de té helado y seguí la procesión que terminó llevándome a la piscina. Me senté en el borde con las piernas recogidas, a riesgo de quedarme frito en media hora, y observé el agua inmóvil. El fondo, de ese azul de piscina, era perfectamente visible y me pregunté qué hacía aquí sentado. Me pregunté qué hacía en la escuela, con este agotamiento, y por qué no solo le preguntaba a Anna si podía ir a verla incluso si me bateaba. No tenía respuestas a una sola de mis preguntas en realidad. Contenido oculto Gigi Blanche no te tienes que comer todo el relleno, que parece un fic esto holy shit. Le envió unos mensajitos a Anna, están cerca del fin del post, y también puse por ahí que ayer estuvo mandándole cositas por Insta de forma intermitente with that being said, la criatura está al servicio de la comunidad *dies luego del tocho*
En mi recorrido hacia la planta baja noté las nuevas hojas en el tablón de anuncios. Me detuve brevemente, sólo lo necesario para encontrar mi nombre, y me pregunté por qué razón estarían decidiendo mezclar a los estudiantes de todas las clases en vez de atenerse a las divisiones ya hechas. ¿Habría un motivo pedagógico? Verme en la obligación de conocer personas nuevas cada mes no era precisamente de mi agrado, pero... El último nombre de mi grupo era el de Hubert, y la noticia consiguió dibujarme una pequeña sonrisa en los labios. Si los profesores se empeñarían en mezclar las clases suponía que, al menos, esto era algo bueno. Afuera, el sol me recibió con más fuerza de la que había anticipado. Alcé la vista, entrecerrando los ojos, y un breve suspiro se escapó de mis labios en lo que hundía la mano en mi bolsa. Allí tenía el almuerzo y lo que había traído de casa por si acaso: un paraguas de sol. Lo desplegué en el patio norte y seguí caminando, sin preocuparme por la idea de que luciera más bien extraña. Era bonito, o al menos a mí me lo parecía, con el mango de madera y el diseño de brocado blanco. Lo apoyé con suavidad sobre mi hombro y acabé dirigiéndome a la piscina por la curiosidad espontánea de ver el agua. No cumplía a ningún propósito, la verdad. Ingresé en silencio al espacio y no se me dificultó la tarea de reconocer a Sonnen en la silueta oscura sentada en el borde. Miré alrededor, comprobé que se encontraba solo y me pregunté si debería regresar, si no estaría invadiendo su privacidad. De todos modos, pretender estar solo en un lugar así, en un día como este, era bastante iluso, ¿verdad? Dirigí mis pasos hacia él, con calma, hasta que la sombra de mi paraguas también lo cubrió. Lo miré desde arriba, repasé su semblante, en silencio, y recordé las ausencias de Hiradaira. Fue una conexión casi subliminal, no logré rastrear el origen del pensamiento y tampoco le di mayor importancia. No tenía buena cara. —¿Migraña? —supuse, basándome en aquel encuentro de la enfermería. No esperé una respuesta realmente, descendí hasta acuclillarme en mi posición y mi mano alisó la parte trasera de la falda antes de apoyarse sobre mis muslos, luego de dejar el almuerzo en el suelo. Con la otra sostenía el paraguas. —¿Tomaste algo? Contenido oculto the idea came to me and i said why not
No me había molestado (ni me había dado cuenta, para empezar) en mirar lo del proyecto que estaba puesto en el tablón, así que para este momento de mi vida desconocía que estaba metido en el embrollo con Akaisa, que era una intensa de cojones con la escuela, saberlo solo me habría añadido motivos para recetarme otra migraña así que era mejor seguir ignorante. Esas cosas eran un problema del Altan del futuro, por ahora mi vida se reducía al agua frente a mí y la sensación de aturdimiento. La verdad era que no lo había pensado en lo absoluto y tampoco pretendía estar solo al quedarme en un espacio público, pero cuando mis ojos encontraron el agua, incluso si era un montón de agua clorada, sentí algo de sosiego. Pude dejar de pensar al menos unos segundos, silenciando lo que ya no era un archivo si no una especie de licuadora descompuesta, pero todavía sentía la cabeza revuelta incluso si no me dolía. No pude recordar la última vez en que había comido como debía tampoco, así que supuse que todo solo estaba apiñándose. Ya me esforzaría al llegar a casa, ahora no tenía ganas. En algún momento escuché pasos, no me molesté en girarme hasta que distinguí una sombra de paraguas cubriéndome y volteé el rostro, alzando la mirada. Lo que encontré fue la silueta de hielo de Middel y por la pregunta que hizo asumí que mi aspecto, bueno, seguía siendo tan deplorable como los otros días. Se basó en la conversación de la enfermería, no era que tuviera otra información, y regresé la vista al agua. —Ayer —respondí, escueto, cuando ya ella se había acuclillado y dejado el almuerzo en el suelo—. Me tragué todas las pastillas que permite la receta por día. Ahora solo queda el fantasma, ya sabes, cuando no te duele más pero sientes que te acaban de sacar de un batidora y te pesa la cabeza. Supuse que también por la conversación de la enfermería pude escupirle todo eso sin más, ni siquiera lo procesé y me dio igual. Luego de haberle contestado, giré un poco el rostro de nuevo y repasé con la mirada el paraguas de sol, ya no a ella como tal. —Está lindo —dije como si fuese lo primero que se me había ocurrido, en parte lo fue—. Pero sobre todo inteligente, esté sol amenaza con freír neuronas. ¿Te quedas? Aquí, quiero decir. No sonó a que la estuviera echando en lo más mínimo, solo fue una duda genuina. Puede que fuese una estupidez, pero ahora mismo quizás prefería la compañía de una persona que no tuviera tanta información del caos ni tanta relación conmigo en sí. Contenido oculto *inhales* a
Los ojos negros de Sonnen se posaron sobre mí con la inexpresividad usual, Dios no me permitiera juzgarlo, sólo lo concluí y almacené en algún archivo de mi cerebro para descartarlo, despejar el escenario, y observar la verdadera anomalía. No era la primera vez que lo veía cansado, puede que detrás de su seriedad hubiera, de hecho, una suerte de agotamiento constante, pero hoy era más evidente. Bastante más evidente. ¿Cuánto llevábamos sin dirigirnos la palabra, de todos modos? No lo recordaba, se sentía lejano. La gente no cambiaba, sin embargo, podían pasar diez años y la gente no cambiaría a mis ojos. El mundo se deslizaba con demasiada lentitud. Pregunté su condición, él regresó la vista a la piscina y me dio tiempo a acuclillarme. Observé su perfil unos pocos segundos antes de imitarlo; las ondas del agua eran suaves y el sol les arrancaba destellos luminosos. Murmuré un sonido afirmativo luego de recibir su explicación, la del fantasma de la migraña, y atendí al aroma dulce de la brisa. Se estaba bien aquí afuera, más allá del calor. Noté de reojo que giró el rostro hacia mí, sin apartar mi propia mirada del agua. No recordaba haberme sentido incomodada alguna vez por la atención ajena, tener un par de ojos encima no modificaban nada. Su comentario, sin embargo, me resultó tan honesto, como la opinión de un niño, que una sonrisa me curvó los labios y lo miré. Mis dedos giraron el mango del paraguas, lo sentí sobre mi hombro. —Gracias —murmuré, y se lo extendí con calma—. No planeas seguir torturando a tus neuronas, ¿o sí? Si lo sostienes tú podrá darnos sombra a los dos, eres más alto. Lo importante era mantener nuestras cabezas a buen recaudo, después de todo, no pasaba nada si recibía algo de sol sobre el hombro opuesto. No respondí a su pregunta directamente, asumiendo que mis acciones harían ese trabajo. Apenas aceptó el paraguas, pues no planeaba darle otra opción, me incorporé. Cruzarme de piernas, digamos, no se correspondía con mi crianza, y con eso la lista se reducía. Tuve que quitarme los zapatos, los calcetines también, e introducir los pies en la piscina al sentarme. La sensación fue agradable, de cualquier forma, y me incliné hacia adelante para husmear los alrededores de Altan: sólo había un té helado. Giré el torso en la dirección opuesta, saqué el bento de su bolsa y lo apoyé en mi regazo, utilizando el calzado para evitar que el plástico saliera volando. —La señora Drika hace las rookworst caseras, es difícil conseguirlas aquí —expliqué sin un motivo real mientras abría el almuerzo: tenía rodajas de salchicha cortadas muy pequeñitas y estaba todo mezclado con arroz y verduras. De un compartimento al costado saqué una cuchara y se la extendí—. ¿Tienes mal el estómago también? Comer con migraña a veces era difícil, los síntomas se propagaban por tu cuerpo y acababas siendo incapaz de distinguir el origen del malestar; aún así, saltarse por completo el almuerzo no dejaba de ser una mala idea, en especial estando fuera de casa.
Hasta cierto punto, en días normales, lo que definiría como un cansancio crónico se disimulaba con mi carácter inexpresivo. No aparentaba tener demasiada energía, todo lo contrario, y la que poseía surgía de una acumulación sin fin de tensión que luego reventaba, como una presa hidroeléctrica. El punto era que no había que tener muchas luces para notar que el agotamiento se había vuelto más pesado, revuelto con quien sabe qué más. Lo que no cambiaba solo se acentuaba, el agua estancada no servía para nada. Con la explicación del fantasma de la migraña escuché el sonido afirmativo de la chica. El comentario del paraguas, eso sí, bastó para sacarle una sonrisa, me miró y giró el objeto antes de darme las gracias. Había sido un comentario suelto sin ningún objetivo real, pero me agradeció y cuando quise darme cuenta me había extendido el paraguas, con el argumento de si no planeaba seguir torturando mis neuronas y que si lo sujetaba yo nos alcanzaría la sombra para los dos. Lo sujeté sin poner ningún tipo de pero y aunque no respondió mi pregunta, sus acciones lo aclararon. Me sentía un poco raro sosteniendo el paraguas, pero supuse que me sirvió de distracción y lo dejé estar. Se terminó de acomodar, metió las piernas al agua y me pregunté si a esta criatura no le quemaría la piel el mismísimo reflejo del sol en una superficie, con lo clara que tenía la piel. No era que yo pudiese hablar mucho al respecto, si debía parecer Drácula, pero se entendía el punto. Estaba en esas divagaciones cuando ella husmeó el espacio, supuse que vi que solo estaba la botella de té helado y ya. Sacó el bento de la bolsa, lo apoyó en el regazo y se puso a explicar que la señora Drika hacía rookworst caseras; usé un poco las neuronas y recordé apenas un segundo antes de que abriera el bento que era una especie de salchicha de Países Bajos. Estaban cortadas bastante pequeñas, revueltas con arroz y verduras. Olía a comida, pero el vacío del estómago no me dejó sentir hambre como tal. Recibí la cuchara con la mano libre aún así, la miré como si fuese una pala de otro mundo o algo y la pregunta de Middel me hizo volver a mirarla. Solté el aire despacio por la nariz, bajando los ojos al bento, y hundí la cuchara para sacar un poco de arroz. —Ayer sí. Ahora solo no tengo apetito —solté sin más, ni siquiera pensé que recién se lo decía a alguien. De la manera que fuese, me llevé el arroz a la boca y no lo mastiqué demasiado, porque acabaría dándome náuseas así fuese un manjar de dioses. Tenía que meterle combustible a la máquina, lo sabía—. Gracias. Giré el paraguas en la otra mano, algo inquieto, y distraje la mirada en las piernas de Bleke en el agua. Tampoco respondió a algo en particular, no creía que nada lo hiciera en ese momento. —¿Te gusta nadar? —pregunté un poco de repente, pues porque era agua lo que teníamos delante y la duda me llegó medio de la nada. Una cosa era nadar porque una clase de natación lo exigía, otra era hacerlo por gusto. Un poco lo mismo que aplicaba a la vida en general, uno podía hacer las cosas por protocolo y ya.
Sentía que había algo automático en las reacciones de Sonnen, como si no tuviera la capacidad ni las ganas de replantearse las cosas que le pedía u ofrecía, y el detalle me llamó la atención. Nunca lo había visto como una persona extrovertida, pero sí parecía tener más... carácter, quizá, rapidez. Tenía el ingenio y la pizca de soberbia. Llevaba un tiempo sin hablar con Jez, me preguntaba si habría ocurrido algo entre ellos. Aceptó la cuchara, incluso si no sentía apetito, y se llevó un poco de arroz. No vi razones para literalmente mirarlo masticar, volví mi atención a la piscina y apoyé las manos en el suelo, a ambos costados de mi cuerpo. Mecí las piernas con calma, sintiendo la ligera resistencia del agua a su alrededor, y su agradecimiento me alcanzó desde un costado. Lo miré de reojo, con una pequeña sonrisa. —No es nada. Puedes comer lo que quieras, somos dos sin mucho apetito... —Mi sonrisa se ensanchó apenas, y regresé la vista al agua—, pero creo que a ti te viene mejor. Quizá me valí de su aparente sumisión para anticipar que seguiría sin rechazar mis acciones. Recogí el bento, lo dejé con cuidado sobre su regazo, y me incorporé lejos de la sombra. Murmuré un "ya vengo" en voz baja y tomé los zapatos, dejando los calcetines sobre la bolsa. Bordeé la piscina, alcancé la escalerilla y recién entonces encastré el calzado en mis pies, un poco más secos. Regresé unos minutos más tarde. Regresé a mi posición inicial y, sólo por si era necesario satisfacer su curiosidad, le mostré lo que tenía en la mano: una cuchara extra, de plástico. Había traído sólo una, lógicamente, y dudaba que a ninguno de los dos le hiciera gracia compartir utensilios, de modo que fui a pedir una a la cafetería. Me incliné con cuidado de no invadir demasiado su espacio y hundí la cuchara en la comida, llevándome la porción a la boca. La mastiqué sin prisa y su pregunta, inconexa de por sí, me dejó pensativa un par de segundos. —Sí. Suelo nadar bastante en verano. —Le lancé un vistazo fugaz y mi voz se tintó de una diversión leve—. Luego de ponerme protector de cincuenta, claro. Me siento cómoda estando ahí, cuando floto y el agua me tapa las orejas, anulando el ruido del mundo. Sé que va a sostenerme y vuelve todo más... simple. En cierto punto retomé el movimiento de mis piernas y me distraje allí. Podíamos intercambiar una pregunta inconexa por otra, ¿verdad? —Acabaste en la piscina aquella noche. —Cuando había descubierto mi curiosa habilidad en el beer pong—. ¿Practicas algún deporte?
¿Era resignación? ¿Entumecimiento? Ya no sabía darle forma, era un amasijo de cosas tan confuso y espeso que había perdido el nombre, como la caída de una ballena en el fondo del océano, el cadáver perdía forma y era consumido como si no hubiese sido un animal inmenso alguna vez. ¿No eran las escenas de muerte todas iguales al final? Descomposición, pero tan siquiera la materia orgánica volvía al ciclo sin fin. Como si a Middel le pintaba decirme que me vistiera de payaso, no creía tener el interés suficiente en poner la resistencia que solía demostrar. Con Leviatán o sin él, me había pasado diecisiete años sentado en un trono de obsidiana desde el que veía a los demás, era inmenso, resistente también y sobre todo imponente. Me había tirado una parte de la adolescencia usando el miedo contra los demás, ¿y ahora? Solo ahora se me ocurrió que igual el karma tenía sentido en la vida, al menos le daba sentido a ciertas mierdas. El trono se había resquebrajado. Ella me dijo que no era nada, por la comida, y admitió que tampoco tenía mucho apetito, pero que quizás a mí me venía mejor. Suponía que tenía peor cara de la que imaginaba, porque evitaba espejos adrede. En cualquier caso así como Bleke no hacía preguntas, yo no se las hacía a ella y seguimos funcionando en un espacio compartido que no nos revolvía. Esta chica no era tonta, ya había pescado mi falta de reacción y resistencia, se valió de ella para dejarme el bento sobre el regazo y observé la comida sin verla realmente. Luego dijo que ya venía y se fue unos minutos; la observé irse antes de regresar los ojos al bento ajeno, la sombra del paraguas y esta cosa tan rara en general. Debía ser un circo visto de afuera, Drácula con la sombrillita junto a la piscina. Volví a hundir la cuchara en la comida, pesqué otro bocado y me lo bajé de la misma manera, sin darle tiempo al cuerpo a procesar la idea. ¿Se lo había dicho a Anna? Lo de que la comida no bajaba de la garganta, que se atoraba allí; tenía un recuerdo lejano y difuso, revuelto con la intensidad del comienzo de nuestro caos. Para cuando Bleke regresó yo había logrado comer otro par de bocados, pero seguía dándole vueltas a recuerdos de lo más inconexos y pensé, Dios mío, en la falta que me hacía y lo preocupado que estaba. Así que cuando la rubia mostró la cuchara de plástico agradecí que esa tontería descarrilara mi tren de pensamiento, porque era genuinamente deprimente y temí estar a un pelo de echarme a llorar. El descarrilamiento del tren tuvo que ver con la pregunta venida de ninguna parte, al menos eso imaginé después, y volteé el rostro cuando dijo que se sentía cómoda en el agua, flotando y anulando el ruido del mundo. No me había pasado desapercibida la tontería del protector de cincuenta, que consiguió sacarme la sombra de una sonrisa, y al final asentí con la cabeza a su cierre de la idea. En la pausa pesqué otro poco de comida con la cuchara. —Esperaría no acabar en la piscina hoy —respondí al recuerdo de esa noche y negué con la cabeza después—. Los deportes más comunes suelen ser en equipo. Como puedes imaginar, el trabajo en conjunto no se me da muy bien, prefiero ahorrarles a todos la desgracia y ahorrármela a mí también. Estábamos en sesión de preguntas aleatorias de repente y me importó bien poco, porque al menos impedía que pensara en otras cosas con tanta fuerza. En lo que me atreví a masticar un poco más el bocado pensé en alguna otra tontería, la que fuese, y caí en que seguía sujetando el paraguas por lo que acabé alzando la vista al objeto unos segundos. —¿Pasatiempos además de leer, nadar en verano y traer paraguas a la escuela?
Al regresar de la cafetería le eché un vistazo discreto al bento y comprobé que, aunque sea, había comido un par de cucharadas extra en mi ausencia. ¿Por qué me preocupaba por él, para empezar? Era una pregunta válida, pero ¿debería no hacerlo? Esa me perturbaba aún más y quizás era allí, en ese espacio ambiguo entre ambos señalamientos, donde mi sangre oscilaba de un lado a otro y yo fingía no advertirlo. No estaba segura qué significaba en mi cuerpo mi propia madre, su herencia, sólo sabía que allí no existía la maldición y rogaba que no llegara el día donde ésta se despertara dispuesta a devorarla. Fingiría demencia todo lo que me fuera permitido. Porque estaba cansada. Aunque modesta, percibí su reacción a mi pequeña broma y también respondió con un tinte similar sobre su incidente con la piscina. Suponía que era una buena señal. No practicaba deportes, decía, pues el trabajo en equipo no era lo suyo. Había disciplinas, sin embargo, que se emparejaban con su temperamento en mi mente. —¿Ajedrez, por ejemplo? —puntualicé—. Es un deporte, técnicamente hablando. Mientras hablaba me incliné y recogí un poco de comida. Noté que alzó la vista al paraguas y, cuando lo incluyó en mi lista de pasatiempos, una sonrisa de labios cerrados me curvó los labios en lo que masticaba. El único que consideraba realmente un pasatiempo era leer, la natación la remitía a ocasiones particulares y el tercer ítem... bueno, digamos que no contaba con una colección de paraguas que iba alternando. La mayoría de mis decisiones de vida se basaban en análisis prácticos. Era lo que veía en casa, lo que me habían enseñado y lo que corría por mis venas. No tenía escapatoria, no creía tenerla. Era una jaula de oro y hielo. —En verano nado, en invierno asisto a las presentaciones anuales de los ballet, en otoño pruebo variedades de café —enlisté tras ser consciente del carácter cíclico de mis actividades, y lo miré—: En primavera disfruto los paseos en el jardín. Tulipanes, narcisos, claveles, orquídeas. Todas están floreciendo. Podía elegir cualquier nivel de abstracción, el que quisiera, y encontraría siempre los patrones. La rutina, la predicción, el determinismo. Era un consuelo y un dolor de cabeza. —¿Tus pasatiempos, senpai? —Soné apenas divertida al agregar—: Además de darte chapuzones nocturnos. Y pensar demasiado las cosas, ¿verdad? Contenido oculto dejo por acá la respuesta de Anna de los mensajitos en tiempo real we Hola Al! Buen dia Aca seguimos de a poco jajaja Vos bien? Es... la hora del receso, no? Mas te vale estar comiendo bien! 13:19
Tampoco me había molestado en preguntarme por qué Bleke, de toda la gente posible, se estaba preocupando porque comiera. No quería decir que esperaba que no lo hiciera, simplemente creí que nunca le había dado motivos para detenerse en cortesías de esa clase. No le daba motivos para detenerse en cortesías a casi nadie en realidad, el trono permitía esa distancia, ¿pero cómo se vivía a ras del suelo? No estaba seguro. Quizás no hubiese respuestas correctas a nada. Apuntó al ajedrez y la conversación se fundió un instante con la que había tenido con Mattsson. Nunca me había detenido a jugar ajedrez o shōgi de verdad, no pasé de las partidas de prueba, pero archivé las nociones y las utilicé en otros espacios, en mi entendimiento del mundo. Su sugerencia apuntó a qué dirección encasillaba mi carácter y puede que tuviera razón, pero no ahora mismo. En este momento me parecía que Minami, por ejemplo, era una estratega emocional mucho más eficaz. No tenía suficiente información de la chica para tal suposición en realidad, pero le había sacado algunas cosas más a Arata, apenas suficientes para hacer un mapa algo más nítido de ciertas cosas. Igual no había interactuado con los chacales restantes más allá de los que tenía en las narices por cuestiones de la vida luego de aquella vez en el Hibiya, donde les pasé el muerto de Kurosawa y retrocedí pensando en no repetir el incidente de la apaleada, en no repetir nada que pudiera preocupar a Anna. Había arreglado un lado del cubo de Rubik y se me había jodido el otro. No quedaba más que hacerme responsable de mis cagadas. —Es el deporte de los sabiondos y de los que aspiran a ir a la guerra —apañé y la estupidez estuvo a poco de sacarme una risa por la nariz—. Igual debería jugarlo en serio. Mi pequeña lista de sus pasatiempos en los que el único verdadero era leer consiguió curvarle los labios en una sonrisa. La chica tenía este aspecto de reina de hielo pero al menos tenía sentido del humor, eso no iba a negarlo. En cierta manera Middel era una buena compañía en general, estuviera muriéndome o no, solo ahora lo pensaba. Aunque puede que la sensación de condena fuese de lo poco que nos conectaba sin saberlo. Enumeró sus actividades por estaciones lo que me pareció graciosamente ordenado y mientras hablaba sentí el móvil vibrar en el bolsillo. En líneas generales no mensajeaba de forma continua con casi nadie, incluso se me olvidaba contestarle a papá a veces y se respondía a la gente a los tres días, pero tenía el cerebro en modo Anna con Asma así que solo uní puntos, porque tampoco había muchos que unir. Igual había seguido oyendo a Bleke, me bajé otra cucharada de comida aunque no me supiera a algo en realidad y reí por lo bajo cuando me devolvió la pregunta apuntando a lo de los chapuzones nocturnos como pasatiempo. De nuevo, esperaba no tener chapuzones a la una de la tarde. —¿Variedad de café favorito entonces? —Sonaba como la conversación de niños pijos más grande de la historia, pero daba igual. Habiendo hecho la pregunta le contesté, obviamente—. Videojuegos, supongo. Tecnología en general, suena como que muy abstracto para ser un pasatiempo, pero me gustan las máquinas. Programación de máquinas y la parte de desmontarlas y volverlas a armar. Contenido oculto crying all over Anna diciéndole al pendejo que espera que esté comiendo bien bye
Los sabiondos y quienes aspiraran a la guerra. Me parecían nociones correctas para relacionar al ajedrez, incluso a su versión local, el shōgi, y la primera categoría podía superponerla sobre la figura de Altan sin dificultad. Si lo miré fue por la segunda. No lo hice con brusquedad ni sorpresa, simplemente posé mis ojos en su rostro y me pregunté, en silencio, por qué parecía tan melancólico. ¿Sería una persona más emocional de lo que solía demostrar? No lo consideraba una vulnerabilidad, a diferencia de mi familia, ni un defecto a corregir. Pero ¿la guerra? Le di un par de vueltas a la metáfora. Imprimirle un carácter bélico a cualquier conflicto, de la índole que fuera, era bastante contundente. —Muchos dirían que los sabiondos no van a la guerra, y aún así pueden acabar enfrentados frente a un tablero. Supongo que depende si toman el juego como un medio o como el fin. Al confiarle mi lista de pasatiempos preguntó por una variedad de café. Aguardé, sin embargo, a que me concediera su respuesta. Me habló de máquinas y videojuegos, nociones en absoluto desconocidas para mí. La tecnología era fría, rígida, y su desarrollo actual perseguía el deseo de volverla cada vez más eficiente mediante la predicción. Un programa rentable era un programa que responde como se esperaría que lo haga. Si lo veía con esa perspectiva podía encontrar similitudes más allá de lo ajeno que me resultara el metal. Era un mundo silencioso, de variables preestablecidas y resultados predecibles, donde los imprevistos sólo exigían descomponer el problema en partes más, y más, y más pequeñas, hasta encontrar el error. ¿Él se sentía cómodo allí? —¿Ahora mismo? El geisha. Es una variante del arábigo, descubierto en Etiopía en la década del treinta. El último otoño papá lo trajo de uno de sus viajes, es un café... algo caprichoso. —Sonreí, recordando la dificultad para calibrar la molienda y el fracaso que había sido nuestro primer intento de prepararlo como espresso; luego utilizamos un filtro y la cosa mejoró considerablemente—. Es suave y dulce, muy aromático. Su sabor varía dependiendo del cultivo. Mi favorito huele a moras azules al tostarlo, y ya servido me recuerda al té de jazmín. También puede saber a aceite de bergamota, naranja, guayaba. Comí un poco, rumiando en torno a ciertas cuestiones para elaborar mi próxima pregunta. Altan me había hablado de la guerra, de máquinas y sabelotodos. Por incompatibles que sonaran algunos conceptos, las personas albergaban de por sí contradicciones y dilemas. Había tanto que la ciencia era incapaz de diseccionar, comprender y predecir. Conflicto, metal, inteligencia. Emociones, carne y cerebro. Quizá fuera un mapeo de él sin más. —¿Desearías cancelar entre sí tus contradicciones? —inquirí, calmada, sin preocuparme por el repentino carácter tan abstracto de la pregunta—. ¿O crees que dejarías de ser lo que eres al hacerlo?
Tenía ciertas nociones tan arraigadas, tan enredadas en el cerebro o tan hundidas en el fondo del océano que no las cuestionaba o pensaba hace muchísimo tiempo, no con tanta profundidad al menos. La comprensión del mundo como un tablero inmenso cargado de telas de araña era una de esas concepciones, como se la había descrito a Mattsson, e incluso la inseparable unión que percibía entre el conflicto bélico y la racionalidad surgía de esas ideas escritas con hierro caliente. Entre todas las miles formas de entender el mundo imaginar que cada quien era una ficha y como tal se movía de formas específicas ayudaba a darle solidez a un mundo demasiado fluido, ¿pero no le quitaba eso todo lo demás? Incluso los corazones metálicos parecían necesitar de sangre que bombear desde los ventrículos. Puede que tuviera razón, que muchos pensaran que los sabelotodos no iban a la guerra, pero lo cierto era que nuestro mundo había ideado guerras que no habrían ocurrido sin la existencia correlacionada de los cerebros más grandes de la historia. Armas, tecnología, robótica, química, la putísima bomba nuclear; algunas de esas cosas habían surgido de cerebros metidos en la guerra, tantas otras se les habían arrancado de las manos a mentes maestras. Después de todo podía usar el Imperio de papá justamente para perfilar al enemigo. La información, sin duda, era otra arma. Con datos la gente podía fracturarse porque todos teníamos errores de código, sectores frágiles, carcomidos. Al encontrarlos los otros podían sacarnos de juego o nosotros podíamos sacar de juego a los demás, justo como le había pasado a Dunn al pretender convocarme en medio de este caos. Lo cierto era que muchas de las veces esos sectores débiles eran de hecho otras personas, porque sin importar qué tanto fuéramos capaces de aislarnos algunos de nosotros no dejábamos de ser animales de grupo, sociales. El apunte de Bleke, de todas formas, me hizo encogerme de hombros no porque no me interesara, si no porque era un escenario cambiante de acuerdo a quién se le preguntara. Luego fue que solté el discurso de turno, escucharme a mí mismo me recordó que de hecho mis pasatiempos eran bastante... ¿Cómo decirlo sin ofender a todos los informáticos de mi padre y a él mismo? Hombre, eran de legítimos empollones. No importaba mucho tampoco, no había suficiente gente que se preocupara por ellos para que significara algo realmente y de por sí me había echado bastante tiempo de vida repartiendo hostias también. Para balancear, qué coño sabía yo. Me sentía cómodo en mundos donde el margen de error se reducía, donde yo podía controlarlo, en espacios donde el miedo visceral que había sentido no existía realmente. Cuando el error estaba en las conexiones que uno había creado y los componentes que uno había colocado, si algo se iba a la mierda volvía a desarmarse, como un rompecabezas, hasta reajustar las piezas. Por eso las emociones eran un embrollo, no podían desmenuzarse así, eran todo una plasta orgánica sin forma. De cualquier forma, me distraje en su descripción del café, comí un poco más mientras la escuchaba y se me ocurrió que lo había descrito con bastante claridad, como espera uno de la gente que lee con regularidad. Los cafés de especialidad sabían completamente distinto al café normal que compraba uno para hacerse una taza fuese a las siete o a las tres de la mañana y el ritual de prepararlos, de hecho, me recordaba un poco a quienes preparaban té. Té de verdad quería decir, no té en el microondas. —Suena bien —anoté a lo del café y pensé que tal vez meterme un chute de cafeína barata quizás me ayudaría a poner a maquinar el cerebro de nuevo. Ella comió, yo dejé la cuchara en lo que había establecido como mi lado de la comida o algo así y sostuve el paraguas presionándolo entre el hombro y el cuello para poder abrir el té helado. Sentía la boca pastosa, la verdad, entre la comida y malestar global, así que le di un par de tragos decentes luego de haber vuelto a sujetar el paraguas. Todo eso le dio tiempo a Bleke de pensar en la siguiente pregunta y el asunto, hasta entonces bastante asentado en el mundo físico, se volvió terriblemente abstracto de repente. No tenía problema con ideas así de amplias realmente, pero me extrañó la curva en la conversación y me tomé un tiempo para pensar, incluso si la respuesta me había alcanzado apenas ella terminó de formular la pregunta. —Dejaría de ser lo que otros me han ayudado a ser, porque las contradicciones no vienen de uno solo, vienen de otros ajenos a nuestro cuerpo. Temería volverme demasiado yo, tanto que nadie además de yo mismo pudiera reconocerme —argumenté sin una pizca de duda y la miré—. Hay una versión de nosotros que solo existe cuando no hay nadie más, cuando no hay voces ajenas ni ruido externo. Esa versión pura, inalterada, sería irreconocible para los demás, puede que incluso horrible. La respuesta había sido tan abstracta como la pregunta y la dejé suspendida un instante, regresando la atención a la comida aunque seguía sujetando la botella de té helado todavía. Continué maquinando cosas y puede que lo que le contestaba fuese la respuesta a cosas que nunca me había planteado en realidad, pero que conectaban con todo. —Así que supongo que no las cancelaría, aunque solo esté eligiendo una forma de condena por sobre otra diferente. —Solté la botella, tomé de nuevo la cuchara y preparé un bocado que ni siquiera saqué del bento—. No quisiera volverme irreconocible para ciertas personas, eso es todo. Elegiste una pregunta complicada, así que te doy una respuesta acorde.
Éramos criaturas sociales, lo ponía en cualquier libro y bastaba despertarse para notarlo; salir a la calle, si era necesario. Incluso en mis propios escenarios, por indiferentes que parecieran, era indiscutible la noción de familia. Rígida, absolutista y conservadora, pero existía. Podía objetarle muchísimos defectos a los Middel, pecados incluso, y aún así se protegían, se sostenían y cooperaban unos con otros. Sólo tenían que aceptarte, tenías que formar parte de ellos. Eran, a su manera, una familia increíblemente unida. Su respuesta se desvió desde un principio en una dirección que no había anticipado, y cuando me miró le correspondí el gesto. Habló de la versión más pura del yo, una que debía ser horrible e irreconocible para el resto, y me vi a mí misma hundida entre las estanterías de nuestra biblioteca privada. Me vi frente a los empleados, agradeciéndoles el desayuno sin siquiera mirarlos y vi la silla vacía de mamá. El ruido que solía percibir del estudio de papá era el de las mucamas limpiándolo, la existencia de mi hermano se remitía al tintinear de llaves que, de tanto en tanto, me despertaba a la madrugada. Versiones horribles e irreconocibles de nosotros, decía Altan. ¿En eso nos habíamos convertido? ¿En nuestras versiones más puras? No encontraba diferencias. —Te creía más individualista —murmuré, esbozando una pequeña sonrisa. Más similar a mí, quizá—. Esas personas deben ser muy importantes para ti. Imaginé que se refería a su familia y tal vez algún amigo, ¿Jez? No me interesaba demasiado, en cualquier caso. Se suspendió un silencio entre nosotros que no me molesté en romper, regresé la mirada al agua y me concentré allí, su movimiento y las ondas. De la forma que lo viera, la respuesta de Altan era de alguien que priorizaba a otras personas. Fuera por miedo, posesión o genuino cariño, eso no importaba. Se apoyaba en los demás. ¿Cuál habría sido mi respuesta a mi propia pregunta? Él no la había pedido, tampoco creía que existiera. No creía que los Middel dejaran espacio a esa clase de cuestionamientos. Éramos individualistas y, al mismo tiempo, conformábamos una entidad única, interconectada por uniones invisibles. —¿Está rico? —pregunté, señalando la comida—. La señora Drika me pedirá alguna clase de opinión y ya debe estar cansada de las mías. Se alegrará de recibir la tuya.
El cómo se manifestara el carácter social de los seres humanos ya quedaba en cada grupo y en cada persona, la noción se construía independientemente y a veces en los mundos aislados de ciertas familias existía una forma comunidad tan sólida que superaba las generaciones. Puede que si me detenía a rastrear los principios de los Sonnen, allá en Alemania, pudiera referirme justamente a eso. A algo que se parecía mucho a una dinastía hasta que en algún momento había aparecido el primero que dijo que necesitaba su propia galaxia para vivir. En la necesidad de ser el astro central también existía algo de anhelo por una vida gregaria, por muy extraño que sonara. Middel se observaba a sí misma hundida en las estanterías, agradeciendo a los empleados, con espacios vacíos o sonidos que significaban la presencia de otros. ¿Qué veía yo? El pecho lleno de engranajes, el trono de obsidiana y el mar infinito, era una imagen mental que no se emparejaba a espacios físicos o solo se emparejaba a espacios de absoluta soledad, cuartos en tinieblas y nada más. Era terriblemente abstracto incluso para mí, porque quizás ahora me resistía más que antes a esa versión pura de mí mismo. —Yo también —repliqué a lo de que me creía más individualista y la estupidez me sacó una risa por la nariz que no fue más que resignación. Asentí a lo otro que dijo, lo de que esas personas debían ser muy importantes para mí y pensé en el ultimátum de papá, en el vacío de mamá y en Anna en su encierro ambiguo, que seguía aterrándome ante la posibilidad de que fuesen las paredes de un hospital. Pensé en un montón de cosas al mismo tiempo y me pregunté si no era más injusto aferrarme a las famosas contradicciones, las mismas con las que había lastimado a todos de formas diferentes. Si no sería más que el capricho de un niño asustado del monstruo que había hallado en sí mismo. Las divagaciones extra, de cualquier forma, no eran del interés de Bleke. Me pertenecían, las tenía enterradas en una tumba lo bastante profunda para no sentir ganas de escarbar para mostrarle los restos a nadie y ya. No le regresé la pregunta tampoco, quizás porque a mis ojos la chica tenía la respuesta escrita en piedra o no la tenía en absoluto, era una suposición sin fundamento a la que solo dejé ser sin más. Su pregunta sobre la comida contrastó con el mundo en el que me había zambullido, incluso me quedé mirando la comida algunos segundos y la cucharada que había preparado antes. Quería decir, tenía que estar bueno, aunque seguro sabría mejor si uno no lo engullía por temor a darle tiempo al cerebro de procesar que le está metiendo comida medio a la fuerza. Asentí con la cabeza otra vez, tomé la cuchara ahora sí y comí el bocado que había dejado listo en medio del monólogo. —Está bueno —dije para reforzar el gesto, con la cara dura como un zapato—. Aunque es una opinión un poco escueta para la señora Drika. Dejé la cuchara de nuevo en mi pequeño lugar designado, le di otro trago al té helado y después de unos segundos estiré la mano para hundir los dedos en el agua. Solo me dio la gana en realidad, estaba fresca y de repente me dieron ganas de meter toda la cabeza o algo. —¿Te parece que el individualismo sea un obstáculo? —pregunté de la absoluta nada, la idea solo me llegó de su comentario de antes—. O al revés, ¿lo es el gregarismo? Sabía que no era una pregunta de sí o no, de blanco o negro, pero no era eso lo que esperaba. Realmente no sabía lo que esperaba en sí al formularla.
Supuse que el vaivén entre el mundo concreto y el abstracto que estaban haciendo mis preguntas no ayudaba al pobre chico a ubicarse en tiempo y forma. No porque le faltara la inteligencia o la nitidez mental, sino porque lucía cansado. El agotamiento espesaba el cerebro. Mantuve la mirada sobre el almuerzo, su utensilio preparado con el arroz, hasta que finalmente se lo llevó a la boca y contestó. Me pregunté si era la primera cucharada de la cual atendía a su sabor. —No te preocupes, puedo decorarla un poco —respondí, ligeramente divertida—. Y de todas formas, trabaja en mi casa desde que tengo uso de razón. No le molestan las opiniones escuetas. Comí un poco mientras él bebía de su té y se inclinaba hasta tocar el agua. Corroboré en silencio que su camisa no llegase a tocar el almuerzo y también me corrí ligeramente hacia el costado, evitando que el paraguas me chocara la parte trasera de la cabeza. Su pregunta recuperó el tinte analítico de las cuestiones anteriores y supuse que se habría basado en la observación que hice de su personalidad. Lucía cansado, tenía migrañas, malestar estomacal y, al parecer, un dilema suspendido sobre su cuerpo, como una nube oscura. Decía haberse creído más individualista de lo que, al parecer, era. Eso hablaba de autodescubrimiento y los procesos del estilo siempre conllevaban una cuota de agonía. La mente excedía sus capacidades, enfermaba al cuerpo y somatizábamos. Altan parecía estar atravesando una situación con alguien, quien fuera esa persona. Y eso lo estaba enfermando. —¿Obstáculo para qué? —repliqué casi de inmediato, con calma y seriedad—. ¿Para ser exitoso profesionalmente? ¿Para mantener a las personas contigo? ¿Para ser feliz? Si descompones el problema en partes más pequeñas, más concretas, la respuesta salta a la vista. —Alcé una mano y fui marcando con mis dedos la respuesta a los escenarios que había propuesto—: Individualismo, gregarismo, y... La cuestión está ahí, ¿verdad? ¿Cómo se es feliz? Bajé la mano lentamente. La respuesta obvia era la comunidad, el soporte de tu familia y amigos, el tiempo compartido y el amor que recibíamos. Pero ¿qué ocurría cuando nada de eso existía? Cuando los valores dentro de tu casa se habían trastocado, cuando la apariencia prevalecía sobre el afecto y cuando nadie ajeno a tu sangre era capaz de permanecer a tu lado. ¿Qué debía elegir cuando ninguna de las dos opciones me hacía feliz? A veces no quería ser como papá, como el abuelo, pero tampoco quería acabar como Jenkin u Ophelia. No había escapatoria y aún si existiera, no tenía adónde huir. —No creo que ninguna de las dos sea un obstáculo —agregué, deslizando la vista al agua—. Tampoco creo, personalmente, tener elección. Pertenecía a los Middel, moriría allí. Y dependía sólo de mí encontrar la felicidad. —¿Hay algo que te haga feliz? —pregunté, volviendo a mirarlo, y sonreí apenas—. Pueden ser tus pasatiempos, por ejemplo, no sería trampa repetir alguna respuesta. Contenido oculto este post me puso muy triste, che
Por más gris que fuese el mundo, por más insípido y metálico que pareciera, lo cierto es que durante mi vida me había caracterizado por poseer agilidad mental, algo de lo que ahora mismo no podía presumir. Llevaba demasiado tiempo con el cerebro espeso, apelmazado como un pan mojado, y puede que de hecho se remontara al primer momento en que el miedo conectó con mi cuerpo. El primer instante donde, quizás, me di cuenta que mi individualismo no era tan sólido como yo creía. Di el primer paso sobre un terreno completamente desconocido y la tierra colapsó de inmediato. En cualquier caso, cuando dijo que podía adornar mi opinión para la señora Drika me permití una sonrisa pequeña y algo de diversión me alcanzó el cerebro hecho puré cuando dijo que la mujer trabajaba en su casa desde que podía recordar, así que debía estar acostumbrada a las opiniones escuetas. En algún espacio lejano de la cabeza se me ocurrió que quizás Middel y yo pecáramos un poco de lo mismo, los excesos emocionales no parecían ser nuestra especialidad. Para ella mucho menos, viendo mi historial y mi estado, eso sí. Puede que si alguien me lo escupía en la cara con esa palabra, si alguien me decía que me estaba enfermando, reventara por fin una ira que había contenido bajo el montón de tristeza. No era estúpido, sabía que era verdad, pero todo cambiaba cuando otro lo decía. Quizás llevara enfermo toda la puta vida y esa idea, terrible, no hacía más que perseguirme desde que encontré los ojos del Leviatán en las profundidades. Era culpa mía, llevaba mancillando todo lo bueno que me rodeaba desde que tenía uso de razón. Absorbía la luz sin distinción. Su réplica tuvo sentido, pues la pregunta que hice fue inespecífica, aunque puede que me refiriera a todas las anteriores. Fue marcando cada posibilidad con los dedos de una mano, yo saqué la mía del agua y me sequé en el pantalón sin preocuparme mucho por ello. Con eso también reajusté la posición del paraguas mientras seguía escuchando a Bleke. ¿De verdad era tan obvia la respuesta? ¿Entonces por qué seguía siendo un punto de debate y un problema? Las contradicciones existían, estaban allí y por eso incluso si había respuestas obvias no las tomábamos. Nos encerrábamos, una y otra vez, esperando que la ausencia de ruido tal vez nos permitiera algo de paz con nosotros mismos, pero ocurría todo lo contrario. En la vida en grupo debíamos encontrar apoyo, pero era tan jodidamente difícil que parecía un despropósito. Tampoco creo, personalmente, tener elección. —Puede que sea la única respuesta lógica —añadí un poco porque sí—. Que ninguna es un obstáculo. Quizás debí cuestionarme la contundencia de su argumento de no tener opción, tal vez otra persona lo habría hecho, pero a mis oídos solo sonó lógico incluso sin saber el origen que poseía. Aún así sus palabras me quedaron dando vueltas en la cabeza, rebotando, pero hizo la siguiente pregunta y sentí que las ideas se me pegotearon, incompletas. No me gustaba enfrentarme a esa pregunta, la posible respuesta venía de fondo del océano y me negaba a tomarla, ahora más que nunca. Cuando yo mismo me había arrancado de las manos lo último bueno que había llegado a ellas. Pensé, pensé y pensé, tuve el impulso de escupir que no creía que fuese el caso, sin más, pero me negué a ceder a mí mismo de esa manera. Me resistí a ceder a la migraña, el estómago anudado y el temor, busqué encajarle un arpón al monstruo y alejarlo de mi vista, pero no supe si tuve éxito. Llegué a recuerdos distantes de cuando estaba pequeño y buscaba bichos en los parques, cuando Jez me invitaba a su casa y pasaba tiempo con su familia, llegué a recuerdos de Anna y volví a secarme la mano en el pantalón, aunque ya ni siquiera estaba mojada. Sabía que ella me había dicho que podía repetir respuesta, pero no creía que mis pasatiempos de empollón me hicieran feliz, solo me impedían pensar por períodos de tiempo algo más prolongados. Era como ponerse auriculares con cancelación de ruido en el centro del cerebro, pero no entraban en la categoría. —Mi madre toca el violín. —Empecé por lo más básico, lo más simple que pude encontrar, como si eso me recordara las bases del mundo—. Desde que estaba pequeño me gusta oírla cuando ensaya. Mirar la tele con mi padre también podría entrar en la categoría, creo. Podía haberlo dejado allí, pero la ausencia de Anna seguía atenazándome el corazón de maneras que no podía poner en palabras exactas. Lo que pensé quiso desquebrajarme las defensas que ni siquiera ponía a conciencia y tuve que pasar saliva, bajarme el nudo y ya. Bleke no tenía vela en el entierro, no tenía ni una pizca de contexto más allá de ser su compañera de clase y quizás por eso la metí al confesionario y le solté algo que, con el caos reciente, ni siquiera había podido decirle a la propia Anna, no en el contexto de "Me hizo feliz X". —El otro día en el evento del patio, cuando bailé con Anna. A ver, soy tieso que da gusto, pero no creo que lo que nos hace felices sean cosas que se nos dan siempre bien. A veces el intento también es bueno y lo que significa en sí mismo. Tomé aire por la nariz, sacudí apenas la cabeza y volví a tomar la cuchara aunque no hice nada con ella. Revolví un poco el arroz de mi zona después de un rato, nada más, y guardé silencio unos segundos. Quizás era egoísta como la mierda aferrarme a ese evento aislado justo después de que todo se fuese a la mierda, algo me lo decía, pero ahora mismo era lo único que me quedaba. Solo ese naipe conservaba ahora que el castillo había caído. —¿A ti? —reflejé la pregunta, pasándole el muerto—. Toda la gente es feliz con cosas distintas. Hasta con una taza de café, imagino. Contenido oculto a media lectura del post tuyo me acordé de Sing to me de Missio y mis hormonas no estaban preparadas para eso tbh, tremenda ola de sadness me cayó edit: el tocho casi es criminalmente largo bueno qué