de Inuyasha - Perfectos (InuKag)

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Francis, 9 Diciembre 2007.

  1.  
    Francis

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    Perfectos (InuKag)

    Perfectos.

    Todos estaban seguros de dos cosas: InuYasha era perfecto para Kagome y él era perfecto para ella.

    –.–

    Príncipe Perfecto.


    Miroku se consideraba una persona que juzgaba muy bien. Por eso no se había equivocado con respecto a Sango. Una chica preciosa, de hermosos ojos y con un cabello brillante y sedoso que se deslizaba suavemente sobre su espalda y…

    Ah, sí, también se consideraba una persona… con rápidos pensamientos. Podría decirse que siempre buscaba el doble sentido de una frase. En pocas palabras, era un tonto pervertido. ¿Y qué? Le gustaban mucho las mujeres, en especial su preciosa Sango, ese ángel bajado del cielo hacia sus brazos…

    Una sonrisa adornó su rostro en el momento que Sango abrió la puerta, revelando ese precioso vestido azul brillante que tanto adoraba. Oh, y llevaba su cabello suelto, como se lo había pedido. Qué chica tan considerada.
    –Qué bien luces, Sango –murmuró Miroku, haciendo una reverencia, como si estuviera frente a una princesa, tomó su mano y en el reverso le plantó un delicado y sutil beso.

    Sango se sonrojó furiosamente, apartó su mano con rapidez, refugiándola contra su pecho, pero parpadeó y sonrió tímidamente. El chico, elegantemente, ofreció su brazo y Sango lo aceptó con cierta inseguridad.
    –Supongo que la señorita Kagome no vendrá –comentó Miroku, una vez en el auto, luego de varios minutos de incómodo silencio.

    Como respuesta, Sango resopló fastidiada.

    La miró de reojo, sonriendo. Era una persona tan cariñosa, quería muchísimo a su amiga y eso le agradaba. Alargó su mano y se concentró en la carretera.
    – ¿Qué estás haciendo? –susurró Sango amenazadoramente, pellizcando fuertemente la mano de Miroku que descansaba sobre su rodilla y lentamente quería subir -. ¡Querías que me pusiera el vestido para tocarme!

    Alejó rápidamente su mano adolorida y sonrió nerviosamente.
    –Sango. Sanguito, escucha, yo…

    - ¡Siempre haces lo mismo! ¡Eres tan pervertido! –chilló Sango, entre furiosa, enojada, molesta y sonrosada. Apoyó su hombro contra la ventanilla, cruzándose de brazos con el ceño fruncido.

    Miroku se consideraba, entre otras cosas, una persona que metía la pata pero, aún así, muy romántica. Sí, era romántico. Aunque la mayoría de las veces lo arruinara haciendo un comentario sonso o tocando alguna parte privada de Sango, estando o no preparada para ese tipo de caricias.

    Sea como sea, él era romántico.

    Y sonrió orgullosamente cuando, al abrirle la puerta del automóvil y salió, la boca de Sango se abrió lo más que pudo, revelando su sorpresa y admiración. Ese restaurante era muy famoso, lujoso y romántico. Había escuchado oír que, en algunas ocasiones, se necesitaba casi seis meses de anticipación.

    Pero de mucho ayudaba que el dueño fuera su tutor. Con coquetería, Miroku volvió a ofrecerle el brazo a su ángel caído del cielo hacia sus brazos, y la condujo hacia la puerta de madera de cerezo oscuro.

    Un hombre algo bajo hizo una reverencia.

    –Disculpen, pero el sitio está lleno –dijo sin ningún sentimiento, era casi como si hubiera estado programado para decirlo.

    Sango miró preocupada, Miroku se agachó y con su mano tapó su boca para que su ángel… no escuchara ni entendiera lo que decía. Aún no estaba listo para decirle que su famoso tutor era el dueño de este lugar.

    –Oh, discúlpeme, discúlpeme –e hizo dos reverencias, casi parecía tocar su frente contra el suelo -. Síganme por aquí, por favor.
    Sonriéndole sin preocupación, Miroku hizo un gesto con su cabeza y ambos siguieron al hombre hasta llevarlos a una pequeña mesa cuadrada para dos, con velas y una cubeta de metal con un fino vino. Las sillas eran de metal, con el asiento de color verde, mezclado con blanco y negro.

    El mozo corrió el asiento y Sango se sentó nerviosamente. Luego, Miroku también tomó asiento y abrió la botella, sirviéndole al vino en delicadas copas de cristal.
    –Te habrá costado un dineral –susurró Sango, como si estuviera atemorizada de hablar en voz alta. Sobre su nariz se notaba un sonrojo.

    Miroku sonrió.

    –Oh, en realidad fue un regalo –contestó con voz normal, haciéndole ver que no habría problemas en hablar normalmente -. Por ti, mí ángel del cielo –estiró su copa y la chocó contra la de Sango, haciendo un sonido melodioso.

    Las copas eran carísimas, se dijo la chica con vergüenza, tomando un sorbo del vino más exquisito que había probado jamás en su vida. Era sutil, dulce.

    Y empezó el tiempo de la charla. Sango le contó un poco sobre sus clases de publicidad, de los profesores buenos y de los malos. Contó sobre lo que pasó exactamente con esa bomba de olor, haciendo que todos evacuaran por el increíble hedor que la bomba despedía.

    Miroku asentía, negaba, fruncía el ceño, sonreía. Pero era todo una máscara. Sus ojos viajaban de la boca perlada, rosada y brillante de Sango, hacia su terso cuello y seguía aquella cadena que alguna vez le regaló en sus primeros meses de noviazgo. Finalmente, sus ojos azules brillaron cuando encontraron el escote.

    ¡Por Dios, que par de…!
    – ¡Miroku!

    Saltó, asustado. ¿Lo había descubierto? No quería que lo golpeara en el restaurante de su tutor, no sería justo para su orgullo y la reputación. Además, era la primera chica que llevaba a comer allí y…

    Pero Sango no se notaba furiosa, más bien… se mostraba como si esperara una respuesta. Tragó saliva y poéticamente dijo:
    –Discúlpame, mí ángel caído del cielo, pero estaba perdido entre tu dulce y melodiosa voz, que apenas si me percaté del mundo que me rodeaba. No quisiera parecer grosero, pero necesito que me repitas tu pregunta. Por favor –agregó guiándole un ojo.

    Eso la desconcertó. Hizo una mueca divertida, mostrando todos sus dientes. No en vano leyó Hamlet y Romeo y Julieta de Shakespeare. Le gustaba sorprenderla de esa manera, era muy divertido provocarle desconcierto.
    –Bueno… –dijo Sango, carraspeando y apoyó su espalda contra el respaldo de la silla -. Kagome está actuando de una manera muy rara últimamente…

    Miroku no quiso mostrarse algo aburrido, así que tan sólo miró la llama de la vela que se balanceaba lentamente hacia la izquierda y derecha. Sabía por experiencia que cuando una mujer hablaba de su amiga, significaba que estaba aburrida… o preocupada por ella.

    Con sinceridad, hubiera preferido lo primero.
    – ¿Será porque Hoyo y ella terminaron? –preguntó en un tono que claramente revelaba que no quería hablar de ella.

    Pero, claro, Sango no se dio cuenta y pensaba que estaba tan interesado como ella.
    –No, no lo creo… Ellos no parecían una pareja ''normal'' –hizo con sus dedos el gesto de las comillas, a lo que Miroku sonrió levemente -. Pero, no sé…

    Cansado de ese tema, el chico entrelazó su mano con la de Sango e intentó sumergirla en ese ambiente tan romántico. Quería perderse con ella en algún lugar donde no había palabras, tan sólo… besos, abrazos y más besos…
    –No te preocupes, creo que conozco a alguien perfecto para ella…

    – ¿Lo dices en serio? –dijo entusiasmada.

    Miroku asintió tontamente, con una sonrisa tonta. Sango pareció tranquila y sus dedos empezaron a jugar con los de él. Miroku corrió su silla para estar a su lado y lentamente se fue acercando hacia ella.
    –Aquí tienen el menú –anunció un mozo de ligeros bigotes, apareciendo de la nada y asustando tanto a Miroku como a Sango.

    Por primera vez, se dio cuenta que en un restaurante no podía haber privacidad, ni amor, ni romanticismo. ¡Bah, algún día agarraría las llaves del departamento y le pondría pétalos blancos sobre la cama! Se dijo Miroku algo fastidiado.

    –..–

    –Kagome-chan, deberías arreglarte –dijo Sango por décima vez, cansada y harta. Caminó con cuidado entre los periódicos, intentando no mancharse con la pintura regada.

    Sabía que a ella le encantaba pintar y que con eso se ganaba, en gran parte, el pan de cada día pero no por eso tenía que andar ensuciando el suelo. Si simplemente pintaba todo sobre un cuadro de papel, o lo que sea que usaban los pintores…

    La suciedad la molestaba mucho.
    –Espera, Sango-chan, ya termino –pidió Kagome, volteándola a ver con una sonrisa que pedía un minuto más, y enseguida volteó hacia el cuadro que estaba terminando.

    Sango estiró el cuello y observó el nuevo trabajo de Kagome. Un paisaje. Era un montón de nubes levemente celestes, con un cielo celeste y un cristalino mar. El efecto de las olas lo estaba haciendo muy bien, admitió la castaña sin paciencia.
    –Podrías terminarlo más tarde –alentó Sango con esperanzas.

    No le gustaba ver esa camisa de hombre llena de pintura. No le gustaba ver esa calza negra tan… colorida. No le gustaba esa mancha amarilla sobre la mejilla de Kagome. No le gustaba ese rodete y esos mechones que escapaban por cualquier movimiento de su cabeza.
    –No, si no termino este tal vez no pueda comer esta noche –le recordó Kagome, sin mucha importancia, haciendo unas pinceladas y deteniéndose para mirar cuidadosamente su trabajo -. Recuerda que hoy es la feria.

    Oh, sí, esa bendita feria de artistas. Desde que una vez ellas pasearon allí, alrededor de cinco años atrás, Kagome quedó tan fascinada y enamorada de la pintura que tomó clases y a los meses después ya tenía un puesto allí y exhibía sus obras.

    Revoleó los ojos y sacudió la cabeza en un gesto de impaciencia. Sacó de su bolsillo trasero un celular color plata y salió de la habitación de Kagome, marcando un número que sabía de memoria.
    –Hola, Lindura.

    Sango arrugó la nariz. Desde que vieron ese episodio de Los Padrinos Mágicos, no hacía más que molestarla.
    –Hola, Miroku –contestó tajante, pero inmediatamente se suavizó -. ¿Estás seguro? Kagome irá hoy a esa feria.

    El chico asintió, y luego recordó que ella no podía verlo.
    –Sí, estoy seguro, completamente seguro. ¡Ese chico es perfecto para tu amiga! Todo resultará como lo planeé, Lindura.

    –Cállate, Miroku –pidió Sango colorada, ocultándose el rostro con su mano y pegando el celular contra su oído -. En fin… Confío en ti.

    Sango terminó la comunicación en el momento justo en que Kagome salía de la puerta con una gran sonrisa de satisfacción en su rostro. La castaña se sentó en el sofá, mientras que la otra iba hacia una puerta y empezaba a cambiarse.
    – ¡Ponte algo bonito! –dijo Sango con algo de resignación.

    Kagome no era necesariamente una de esas personas que se vestían normales.
    – ¿Por qué?

    – Sólo hazlo, por favor.

    En ese momento tenía entre sus manos una falda rosa brillante, pero la tiró sobre su hombro. Era una artista, debía lucir como una. Sacó una falda tableada de color verde y una blusa de mangas cortas de color blanco.

    Sí, luciría artística pero normal.
    –Por favor, Kagome-chan, por favor –pidió Sango, como si estuviera pidiendo clemencia -. Péinate, no puedes ir así.

    Se asomó en el espejo que había allí y no supo que había de malo con el cabello. Se había hecho un rodete, aunque éste se le estaba deshaciendo y se caía sobre su hombro izquierdo, y pequeños, cortos y negros mechones rodeaba su rostro.
    –Dame eso –chilló Sango, quitándole el cepillo que había ido a buscar -. No confío en ti, señorita. La peluquera aquí, soy yo.

    Kagome se rió de buena gana y aceptó que su amiga la peinara, como siempre desde que tenía nueve años. Y, como siempre, Sango le decía que se lo dejara suelto, porque tenía un cabello hermoso y no podía dejarlo todo el tiempo hecho un rodete.
    – ¿Me ayudas a bajar los cuadros? –preguntó Kagome con una sonrisa persuasiva, de esas a las que nadie podía negarse.

    Sango no fue la excepción.

    Envueltos en un pedazo de tela violeta, varios cuadros empezaron a acomodarse en la parte trasera del destartalado automóvil que Kagome había comprado. Dejaron quince cuadros, que serían alrededor de doscientos o ciento cincuenta dólares y, juntas, se fueron al Paseo del Arte.

    Como bien decía el nombre, era una feria de, más o menos, dos cuadras de longitud dónde artistas iban y exponían, vendían y regalaban sus cuadros. Pero no solamente había pintores, también se encontraban músicos, mimos, cantantes, gimnastas y otras cosas más.

    Estacionaron y juntas empezaron a armar el puesto de las pinturas. Era todo hecho de madera y tela blanca, donde se colgaban los cuadros y había una mesa donde Kagome hacía pulseras, aros, tobilleras y anillos. Era muy habilidosa.
    –Uf, llegamos a tiempo –suspiró Kagome aliviada, quitándose el sudor imaginario de la frente -. Gracias por tu inesperada ayuda, Sango-chan.

    Muchas veces tuvo que hacer el puesto ella sola.
    –Más te vale que vendas muchos cuadros –dijo Sango, guiñándole el ojo y ambas se rieron de muy buena gana, hasta que un carraspeo detuvo la risa abruptamente.

    Oh, era Miroku.

    Kagome pensó que era un cliente, pero enseguida su optimismo cayó al suelo y, decepcionada, tomó asiento.
    –Con esa cara no lograrás que te compre un cuadro, eh –dijo Miroku en broma, mirando de reojo a Sango.

    Pero ella miraba al chico que estaba al lado de su novio. Era ése. No había duda. Cabello negro y largo hasta casi la cintura, los ojos azules penetrantes y oscuros. Su ceño estaba fruncido, como si se estuviera preguntando qué diablos estaba haciendo allí. Pero más allá por su rostro, Sango estaba algo alterada por su ropa.

    Tenía una camisa negra y debajo una camiseta roja sangre. Pantalones anchos, muy anchos, de esos que los bolsillos eran profundos, y también de color negro. Un cinturón de tachas cuadradas iba ahí, junto con una cadena, colgándole. Notó que su muñeca derecha estaba llena de tachas puntiagudas y una muñequera.

    "Oh…", se dijo Sango abriendo los ojos de par en par al notar algo en su ceja. ¿Eso era un pircing?

    ¿Este… era el chico perfecto para su amiga? ¡No podían ser más opuestos! Una artista, otro parecía ser un punk.

    Tomó aire.

    Por más tonto que pareciera, sí.

    Eran el uno para el otro.
    –Oh, es verdad, tengo que presentarte, mi amigo –dijo Miroku, dándose cuenta de la reacción de su novia -. Chicas, él es InuYasha. Sango, mi novia –señaló a la chica, que hizo un movimiento con la cabeza -. Y esta pequeña artista, es Kagome.

    –Hola. ¡Mucho gusto! –Exclamó Kagome alegremente, estirándole la mano pero al ver que él no la estrechaba, tosió un poco enojada, dejando caer su brazo hacia el costado de su cuerpo -. Bien.

    – ¿Los pintaste tú? –preguntó InuYasha, con una aire de indiferencia y arrogancia que hizo fruncir la nariz a la artista.

    Pero era muy orgullosa, y tan sólo levantó el mentón.
    –De hecho, todo lo que vez acá lo hice yo.

    No mentía. El puesto lo había hecho ella, con ayuda de su hermano menor, claro, pero al fin y al cabo era suyo. La tela la había comprado y la cosió con esmero durante dos noches hasta que finalmente pudiera colgar los cuadros sin que se cayeran.
    –Keh, es muy de niñita –comentó InuYasha, encogiéndose de hombros. Miroku sonrió nerviosamente y quiso estrangularlo -. Así que esto también… –levantó una pulsera de macramé, de color rojo y negro.

    Kagome estaba acostumbrada a que pensaran que sus cuadros eran muy de niña. Tal vez era debido a sus tonos pasteles o porque le encantaban los paisajes del mar, del otoño y de la primavera.
    –Bah, he visto mejores. No sé para que me trajiste aquí, Miroku –agregó InuYasha con fastidio, cruzándose de brazos.

    Kagome frunció profundamente el ceño y golpeó la mesa con el puño. Sango saltó, intentando detenerla o callarla pero era demasiado tarde.
    –Discúlpate –murmuró Miroku entre dientes a InuYasha -. Hazlo mientras puedas.

    Él la miró, con esos azules ojos. Ella lo miró, con esos ojos castaños brillantes y también algo oscurecidos por el enojo.
    – ¡No sé para qué me preocupo, Sango! –estalló Kagome, sin apartar su mirada de la de InuYasha -. ¡Si hay personas tan imbéciles para no darse cuenta del esfuerzo que le tomó a la gente en hacer todas estas cosas! Pero, en realidad, son tan infantiles y tan inseguras que viven insultando a los que realmente hacen el trabajo duro.

    "Auch", pensaron Miroku y Sango al mismo tiempo.
    – ¡Vámonos, Miroku! Toda esta tontería me tiene harto. Deja a estas personas con sus pinturitas, que seguramente no saben lo que es tener una ducha.

    Tomó del brazo al chico y se perdió entre la multitud. Kagome suspiró, sentándose bruscamente y se cruzó de brazos. Soltó un bufido, fastidiada.

    Sango le sonrió.
    – ¿Qué te pareció?

    Ella frunció la nariz.
    –Tonto.

    La otra parpadeó angelicalmente, con picardía.
    – ¿Y…?

    Kagome suspiró.
    –Sí, sí. Tonto y atractivo.

    "Definitivamente son perfectos", se dijo Sango alegremente, aliviada. ¡Por fin había encontrado una persona ideal para Kagome!

    --------------------

    Chan. Acá está mi nuevo trabajaro, que será cortito (unos cuatro, cinco, o siete caps ^^). Espero que les haya gustado.

    Muchísimas gracias mis dos betas preferidas: Chemy y a Hakoto-sama (que ella es aparte xD). Bueno, eso es todo x).

    Chau :)
     
  2.  
    Arthur

    Arthur Usuario común

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    Escritora
    Re: Perfectos (InuKag)

    Tú ya sabes lo que opino del Fic; y de que Inu sea un sexy punk. *¬*

    Espero que también tengas mucho éxito con este Fic.

    Kisses.

    So Long
     
  3.  
    :Princessa:

    :Princessa: Guest

    Re: Perfectos (InuKag)

    ¡Hola!

    Acabo de leer tu FanFic , y me pareciò muy interesante.Esta muy bien narrado y a mi parecer , no tienes faltas de ortografìa .La verdad , todavìa no me imagino a Inuyasha de punk ( XD ) .Espero que lo continues pronto
    Suerte
     
  4.  
    Hacky Sack

    Hacky Sack Usuario popular

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    Re: Perfectos (InuKag)

    ¡La idea de este fanfic me fascino!
    Tan sólo me imagino a InuYasha punk... un perfecto Avril Lavigne 2, jajaja. Sólo tengo una duda, ¿Por qué algunas palabras van destacadas en negrita? Nose, pero me suena innecesario. Espero que pronto puedas continuar con tu fanfic.

    ¡Suerte! :)
     
  5.  
    Sandritah

    Sandritah Usuario popular

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    Escritora
    Re: Perfectos (InuKag)

    Hola.

    *-* Me encantó, no puedo decir otra cosa. Excelente narración, descripción, y una historia... ¡qué promete lo mejor!
    Nunca me había imaginado a un Inuyasha punk ni a una Kagome pintora... ¡Tan opuestos y tan perfectos el uno para el otro!
    Espero con ansias el siguiente capítulo. Realmente me quedé enamorada de la historia.
     
  6.  
    Aura_

    Aura_ Guest

    Re: Perfectos (InuKag)

    Hola, Eleanor_.

    Wow. Fantástico, realmente perfecto. Me encantó tu nuevo fic (¿Puede ser que "Enséñame a besar" también fuera tuyo?"), pèrfectamente narrada, cuando Miroku y Sango dijeron "Auch" me reí como una loca, ¡enserio! Mi madre a venido a ver que me pasaba.

    Lo único que se me hace raro es imaginar a InuYasha de punk. No sé... Estoy tan acostumbrada a verle todo de rojo que no puedo imaginarle con piercings y ropa punk. Si lo imaginara, sufriria un grave caso de parada cardíaca debido al exceso de risa y falta de respiración. Creo que eso no es bueno xD.

    Y ¡encontré un fallo! Lo recuerdo, era un "vez" en lugar de "ves", creo... ¡Pero ahora no lo encuentro, lo perdí de vista! En cuanto lo vuelva a encontrar, te lo diré.

    Repito que me encanta tu fic y espero no haberte aburrido con esta charla que te he metido º-º.

    Saludos,
    Aura.

    P.D.: Kaon y Kaname, creo que seriá mejor que no hiciérais spam.
     
  7.  
    Francis

    Francis Iniciado

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    Perfectos (InuKag)
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    Re: Perfectos (InuKag)

    Un nuevo capítulo! Lamento tardar tanto, pero creo que haré cada dos semanas porque estoy muy ocupada con otros fics y otras series xDu

    Ah, para Aura: Sí, soy la misma autora que Enséñame a Besar.

    Ahora sí, al nuevo cap!:

    Perfectos.

    InuYasha no podía creerlo. ¡La veía por todas partes! ¿Es que lo estaba persiguiendo?

    Princesa Perfecta.

    -...-


    Estaba en el baño, secándose con la toalla luego de una buena afeitada. Fue buena, ya que no se había cortado y tampoco le ardía el rostro.

    –¿Estás ahí? –Preguntó una mujer, golpeando la puerta.

    La imagen del espejo le devolvió un rostro fastidiado y un ceño fruncido. ¿Es que no podía tener paz?. ¡Sólo diez minutos! Lo suficiente para terminar de afeitarse.

    –¿Qué quieres, Kagura? –Contestó InuYasha tajante, verdaderamente molesto que en esta casa no tuviera ni un solo momento para él.

    Kagura, de personalidad firme, frunció la boca. Los ojos escarlatas brillaron enojados. Sinceramente, no veía la hora de que ese mocoso se fuera y los dejara en paz.

    –Necesito que cuides –La voz también sonaba cortante y determinada -, a Rin y a Yue.

    "Ni lo sueñes" pensó InuYasha pero no se atrevió a decirlo. Si pudiera irse de este lugar, vivir solo y hacer sus propias reglas… Oh, bueno. Con el mentón en alto, abrió la puerta y recibió entre sus brazos a un dormido bebé de cabello blanco y expresión tranquila. Miró a Kagura, intentando reprocharla, pero ella lo silenció con la mirada.

    –¿A dónde vas?

    No por nada estaba vestida con un elegante pantalón negro y chaqueta negra, mucho menos utilizaba el cabello largo.

    –Tengo que ir al médico.

    InuYasha alzó la ceja, mirándola sospechosamente. Kagura sacó una goma de mascar y desenvolvió el papelito con nerviosismo.

    –¿Y por qué…?

    Kagura hizo un globo y lo golpeó en la frente.

    –Voy a ver a tu hermano, si tanto te preocupa –Contestó la mujer con enojo, fue hacia la mesa donde estaba su bolso y las llaves del auto -. Cuida bien de Rin y de Yue, o si no… –Una mirada bastó para decirle lo que pasaría.

    La miró fijamente por unos instantes y suspiró resignado cuando cerró la puerta con fuerza. ¡¿Por qué a él?! ¡¿Por qué?! No era una niñera, no servía para eso. Detestaba a los niños, y aunque sus sobrinos eran tranquilos –dentro de todo– él quería salir y no volver hasta muy tarde.

    Lo era para estar encerrado.

    –¡Inu no niichan! ¡Inu no niichan! –Chilló una voz alegre y unos pasos retumbaron en toda la casa cuando bajó de las escaleras -. ¡Niichan!

    –¡Silencio, Rin! –Murmuró InuYasha entre dientes, notando que Yue se movía incómodo entre sus brazos y fruncía el ceño, amenazando en cualquier momento con abrir su boquita y llorar lo más fuerte que podían sus pulmones -. ¿Qué quieres?

    La pequeña, de unos siete años, retrocedió al darse cuenta que su hermanito estaba durmiendo. Era una buena niña, muy alegre y divertida en algunas ocasiones, pero era tan entusiasta… La quería, sí, pero algunas veces también la quería bien lejos.

    –Ah, sí. Mira, mira –Dijo Rin con entusiasmo y en voz baja, mostrándole un recorte de diario -. Quiero ir aquí, quiero ir aquí. ¿Puedo? ¿Puedo?

    Entrecerró los ojos y leyó lo que decía el recorte:

    '¡Entretenimiento para toda la familia! ¡Juegos, sorteos, sorpresas y muchas cosas más! Artesanías, espectáculos para los más chicos, y mucho, mucho más. ¡Con la participación especial de Hiro Nobuo…!'

    Abrió la boca a más no poder. ¡Hiro Nobuo era…! Era el mejor skater que Japón había ofrecido. ¿Cómo es que…? No podía creerlo, en esa feria de cuarta iba a estar el gran Hiro Nobuo.

    Temiendo que una mosca decidiera posarse sobre su boca, InuYasha la cerró y carraspeó.

    –¿Y? ¿Y? ¡Inu no niichan…! –Exclamó Rin emocionada hasta más no poder, con sus brillantes ojos castaños reluciendo como oro.

    Por primera vez, esa mirada logró convencerlo.

    –¡Vamos a esa feria! –Chilló más que emocionado, alzando el puño mientras que Rin lo imitaba.

    Y, entonces, el pequeño Yue abrió su boquita, empezando a chillar fuertemente.

    -....-

    "Cretino" pensó Kagome por décima vez, colgando el cuadro con el paisaje del mar. Gracias a ese tonto, ahora cada vez que pintara el mar lo recordaría. Y eso no era justo, porque a ella le encantaba el mar.

    Ya todo estaba listo. Esta feria era muy importante para ella, vendría muchísima gente y tal vez, entre una de esa muchísima gente, aparecería Kaede-sama y le daría otra oportunidad para entrar en su Instituto.
    Algo en su cintura empezó a vibrar.

    –¿Sí? ¿Diga?

    ¡Ah, hola, Kagome!

    Primero se tensó, pero luego soltó un suspiro.

    –Ah, hola, mamá. ¿Pasó algo con el abuelo?

    –Oh, no, está muy bien. Aún queda medicina.

    Aquello la hizo poner de muy buen humor. Y sintió que sus fuerzas se renovaban. ¡Ahora sería más encantadora que nunca! Lo único que importaba, ahora, era que su abuelo se mejorara para que varios problemas terminaran.

    –¿Estás en la fiesta de arte, no? –Siguió hablando la señora Higurashi, despertándola de sus pensamientos -. ¿Podría pedirte un favor, hija?

    Kagome revoleó los ojos. Favores. Favores. Y siempre favores. Jamás podía estar en un lugar con tranquilidad.

    Seguramente hoy no era un buen día.

    –¿Qué quieres, mamá?

    –¿Podías comprar y alcanzarme jarabe para la tos? Pero debe ser el infantil.

    El ceño de Kagome se aligeró de pronto. Vio a la gente que empezaba a venir y a los encargados llevando gruesos cables y largas tablas encorvadas de madera. Giró, de modo que le diera la espalda y se encogió un poco para hablar.

    –¿Sôta tiene tos otra vez?

    –Sí, lamentablemente volvió. Lo llevé con el médico y me dijo que le diera el jarabe que él me había recetado.

    –Deberías cambiar de médico, mamá –Aconsejó Kagome, tan preocupada como su madre del pequeño Sôta; algunas veces estaba bien, otras veces estaba muy enfermo.

    –¡Solo te pido eso! ¡Te deseo suerte, Kagome!

    Y cortó la comunicación.

    Su madre siempre era así con el tema de buscar un nuevo médico. Parecía que no quería aceptar la verdad de que ese hombre no hacía nada por curar a su familia.

    Cortó la comunicación y se guardó el celular en el estuche que estaba en su cintura. Tomó asiento en el pequeño banquillo y mientras que esperaba a que todo estuviera listo, terminaría de hacer los aros que le había prometido a Sango.

    Como terminó demasiado rápido y aún estaban probando la pista para Nobuo-kun, Kagome sacó un poco de hilo encerado rosa y blanco, con unos canutillos de color violeta para hacer una pulsera o un collar; aún no estaba segura.

    De repente, escuchó la música estridente y la alegre voz del animador. La fiesta había empezado y la gente aparecía casi de la nada, como si fueran fantasmas. Kagome dejó a un lado su pulsera y se levantó, sonriendo.

    Estaba yendo todo muy bien. Había vendido algunos atrapa sueños, un cuadro, cinco pulseras, seis collares y ocho pares de aritos. La gente parecía estar pasándola muy bien y su negocio iba viento en popa.

    Pero –naturalmente- todo tuvo que irse al caño.

    –¡Qué lindo! ¡Qué lindo! –Exclamó una voz jovial de una niña de siete años. Kagome se inclinó y le sonrió.

    Era muy bonita, con el cabello suelto y aquella coleta sujetando un mechón la hacía ver demasiado tierna. Los ojos castaños brillaban de pura energía y vivacidad, al igual que el timbre de su voz.

    –¿Te gusta? –Le preguntó Kagome con el mismo entusiasmo que ella.

    La niña asintió energéticamente y volteó su cabeza.

    –¡Niichan, Niichan! ¡¿Me lo compras, me lo compras?! ¡¿Sí?!

    –Arg, si que eres pesada, Rin. Recuerda que no tengo mucho…

    Solo bastó unos segundos en darse cuenta quién era.

    –¡¿?!

    Kagome señaló a InuYasha.

    InuYasha señaló a Kagome.

    Casi después de unos instantes, sus ojos empezaron a echar chispas y hubo un enfrentamiento de miradas, que levantó curiosidad entre el público. Rin pasaba sus ojitos uno del otro, con increíble curiosidad.

    Pero, entonces, cortando con la tensión como una tijera empezó a escucharse un llanto. InuYasha casi perdió el equilibrio, ya que el llanto daba contra su oído y casi lo dejaba sordo. El pequeño Yue atacaba de vuelta.
    "Maldita sea. ¿También quieres ponerme en ridículo? Eres como tu padre" pensó InuYasha quitándoselo de la espalda y lo empezó a mecer.

    Kagome parpadeó, muy sorprendida por la escena que estaba viendo. Un chico con jeans anchos, una remera tan roja como la sangre y con un pircing en la ceja, intentando calmar a un bebé de cabello blanco.

    No sabía si era una escena tierna o una extraña.

    Pero viendo que el llanto era cada vez más fuerte, Kagome salió del negocio y se acercó a InuYasha. Recordaba muy bien las veces que tuvo que cuidar a Sôta cuando era un bebé, y por sobretodo su llanto.

    –Déjame a mí –Dijo Kagome extendiendo sus brazos, pero InuYasha retrocedió frunciendo el ceño.

    –No confío en ti.

    Ojos al cielo.

    –¡Nunca pensé que fueras tan sobre protector! ¿Quieres que siga llorando? –Preguntó Kagome seriamente -. La gente ya está mirándote.

    InuYasha volteó a ver y supo que esa chica tenía razón. La gente pasaba y los miraba con muchísima curiosidad, algunas mujeres mayores se tapaban la boca y murmuraban a quienes tenían al lado.

    A regañadientes, le dio al bebé.

    Kagome sujetó con fuerza y volvió a su negocio, tomando asiento en su silla. Empezó a mecerlo, haciendo con sus labios un ligero 'shh', pero el bebé no se calmaba. Tocó el pañal, pero no había nada sospechoso.

    –¿Mm? ¿Tenemos hambre? –Sonrió Kagome, pero sus ojos se volvieron tan fríos hacia InuYasha que éste se tensó, nervioso -. ¿Trajiste algo para el bebé, aunque sea?

    Frunció el ceño. ¿Pero quién se creía ésta, eh¡Por supuesto que trajo algo para Yue, no era tan estúpido! Muchas veces había hecho estas salidas a escondidas. Se quitó el canguro y luego una mochila negra, donde de ahí sacó un biberón.

    –Dámelo –Con voz fría, Kagome extendió su mano e InuYasha le dio el biberón, revoleando los ojos -. Ya, ya, pequeño.

    Y como por arte de magia, Yue se calmó al instante en que su boca recibió el biberón. InuYasha miraba todo con cierta indiferencia, sujetando de la muñeca a Rin quien se estiraba para observar todo lo que estaba en el puesto de Kagome.

    –Deberías volver a tu casa –Le murmuró la muchacha con mucha dulzura al bebé, y una sonrisa que mezclaba ternura y burla -. No es bueno que andes con un tonto.

    –¡Oye! ¡Te escuché! –Exclamó InuYasha muy pero muy molesto. ¡Nadie lo llamaba tonto y vivía para contarlo!

    Sin prestarle la más mínima atención y haciendo sentir a InuYasha como un estúpido niño que necesitaba atención, Kagome arrulló al bebé hasta que éste cerró lentamente sus ojitos escarlata y quedó profundamente dormido.

    Era un bebé muy lindo. Aunque se preguntó por qué su cabello era blanco, si InuYasha era pelinegro. ¿Acaso la madre era albina?. ¿Y los ojos? Los albinos no tenían ojos tan oscuros. Intentó hacer unos cálculos, pero el susodicho se acercó a ella extendiendo sus brazos.

    –Dámelo.

    Kagome frunció el ceño y se tuvo que morder la lengua para no replicarle que no era ningún bebé de juguete.

    –Será mejor que vuelvas a tu casa. Está bien visto que no eres bueno para cuidar a los niños –Le dijo Kagome sinceramente.

    InuYasha la miró ofendido.

    –¡Keh! Nadie pidió tu opinión.

    Esta vez, se puso el canguro sobre su pecho y colocó suavemente a Yue.

    –Rin, vámonos.

    Pero la niña tenía entre sus manos una pulsera violeta.

    –¡Inu no niichan! ¡Inu no niichan! ¿Me lo compras? ¿Sí? ¿Sí? –Preguntó dando saltos energéticos y esto le hizo preguntar de dónde rayos sacaba tanta energía.

    –No, Rin. Vámonos.

    El ceño fruncido de Kagome se hizo más profundo. ¿Cómo podía tratar a la niña tan fríamente¡Pobrecita, lo que tenía que aguantar!

    –Ne, ne –Se agachó hasta estar a la altura de ella y le guiñó un ojo -. La casa invita. Te la regalo.

    Los ojos de Rin brillaron como dos estrellas en el cielo oscuro.

    –¡¿De verdad?! ¡Muchísimas gracias!

    InuYasha gruñó, tomó de la muñeca a su sobrina y se perdió entre la multitud rápidamente. En este momento estaba odiando a Kagura, a Sesshômaru, a Rin, a Yue y en especial a esa princesita de Kagome.

    ¡¿Pero quién se creía para decirle que debía volver a casa?! ¡No era ningún chiquillo estúpido, mierda! Pero sólo volvería porque Yue no podía descansar bien entre tanta gente y tanto parloteo.

    Consultó su reloj y supo que debía apurarse. Si Kagura llegaba antes que él, no podría seguir insultándola.

    ¡Keh!

    -...-

    –¡Lo lamento!

    Miroku se cruzó de brazos.

    –No es motivo para que llegara tarde, señorita –Dijo con el rostro serio, pero se notaba la burla -. Hay muchos clientes hambrientos en el día de hoy y todos reclaman lo mismo.

    Kagome se pasó el cuello del delantal sobre su cabeza y rápidamente se hizo un moño detrás de su espalda, asintiendo todo a lo que Miroku decía.

    –¡Lo lamento, lo lamento! .¡Hoy…! –Suspiró, resignada -. Hoy no es mi día, Miroku.

    El chef aligeró su ceño y se descruzó de brazos.

    –¿Pasó algo?

    Tomó una libreta que estaba sobre la mesada y se puso el bolígrafo sobre su oreja, asintiendo casi lastimeramente.

    –Tu amigo es tan alegre.

    Y pasó las puertas, haciendo gala de una sincera sonrisa para los clientes desesperados. Miroku observó por las redondas ventanas y negó suavemente con su cabeza, sonriendo.

    Definitivamente, esto era genial.

    Hoy el restaurante estaba muy lleno, en especial de familias. Kagome vio como sus compañeras anotaban tan rápido en las libretas que parecía sacar humo. Se acercó a la mesa cinco, que había una pareja.

    –¿Puedo pedir su orden?

    Oh, no…

    Kagome parpadeó.

    InuYasha también.

    Y, como un dejà vú, ambos se señalaron.

    –¡¿?!

    InuYasha no podía creerlo. ¡Definitivamente hoy era un día de mierda!

    –¿Qué haces aquí? –Escupió molesto.

    Kagome puso una mano sobre su cadera.

    –Trabajo aquí. ¿No es evidente?

    Una muchacha se mostraba algo desconcertada.

    –¿Se conocen?

    –¡No! –exclamaron al unísono con fuerza.

    InuYasha se cruzó de brazos y desvió la mirada. ¿Ésta era la princesa tan perfecta que Miroku le había hablado¡Debía haber sido una broma!

    Continuará…

    Gracias a todos que me comentaron y, especialmente, a mi beta: Chemy.

    ¡Espero que les haya gustado!

    ¡Chauchau!
     
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