Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    No podía prometerle a Anna ni a nadie que todo había cambiado, que un buen día el miedo no volvería a patearme el hígado o que no volvería a encerrarme en mi habitación con las pilas de la perdición, que no volvería a sacar a mi padre a la fuerza o que mamá no volvería a resentirse conmigo. No podía prometer nada de eso, pero intentaba bucear en el agua helada para sacar algo mejor. Algo que tan siquiera fuera merecedor de la familia que tenía y las personas que conocía, para que no perdieran la confianza de que podía ser una mejor versión de mí mismo.


    Por demás no podía poner las manos al fuego por Fujiwara, por mucho que las líneas de nuestra vida discurrieran en paralelo de tanto en tanto, pero había un fragmento de nosotros que quizás no fuese del todo comprensible para el resto de gente. Había una oscuridad muy específica que sólo aquel que la había tocado podía comprender e incluso si yo no había cruzado la línea, sería mentira decir que no podía verla. Existía, estaba allí como lo estaba el Leviatán, y quizás reconocerla era también una manera de prevenirla.

    Lo que dije sobre tenerla en nuestra vida era un cumplido, lo decía por mí, por Fujiwara, por Hodges y todos los demás. Anna, así como cualquiera, también tenía sus buenos y malos días, pero era capaz de amar a las personas de una forma que a veces era difícil de comprender desde fuera. Era intensa y hasta algo caótica, pero en ella había mucha calidez. Por eso era sencillo tomarle cariño.

    La vi rebotar el cuerpo, su pregunta que sonó a broma me sacó una risa y asentí con la cabeza sin siquiera pensarlo. A ver, no era tan complicado.

    —Un miércoles a las cuatro de la mañana, o un domingo a las siete de la mañana, un martes a las diez de la noche también —apañé en la misma línea, pero fue una respuesta honesta a pesar de todo.

    Desde la sala de música comenzaba a ser más complicado entender los límites, si bien ella nos había regresado al inicio, ahora no alcanzaba a comprender dónde estábamos o no. Había dejado de ser tan consciente de mí mismo al tocarla o dejarle algún beso, había dejado de pensar y pensar que quizás estaba estirando mis permisos o presionando los botones antes de tiempo, pero la duda persistía en el fondo de mi mente incluso si no la escuchaba.

    Anna dejó la bolsa en el suelo y cuando quise acordar me tomó por la camisa para atraerme hacia ella, la movida en sí fue diferente y sentí el corazón golpearme las costillas, algo se me removió en el estómago también, y me di cuenta que era la definición de libro de las condenadas mariposas. Quiso darme vergüenza, como si ella pudiera darse cuenta de todo eso con solo tocarme, y cuando sus manos alcanzaron mi rostro fue inútil pedirle piedad a mi cuerpo. La sangre me subió al rostro y de repente me pareció que ella estaba demasiado tranquila en comparación al desastre corporal que yo sentía.

    Siquiera me di cuenta que aflojé el agarre en mi propia bolsa, que cayó al suelo sin demasiada fuerza, pero su pregunta me llegó un poco ahogada por el palpitar de mi corazón en los oídos. Creí procesar que había asentido, pero realmente no estaba seguro. Con las manos libres busqué los costados de su cuerpo con tal de envolverla y al menos facilitarle la tarea de alcanzarme. No mucho después me moví, librándome un poco del agarre de sus manos, y consumí la distancia para alcanzar sus labios con delicadeza.

    Sentía que había pasado una maldita eternidad.


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    Oírlo redoblar (o, más bien, triplicar) la apuesta me arrancó una risa en voz baja. Sabía que no era broma, llevaba tiempo con la certeza casi absoluta de que Al sentía lo mismo que yo; los momentos de duda e inseguridad provenían de mi propio inconformismo al verme al espejo, al compararme con otras chicas, no de lo que él me transmitiera. Claro que, en los peores días, todo se revolvía con todo en una amalgama indiscernible, pero hoy estábamos aquí. Hoy estábamos aquí y llevaba tiempo sintiéndome bien al respecto, segura frente a sus ojos y tranquila entre sus brazos.

    No fue hasta tocar su rostro que noté lo colorado que se puso. Mi sonrisa se ensanchó, irremediablemente enternecida, y esperé que me perdonara por el desliz. Sentí que me derretí por dentro, no le cabría otra palabra, y quise pensar que ambos habíamos recorrido un largo camino desde que retrocedimos, un mes atrás. Quería encontrarnos más tranquilos, más compuestos y más firmes en nuestros sentimientos. Quería que confiara en mí, y yo confiar en él. Ahora mismo, nos creía plenamente capaces de lograrlo.

    Y quería besarlo.

    Dios, llevaba tiempo queriendo hacerlo.

    Algo me cosquilleó en el cuerpo al oír que su bolsa caía al césped, la expectativa empapó mi corazón, que latía más fuerte, y sentí sus manos afianzarse sobre mis costados. Lo había comprendido, estaba segura, y conforme se inclinaba mi vista fue deslizándose por su rostro. De sus ojos, a su nariz, a sus labios. Ahogué la sonrisa allí y lo besé, depositando las manos en su pecho. Fue suave, delicado, y me alcé un poco más sobre mis puntillas, aumentando la presión. Lo supe de inmediato.

    Esto era lo correcto.

    Nuestro primer beso tendría que haber sido así, no el desastre del rellano y el club de fotografía. No renegaba plenamente de ello, no creía que nada fuese inútil o una pérdida, pero alcanzar sus labios con semejante dulzura y sentir una tranquilidad tan indiscutible dentro del corazón se asemejaba muchísimo más a lo que sentía por él, al cariño que me desbordaba y se filtraba entre los recovecos. Pensé, también, que habíamos retrocedido para reescribir la historia, y que eso era precisamente lo que estábamos haciendo.

    Este podía ser nuestro primer beso.

    Sonreí contra su boca, fue inevitable, y volví a besarlo, ladeando el rostro y deslizando los brazos hasta enredarlos en su cuello. Busqué sus labios con paciencia, con gusto, y profundicé el beso poco a poco. Una de mis manos se hundió en el cabello de su nuca, le confirió caricias livianas, y exhalé por la nariz con tanta profundidad, con tanta calma, que se asemejó a un suspiro. Y lo seguí besando.

    Realmente, era lo único que quería hacer en ese momento.


    *agita la bandera del altanna violentamente* AND I KNOW AND I KNOW ITS A DIFFERENT LOVE
     
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    Zireael

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    Que ella sonriera ante mi reacción no ayudó mucho al revoltijo de emociones adolescentes que estaba sintiendo, qué va, el corazón me golpeó con una pizca más de fuerza y lo que sentía en el estómago también pareció adquirir intensidad. A pesar de ello no había una sola sensación que me pareciera mala, nada que incomodara o deformara. Si acaso lo único un poco jodido era saber que para llegar aquí habíamos tenido que desplomarnos hasta el fondo, pero es que había una cosa cierta.

    Sólo lo que se demolía podía construirse de cero.

    No éramos nuevas personas, pero habíamos podido iniciar desde un lugar distinto y eso nos había ayudado a construir otra cosa. Si bien no éramos iluminados, si podíamos tener malos días, no dudaba que podíamos ser esto. Que podíamos confiar el uno en el otro y encontrar verdadera seguridad y confort en la compañía que nos ofrecíamos. Éramos capaces de ver sin quedarnos atascados en los fantasmas que seguían impactando el presente.

    Conecté con sus ojos, la noté mirarme y no pude hacer más que reconocer, de nuevo, la intensidad con que vibraba el color en los ojos de esta chica y lo terriblemente enamorado que estaba de ella. Sentí la calidez de su cuerpo al encontrar sus costados, sonreí también y una respiración algo interrumpida me abandonó los pulmones después. Sentí con una claridad absurda el calor que se desprendía de ella, de su boca, y rodeé su cuerpo con los brazos cediendo a un beso que fue suave, delicado, y supe de inmediato que estaba lleno de amor.

    Que era correcto.

    Nuestro comienzo y descenso había sido caótico, estaba manchado de la ira y el miedo que podía consumirnos y a veces sentía que justo por eso había estado condenado por mucho que en medio de tal desastre hubiéramos comenzado a desarrollar sentimientos más nítidos y profundos. Ahora podía ver que había una mejor versión de nosotros, una más firme, más estable y capaz de aguantar.

    Noté sus manos detrás de mi cuello, la sentí ladear la cabeza y me acoplé sin siquiera pensar. Un suspiro fue a morir a su boca cuando la sentí profundizar el beso de a poco, sumado a sus dedos en el cabello de la nunca, y la sensación repicó, tibia. La estreché con firmeza y mis manos navegaron su cuerpo, los costados, su espalda, el centro de su columna y sus caderas. La toqué con suavidad, sin prisa, y busqué profundizar un poco más el beso. No había caos, no había furia ni confusión.

    Me separé de sus labios un instante, respiré y le dejé un beso en la comisura, otro en la mejilla, uno más cerca del oído y tracé el camino de regreso, aunque una risa se me escapó en algún punto. El corazón todavía se me quería salir del pecho y entendí que estaba contento, que me sentía feliz... y aceptado, amado de verdad.

    —Desde el día de la sala de música —murmuré antes de regresar a sus labios—, desde ese día me quedé como un idiota sin saber qué hacer. Quería que me besaras.

    Se lo dije como una confidencia, como si no fuese el secreto más obvio del mundo, y volví a besarla como antes. Quise imprimir allí el amor que sentía por ella y la certeza de que no pretendía dejar que quedase ahogado de nuevo. Ya no más.

    —Te amo —colé en un susurro, en una breve separación.


    AND I KNOW, AND I KNOW THAT YOU MAKE ME BETTER *ugly cries*
     
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    Gigi Blanche

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    El suspiro que soltó sobre mis labios me lanzó un ligero escalofrío por la espalda y presioné la punta de los dedos en su nuca sin moderar la reacción. Al notarlo relajé la mano, pero poco tardé en volver a empujarlo suavemente hacia mí, en un pedido y una demanda clara. Seguí al detalle su recorrido por mi cuerpo, desde la espalda hasta las caderas, y no pude ni me interesó evitar que un chispazo de tensión se colara por debajo de la dulzura y el cariño. No era de piedra y llevaba un mes con vida de convento, no había mucho que hacerle.

    Nos separamos ligeramente y yo regresé sobre mis pies, que a este paso iba a quedarme el cuello duro. Cerré los ojos, disfrutando su pequeño camino de besos, y su cabello me hizo cosquillas entre los dedos. Su voz vibró, entreabrí los ojos y exhalé por la boca, esbozando luego una ligera sonrisa. Giré el rostro para rozar sus labios y permanecí allí algunos segundos, trazando su piel con la punta de dos dedos.

    —Quería besarte —respondí, en un susurro, recorriendo la línea de su mandíbula—. No hubo día que no lo quisiera.

    Y regresé a su boca, separando los labios y hundiéndome en ella. Lo navegué y lo absorbí, incapaz de dejar las manos quietas, y en medio del beso su declaración me tensó el cuerpo como una descarga de electricidad. Te amo, había dicho, y en algo en aquellas palabras me generó un revoltijo de emociones contradictorias. Sentía que... que era demasiado pronto, que no sería capaz de regresarle el gesto plenamente desde mi corazón, sin dudas ni vacilaciones. La idea de ir a arruinar este momento me presionó el pecho y no regresé a sus labios. Quizás habría sido mejor retomar el beso, pero tampoco me gustaba la idea de... ignorarlo y ya. Quería hacer las cosas bien, ¿no?

    —Al... —lo llamé, deslizando las manos a su pecho, y acabé bajando la mirada; el revoltijo de emociones se mezcló con la intensidad de todo lo demás y por un segundo genuinamente se me embotó el cerebro, realmente sentí ganas de llorar—. Perdona, yo... yo no... N-no es que no quiera, pasa que...

    No quería arruinarlo, por Dios, y la idea no hacía más que ganar y ganar terreno. Cerré los ojos con fuerza, sacudí la cabeza y tomé una bocanada de aire algo repentina.
     
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    Zireael

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    Ninguno de los dos era inmune a las reacciones del otro, no había que tener muchas luces para saberlo, y por ello noté con una claridad absurda la presión de sus dedos en mi nuca. Relajó la mano, pero volvió a empujarme hacia ella y atendí al pedido tácito pegando más mi cuerpo al suyo, si es que era posible para empezar, y busqué profundizar más el beso a pesar de que seguía sin moverme con prisa. Ansioso o no, la tensión me repiqueteó como la estática y la sangre que me fluía por el cuerpo cambió de temperatura.

    Tracé el camino de besos al separarme y escuché su exhalación, que siguió haciendo que el cuerpo me vibrara. Al volver a ella permaneció en mis labios, sentí el contacto de la punta de sus dedos también y parpadeé con algo de pesadez al hablarle. Lo que dijo me sacó una risa baja y respiré por la boca al sentir que trazaba la línea de la mandíbula. Podría haberle soltado que debió hacerlo, pero no me acabó de parecer el comentario más coherente del mundo y en su lugar volví a besarla sin molestarme en disimular el gusto que me daba.

    La recibí, la dejé hundirse en mi boca y luego busqué hacer lo mismo con ella, seguí recorriendo su cuerpo con las manos y entonces se me ocurrió soltar la lengua. Fui demasiado consciente de la tensión y entonces reflexioné lo pesado que debía haber sido para ella que le soltara esto justo ahora. Si no la cagaba a la entrada la cagaba a la salida, es que de verdad.

    Tendría que haber cerrado la boca o haber suavizado la bomba con el siempre ambiguo y confiable inglés, porque estaba seguro de que de por sí ya se lo había dicho, pero no pude. En medio del alivio y la calma, de la tensión y la necesidad, se me resbaló de las manos y cayó. En ningún momento se me ocurrió que tuviera que darme algo de regreso, pero era Anna, ¿cierto?

    Respiré, consciente de que había jodido el mood por no saber callarme, y pues no había cómo salvar la cosa, era culpa mía por haberle pisado al acelerador. Traté de no quedarme allí atascado, eso sí, y separé las manos de su cuerpo para llevarlas a sus mejillas, acuné su rostro con cariño y besé su frente una vez más. Sentí que la niña se me podía echar a llorar y jamás había sido esa mi intención.

    —Escúchame —le pedí en voz baja y solté su rostro para envolverla en un abrazo, cuidando de no dejarle las manos atrapadas en medio de ambos—, escúchame. No te lo dije para que me lo digas de regreso ni para presionarte, no me pidas perdón. No hace falta que me pidas perdón, ¿sí?

    Le dediqué una caricia en la espalda, amplia, y respiré por la nariz. Por un rato guardé silencio para tampoco abrumarla parloteando como un loco, que acabaría dando la sensación de que estaba nervioso o afectado. La verdad era que me había sacado una flecha del pecho sólo diciéndolo, no buscaba reciprocidad ciega y automatizada, de hecho. No quería que me contestara porque sí ni nada parecido, quería que se tomara su tiempo, porque de todas formas percibía su amor de incontables maneras. Estaba en la forma en que me sonreía, en el brillo de su mirada, en cómo me había pedido el abrazo antes en el pasillo y cómo, impulsiva como era, le había soltado al inglés que lo castraría si me envenenaba.

    —Perdóname tú a mí, el timing no fue una genialidad —retomé luego de algunos segundos en que solo estuve abrazándola y acariciándola–. Es difícil poner en palabras lo querido que me siento por ti y la calma que puedo llegar a sentir estando contigo. Es lo que me prometí no olvidar más, luego de haber sentido que iba a perderte. Elegiste confiar en mí y esperarme incluso si tenías motivos de sobra para irte, es... Esa la mayor muestra de cariño que podías darme.

    Otro espacio de silencio, otra caricia.

    —Seguro te dejé un revoltijo de emociones encima, ¿verdad? ¿Quieres decirme qué sientes? —Quise saber en voz baja y le di un toquecito en la espalda, como si desde allí el gesto conectara con su pecho—. Para entender, mi niña. Y si prefieres no decirme ahora mismo, eso también está bien. Te prometo que está bien.
     
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    Gigi Blanche

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    Mi mente y el pánico siguieron girando a velocidad hasta que Al me pidió que lo escuchara, y entonces pude detenerme un instante y alzar a mirarlo. Ya había llevado sus manos a mis mejillas y me había dejado el beso, pero su voz fue lo que surtió efecto. Me abrazó, quité los brazos de en medio y me tomó un segundo extra alcanzar su espalda. Fue dubitativo al principio, y poco a poco afiancé el agarre. El silencio permitió a sus palabras quedar rebotando en mi cabeza, adquiriendo forma y ganando terreno, e intenté darle la vuelta a lo que sentía. No se trataba de que buscara presionarme, sabía que no era el caso, sólo que... Al mismo tiempo, la presión irremediablemente caía.

    Siguió hablando, y yo seguí recorriendo el museo de emociones. Acumulé bastante aire en los pulmones y lo solté lentamente. Me pidió perdón, y entonces sentí mi cuerpo ablandarse con cada cosa que fue diciendo. No sabía bien qué responderle y en su lugar estiré las manos, abrazándolo con un poco más de fuerza. Me alegraba y tranquilizaba que lo supiera, que mi cariño lo alcanzara, porque lo hacía de verdad. Lo quería con cada fibra de mi ser y seguía empeñada en colarme en su vida.

    Hacia el final del asunto, ya me había calmado bastante. Suspiré, asentí y retrocedí, deslizando las manos hasta depositarlas en sus brazos. Lo miré a los ojos.

    —No creo que se trate de sentir cosas diferentes, puede que sólo sea una... ¿diferencia de concepto? —Fruncí el ceño, ponderando si la elección de palabras era correcta o si de repente volvía al meollo demasiado intelectual, pero lo dejé correr—. En cierta forma, creo que un "te amo" se diferencia de un "te quiero" no tanto por las emociones inmediatas o por lo que sentimos al ver a esa persona, sino por... Creo que es la prueba de un camino recorrido, ¿sabes? Mis viejos se dicen "te amo" después de veinte años juntos, y claro que no empezaron a decírselo ayer, pero tampoco creo que lo hayan usado a los tres meses de conocerse y sin siquiera haber formalizado.

    De repente me acechó el miedo de estar subestimando sus emociones, pues no era en absoluto lo que pretendía, y me puse un poco nerviosa.

    —Tal vez estoy un poco tachada a la antigua en estas cosas. Me gustaría reservar el "te amo" para el día que mire hacia atrás y me sienta orgullosa del camino que logramos recorrer juntos... o algo así, no es que lo haya pensado tanto. Lo único que sé es que... —Agaché la mirada—. Perdona, es que siento que es muy pronto, y me pesa mucho la idea de no poder correspondértelo.
     
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    Bruno TDF

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    Supongo, aunque hasta la aventura más extensa y los versos más dulces llegan a su fin.

    Se terminó, Hubert, lo nuestro. No habrá una próxima vez.


    El final se halla escrito en todos lados, Г-н Mattsson.
    Hasta nuestro universo lo tiene.


    La voz de Bleke se mezcló con otras, que susurraron con más firmeza. Cerré los ojos con una solemnidad pronunciada, la sonrisa resignada. Reprimí el hondo suspiro que quiso salir de mi pecho al recordar el azul profundo de Effy, cuyas palabras fueron ahogadas bajo la categórica definición de Sorec, desde el otro lado del tablero de Go. Al final, una sonrisa tranquila asomó a mis labios y me limité a asentir ante aquellas palabras de Bleke, ya que era capaz de aceptar lo realistas y lógicas que eran.

    Llegaría el día en que ya no estaría presente en este patio, a esta puntual del día. No me cambiaría los zapatos frente a unos pequeños casilleros, no vería pétalos de cerezo danzando en el viento, ni la porción de mundo que sólo se apreciaba desde la ventana de mi salón. Aceptaba lo que mi intercambio implicaba, un principio y un final, pero algo en mi interior se arremolinaba si pensaba en las personas que me acompañaban día a día, en este lugar, y la certeza de una gran distancia nos separaría.

    ¿Miras constantemente hacia esos finales?

    No mires. Sólo vive aceptándolos.

    Ya puesto cómodos en nuestro lugar en la sombra, tan negra ante tanto brillo solar, Bleke comenzó a relatar sobre su lectura de Tokio Blues. Oyéndola con la atención devota que siempre le concedía, la chica comenzó mencionando una reminiscencia, punto central en la historia del protagonista, Watanabe.

    Una sola canción, llevando a toda una vida pasada.

    Me sonreí cuando Bleke señaló lo confuso de la primera parte del libro. El hecho de que no saber ubicar inicialmente la situación y los personajes era algo que veía muy propio del estilo de Murakami. En cualquier caso, el análisis que hizo Bleke sobre este pasaje me resultó excelente, al haber comparado su relectura con la idea de la retrospectiva y cómo conectó eso a la experiencia del protagonista del libro. Mi sonrisa se amplió un poco, sin que me diese cuenta, y asentí invitándola a proseguir.

    Siempre me había gustado la elocuencia con la que se explayaba.

    Mientras observaba su mano acariciando el césped, Bleke trajo una cita de la contraportada que era de su agrado, la cual llevó su relato a tres ejes: el sexo, el amor y la muerte.

    Watanabe comprende que la vida y la muerte no son entidades separadas.

    El mundo es el abrazo entre dos verdades absolutas: la vida y la muerte.
    Watanabe se había enamorado de Naoko, novia de un amigo. La ausencia de éste, producto de una partida definitiva, me hizo entender cuán compleja debía ser tal historia y los tormentos que habría de traer consigo. Escuchaba a Bleke con cierta seriedad, pensativo, y entonces me detuve en el gesto que realizó al realzar la figura de Naoko.

    Una sonrisa débil, abstraída.

    Tenía una mano bajo mi mentón, pero a partir de este punto la bajé lentamente, mientras la escuchaba hablando de Naoko. Su misterio y hermosura; su melancolía y profundo dolor… A un punto, ¿que parece a punto de hacerla desaparecer…? La metáfora me resultó algo disruptiva, aunque no dije nada. Bleke hablaba de aquella figura con términos desgarradores, hablando de fragilidad, de enfermedad. Sus palabras me atravesaron.

    Finalizó ubicando temporalmente la historia y otros personajes, como Midori, “un soplo de aire fresco” y Reiko, que por su cercanía a Naoko intuí que tendría gran importancia en el relato. Bleke suspiró, remarcando nuevamente los ejes del sexo, el amor y la muerte.

    Se respiran en cada página, se entrelazan…

    Antes de hablar, destapé mi botella de agua y bebí tranquilo, así como pensativo. Resultaba interesante cómo me sentí interpelado en esos tres ejes a partir del sólo relato de Bleke, de modo que llegué a preguntarme cómo sería esto, de tener el libro en mis manos. Qué tanto movería mis propios ejes.

    Miré al cielo antes de cerrar los ojos. Como hice la última vez, al responder sobre el amor y la soledad…Esos tres ejes… Los había atravesado, y de uno no estaba plenamente seguro. Pero vivía notando las ausencias de mis abuelos, así como de mi bisabuela; y aún me preguntaba qué era de Effy, qué significó todo lo que pasamos juntos. Por qué terminó tan abruptamente y qué debía hacer yo ante ese desconocimiento, que era una carga peor que su ausencia… Si al menos lo comprendiera, quizá aceptaría ese final.

    —El sexo, el amor y la muerte… así como se entrelazan en las páginas del libro, son quizá los hilos que tejen a cada persona. Son las bases de los pequeños universos que te mencioné hace poco, los que llevamos dentro; arremolinándose como galaxias en espiral. Pueden ser desde la paz misma hasta una terrible explosión. Cargan muchas intensidades.

    Suspiré suavemente, liberando el aire con lentitud; bajé la cabeza, con los ojos ahora puestos en los extremos del césped, que se mecían por el paso de otra pequeña brisa. No me gustaba pensar en las pocas experiencias que había tenido, pero ahí radicaba justamente mi atascamiento: la negación hacia una retrospección, porque los regresos eran dolorosos.

    Busqué los ojos de Bleke y le concedí una sonrisa de disculpas.

    —Creo que he divagado de más —intenté alivianar con una broma, en un tono tranquilo—. Dijiste que Tokio Blues te llevó a plantearte muchas cosas, y no he podido evitar pensar en el regreso hacia las primeras páginas del libro. ¿Qué tipos de planteos te trajo, luego de ese regreso?


    Me disculpo por tremendo pedazo de Biblia (?)
     
    Última edición: 1 Junio 2025
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    Zireael

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    Si había una cosa que sabía era que las emociones de Anna se caracterizaban por su transparencia y casi por rebote por su intensidad, ya no hablaba de cómo las expresaba, era más lo que provocaban también dentro de ella, lo que a veces no podía verse tan claramente. Quise detener el tren antes de que se fuera a la mierda de los rieles y le hablé, esperando que pudiera oírme. Le tomó un momento afianzar el agarre del abrazo, pero lo hizo y pude envolverla.

    También entendía que aunque no quisiera presionarla, haberlo dicho en voz alta le otorgaba otra forma y eso inevitablemente traía sobre la mesa la sensación que quería evitar. Incluso así quería que quedara claro que no era lo que pretendía, que podíamos sacar de aquí el escenario ilógico de que ella me lo dijera de regreso sin conferirle una cuota de pensamiento.

    La dejé retroceder cuando noté su intención, mantuvo las manos en mis brazos y recibí su mirada. Lo de la diferencia de concepto me hizo sonreír no por burla o gracia en sí, fue... tal vez fue simple ternura. ¿No era yo el que me quedaba atrapado en las conceptualizaciones? Estaba intelectualizando la cosa, suponía, pero de ahí en fuera tenía sentido. De hecho el inglés era una estupidez, no permitía la diferenciación, volvía la noción de amor y cariño una cosa idéntica casi sin gracia.


    Algo en la noción final quiso lastimar, algo me punzó de forma extraña el pecho, pero me lo sacudí de encima y mantuve la compostura. Entendía lo que decía, ese no era el problema, y también sabía que no estaba pretendiendo reducir lo que yo sentía... Sólo, vaya, fue un pequeño sin sabor. No borraba el cariño que percibía en sus acciones, tampoco la certeza que tenía respecto a mis palabras y por tanto no quebraba la sensación hacia el arrepentimiento.

    —¿En qué momento conectaste con las neuronas Sonnen para hablarme de conceptos? —dije con suavidad, aunque se me quiso escapar una risa. Al final tomé aire y lo solté despacio—. Si hubiera una definición universal de la cosa sería más sencillo, ¿no crees? Claro que hay una diferencia de concepto, pasa que varía en cada persona y como lo veo yo no tiene por qué ser como lo ves tú y que tu versión exista tampoco borra la mía. Ambas ideas coexisten, sin más.

    La vi agachar la mirada, seguí oyéndola y me desperecé con cuidado de sus manos, pero realmente no puse más distancia entre nosotros ni nada. Alcancé su cabello, lo corrí con delicadeza hacia su espalda y dejé las manos en sus hombros, luego deslicé el agarre a sus brazos y de allí a sus manos. Las sujeté con cariño, brindándole caricias distraída con la yema de los dedos.

    —No hace falta la disculpa —insistí—, tampoco quiero que te quedes atorada en el pesar de no poder correspondérmelo. Dijiste otra cosa, ¿no? Entre tus conceptos y tus emociones.

    Alcé una de sus manos, relajé la postura y deposité un beso sobre el dorso. Fue casi un roce a su piel y después de eso hablé de nuevo, en busca de una confirmación.

    —¿Podemos recorrer el camino juntos? ¿Quieres que lo recorramos?
     
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    Gigi Blanche

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    Reflexioné en torno a las primeras palabras de Hubert con la mirada puesta en el patio. ¿En verdad... era así? Desde su perspectiva, claro. Dudaba que los Middel le hubiesen prestado nunca demasiada atención a alguno de los tres fenómenos. El sexo favorecía nuestra propagación, el amor apenas sostenía una falsa reputación y la muerte... quizá le temieran a la muerte, pero al mismo tiempo poseían la entereza de confiar ciegamente en quienes reconocían como pares. Formaban a sus sucesores, los moldeaban a su imagen y semejanza, y abandonaban el mundo con la tranquilidad de dejar en buenas manos el imperio que, a su vez, sólo habían contribuido a mantener de pie. Nuestras existencias individuales se diluían.

    Regresé la vista a Hubert e intenté encastrar contra sus bordes los ejes mencionados mientras él parecía sumirse en pensamiento. Le había preguntado del amor y la soledad, me parecía extremo e inadecuado indagar sobre los otros dos. En cierto punto, encontró mis ojos y sonrió. Parpadeé. No podía hablarle de mis verdaderas inquietudes, ¿cierto? No de forma directa, al menos.

    —Es difícil hablarte de eso sin estropearte los giros argumentales de la novela —me excusé, distrayendo mis manos en abrir el bento sobre mi regazo—. El personaje de Naoko me intriga y me atrae mucho, pero me temo que su existencia es, en sí, el gran misterio de la historia; probablemente porque Watanabe la percibe de esta forma, y Murakami-sensei logra transmitir la sensación con creces.

    Me llevé algo de comida a la boca y mastiqué sin prisa.

    —Y su final es agridulce. Hay un evento particular que me resultó innecesario, pero, dejando eso de lado, me generó una marcada sensación de... paz y de resignación. Me hizo pensar que la realidad, a veces, sólo tiene sentido si la aceptas antes de intentar comprenderla. La muerte vive dentro de la vida, y la vida muere dentro de la muerte. Son dos fuerzas que se repelen y se contienen, que luchan y se absorben entre sí, en una larga, larga entropía. Watanabe lo sabe desde el principio de la historia, pero es su incapacidad de verdaderamente aceptarlo lo que causa su padecimiento. Ser feliz... no se desliga de la tristeza. A veces, por mucho que lo intentemos, las cosas no salen como las deseamos; y cuán compleja se torna la lucha cuando resulta tan larga, tan lenta y cansada, lo suficiente para hacernos perder de vista ese anhelo inicial.

    ¿Era una respuesta que se amoldaba a su pregunta? No estaba segura, pero esperaba que le resultara satisfactoria. Fui intercalando bocados entre el relato, y al final sostuve mis ojos en él con la intención de elaborar un último cuestionamiento.

    —¿Cuánta atención le has prestado a la ficción que lees, Mattsson-kun? Si toparas con un libro que interpelara contigo, que pudiera obrarte de consejo, de guía o de advertencia, ¿cuánta relevancia te permitirías darle?


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    Lo primero que soltó me arrancó una sonrisa floja e involuntaria y bajé la mirada un momento, sin responder nada concreto. Sabía que Al intentaba conservar una relativa liviandad para no convertir esto en nada excesivamente dramático, y lo agradecía. Después asentí, él estaba diciendo con más claridad lo que yo había intentado recién. Puede que su "te amo" y mi "te quiero" cargaran dentro de sí el mismo sentimiento, pero claro, no había forma de saberlo, ¿verdad? Lo que me preocupaba era que dicha incertidumbre se le clavara en el pecho y le susurrara al oído en los peores momentos. No quería eso.

    Me asustaba.

    Pero, como tantas otras cosas, deberíamos aprender a vivir con ello. Tomé mucho aire y lo solté de a poco conforme sus manos alcanzaban las mías. Lo dejé hacer, lentamente regresé a sus ojos y sentí una chispa de curiosidad al notar cómo suspendió aquella última frase en el aire. El beso fue delicado, apenas una caricia, y entonces lo preguntó.

    ¿Podemos recorrer el camino juntos? ¿Quieres que lo recorramos?

    Permanecí en sus ojos, lo miré con tanta intensidad que podría haberle hecho radiografía, y mi semblante empezó a contraerse. Los segundos corrían, las emociones en mi pecho se alineaban y apilaban, y sentí alcanzar y abandonar mi cuerpo una multitud de recuerdos. La primera vez que lo había visto, como una mancha tan negra y tan alta, cuidando de Jez en silencio. Su expresión junto a la de los demás, afuera de la enfermería, cuando me pilló un ataque de asma. La forma, lenta pero constante, en que sus ojos encontraban los míos con más y más frecuencia. La libertad que comencé a sentir a su lado, la tranquilidad de mostrarme tal y como era. Su espalda, separándome de Kurosawa. Mis dedos envolviendo su muñeca. Sus labios, los suspiros. Un mes atrás le había dicho que había querido ser su novia y el anhelo no había flaqueado.

    Siquiera se había perturbado, ni por un instante.

    Una sonrisa curvó mis labios poco a poco, sentí un nudo en la garganta y lo reconocí como pura y llana emoción. Carraspeé ligeramente y busqué envolver sus manos con calma antes de regresar a sus ojos. Este momento... había fantaseado con este momento una cantidad absurda de veces, era hasta vergonzoso, y ahora estaba aquí. Ahora se lo podía decir. Tal vez me hubiese fallado la organización, no había planeado una cita romántica con velas ni con música de fondo. No estábamos en un parque bajo la luz de la luna.

    —Al —lo llamé, la voz me tembló apenas y una risa cristalina me interrumpió brevemente.

    Qué más daba, ¿no?

    —¿Me dejarías ser tu novia?

    Éramos todo lo que necesitábamos.

     
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    Zireael

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    No quería volver esto un drama terrible ni nada y tampoco quería invalidar lo que ella sentía. El lugar desde el que me posicioné visto de afuera debía parecer extraño si partíamos de los eventos previos al caos, no creía estar eligiendo ver todo desde la distancia extraña del que pretende darle lógica al asunto ni me estaba sacando de la ecuación. Estaba dentro de lo que ocurría y desde allí procuraba alcanzar a Anna con amor y cuidado.

    Con las olas tibias de un océano en verano.

    ¿Sentía miedo en alguna parte de mí? Sí, pero no lo estaba dejando ganarme la pulseada, no le estaba cediendo terreno y mucho menos lo dejaría enfriar el fuego de Anna. Sentía miedo y comprendía que era parte del asunto, que en todo existía una cuota aunque fuese ínfima de temor. Lo que hacíamos a pesar de ello era lo que importaba al final, nada más.

    El color de los ojos de Anna seguía ganándole a todo lo demás y entonces me di cuenta que entre veinte tonos similares, reconocería el suyo sin titubear, que tenía memorizado su rostro y su voz y la manera en que su cuerpo calzaba con el mío. La realización, aunque terriblemente obvia, sacudió otra clase de emociones y me quisieron arder los ojos incluso antes de hacer la preguntar. ¿Debía haberlo preguntado antes? Quizás, pero habiendo demolido todo creía que ahora surgía de un lugar más estable y nítido.

    Mucho más amable y cálido.

    La criatura me miró con tal intensidad que sentí que me estaba sacando placas del cráneo, se le contrajo el semblante y permanecí en sus manos, acariciándolas. Permanecí, esperando a que el revoltijo de emociones fuera lo que tuviera que ser, que pasara lo que tuviera que pasar. Pensé en lo que habíamos sido y lo que habíamos encontrado en medio del incendio y la marejada, las partes de nosotros mismos que eran más genuinas. Había conocido a la Anna arisca y convulsa, pero también a la que no dejaba el culo quieto y tenía ideas de niña de cinco años. Me había soltado a llorar frente a esta chica por un amor de la infancia que no estaba destinado a ser, le había cantado algunas veces y me fui acercando, atraído por la luz y el calor del fuego ajeno.

    Me había demostrado desde el primer momento lo que su amor era capaz de hacer.

    Al oírla carraspear no pude evitar que una sonrisa me bailara en los labios, ella envolvió mis manos y regresó a mis ojos. A ver, esto no estaba en mis planes como tal, habría querido hacer toda la parafernalia. Que la cita bonita, la comida y una carta, pero estaba visto que planificar se nos daba un poco para el culo... y no estaba mal. En la espontaneidad a veces nos comprendíamos mejor.

    Atendí a su llamado ladeando apenas la cabeza, algo que fue involuntario, y el sonido claro, cristalino, de su risa me atravesó el pecho. Su pregunta me hizo reír también, fue una risa suave, cargada de ternura y me di cuenta con retraso que se me habían cristalizado los ojos. Lo que sentía era una mezcla de cosas que tardaría al menos veinte minutos en nombrar de una a una y semejante cosa simplemente acabó empañándome la vista. No fue nada muy dramático, pero en cuanto busqué sonreírle el gesto me cerró los ojos y las lágrimas se derramaron.

    Solté una de sus manos para enjuagarme los ojos, pero la sonrisa no me la quitaba nadie y entonces solté la otra. Acuné su rostro, me incliné y le dejé un beso en los labios, suave, luego otro en la punta de la nariz.

    —No habría para mí un honor más grande —dije con suavidad, alcanzando su frente para dejarle otro beso entre el flequillo y me reí después—. Nada me haría más feliz, aunque ya hicimos todo al revés. Para esto era yo el chapado a la antigua, así que tendrás que seguirme el rollo ahora.

    Busqué su mirada de nuevo, solté su rostro y regresé a sus manos. Mira que me había hecho gracia Arata aterrado de perder su orgullo de hombre, ¿pero ahora dónde quedaba el mío? Al menos simbólicamente tenía que dejarme hacer la pregunta, imagina luego contar esta historia y no poder decir siquiera que le había regresado la propuesta.

    —Anna, mi An. —La llamé y en el tono se coló el cariño que sentía por ella, siquiera me di cuenta—. ¿Quieres ser mi novia?
     
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    Gigi Blanche

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    Sus ojos también se habían cristalizado, lo noté a mitad de camino, en medio de mi propia carrera emocional, y sentí una ternura tan grande y tan inmensa que no creí pudiera caberme dentro del cuerpo. A una parte de mí le costaba trabajo creer que este chico me quisiera tanto, pero al mismo tiempo... yo lo quería a él, ¿no? Como una imbécil. Si lo pensaba así, la imagen adquiría algo más de nitidez.

    Al soltarle la pregunta, alcanzó mi rostro y recibí sus besos, sin poder contener la sonrisa que me iba de oreja a oreja. Había reposado las manos en su cintura, lo escuché, y su risa se me contagió. Asentí, acompañando el movimiento de un murmullo afirmativo, y me quedé quieta, bien erguida, para que pudiera montarse el mini show. Nadie me vería quejándome. Al final del día seguía siendo una chica que se comía las comedias románticas en lotes y disfrutaba viendo Bridgerton de principio a fin. Kakeru había sido lo más cercano que había tenido a una pareja, pero jamás se me había propuesto y... quizás, al final, tenía que ser así.

    Lo escuché llamarme, hacer la pregunta, y en aquel momento toda la ensalada de emociones se condensó en una chispa cálida, inmensa y radiante que propagó su luz hasta el último rincón de mi cuerpo. La felicidad me hizo rebotar sobre mis talones y volví a reírme, soltando sus manos para volver a enredarme a su cuello. Me lancé a sus labios, sin más, me estampé un par de segundos y, en el movimiento de retroceso, deslicé los brazos para acunar sus mejillas.

    —Sí, sí y mil veces sí —murmuré, mirándolo a los ojos, y mis pulgares lo acariciaron—. Quiero recorrer este camino contigo, amor mío, y sólo contigo.

    El apelativo lo había colado en español y entonces volví a estirarme, atrapando sus labios en un beso más profundo. Busqué pegarme a su cuerpo, volví a enredar los dedos en su cabello, y me hundí sin reparo y sin prisa en su boca, como si pretendiera fundirme en él.


    me adelantaron un viaje x2 así que probablemente este sea mi último post. Gracias por caerme <3
     
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  12.  
    Zireael

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    Puede que el cariño de Anna fuese el más grande espejo de todos y debía haberme aferrado a él mucho antes, antes de dejar al miedo tomar terreno y congelarme. Incluso así el afecto que había empezado a desarrollar por ella nunca disminuyó, ni en el pico más terrible de todo, si había dolido era justo porque el cariño no había cambiado en ningún momento. No había flaqueado ni nada, estaba allí porque ella también me quería, porque era un amor correspondido a pesar de su turbulencia inicial.

    Noté su sonrisa que no daba tregua, mi risa se le contagió y bastó oírla para que de nuevo la calidez se me proyectara al cuerpo. Obvio la niña me tuvo piedad y me dejó montarme el mini-teatro, además ni que fuese a enojarse por recibir la propuesta, como si no fuese una romántica empedernida o algo, y así pude preguntárselo por fin. De una vez por todas.

    Pude hacerlo de verdad, con la seguridad de que era lo correcto.

    La vi rebotar sobre sus talones y con ese simple gesto me preparé para recibirla en mis brazos estrechándola con cariño y recibí el nuevo beso a medio camino de ajustar la altura de nuevo. Una risa se me escapó encima de sus labios, no me interesó contenerla. Sus manos me resultaron cálidas cuando al retroceder permaneció en mis mejillas y me moví, afirmando mi rostro allí, cerrando los ojos un momento. Su respuesta me estiró la sonrisa y el apelativo, como siempre lo suficientemente emparentado al italiano para ser comprensible, me hizo sentir que iba a derretirme allí entre sus manos a sabiendas de que ella me sostendría.

    —Vamos a recorrerlo juntos ahora sí, amor —afirmé apenas un instante previo a que volviera a besarme.

    El beso fue más profundo y aunque no le imprimí velocidad, sí que me hundí en ella a conciencia. Acaté que buscó pegarse a mi cuerpo, por lo que afiancé el agarré y la separé del suelo una vez más. Tuve que respirar prácticamente en su boca, pero ahora mismo solo me interesaba esto, sólo me importaba lo que éramos. Quería guardar este recuerdo, abrazarme a él y no creer que era un sueño.

    Que iniciábamos un nuevo camino y quería brindarle a Anna todo el amor que siempre había merecido.


    Gracias a ti por esto tan bello ;; los amo infinitamente
     
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  13.  
    Amane

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    —Eso también, por supuesto —admití, sin ninguna clase de preocupación, y dejé salir una risa ligera al sentir su brazo sobre mis hombros, acoplándome a su ritmo con facilidad.

    No había coincidido muchas veces con Joey, pero las veces que habíamos hablado me habían hecho pensar que era un muchacho muy simpático e easy-going, además de que todas habían sido conversaciones que había llegado a disfrutar. Era por eso mismo que me había sentido cómodo bromeando con él desde el primer segundo, pues sabía que no se escandalizaría y, en el mejor de los casos, hasta me seguiría la tontería.

    Abrí el paraguas en cuanto pusimos un pie en el exterior, aprovechando que manteníamos la cercanía para cumplir con la promesa y cubrirnos a ambos con el mismo. Después, giré la cabeza para poder mirarlo, y tras un par de segundos me llevé la mano libre al mentón, en un gesto pensativo.

    >>Creo recordar que está en la zona del Observatorio —contesté, redirigiendo la vista hacia el noroeste, y poco después suspiré con suavidad—. Debería haberlo llevado a las afueras desde el principio... ¿sabías que hay una abertura en la valla? Da a los bosques de alrededor.
     
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  14.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Las gotitas de lluvia comenzaron a chocar contra el paraguas mientras yo me ocupaba de no pisar ningún charco y de mantener el abrazo sobre Kenneth. No tenía motivos particulares, era sólo for the sake of it. Si al muchacho le hacía ilusión compartir un resguardo del mal clima juntos, ¿por qué habría de negárselo? Bromas a un lado, seguía sin saber qué mierda debía hacer afuera, con esta lluvia. ¿El observatorio sería su verdadero objetivo?

    —Hacia el observatorio, entonces —resolví, reanudando la caminata, y lo atraje de los hombros para que siguiera mi ritmo; lo próximo que dijo me hizo voltear a verlo con las cejas alzadas—. ¿Hmm? Ah, sí, he oído al respecto, pero creía que...

    Me corté y lo miré con algo más de intensidad, aproximándome a su rostro; en el movimiento había notado de soslayo a un muchacho trotando hacia el invernadero. Me pareció que era el muchachito del campamento, ¿cómo se llamaba...?

    —¿Dices que lo viste? —murmuré en voz baja, sorprendido.
     
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  15.  
    Gigi Blanche

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    Kohaku se incorporó de golpe apenas sonó la campana del receso, lo noté de soslayo mientras cerraba mi libro. No quise darle mayor importancia, pero su cuerpo se desvió claramente en mi dirección y, al ceder y alzar el rostro, vi la gran sonrisa que cruzaba el suyo. Un cúmulo de pensamientos se enredó en mi mente y acabó sin servir a ningún propósito, sin alcanzar ninguna conclusión decente. ¿Debía...? ¿Podía?

    —Tú —me señaló, como si no contara con mi atención de por sí, y apoyó apenas la yema de los dedos en el borde de la mesa—. ¿Me esperarías cinco minutos, Haru? Voy y vuelvo enseguida.

    —¿Para?

    —Es una sorpresa~ —respondió, ya retrocediendo, lo cual me obligó a alzar la voz.

    —¿Adónde vas?

    —¡Sorpresa también!

    Bueno, ¿tenía opciones? Esto no era nada nuevo, Ko siempre hacía y deshacía a su voluntad. Resoplé, aunque no logré encontrar ni fabricar ninguna molestia real, y me enfoqué en terminar de guardar mis cosas. No, no era enfado; y así se le pareciera, no iba dirigido a él. El problema eran los pensamientos inconclusos, la expectativa y el anhelo, necios, que no terminaba de sofocar. Cumplir años no me significaba mayor cosa. Frank se había lanzado encima de mi cama a las seis de la mañana con un cupcake y una velita encendida; mientras me cepillaba los dientes, mamá había llamado. Aria me había dejado una botella de vino en mi oficina, ayer por la noche. Apreciaba los gestos, sólo no... no me movían el piso. No me gustaba que nada lo hiciera. Tal vez me lo estuviera negando a mí mismo. Tal vez sólo intentara protegerme.

    ¿De qué? No lo sabía con exactitud.

    Me incorporé, pensando que debía relajarme, y decidí esperarlo cerca de la puerta. Ko apareció a los pocos minutos, llevaba su guitarra a la espalda y empezamos a caminar por el pasillo. Iba a preguntarle adónde nos dirigíamos cuando viró y tomó las escaleras hacia la azotea, lanzándome una sonrisa fugaz. El instrumento, el cielo prendido fuego, el tono de sus ojos contra esa luz tan rojiza. Las imágenes se solaparon y solté una risa nasal.

    —¿Cuál es tu idea, exactamente? —indagué.

    —Hacerte un lindo regalo de cumpleaños, por supuesto —respondió, muy fresco, pero apenas abrió la puerta se detuvo—. Ah...

    Me asomé sobre su hombro, identificando a Fujiwara sentado frente a una chica a cierta distancia de nosotros. Supongo que nos escuchó, pues volteó el rostro y Ko alzó la mano en un saludo breve.

    —Bueno, cambio de planes —murmuró para mí, viéndome de reojo—. Vamos, Haru.

    —¡Feliz cumpleaños, Sugawara! —exclamó Fujiwara, en el apuro de ver que ya nos íbamos.

    Su voz detuvo mi cuerpo a medio giro. Lo miré, asentí y proseguí. Cerré la puerta, pues Ko había bajado primero, y al reunirnos en el pasillo decidimos tomar el ascensor. Bueno, él se desvió y yo me limité a seguirlo. Una vez dentro del cubículo, oí su suspiro y lo miré.

    —Las opciones son algo reducidas —se lamentó; sonaba frustrado—. Realmente quería ir a la azotea, ya había pensado todo... Ni modo. ¿Qué tal viene el gran día? ¿Ya recibiste algún regalo?

    El ascensor se detuvo, las puertas se abrieron y comenzamos a andar el pasillo.

    —Un vino tinto, y Frank me despertó a las seis con un cupcake.

    —¿Un cupcake? ¿Y a las seis? —Se rió, divertido—. ¿Le puso velita, al menos?

    —Sí, y casi me prende fuego las sábanas. Se me lanzó encima como un poseso, creí que me estaban matando.

    Su risa se intensificó y lo miré de reojo, repasé su expresión. Pensé en nuestra conversación, en la azotea de casa. Se lo debía, ¿no?

    —También me llamó mamá —agregué, regresando los ojos al frente, y viramos hacia el patio.

    Kohaku me miró, lo percibí, y se tomó algunos segundos para hablar. El sol bañaba los alrededores con fuerza.

    —¿Y todo bien?

    —Sí, todo bien. —Esbocé una pequeña sonrisa, mezcla de calma y de resignación, y me encogí de hombros—. Lo intenta, supongo, o al menos quiere intentarlo. No reniego de ello, así que...

    —Entiendo. —Otro breve silencio—. ¿Y estaba bueno el cupcake?

    Mi sonrisa se ensanchó.

    —¿La verdad? No. Parecía comprado de hace dos días, el hijo de puta. Seguro lo tenía juntando polvo en su habitación.

    —Clásico de Frank.

    Ko volvió a reírse y, tras un rato de caminata, decidimos sentarnos bajo la sombra de un árbol un poco apartado. Seguí sus movimientos conforme se quitaba la guitarra, la apoyaba en el colchón de césped, frente a nosotros, y esbozaba una sonrisa serena al depositar su mano en la funda negra. Fue un instante en que se retiró a su mente, a lo alto del cielo, y le permití el tiempo que necesitara para regresar. Cuando lo hizo, encontré una calma inmensa en sus ojos. Me quedé prendado de ellos.

    ¿Debía? ¿Podía?

    —Feliz cumpleaños, Haru —murmuró, con dulzura.

    Lo estaba haciendo, de todos modos.

    Me permití recostarme allí, en ese fragmento de tranquilidad, y reflejé su sonrisa. La brisa soplaba de a intervalos regulares, la sentí revolverme ligeramente el cabello de la nuca y Kohaku coló la mano en el bolsillo del estuche, del cual extrajo una pequeña caja cuadrada atada con un lazo celeste. Arrugué el ceño, aceptando el paquete por inercia, y escuché su risilla conforme se sentaba más cerca.

    —¿Y esto? —inquirí. Eran... ¿chocolates?

    —Tu regalo, tonto —murmuró—. ¿No viste el cartel enorme de la planta baja? Hay como una White Week, así que hice un dos por uno. ¿A que soy un genio?

    —Pero no me gustan mucho los dulces.

    —Por eso compré los ultra hiper mega extra amargos. —Volvió a reírse, y el sonido reverberó cerca de mi oído—. Mira: noventa y nueve por ciento de cacao virgen. ¿Será cierto?

    —Evidentemente no. —Volví a taparlos, deposité la caja en mi regazo y giré el rostro hacia él—. Pero gracias.

    Su sonrisa era amplia, mucho más amplia que la mía, más natural y libre de preocupaciones. Era bonita, me cosquilleó un impulso repentino y desvié la vista a la guitarra.

    —¿Y eso? —indagué, señalándola con la barbilla.

    —Ah, esto... —Abrió la cremallera y la pilló del mástil, deslizándola fuera de su funda—. Había pensado que también podía regalarte una canción; sólo si tú quieres, claro.

    Asentí antes de pensarlo con demasiado detenimiento, Ko sonrió y no tuve que esculcar en mi mente. El instrumento, el cielo prendido fuego, el tono de sus ojos contra esa luz tan rojiza. Lo había oído casi a hurtadillas, por la hendija abierta de un ventanuco. Llevaba pensando en eso desde entonces.

    —La canción que estabas cantando ese día, en la terraza de casa —le pedí—. La del viento y el cielo.

    Murmuró un sonido afirmativo, acomodó el instrumento en su regazo y mis dedos se entretuvieron jugueteando con la cinta de los chocolates. Mi corazón se inquietó sobre los primeros acordes, y cuando Ko empezó a cantar, cuando pude oír su voz, mis latidos se tornaron más silenciosos y estables. "Sólo el viento puede cambiar mi razón", decía. "Sólo el cielo puede romper mi corazón". ¿Era solitario, allí arriba? Si se entristecía, si derramaba lágrimas, ¿acaso alguien lo oiría? "No hay techo que me contenga, ni manos que alcanzar o sostener". Sonaba pacífico, sosegaba, pero ¿lo era realmente? ¿A qué costo?

    "Nada que arrebatar, nada que dar."

    ¿Era una canción de cuna?

    "Soy las nubes, me muevo con ellas. Escucha el viento."

    ¿Una plegaria silenciosa?

    "Deja ir esta canción."

    ¿O un pedido de liberación?

     
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  16.  
    Zireael

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    Cuando la campana sonó vi personas irse de una en una y yo me quedé en mi asiento un rato, terminando de copiar algunas cosas porque me había atrasado por estar mirando la vida pasar. Afuera el clima estaba bonito y aunque hacía calor, pues tampoco creía que fuese a morir y me quise reír al pensar que al final sí se me habría pegado el hábito de cocinarme las ideas con el sol de mediodía.

    Contagiada por las malas influencias o no, al terminar de copiar cerré el cuaderno y me estiré en la silla antes de levantarme. Saqué el almuerzo, salí al pasillo y me congelé un momento al notar a Shimizu apostado allí, casi como un... Fue raro solapar su figura con la de papá, pues no ser parecían en nada y de hecho bateé la idea con rapidez. A pesar de eso, el rubio despegó la vista del móvil que tenía en las manos y conectó la mirada conmigo.

    Desvió la vista de inmediato, negándose a incomodarme, y yo reinicié mis pasos unos segundos después algo tensa a pesar de todo. Bajé las escaleras con calma, en el pasillo de abajo me compré una botella de agua y crucé la cafetería en dirección al patio norte. Afuera sentí el calor, pero me importó bien poco y recorrí el espacio buscando una sombra. Tuve suerte de encontrar una no muy lejos, porque me daba algo de pereza caminar de más, y me senté allí.

    El plan era comer claro, pero lo que hice al final fue recostarme en el césped y cerré los ojos un momento. No hice más que respirar y al abrir los ojos de nuevo mi vista se perdió en las hojas del árbol que dejaban pasar rayos de luz. Todavía estaba contemplando por dónde continuar la repartición de los chocolates que me quedaban pendientes.

    Pensé en Pai y en Sui sin quererlo, todavía dudosa, pero no creía hacer nada. Las tablas rechinaban demasiado y mi paciencia tampoco era eterna, por mucho que lo pareciera.

    pues nada, que la quería rolear and that's it :D ahí la dejo
     
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  17.  
    Bruno TDF

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    Me pregunté por cuánto tiempo más sentiría los golpes con esta fuerza inusitada. El corazón impactaba entre mis costillas, como siempre, pero… estos latidos en nada se comparaban a los que hallaban origen en la timidez o la ansiedad. Eran lentos, contundentes y tensaban cada uno de los sentimientos que se entremezclaban en mi interior, como cuerdas de una guitarra llevadas a su límite, ¿tal vez? P-para cuando atravesé la puerta de la cafetería que daba al patio norte, me di cuenta que la tormenta había hecho lo contrario a aminorarse. Se arremolinaba con insistencia, pues… no podía quitarme de la cabeza esa imagen.

    Hubert me había sonreído al verme.

    Esa sonrisa tan gentil, tan… t-tan suya.

    Al no tener un plan claro para el día de hoy, había optado por pasar el receso en la sala de arte. Tuve la pretensión de usar el lugar como sitio para mi almuerzo, ya que verme rodeada por sus elementos me aliviaba y, quería creer, traía inspiración a mi alma tan insegura. Me traté de convencer de que no había nada de malo en decidir tener un día de soledad pues, tal como me dijo Cayden hace poco, tomarme un respiro era algo necesario de vez en cuando, ¿tal vez? A… Aunque creía que tenía menos dificultades comunicativas y era feliz con mis nuevos amigos… demandaba esfuerzo, pues aún seguía en proceso de estar saliendo de mi ansiedad social. Descansar era tan importante como avanzar.

    Si no fui enseguida a la sala de arte, fue porque me pregunté si Katrina se encontraría allí y si se tomaría a mal que usara la sala como lugar de almuerzo. D-de hecho, no sabría qué podría llegar a pensar si se enteraba de todos mis actos de presencia en el lugar, c-cuando se suponía que n-no era una miembro oficial del Club de Arte. Me hundí en meditaciones innecesarias, hasta que finalmente decidí salir y… allí estaba él, ante las puertas de la sala de arte.

    Una sonrisa, otro relámpago.

    Una vez que estuve en el patio norte, me detuve a los pocos pasos, con una mano en el pecho. Casi podía sentir los latidos estrellándose contra la piel de mi palma, y me sentí horriblemente apenada por esta tormenta. ¿P-por qué? ¿C-cómo era capaz de desbaratarse así por sólo una sonrisa? ¡S-sonaba cliché, ¿tal vez?! P-pero… Era tan real, al borde de la intensidad.

    ¿Por qué? ¿Por qué me gusta tanto?

    El calor que mi quemaba las mejillas no se debía al sol, estar tan segura de esto no me hizo mejor. Me sentía estúpida. Sacudí la cabeza, negándome a que los pensamientos crueles me invadieran, y pensé que lo mejor sería permanecer en el observatorio, donde su obscuridad me ofrecería un lugar en que sentirme más, eeeh, refugiada, ¿tal vez? Fue allí donde, en un principio, pretendí dirigir mis pasos.

    Al menos, hasta que noté un cuerpo desplomado en la sombra de un árbol cercano.

    Mi corazón dio un brinco diferente. De la impresión que me causó el cuadro, oprimí contra mi pecho el bento, así como el libro que había tomado con la intención de acompañar mi almuerzo con una lectura, puesto que me había dejado la Switch en casa. Mi pulso se aceleró todavía más en cuanto noté que la persona sobre el césped era Ilana Rockefeller.

    Intercambié repetidas miradas entre el camino que llevaba al observatorio y su figura, preguntándome qué decisión tomar a continuación. N-no parecía haber nada malo en el hecho de que estuviese en el suelo, ¿tal vez? Quizá estaba tomando una siesta que no correspondía interrumpir, ¿tal vez? ¿Y si le daba vergüenza que alguien se le acercara de la nada, en esa situación? El incesante remolino de preguntas absurdas nacidas de la inseguridad; se mezcló con la imagen de Hubert, a un punto que me sentí ligeramente abrumada.

    P-para mi propia sorpresa… me aproximé hasta donde la chica descansaba. Lo hice despacio, con excesiva cautela, como si temiera despertarla. S-sin embargo… en un momento en que le distancia fue lo suficientemente corta como para que me notara, reparé en el rosa de sus ojos, que se perdía en la follaje del árbol. La luz del sol que se colaba entre las hojas caía sobre ella, dibujando salpicaduras de luz en su cuerpo. Me fue inevitable reparar en su estatura, en lo esbelto de su figura y la manera en que la cabellera rubia se extendía entre las hebras del césped. El pensamiento intrusivo me rayó la mente, al pensar en que yo no podía compararme con una chica tan increíblemente linda.

    Parecía un ángel caído del cielo.

    Repentinamente, sentí su atención encima. El respingo que di fue excesivamente notorio, a la vez que patético. Recé para que la sombra que ofrecía el árbol disimulara mi rubor, y que esta chica no tuviese el poder de leer las mentes. ¿Q-q-qué pensaría se me sorprendía comparándola con un ángel? D-dios mío, ¡q-qué vergüenza!

    —Y-yo, yo… Eeeh… —empecé a decir, tiesa en mi lugar, con el bento y el libro impresos sobre mi pecho— B-b-buenas tardes, Ilana-senpai. Yo… pasaba por aquí, te vi y… sòlo q-quería sa… saludar, ¿tal vez…?

    El bochorno me estaba ganando la pulseada conforme hablaba, ante el sentimiento de que mi conversación estaba siendo sosa y torpe. E-era esta mi realidad, t-todavía me costaba hablar con mayor soltura fuera de mi círculo de amistades.

    A-aun así… Logré estirar mis labios en una sonrisa… El gesto fue más nervioso de lo que me habría gustado, pero… Podría considerarlo un triunfo, en medio de tanto desastre, ¿tal vez?
     
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  18.  
    Zireael

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    Me había quedado sobre el césped mirando los chispazos de luz que llovían sobre mí desde la copa del árbol y allí, en silencio, dejé de pensar un rato. Recordé cómo el sol destellaba contra el riachuelo en el bosque, cómo rasgaba las sombras en las zonas más tupidas y también el sonido de las hojas al ser sacudidas por el viento. Era un murmullo suave precioso que me recordaba al sonido del agua fluyendo.

    Me desconecté tanto de los alrededores finalmente, en el estupor del clima y el juego de luces, que no percibí que alguien se acercaba hasta que se materializó encima de mí, bueno, más o menos. Estaba algo encandilada así que me costó un poco definir su silueta al principio, pero cuando lo logré vi la melena corta en negro sólido y los ojitos dispares. Su respingo fue muy evidente y yo no me reí ni nada, usé los codos para enderezarme y el cabello se arrastró detrás de mí hasta que, una vez sentada de nuevo, cayó sobre mi espalda de nuevo.

    La dejé hablar sin tomar en cuenta su atropello y le sonreí de vuelta a pesar de lo nervioso de su gesto, también a pesar de su bochorno que seguro querría que pasara desapercibido. Doblé las piernas para sentarme como indio y reposé mis manos en el espacio entre ellas, incluso si aplastaba un poco la falda. Una vez hecho eso, balanceé suavemente mi cuerpo de un lado a otro y noté que una brizna de césped se desprendió de mi cabello.

    —Me gusta que me saluden, así que eres siempre bienvenida a hacerlo, Bea-chan —dije y estiré un brazo para darle golpecitos al césped a mi lado, invitándola a sentarse. Luego tomé un poco de mi cabello y le sacudí alguna que otra brizna, al volver la vista a ella ensanché la sonrisa—. ¿Te gustó tu flor entonces?
     
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