Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    El detalle del volumen del tributo captó la atención de Riamu, y ante sus acusaciones yo me inflé el pecho de orgullo y mantuve una sonrisa llena de self confidence. Me importaba bien poco que me anduviera tratando de embaucador cuando todo lo que hice fue pedir las cosas con 'por favor' y 'gracias'. No era mi culpa si la gente me trataba bonito, ¿verdad~?

    —¿Estás diciendo que dudabas de mis habilidades? —reclamé, fingiendo ofensa, y chasqueé la lengua un par de veces—. That's so rude, Ri-chan.

    Tras señalarle a Emily había notado que Hiradaira (o una chica de mechas rosas, pero ¿cuántas había en la escuela?) aparecía por detrás de ella, asustándola y luego abrazándola. También estiró el puño hacia la albina y de ahí regresé mi atención a Riamu, que tenía cosas más importantes que hacer... como pedir mi recompensa, por ejemplo. Me acarició el cabello, la tontería me dejó bien contento y disfruté la sensación hasta que acercó una bolita a mis labios. Abrí la boca, por supuesto, pero la pequeña rufiana me la quitó y se la comió ella.

    Venga ya, y yo que se las había guardado sin probar ni una...

    I already told you, baby, that's rude —la reprendí en un murmullo, y con sutileza rodeé su cintura con un brazo—. ¿Ahora cómo hago yo para saber si están ricas?

    Me fui inclinando y la pregunta la acabé sobre sus labios. La besé con simpleza, pero me bastó para sentir el dulzor del chocolate y sonreí, retrocediendo. Me pasé el pulgar por el labio inferior al encontrar sus ojos.

    —Sip, están ricas.


    always a pleasure, ma'am uwu7
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    Dejé escapar un bostezo considerable mientras bajaba las escaleras, sin poder (ni pretender) esconder el sueño que llevaba encima... o aburrimiento, más bien. ¿Cuánto quedaban para las vacaciones de verano? ¡Quería ir a la playa! ¡Quería ir a la piscina! ¡Quería tomarme mojitos mientras ligaba con turistas! Tener que venir a clases era un completo despropósito, really. Ah, pero era lo que tocaba, ni modo... Había faltado ya demasiado días desde que el curso había empezado y no me apetecía mucho que llamaran a mi padre por ello, así que tocaba apechugar y aguantar el aburrimiento como buenamente pudiera.

    Al menos ya era viernes y estábamos en el receso, surely I could survive the rest of the day. For that, however, iba a tener que recuperar toda la energía posible durante ese rato, y para ello me había comprado un buen bento y planeaba tirarme en el césped a comerlo, soaking up all the sunlight in the process. ¡Me alimentaba exclusivamente de comida y rayos de sol, after all! La vida se veía mucho mejor con el solecito en la cara, desde luego~
     
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    Zireael

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    Si ya estaba preocupada de antes, cuando vi a los dos ausentes cuando pasaron lista me dieron ganas de caminar por las paredes, pero traté de mantener mis neuronas en fila. Respiré, me centré en las clases y dejé cualquier paranoia para el receso, al menos lo intenté; apenas sonó la campana recogí mis cosas, me levanté y me dispuse a irme para poder pensar con algo más de coherencia en otro espacio hasta dónde quería quedar como una intensa o no.

    Me colé entre las filas de escritorios, caminé hasta el de Cayden que estaba recostado en su pupitre donde se colaba la luz del mediodía por la ventana y hundí la mano en su cabello, solo para darme cuenta de que era estúpidamente suave. Se tensó, luego se forzó a relajarse al abrir los ojos y notar que era yo, al quitar la mano escarbé en la envoltura del bento para dejarle el paquete de galletas que a veces traía con el almuerzo, las mismas que me habían sobrado el viernes y le había regalado como oferta de paz por pretender forzarlo a hablar de más.

    —No te saltes el almuerzo por dormitar al solecito, eso solo le sale bien a los gatos —advertí luego de que recibiera las galletas, adormilado—. ¿Quieres que hoy volvamos a casa juntos? Una parte del trayecto quiero decir.

    Dudó, miró las galletas ahora en sus manos, luego a mí como si de repente me hubiese vuelto loca, pero asintió con la cabeza, momento en que lo dejé en paz luego de darle las gracias por contarme lo de Suiren. No me contestó, solo negó con la cabeza como diciendo que no era nada y yo me fui, dispuesta a buscar dónde pasar el receso, terminé buscando una sombra en el patio norte donde me senté y dejé el almuerzo a mi lado.

    Saqué el móvil, pensé por un segundo escribir en el grupo, pero sonó a locura de repente así que abrí el chat con Paimon directamente. Igual me quedé mirando la pantalla un rato, al menos hasta que se me ocurrió qué escribirle a sabiendas de que muy seguramente me clavara el visto más grande de la historia.

    Hola, Pai
    Sé que no es mi asunto y eso, pero ayer Sui se salió de clase antes, no regresó luego del receso y hoy no vino
    No sé por qué te estarás ausentando tú, igual y llego tarde, no importa
    Sentí que debías saber que parece que algo le pasa porque eres su amigo, por si quieres ir a echarle un vistazo o algo
    Eso es todo
    Cuídate


    Dejé el teléfono en el césped, respiré y me terminé recostándome en el suelo. En verdad no debía preocuparme por ninguno, los acababa de conocer y lo sabía, pero tampoco tenía mucho remedio. Era esta clase de persona, aunque quizás debía estarme preocupando por el proyecto de clase en vez de por los ausentes.


    Insane para que sepas que Ila le escribió a Pai

    la niña queda al servicio de la comunidad (?
     
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    Bruno TDF

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    Con furia, el disco dorado reinaba en el corazón de la bóveda celeste. La armonía del aire quedaba rota por el paso de su temperatura ardiente, que lamía nuestras pieles como un depredador perverso. Cargado de húmeda densidad, el ambiente distorsionaba las notas que componían cada alma presente en el establecimiento académico, provocando que atendieran con dificultad la rutina; este ensayo infinito al que asistíamos por obligación. En cuanto a mi compás en específico, tal clima me obsequiaba una nota extra, de volumen disruptivo: frente a tanta luz era una víctima, amenazada sin descanso.


    La sensación de peligro era una melodía aterradora y agraciada.

    Me embargaría, con su silencio, hasta la extinción de la luz.


    Estas horas eran, bajo el léxico de Markus, una danza con el riesgo. Su intensidad se acentuaba con determinadas decisiones, como la que adopté en la presente tarde, al buscar las dimensiones del patio norte. Antes de dejar atrás mi salón, mientras ponía mis materiales a resguardo, hallé de improviso el lápiz que Katrina: su Tombow 4B. Lo hice parte de mis posesiones para el almuerzo, en orquesta con mi cuaderno; apartarnos de los horizontes personales ampliaba la visión, tan necesaria para descubrir las aristas ocultas de nuestro potencial.

    Al detener mi presencia en un punto avanzado del patio norte, busqué con la mirada las sombras más densas. Eran las únicas que podía divisar, con las gafas escudando mis ojos. Mi mundo se alzaba vestido de una tenue negrura, que evaporaba los contornos de las oscuridades más débiles. Aunque no podía notarlas, tampoco era difícil ubicarlas, bastaba con ver los agolpamiento de individuos en torno a árboles y muros.

    Tras deslizarme por otra leve porción de mundo, noté una sombra que, como manto negro, me invitaba a tomarla de refugio. Una parte de esta era ocupaba por la silueta de
    Ilana Rockefeller, su cuerpo extendiéndose sobre la superficie como una estampa brillante. No necesité disponer de mayores motivos para ser parte de sus proximidades, apareciendo en su campo de visión con el cuaderno bajo un brazo y el bento oscilando en la mano contraria. Me detuve a distancia prudencial, sintiendo el sol estrellándose contra mi nuca.

    —¿Te encuentras bien?

    :eye:
     
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    Zireael

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    Me había quedado recostada en el césped hasta que comenzó a entrarme más sueño que hambre, así que cerré los ojos y traté de no pensar lo suficiente para sufrir, como había dicho Cayden en la mañana, aunque no parecía que a él se le diera muy bien seguir su propio consejo. Divagué en recuerdos lejanos con tal de distraerme, recordé las fogatas, las ferias y los veranos. Pude escuchar incluso el aullido del tren de carbón y entonces me forcé a salir de esa rueda de pensamientos, porque acabaría metida en un viajecito de nostalgia innecesario.

    En algún punto empecé a pensar en canciones y de la nada el cerebro me mandó unos versos de una canción de Paramore, aunque ni escuchaba Paramore en verdad, recordaba solo el coro seguro de escucharla en vídeos de Instagram algunas vez. Igual el ritmo me dio vibes de verano aunque la letra... era un poco una cagada, ¿qué hacía esta gente hablando de tocar fondo como si fuera la mejor fiesta de la temporada? En fin, me la dejé en bucle en la mente y aunque tenía las piernas estiradas, moví los pies suavemente al ritmo que podía recordar.

    Estaba en eso cuando escuché pasos cerca de la sombra de la que me había apropiado, así que la canción que tenía en la cabeza se detuvo y abrí los ojos despacio, girando el rostro lo suficiente para ver quién era. Como llevaba ya un rato descansando la vista primero la silueta me resultó oscura, pero reconocí a Sóloviov un instante antes de que preguntara si me encontraba bien.

    —Estoy bien, solo me gusta recostarme en el césped —contesté a la vez que le sonreía y estiré la mano para golpear suavemente el suelo junto a mí—. ¿Te quieres sentar, Sóloviov? Me gusta la compañía.

    Al detallarlo mejor noté que traía su almuerzo, lo que me recordó que yo no había siquiera tocado el mío, pero también que tenía un cuaderno bajo el brazo. Quise preguntar, pero preferí esperar a ver si quería quedarse.


    *inserte chillidos incomprensibles*

    no que importe en realidad, pero la canción en la que pensaba ila es
    esta
     
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    Bruno TDF

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    En mis retinas se mantenía, cual grabación, la suave oscilación de sus zapatos, en medio de la armoniosa quietud de su cuerpo adormecido. Abrió una intriga que se mantuvo en silencio y se perdió en el aire, envuelta en los murmullos ajenos que flotaban sobre nuestras cabezas: ¿qué música estuvo circulando por la autopista mental de Ilana, antes de que me recibiera el resplandor rosáceo de su mirada? ¿Atendía a una necesidad determinada?

    Aclaró que se hallaba bien afinada, con una sonrisa que reforzó la definición de su estado. Mantuve mi postura sosegada mientras asentía, en un movimiento al borde de lo imperceptible. El interrogante con el que me había presentado no iba de la mano de la preocupación: se basaba en una curiosidad de ondas escuetas, por verla solitaria sobre el césped. Sumado a la vibración atrayente que encontraba en las almas que optaban por apartar su música de la masa social, ser solistas de su propio devenir. Ilana me invitó a ocupar un sitio y atendí el llamado de su mano sin pedir permiso, a sabiendas de que disfrutaba de la compañía. Era un cumplimiento recíproco de nuestros propósitos: el destino de mis caminatas vespertinas eran los encuentros fortuitos en sitios no planificado, como el presente.

    La sombra pareció brincar desde la piel de Ilana para extenderse sobre la mía, derramando en mi cuerpo con su oscuridad refrescante. Me ubiqué en suelo, de un modo tal que mi cadera quedó alineada con la de chica, aunque mi rostro apuntando en la dirección opuesta. No me recosté como ella, mi torso conservó verticalidad. Una pierna la extendí a lo largo del césped y la otra la flexioné, para que su rodilla se concibiera como apoyo de un codo. Desde estas posiciones, Ilana y yo podíamos mirarnos al rostro, sin la necesidad de que se incorporara.

    El bento lo ubiqué entre nuestros cuerpos, así como mi cuaderno; se oyó el sonido del lápiz Katrina, al rodar sobre la tapa dura.

    —¿Qué encanto es el que hallas, en la compañía de los prójimos? —quise saber, mi mente habiéndose detenido en ese sitio puntual de sus palabras previas.
     
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    Me pareció que asintió, pero si fue el caso el movimiento fue casi imperceptible y pensé que de por sí este chico era bastante serio, algo que en realidad no me molestaba. Todas las personas eran distintas, algunas hablaban más, otras menos y eso estaba bien, bastaba con adaptarse de la mejor manera posible, algo que no era muy difícil en tanto la gente no se resistiera demasiado.

    Él tomó asiento cuando lo invité a hacerlo, verlo me estiró la sonrisa. Se acomodó, usó una pierna de apoyo para el codo y como podíamos mirarnos a pesar de mi postura, me quedé como estaba. Dejó el bento en medio, también el cuaderno y me pareció escuchar que un lápiz rodaba sobre la tapa; habría tenido su gracia saber que le pertenecía a la Señorita Mariposas Muertas, claro.

    La pregunta del muchacho me hizo mirarlo ya habiendo desaparecido la sonrisa, el uso de palabras me pareció curioso, pero lo dejé estar y me puse a pensar. Desvié la vista a la copa del árbol que nos daba sombra, me distraje en los rayos de sol que se colaban entre las hojas y estiré una mano, jugando con la luz que de vez en cuando me alcanzaba la piel antes de desaparecer otra vez.

    —Aprender. —Fue la misma respuesta que di el viernes en el metro—. Al compartir con los demás aprendo algo nuevo cada día.

    Seguí jugando con los rayos de sol, el gesto me dio un aire distraído, pero no había abandonado el mismo espacio que Sóloviov. Mi mente no estaba divagando lo suficiente para despegarme del suelo.

    —Todos saben algo diferente porque les gustan cosas distintas o las ven diferente incluso si el pasatiempo es el mismo. Fotografía, videojuegos, libros, música. —Fue, sin quererlo, un repaso mental de mis conversaciones con Joey, Morgan y Cayden, pero también con él y Ferrari—. Dependiendo de la apertura también se aprende algo de amor, supongo.

    Relajé la mano entonces, descansándola sobre mi abdomen, y volví a mirar al chico.

    —¿Qué cuenta cómo encanto de todas formas? —le pregunté entonces—. Suena diferente al gusto.
     
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    Bruno TDF

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    En la cercanía de los cuerpos, nuestras energías se asentaron en una armonía natural; inclusive, la proximidad intensificó, como una melodía elevada, la sonrisa que embellecía sus facciones. En mi rostro no hubo una variante análoga, allí se conservó la expresión estoica que, según los demás, me caracterizaba. Se debía a que mi disco mental se había detenido en cierto punto, repitiendo las palabras referidas a su gusto por la compañía. Fue la cuerda que opté por rasgar, como inicio de nuestro diálogo.

    Me mantuve atento al desvanecimiento de su sonrisa, la dirección que tomaba la mirada rosada. Su mano se alzó hacia los rayos solares que, como letales lanzas blancas, penetraban entre el follaje que nos servía de cobijo. Puntos brillantes parpadeaban a lo largo de su integridad corporal, desafiando el brillo de su cabello; también se manifestaban en mis piernas, como charcos luminosos, pero sólo prestaba atención a Ilana.

    Aprender.

    Su contestación fue segura. Eso era lo que obtenía, al ser acompañada por los demás. Volvió a distraerse en su intento de cazar las lanzas blancas del sol, pensativa, ante lo cual hice un movimiento de cabeza, alentándola en silencio a armonizar la composición de su idea. Así, la muchacha distinguió el saber y el ver, lo cual me resultó atrayente. Hasta que estas nociones quedaron silenciadas por el concepto que expresó acto seguido: el amor, como nota integrada a su aprendizaje de las compañías.

    —Любовь —repetí en mi lengua natal.

    Interesante recepción.

    La mano de Ilana descendió con la suavidad de un ocaso, sus ojos encontraron el cristal oscuro de mis gafas y, esta vez, me tocó a mí ser el receptor de una pregunta. Antes de separar los labios, incliné la cabeza hacia atrás, mis cabellos se desplazaron, atraídos por la gravedad de la tierra. Direccioné las pupilas hacia las personas presentes en el patio norte.

    Cada una, con su melodía peculiar.

    —El encanto es el lugar donde nace la atracción —dije—. Puede pensarse como la caída hacia el corazón de un hechizo —Retorné a los ojos de Ilana, con un giro suave de cabeza—. La vida fluye en el aparente equilibrio de la rutina. Pero se producen interferencias, puntuales, que nos desvían de esa pesada armonía, volviéndonos incapaces de resistirnos a su tentación. Puede ser la melodía de una canción, la frase de un libro, una persona. En tu caso, ves atractivo en lo que puedes aprender de otros; a mí me atrae la idea de explorar la música de sus almas.

    Hice una pausa. Mis ojos seguían escondidos tras el negro cristal, pero la mirada fue directa, palpable.

    —El amor es la nota más elevada que alcanzan las personas —comenté— ¿Qué sientes que has aprendido sobre eso, de parte de los demás?
     
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    Zireael

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    Si me detenía a pensarlo el inicio de la conversación había sido un poco extraño, amplio, la pregunta corrió por el espacio de formas algo anárquicas y me recordó al vuelo de los escarabajos contra las luces de los postes de alumbrado público. El bicho rebotaba, giraba sobre sí y volvía a su sol falso, a pesar de eso quise pensar que nuestra charla llevaría a alguna parte. Algo se aprendía de escuchar y observar, incluso si el mundo que se abría aparentaba ser desordenado.

    Di mi respuesta, pretendí cazar la luz y Sóloviov dijo una palabra en lo que supuse fue su idioma natal. El prejuicio me orientó a pensar que sería ruso, así como sonaba su apellido, aunque recordé que también Jezebel tenía un apellido de terminación rusa, pero los libros que sujetaba en sus manos solían estar en un idioma que, visto sin saber, se parecía más al alemán.

    Repetí la palabra en la mente, tratando de memorizarla, pero si era ruso no tenía sentido, se escribiría con caracteres igual de ajenos que los japoneses. Terminé mi respuesta, le regresé una pregunta y lo vi echar la cabeza hacia atrás, detallé la forma en que su cabello se deslizó y esperé, sin más. Escuché las voces a nuestro alrededor, sentí el césped bajo el cuerpo y volví a ver la luz colándose por las hojas.

    Atracción.

    La caída hacia el corazón de un hechizo.

    Parpadeé, pero recibí la mirada del chico apenas percibí que volvería a verme y me mantuve atenta a sus palabras, lo de la interferencia y la armonía me hizo pensar en la música, además de que parecía natural que él, que tocaba instrumentos, usara palabras relacionadas. Sus ideas volaron como el escarabajo ante la luz de nuevo, chocaron otra vez y finalmente cayeron a mis pies.

    —Caos —respondí, sosteniendo su mirada—. La nota se eleva, alcanza un cénit y como bien podría quedarse allí, también podría desplomarse como una paloma noqueada por un halcón a doscientos kilómetros por hora. Hay amores de tantas clases que contarlos sería inútil, ¿pero no está emparentado al encanto? Se ama un pasatiempo, una frase que nos cambió la vida, un lugar, pero sobre todo se ama a las personas. Cada corazón toca una canción diferente.

    Deslicé la mirada una vez más a la copa del árbol, me permití unos segundos de silencio y los rayos de luz, al recortar las siluetas de las hojas, quisieron hacerlas parecer un montón de mariposas. Me sonreí, casi resignada, y cerré los ojos.

    —He visto al amor suavizar los bordes afilados de otros o detonar miedos salidos de recovecos oscuros. Es tanto maravilloso como aterrador el hecho de que un sentimiento de naturaleza aparentemente amable sea capaz de desdoblarse de otras maneras, hasta perder su forma original, ¿pero no funcionan así las mutaciones? Las interferencias.


    es hora de almuerzo en el colegio y yo ocupo un trago para esta conversación tbh

    esta canción me musicalizó los pensamientos (?)
     
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    Bruno TDF

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    Caos

    En el mismo tiempo que dedo demoraba en hundir la tecla del piano, esa palabra floreció en los labios de Ilana. Resonó entre las lanzas de luz de luz; potente, con su melodía contundente, arrasadora. Otro toque de tecla, otro segundo, y el mundo a mi alrededor se distorsionó: el sol se convirtió en reflector, iluminando el suelo de madera, donde antes hubo césped. En los ojos de Ilana me encontré, de repente, frente a los de Pierce.

    Embrasse le chaos, mon chéri

    Alcé ligeramente el mentón mientras la oía desarrollar su aprendizaje de amor, con los ojos entornados al otro lado de la muralla oscura. Recurrió a la música para expresar el punto del caos, describiendo el alza y caída de una nota musical, así como el vuelo de un ave que, al mismo tiempo, vería sus alas deshacerse sin remedio. Mi cuerpo mantuvo una quietud total, dando pista de mi interés, tan sólo añadiendo otro asentimiento, también de escasa pronunciación, cuando dijo que cada tocaba una canción diferente.

    —El ser es música —secundé—. En todos la hay.


    ¿En tu ser, Rockefeller, late la nota de un caos por abrazar?

    ¿Por eso logras verlo?


    Los filos erosionados, los monstruos que dormían en la profundidad del alma, entrando en vigía. Como caras de la misma moneda, la chica ilustraba de un modo realista los aspectos implicados en la manifestación más pura del ser humano. Tanto si estaba dedicado a lo abstracto, como a lo concreto, con énfasis en las personas. Creí notar que el tono de Ilana adquiría el mismo énfasis cuando señalaba la zona destructiva del amor.

    Lo lógico, considerando que su primera palabra fue el “caos”.

    ¿Pero no funcionan así las mutaciones? Las interferencias.

    —Las interferencias, en su intenso fragor, sólo son un paso solitario. El estallido que traen consigo, abre las puertas hacia la construcción de otro equilibrio, que estará igual de destinado a sucumbir, tal como sus sucesores. La paz no es más que la promesa del caos. En eso está incluida la aparente amabilidad del amor.

    Se hizo otro silencio. El mundo se desenvolvía con su playlist simultánea de voces y movimientos, donde esta conversación era la interferencia resonante, por la profundidad de sus conceptos.

    —En nuestra orquesta de ejemplos, se ha mencionado el amor por un pasatiempo, una frase y por las personas, sobre todo las personas —la miré— ¿Y qué puedes decirme sobre el amor por la tierra? ¿Existe un lugar que anhelas?
     
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    Hasta entonces no se me había ocurrido la idea disparatada de que no podía conseguir el permiso tácito de ingresar dentro de ciertas paredes porque, quizás, me parecía demasiado a quien las custodiaba y eso era amenazante. El deseo por aprender de forma constante y el giro, perpetuo, sobre un escenario en espera de que el reflector se encendiera y me apuntara aunque me dejara ciega. No se me había ocurrido porque ni yo misma lo sabía, había partes de mí misma que había anulado al dejar Northwood y aparecer aquí, donde la atención que había recibido no siempre era buena.

    Sin embargo, estaba recuperando mis fragmentos.

    ¿Qué revelaría la imagen una vez estuviese completa?

    Esta conversación siguió su curso, extraño, amplio y limitado a la vez. Hablábamos de un alza maravillosa, el golpe de un proyectil y los huesos fracturados de un ave en pleno vuelo, todo dando paso a una caída aparatosa. Se estaba muerto incluso antes de tocar el suelo o de ser atrapado por el halcón, la música se habría detenido de golpe dando paso a otra clase de melodía. Ese ciclo se repetía, hasta que en algún momento encontrábamos el amor indicado, el que aunque fluctuaba en su ascenso, no se desplomaba ya noqueado. En teoría, pero podría solo no pasar.

    El cuento de hadas nunca llegaría a su final ideal. Nada de príncipes azules con corceles, dragones derrotados y princesas libres. Para nada, el mundo real era mucho más agresivo, apestaba a miedo, confusión y violencia. Lo sabía por el trabajo de papá.

    Asentí a las palabras del muchacho cuando dijo que el ser era música, que en todos la había y suponía que era así. No podía siquiera concebir un mundo sin sonido, sin música alguna, incluso si era una que provenía de uno mismo. Seguí escuchándolo, retomó lo de las interferencias, habló de un estallido y volví a pensar en el halcón reventando los huesos de otra ave de un solo golpe, como un disparo. Habló de otro equilibrio también destinado a sucumbir, de la paz como promesa del caos y la aparente amabilidad del amor. Fue allí donde algunos hilos se unieron, en silencio, formando algo que se pareció bastante a una sentencia de muerte dada en la Milla Verde.

    ¿Cuál es la de verdad?

    Puede que ambas, había dicho.

    La existencia del cénit implicaba un nadir.

    Su pregunta me alcanzó antes de que pudiera formular una réplica de la clase que fuese y de inmediato me deslicé al terreno de las respuestas automatizadas. Las que establecían verdades absolutas y demarcaban dónde estaban asentados nuestros afectos, dónde alcanzábamos nuestro punto más alto y también el más bajo. El anhelo estaba emparentado al deseo y la noción de extrañar algo que no tenías ya, que quizás nunca tendrías de hecho.

    The woods —contesté de inmediato en inglés, solo después volví al japonés aunque daba igual, este muchacho había entendido el inglés de Cayden y el mío cuando el incidente Hubby—. Los bosques alrededor del pueblo que dejamos atrás, en Estados Unidos. Northwood, sus bosques son de los Apalaches.

    Miré las hojas, la luz y alcancé recuerdos, voces, risas, notas de guitarra y canciones. Alcancé también el canto de las aves, los gritos de los zorros y aullido del tren de carbón, otra vez, corriendo sobre los rieles como un lobo oscuro, inmenso y metálico; tenía la fuerza para sacudir la tierra y transportaba la materia que alimentaba el fuego.

    En la boca de las minas rebotaba la canción.

    —La melodía del bosque era ancestral, no se parece a nada o a nadie —murmuré antes de mirarlo de nuevo—. ¿Tú anhelas algo, Sóloviov?

    Ni siquiera cerré las posibles respuestas, dejé ir la pregunta sin más. Algo, lo que fuese, que se hubiese transformado en el foco de ese anhelo.

    —Estallido y apertura de puertas —reflexioné antes de darle tiempo para contestarme, di vueltas alrededor de la imagen mental—. ¿Es necesaria la destrucción para crear algo nuevo? Una nueva melodía, una historia... cualquier cosa.
     
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    La procedencia de los individuos del Sakura era, con posibilidad, lo que hacía vibrar las incógnitas más absorbentes de mis pensamientos. Dentro y fuera de sus paredes, refulgía este universo de orígenes dispares. Muchas de las almas que nos rodeaban habían traído su música desde muy tierras lejanas, y en esa certeza nacía la curiosidad por ver qué notas guardaban, cómo se habían transformado ciertos segmentos a raíz del cambio; en ese choque de idiomas, costumbres, la pronunciación de sus propios nombres.

    Este interés obedecía a una directriz de índole personal.

    La palabra de Ilana emergió con inmediatez: Woods. Otorgó una forma más definida a su contestación al esbozar un nombre, Northwood, alrededor del cual los árboles se abrieron paso entre la tierra para apuntar, como flechas, la inmensidad del cielo. Así los visualicé, al cerrar los ojos para evocar su lugar anhelado, aún sin conocerlo. Con los troncos ensombrecidos, recortándose contra los colores de un nostálgico ocaso, que marcaba el paso inevitable del tiempo.


    La melodía del bosque era ancestral, no se parece a nada o a nadie.


    Con ritmo paulatino, mis párpados se desencontraron en el preciso momento que Ilana retornaba sus ojos hacia mí. Su apunte sobre la melodía embadurnó mis ideas con el tinte de la curiosidad, preguntándome qué tipo de música podía alcanzar esas características.

    Me permití deslizar los lentes por mi tabique, apenas lo suficiente para ver a Ilana en la integridad absoluta de sus colores. Sin esta barrera oscura que cubría mis ojos, verdes como podían serlo las hojas de un árbol.

    Preguntó por mi anhelo, aunque la misma prevaleció levitando sobre nosotros como una nota algo ausente, arrastrada por el retorno al concepto del estallido.

    —La destrucción es una de las caras que puede adoptar la transformación —maticé, regresando las gafas a su posición original—. Por tanto, no es estrictamente necesaria. Las interferencias pueden desarmar parte del equilibrio que conquista la existencia; de la misma forma que pueden traen consigo nuevas notas con las que nutrirla, afinando sus melodías. El estallido es transformación. Se dice que de una explosión surgió el universo.

    Detuve mis palabras para dedicarle otra mirada. Su anterior interrogante flotaba bajo las hojas, entre los hilos del sol.

    —¿Qué anhelo? Echar raíces aquí, como un árbol —dije—. Provengo de San Petersburgo, cuyas nieves me abrigaron hasta hace algo más de dos años, tras el estallido que me arrojó a este punto del mundo, y continúo sintiéndome un foráneo a pesar del tiempo transcurrido. Persigo la nota específica que provoque la transformación. Mi estallido.
     
    Última edición: 21 Agosto 2024
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    Zireael

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    Quizás no lo notara del todo o pretendiera no verlo, pero las diferencias de cada una de las personas en esta escuela creaban un cuadro caótico, lleno de puntos de tensión. Yo solo podía notar algunos de ellos, por la forma en que me relacionaba con los demás y en sí con quiénes había hablado hasta ahora, pero debajo de esa suerte de presentación inicial y digamos amable discurría una segunda historia, como los canales de aguas subterráneas. Los que los conocían los usaban a conveniencia o se angustiaban con más frecuencia. La segunda voz hizo eco, repicó y quise sacarlo porque quizás le estaba otorgando demasiadas licencias, pero puede que tuviera razón.

    Con el tiempo te acostumbras.

    Las voces se duplicaban, desfasadas, y entonces la segunda melodía se diluía para casi todos. Sin embargo, los que la escuchaban, necia, la disfrutaban o amenazaban con enloquecer cualquier buen día. Era la dicotomía, el pico más alto y el abismo más bajo, diferenciarlo requería de una experiencia que yo, sin duda, no tenía. Tenía un padre que se había empeñado en no dejarme acercarme de más a los escenarios donde estas personas existían.

    Aunque me respiraban demasiado cerca.

    El muchacho deslizó los lentes, así que pude encontrar el tono de sus ojos, un verde similar al de las hojas, y le dediqué una sonrisa a pesar de que la pregunta estaba allí suspendida en el aire. Estableció que la destrucción era una cara de la transformación y recordé una vez a una chica junto a la fogata, colocando cartas sobre un tronco: La Muerte, XIII.

    Se cortan las cabezas de reyes y reinas, se empieza de cero.

    Me sonreí al escucharlo referirse al Big Bang y entonces entendí que mi pregunta bien había sido una obviedad, pero me daba igual. Cerré los ojos, me limité a escucharlo e hice un sonido afirmativo, aunque separé los párpados cuando creí percibir que me miraba de nuevo. Antes de decir nada y mientras él me contestaba lo del anhelo me fui enderezando, el cabello se arrastró por el césped y finalmente encontró mi espalda.

    Echar raíces aquí.

    —Es complicado echar raíces en un suelo que no parece permitirlo —argumenté flexionando las piernas y giré el rostro para mirarlo—. Es cierto que la destrucción es una de las caras de la transformación, como el fuego. En muchas culturas el fuego transforma, pero es el mismo que quema al final del día e incluso se hace quema de ciertos cultivos antes de volver a sembrar para la próxima cosecha. La relación entre la destrucción y la transformación es compleja, pero necesaria.

    Solté el aire en un suspiro algo prolongado.

    —Espero que la encuentres, tu nota —dije en un susurro—. Tu estallido transformador. A los árboles les gusta la música.

    Sabía que podía sonar como una loca, pero no le conferí demasiado pensamiento, la conversación hasta ahora me pareció que daba paso a esa clase de permisos y opté por tomarlo. Mantuve la vista en él, tranquila, y se me ocurrió otra tontería que bien podía pasar por exceso de confianza, pero eso ya le correspondía a él decidirlo.

    —Invítame a escuchar la composición final.


    es posible que este sea mi último post, así que gracias por caerme uvu disfruté mucho la charla con el gaspy
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Me había quedado en la clase leyendo sin un motivo concreto, pero las conversaciones a mi alrededor se apilaban con mayor intensidad de la que había estimado y acabé desistiendo. Cerré el libro junto a un suspiro breve y recargué el rostro en mi mano, paseando la vista por los diferentes grupos de estudiantes. Reconocí al amigo de Kakeru, el moreno que no recordaba bien el nombre, charlando muy contento con el castaño estiradito de la clase. Ahora que lo pensaba, tenía un serio problema con los nombres de la gente, ¿verdad? ¿El cerebro se me reseteaba todas las noches o qué me pasaba?

    Fruncí el ceño, lancé los ojos al techo y me puse a hacer un repaso mental de los nombres que sí recordaba, pero a mitad de camino me aburrí y me incorporé, libro en mano. Fui observando el paisaje conforme descendía por las escaleras, el viento azotaba los cristales dentro de sus marcos y pensé que probablemente hubiera muy poca gente afuera. En lo personal, las condiciones climáticas no me mosqueaban demasiado. Me había acostumbrado bastante a obviar un montón de cosas en el bosque.

    Tal y como había estimado, el patio estaba casi vacío. También, apenas puse un pie afuera, una ráfaga me lanzó la melena en cualquier dirección. Sonreí, divertida con mi propia imagen mental, y seguí caminando. Me aventuré por el camino de piedra y bordeé el invernadero, distraída en la sensación del viento y en la canción que tarareaba en voz baja. Había algo... placentero en la intensidad de la naturaleza, cuando arremetía con tanta fuerza que no te permitía ignorarla. Me puse a pensar en las historias que se inventaría Jenny y una sonrisa me quedó impresa en los labios.

    ¿Un desamor? ¿Mera tristeza matutina? Tal vez el viento arrastrara los susurros de viejos amantes, de fantasmas del pasado, de gritos de guerra y llantos desgarradores. Pensé en una gran embarcación condenada en el fragor de una tormenta, las olas devorándola de a mordiscos enormes y sus tripulantes resistiendo entre la lluvia y la sal. Era muy ruidoso y apabullante. Pensé, también, en la luz de una única vela sacudiéndose en lo alto de una montaña, entre el frío y la ventisca. Todo hablaba de fortaleza y resiliencia.

    Y, en el peor de los casos, de tragedia.
     
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    Zireael

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    Gigi Blanche im everywhere, im sorry JSJA para el registro as usual, además no están en la narración cuz el pov es de Ilana
    Mensajes de Cayden a Ko:
    Yo, Ko-chan. Pasaré por la pena de molestarte, ups
    Tienes tiempo esta semana? Puedo pasar a visitarte a la sala de música o podemos almorzar
    o almorzar en la sala de música
    bueno, donde quieras en verdad
    whatever, que yo invito a la comida si quisieras


    Estos caen un poquito después:
    woah tremendo rant, perdón si te abrumé
    te quiero
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    El clima estaba hermoso, eso pensé desde que salí de casa e hice el recorrido tratando de centrarme en eso más que en el hecho de que Suiren se había ausentado toda la semana, Pai también y no me había contestado nada. Tuve que hacer la separación, asumir que éramos solo personas que recién nos conocíamos y no tenía sentido pensar de más ni angustiarme, también que el ghosteo del otro no era personal, pero tampoco era una muñeca de porcelana, me preocupaba de vez en cuando. Al acercarme a la entrada noté a Sonnen varios metros más allá donde no le hicieran lío por fumar, estaba con una muchacha, creí notar que le cambiaba la cara apenas verla y solo seguí caminando, lo mismo con la reunión de albinas. En los casilleros estaba Sasha con David así que los saludé a la pasada sin interrumpirlos porque estaban de lo más acarameladitos y me dio pena, aunque también ternura.

    Seguí mi camino luego de cambiarme los zapatos y por lo bonito del día, me dio por salir un momento al patio norte antes de subir. Apenas puse un pie afuera noté la mata de rizos ensangrentados en una de las bancas más cercanas al cerezo. Tenía las piernas subidas en el asiento, sentado en lateral digamos, y la cara apoyada en las rodillas aunque tenía los ojos suspendidos en el árbol.

    ¿Cuánto llevaba allí?

    Dudé, dudé por el viaje de regreso al centro de Tokyo, pero recordé verlo noqueado sobre el pupitre el viernes luego del receso y pensé que igual había que zarandearle las ideas o algo, llevaba muchos días así. Me acerqué y fue allí que noté que sostenía el móvil en la mano que caía frente a él, no lo tenía bloqueado y parecía tener un chat abierto.

    —¿Llegaste muy temprano? —pregunté con suavidad.

    —Estaba donde un amigo y calculé el tiempo medio raro, llegué antes —contestó en voz baja al reconocerme—. Also have the fear.

    The fea-

    —Un poco de resaca —corrigió y bajó las piernas de la banca para dejarme espacio, así que me senté a su lado—. Me quedé bebiendo con el tipo y se me fue el sentido del tiempo, ni me acordaba que tenía que madrugar.

    —¿Viniste a tomar aire?

    To ask for advice, I guess —susurró, adormecido, y al buscar sus ojos creí notarlo un poco ido de nuevo, en plan, de haber fumado. Se había echado la semana así, empezar el lunes igual no parecía muy sólido—. Te sientes perdida aquí, ¿verdad? Y el otro día me comporté raro de nuevo, perdona. Solo llevo ya un rato pensando en la misma cosa, tratando de aceptarla supongo y en el espacio intermedio todo se me desordena, el multitask se me da bastante mal. Yo... creo ser la clase de persona que espera a los demás, respeto sus tiempos, sobre todo si respetan los míos. Sobre todo si le guardo cariño a la gente, no sé.

    Estaba divagando bastante.

    —¿Y ahora crees que no deberías esperar?

    —Sé que tengo permiso o derecho de no esperar y esculcar cuando me parezca necesario, no quita que me ponga nervioso —apañó un poco en tropel—. Solo no quisiera, yo qué sé, ¿llegar tarde? Es muy abstracto, perdón, no me-

    Oh dear God, ¿tengo que escribir un mensaje por ti acaso? —Estiré la mano en su dirección, como pidiéndole el móvil—. Mis amigas casi hicieron un comité editorial para redactarte un mensaje que nunca envié, tengo experiencia.

    La confesión me dio igual, su reacción fue graciosa pues se apiñó en la banca, atrajo el móvil al pecho y se puso a escribir con movimientos lentos, algo torpes, pero con cara de enfurruñado unos segundos. Lo observé apoyando el rostro en mi rodilla, tenía cara de haber dormido poco además de lo otro, pero las facciones se le habían suavizado. Allí me di cuenta que, bueno, era un despropósito y sin dudas este muchacho se olvidaría de mí cuando más le sirviera como había dicho Akaisa. No era un pecado ni me hería en realidad, era una tontería sin importancia, siempre lo fue.

    Quería algo que salvar, algo más perdido y confundido que yo misma.

    —Nada de comités editoriales, qué vergüenza, ¿cómo hacen las chicas para ponerse todas a leer lo que van a mandar? —murmuró con el ceño fruncido de vuelta—. Encima se leyeron lo soso que soy por chat. ¿Mi dignidad de hombre? En el suelo quedó.

    —No hay dignidad de hombre en los aquelarres, no digas tonterías. Sobre lo otro... It's a gift from the Gods, my dear. ¿No te das cuenta que varias cabezas piensan mejor que una sola? —Mi respuesta fue una broma y consiguió sacarle una risa algo apagada, pero risa a fin de cuentas—. Aunque solo la cabeza central manda, obvio. Feeling any better?

    Comprimió los gestos, los labios formando una línea, y zambulló el móvil en el bolsillo luego de un par de mensajes más, como si esperar cualquier respuesta le diera ansiedad. Supuse que era normal, ¿no seguía siendo un muchacho después de todo? Imagina pedirle calma a un chico de dieciocho años que de por sí parecía bastante entregado a la ansiedad, dudaba que tuviera muchas estrategias a la mano, ni yo creía tenerlas. Mi intervención con Suiren y Paimon y con él mismo se había basado en hacer malabares entre el silencio, si no respondían, no respondían y ya.

    —Ni idea, no me atreví a escribir lo que me preocupaba en sí porque dudo conseguir algo con un approach tan directo.

    —Igual puedes descartarlo, ¿no?

    —¿Ah?

    —A veces las personas no necesitan un interrogatorio, solo necesitan compañía. Sé que querer saber qué pasa con los nuestros es normal, ¿pero no eres tú el mismo que obliga a la gente a retroceder? Sé que no lo haces solo conmigo, pero eso. No podemos pedir más de lo que las personas están dispuestas a darnos y si no nos dan algo, no es porque nos quieran hacer daño. Tampoco significa que nos quieran menos.

    No tenía forma de saberlo, pero en medio de todo, de sus embrollos con el mundo y sí mismo, hubo una fracción de tiempo ínfima en que pude regresarle un reflejo. Jamás se compararía, ni siquiera lo intentaría, pero algo de claridad mental no le venía mal a las personas de tanto en tanto, incluso si se les olvidaba a los cinco minutos. Ningún proceso era lineal, siquiera esperarlo era absurdo y por eso tampoco el pensamiento era particularmente organizado.

    Se acomodó en la banca algo desparramado y mantuvo los ojos en el árbol frente a nosotros, regresando a su silencio, allí donde desaparecía como si no existiera con una facilidad ridícula. Bajé la pierna de la banca, eché la cabeza hacia atrás y me limité a mirar el cielo. Al enderezar la cabeza vi que giraba otro objeto entre los dedos de la mano izquierda. Era una moneda oscura, de aspecto extraño, y pensé si sería alguna cosa de colección o que le gustara, tenía pinta de algo de fantasía. No se me ocurrió nada distinto, no tenía por qué.

    El dragón brilló bajo el sol de la mañana.


    un día más y otra película cuz that's who i am
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    La mañana se me había echado encima y no de la manera que solía gustarme, las cosas como eran. Haber visto a Riri con el amargado de Kou y el panecito de Kakeru había sido un detalle lo suficientemente divertido como para alegrarme parte de la mañana, pero después de eso... qué va, puro aburrimiento y dolor de cabeza. Odiaba los lunes con todas las ganas que podía encontrar dentro de mi cuerpo y lo único, lo único que podía merecer algo la pena de dichos días era cuando finalmente llegaba el receso. ¡Algo de aire libre y comida, por favor! ¿Qué más podía pedir?

    Me dirigí al patio norte sin pensarlo demasiado, sin ningún motivo en particular por el cual haber elegido aquel destino en lugar de la azotea, y caminé de manera distraída hasta acabar en una zona relativamente apartada del cerezo y, por lo tanto, de la mayoría de alumnos; estaba más bien cerca del observatorio, de hecho. Estuve jugueteando con el mechero que traía en el bolsillo de la falda en todo momento y, una vez me sentí más segura, lo saqué para seguir jugueteando con él, solo que con mayor libertad. Era el mechero de Kohaku que me había quedado el otro día, ni idea de por qué había decidido traerlo conmigo, con lo probable que era que acabara perdiéndolo, pero... ¿qué podía decir? Me traía buenos recuerdos~
     
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