Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Un cincuenta por ciento de las veces mi forma de procesar las cosas y de moverme por la vida no me molestaba, en general me permitía existir sin tener que lidiar con varias cosas que eran insignificantes. En la escuela era un cero a la izquierda, en la calle más o menos igual hasta que me despertaba del lado izquierdo de la cama y así, digamos, había creado una burbuja donde nada me tocaba la suficiente.

    Sin embargo, luego pasaban escenas como el regaño de mi madre, su frase de que era incorregible, el fantasma y Anna que se comportaba como Anna sin acabar de serlo y pensaba que todo sería más fácil si pudiese sentir el mundo con la misma intensidad que ellos. Quizás no más fácil, pero creía que sí podría acoplarme a lo que parecían necesitar de mejor forma, porque ahora mismo me sentía como una pieza del centro del rompecabezas que no sabes dónde mierda va hasta que no armaste todo.

    Puede que eso fuese, ¿no? Incluso con este temperamento de los mil diablos.

    No era más que una pieza esperando encastrar.

    Los dos minutos, más o menos, que tardó en contestar parecieron una eternidad y me quedé mirando el teléfono luego de ponerlo en la banca mientras seguía comiendo en piloto automático. La verdad no me sabía a nada, pero qué más daba, era porque me había tensado y ya no tenía mucho remedio.

    El primer mensaje que apareció en la pantalla fue el perdón, que me hizo regresar un bocado de arroz al bento antes de siquiera estar cerca de llevármelo a la boca y, para variar, no supe cómo se respondía a eso. Como se me trabó la mente le dio tiempo a seguir escribiendo, el segundo decía que no por haberme respondido, el tercero quedó un poco cortado y el tercero fue la reiteración de la disculpa.

    Dejé la comida a un lado, tomé el móvil para desbloquearlo y me quedé un rato tratando de hilar las ideas de la forma más decente posible. No creía que me saliera muy bien.

    No tienes la obligación de responderme
    Digo, que si un día no me quieres contestar está bien y no pasa nada


    ¿Sonaba muy borde? No era la intención, genuinamente quería que se sintiera tranquila si me contestaba o si decidía no hacerlo, porque a mí no llegaban a preocuparme lo suficiente esas cosas y de hecho si le había dejado los pancakes era justo porque no me lo había tomado mal como tal. Bueno, igual eso explicaba lo demás, pero que se sintiera estúpida por esas dos cosas no me terminaba de calzar, era posible pero no tenía por qué limitarse a eso.

    Qué es en sí lo que te hace sentir estúpida?
    Es para poder construir el argumento en contra mejor fundamentado
     
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    Gigi Blanche

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    Esta vez envié los mensajes y salí pitando del chat, entrando a Instagram y toda la mierda para intentar distraerme o fingir que podía hacerlo. Me quedé tonteando entre las historias recientes hasta que la notificación apareció arriba y volvió a darme un sopetón de nervios. No podía ser nada demasiado malo, ¿no? Estaba pidiendo perdón, la gente usualmente no tomaba a mal esas cosas.

    ¿Me había disculpado, acaso, para seguir huyendo de la mierda?

    Quizá.

    El primer mensaje sonó bastante borde, pero en conjunto con el segundo se suavizó bastante. Conocía a Al, además, sabía que era capaz de soltar cualquier mierda con cara de poker incluso si no lo pretendía. Era como... había llegado a pensarlo como una pista de obstáculos. Algunos debían recorrer más distancia que otros, saltar más vallas y esquivar más piedras en su carrera entre el cerebro y el rostro. Era extraño pero tenía sentido para mí. Me ayudaba a recordar que todos sentíamos, la diferencia radicaba en cómo lo expresábamos.

    Me tragué el impulso de saltar a contestarle lo que ya había gracias al "escribiendo", pues tenía la respuesta picándome en los dedos. Me costó, pero lo logré. Luego se puso en modo nerd y quizá no lo admitiera nunca, pero me robó una sonrisa pequeñita. Como fuera, cité el segundo mensaje y lo vomité.

    No, no está bien
    No está bien porque a mí no me gustaría que me ignores
    Terminaría caminando por las paredes, probably


    Bufé, sintiendo un poco incómoda la confesión de pecados, pero viniendo de mí debía ser bastante predecible, ¿no? Igual releí los mensajes y me supieron algo mal, así que agregué un par más.

    Digo, no es que tengas la obligación de responderme todo
    Pero hay mensajes y mensajes, no?
    Ya sabes a qué me refiero


    Obviamente el problema aquí era la mierda del tanuki y prefería morir antes de admitirlo, pues de todos modos ya estaba haciéndolo de vergüenza. Bufé, golpeteé los dedos contra el borde de la funda y cité la pregunta, eso de por qué me sentía estúpida. Me quedé ahí un par de segundos. Era una cagada, siempre acababa apoyándome en él aunque la vocecita de mierda insistiera en que no debía, que iba a aburrirlo, se cansaría de mi culo problemático y me mandaría a dar por saco.

    Me siento... desagradecida, maybe
    Y que no tengo razones para comportarme así
    Pero tampoco sé cómo mirarte a la cara


    Ah, hermosa tanda de confesiones. Maravillosa.

    Irás al campamento, Al?

    ¿Y ese cambio de tema tan forzado y anticlimático? Bueno, se hacía lo que se podía.
     
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    Zireael

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    Vete a saber tú qué clase de laberinto rollo Harry Potter y Cáliz de Fuego tenían que sortear mis emociones para alcanzarme el rostro, no terminaba de entenderlo. Porque incluso cuando me sentí como una mierda cuando mi madre me regañó no acabó de alcanzarme los gestos. Estaba asustado en ese momento, ¿y ahora? ¿Ahora qué sentía?

    Le di vueltas a la cuestión incluso cuando sentí el teléfono vibrar en mis manos y me di cuenta que, quizás, todavía tenía miedo. Sabía que podía desaparecer si ella me lo pedía, si no quería nada conmigo era capaz de irme por dónde había venido y recluirme en medio del metal que tenía en el pecho. En el mismo mundo donde pretendía ser el dueño de los hilos que veía, podía apagar las luces y fingir que nunca había existido.

    ¿Era lo mismo que morirse? Quise pensar que no, porque nunca vi esa opción entre los grises, pero ahora que estaba leyendo estos mensajes y pensando en los días recientes, sentí que uno podía elegir morir sin meterse un tiro, tragarse media farmacia o arrojarse a las vías del tren.

    Que puede que lo llevara haciendo toda la vida, pero me seguía librando solo porque me negaba a entregarme físicamente a la puta Parca.

    Porque incluso si el mundo era gris a cagar, era aquí donde escuchaba la música de mamá y donde papá miraba películas conmigo. Que era donde Jez me había elegido como su amigo y donde había encontrado el magenta de los ojos de Anna, ese que chispeaba entre los grises.

    Donde le había pedido que me amara.


    Porque yo quería amarla también.

    Miré el suelo mientras estaba divagando, el mundo se desenfocó y seguía recibiendo los mensajes de Anna. Cuando me pareció que envió el último volví a conectar los cables, los abrí y los leí con calma, o algo parecido a la calma.

    Solo entonces me di cuenta que si realmente tenía que desaparecerme de su vida, que si no volvía a mirarme o algún día me mandaba una cagada irreparable que la hiciera retroceder, iba a destrozarme el corazón. Por mucho metal que tuviese iba a quedar reducido a fragmentos e iba a llorar como un crío, allá en mi oscuridad.

    Vaya, qué momento para tener un insight.

    Cité el tercer mensaje, el de las paredes, y solté algo para cortar un poco de la tensión que se había formado allí. Lo hice incluso si la tonta había pretendido desviarlo con la pregunta del campamento.

    Preferiríamos no tener que obligarte a trepar por las paredes
    Eres pequeñita, debe costar mucho


    Vi los demás y cité el del que se sentía desagradecida, pues para que supiera a qué le estaba respondiendo. Escribí algo y lo borré varias veces, porque no supe si sonaba extraño, pero al final lo dejé estúpidamente conciso, al menos el primer mensaje de esa línea de respuestas.

    Diría que la gente se siente desagradecida cuando siente que debe algo
    No me debes nada
    Pero si no sabes cómo verme a la cara no me acaba de sonar que pase por un mensaje que no respondiste y un bento con pancakes
    Pero acabo de pensar que podría ponerme una bolsa de papel en la cabeza, así me hablas pero no me ves


    Sentí que casi todo se leía borde otra vez, pero no encontré como darle la vuelta y tamborileé la pierna unos segundos sin darme cuenta. Lo de la bolsa de papel había sido otro intento por quitarle algo de tensión a la mierda y ahora, bueno, solo me quedaba lo del campamento que cumplía el mismo propósito.

    No sé
    Niño pijo de ciudad y eso, si no duermo en mi cuarto me pongo de malhumor
    O sea, mi estado natural


    Me quedé mirando el chat otros segundos, había hecho un spam de puta madre, pero bueno ni modo. El caso es que el cerebro se me siguió yendo un poco al traste en medio de mi confusión y todo lo que asumí es que ella iría, pues porque era Anna.

    Si me lo pide la chica que me gusta es diferente
    Pídeme que vaya


    Sonaba a esos arrebatos de crío que me daban de la nada, pero no hice nada por detenerme. Podía chocar contra la pared, pero la verdad ya teniendo semejante conversación por mensaje seguro podía estrellarme contra un jodido edificio que daba lo mismo.


    Lo escribí en el móvil y se veía como un tocho, así que si en la compu sigue siendo un tocho me disculpo-
    Edit: era, in fact, un tocho memuero
     
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    Gigi Blanche

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    Ya habíamos pillado ritmo o algo parecido, pues acabando mi tanda de mensajes lo vi en línea y no tardó mucho en empezar a responderme. Me quedé pegada al móvil, pues, volteando sobre el césped o golpeteándolo con los pies, las manos, cualquier cosa; el caso fue que mis ojos rara vez se separaron de la pantalla. Sus primeros mensajes quisieron aligerar la tensión y me arrancaron otra pequeña sonrisa, así que puntos para él. Su próximo mensaje, sin embargo, me aletargó el gesto y la liviandad se desvaneció lentamente, sintiendo algo muy parecido al frío en las manos.

    Deuda, ¿eh?

    No había llegado a pensarlo así en ningún momento, pero que Al lo dijera me envió directo a una espiral un poco ruidosa. ¿Era eso? ¿Otra vez la deuda? ¿Me sentía en deuda con él? ¿Por qué, exactamente? ¿Por haberme aceptado así como vine, con desastre y todo? ¿Por tenerme paciencia? ¿Por no haberme mandado a la mierda cuando Kakeru apareció en escena?

    No me debes nada.

    Kakeru había dicho lo mismo y aquí estábamos. Tomé aire, lo solté a consciencia y seguí leyendo, esperando y leyendo. Hubo otro remedo de broma y, al final, la cuestión del campamento. La cabeza me había quedado demasiado estancada en la mierda de la deuda como para reaccionar al resto, aunque los últimos dos mensajes fueron la excepción. Arrugué el ceño y me acerqué a la pantalla, los releí veinte mil veces hasta que, de alguna forma, logré procesarlos. Por fin dejó de hacer ruido.

    Por fin regresé al mundo.

    El aire se me escapó por la nariz y alcé la vista del móvil para pensar. Al principio me pareció un delirio, pero aquel tío sentado en la banca de adelante tenía pinta de... ser él, ¿cierto? No pretendía sonar obsesionada, pero a esta altura lo identificaba con bastante facilidad. Regresé a la pantalla, me mordí el labio y meneé la cabeza, incorporándome del suelo. Me sacudí el césped de la ropa y, en lo que caminaba hasta su posición, cité el mensaje de la bolsa en la cabeza. También eché un vistazo más concienzudo al patio en general.

    Tienes cinco segundos, entonces

    Quizá fuera deuda, sí, pero todo lo demás era distinto, ¿verdad? No había forma en que la historia se repitiera, tenía que ser matemáticamente imposible. Me tocaba confiar en eso. Sabía que aún había muchas cosas que no le había dicho, también, pero era una blandita y esos últimos mensajes le habían quitado casi toda la relevancia al resto de la cuestión. ¿Egoísta? Quizá. No me importaba lo suficiente.

    Recosté los antebrazos en el borde del espaldar y me incliné hasta apoyar la barbilla en su hombro, con una sonrisita pegada en el rostro.

    —¿Tan solo y tan guapo? —murmuré, divertida, sobre su oído.

    Mis cambios de humor debían ameritar un estudio científico o algo, la verdad. Volví a erguirme, le di la vuelta a la banca y básicamente me senté en su regazo a horcajadas. Si en el proceso lo forcé a correr el bento de lugar o algo, pues lo hice.

    —Creo que me dijeron que pidiera algo, así que vine a hacerlo —anuncié, entre orgullosa e inocente, y relajé las manos entre nosotros—. ¿Esa información es correcta?
     
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    Quizás mis respuestas, esas más serias, venían de un proceso de descarte bastante estándar. No podía dar por sentado nada de lo que sentía porque incluso si la había llegado a conocer en este tiempo, seguíamos siendo personas separadas, pero pues sabía que a veces las suposiciones de las personas a veces nos arrojaban algunas luces. En ocasiones la iluminación nos dejaba ver cosas que no terminaban de gustarnos, pero pues quizás fuese mejor que no ver nada.

    La gracia de esto es que fuese un intercambio más o menos altruista, ¿no? Se suponía que cada uno diese lo que estaba en su poder o lo que le nacía, sin pensar en la respuesta que recibiría. Al menos en mi cabeza funcionaba así, por eso quizás le quitaba peso a cosas que en otro contexto podrían iniciar un caos y solo dejara que la situación siguiera su curso como hasta ahora. Con dos intensos como nosotros, a veces dejar a la energía seguir su propio cauce era más sencillo.

    Me quedé esperando su respuesta un rato, pero terminé por dejar el teléfono al lado con el bento y relajé la espalda. Cuando el móvil vibró a mi lado desvié la vista a tiempo para leer el mensaje en la pantalla, pero me dejó confundido y comprimí los gestos sin despegar los ojos de la pantalla. ¿Cinco segundos para qué exactamente? ¿Lo de la bolsa? No me daba tiempo ni de llegar a la cafetería, ¿además ya se le había volado la pinza?

    La podía querer mucho, pero a veces leerla seguía siendo complicado.

    Noté movimiento detrás de mí cuando ya era tarde, así que cuando su barbilla alcanzó mi hombro me quedé tieso un segundo hasta que escuché su voz y pude aflojar el cuerpo. ¿Habíamos estado todo el rato hablando en el mismo espacio? Eso era de tontos, la verdad.

    —En mi defensa, eso me vuelve la víctima perfecta para alguien cuyo nombre empieza con A... y termina con A, pero no voy a decir quién eres —le respondí por la pura gracia mientras rodeaba la banca—. Por cierto, cinco segundos no me alcanzaron para conseguir la bolsa. Vas a tener que pasar por la pena de verme.

    En ese tiempo había estirado la mano para empujar el bento y el móvil, asumiendo que quizás se fuese a sentar y aunque fue lo que hizo, no fue exactamente de la forma que uno hubiese anticipado. Me pilló un poco en frío, pero la recibí como si nada en mi regazo y cuando soltó la tontería una sonrisa me relajó las facciones.

    —Ajá, tengo un mensaje que prueba la solicitud informal de hice —respondí en un tono parecido al suyo y estiré la mano para picarle la mejilla.
     
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    Su respuesta en lo que rodeaba la banca me sacó una risa divertida, y a lo de que el tiempo no le alcanzó simplemente hice puchero. Nada duró demasiado, puesto que tomé asiento como me salió del coño y relajé por fin el cuerpo. Bueno, arrugué las facciones cuando me estiró la mejilla, pero me lo quité de encima y desvié la vista a su bento.

    —¿Qué comías? —indagué bastante porque sí, y porque eso de mantener un solo tema de conversación activo no se me daba muy bien.

    Total que así como me había trepado a su regazo acabé bajándome, vete a saber por qué motivo. Con cierta teatralidad en mis movimientos, volví a depositar el bento en su regazo y me senté a su lado, subiendo los pies a la banca para abrazarme las piernas.

    —¿Estás seguro de tamaña solicitud? ¿Acaso sabes lo que implica ir a un campamento? —tanteé, inclinándome para hablarle en voz baja, y luego regresé a mi posición—. Habrá bichos, muchos bichos, tendrás que dormir al aire libre, en el suelo, no podrás lavarte las manos muy seguido, habrá mucha tierra y mucho césped. ¿Ya dije que habrá muchos bichos?
     
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    Mi comentario de que estar solo me volvía su víctima perfecta la hizo reír y eso me alegró, por sencillo que pareciera. La verdad es que si podía sacarle una risa lo que tuviese que hacer o decir me importaba bastante poco, incluso si duraba medio segundo.

    Total que la niña no podía hablar de una cosa a la vez, porque me preguntó qué estaba comiendo y desvié la vista al bento. Unos bocados de arroz y tal no era lo que yo llamaría comer, pero bueno suponía que la intención era lo que contaba, como siempre.

    —Almuerzo estándar, arroz, carne y verduras —respondí mientras volvía la atención a ella, solo entonces me di cuenta que ni siquiera había abierto la soda que compré en la máquina.

    Ni idea de qué movía su tren de pensamiento y decisiones en ese momento, pero bajó de mi regazo, me regresó el almuerzo y se sentó a mi lado. Se acomodó de forma que pudo abrazarse las piernas y siguió con la cosa de la solicitud, ante lo que comprimí un poco los gestos por la pregunta de si sabía todo lo que implicaba. Claro que lo sabía, pero porque era un niño de papá que evitaba el campo, al menos en todo su esplendor.

    —Me gustaban los bichos cuando era pequeño —solté sin venir a cuento, como si fuese lo único rescatable de las condiciones aunque una nube de mosquitos y esas cosas era otro asunto—. Me tiraba horas atrapando lo que apareciera en los parques y así, luego los miraba hasta cansarme. ¿Qué haces juntándote con el atrapabichos de todas formas? Hasta ahora que lo digo en voz alta me doy cuenta de lo raro que suena.

    Hice un gesto de asco hacia mí mismo, revolví el arroz con los palillos y arrojé la anécdota/confesión hacia cualquier otro lado. No me hacía mucha gracia pensar tan a fondo las cosas que hacía, en general terminaban por parecerme raras, egoístas o terribles a secas.

    —Lo que digo es que sé lo que implica. Puedo ignorar esas cosas si me lo pides —resolví como si nada con cara de póker de repente y seguí mirando el bento—. Porque entonces lo que importaría es que voy a poder verte.

    Pesqué una verdura, me la llevé a la boca y mastiqué despacio. Solté el aire contenido por la nariz mientras tanto.

    —A ti, a media academia y a los cuatro mil bichos, al parecer. Aunque al resto de mortales les doy el ugh treatment y ya, nada nuevo.

    Dejé de prestarle atención al bento por fin, me incliné hacia ella y le invadí el espacio, encajando la barbilla en su hombro primero, restregando la mejilla después y respirándole entre el cabello. Todo lo hice bien consciente de que parecía un gato que no conoce de espacio personal.

    —Pídeme que vaya —insistí suavizando el tono a voluntad, así que soné como un mocoso pidiendo un capricho.

    Era una estupidez, ¿no? Como si eso tuviese el poder de disipar el miedo tonto que cargaba desde hace días, que no lograba desaparecer apenas me sabía fuera de su campo de visión.
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando me respondió sobre su bento, estiré el cuello para echar un vistazo dentro de la caja y no respondí nada, pasando al siguiente tema de conversación. Su pseudoconfesión de que cuando era pequeño le gustaban los bichos me plantó genuina sorpresa en el rostro y me removí apenas, para enfrentarlo un poco mejor. De repente me lo imaginaba cazando insectos para analizarlos hasta imaginarles patas extras, en cierta forma era algo que mini Al haría. La imagen mental me arrancó una risilla y me encogí de hombros ante su autodenominación de atrapabichos. Quizás él se hiciera cacao con esas cosas pero yo las veía super normales. ¿A qué niño no le daban curiosidad?

    —Yo creo que tiene sentido, te dije que era un bicho de circo ¡y aquí me tienes, atrapada! —Fingí indignación y todo—. ¿A ti te parece, Sonnen?

    Luego de eso siguió escupiendo confesiones, pero esta vez eran de las que me avergonzaban y alegraban a partes iguales. Que podría verme, que ignoraría al resto, acabó acomodándose en mi hombro y me vacié los pulmones lentamente, pidiéndole fortaleza a Dios y esas cosas. Un pinchazo de culpa me molestó en el pecho, pasé saliva y la insistencia de su solicitud, esta vez dicha en persona, terminó de hacerla. Si me sentía dividida era por la muy simple razón de que no podía llegar al campamento con asuntos irresueltos, y eso significaba que me quedaban... dos días para hablar de Kakeru.

    Y me aterraba, pero tenía que hacerlo.

    Si se lo pedía, tendría que hacerlo.

    Me llené los pulmones de aire, lo solté y me incorporé casi de un salto. Alisé la falda aunque estuviera lisa, me lancé el cabello a la espalda y me incliné ligeramente, en gesto teatral.

    —Altan Sonnen, el niño genio, el imán de problemas, el atrapabichos, el mejor cara de poker del condado —enumeré, volviendo a acomodarme lentamente en su regazo. Apoyé las manos en sus hombros y le sonreí, suavizando el tono—. El que siempre me espera si retrocedo, me busca si me alejo, y me deja hecha una estúpida con tres palabras.

    No me moví de sus ojos ni un instante, subí una de las manos a su mejilla y la acaricié con el pulgar.

    —¿Iría usted conmigo al campamento?
     
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    Noté que husmeó el bento cuando le respondí, pero seguimos sin concentrarnos en una sola cosa y se sujetó del tema de los bichos luego de que se le escapara una risilla en medio de mi confesión. Su respuesta me sacó una risa también y negué con la cabeza, como diciéndole que no tenía remedio.

    —Eres como esos bichitos con un montón de colores, hay que estar ciego para no verte. No me culpes a mí —dije en un intento bastante pobre por defenderme—. Además no te metí en un frasco ni nada, ¿o sí?

    Si éramos honestos mi cerebro había descartado a Fujiwara de las cabezas que contaba para el campamento, lo había eliminado por completo de las posibilidades y quizás debía dar gracias, porque de haberlo recordado seguro habría callado mi propio capricho y eso, tal vez, no habría hecho que Anna se apareciera aquí en carne y hueso. El caso fue que no pensé en que tuviese que soltarle la sopa al otro, no por el campamento, y solo seguí subido en mi estupidez sin saber a dónde avanzaba el tren.

    Un solo hilo se me había escapado en las narices.

    Era posible que apenas fuese consciente de ello cayera en una espiral muy similar a la suya, allí donde la culpa pinchaba, y el cerebro me entraría en sobrecarga. Sin embargo, ese momento no era ahora y todo lo que supe fue que Anna se puso ahí a enumerar mis títulos inventados luego de levantarse y alisarse la falda.

    Imán de problemas.

    Eres incorregible.

    Ya basta, cállate. Cállate y déjame tener algo por una vez.

    Su peso devuelta en mi regazo me silenció, además se apoyó en mí y su sonrisa me dejó hecho un imbécil como siempre. Apoyé las manos en sus piernas por dejarlas en alguna parte, cerré los ojos al sentir su caricia en la mejilla y antes de responderle nada despegué las manos de donde las había dejado para envolverla en un abrazo.

    Me importó tres mierdas estar en el patio, estarme montando la escena del siglo y lo que fuese, la abracé con fuerza y relajé el cuerpo en cosa de un instante, prácticamente me derretí en el gesto. Respiré despacio, no era bueno hablando y aquel spam de mensajes me había costado lo suyo también, así que el abrazo era todo lo que me quedaba para decirle que dejara de hacerse cacaos mentales al menos dos minutos.

    Que a veces la respuesta sí era solo dejar de preocuparnos.

    —Al campamento, al parque, a la tienda a las dos de la mañana, al Infierno. Si tú lo pides voy a cualquier parte —murmuré todavía fundido en el abrazo y le dediqué una caricia amplia en la espalda—. Es más fácil responderte cosas si puedo tocarte. Siento que me entiendes mejor así.
     
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    —¡Me metiste en el cuarto oscuro! —lo acusé, tan metida en la broma que realmente no me preocupó la verdadera implicancia de lo que estaba diciendo—. Yo creo que cuenta como frasco así que el caso queda cerrado, Su Señoría.

    Golpeé la palma dos veces contra mi pierna como si fuera el martillo de un juez y el resto de la cuestión siguió fluyendo. Cuando regresé a su regazo, primero apoyó las manos en mis piernas, cerró los ojos ante mi caricia y entonces me abrazó. El gesto no cargó nada raro, no sabía cuántas veces nos habíamos abrazado desde que nos conocíamos, pero seguía sin perder sus poderes. Tenía las manos en sus hombros, de modo que los brazos me quedaron flexionados y me sentí tan pequeñita, tan protegida y a salvo allí, que sólo pude cerrar los ojos, relajar el cuerpo entero y exhalar.

    Su voz me alcanzó, sonó amortiguada y me hizo sonreír. Al no hablaba mucho, pero siempre que lo hacía era para decir las cosas precisas y enterrármelas en el pecho. Su caricia me hizo removerme apenas, como si fuera posible consumir aún más la distancia, y subí lo que pude una de mis manos para alcanzar la curvatura de su cuello. Mi pulgar comenzó a dejarle caricias vagas y murmuré un sonido afirmativo, repentinamente tranquila.

    Había algo... que hacía un poco de ruido, ¿verdad?

    No tenía forma ni sustancia, quizá fuera un delirio o incluso un mero reflejo, pero sentía que había algo en la usual calma y compostura de Al. Una tristeza, quizá, adherida a cada uno de sus gestos y palabras. Conmigo, al menos, solía sonreír más y estar más animado.

    —Al —lo llamé, con la mejilla aún pegada a su hombro—, ¿está todo bien?
     
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    La otra me acusó de meterla al cuarto oscuro, pero en mi defensa no era que hubiese puesto demasiada resistencia de por sí aunque tampoco hacía falta señalarlo. Me permití una sonrisa bastante sutil para declararme culpable a pesar de todo y lo dejé correr sin más. Si me quedaba atorado en la mención del cuartucho sabía que no iba a poder salir, lo sentí, y así como ella no sabía a qué atribuir lo que había sentido por los pancakes, yo no supe a qué atribuirle la repentina cubeta de pintura gris que me había caído encima.

    No me parecía especialmente importante de todas formas.

    Lo que sea que estaba dando vueltas en medio del agua, como un montón de basura que no lograba pescar con ninguna red, al menos dejó de girar con el abrazo y debía insistir en ello. Poder abrazarla así me recordaba que no solo podía meterme de cabeza en el barro para sacarla, si no que podía esperarla, que podía cuidarla y eso en el fondo era más importante que cualquier otra mierda. Era incluso más importante que el basurero que me rebotaba en la cabeza a veces.

    Seguí acariciándole la espalda como si el movimiento fuese un hechizo o algo del rollo, la había notado relajar el cuerpo y yo también me sentía más tranquilo, así que no vi por qué no seguir así. Sus caricias me hicieron parpadear con pesadez, repentinamente adormilado y aunque no me tensé, sí que me quedé fuera de base cuando la escuché preguntar si estaba todo bien.

    Bueno, ¿no acabábamos de tener una sesión de confesiones por mensaje? No sabía si eso era estar bien, de hecho si me ponía quisquilloso podía regresarle la pregunta. Aún así entendí que quizás algo del ruido que me alcanzó se proyectó a ella, incluso si en mi mente me estaba comportando como de costumbre, y contuve el impulso de suspirar.

    Mi ruido tenía nombres y apellidos, uno de ellos era el que llevaba yo mismo, pero no tenía demasiadas ganas de vomitar esas cosas ahora mismo. No cuando ella acababa de estar diciéndome que se sentía desagradecida, que no sabía cómo verme y todo el cuento, no creía que fuese lo más decente. Todo tenía su momento.

    —Me preocupaste, eso es todo —le dije todavía acariciando su espalda y me permití una sonrisa allí, en el abrazo—. Igual no desperté del lado correcto de la cama, creo, pero a todos nos pasa. Me siento tranquilo al escucharte.

    Detuve las caricias solo para volver a apretujarla, dejé los ojos cerrados y me quedé quieto.

    —Cuéntame algo, lo que quieras.
     
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  12.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Las caricias se prolongaron, en cierto modo se sintió como una nana y poco a poco olvidé que estábamos en medio del patio, que literalmente estaba sentada encima suyo y que en cualquier momento podría aparecer un profesor a regañarnos; o peor, Kakeru podía vernos. No pesó lo suficiente, ninguna de las posibilidades tuvo la fuerza necesaria para quitarme de allí. Quizá fuera egoísta y estuviera tentando demasiado a la suerte, me daba igual.

    Quería ese momento.

    Su primera respuesta me hizo abrir ligeramente los ojos, tensándome parte de las facciones. Tuve la sensación de que una sonrisa se le coló en la voz, tomé aire y lo solté por la nariz.

    —No fueron sólo los pancakes —confesé, incluso si era jodidamente obvio—. Aún no he hablado con Kakeru y siento que estoy siendo injusta, bueno, con ambos. Como si... como si los mantuviera pendiendo de un hilo por puro capricho. Lo siento por eso. —Me presioné un poco contra él, la mejilla en su hombro, los dedos en su cuello y demás—. Pero lo... lo haré antes del campamento. Lo prometo.

    Dudaba que fuera la clase de anécdota que le tranquilizaba escuchar, pero también había necesitado sacármelo del sistema. Volví a respirar hondo y, ahora sí, pensé en algo family friendly.

    —Le compré una casita a Berta. Es como un mini castillo con varios niveles, rascadores y juguetes. ¿Gasté una cantidad estúpida de mis ahorros en eso? Sí. ¿Me arrepiento? No. ¿Me quedó algo de dinero? Tampoco. Ando viviendo de la caridad, se aceptan donaciones. —Una risa vibró en mi garganta—. Y Ko abrió por fin su club de música, ¿sabías? Aún no fui a visitarlo, pero está muy contento y es lindo verlo así. Ah, y los creadores del martes de abrazos (o sea yo) ahora inauguraron los jueves de almuercito.

    Me había apretujado y se había quedado quieto, de modo que recién tras dejar de hablar reajusté la posición para rodearle el cuello con los brazos y quedarme así.

    —¿Tú tienes algo que compartir con el grupo, Al? ¿Tus padres... te siguen molestando con lo de la uni?
     
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    Zireael

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    Como si aparecía todo el cuerpo docente, el mismísimo Fujiwara en carne y hueso y hasta Jesús resucitado, era evidente que no tenía intenciones de romper la burbuja. Puede que fuese un mero capricho, al igual que pedirle que me hablara de lo que quisiera en tanto siguiera escuchándola, pero no me importó en lo más mínimo.

    No contaba con que soltara la sopa por fin, eso debía admitirlo, pero apenas admitió que no eran solo los pancakes y mencionó al otro pobre imbécil me contuve de suspirar con algo parecido a la molestia. No supe si fue porque había fracasado en el intento de pausar ese tema en específico o, no sé, porque sí. Seguía sin querer meterme allí a pesar de que siempre estaba dispuesto a escucharla, así que entre una cosa y la otra opté por no decir nada concreto.

    Además, genuinamente agradecía que me lo hubiese dicho.

    Correspondí a sus gestos como para que entendiera al menos eso, la presioné un poco y giré apenas el rostro para dejarle un beso entre el cabello, en el primer lugar donde la alcancé. Para cuando regresó a la conversación light parpadeé un par de veces, suficiente para volver a conectar con ese lado del asunto, y le presté la misma atención que le prestaba siempre: toda.

    —Voy a tener que seguir trayéndote comida de casa, ¿no? Porque querías darle a Berta la vida que merece —murmuré y el solo orden de la frase me hizo reír—. Ah, sí. Ishi me contó lo de su club, almorcé con él y eso, se veía contento.

    Me distraje jugando con las puntas de su cabello sin romper el abrazo, me regresó la oleada de sueño y tardé unos sólidos segundos en procesar lo que me estaba preguntando. En mi defensa, ya le había dicho que no estaba viviendo mi momento más brillante y eso me ponía un poco denso en comparación a los días comunes.

    —¿Papá? Un poco, dejé de hacerle caso y empezó a renunciar a insistir —respondí en voz baja—. Además de eso no tengo nada que compartir con la clase, creo. Quizás debería adoptar un gato para tener cosas interesantes que contar, como que me destroza la casa a las tres de la mañana y luego se duerme cuando yo tengo que salir para tomar el tren.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    El cuerpo se me tensó un poco apenas fui consciente de que prácticamente había soltado palabra a palabra aguardando a su reacción, respuesta o lo que fuera, para que al final no llegara ninguna. Sí la hubo, digamos, pero apenas el segundo que se tardó me bastó para autoconvencerme de que había metido la pata y había traído ese tema a colación en el momento equivocado; eso, o que Altan estaba molesto por mi reticencia a lidiar con el asunto y sólo no me lo estaba diciendo. De la forma que fuera, la mente me corrió a mayor velocidad y ni el beso sobre el cabello logró amortiguarlo, mucho menos silenciarlo.

    Si me distraje, fue en mis propias tonterías.

    —No quiero que exploten a la pobre oba-san, pero sí, por favor —respondí, con la cuota necesaria de broma y la justa de descaro, antes de soltar una risilla que evidenciaba mis intenciones—. En su momento tú habías dicho de unirte a ese club, ¿no? ¿Al final no te apeteció?

    Había sentido sus manos en mi cabello y lo dejé ser, su respuesta no me dejó espacio para indagar demasiado y luego dijo que quizá debería adoptar un gato. No me oponía a la idea en absoluto, la verdad.

    —Te condenará a limpiar todos los días para no tener alergia, pero vale la pena —murmuré, divertida, y colé los brazos por debajo de los suyos para rodearle la cintura lo mejor que pude. También giré el rostro y apoyé la otra mejilla en su hombro, quedando ahora enfrentada a su cuello—. Siempre tenemos cosas para contar, sólo hay que rastrearlas. Por ejemplo... ¿Con qué canción estás más obsesionado ahora mismo?
     
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    Zireael

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    Me creía en la capacidad no solo de contener mi océano, sino de ajustar las corrientes alrededor de Anna y ahora mismo sabía que podía hacerlo, pero me iba a tomar un rato. Tampoco me gustaba angustiarla por deporte, con lo propensa que era a quedarse atorada en esa clase de bucles, así que aunque no dije nada en el momento dejé la cuestión dando vueltas para, con la suficiente suerte, encontrar algo que decir de aquí al final del receso.

    No era que me sintiera obligado a hacerlo tampoco, simplemente lo hacía porque me nacía. Era extraño cuanto menos, porque en general dejaba a todo el mundo arreglar sus mierdas como mejor les saliera, incluso si las mierdas en cuestión me incluían.

    —Si papá le pasó el chisme, ahora va a pasar preparando comida extra, eso te lo aseguro —le respondí a lo de oba-san y me se escapó una risa por la nariz—. Me dijo alguien del bajo mundo, quiero decir, Ishi himself, que tú ocupaste el lugar que faltaba para formar el club entonces no hizo falta meterme para rellenar. Igual le dije que quizás iba a estar pasando por la sala de música a consumir aire con ustedes.

    Noté su movimiento y aflojé el agarre para que pudiera hacer lo que pretendía, que fue colar los brazos para poder rodearme la cintura o algo parecido a eso. La dejé ser, volví a rodearla de forma que no obstaculizara lo que había hecho y seguí haciendo el tonto con su cabello, que era lo que hacía siempre en algún momento de por sí.

    —¿Cómo GPS? —pregunté, medio por molestarla con lo de que había que rastrearlas y le di vueltas a su pregunta—. No sé. Es más, voy a aprovechar este espacio para quejarme públicamente de que llevo mucho tiempo sin encontrar una canción que valga la pena ser puesta en bucle. ¿En qué clase de mundo vivimos? ¿Qué estándares tengo que no logro encontrar nada? Recomiéndame algo, a ver si se rompe la maldición, pero ojo que las expectativas son altas.
     
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    Gigi Blanche

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    Me permití un suspiro entre dramático y resignado cuando Al dijo que si la señora había recibido el chisme, básicamente ya estaba condenada y yo, salvada. Luego mencionó lo de pasar a visitar a mini Ishi algún día y asentí como pude, dada mi posición.

    —Sí, yo también iba a ir. Podemos caerle juntos, si quieres.

    Luego me removí, giré la cabeza y todo el rollo, él aguardó a que me acomodara para hacer lo mismo y seguir tonteando con mi cabello. La intervención del GPS apareció casi interrumpiéndome e hizo que se me colara una risa entre lo demás. Como fuera, otra risilla vibró en mi garganta al oírlo quejarse sobre la ¿falta de música que cumpliera con sus estándares? y bufé, como si me hubiera pedido una misión imposible. Sólo lo molestaba, claro.

    —A ver... —Desenredé un brazo de su cintura y giré apenas el torso para pillar el móvil de mi falda y poder usarlo, apoyándome en su pecho—. Intentemos romper la maldición de Señor Expectativas.

    Podría haberlo pensado hasta que me saliera humo por las orejas, pero lo cierto era que no me dio la gana. Scrolleé brevemente por mis playlists hasta que denoté una canción que me gustaba mucho, le pasé uno de los auriculares inalámbricos que solía traer si pasaba el receso sola y yo me puse el otro. Le di play y fin de la historia.

    Era una canción tranquila, le subí un poco el volumen y dejé el móvil bloqueado entre nosotros, para volver a enredarme en torno a su cintura y descansar la mejilla en su hombro. Cerré los ojos, tomé mucho aire y lo solté, volviendo a relajarme, prácticamente derritiéndome entre sus brazos.


    De los creadores de "de un aleatorio de 800 canciones a Cayden le salió Mansionair" llega:

    De un aleatorio de 800 canciones a Altan le salió HAEVN
     
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  17.  
    Zireael

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    Los gestos de las personas que me rodeaban al descubrir la existencia de Anna eran comprensibles y de alguna forma me parecía que papá, oba-san y mi madre, por mucho que siguiera molesta, se alegran no solo de que pareciera ampliar los límites de mi domo, sino que dejara ir también otras cosas. Había alivio en el chisme de mi padre y en oba-san preparando pancakes casi de madrugada, como lo hubo en mamá ayudándome el día que la carne del almuerzo de Anna se me pasaba de sal todas las veces.

    Puede que fuese el mismo alivio que yo encontraba en ella, incluso si estaba evadiendo algo importante.

    —Tú me pones un mensaje y vamos entonces. Le podemos llevar comida, una soda o solo nuestra importantísima presencia, claro —añadí a lo de ir a la sala de música—. Si debemos ser de los VIP y todo.

    La escuché bufar por mi petición, imaginé que para molestarme, y volví a reírme por lo bajo porque atendió al pedido de todas formas. Sacó el móvil, pasó canciones en la playlist y cuando vio algo que le gustó me puso uno de los auriculares, dejándose ella el otro para luego darle play.

    Empezó suave, un poco en un rollo algo místico diría yo y recibí a Anna con naturalidad cuando volvió a acomodarse. La rodeé suavemente con los brazos, mi mano acarició su espalda, subió a su nuca y pronto hundí los dedos en su cabello, haciéndole piojito en resumidas cuentas.

    I was blinded by your colors.

    Fue escucharlo y que una sonrisa casi resignada me alcanzara los labios, porque para haber pensado tan poco lo que puso, me estaba haciendo algo de gracia lo que pescaba de la letra. No era una gracia maliciosa ni nada, simplemente la risa que causan algunas casualidades.

    —Me gusta —dije en voz baja medio de repente.

    No añadí nada más en el momento, pero pillé el ritmo al vuelo, puede que gracias al tarareo dentro de la misma canción, y casi de forma inconsciente comencé a mecer el cuerpo suavemente, todavía haciéndole piojito a ella. Suspiré, pasé saliva y como obviamente no me sabía la canción, no me quedó más que ir repitiendo los versos detrás, como una harmonía improvisada o lo que fuese.

    I was waiting for you until the break of dawn —canté en voz baja—. I was laying on your holy ground.

    Al tomar aire me comí uno de los versos, pero cuando vino el siguiente se me escapó una risa por la nariz. Seguí casi de inmediato con lo que había iniciado, porque de por sí me sirvió para volver sobre lo que era importante.

    Well, I heard your promise —continué en el mismo tono bajo, detuve las caricias un segundo pero pronto las retomé y dejé la canción quieta, pero solté el pecado por fin—. Me asusté.

    Some things are better left undone.

    ¿No lo había dicho en voz alta hasta ahora? Estaba seguro de que no, ni siquiera para mí mismo, y sentí que algo se me revolvió en el pecho al admitir semejante cosa. No era ira a secas, era frustración y algo más a lo que no pude darle forma ni siquiera mientras guiaba a Fujiwara por los pasillos.

    —Cuando vi al cabrón y me lo lanzaron encima para el jodido tour, me cagué hasta las patas. —Había seguido hablando en un murmuro y mi mano dejó de acariciarla solo para acomodarse mejor en su cabeza, como si pretendiera fundirla conmigo, levantar una fortaleza en pleno patio o disculparme por no habérselo dicho desde el principio, puede que todas juntas—. Pero tuve que ir, arrastrarlo hasta la planta baja y confirmar lo que parecía obvio a punta de pura paranoia. Pretendí tocar al fantasma con las manos, a sabiendas del poder que los fantasmas tienen en las vidas de las personas.

    Tomé un montón de aire, la canción seguía sonando y lo que sea que ocurría a nuestro alrededor todavía era gris. Todo menos ella, suponía, y no quería que ese color la alcanzara.

    —Y lo dejé estar, porque el qué decir, cuándo y cómo solo te corresponde a ti. Puedo seguir esperando, si te angustia demasiado no quiero que te fuerces —dije con tal transparencia que me sorprendí un poco a mí mismo, sobre todo luego de la molestia que me había hecho callarme antes—. Debí decírtelo desde el principio aunque no sabía cómo, lo siento.


    Bruh el tiempo apremia pero el pendejo tenía que decirlo istg

    culpo de este post a la playlist de 800 rolas que tiró HAEVN *c muere*
     
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    Gigi Blanche

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    —¡Más le vale! —solté, entre convencida y repentinamente enfurruñada, a lo de ser los VIP del club de música—. Si nuestros nombres no salen en tarjetitas doradas y estamos en negritas en la lista, entonces no quiero nada.

    Me había acomodado entre sus brazos para oír la canción, volví a hacerme pequeñita y una sonrisa me estiró los labios al sentirlo hundiendo los dedos en mi cabello. Cerré los ojos, ya de paso, y me hundí en aquel pequeño instante sin prestarle demasiada atención a la letra ni sus implicancias. Su voz entonces le vibró en el pecho, dijo que le gustaba y la tontería genuinamente me hizo feliz, al menos por cinco segundos.

    —Maldición rota —murmuré, tranquila.

    En cierto punto comenzó a mecerse, lógicamente me arrastró en el proceso y, si antes me había relajado, ahora de veras sentí sueño. El patio desapareció, el murmullo de las conversaciones también, la burbuja trazó suavemente su superficie a nuestro alrededor y permaneció allí, suspendida. Inadvertida. El tonto se había puesto a seguir la letra incluso sin saberla, lo cual le obligó a cantar a destiempo; lo dejé ser. Así cargara un delay de dos horas probablemente lo dejaría cantar todas las veces.

    No le di importancia ni significados profundos a los fragmentos que pillaba, de veras que no, por ello la confesión de turno me sorprendió. Abrí los ojos, si acaso para ver su cuello, y bajé la mirada. No dije nada, no me moví. Incluso de haberlo debido, no sabía qué responder. Se había asustado, pero ¿de qué? No había querido pensarlo, incluso si una parte de mí lo veía claramente.

    ¿Quién no le teme a los fantasmas, Anna?

    Y había pretendido tocarlo.

    Era contradictorio. Siendo terriblemente honesta, había querido que la aparición de Kakeru le diera igual y lo asustara. Eran la abnegación y el egoísmo enlazados, el cariño genuino que sentía por él y la voz insistente, venenosa, que no me dejaba en paz. Era una desgracia y una demostración de amor al mismo tiempo. Aún así, no quería. No quería que se sintiera así. Su mano subió a mi cabeza y me apretujé contra él, respirando por la nariz.

    ¿Por eso lo notaba raro?

    ¿Había algo más?

    Entendía que esta situación no me afectara sólo a mí, no con todas las cosas que ya le había contado. El nombre de Kakeru, me gustara o no, era redundante y se repetía hasta el cansancio en mi historia, el corazón que tenía en el pecho y la piel de todo mi cuerpo. Lo había escrito una y otra vez, lo había borroneado con ira, con miedo y luego tristeza, la tinta había goteado, dubitativa, y luego... luego estuvo a punto de desaparecer. Sólo entonces me di cuenta.

    No quería que pasara.

    Se disculpó por no habérmelo dicho antes, me quedé quieta un rato más y, al final, estiré el cuello para dejar un beso en el suyo. Le di otro en la mandíbula, otro en la mejilla y me liberé un brazo para girar su rostro en mi dirección. Me prendí de sus ojos, acaricié su pómulo con el pulgar y me presioné suavemente contra sus labios. Permanecí allí, con los ojos cerrados, y me vacié los pulmones por la nariz. Dios, lo quería tanto.

    Era ridículo.

    —Lo siento, Al. Lo siento. —Mi voz fue un susurro minúsculo y uní nuestras frentes, sin pausar las caricias en su mejilla—. Me dirás que no tengo la culpa, pero no hace falta eso para sentirse culpable.

    Varias cosas se me atoraron en la garganta pero no las creí prudentes. La verdad era que no quería perder a ninguno de los dos, y no saber si estirar esa cuerda iba a reventarme la mano me daba muchísimo miedo. No quería perderlos, pero ¿y si así los perdía? Algunas lágrimas me ardieron tras los ojos y meneé suavemente la cabeza, convenciéndome o apartando pensamientos en silencio.

    —Ya te lo dije y ya lo sabes, pero te lo repetiré igual: te quiero a ti. Te quiero como... como nunca quise a alguien, ¿está bien? No tienes nada que temer.

    Había trastabillado de pura vergüenza, pero al final tuve que tragarme mis propias tonterías y ser una persona decente. Lo importante era ahuyentar los fantasmas, ¿no? Si podía ayudarlo, si podía sostener cientos de velas encendidas, lo haría. Había hablado en un susurro y seguí acariciando su mejilla, una y otra vez, como si fuera capaz de conjurar un hechizo o borronearle el miedo de la piel.

    —Te quiero a ti —repetí, casi inaudible.
     
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    Zireael

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    Su reacción a lo de que debíamos ser de los VIP me hizo sonreír, la verdad me dio genuina ternura, pero no encontré nada más que acotar y lo dejé ir con la canción. Fue cuando me dijo lo de la maldición rota que me reí por lo bajo y asentí con la cabeza sin más, como si fuese una verdad absoluta del mundo o quién sabe qué.

    Cuando solté el pecado, allí dentro de la burbuja, me di cuenta que ni siquiera se movió y temí haber jodido todo por no dejar las cosas como estaban. Anna merecía honestidad, pero yo estaba acostumbrado a no decir las mierdas importantes y cuando lo hacía siempre estaba la voz que me decía que era lo más sabio. Era una noción parecida a la de Shimizu cuando me prohibió moverme de su casa, porque no tenía caso preocupar las personas a las que les importaba.

    Así como para ella no eran solo los pancakes, para mí no era solo haberme despertado del lado incorrecto de la cama para caerme en la cubeta de pintura gris. Lo cierto es que ambos los llevábamos arrastrando como imbéciles y aunque fuese por motivos diferentes era posible que el sentimiento nuclear fuese el mismo: miedo.

    Me asustaba perder contra un puto fantasma, pero el fantasma en cuestión no era más que un crío que había querido matarse.

    Después de la disculpa comencé a comerme la tensión a cucharadas, al menos los segundos que se demoró en estirarse para dejarme el primer beso, luego el segundo y después cuando me hizo girar el rostro para encontrar sus labios con los míos. Fue suave, prácticamente me derretí allí y para cuando unió nuestras frentes ya casi era un muñeco de trapo.

    Sus palabras me alcanzaron, quise decirle que no se disculpara, pero me atajó al vuelo y lancé la vista abajo, a uno punto muerto de su silueta, porque no me creía capaz de seguirla mirando sin acabar hecho un desastre de vergüenza, alivio y culpa combinados. ¿Aunque de qué sentía culpa en realidad?

    Por estar pidiéndole de forma tan ambigua que me eligiera, que por favor no cediera al poder de un jodido fantasma y me dejara solo allí, sabiendo que no había podido luchar contra una sombra. Ella tenía su propio caos encima, si acababa de decir que sentía que nos tenía sostenidos por puro capricho, ¿y qué me daba a mí el derecho a pedir nada?

    Si me lo preguntaban, era más fácil trabajar con el rencor que con la culpa.

    ¿Era más fácil solo odiar al otro imbécil y seguir con mi vida? No acababa de sentirse correcto, incluso si sonaba como algo propio de mí. Un sentimiento era más oscuro que el otro y, muy a mi pesar, aunque injusto seguía pasando por natural. Si no lo colaba por el filtro del archivo, entonces era una respuesta casi instintiva.

    Su voz repitió lo importante como un mantra antiguo o quién sabe qué, pero logré reaccionar lo suficiente para dejarle un beso suave en los labios. Aparté su mano con cuidado, lo hice para poder reajustar todo el esquema, pasar los brazos bajo los suyos y abrazarla de nuevo. La estrujé con fuerza, empuñé las manos alrededor de la espalda de su uniforme y me tragué una correntada salada con toda la calma que conseguí, junto a ella bajé también la necesidad de volver a disculparme.

    —Gracias —dije cuando encontré mi propia voz, me pareció más decente que la disculpa y quizás más genuino—. Por quererme así, por quererme a mí y todo lo demás. No sé si te he dicho antes lo agradecido que estoy, así que te lo digo ahora.

    Para cuando quise darme cuenta casi había hundido el rostro en la curvatura de su cuello e inhalé su aroma, todo lo que Anna era.

    —Te quiero muchísimo, ¿lo sabes?
     
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  20.  
    Gigi Blanche

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    No pretendía que mis palabras o existencia tuvieran un superpoder capaz de extinguirle el miedo, yo lo sabía. De poco y nada servía recibir las palabras indicadas cuando los gritos, el ruido provenía de adentro y era más fuerte. Aún así ayudaba, incluso como mero placebo, ayudaba y con eso me bastaba. Puede que no silenciáramos a los fantasmas, no sin llegar a tocarlos, pero al menos podía taparle las orejas y besarle los párpados. Podía convertirme en disco rayado.

    Recibí su beso, que disolvió parte de la tensión acumulada, y alcé los brazos para que lograra rodearme la espalda. Me aferré a su cuello, hundí el rostro allí y cerré los ojos, respirando profundamente. No sabía cuál era la solución al miedo, no la tenía a la mano y puede que incluso me asustara salir a buscarla, pero al menos lo tenía a él. Lo tenía, quería creer que no se iría a ninguna parte y ese era suficiente terreno firme. Quizá fuera egoísta enredarme a él, pretender que aceptara la existencia de Kakeru y que ni una gota de esa tormenta me salpicara. Estaba segura que lo era, de hecho.

    Pero lo quería.

    Dios, lo quería.

    Su agradecimiento vibró entre nosotros y le di un apretón breve a modo de respuesta. No creía que el amor debiera agradecerse, pero uno pedía perdón por tantas mierdas que a la larga los límites se desdibujaban. Además lo entendía. Había llegado a esta escuela dañada, cansada y temerosa, en mi mente acababa de empujar a mi novio por un barranco, casi lo había matado. No me creía merecedora de nada.

    —Creo que debemos agradecer a los demás y perdonarnos a nosotros mismos —murmuré, se me acababa de ocurrir y lo vi certero—. Sé que los fantasmas no se irán así como así, sé... —Un nudo se me atoró en la garganta—. Sé que quizá te sigas levantando del lado incorrecto de la cama.

    ¿Se ve gris, Al?

    ¿Está muy gris?

    —Pero estoy aquí, ¿sí? No planeo dejarte solo. Estaré aquí para ti el tiempo, las veces que lo necesites. Los fantasmas se desdibujan si estamos juntos, ¿cierto? Déjame hacerlo, entonces.

    Esto probablemente no se tratara sólo de Kakeru o de mí, y si iba a seguir enganchándome con tíos que veían el mundo gris pues bien, sería mi maldición, qué más daba. Iba a hacer las cosas mejor esta vez. Diez, cien, mil veces mejor. Me desenredé de su cuello, le aplasté las mejillas entre mis manos y, un poco de repente, empecé a repartirle besos sonoros por toda la cara. Acabé dándole otro, y otro, y otro en la boca, el último fue bastante más largo y exhalé con fuerza al separarme.

    —Te seguiré incordiando como que me llamo Anna hasta el final de mis días —declaré, deslizando las manos a sus hombros—. ¿No te gusta? Pues me da igual. Esa es mi promesa.


    por acá también cierro con Annita. Gracias por esta interacción, me hizo muy bien al corazoncito <3

    *c va cantando holy ground*
     
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