Patio frontal

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Laila le había agradecido a la enana por sus palabras, como era de esperarse, pero antes de que pudiese hacer nada más Hiradaira parecía haber tenido un debate mental para luego decirles que iría al gimnasio y que... podían ir con ella si querían. Parpadeó, incrédulo.
    Jez reaccionó prácticamente de inmediato.

    —¡Eh, Anna, espérame! —dijo alzando la voz, mientras echaba a correr tras ella.

    No pudo detenerla y, incluso si pudiese, no iba a hacerlo. Hiradaira podía ser una odiosa cortante y poco le importaban a él los motivos, pero no lo era con Jez. Ya eso era suficiente para que soportara su comportamiento, que se le antojaba medio errático.

    Usui.

    Hiroki.


    Wan-chan.

    Lo buscó con la mirada, a él o a Kurosawa, pero no había ni rastro todavía. Enarcó las cejas, al parecer la intervención suya y de la gatita enojona había dado resultados no solo buenos, sino que había superado toda expectativa.

    ¿Qué pasaba ahora, la siempre perfecta Shiori Kurosawa iba a dejar que su adorado cachorrito faltara a las pruebas y, más importante, pensaba faltar ella también?

    No es que fuera estúpido, de hecho, se aburría con creces precisamente porque le sobraba cabeza para muchísimas cosas. Que estuviera en esa escuela después del trato con sus padres lo confirmaba.
    Sabía que la perfección de Kurosawa era una máscara, que no era su rostro a pesar de que se había fundido con él. No era una muñeca japonesa estándar, con su largo cabello negro puro y el uniforme pulcro. De hecho recordaba más a los extranjeros y era, quizás, por el tiempo que había pasado con Akaisa y con él mismo, además del hecho de que tenía un hermano muerto.

    Podía ser disciplinada, de hecho lo era al punto de casi rozar la enfermedad, pero había manchado su lienzo con aquella mecha azul. Era ridículo, pero solo ese acto significaba que había aceptado dentro de sí una parte distinta de lo que reflejaba. La víbora azulada representaba una ruptura en su escenario, una mancha en el lienzo blanco, la presencia de algo más allá que reptaba como un parásito.

    El deseo de poder.

    El fuego que buscaba arrasarlo todo.


    Frunció el ceño apenas, gesto que no pasó desapercibido para Laila.

    —¿Qué pasa, Sonnen?

    No había podido ni tener un poco de diversión, ¿por qué? Porque no había cedido, había luchado contra su fuego, y aún así, una parte de él, la que tampoco era más que puras hormonas adolescentes, envidió la suerte del jodido perrito.

    —Que me irritan los perros. —Daba respuestas de ese tipo con cierta frecuencia, respuestas que solo él parecía entender, crípticas, confusas.

    Y que aparentemente tendré que ir a sacar a un par de cachondos de la enfermería.

    Atendió cuando la dictadora llamó a su nombre y no fue hasta que estuvo en la línea de saltó que recordó que se había deshecho de dos juegos de cadenas cuando llegó a esa Academia.
    La primera era la que había colocado Jez cuando se separaron, era la que lo había obligado a no buscar partirle la cara a nadie por puro aburrimiento y la segunda era la que él mismo había colocado sobre sí para cumplir con su capricho, la que le había hecho ser un estudiante modelo en su anterior escuela, incluso con su carácter insípido y taciturno.

    Podía golpear.

    Ignorar órdenes de profesores.

    Saltarse clases.

    Podía desatar, desorganizar y colapsar hasta que su aburrimiento se saciara.

    Quizás, en el fondo, realmente no fuese más que otro sádico como Kurosawa. Tendría algo de suerte si para el final de la semana no había armado una bronca.
    Sonrió para sí.

    Incluso si se iba al suelo, eso solo le daría más razones a su mal genio para desatarse, ¿o no?

    tbh a veces me preocupa la cabeza de este wey, más que la de las niñas (? retrocederlo a esta edad fue bien cagado para su mentecita. Ya no es F por Suzu-chan, es F por karasu-kun. Agarrenlo que se agarra a hostias con cualquiera de los dos male leads presentes, aunque tenga que sacarlos del infierno
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

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    Al final, la muñequita se fue. Joey estaba bastante seguro de que volvería a verla esta noche y eso le provocaba una extraña satisfacción personal, casi premonitoria. Sería una gran noche, ¿verdad?

    Alisha se desembarazó de su agarre y sonrió al escucharla, luego de soltar un suspiro bastante pesado. Bueno, él tampoco (menos) era de piedra y toda la situación... había sido bastante interesante. Repasó brevemente la silueta de su amiga antes de volver la vista a la pista, como si nada. Se la conocía al dedillo, pero era lo que ocurría con esta clase de vicios, ¿no? Jamás tienes suficiente.

    Cuando paseó la vista por la gente, distraído, reconoció a lo lejos un destello albino y arrugó el ceño, enfocando mejor la vista. ¿Pero qué era lo que sus ojos veían~?

    —Tienes razón, Ali-chan. Mejor guardamos el postre para el final.

    Le sonrió, coqueto, y su atención acabó de virar cuando reconoció el nombre en boca de la sargento. Altan Sonnen. El perro guardián. Sus labios se estiraron un poco más, ligeramente hacia el costado, y supo lo que haría tras divisar al moreno acercándose a la pista y la figura menuda de Jezebel desapareciendo hacia... no lo sé, ¿el gimnasio, quizás?

    Cuando el gato falta, los ratones bailan, ¿verdad?

    —Ali-chan, tengo un par de invitaciones que hacer para nuestra pequeña fiesta de hoy. Nos vemos más tarde~

    Se aseguró de no volver a tocarla porque ya estaba en su puto límite. Tan solo le sonrió, metió las manos en los bolsillos y salió caminando hacia donde Vólkov había desaparecido de su vista. Giró por la esquina, reparó en las puertas del gimnasio abiertas y soltó una risilla breve.

    Bingo~
     
    Última edición: 8 Agosto 2020
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Y joey ha decidido que será con él quien se pegue(?)

    Alisha Welsh

    ¿Estaba sorprendida por la capacidad que estábamos teniendo de controlarnos? Bastante sorprendida, a decir verdad. Quizás si no tuviésemos la seguridad de la fiesta de aquella noche, no habríamos acabado igual.

    Asentí con la cabeza cuando dijo aquello y lo vi alejarse con una pequeña sonrisa. Entendía muy bien por qué solo se había despedido con una sonrisa, porque es el mismo motivo por el que yo lo había imitado.

    Enarqué una ceja, eso sí, cuando vi hacia dónde se dirigía. Persiguiendo a la conejita, ¿eh? Pero... ¿por qué justo en ese momento? Con curiosidad dirigí la vista hacia la pista, descubriendo que el siguiente en saltar era un tal Sonnen.

    Oh. Creo que empezaba a entender.

    Con una risa me llevé las manos tras la nuca, observando la pista divertida. Katrina tenía razón, se estaba gestando algo muy divertido en aquella Academia y estaba empezando a tener muchas ganas de verlo.

    * * *
    Emily Hodges

    Reí ligeramente, encogiéndome de hombros, tras separarme de ella. Tenía que estar realmente preocupada y molesta para admitir aquello con tanta naturalidad, porque no era lo típico de ella.

    Me llevé las manos tras la espalda, sin decir nada más. ¿Suicida? Quizás lo era un poco. ¿La mayor perra del Sakura Gakkuen? Eso... también podía ser verdad. Mientras Mimi se encargaba de intentar justificar a Usui-senpai, busqué con la mirada aquella cabellera teñida entre la multitud. Sorprendentemente, la encontré en algún lugar no muy lejano del patio.

    Ladeé la cabeza al distinguirla, sin apartar la mirada. La verdad es que simplemente parecía enfadada... con todo. No entendía por qué, pero tenía que haber un motivo de peso para que estuviese así. Algo tenía que pesarle en el corazón y no era capaz de sacarlo, convirtiéndola en aquello: una persona enfadada con el mundo que enfocaba su ira en... en f-fin, s-sexo...

    Aparté la mirada sintiendo que mis mejillas se sonrojaban ligeramente de nuevo y decidí centrarme en la pista para dejar de pensar en ello. Era suicida desde luego, pero por mucho que pudiese molestarle aquello, Mimi no se diferenciaba tanto de ella y nuestra amistada había acabado saliendo bien, ¿verdad? ¿Qué podía perder por intentarlo?

    Fruncí el ceño cuando vi que otro chico se dirigió a la pista de salto y dirigí la mirada hacia el edificio, repentinamente preocupada. ¿P-por qué estaban tardando tanto? ¿A-a lo mejor las heridas de Kurosawa-san eran peores de lo que parecía? ¿¡Acaso había confiado demasiado en Usui-senpai y no la estaba cuidando!?

    La mano de Kashya sobre mi hombro me sacó de mis cavilaciones, provocándome un pequeño respingo. La miré, sorprendida.

    —Están bien.

    Fue todo lo que dijo antes de volver a su sitio, cómo si nada. ¿Están bien? ¿¡Y ella cómo podía saberlo!?

    —Kashya~ —solté, con tono quejumbroso, mientras me colocaba a su lado—. Deja de ser tan críptica~

    ¿Sabes que podrías perder, Emi-chan? La viriginidad, eso mismo (???
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    ... Me irritaba.

    Agh, realmente me irritaba.

    Seguí a Emily con la mirada de soslayo cuando Kashya entró en escena y se fue tras ella. ¿Qué diablos había pasado? La pieza faltante del puzzle me estaba provocando dolor de cabeza. Sentía una desagradable presión en la boca del estómago, tensa, e instintivamente volví a morderme la uña ya rota del pulgar.

    Tsk.

    No me gustaba aquella maldita situación.

    No me gustaba lo que eso implicaba. ¿Emily y Katrina? Y una mierda. Nada bueno podía salir de eso. El carácter genuinamente honesto e inocente de Emily la exponía a peligros constantemente. Y nada tenía un letrero de peligro más grande y con inmensas letras de neón que Katrina Akaisa.

    La localicé nuevamente en el patio, algo lejos, pero dentro de mi campo de visión.

    No debería inmiscuirme, lo había dicho. Pero bueno, yo tendía a actuar por impulsos ¿no? Nunca me había cuestionado drmasiado las cosas.


    Me giré buscando una cabellera pálida cerca de donde me encontraba.

    —Aika ¿tienes agua?

    Izumi alzó apenas la cabeza, confundida.

    —¿Eh? Ah, sí. Toma.

    Y me tendió una botella pequeña, de menos de un litro. Desenrosqué el tapón y le di un largo sorbo. Tenía la garganta seca. Demasiado joder. E iba a necesitarla para tener un diálogo civilizado. Todo lo civilizado que pudiera ser teniendo en cuenta de quién se trataba.

    Se la devolví sin decir nada y pude percibir como las pálidas mejillas de Aika se teñía de un ligero carmín. Sus ojos se balancearon entre mi mano y cualquier otro rincón del patio, repentinamente nerviosa, y soltando una risa floja, casi avergonzada, se llevó la mano tras el cuello.

    —Oye... ¿Si bebo ahora de la botella no sería un beso indirecto?

    Idiota.

    Estaba tratando de ser seria allí.

    —¿¡Ah!?—bufé— ¡No digas ridiculeces, estúpida!

    Aquel exabrupto logró desbalancear mi confianza como un castillo de naipes. Era una persona orgullosa y vergonzosa. La mínima cosa que se saliera de lo usual me crispaba los nervios. Ella solo río en respuesta, tal vez buscando calmar el ambiente repentinamente tenso, o tal vez por mi rostro rojo, o por lo que fuese.

    ¿Me importaba? No.

    No estaba pensando en ella ahora mismo. Estaba pensando en Emily.

    Nunca me había negado nada en lo absoluto. Siempre había sido una consentida. ¿Un móvil nuevo? Lo tenía al instante. ¿Ese vestido negro de la tienda tan mono? En segundos. ¿Qué se me antojaba un gato persa? Raiden estaba allí al día siguiente.

    Papá siempre me lo consentía todo. Pero no era como si fuese un padre complaciente o el padre perfecto del año. Era su varita mágica, esa que coartaba todas sus ausencias. ¿El móvil nuevo? Me lo regaló tras faltar a nuestra cena mensual. ¿El vestido negro? Fue una disculpa por no poder asistir a mi recital de piano. ¿Sobre el gato persa? El psicólogo le dijo que necesitaba compañía, que me estaba aislando. Necesitaba un mínimo de responsabilidad para no convertirme en una tirana.

    Papá me lo daba todo. Todo lo que no necesitaba en realidad. Aquellas fracturas, aquellos vacíos emocionales por la falta de afecto casi patológica los había llenado Emily. Todos y cada uno de ellos. Mi corazón estaba lleno de grietas cosidas con hilo dorado.

    Y una mierda iba a permitir que Akaisa se entrometiese.

    >>Akaisa-senpai—la llamé con seriedad deteniéndome a unos pasos de ella—. ¿Podemos hablar un segundo?

    ALGUIEN DIJO SALSA?
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Estaba cansada de esa mierda, ¿cuánto tiempo más iban a tardar esas pruebas de mierda? Necesitaba fumar de una buena vez.
    Buscó con la mirada al dúo de estúpidos, pero ubicó solo la melena rubia de Alisha. Wickham se había evaporado... junto a la conejita. El cabrón era un buitre, ¿verdad? Qué repugnante.

    Aunque ella lo había sido también con Emily.

    Ah, qué le dieran de todas formas.


    Una vocecilla conocida atrajo su atención y giró el cuerpo, para poder mirarla. Allí estaba, su maldito espejo. Cabello rubio, como una cascada, y aquellos ojos azules. Si le cubría la mitad del rostro, era ella.

    Bufó.

    No quería verla, pero debía admitir que una parte de sí le hacía gracia que fuese tan ridículamente predecible, estaba allí por Hodges. No se acercaría a ella por otra razón.

    —¿Qué se supone que quieres tú de mí, Mimiko Honda? —Su expresión, tosca, casi indiferente, recordaba bastante a la del mismo Altan cuando se había dirigido a la rubia—. ¿Desde cuándo las niñas ricas se acercan a las zorras como yo, sobre todo cuando incité a otra persona a intentar aflojarte los dientes?

    Niñas ricas.

    Ella también era una.


    Y si se detenía a molestarse en averiguar sobre la vida de Honda, suponiendo que lo lograrse siquiera, podría darse cuenta que el núcleo que había creado a los monstruos era el mismo, a pesar de sus claras diferencias de comportamiento.

    Ella habría podido ser una princesa tirana también, ¿no? Sí.

    Pero era más divertido ser una princesa corrupta.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    No me había acercado para cruzarle la cara de una bofetada, realmente no. Solo estaba allí para charlar. En principio. Pero su actitud de mierda lo hacía difícil. Bastaba escuchar su voz ronca y desencantada del mundo para que mi mente se pusiera en piloto automático.

    Agh, me irritaba.

    El cabello teñido con aquellas mechas rojas, brillantes, enmarcándole el rostro. Los ojos afilados, dispares, felinos. Era esa clase de persona que no tocarías ni con un palo si tuvieras un mínimo de sentido común.

    Al parecer Emily tampoco tenía de eso.

    —No lo sé ¿qué supones que quiero, Katrina Akaisa? Lo sabes de sobra ¿no es cierto? Ambas sabemos que no vendría por otra cosa—usé el mismo tono desinteresado que ella al responderme. La miré directamente a los ojos pero todo mi cuerpo estaba en tensión. Como un animal preparado para abalanzarse y atacar en cualquier momento. Solté una risa vacía, sin gracia—. Por favor. No somos tan diferentes. Ambas somos dos zorras.

    Eso lo tenía clarísimo. Nunca lo había negado.

    Actuábamos de formas distintas, diametralmente opuestas, pero no éramos niñas buenas. Yo era una materialista barata con el orgullo de plástico y ella era uno de esos demonios de las historias míticas tradicionales. Esos que aguardaban en la oscuridad y durante noches de luna llena te devoraban hasta absorberte el alma. ¿Cómo era?

    Ah sí, Yokai.

    No entendía como alguien podía resultarme tan meramente irritante con el solo hecho de existir. Tal vez, que hubiera incitado a Kurosawa a golpearme en la azotea tenía algo que ver. Su prepotencia, como si comandara desde un trono improvisado o tirara de los hilos correctos con una precisión casi milimétrica. Parecía tan acostumbrada a conseguir lo que quería como yo. Exactamente como yo. Era como una lucha clara por poder y territorio.

    No toques a Emily con tus sucias manos, hija de puta. Dios sabrá donde las metiste antes.

    Estreché los ojos, arrugando el ceño. Había comprimido los puños a ambos lados de mi cuerpo, las uñas rotas se me clavaban en las palmas hasta el punto de resultar doloroso.

    —Me das asco—solté sin dilaciones y ladeé apenas la cabeza. Los mechones rubios me rozaron las mejillas con la suavidad de una pluma— Instigaste mucho para que Kurosawa me pegara pero tú no moviste un solo dedo. ¿Qué te pasa Akaisa? ¿Eres una perra cobarde? ¿Delegando en otros las tareas que no puedes hacer tú?

    Agh, me irritaba.

    Me irritaba.

    Me irritaba tanto.

    Rojo.

    Veía rojo.

    Sin embargo, pelearme con ella en mitad del patio durante una clase de gimnasia no era lo más adecuado. No sabiendo que Emily estaba por ahí, que podía vernos y que acababa de tratar de ayudarla. Todo lo que me retenía de no dar un paso hacia delante y cruzarle la cara de parte a parte era justo esa.

    La misma que me había llevado hasta allí.

    Solté un bufido bajo, aún ceñuda y recompuse mi postura tensa. No quería exponerme demasiado pero era ridículo porque ambas sabíamos muy bien la razón. Enredé un mechón de cabello dorado en mi índice y tiré ligeramente de él. Ya no me quedaban uñas que morder. Mierda. Debía centrar mi ansiedad en algo.

    >>No sé lo que pretendes—finalicé hosca—, pero deja a Emily lejos de tus mierdas de rara marginal.

    Busca otro conejito que morder, Akaisa.
     
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    Zireael

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    No había que ser ningún avispado para darse cuenta de que Mimiko Honda la estaba juzgando, como si fuera alguien para hacerlo. Había que ver lo que le provocaba nada más ver a lo más parecido a un criminal que iba a encontrarse.
    ¿Tanto odio y recelo sentía? ¿Qué mierda le importaba?

    Rio, una risa apagada y casi condescendiente.

    Encima había decidido mirarla a los ojos, como si eso fuese a cambiar algo, como si verse reflejada en aquellos orbes, que sí eran pares, fuese siquiera relevante. Parecía que si movía un solo músculo, iba a accionar el gatillo de sus propios movimientos. ¿No lo sabía? Perder el tiempo en preparativos podía significar la muerte.

    El lobo que no anuncia sus movimientos antes de lanzarse a la yugular es el que gana. Quizás debía leer un poco más, en vez de andar defendiendo a gente que no necesitaba protección alguna.

    Ella no iba a agachar la vista ante nadie.

    No lo hacía ante Damian Akaisa, un alemán de cepa que dominaba toda una bestia farmacéutica. Mucho menos iba a hacerlo ante Mimiko Honda, incluso si realmente se atrevía a soltarle una bofetada.

    "Me das asco".

    ¿Te pongo en la línea de espera con Sonnen o...?


    —¿Me has visto, Honda? —preguntó, sin más—. No ganaría una pelea física ni aunque me lo propusiera. Porque eso muevo las piezas en el tablero y a veces las piezas se mueven solas, a mi favor. Alenté a Kurosawa, quien en el fondo no es tan diferente de mí como podría parecer, porque hubiese sido divertido y poco más.

    Una parte de sí realmente tampoco quería que Shiori tocara a esa asquerosa niña de papá.

    La prefería mil veces con un puto pandillero de mierda que con una niña rica.


    Se acercó a ella, no de la forma en que se había acercado a Emily, y ni siquiera la tocó. Solo se aproximó para poder sisear como una serpiente.

    >>Me divierto a costa de insufribles como tú. Las reacciones femeninas a mi comportamiento son particularmente entretenidas y fueron, de hecho, las que crearon al monstruo que tanto temes que se acerque a Hodges. Por demás, Honda, tú no eres quién para hablar sobre delegar tareas... Pertenecemos a la misma clase maldita de nacimiento. El dinero lo mueve todo y aún así es terriblemente frío, ¿no te parece, cariño?


    Se movió a su lado, sin dejar de mirarla en ningún momento, eran los movimientos de un depredador también, pero no había tensión alguna en sus músculos.

    —¿Dejarla fuera de mis mierdas de marginal? —Volvió a reír, una risa de dientes descubiertos, que le dio cierto aspecto de hiena—. Antes de venir a darme advertencias estúpidas vigila a tu querida Emily, Mimiko, no seré yo quien detenga las piezas del tablero cuando estas se mueven sin que yo tenga que hacer esfuerzo alguno. No hay nada que yo pueda hacer si los conejos se meten por voluntad propia a mi boca, la sangre de los suicidas ha mantenido a las bestias del infierno que tanto repudias por muchísimo tiempo.

    >>No seré yo quien te obligue a acompañarnos en este mundo tampoco. Evidentemente no es el tuyo y no quiero intrusos.
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Hay algo muy curioso en la forma en que el comportamiento humano, llamado racional, actúa peor que los animales a veces. Basta un mero disparador. En cuestión de segundos la sangre se dispara como un torrente, la adrenalina desborda los sentidos y todo se vuelve rojo.

    Rojo.

    Rojo.
    Rojo.

    Ah, como los mechones tintados de la zorra.

    En un principio escucharla hablar me resultó graciosa. Ese tipo de gracia que te causa la gente patética. Ese tipo de gracia casi condescendiente, tosca e incrédula. Pero no reí. La seguí con la mirada de reojo, todos y cada uno de sus movimientos. Esos que parecían calculados de forma milimétrica.

    Actuaba con la seguridad de aquellos que se sabían con el control de la situación. No iba a responder de forma sumisa, los de su tipo no seguían ese pensamiento. Buscaban el momento preciso para dar el golpe de gracia. Lo sabía pues los conocía de sobra. No pude evitar comparar la tensión repentina como la experimentada en una lucha encarnizada entre dos animales salvajes.

    Esbocé una media sonrisa tosca.

    "Perdona, ¿qué dijiste? No pude entenderte por la cantidad de penes que has debido de meterte en la boca".

    No me preocupaba en lo más mínimo. No me daba miedo y no le tenía ningún tipo de respeto. No éramos tan diferentes y al mismo tiempo, el solo hecho de pensar que tenía lo más mínimo en común con ella me repugnaba. A medida que hablaba y sus palabras se deslizaban sinuosas y siseantes como serpientes solo deseé cerrarle el hocico.

    Ya no era gracioso.

    Me irritaba.

    El corazón me latía en el pecho de forma frenética aumentando el flujo de sangre en mis venas. Reacción de lucha o huida.

    ¿Huida? ¿Quién se creía que era?

    Cállate.

    Cierra la puta boca.

    Apreté los dientes con ira y estuve por escupirle en la cara cuando de su garganta brotó aquella palabra tan repugnante, tan irónica, tan vacía. Esa que solo buscaba provocarme.

    Cariño.

    ¿Cariño?

    —Muérete—escupí. Las palabras solo emergieron de mi garganta, siseantes, profundamente furibundas—. Vete a la mierda Akaisa. De dónde jamás debiste salir.

    Rojo.

    Como la sangre que deseé derramar en el piso.

    >>No seré yo quien te obligue a acompañarnos en este mundo tampoco. Evidentemente no es el tuyo y no quiero intrusos.

    El sonido de mi mano impactando contra su rostro fue perfectamente audible en el silencio del patio.

    Había sobrepasado el límite de mi ínfima paciencia. No iba a seguir escuchando estupideces.

    Rojo.

    Todo se volvió profundamente rojo.

    Como las flores que les gustaban a mamá. Esa que solía llevar en el cabello, que recogía del jardín. Rojo. Como la sangre en el suelo aquella tarde.

    Todo se volvió negro después de eso. Monocromático. Caí en un pozo profundo, angosto y oscuro en el casi ni podía respirar.

    Nunca volví a ser la misma después de eso.

    La empujé al suelo con la rabia de un animal enfurecido. Podría haber ido por su rostro. Era delgada, casi frágil. ¿Cómo podía decir que no tendría ningún tipo de posibilidad en el cuerpo a cuerpo? Medíamos prácticamente lo mismo y teníamos la misma complexión delgada y flexible.

    Solo era una maldita cobarde.

    Prefería actuar tras bambalinas, manejando los hilos, lejos de las consecuencias directas de la línea de pólvora que su actitud iniciaba.

    Eso era lo que buscaba. Las piezas del tablero siempre se movían a su favor. Probablemente había planeado eso desde el principio. Casi pude ver el destello de aquella sonrisa desencajada un breve segundo. Logré encauzar mis pensamientos a tiempo para no acabar expulsada.

    Ya no había uñas que romper.

    Ni cabello del que tirar.

    La ansiedad no tenía catalizador directo y encontró su lugar en la figura de Katrina.


    Cerré mis puños sobre la camiseta del uniforme de gimnasia, alrededor del cuello, y la zarandeé sobre el suelo polvoriento del patio.

    —¡Maldita hija de puta!—le espeté, casi rugí— ¿Crees que solo es un pedazo de carne hueco y sin alma como tú? ¡Ella solo fue detrás de ti para ayudarte! ¡¡Solo quiso ayudarte maldita escoria!!

    El rojo empañó mi visión. La odiaba. La detestaba con toda la fuerza de mi ser. La hubiera matado con mis propias manos, enterrado mis uñas en su piel hasta desatar ríos de sangre y apretar su cuello hasta que su pecho dejase de moverse.

    Estaba ciega de ira.

    Emily me había salvado. Su actitud pura y genuina, aquella sonrisa amplia y deslumbrante tenía la capacidad de hacer que mis problemas pesasen menos. Incluso cuando me asfixiaban, cuando parecían hierro sobre mis hombros y me hundían en la tierra. Alejaba mi soledad, traspasaba mis murallas y me hacía sentir...

    Como si le importase a alguien.

    Como si al menos fuese importante para alguien en aquel mundo vacío y monocromático.

    Lo necesitaba de forma desesperada. Casi obsesiva. Saber que no estaba tan solo como realmente me sentía.

    Sola.

    —¡Mii-chan!

    Todo lo que escuché fue una voz. Apenas se coló entre las nieblas de mi ira, apenas logró horadar en mi consciencia ahora herméticamente cerrada.

    —¡Mii-chan suéltala!—su voz sonó como un chillido agudo, demandante— ¡Mii-chan!

    Era una idiota. ¿Qué estaba haciendo allí?

    ... ¿Aika...?

    Sus atléticos brazos me sostuvieron los propios y me apartaron del cuerpo de Katrina en el suelo. Sujetó mis manos, mis muñecas con fuerza, aunque yo forcejeaba y tironeaba como un animal salvaje.

    Emily siempre me había parecido esa pieza faltante en mi vida de plástico. No tenía madre, no tenía padre. Todo lo que tenía era una mansión fría donde me sentía una mierda casi todos los días del año.

    No valía nada para nadie.

    Para mi padre
    .

    Para su nueva esposa.

    Para su hijo.

    —¡Suéltame!—rugía fuera de mí, ida— ¡Suéltame, voy a matarla! ¡Voy a matar a esa perra!

    No podía centrarme en absolutamente nada más. Respiraba con pesadez, casi jadeando por la ira y el esfuerzo. La cara me ardía, el pecho me ardía y mis ojos estaban vidriosos por las lágrimas.

    No llores.

    No llores estúpida.

    Ni se te ocurra llorar ahora.

    —¡Emi-chii!—la voz de Aika volvió a imponerse, aguda, y escuché un silbato en alguna parte del patio— ¡Por favor haz algo!
     
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    Zireael

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    Reí.

    Reí.

    Reí.

    Como el puto monstruo que era, como la bestia en la que me había convertido, en la maldita desgraciada que me había transformado tener una madre frágil pero amorosa y un padre poderoso pero desentendido.
    Reí aunque me había abofeteado, aunque me había lanzado contra el suelo y se comportaba como una puta desquiciada.

    Reí.

    Porque esa pequeña zorra impaciente nunca podría causarme ni la mitad del daño que había recibido de mis propias manos, de la indiferencia de mi padre y de la muerte del único individuo masculino que había significado algo en mi vida.

    Y había dolido, claro, el golpe contra el suelo, el ardor de la bofetada. Pero era casi estimulante.

    Deseaba patearle el estómago hasta dejarla sin aire, arrancarle ese puto pelo rubio de raíz, rasguñarle la cara, presionarla contra el suelo hasta que pidiera que la soltara. Arrastrarla a mi mundo, ese hecho de nada más que humo y absoluta oscuridad, y enseñarle los rostros de quienes vivíamos allí, para que tuviese verdaderas razones para sentir asco de todos. Deseaba muchas cosas, pero ninguna valía tanto la pena como verla enloquecida sin siquiera haberla tocado. Había perdido ella, por ceder al terror y la ira. Ni siquiera yo había cedido de aquella manera, siendo que vivía furiosa.

    Incluso cuando me la sacaron de encima seguí riendo, quería decirle tantas mierdas en toda su puta cara enfurecida, pero no podía recuperar la compostura. No podía ni levantarme del suelo.

    La gente que ama siempre termina como tú.

    Siempre.

    Defienden a sus objetos de amor de esa manera, sin siquiera molestarse en juzgarlos.

    El amor es una estupidez, ciega, sin forma, que solo abre grietas.

    Cuando deseas amor...

    y no lo recibes de la forma en que esperas.

    Terminas así.

    Tienes que aprender a ser tu propia ancla, maldita niña estúpida.

    Quería escupirle en la cara, marcarle los dedos en el cuello, enseñarle quién mierda mandaba, bajarla de su trono asqueroso y erigir el propio sobre su cuerpo de princesa.

    Como una tumba digna.

    Pero no iba a rebajarme nunca a su nivel, jamás. Ella iba a llorar y yo, yo estaba descojonándome. Porque era esa perra.

    ¿Ayudar? Que se fuesen todas a la mierda.

    Giré sobre mi costado una vez que conseguí dejar de reír, incorporándome. Creo que le dediqué la sonrisa más inquietante que pudo formarse en mi rostro jamás, una sonrisa de genuina diversión, que dejó ver el verdadero yokai que se había apoderado de mí desde que mi padre quiso arrojarme a los brazos del hijo de uno de sus socios, con tal de asegurar el futuro de su maldito titán. Y luego de haber visto que la única persona que podría ser una amiga no había podido llorar a su hermano.
    Fueron segundos, lo sé bien, pero parecieron una puta eternidad.

    No pensaba permitirle nada más. Me volteé, alejándome de allí, perdiéndome entre la gente, sin una dirección precisa.

    Mátame.

    Vamos.

    Hazme un maldito favor, perra.

    Mátame.

    Y tendrás a los Akaisa en el cuello.

    Mátame.

    Antes de que tome todo y lo consuma frente a tus ojos.

    Porque tampoco voy a detenerme.

    Nunca.

     
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    Amane

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    Fui demasiado lenta. Estaba demasiado distraída con Kashya para percatarme de que Mimi se había ido repentinamente, y no fue hasta que escuche la voz de Aika llamándome, agitada, que me giré a ver que pasaba.

    Y lo que vi hizo que me horrorizase. ¿Había sido mi culpa....? Por no haber querido guardar un secreto demás, Mimi se había enfadado y había ido a pelearse con Katrina... ¿Y encima tenía que haber sido Aika la que la separase porque yo estaba distraída? Ugh...

    Me acerqué lo más rápido que pude a la escena, justo momentos antes de que Katrina se levantase y se fuese, lo que me permitió pedirle perdón de manera algo apresurada por el comportamiento de Mimi, completamente avergonzada.

    Había sido mi culpa.

    Había sido egoísta.

    La vi alejarse antes de girarme de nuevo hacia Mimi, con una expresión difícil de definir en mi rostro. No estaba molesta, parecía más bien decepcionada... pero conmigo misma.

    —Mimi... —murmuré, acercándome para coger una de sus manos entre las mías en un intento de calmarla.

    Al menos podía intentar fingir estar bien para ayudarla. Era lo mínimo que debía hacer para compensar mi culpa.

    >>Te he dicho que no había pasado nada malo, ¿por qué no me crees?

    No había reproche en mi tono de voz, aunque no fui capaz de mirarla a los ojos mientras hablaba. Si lo hacía era bastante probable que acabase siendo incapaz de seguir hablando.

    >>¿Es eso lo que te preocupa? Si te tranquilizas y prometes no enfadarte conmigo ni con ella... te puedo contar lo que ha pasado...
     
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    Hygge

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    Un sollozo ahogado escapó de su garganta cuando se abrió paso entre la multitud, aturdida y a trompicones, hasta divisar el epicentro de aquellos gritos, que la habían dejado intranquila en su asiento. El horror enmarcó su rostro, sus pies estancados en el suelo, mientras todo a su alrededor sucedía a cámara lenta. Los gritos de una de sus senpais, los horribles insultos que, por primera vez en mucho tiempo, le hicieron hervir la sangre. Quizás, todo se reducía al hecho de que quien consideraba allí la víctima de la agresión era la joven que había pasado la tarde anterior junto a ella, aguantándola a pesar de sus peticiones y exigencias. De su carácter diametralmente opuesto al suyo.

    Katrina Akaisa.

    Ni siquiera la conocía del todo, pero no era difícil hacerse un hueco en un corazón tan grande como el de Rachel. Hubiese hecho lo mismo por Konoe, por Ai, incluso por Yukie, quién sabe. Quizás por ello corrió hacia ella cuando se levantó del suelo, las lágrimas empañándole la visión. Los ojos le picaban y un nudo prieto le impedía respirar con normalidad pero se arriesgó a gritar su nombre. A intentar seguirla durante uno, dos pasos quizás. Lo suficiente hasta que el aura que emanaba la chica la frenó en seco, haciéndola abrir los ojos de la impresión. El corazón se le paró en el pecho; conocía bien esa sensación.

    Fue la primera vez que sintió miedo. Miedo de ella. Como si una parte de sí no pudiese reconocer a la chica de mechas rojas que hacía un día escaso le daba lecciones de pintura.

    —¿¡Por qué has hecho eso!? —chilló, su voz quebrada por el llanto. Ya no se dirigía hacia Katrina, quien se había perdido entre la multitud. Sus orbes claros ahora enrojecidos por la tristeza y la furia se enfocaban en Mimi Honda, quien era atendida por varias chicas en un intento por evitar más problemas. No supo bien por qué empezó a avanzar hacia ellas, si estaba temblando como una hoja. Parecía que una de sus amigas lo notó, una castaña de cabello corto, pues se adelantó colocándose frente al grupo. La miró con una mezcla de impotencia y culpabilidad, pero eso solo la hacía sentirse peor—. ¿¡Cómo puedes decir todas esas cosas sin sentirte mal por ello!? ¡Discúlpate!

    Liza la sintió chocar contra su cuerpo, y la retuvo con sumo cuidado entre sus brazos, notando cómo golpeaba su torso con sus puños una y otra vez a pesar de no tener un ápice de fuerza. Se mordió el labio inferior, destrozada ante la imagen de una kohai entre sus brazos en ese estado. Más aún cuando todo había iniciado por culpa de su amiga.

    —Lo siento —susurró. Una disculpa por Mimi, quizás, aunque bien sabía que no serviría de nada—. Lo siento.

    La joven rubia permaneció allí, sollozando, pidiendo una y otra vez que se disculpara. La tristeza y la vergüenza fueron frenando sus golpes, hasta que no quedó nada.

    Dunno what im doing bru, se me salió la Rach
     
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    Zireael

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    El chillido me rasgó la mente con una fuerza que parecía haberle otorgado yo misma, porque no tenía sentido que esa chiquilla pudiese alzar la voz así. Se abrió paso a través del eco que seguían haciendo mis propias carcajadas.
    Me detuvo de golpe, me estaqueó al patio, allí en alguna parte entre la multitud, con los ojos abiertos como si hubiese visto a un legítimo espectro. Me había atravesado el pecho de lado a lado, como un arpón, y había rozado peligrosamente el escudo dorado que recubría mi corazón maldito.

    Rachel.

    ¿Era una maldita estúpida? ¿Una suicida?

    Boqueé por aire, como un pez fuera del agua, y los músculos adoloridos por el golpe contra el suelo se quejaron inmediatamente. Algo me decía que regresara, que estuviera allí por si a la zorra de Honda se le había ido demasiado la olla y arremetía contra la frágil Rachel. ¿Era sentido común o una mierda igual de impulsiva que todas las que hacía?
    Me temblaron las piernas, no había sido así ni siquiera cuando la princesa desquiciada me arrojó contra el suelo, ni siquiera cuando me levanté.

    Rachel.

    Estaba loca.


    Me ardían los ojos de repente y bufé para mí misma.

    No había nada que yo pudiera hacer si Rachel se movía sola en el tablero, pero lo cierto era que entre menos contacto directo tuviera conmigo... Mejor iba a ser para ella.

    Perdóname, princesa.

    ¿Yo, pidiendo perdón? Vaya mierda.
    Ya había tenido suficiente de esos dramas de cuarta que empezaba Honda todo el tiempo, tenía un desastre que organizar que era mucho más importante.

    Mientras entraba al edificio, inconsciente de que esta vez sí buscaba directamente soledad, saqué el móvil y marqué los dígitos de memoria.

    Vamos, loca de mierda, responde.
    No podía no reaccionar a Rach im sowwy
     
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  13.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    No tardó el desatarse una absoluta conmoción. Entre las filas de alumnos, sobrecogida, una joven observaba la escena con pupilas contraídas y diminutas.

    "Oh Dios"

    Su sentido de la responsabilidad y el deber la impulsaba a lanzarse hacia delante y hacer algo, ayudar de alguna forma, detenerlas quizás. Pero todo había sucedido en cuestión de segundos. Un mero tick tack y había estallado una bomba capaz de desatar una hecatombe sin precedentes. Los gritos casi desaforados, más parecidos a rugidos de Mimiko Honda se había alzado sobre el murmullo generalizado, bruscos, salvajes, acompañados por la oscuridad casi ominosa y desquiciada de las carcajadas de Katrina Akaisa. El ambiente se había tensado de forma súbita.

    Oscuridad.

    Parecían completamente fuera de sí. Ambas. Como bestias embravecidas, letales, pero actuando de formas completamente opuestas. La furia y voracidad de Mimiko Honda no parecía poder traspasar la pared amurallada y llena de espinas que era Akaisa. Todo el que lo intentase rasgaría sus manos con el tronco de la Acacia. Igual que Konoe tampoco había podido hacerlo.

    Se miró las mano. Esa que ella no había querido tomar. Temblaba.


    Konoe Suzumiya estaba temblando.

    Nada parecía poder alcanzarla ya.

    En otro lugar de la fila de alumnos una joven de cabello verde recogido en una coleta alta se llevó ambas manos a los labios. Su cuerpo se había congelado, pegado al suelo, inamovible. Yukie estaba aterrada, conmocionada y al borde de las lágrimas. Sus ojos, abiertos por efecto del shock, parecían negarse a creer nada de lo que veían.

    Mimiko Honda estaba en el club de cocina con ella y Satoko. Pero la figura que más llamó su atención, que más le encogió el corazón en el pecho, fue aquella silueta menuda de grandes ojos azules y liso cabello dorado como una cascada de sol.

    —Gardner-san...—murmuró con un hilo de voz.

    Las manos de Aika se le antojaron como frías cadenas de acero alrededor de sus muñecas. Firmes, tensas. No le hacían daño pero la sostenía con fuerza, implacable, mermando su amplitud de movimiento. Conteniéndola. Si algo detestaba Mimiko Honda esa era sentirse vulnerable.

    Frágil.

    Expuesta.


    Irónicamente ahora era visible delante de todos. Todas y cada una de las fracturas en el escudo.

    Los murmullos se extendieron como el fuego sobre un reguero de gasolina.

    —Suéltame—casi siseó y sonó ronco, brusco y amenazante, como el gruñido de un animal herido.

    Izumi tensó por instinto el agarre en torno a sus muñecas. Vaciló ligeramente, insegura, sabiendo que Mimi era totalmente errática e impredecible cuando perdía el control.

    Aunque jamás lo había perdido de esa forma. Akaisa había pulsado los botones correctos para sacarla por completo de sí misma.

    —¿E-estás segura?

    A la mierda.

    Nunca había tenido mucha paciencia de todos modos. Apretó los dientes hasta que sintió que cederían.

    —¡Quítame las putas manos de encima Aika!

    Forcejeó con brusquedad y Aika la soltó como si sus manos quemansen. Aún veía rojo. La ira aún le burbujeaba dentro de sí como una maldita olla a presión. Su respiración era forzada y dificultosa y los ojos le picaban con fuerza, acuosos, apenas podía ver nada a través del grosor de sus lágrimas.

    No lloraba por Katrina.

    Lloraba porque era muy consciente de aquella fatídica realidad. Una realidad donde sus sentimientos, esos que buscaba proteger, eran tan frágiles e inestables y estaban tan... tan lejos de alcanzarla. No era como si pudiera hacerlo, lo sabía de sobra. Desde el momento en que su amistad se convirtió... en eso.

    El tacto de su mano suave se le antojó lejano y ajeno pero tan cálido. Tan irresistiblemente tierno. Siempre había sido como ese pedazo de madera al que se aferraba cuando naufragaba en un mar de emociones turbulentas. Ella era su ancla. Quiso aferrarse a ella. Realmente deseó hacerlo. Esa parte de su ser obstinada, que se negaba a aceptar la realidad que le había sido lanzada con brutalidad a la cara deseó poder sentir sus manos más cerca, mucho más. Más. Esos dedos delicados, tan cálidos, tan tiernos.


    Dentro de sí.


    Debía ser una desgraciada cuando hablaba de la pureza de Emily, de cuanto quería cuidarla y protegerla, y ella pretendía corromperla para su propio beneficio. Devorarla. No era más que una zorra.

    Y lo sabía de sobra, nunca había tenido pretensiones de negarlo.

    Celos.

    Puros celos. La devoraban como polillas aferradas a un trozo de madera carcomida y desvencijada. No era como si pudiera hacer gran cosa ¿verdad? La zorra roja se había reído. Se había reído en su maldita cara porque sabía que en el fondo no era más que un animalito aterrado. Detrás de esa máscara, detrás de la furia, de la rabia, del orgullo, de la obstinción...

    No había más que una niña frágil llorando mientras sostenía sus rodillas y ocultaba el rostro entre sus piernas.

    Sus sollozos resonaban en el silencio asolador y vacío y regresaban sin respuesta alguna. Buscaban un consuelo que jamás regresaría.

    "Mamá".

    Invisible.

    Abandonada.

    No quería ser invisible.

    No quería desaparecer.


    Si su padre le prestaba un mínimo de atención o no, si la bruja de su madrastra solo quería su dinero porque no podía aspirar a otra cosa o si el imbécil de su hermanastro quería tirársela como se tiraba todas las chicas que le llamaban un mínimo la atención le era en aquellos momentos indiferente.

    Solo quería aferrar su mano. Sujetarse a ese sentimiento egoísta. Pero no. Porque algo en las palabras de la zorra la atravesó como el filo de una daga. Había dejado tras de sí una herida sangrante que manchaba el suelo con gotas oscuras.

    Negro.

    Todo el mundo era tan falso. Tan plástico. Estaba cansada de máscaras.

    Incluso de las propias.

    >>No seré yo quien detenga las piezas del tablero cuando estas se mueven sin que yo tenga que hacer esfuerzo alguno. No hay nada que yo pueda hacer si los conejos se meten por voluntad propia a mi boca, la sangre de los suicidas ha mantenido a las bestias del infierno que tanto repudias por muchísimo tiempo.<<

    La ira y la repugnancia le recorrieron las venas con una fuerza imparable. El conejo era Emily. Y era ella quien había accedido y entrado en el juego de Katrina sin poner peros. Otra pieza más, de tantas, que se movían al son que ella dictaba.

    Quiso vomitar.

    La apartó de un manotazo brusco.

    —No me toques Emily—siseó con brusquedad, amenazante. Su voz sonó como el silbido de una serpiente antes de lanzar su veneno—. No te atrevas a volver a tocarme.

    —¡Mii-chan!

    Aika intercambió miradas entre Mimi y Emily sin saber bien cómo reaccionar. Buscando ayudar, intervenir de alguna forma aunque era como si un abismo insalvable la separase de ambas. El suelo se había abierto bajo sus pies, había cedido, y no podía alcanzarlas.

    Volvió al sonar el silbato. La señal que haría caer el telón.

    —Honda, mueve el culo ahora mismo hacia el despacho de la directora. Todos, las pruebas han terminado por hoy. ¡Volved a vuestras respectivas aulas ya!

    Eso fue todo. Las pruebas de actitud física acabaron de aquella forma catastrófica. Cuando la multitud empezó a dispersarse y Mimi fue obligada a marcharse como la rea de una prisión, Aika se acercó hacía Emily con labios temblorosos. Aún parecía sobrecogida, incapaz de sopesar toda la situación con claridad.

    Las piezas estaban dispersas.

    Buscó las manos de Emily, esas que Mimi había apartado con brusquedad y las rodeó con las propias. Nunca había sido buena con las palabras. Nunca había sido ni muy inteligente o avispada, ni siquiera había podido disculparse con sus padres tras la muerte de Minato. Pero ahora quería saber.

    Quedaba una pregunta.

    Una duda que necesitaba responder como fuese.

    —Emichii.. ¿qué ha pasado?
     
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    Amane

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    Emily Hodges

    Dejé que apartase mi mano sin poner ninguna queja, sin levantar la vista del suelo. En aquel momento no me importaba toda la gente que había a nuestro alrededor, conmocionada, quizás preguntándose que había sucedido o hablando de ello. Al fin y al cabo, ni Mimi ni Katrina eran dos personas anónimas en la Academia.

    Fue extraño, todo lo que sentí en ese momento. La culpa se había acabado transformando en otro sentimiento que no supe reconocer del todo, una molestia poderosa que nunca había conocido.

    Ira.

    Estaba enfadada, terriblemente enfadada. ¿Tenía que ser yo la que se sintiese malo por todo ello? ¿No tenía acaso derecho a tener una vida propia sin que ella se metiese siempre? Primero Kurosawa-san, luego Akaisa-senpai. Que ella no quisiese hacer más amigos no era mi culpa, yo no quería estar encerrada toda mi vida en aquella burbuja en la que tenía que hacerlo todo bien, siempre hacerlo todo por los demás.

    Estaba harta.

    Me di cuenta de lo apretada que estaban mis manos en el momento en el que Aika intentó agarrarlas para hablarme. No se lo permití. No fui brusca como Mimi, pero me liberé de sus manos tan pronto como las rodeó.

    —Lo siento Aika, pero sinceramente, no lo sé —respondí, levantando la vista para mirarla, por primera vez sin ningún brillo en mis ojos—. Si quieres saberlo, pregúntaselo a ella, porque yo no he hecho nada malo. Si no le gusta la idea de que me acerque a alguien para preguntarle como está si lo veo mal, no es mi culpa. Si no se fía de nadie, tampoco es mi culpa. Si pretende que le cuente todo lo que hago como si tuviese que pedirle permiso para ello, está muy equivocada. Le he dicho que nada malo había pasado, pero aun así ha decidido meterse en este lío... quién sabe por qué. Y sinceramente, me da igual el por qué.

    Las últimas palabras cayeron pesadas como una losa. Nunca antes había dicho algo parecido, y quizás solo fueron movidas por el enfado, pero en ese momento solo quise decirlas. Soltarlas podían haberme aliviado en cualquier otra situación, pero lo cierto es no sentí nada después de hablar.

    >>Así que dejadme en paz, por favor.

    Me giré entonces, mirando a la chica rubia que estaba sollozando en los brazos de Liza. Quizás ese fue el único momento de toda aquella situación en el que mis ojos recuperaron una pequeña chispa de culpabilidad.

    >>Lo siento mucho por todo, de verdad —les dije, genuina.

    Y me alejé entonces del patio.

    Solo quería irme a casa.

    Oh boy, Mely me ha pasado su rage mode (?)
     
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  15.  
    Yugen

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    La expresión confundida de Aika solo se acrecentó ante la negativa de Emily. El sentir como separaba sus manos de las suyas nada más rozarlas se le antojó cortante y gélido, como un cubo de agua helada o una flecha atravesándole el pecho. Como si algo se hubiese roto de forma irremediable.

    Crack.

    La respiración se le cortó en la garganta por lo que se sintió una eternidad. ¿Podía esperar realmente otra cosa? Probablemente no. El desenlace no podía ser otro. Mimi explotaba y lo arrasaba todo consigo como una bomba de tiempo. Su ira era como un fuego abrasador que carbonizada hasta la más mínima brizna de hierba restante.

    Emily alzó la mirada para encontrar la suya.

    Los pozos violeta.

    Estaban vacíos, opacos y no podía distinguir ningún atisbo de luz en ellos. En esa mirada siempre alegre, tan expresiva, tan capaz de iluminar a otros.

    Tan viva.

    —¿Emichii?—susurró con un hilo de voz.

    No había absolutamente nada en ellos.

    Sus palabras sonaron mucho más directas, contundentes, como nunca la había escuchado antes. La voz le vibró átona, plana y vacía. Incluso cuando no había sentimientos discernibles en ella podía notar la decepción y el enojo en todo su cuerpo.

    Le devolvió pura consternación. Sabía que tenía razón incluso si seguía sin poder atar todos los cabos de aquella catátrofe. Mimi siempre había sido así después de todo. Egoísta. Era una zorra egoísta y posesiva. Así había sido criada, en eso la había convertido la ineptitud de un padre ausente, ese que opacaba su escaso amor paternal con bienes materiales como si eso pudiera llenar los huecos emocionales que cargaba desde los seis años de edad. En una materialista y egoísta barata, una princesa tirana, obstinada y orgullosa que creía que todo le pertenecía por derecho. Sin embargo, en el fondo tenía un corazón honesto y sumamente frágil como el cristal, capaz de quebrarse con la presión suficiente en pedazos irrecuperables.

    Porque su madre sí le había demostrado cariño.

    Ese afecto que buscaba, ese que le fue negado desde poco después de su muerte y tras el casamiento de su padre con una nueva mujer. No eran más que un placebo, un adorno ridículo y una mentira falsa y plástica.

    Todo era falso y plástico en su mundo de princesa.

    Detestaba estar sola, le aterraba ser abandonada, dejada de lado, de resultar tan prescindible como lo era para su padre. Pero su compartimiento volátil y altamente inestable irremediablemente terminaba siempre alejando a otros.

    Incluso a aquellas personas que habían permanecido a su lado desde el principio.

    ¿Podía culparlas? Ah, por supuesto que no.

    ¿Ella, aguantaría a su lado mucho más tiempo? Qué pregunta de mierda. Sus intenciones con Mimi tampoco eran honestas. En lo mínimo. Pero su carácter no era celoso ni egoísta y aún teniendo conocimiento sobre esos sentimientos que la Honda profesaba por Hodges nunca le había tenido resquemor ni odio. Sabía que no eran mutuos de todos modos.

    Y Emily era una persona buena que no se merecía ser tratada de esa forma... ¿verdad?

    Nadie debería ser tratado así. Incluso si no tenía todas las piezas del puzzle.

    "¿Qué vas a hacer ahora?"

    Susurró una voz en algún lugar de su cabeza. Sonaba como la propia, pero tan átona y mecánica como la de Emily.

    "¿No es obvio?"

    Se llevó la mano a la parte posterior del cuello y suspiró.

    "¿Qué has hecho Mii-chan? Solo has dado otra paleada de tierra a tu tumba"

    Ella se quedaría a su lado aún así. Incluso si todos se apartaban, incluso si el mundo entero la odiaba, ella sería la estaca que la mantuviese atada y le impidiese naufragar en el mar embravecido de sus emociones altamente convulsas. Incluso si rechazaba su compañía. Al menos hasta que lograse encontrar la estabilidad que necesitaba... o terminase hundiéndose por completo. En el momento en que ese odio lacerante la engullera como un pozo, en el momento en que la desesperación la cegase y su amor no correspondido se convirtiese en el clavo que sellase por completo el ataúd. Hasta que acabase coartando su inmensa ira de la misma forma que Katrina Akaisa.

    No le importaba si estaba rota.

    Apaleada o hecha jirones.

    La vulnerabilidad era un bien preciado que pocos habían tenido la oportunidad de presenciar, mucho menos en alguien como Honda. Ese momento en que se derrumban las murallas de forma inexorable y no queda nada más que una niña gritando en mitad del silencio. Ni orgullo. Ni obstinación. Ni máscaras.

    Solo la nada.

    Probablemente ni siquiera fuese consciente de la oscuridad en sus propios pensamientos. De esa pequeña chispa ajena, extraña, que saltó en algún lugar, a la que no pudo ponerle nombre.

    Se volvió en ese momento y pudo percibir la mirada de los ojos de Mimi desde la ventana del pasillo de la tercera planta. Fue un mero segundo porque todo lo que pudo percibir un instante después fue el destello de su cabellera dorada cuando se alejó.

    El despacho de la directora.

    Primera sanción.

    ¿De verdad se quedaría con ella?

    Probablemente Mimi tuviese razón.

    ... Y no fuese más que una idiota.



    Ok gurls, el capítulo de hoy terminó al fin :D *aplaude*

    La canción de arriba es, de hecho, el que será el ending de esta cosa extraña a partir de hoy y la pondré cada vez que cierre el día.

    Me ha costado un huevo pensar que escribir porque tengo el cerebro frito y no contaba con el rage de Emily pero alto plot twist, i'm so gay

    So... ARE U READY FOR THE ORG-PARTY? *rompe los speakers*
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Konoe Suzumiya

    Abandonó el invernadero apenas segundos después con pasos decididos. Por primera vez desde que sabía de ese sitio se sentía incómoda en él. Fuera de lugar, como si la bóveda de flores y hojas que lo cubrían le arrancase el oxígeno de los pulmones. El ambiente en la academia le había empezado a resultar sofocante. Todo el peso de sus emociones parecía haber caído sobre ella de forma súbita.

    Descolgó el teléfono. ¿Cuanto llevaba sonando? ¿Lo había escuchado siquiera?

    —¿Mamiya-san?

    La voz de la presidenta del club de jardinería sonó con urgencia al otro lado de la línea.

    —¡Cerasus-chan! ¡Ah, gracias a Dios!—soltó con evidente alivio—. Llevo tratando de ponerme en contacto contigo bastante tiempo pero no he podido y había empezado a preocuparme. ¿Dónde estás?—su voz suave tuvo cierto tono quejumbroso—. Tu madre llamó para preguntarme si estabas conmigo y tuve que decirle que sí. Ah cielos~ sabes que no me gusta mentir.

    Mentir.

    Basura.

    Cayó sobre su cuerpo como agua gélida, se colo bajo su piel sin tregua y pareció calar hasta sus huesos. Sentía calor. Pero la decepción, el arrepentimiento y el dolor resultante solo le provocaban un intenso frío por dentro. Se sentía tan tonta. Tan estúpida. Tan culpable. ¿Qué había hecho? Ella, la estudiante modelo perfecta.

    Miserable.

    Incluso cuando se permitía ser egoísta era ella la que terminaba sufriendo.

    —Lo siento—murmuró. Luchó para que la voz no se le quebrase. No quería evidenciar su lamentable estado frente a nadie. Apretó el móvil como si así pudiese sentir la voz de Mamiya más cerca, algún tipo de consuelo cálido en medio del desastre en el que se había convertido—. Realmente lo lamento Mamiya-san.

    Imbécil.

    El nudo en su garganta se había tensado y la presión sobre su pecho era colosal. La culpa casi le dificultaba tomar aire. Boqueó, sofocada, agotada. La bilis le subió a la garganta y sintió el irrefrenable deseo de vomitar.

    Pasó saliva.

    >>Estoy bien—mintió—. Ya voy a casa. Gracias por preocuparte, nos vemos en la mañana.

    Beep.

    No esperó una respuesta. No quería escuchar la voz maternal de Mamiya preguntándole si realmente estaba bien. No quería sentir su compasión a través de la línea, no sentía merecerla. No quería escuchar nada de nadie. ¿Qué había hecho, dios? ¿Qué mierda había hecho?

    Colarse en la academia de noche. Tomar alcohol. Besar a dos chicas. Insinuarse a su amiga, la chica de la que estaba enamorada, la de la vida promiscua, y que buscó la excusa más ridícula para rechazarla.

    La cuerda que ella misma se había puesto al cuello, esa que había logrado ignorar hasta el momento ahora la estaba asfixiando. Prieta, tensa. Finalmente era consciente. Pateaba frenéticamente en el vacío, de forma errática, buscando liberarse, buscando tomar aire.

    Pero no podía.

    Sentía asco de sí misma.

    Y era su culpa.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    OH BOY WHAT TURN OUT OF THE EVENTS


    Alisha Welsh

    Fue tan rápido que no me dio tiempo a reaccionar. Murmuré un "¿Joey?" lleno de confusión cuando logré enfocarlo pero parecía haber visto un fantasma y simplemente pestañeé un par de veces, incrédula, tras verlo desaparecer.

    Ni siquiera me importó quedarme a medias.

    Pero de repente hacía un frío del demonio.

    Me vestí sin más, sintiendo como todo el cuerpo me pesaba y la tarea se me complicaba de sobremanera, pero... logré hacerlo. Y arrastré los pies hasta salir del armario, sin saber muy bien hacia dónde dirigirme.

    Creía que el viernes me había sentido vacía pero no tenía ni idea de nada.

    Me había arrancado lo único bueno que me quedaba con mis propias manos, y lo peor de todo es que ni siquiera sabía cómo lo había hecho, y si eso tenía solución de alguna manera.

    Había roto a Konoe, a Altan y lo había hecho conmigo misma, y no me podía dar más igual.

    Pasé por los casilleros y salí al patio, pero ni siquiera las gotas frías me hicieron reaccionar de alguna manera. Rebusqué en el bolsillo de la falda hasta que di con el cigarro que había decidido llevarme para alguna emergencia.

    Bueno, si aquello no era una emergencia...

    Lo encendí y me quedé ahí, en mitad del patio, fumando, como si no me estuviese empapando por la lluvia.

    Había roto a Joey y no iba a perdonármelo en la vida.
     
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    Amane

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    que me duele hacer doble post pero bueno, let's go (?)

    Alisha Welsh

    Fue un poco difícil ir en contra de la marea de alumnos que en realidad estaban entrando a la Academia, pero a decir verdad creo que muchos se apartaban de mí por puro instinto y acabaron haciéndome una especie de pasillo que me facilitó la salida.

    Qué amables estos japoneses.

    Me arrastré hasta una esquina del edificio, alejándome del resto de alumnos, y saqué un cigarro para llevármelo a los labios en cuanto me bajé la mascarilla. Al menos había podido traer conmigo un mechero que me guardé en el sujetador después de haber encendido el cigarrillo sin mayor complicación.

    Eché la primera nube de humo al cielo con una satisfacción extraña. Era una mierda, pero fumar conseguiría bajarme el dolor de cabeza al menos durante unos minutos así que, en realidad, me estaba haciendo un favor.

    No tenía nada mejor que hacer así que enfoqué mi vista en los alumnos que iban entrando en el edificio, aunque sin prestar demasiada atención en si reconocía algún rostro.

    No es que pretendiese pasar desapercibida, en realidad estaba llamando bastante la atención ahí sola fumando pero... ¿quién mierdas se iba a acercar a mí en plena mañana? A excepción de los estúpidos que consideraba amigos y que en ese instante seguramente me ignorarían, el resto prefería verme de noche así que... irónicamente, estaba en un sitio seguro.

    Yugen ya sí uwu
     
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    Yugen

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    Konoe Suzumiya

    El paseo bajo la lluvia junto a Gotho fue extrañamente agradable. El ligero susurro de la brisa, el repiqueteo de las gotas sobre el paraguas. Le resultaba ajeno, como una pieza que no terminaba de encajar, el hecho de que su actitud y comportamiento le hubiese resultado tan poco correcto y desagrable. Porque ciertamente lo era. Era bruto, zafio, como un niño torpe y grande. Y sin embargo le había dejado dejado sostener su paraguas y caminar entre charlas amenas y silencios pausados bajo la lluvia.

    Cerró el casillero con suavidad, sin hacer ruido, y dio pequeños golpecitos con la punta de los zapatos para terminar de encajarlos. Su cuerpo tan poco acostumbrado al esfuerzo físico se había resentido tras lo sucedido en la tarde. Sus muslos aún se quejaban y algún músculo de vez en cuando mostraba su desacuerdo. El calor escaló por su cuerpo y sintió la mejillas bajo el peso de su memoria.

    ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué había terminado teniendo sexo con Natsu Gotho en la enfermería? Con alguien que había acosado a una chica. Con la persona más inesperada de todas. Si alguien le hubiera dicho que tendría sexo con él esa misma mañana se le hubiera escapado una risa ligera, incrédula y hubiese sacudido la cabeza.

    "Por supuesto que no. Jamás haría algo similar con alguien como Gotho".

    Dios.

    Aquella vocecita insidiosa parecía no tener planes de dejarla en paz.

    Era incapaz de odiar a nadie.

    Tenía una extraña fe en el género humano incluso si ciertos eventos deberían haberla hecho perderla por completo.

    Había visto algo bueno en él. Y prefería rescatar eso, como quien busca oro entre minas de carbón. Incluso si el resto estaba teñido de un profundo e intenso negro.

    Fuera como fuere, la había visto llegar y marcharse poco después mientras se colocaba sus zapatos. Le era francamente difícil disimular cuando estaba cerca porque su corazón torpe le daba un vuelco súbito en el pecho. Verla con mascarilla le hizo arrugar ligeramente el ceño.

    Le recordó el hecho de que ella misma se había sentido indispuesta en la mañana. El termómetro sin embargo marcaba una temperatura normal por lo que había terminado asistiendo a clase. A Auien quería engañar. Incluso con fiebre de cuarenta grados asistiría a clases.

    No era complicado seguirla con la mirada en cualquier caso. Porque incluso después de años no pasaba desapercibida. No, ella resaltaba como la pieza del puzzle que se negaba a encajar. El pez que nadaba contra la corriente.

    Miró el reloj de la pared.

    8:10

    Hasta y media aún tenía tiempo.

    Un suspiro profundo le estremeció el pecho y giró sobre sus talones para seguirla. Su larga melena oscura acompañó el movimiento.

    ***

    La encontró en un rincón del patio. Se había bajado la mascarilla y el humo del cigarrillo que se encontraba fumando se elevaba en el aire en una ligera voluta de humo blanquecino.

    Era sencillamente irónica que ella hubiera amanecido enferma. El uso de mascarillas era bastante usual en Japón, incluso por algo tan simple como un resfriado. Pero los occidentales no acostumbraban a la práctica y de alguna manera la alivio saber que Alisha había tenido la decencia de llevarla. Incluso si le preocupaba su estado, si sentía la necesidad de indagar más.

    Mantuvo la distancia.

    —Alisha-san ¿podemos hablar un segundo?—inquirió con suavidad pero con un tono de voz firme y seguro. Sus ojos se mantuvieron sobre los suyos en todo momento, decididos, pero sus manos no soltaron el maletín escolar—. Entenderé si no quieres hacerlo. Pero realmente agradecería que me escucharas.

    Me ha costado como ochenta millones de años hacer este post *c mata porque no entiende como postea de corrido en un rol y en el otro nel*
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Sinceramente, que Konoe apareciese delante de mí era lo último que esperaba y lo último que me apetecía también. Pero ahí estaba, y lo cierto es que no me moví por muchos motivos, pero lo importante es que no lo hice.

    La escuché en silencio, dándole otra larga calada al cigarro, y compartí su mirada con cansancio y algo así parecido a la más pura indiferencia. Si no rodé los ojos fue porque sabía que me acabaría doliendo la cabeza aún más por ello... y porque me prometí que tendría paciencia con la jodida después de haberme enterado de lo de ayer.

    Aún tenía ganas de partirle la cara a Natsu, a decir verdad.

    Go ahead.

    Le di un par de golpecitos al cigarro después, pasando el brazo libre por debajo del pecho, y le di otra calada profunda mirándola, a la espera de que hablase. No es que mi cabeza se estuviese muriendo por escucharle uno de sus discursos morales pero tampoco iba a desaprovechar el tabaco así que... en fin.
     
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