Patio frontal

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    La voz de Anna, completamente diferente, atrajo su atención y se volvió hacia ella una última vez, dedicándole una amplia sonrisa. Ah, cómo esperaba que, al menos con ella, conservara esa alegría. Era refrescante.

    Fue cuestión de salir al sol para sentir que iba a estallar en llamas. Al menos no tenía el cabello en la cara, gracias a las trenzas que le había hecho la menor.
    Inhaló y exhaló un par de veces, buscando calmarse, al menos poder caer de pie pero se desplomó, justo como había ocurrido con Bleke y tantos otros.
    Era obvio de por sí, ¿cómo iba ella a lograr semejante cosa? No eran libros, era habilidad física y eso, bueno, no era lo suyo.

    Había conseguido evitar estamparse de cabeza como Honda de puro milagro, al menos en lo que se refería a reflejos para evitar medio matarse era algo mejor.

    Una voz femenina la hizo alzar la mirada y se incorporó despacio, revisando sus manos y sus piernas. Tenía algunos raspones, nada del otro mundo.

    —Estoy bien, no te preocupes, Suzumiya-san —respondió, sonriendo con suavidad a pesar de que, ciertamente, ardía.

    Altan se había levantado de golpe, como si le hubieran clavado una aguja en alguna parte del cuerpo, y se había empezado a abrir paso entre la gente para llegar a ella cuando vio a la muchacha de pelo oscuro y detuvo su avance, ciertamente frenético. No tenía que ser él quien acudiera siempre, era consciente de ello, solo necesitaba que alguien lo hiciera.
    Además, no tenía segundos motivos para hacer un círculo en torno a Jez, lo que menos quería era que se montara una escena como la que había forzado hace rato. Aún así, permaneció cerca, observando.


    Después respondo con Kat tururur
     
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    Gigi Blanche

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    Como se temía, Jezebel no logró superar la prueba. El cuerpo de Anna reaccionó con un ligero respingo y la observó antes de acercarse; comprendía el valor de acudir en ayuda de alguien, pero también comprendía la importancia de aprender a levantarse solo. Si la albina parecía no tener problemas para incorporarse no se le abalanzaría encima, no correspondía. Además... apenas la había conocido hoy.

    Otra chica lo hizo, sin embargo, y Anna se unió a ellas a paso lento. Supuso que serían amigas.

    —Senpai —murmuró, con las manos entrelazadas a la espalda—. ¿Te gustaría que te acompañe a lavarte? Dejarán de arder, o al menos arderán menos.

    Observó un poco alrededor, y luego de moverse se dio cuenta que le había extrañado la ausencia del moreno, el amigo de Jez. Parecían muy unidos, le llamaba la atención no verlo allí. Alcanzó a divisarlo a cierta distancia, entre los demás estudiantes, y se volvió hacia Vólkov. Bueno, todos cuidábamos a quienes queríamos de diferentes formas, y puede que Sonnen pensara similar a ella.

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    Recibió a Alisha de vuelta con una amplia sonrisa, de esas suyas que casi eran prefabricadas ya, y la codeó cuando se posicionó a su lado.

    —A ver, tendré que esforzarme para no perder la apuesta. Me la dejaste difícil, Ali-chan~

    Tuvo la precaución de cerrar la boca para cuando el silbato sonó y Jezebel tomó carrera, dispuesta a saltar... sin éxito. Joey arrugó el ceño al verla tendida en el suelo y se cruzó de brazos. Ah, pobre Bellabel. Eso debía doler. Observó el resto de la escena, no en profunda seriedad pero tampoco con su sonrisa habitual; cómo se le acercó la amiguita de Alisha, luego una niña de cabello teñido que no conocía. Arrugó un poco más el ceño. ¿Y el perro guardián? Desde su posición, no lo veía por ningún lado. Bueno, fuera donde sea que estuviera, no era junto a Jezebel. Eso le quedaba claro.

    Liberó un suspiro casi imperceptible y mantuvo su atención sobre la escena.
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Giré el rostro hacia el chico, curiosa, en cuanto lo escuché hablar y no pude evitar reír, con un claro deje orgulloso en mi voz.

    —¿Acaso pensabas que te lo iba a poner fácil? Ya me ganaste una vez, no quiero que se te suba a la cabeza~

    Volví a centrar entonces mi atención en la pista de salto. La chica que había saltado después de mí lo había conseguido, pero no podría decirse lo mismo de aquella otra blanco nuclear. Katrina y Joey parecían especialmente atentos a ella, por mi parte me llamó la atención que Konoe fuese a ayudarla. Quizás... ¿iban a la misma clase? También la chica de antes se acercó a ayudarla.

    Tenía que ser bonito tener a gente que se acercase a ayudarte en cuanto tuvieses problemas, ¿no? No era la primera que acababa rodeada por haberse caído. Suspiré, llevándome las manos tras la nuca de nuevo.

    No debía quedar mucho para que les tocase a los dos que tenía al lado, ¿verdad? Estaba expectante por eso.

    Qué puedo decir, me he vuelto adicta a postear aunque sean posts de relleno de mierda(?)
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    Había regresado a la sombra del árbol y desde allí había observado en silencio el desenlace de las pruebas. La brisa mecía las hojas con suavidad y la sombra se sentía agradable y fresca. No era como si fuese difícil estar fresca con ese estúpido y corto uniforme de gimnasia.

    Recogí las piernas y me rocé el puente de la nariz con los dedos dejando escapar un suspiro que me estremeció el pecho. Ya no dolía pero la persistencia de la humillación y la vergüenza no iban a dejarme tan fácilmente. Ni de coña. No era la única que había resbalado y caído pero si había sido la única estúpida con reflejos de goma para partirme la nariz contra el suelo.

    Qué patético. Tsk.

    El tiempo transcurría lento, parsimonioso incluso. Se arrastraba con pereza bajo los rayos tórridos del sol de mediodía. En aquellos momentos el tedio era lo más preocupante de todo. Saqué mi móvil y comprobé la hora.

    12:38

    Qué aburrimiento por el amor de dios y de todos los dioses del panteón sintoísta.

    Al menos esperaba que alguien estuviese divirtiéndose. Giré apenas el rostro para dirigir una mirada al edificio a mi espalda. Sí, claro. ¿Pero a quién demonios quería engañar? Eran un par de estúpidos. Ni mi intervención o la de Sonnen harían gran diferencia. El perro de Usui-senpai era un torpe y agresivo animal y Kurosawa era... dios, Kurosawa.

    Sonnen la había descrito muy bien. Ni a mi, teniendo en cuenta el rencor que le había tenido los últimos días, se me habría ocurrido una forma más acertada y simple de definirla.

    "Una rara de mierda".


    Definía bien su carácter veladamente dominante, controlador y manipulador. Ese que parecía ronronear desde detrás de la máscara y que había dejado entrever apenas en ocasiones puntuales. De Usui no sabía nada y tampoco era como quisiera hacerlo. Era un maldito perro con un cerebro anclado en el paleolítico capaz de levantarme como si fuese una pluma. Qué podía verle la presidenta del club de cocina a alguien como él me era indiferete, quién era yo para juzgar a un par de inútiles.

    Ella había tratado de cruzar el puente que nos separaba cuando se preocupó por mí tras el accidente con la masa. Seguía sin simpatizar realmente con Shiori, pero sí la ayudaba no era porque pretendiese ser amable. Solo resultaba doloroso verlos juntos, torpes, ajenos, como un par de críos de primaria. Yo no era una inconsciente y aunque podía pecar de egoísta en ocasiones, no perdía nada por limar asperezas.

    >>¡Whickham Joey!

    Volví a guardar el móvil antes de que la sargento zorra me viese con él. Parecía que la llamada de ovejas al matadero seguía su curso sin detenerse.

    ¿Qué iba a hacer si nombraba a Usui-senpai y aún no estaba en el patio? ¿Qué excusa de mierda iba a inventar? Nerviosa me mordí la uña del pulgar hasta que la rompí.

    Adiós a mi manicura francesa.
     
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    Zireael

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    kaaat3.png
    ¿Fijarse por ella? Que le dieran. Se lo iba a follar, era obvio, pero no todavía.

    —No gracias —respondió, ciertamente tosca.

    Era evidente lo que iba a pasar, ya no con ellos, sino con Vólkov. Escuchó el comentario de Alisha y soltó otra risa casi maliciosa, lo cierto es que Jezebel era una versión en negativo de sí. Apenas un poco más alta, pero casi igual de menuda, y blanca como la puta nieve que tenía la capacidad de dejarte ciego.
    Todo lo demás pasó con rapidez, la albina se fue al suelo, justo como Kurosawa.

    Notó el silencio que había guardado el inglés, inusual, y lo que era obvio. No iba a acudir a su lado, porque era, precisamente, él. Aún así, ni siquiera llegó tampoco Sonnen, sino la muñequita amiga de Alisha y otra chica, que no había visto en su puta vida. Llevaba el pelo teñido de rosa.

    Qué bonita.

    Luego llegó a sus oídos el siguiente nombre.

    —Es tu turno de romperte la boca, niño bonito.

    altan.png
    Vio a Jez posar la vista en Anna una vez más y asentir ante sus palabras. Debería bastar con enjuagarse con un poco de agua y ya, ¿no? Era de hecho lo poco que él se dignaba a hacer cuando armaba la bronca y le salía el tiro por la culata.

    La albina le sonrió a su compañera de clase una vez más, antes de apartarse y hacer caso a lo que le había dicho la enana. Dejó escapar el aire en sus pulmones, que no se había dado cuenta que estaba conteniendo y se retiró el cabello del rostro con un movimiento de mano.
    Ese puto sol en el cabello negro era una pesadilla, aunque pensar semejante cosa era egoísta, si tenía en cuenta que seguramente a Jez el sol le llegaba prácticamente al cerebro.

    Iba a topar a Jez y Hiradaira cuando otro nombre se alzó desde la boca de la dictadora.

    Joey Wickham.

    Qué va, iba a quedarse viendo eso. Jez estaría bien con la enana, lo sabía.

    Y hablando de cosas que presenciar, Kurosawa no había regresado, ¿no? Se le escapó una risa nasal.
    Había subestimado a Shiori, al parecer. Era claro que ya no poseía el autocontrol que la había dominado meses atrás.
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando detalló cómo Jez se alejaba junto a la chica del cabello rosa, los músculos de Joey estuvieron listos para moverse en la dirección hacia donde se dirigieran... cuando oyó su nombre por entre la multitud. Chasqueó la lengua apenas, la molestia fue un ínfimo relámpago atravesando su expresión, y rápidamente renovó la sonrisa. Se echó el flequillo hacia atrás y ejecutó una reverencia ante sus compañeras, bien dramático.

    —Señoritas, me retiro. ¡No me extrañen demasiado!

    Fue hasta la pista y estiró un poco los brazos, con su eterna sonrisa y la postura relajada. A ver, a ver, ¿sería su hora de hacer el ridículo?
     
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    Konoe Suzumiya

    —Volkóv-san.

    Las palabras emergieron de sus labios con cierto tono de sorpresa, asombro quizás, cuando los ojos ámbar de Jezebel Volkóv encontraron los suyos. Se había percatado de que estaba en su curso pero había pasado por completo por alto el hecho de que estaba además en su clase.

    Su mente no estaba pensando con claridad. No desde que Ai Mamiya la abrazó e insinuó con aquella voz sosegada el hecho de que ella misma se estaba cortando las alas.

    ¿Y qué si lo estaba haciendo?

    En cualquier caso, alguien como Jezebel Vólkov que gritaba fragilidad e inspiraba ternura por todos y cada uno de los poros de su níveo cuerpo no podía estar sola. Y se permitió un suspiro de alivio cuando vio llegar a aquella jovencita con el cabello teñido de rosa y acompañarla para enjuagar sus heridas, aquellas que eran meros raspones sobre su piel.


    Qué piel tan blanca.

    Se retiró de la pista pero permaneció cerca por si tenía que ofrecer su ayuda y atención al próximo alumno herido. Si el club sanitario no hubiese sido cancelado por falta de miembros probablemente estuviese en él. Tenía devoción, casi la necesidad de cuidar de otros.

    A falta de personas tenía plantas de las que ocuparse y carpas koi del estanque en el invernadero.

    Pero Joey Whickham no falló su salto. Había conseguido una marca decente. Decente y exacta.

    —Whickham Joey; salto de longitud. ¡Un metro con cinco!

    Vaya.

    >>¡Aikaisa Katrina!
     
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    Zireael

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    Pero bueno la loca de Yoshida se había ceñido con ellos o algo, porque prácticamente los había llamado uno tras otro.

    Levantó las cejas al notar que, sorprendentemente, el inglés no se fue de boca al suelo y cruzó los brazos bajo el pecho. Vio, además, a Vólkov alejarse con la chica del pelo teñido.
    Podía parecer una muñequita de porcelana y aún así parecía que resistía mejor el dolor que Kurosawa, lo que era, en realidad, curioso.

    Soltó un suspiro cuando la profesora llamó a su nombre y arrugó los gestos al escuchar, de primero, su apellido. Llevaba años en ese puto país y seguía sin poder tragarse ese Akaisa con facilidad.

    Avanzó sin decir nada a la línea de salto y contuvo el impulso de darle un golpe con el hombro a Joey al pasar junto a él.

    las características TOC de Kat está revolcándose bien sabroso por esos dos 17
     
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    Gigi Blanche

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    Apenas tuvo tiempo de alentar a Katrina, pues la llamaron inmediatamente después que él y la chica acató las órdenes como, bueno, se suponía que hiciera. Aún así, no lo sé, le sorprendía verla de esa manera.

    Volvió junto a Alisha y ya mientras llegaba lo fue haciendo con los brazos extendidos y una amplia sonrisa en su rostro.

    —¡¿Viste eso?! —exclamó, incrédulo, y soltó una sonora carcajada—. ¡Chica, marcamos la misma longitud! Por Dios, si es que nacimos para ser amigos.

    La situación se le hacía sumamente graciosa y envolvió los hombros de la rubia con un brazo, entre divertido y cariñoso. Luego de calmarse un poco, suspiró apenas mientras entornaba la vista hacia la pista. La gatita se preparaba para saltar.

    —Aunque... no me esperaba un empate, ciertamente. —Giró el rostro hacia Alisha, quien lo igualaba en estatura, y sus labios se torcieron en una sonrisa casi maligna—. ¿Te parece resolver el problema dándole una... cálida bienvenida a nuestra nueva compañera de desastres?

    Le guiñó un ojo y meneó la cabeza hacia la pista, como si no fuera ya obvio a quién se refería, y entonces se volvió por completo para ver cómo le iba a Akaisa con la prueba.

    Ah, seguramente se molestaría mucho, ¿verdad? Algo en su interior prácticamente gruñó de satisfacción al imaginarla tan enana y enfurecida. Tan adorable.

    Joey cariño te van a partir la madre, qué adorable ni adorable
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Konoe Suzumiya

    Dirigió la mirada en su dirección en cuanto vio su sombra pasar por delante de sus ojos. Ah, la chica más problemática de la academia.

    Akaisa Katrina.

    Bien podía llamarle la atención de la misma forma que lo hacía Alisha. No carecía de atractivo y sus rasgos ligeramente afilados le daban una apariencia casi felina. Pero no. Katrina Akaisa no le interesaba en lo absoluto, al menos no más allá de la mera curiosidad que parecía generarle. El mundo al que Whels pertenecía llamaba su atención de forma poderosa porque era su mundo... pero jamás cruzaría la línea.

    Además, Akaisa se veía tan desencantada de todo. ¿Qué clase de problemas rondarían su cabeza? ¿Podía siquiera tratar de intentar ayudarla? Incluso si era como esa clase de gatos salvajes que te arrancarían la piel de cuajo nada más le acercaras la mano.

    No vaciló.

    Nada de eso le importó cuando la vio tropezar y seguir el camino de otros tantos.

    Se movió casi por impulso, como un resorte y como había hecho con Jezebel corrió a su encuentro. No pudo evitar su caída pero podría tratar sus heridas o asegurarse de que estaba bien, incluso si su orgullo se había hecho trizas.

    —¡Akaisa Katrina-san!—exclamó.
     
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    Zireael

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    Era lo que se llevaban los hijos de puta como ella, ¿no? Toda la malicia que había tenido cuando Kurosawa se fue al suelo se le regresó y ella, que de por sí no es que fuera la más ágil, al menos para las pruebas físicas esas de mierda, se fue al suelo también.

    Otros raspones sin importancia y el impacto en sus manos no era nada que le importara tampoco, teniendo en cuenta aquella maldita costumbre de arrancarse la piel alrededor de las uñas.
    Se estaba incorporando cuando reconoció la voz de la muñeca japonesa

    —No te me acerques. —La voz le surgió del fondo de la garganta, como el gruñido bajo de algún animal—. No me pongas una puta mano encima, no quiero ayuda de ninguna muñeca japonesa.

    Terminó de ponerse de pie, mientras soltaba la liga que sostenía su corta melena teñida y esta se liberó, cubriéndole el rostro. Pasó junto a Konoe, sin mirarla siquiera, y dejó la pista.

    Qué te den.

    mira que hasta me da pena la pobre Konoe, pero soy fan de esta Kat tan hija de la gran puta
     
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  12.  
    Amane

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    Alisha Welsh

    Me había impactado, mucho a decir verdad. Mi boca se abrió de manera algo exagerada y tuve que usar la mano para taparla, amortiguando también el sonido de sorpresa que dejé salir.

    Uno con cinco. Esa había sido la marca de Joey. La misma que la mía. ¿Qué rayos?

    Reí de manera algo escandalosa cuando el chico se acercó, negando con la cabeza mientras dejaba que pasase su brazo sobre mi hombro. Le di un par de palmadas en la espalda mientras veía a Katrina alejarse.

    Estaba sin palabras, aquello realmente tenía que haber sido el destino. Sin embargo... ¿significaba aquello que la apuesta se anulaba? No pude evitar hacer un puchero, decepcionada. Pues vaya.

    Pero Joey siempre estaba ahí para salvarnos, ¿eh? Lo escuché con atención y una sonrisa sugerente se extendió por mi rostro, asintiendo con energía después. Katrina había fallado, lo que solo podía significar que estábamos poniendo nuestras vidas en peligro pero... oh, well, ¿qué es la vida sin un poco de aventura?

    Esperamos a que volviese a acercarse para poner en marcha nuestro plan. No le dimos mucho tiempo a reaccionar. Por mi parte, nada más verla a mi alcance, la rodeé con mis brazos y ladeé la cabeza para poder mirarla a los ojos.

    —¡No estés triste, Katty-chan! —exclamé, haciendo un puchero exagerado—. ¡Toma! ¡Para que te animes!

    Y con rapidez, mis manos pasaron de rodearla por completo a atrapar sus mejillas, plantando después un exagerado y sonoro beso sobre sus labios. Me separé con rapidez, sin embargo, con una risilla.

    Aun quedaba que Joey hiciese su parte.

    Cuando propuse la idea me imaginé que le plantaban ambos dos besos en las mejillas la unísono PERO ya que van a morir de manera bastante intensa pues... que merezca la pena alv(?
     
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    Yugen

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    Konoe Suzumiya

    Fue como chocar contra un muro. Apenas había avanzado un par de pasos en su dirección pero el gruñido en que se convirtió su voz cruzó el silencio como una saeta helada y se le clavó con una contundencia brutal.

    "No te me acerques."

    Su voz estaba tan llena de ira, de una rabia tan sorda que un escalofrío extraño recorrió su piel. Nunca, en toda su vida alguien le había respondido o hablado de esa forma. Jamás. Sus ojos se abrieron, las pupilas contraídas por la impresión y el terror.

    ¿Qué?

    "No quiero ayuda de ninguna muñeca japonesa"

    No quiero ayuda.

    La brusquedad de sus palabras hizo que un nudo prieto escalase su garganta, asfixiante includo. El corazón se le apretó en un puño tan tenso que por un momento pensó que había dejado de latir. ¿Por qué? ¿Realmente era necesario ser tan hiriente? ¿Era necesario imponer ese escudo, implantando ese vacío abismal entre ambas? No sólo no podía alcanzarla físicamente no podía alcanzarla de ninguna manera.

    No quería.

    No podía ayudarla.

    La voz de Alisha se coló en medio de sus pensamientos como la luz del sol horadando entre nubes de tormenta y se giró apenas, de forma casi automática, aún en estado de shock. La imagen que la recibió fue tan o más contundente que las gélidas palabras de Katrina.

    Y dolió. Dolió de forma lacerante. Dolió de forma absurda.

    Nunca había experimentado un dolor semejante. Alisha hacía constantemente esa clase de cosas de forma burlona, de forma tonta incluso, pero nunca había tenido que verlo.

    Estaban tan lejos.

    Tan.

    Malditamente.

    Lejos.

    La distancia solo parecía hacerse más y más grande con cada segundo que pasaba.

    Apretó los labios con fuerza y al agachar la mirada el flequillo oscuro le ocultó los ojos. Sus puños repentinamente apretados temblaron abrumados y contenidos por sus repentinas emociones convulsas y se alejó de allí. Quería desaparecer.

    No quería verlo.

    No quería verlo.

    No quería verlo.

    No quería ver—
     
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    Gigi Blanche

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    Podía sentir el frío helado de la muerte soplándole la nuca, y decidió sencillamente ignorarlo. No podía hacerlo cuando Ali-chan parecía tan interesada en su idea, ¡cómo decirle que no a una chica tan linda! Katrina falló la prueba, y el soplo helado se convirtió en ¿un ventilador? Bueno, ahora estaba más que seguro de que aquello era, técnicamente, una mala decisión.

    Pero él vivía de tomar malas decisiones.

    Una sonrisa más que divertida danzó en sus labios al presenciar cómo Akaisa rechazaba a la muñequita japonesa con tanta... pasión, y decidió recibirla con una seguidilla de tres aplausos.

    —Katty-chan, qué cruel ha sido eso~

    Iba a seguir molestándola cuando Alisha tomó la iniciativa y le plantó un beso en los labios. La boca de Joey prácticamente cayó al suelo y toda su hilera de dientes apareció en una sonrisa enorme. Dios, eres la mejor, Ali-chan.

    No planeaba engañar a los reflejos de una gata como Akaisa acercándosele de frente, por lo que la atrapó con ambos brazos desde atrás, aprovechando la clara diferencia de estatura y complexión, y se inclinó sobre ella para plantarle un beso sonoro en la mejilla. Y por si eso no fuera suficiente para firmar su sentencia de muerte, la sostuvo apenas unos segundos más para reírse suave a su oído y susurrarle:

    —Si serás una gatita arisca~

    Y la soltó. Saltó, más bien, como un puto trampolín hacia atrás y se posicionó junto a Alisha. Tenía ganas de reírse a carcajadas pero intentó contenerlo y, bromeando, se colocó detrás de la rubia para pasarle ambos brazos por la cintura y apoyar la barbilla en su hombro.

    —Esa es mi chica —dijo cerca del oído de Welsh, dándole un breve apretón cariñoso alrededor del cuerpo.

    Y bueno, eso era todo. Fue un placer, mundo cruel.
     
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    Konoe Suzumiya


    Nací en el seno de una familia tradicional de Kyoto. Mis padres eran gerentes de un ryokan. No podía decir que tuviésemos mucho dinero a pesar de que el negocio funcionaba bien, pero lo que no teníamos de dinero lo compensábamos con amor.

    Hija única, siempre gocé del cariño y la atención de mis padres. Desde muy pequeña ayudé en el ryokan, con pequeñas tareas primero, con algunas de mayor peso después. Conocí y traté con personas muy diferentes de todas las partes de Japón y algunos extranjeros americanos en su mayoría o del norte de Europa.

    Teníamos una vida feliz pero siempre fui ajena al dolor que experimentaba el resto del mundo. Incluso cuando trataba con los clientes del ryokan y escuchaba sus historias nunca había tenido oportunidad verdadera de ver la miseria con mis propios ojos. Un día... paseando por la calle vi a una madre llevando a sus niños de la mano.

    Los niños estaban sucios, mal vestidos, y ella estaba llorando porque la habían echado de su casa y no tenía sitio al que ir ni cómo dar de comer a sus hijos. En medio de una multitud ferviente todo el mundo la ignoró. La niña se giró, me miró y sin pensarlo un solo instante me dijo:

    "Onee-san, buenos días. Tiene un cabello muy bonito."

    Y sonrió. Una sonrisa enorme, amplia, llena de inocencia. No podía entender nada de lo que estaba pasando. La crudeza de su mundo y la pureza de esa niña me golpearon con una brutalidad desconocida. ¿Por qué siempre debían ser las personas más desafortunadas las que más sufrían? ¿Por qué padecían mil pesares personas que no lo merecían? ¿Por qué?

    En ese momento quise hacer algo por cambiarlo. Por mejorar las vidas de las personas a mi alrededor. Quería, necesitaba ver y asegurarme de que eran genuinamente felices. Traté de ayudar cuanto pude. Le di dinero a la señora, escuché los problemas de los clientes del ryokan, me quedé junto a una chica que lloraba en la calle mientras la gente iba a venía, viviendo la vida a un ritmo frenético. Nadie la notó. Siempre, siempre... he intentado ayudar. Siempre he pensando que todo el mundo tiene los mismos derechos, la misma necesidad de cubrir sus necesidades afectivas o vitales. Sean como sean, sean quienes sean. Vengan de dónde vengan.

    Nunca había tenido problemas al tratar con nadie. Jamás. La frialdad y la rabia en las palabras de Akaisa-san me paralizaron. Podía ver que sufría, no debía ser un secreto para nadie, pero no podía ayudarla. Por mucho que trates, por mucho que abogues o que luches, no puedes salvar a alguien que no quiere salvarse. Es inútil nadar contracorriente.

    El corazón me pesaba en el pecho y sentía aquel picor característico en mis ojos, ese que anunciaba el daño que mi corazón frágil y honesto había sufrido. Que tal vez y como Mamiya-san insinuaba llevaba sufriendo demasiado tiempo. ¿Qué haces cuando cortas las flores y la primavera se detiene? ¿Neruda pensó en eso?

    Lo peor de todo ni siquiera era la brusquedad de Akaisa-san o mi propio orgullo hecho jirones lo que me atravesaba el corazón de parte a parte como una daga. Lo peor de todo era sentir como lenta e inexorablemente estaba perdiendo a Alisha.

    ¿Por qué? ¿Por qué dolía tanto?

    —¡Suzumiya Konoe!

    No.

    No ahora.

    No.

    ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué en el preciso instante en el que más frágil me sentía? Solo quería correr y lanzarme a los brazos de Mamiya-san, resguardarme en ellos, sentir la primavera que era, la calidez que alejara el crudo invierno que sentía. Mamiya-san me abrazaba cuando el mundo se precipitaba por inercia y ya no creía tener los pies sobre suelo firme. Su calma y la paz que trasmitía cuando lo hacía permitía que mi corazón agitado se serenase.

    Pero en aquel momento no podía ir a buscarla.

    Lentamente, como si tuviese miedo, porque realmente lo tenía, alcé la mirada y la voz de Yoshida-sensei llamándome de nuevo me taladró el cerebro. Era yo. No había margen a error. Me estaba llamando a la pista.

    Fui consciente del temblor de mis manos y volví a apretar los puños buscando calmarme inútilmente. Irónicamente siempre había sido buena para calmar y sosegar a otros... pero era un desastre conmigo misma.

    Nunca antes había pensado en negarme a cumplir una orden directa de un profesor.

    Pero en ese momento el deseo de decir que no, de rehúsarme era tan fuerte que solo quería gritarlo. No. No quería obedecer. No quería regresar tras mis pasos y volver a ver a Alisha o a Akaisa-san.

    No quería.

    Realmente nunca me habían importado mis sentimientos. Lo que yo quisiera o no, no era mucho más importante que lo que anhelara el resto. Siempre había puesto a todos por encima de mis propias necesidades. Y cuando justo me negaba a hacerlo, cuando decidía pensar en mí, la vida me volteaba la cara de una bofetada contundente.

    ¿Por qué?

    Dolía.

    Quemaba.

    Tuve que hacer un esfuerzo prácticamente titánico por ceder pero la pista solo era un escenario brumoso tras el grosor de mis lágrimas. Yo, que siempre secaba las lágrimas de otros.

    Solo quería llorar como una niña.

    El dolor pasó de emocional a físico y se juntó en un catarata intensa cuando me precipité contra el suelo. Impuse mis manos pero las heridas sangraban y dolían.

    Ya basta.

    Ya es suficiente.

    Por favor no más.

    Lentamente, como las primeras gotas de una imparable y asoladora tormenta empezaron a caer una tras otra. Amargas, sobre mis manos. Sobre el polvoriento suelo de la pista.

    Levántate Konoe.

    No.

    No.

    —¡Cerasus-chan!

    La había besado.

    A Akaisa-san.

    Y solo dolía.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Había que ver. No sólo eran idiotas, directamente les gustaba ser un grano en el culo y de no ser porque yo estaba furiosa con todo incluso antes de que fallar, es probable que nunca me hubiese acercado a un par de insufribles como Alisha Welsh y Joey Wickham.

    Si no viviese tan malditamente enfurecida, quizás hubiese aceptado la mano amable de la muñeca japonesa.

    Quizás me habría acercado a Rachel Gardner cuando se fue de boca al suelo.

    A Shiori Kurosawa, que había estado eternamente a mi lado, como una maldita sombra, recordándome a su hermano muerto.

    Y a Jezebel Vólkov, en cuya piel blancuzca la sangre brillaba como farol en la noche.

    Empujé a la gringa en el segundo en que la sentí estamparme los labios, la aparté aunque antes me le había insinuado y aunque fuese obvio que quería consumirla como el fuego a una línea de pólvora.
    Lo mismo pasó con el estúpido inglés a pesar de la rapidez de sus movimientos.

    Qué importaba que me los quisiera follar.

    Otro gruñido.

    No eran más que unos cerdos.

    Igual que yo.

    Y los odiaba.

    Como me odiaba a mí.

    —No me toquen. —De nuevo la voz me había surgido del fondo de la garganta—. No se atrevan a tocarme otra vez, malditos discapacitados mentales.

    Pasé a su lado, empujándolos, y aunque sabía que al puto inglés le iba a hacer gracia, me importaba una mierda.

    No quería verlos tampoco. Que su puta madre se los aguantara, yo no tenía por qué.

    Aún así, me detuve cuando llamaron a su nombre, al de la muñeca, y el ruido bastó para que me diese cuenta de... Prácticamente todo.

    —Alisha. —La llamé con el mismo tono grave, enfurecido, que decía por todas partes que quería partirle la cara a golpes a cualquiera aunque no podía. Una enana como yo no tenía poder en el terreno de la fuerza física, por eso toda la violencia que me corría por las venas la liberaba sobre mí misma, en putos polvos cargados de ira, en teñirme el pelo cuando veía que el rubio regresaba, en rasguñarme los brazos hasta amoratarlos y en arrancarme piel de los dedos sin darme cuenta hasta sangrar—. Sirve para algo de una puta vez, gringa, y ve con tu amiguita. Revisa de paso si aprendió a no ofrecerle su ayuda a la escoria de esta academia y si no... Bueno, ya veremos cómo le va una próxima vez.

    Retomé la marcha, sin molestarme en ver si Welsh me hacía caso o no.

    Lejos, en los grifos, vi que Suzumiya no era la única a la que la escena no le había venido en gracia.
    Cerca de los grifos, los bebederos del patio, Vólkov había congelado sus movimientos. La chica de cabello teñido seguía junto a ella.

    Y ella, la ingenua de Jezebel Vólkov...

    Se había dado cuenta de su error garrafal.

    El agua corría, mientras ella sostenía la mano debajo y cuando mis ojos conectaron con los suyos, pareció reaccionar y volver a su tarea. Con la manos empapadas, se refrescó los raspones e hizo lo que seguramente había hecho toda su vida.

    La vista gorda.

    Shiro Kurosawa, Jezebel Vólkov e incluso Laila Meyer. Las cuatro éramos buenas en eso, en fingir, en ignorar y en lastimarnos a nuestras propias maneras.

    Siempre a nosotras mismas.

    Y yo...

    Yo era la daga que abría mi propia piel y la de los demás.

    Me llevé la mano a la boca, de nuevo, y tiré de la piel alrededor de mis uñas.

    Un tercero tampoco parecía haberlo tomado como una gracia. Altan Sonnen tenía la mandíbula apretada con tal fuerza que parecía que sus dientes iban a ceder en cualquier momento.
    Era probable, que de haber estado frente a mí, me hubiese escupido o me hubiese apedreado o quién sabe qué mierda digna de castigo bíblico para las malditas zorras como yo.

    Tiré y seguí tirando.

    Hasta que la sangre fluyó de nuevo.

    Hasta que perdí de vista a la conejita y a su perro guardián.

    Hasta que dejé atrás el patio.

    Y deseé, por primera vez en la vida, que el fantasma de Kaoru Kurosawa viviendo a través de la desquiciada de su hermana hubiese detenido mi vorágine de ira.

    Pero el pantano negro no estaba allí.
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Alisha Welsh

    Su reacción fue esperada e inesperada a la vez. Sabíamos que se iba a enfadar con nosotros, enfadada o no, a Katrina no le gustábamos. No más allá de necesitar a unos peones para liarla, y Joey solo quería follársela, y yo... solo me dejaba llevar.

    Una combinación explosiva, si me preguntan. No es como si no lo hubiésemos sabido.

    Pero al menos... seguíamos vivos. Katrina se había desahogado bastante bien con nosotros, pero solo habían sido palabras. A otra persona aquello lo hubiese afectado más que unos golpes, sí, pero yo... estaba acostumbrada a eso. Mi padre siempre dejaba muy claro lo que opinaba de mi actitud rebelde y mis acciones problemáticas.

    Por desgracia, Katrina tenía razón. Cuando se dirigió exclusivamente a mí, tenía razón. La vi alejarse y suspiré, joder como tenía razón.

    Hasta el momento había estado rodeando las manos de Joey con la mía propia, acariciando su dorso con mi dedo de manera instintiva. Después me separé, obligándolo a separar sus brazos de mi cuerpo y me giré para mirarlo, con una pequeña sonrisa culpable.

    —Lo siento, ahora vengo —murmuré, depositándole un beso en la comisura de los labios.

    Y me acerqué, como una estúpida. No quería que me volviesen a ver con ella, sería lo mejor para su campaña en ese momento, pero ahí estaba. Porque podía ser una despreocupada, pero no era de hielo.

    >>Si serás tonta, siempre intentando ayudar a los que no se lo merecen. ¿Cuántas veces te lo he dicho? Que no merecemos la pena.

    El murmullo, sin embargo, fue suave. No era un regaño, no estaba molesta. Me agaché entonces, extendiendo la mano, expectante.

    * * *
    Emily Hodges

    Lo había visto todo y no podía evitar estar preocupada. Suzumiya-san era una buena chica, lo había visto cuando fui al invernadero, pero Akaisa-san... no la conocía personalmente, solo había escuchado rumores y no eran especialmente buenos.

    La escena que sucedió parecía confirmar los mismos.

    Pero... ¿era justo pensar eso? Sentí un pinchazo en el corazón al hacerme esa pregunta. ¿Era justo por mi parte asumir que los rumores eran correctos? ¿Dejarme llevar por las apariencias...?

    Lo había hecho con Usui-san y... no había estado bien. Había tenido miedo de él y lo había evitado, pero lo había visto mirar a Kurosawa-san con una cariño desbordante en los ojos y sentí entonces como un balde de agua fría me caía encima.

    Estaba siendo injusta, con ambos. Quizás Akaisa-san también necesitaba a alguien que la ayudase, a alguien que se preocupase por ella. Podría yo... ¿hacerlo? ¿Intentar alcanzarla? Y, quizás así... ¿recompensar el haberlos juzgados?

    No lo sabía pero ya era demasiado tarde, mis pies habían decidido moverse solos y seguí a la chica lejos del murmullo del patio.

    —¡A-Akaisa-senpai! —grité, cuando estuve relativamente cerca, algo temblorosa pero movida por una adrenalina desconocida para mí—. ¿E-estás bien? ¿N-necesitas algo...?

    Chale *sips tea*
     
    Última edición: 1 Agosto 2020
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Lo cierto es que la reacción de Katrina, en cierta forma, le había sorprendido un poco. No porque esperara algo más pacífico, todo lo contrario: había sido violenta, pero no de la forma que había anticipado. No es como si sus palabras lograran alcanzarlo, realmente nada lo hacía desde varios años atrás, pero... parecía como si hubieran tocado una fibra sensible, o algo así. Algo que no deberían haber tocado.

    Algo que debería haber permanecido contenido. ¿O quizá no?

    Momentos antes de que Alisha se separara de él, Joey giró el rostro para ver a Katrina por el rabillo del ojo, mientras ésta se retiraba. Aunque no hubiera en su sonrisa la genuina diversión de siempre, un cierto tono burlón, condescendiente incluso, danzaba entre sus palabras.

    —Bonitas clases de moral, Katty-chan~ A ver si para la próxima también las aplicas.

    Aunque no fuera a expresarlo de una forma cruda o directa, no le venía en mucha gracia que tratara como se le antojaba a Alisha. Que prácticamente le escupiera a la muñeca japonesa y luego se las diera de sabelotodo. Katrina Akaisa estaba llena de ira, una ira desmedida, y Joey comenzaba a verlo. Cuando tuvo que preguntarse si le importaba o no, lo suficiente como para retroceder en sus intenciones, no encontró nada dentro de sí. Puro silencio.

    Volvió su atención a Welsh cuando la sintió removiendo la cercanía, y le sonrió tranquilo al encontrar su mirada consternada. Alzó un brazo para acariciarle la cabeza un par de segundos antes de enterrar las manos en los bolsillos, y su voz sonó suave y liviana; dulce, inclusive.

    —No te preocupes, Ali-chan. Haz lo que tengas que hacer.

    Liberó el aire lentamente al saberse solo y le echó un vistazo al panorama. Bueno, ¿ahora qué? Se había ido todo a la mierda bastante rápido y meneó la cabeza, comenzando a caminar sin mucho rumbo. ¿Lo había anticipado? Claro que no. ¿Le molestaba? No exactamente.

    Si lo hubiera sabido, ¿lo habría hecho de todos modos?

    Mientras andaba, sus ojos toparon con el rosa eléctrico de la chica que había visto junto a Jez. Ambas estaban junto a una pileta, mientras Vólkov se enjuagaba los raspones en las rodillas. Su mirada conectó un par de segundos con los ojos de la chiquilla y no mucho más ocurrió. No creía que acercarse fuera una buena idea, no ahora mismo. De cierta forma... presentía que el perro guardián se le echaría encima, y no andaba con ganas de comerse una hostia. Algo indeciso, le envió un mensaje a Bleke.


    Eh, dónde estás?
    Te comió un agujero de gusano?

    Su respuesta tardó unos minutos en llegar.

    En la biblioteca, matando el tiempo. ¿Por?

    Las llaves tintinearon en su bolsillo y chasqueó la lengua, alzando la vista al edificio de aulas. El sol lo obligó a fruncir la expresión.

    Nah
    Curiosidad nada más
    Disfruta tu libro, empollona~
     
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  19.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Konoe Suzumiya

    En cuanto la vio caer Ai Mamiya fue quien corrió a su encuentro. De hecho, sumamente preocupada y sobrecogida se dejó caer de rodillas a su lado en el suelo, casi frenética. Sin importarle si arañaba sus propias e impolutas piernas y sus manos elegantes y delicadas.

    —¡Cerasus-chan!—volvió a llamarla usando ese apodo que le había puesto porque su rostro tenía la capacidad de tomar el color de los cerezos en flor en cuestión de segundos. Pero su voz no parecía poder alcanzarla—¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? ¡Cerasus-chan háblame!

    Pero Konoe no respondió. Estaba allí, con las manos y las rodillas en el suelo de la pista. Ida. Parecía francamente ida. No podía verla desde su posición pero notó las ligeras gotas que mojaban el suelo. Una tras otra y tras otra. Percibió el ligero temblor de sus hombros y comprendió que estaba sollozando en silencio. Aquello era mucho más que dolor físico. Había visto a Akaisa rechazar su ayuda desde lejos y había atestiguado la brutalidad con la que ese simple gesto la golpeó.

    —Cielo—su voz se suavizó considerablemente, maternal— ¿estás bien? Dime algo.

    ¿Qué mal había hecho nunca a nadie?

    En un impulso repentino apoyó sus manos frías en sus mejillas y buscó sus ojos. Su gesto estaba contraído en una mueca de dolor amarga. Apretaba los labios en un esfuerzo casi desesperado por contener los sollozos que le rasgaban las garganta y mantenía los ojos cerrados, como si quiera desaparecer o contener las lágrimas que se deslizaban, impávidas, por sus mejillas. No quería verla. Simplemente no quería tener que enfrentarla.

    De forma obstinada y torpe apartó las manos de Ai de de su rostro y recogió las suyas propias rodeando su cuerpo en un abrazo protector. Se sintió sumamente frío. Se sentía tan idiota y vulnerable.

    Ojalá hubiera tenido en consideración sus palabras mucho antes.

    Su relación con Alisha sí era como una de esas novelas románticas que tanto disfrutaba leer la presidenta. Pero no era una historia con un felices para siempre. Era una historia repleta de traiciones y sufrimientos. Le aterraba. Todo lo que tuviera que ver con sentimientos que sobrepasaran la amistad con Whels le aterraba. Le aterraba hasta el punto de la histeria.

    Su voz le impactó con enorme contundencia y sus ojos se abrieron de súbito.

    Terror. Eso fue lo que sintió. Un terror casi paralizante.

    ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Por qué se había acercado justo ahora? Ahora que Akaisa se había ido. Ahora que la situación se había salido de control y ya no podía seguir jugando.

    Ah.

    Todo lo que la invadió fue una rabia extraña y ajena y abrazada como estaba a sí misma se incorporó con lentitud. Las rodillas le ardían al igual que las palmas de las manos, pero el dolor más ardiente de todos ni siquiera lo sentía en la piel.

    Se forzó a tragarse sus propias lágrimas, amargas, saladas, rehusando a permitirle a Alisha verla llorar. Sacudió la cabeza con vehemencia.

    —Todo el mundo merece ayuda—respondió. Y su voz sonó plana, vacía y monótona. Ajena a cualquier sentimiento reconocible—. Que no la quieran es algo distinto.

    >>Y yo no quiero tu compasión ahora, Alisha-san, o lo que sea que quiera que trates de darme. Ni siquiera se te ha pasado por la cabeza pensar lo que todo esto significa para mí.

    ¿Hablaba de la candidatura a la presidencia? ¿Hablaba de otra cosa? Ya no tenía idea. Todo se le había hecho un nudo inmenso en la cabeza y no sabía de qué hilo tirar para deshacer la maraña. Así que tiraría de todos juntos.

    —Eres una inmadura y una egoísta potológica que ni siquiera puede dejar de ser un desastre por un instante. Yo no soy una muñeca. Incluso si Akaisa-san lo piensa. Yo no soy de trapo. No soy un juguete que puedas usar y tirar cuando ya no te sirve. Sabes... la cantidad de sacrificios que he hecho por ti. La cantidad de cosas que me guardé para no perjudicarte. Y a ti no te importa.

    >>Regresa con tus amigos, a tu mundo sórdido y aléjate de mí. Acuéstate con ellos una, dos, tres veces o cientos hasta que estés satisfecha, si consigues estarlo alguna vez. Ahora me doy cuenta... de que simplemente somos demasiado diferentes. Tú te lo tomas todo como en juego, yo no. Tú actúas como quieres, yo no. Yo creo en el amor, ansío poder encontrarlo en algún momento. Pero tú solo piensas en sexo como si fueras un mero animal salvaje e irracional reducido a sus más primitivos instintos.

    Estaba actuando como una hermana mayor de nuevo. Sus ojos había permanecido ocultos tras la sombra de su flequillo oscuro todo el tiempo, pero los surcos de las lágrimas eran perfectamente visibles en sus mejillas. Alzó la cabeza. Sus ojos seguían aguados y vidriosos.

    Dolía tanto.

    Basta.

    Basta ya.

    >>La vida no es una fiesta constante, Whels-san—la distancia se hizo aún más grande—. Apenas es una fiesta a veces. Y yo no te importo. Así que deja de actuar como si lo hiciese.
     
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  20.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    ¿Qué era una moralista? Quizás.

    Pero Konoe Suzumiya no era nada suyo y nadie la tenía acercándose a alguien que evidentemente le iba a morder la mano.
    ¿Que quería sufrir por ello? Adelante, pero era obvio que no estaba llorando porque ella hubiese sido una perra.

    Rio.

    Una sonrisa ronca, sin gracia.

    Y siguió tirando.

    Alisha era su amiga y hasta una bestia como ella sabía que, incluso si la muñeca la rechazaba, se suponía que debía acudir a ella.

    Las amistades hacían eso.

    No era que ella lo hiciera.

    Pero los Kurosawa sí.

    Y sintió el sabor a sangre en la boca y el dolor de las heridas al ganar profundidad, pero no se detuvo.
    Siguió avanzando hasta dejar atrás parte del bullicio, hasta que la hizo detenerse la voz de alguien.

    Se estaqueó al suelo, llevándose los dedos lastimados a la camiseta, apretando para detener el flujo de las pequeñas gotas de sangre y cuando posó sus ojos dispares en Emily Hodges, no había nada en ellos.

    Opacos, carentes de brillo incluso bajo el sol de esa hora, recorrieron a la chica con la mirada.

    ¿Estar bien?

    ¿Necesitar... algo?


    Esta vez no fue agresiva, pero no había emoción alguna en sus palabras, ni siquiera la ira que la embargaba.

    —No hay nada que tú puedas hacer por mí —dijo casi en un murmuro—, Emily Hodges.

    El cabello negro, aquel impulso casi irracional de haberla seguido.
    Contuvo la reacción que la empujaba a morderla, de arrojarle los dientes a la yugular como había hecho con Suzumiya.

    Porque algo en semejante estupidez...

    Le recordó a la persona que estaba ausente en el patio.

    Apretó aún más la camiseta entre sus manos.

    Ah, dolía.

    —¿Lo viste o no? Porque si viste cómo traté a la muñeca japonesa, no sé qué haces aquí.
     
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