Exterior Patio frontal

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Cay se encogió de hombros, como aceptando su culpabilidad ante el peso monumental de una evidencia. Su reacción me causó bastante gracia por lo tierno que se vio, de seguro acababa de desconcertarlo con mi atrevimiento de tocarle el uniforme, ups. ¡Pero bueno…! Era algo que no se podía evitar cuando alguien me caía tan bien, la “confianzudez” brotaba lentamente por todos mis poros. Así las cosas, guardé la esperanza de que este muchachito tendría la energía suficiente para ponerse a la par de la mía; aunque, ¡eso sí…!, me limitaría en cuanto notase señales de estar agobiándolo (como con Beauty), me daría mucha penita si lo terminaba alejando, ay. Por otro lado, la extrañeza con la que me miró al oír lo de Neko-Cay se me hizo igual de adorable; al sostenerle esa mirada, repasé por un pequeño instante su rostro, donde concluí que la suavidad de sus rasgos potenciaba lo tierno de sus reacciones.

    Distinto fue mi caso al notar que se acortaba las distancias. Me incliné ligeramente hacia él con una sonrisita, Copito manteniendo férrea calma sobre mi dedo. Usé la mano libre como soporte de mi codo tras dejar caer los pelos, así podía escuchar en plena comodidad la canción que brotó de los labios del chico. Los latidos se me aceleraron con gran entusiasmo porque, para más magia aún, reconocí la letra. Mis ojos se cerraron con lentitud, no supe definir si fue intencional o un reflejo. Empecé a mover la cabeza lentamente, siguiéndole el ritmo; y también tarareé bajito, sonando detrás de la voz de Cay como un coro.

    Luego me sobrevino la curiosidad por ver a Copito, quería saber si esto estaba provocando un efecto más profundo en el chiquitín. Al abrir los ojos, pude ver que el gorrión ladeaba la cabeza con rapidez y, me pareció a mí, abrió el piquito un par de veces sin llegar a emitir un sonido concreto. Mi corazón se sacudió por un relámpago de emoción.

    ¿Estaba… a punto de hacerlo?

    La última nota de Cay se elevó sobre nosotros. En cosa de menos de un segundo, intercambié con él una mirada que brillaba de ilusiòn y, ni corta ni perezosa, me aferré a esa nota a la Velocidad de la Lucecita.

    His crown lit up the way as we move slowly, past the wondering eyes of the ones that were left behind —y otra vez, mis ojos se cerraron para absorber esa magia— Though far away —canté esa frase tres veces, en mi inglés nativo, y en igual cantidad proseguí:—, We’re still the same.

    Manteniendo los párpados cerrados, alcé mi otra mano. Deslicé los dedos sobre el cuerpo de Copito, desde la cabeza hasta las plumas de su cola. Lo mimé con movimientos lentos e inmensamente cariñosos, sin dejar de cantarle.

    Howling ghosts, they reappear in mountains that are stacked with fear but you are a king and I'm a lionheart…

    Estiré la última nota, el “heart”. Entonces, otro silencio en el que permanecí quieta. Y al segundo siguiente…


    Llegó a mis oídos la voz de Copito.


    Abrí los ojos casi de golpe al recibir su canto, que fue corto y solitario, pero que provocó un gran efecto en mi interior. Miré al gorrión sobre mi dedo, sorprendida. Sus ojos rojos sostuvieron el azul de los míos, batió sus alas un par de veces y luego… Luego… Volvió a abrir su pico para deleitarme con uno, dos o tres cantitos más, no fui capaz de contarlos debido al torbellino de sensaciones que me estaba atravesando en ese preciso momento.

    Miré a Cay unos instantes, seguramente conservando mi carita de incredulidad. Y finalmente… Le dediqué una sonrisa, la más radiante que alguien debió haber visto en este colegio. Mi cuerpo entero era una luz de alegría.

    —¿Lo… lo oíste, verdad? —dije— Cantó. ¡No puedo creerlo, cantó otra vez! —me reí, feliz a más no poder— ¡Y todo gracias a tu canción!
     
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    Dios y el diablo se empeñaban en señalar que tenía cara de mocoso, al final lo habían dicho tanto, pero tanto y Yako lo había estipulado también que acabé usándolo a mi favor. Con esta cara no levantaba alertas, pero por el mismo motivo era usual que incluso la gente nueva se fijara en la cara de crío y por eso pasaban cosas como la de Puppy, pero era indiferente. No era que pretendiera intimidar a nadie en realidad, era dueño de un elemento destructivo, pero el hardware se me quedaba corto para usarlo.

    A lo que quería llegar era que si algún día a Verónica se le ocurría señalar que lo suave de mis facciones solo acentuaba ciertos de mis gestos, bueno, no me quedaría más que cederle razón. Justo por eso le había dicho ayer Hubert que los amables eran más peligrosos, en la ausencia de amenaza la gente tendía a descuidarse.

    Pero no todo eran sombras ocultas ni segundas intenciones. A veces realmente era esto y nada más.

    No creí que la chica reconociera la canción, pero lo hizo y cuando quise darme cuenta estaba tarareando detrás del cachito de la letra que elegí y la risa quiso romperme la poca entonación improvisada que tenía. Me pareció que el pajarito hizo slgunos intentos por cantar o tuvo la intención de hacerlo, pero no estaba muy convencido todavía. Fue hasta que la chica tomó mi lugar y yo me mantuve como su armonía, seguro medio chueca, pero armonía a fin de cuentas que el pequeño milagro sucedió.

    En el silencio de Verónica el canto del gorrión se abrió paso, una sola nota que fue seguida de otras luego de que Verónica quedara tiesa del asombro. Observé el cuadro frente a mí, la chiquilla albina con su pajarito albino que por fin cantaba y me di por servido. Había venido aquí a pegarle una pitada a un poco de hierba, pero igual esto era mejor. La alegría de la chica por Copito era transparente, tan clara como el hielo en los lagos en ciertos inviernos.

    Ella me miró, todavía incrédula, y me dedicó una sonrisa que tuvo la fuerza de un rayo de sol chocando contra metal. Fue absurdamente radiante, inmensa, y me desbarató resistencias que ni siquiera me había dado tiempo de elevar en realidad. Sonreí con una suavidad estúpida, enternecido con el espectáculo, y asentí suavemente con la cabeza para hacerle saber que lo había escuchado. Ya de paso volví a estirar la mano para acariciar al gorrión, repetí la caricia de Verónica desde su cabeza hasta las puntas de la cola.

    —Cantó cuando escuchó la canción en voz de su buena amiga Verónica, ¿no? —dije para ella y para el animal, todavía haciéndole mimos—. Good job, baby. You did well.

    Ni me di cuenta pero le hablé a Copito de la misma forma que le hablaba a los gatos y seguí acariciándolo casi con aire distraído, como si esa acción hubiese absorbido una buena parte mi atención. Solía llevarme bien con los animales en general, quizás porque no tenía grandes aspiraciones de ellos más que su compañía. Abstraído o no, siempre tenía el cerebro funcionando un poco en segundo plano, así que opté por hacer la pregunta.

    —¿Eres la Verónica que viaja con Hubert Mattsson, el de segundo?

    kachow *inserte gif del rayo mcqueen*
     
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    Bruno TDF

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    Aunque Cay desconocía la historia detrás de cómo Copito y yo entramos en la vida del otro, el chico de seguro notaba lo significativo que fue, para mí, el escucharlo cantar. Esto era importante, más de lo que la imaginación era capaz de concebir. En ese pasado doloroso del que día a día nos alejábamos, fue el canto del gorrión el centro de su desconsuelo, porque desde el momento que su garganta dejaba de emitir sonidos melodiosos en ese espantoso lugar donde lo mantuvieron retenido, el dolor de un terrible estrés no tardaba en hacerlo sufrir: golpes a la jaula, gritos, abandono. Y aunque un día salvé su vida, poniendo en juego la mía, el silencio que lo rodeaba parecía ser una atadura hacia ese dolor. Por ese motivo busqué, incansablemente, cambiar para sus instintos el significado de cantar. Tratando día a día de que lo asociara conmigo, con la calidez de mi afecto.

    Con el canto de anoche y los de ahora, este largo esfuerzo estaba reluciendo con sus primeros resultados.

    Nos seguía esperando un proceso largo y yo, con muchísimo gusto, continuaría regalándole melodías. Por obra de Cay, ahora estaba considerando cambiar la estrategia: cantarle letras dulces en lugar de sólo tararear. Con este chico descubrí la efectividad que tenía eso, así que le estaría eternamente agradecida por su aporte invaluable.

    Estaba feliz, muy feliz, y una porción de esta energía pareció traspasarse a Cay porque su sonrisa fue espléndida y hasta me pareció percibir un destello de dulce ternura. Acomodé mi mano para que pudiese acariciar con comodidad todo el cuerpo de Copito, como había hecho yo antes. El gorrión recibió su mano con gusto, sin oposición alguna. Eso sí, volvió a su constante silencio. Pero con los cantitos de ahora me di por satisfecha y, de momento, dejaríamos el asunto para mañana.

    —Este logro también es tuyo —dije, mirando a los ojos dorados del muchacho—, porque canté la canción que tú elegiste, y además también me acompañaste —asentí—. Me alegra muchísimo que hayas venido, que sepas que no voy a olvidar esto.

    Sí, recién lo estaba conociendo, pero mis palabras fueron plenamente sinceras. ¡O sea…! Como para no sentirme así, si lo primero que hizo al verme fue tararear conmigo, me aceptó en su espacio inmediatamente, Copito se mantenía sereno en su presencia y, sobre todo, me ayudó a hacerlo cantar un poquito. Se había ganado una colosal cantidad de Veropoints, oye, y se incrementaron un poco más cuando me mencionó a cierta personita que teníamos en común…

    Asentí con una suave sonrisa.

    —Estás en lo correcto. Veo que Hubby te habló de mí, ¿eh? —respondí— Es un chico muy lindo y dulce, me transmite mucha paz cuando habla. Nos conocimos en el campamento de la academia, en una... ¡Ejem...! —carraspeé y bajé la voz—... fiesta secreta en la playa, después de la prueba de valor.

    Dejé escapar una risita traviesa.

    —Él también me mencionó tu nombre, ¿sabes? Por eso me sonaste tanto cuando te presentaste. ¿De dónde se conocen?

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    Última edición: 5 Enero 2024
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    Lo mismo de siempre, en ciertos espacios y con algunas personas prefería no darme grandes aires de forma consciente. Eso aplicaba aquí, no conocía a esta chica y por las condiciones de la cuestión, me parecía que el pájaro había reaccionado a ella más que a mí, como era normal, por eso solo le pasé la pelota. Todo lo que había hecho había sido brindarle una herramienta distinta y ya.

    Seguí acariciando a Copito cuando Verónica acomodó la mano, estaba en eso también cuando ella quiso reconocer el logro como mío también y dijo que le alegraba que hubiese venido. La tontería bastó para lanzarme algo de color al rostro, sentí que me ardieron un poco las mejillas y para evitarme el bochorno completo continué absorto en mi tarea de acariciar al gorrión.
    Igual cuando le pregunté por Hubert la noté asentir por el rabillo del ojo, apuntó que me había hablado de ella, que era lindo y dulce y esa descripción me hizo sonreír incluso sin estarla mirando. Lo que hizo bailar el gesto de la ternura a la diversión fue lo de la fiesta secreta y mira, podía haberme ofendido por no ser invitado, pero me causó más gracia imaginar al dichoso Sherlock allí metido.

    —Ah, ya veo. Tan secreta que no me la ha mencionado —bromeé, entretenido, y dejé de acariciar a Copito de forma gradual—. Mencionó algo de que mi nombre salió en una conversación sobre potenciales parejas de baile, si no recuerdo mal.

    No lo había olvidado, vaya, pero por hacerme el interesante o algo. Igual atendí a su pregunta después de eso, ya habiendo superado el sonrojo de antes, y pude voltear el rostro para responderle.

    —Del campamento, quedamos en el mismo grupo para la prueba de valor, con Sonnen y Makris, de mi clase también, y una chica más. Tiene su gracia, era el único de segundo ahora que lo pienso. El niño estaba protegido por una bola de senpai.
     
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    El color que asaltó el rostro de Cay no me pasó desapercibido, tan centrada estaba en conectar nuestras miradas al reconocer su aporte en el canto del gorrión. No me había esperado una reacción semejante, me resultó bastante curioso porque no sentía que hubiese dicho nada fuera de lo normal. Me expresaba sin disfrazar el pensamiento, era uno de mis principales rasgos. Aunque, por eso mismo, quizás había ocasiones en las que mis palabras se volvían grandes o contenían como un poder especial, ¡quién sabe…! De lo que sí estaba segura era que disfruté de contemplar el inicial rubor de Cay, antes de que desviara su atención hacia Copito. No había sido mi intención provocarle eso, me trajo el recuerdo de cuando Jez y yo hicimos ruborizar a Fuji durante la prueba; pero siempre que terminaba generando un sonrojo en alguien, por los motivos que fuesen, me encantaba apreciarlo sin malicia ni intención de molestar.

    Seguí hablando mientras él mimaba al gorrión. En su sonrisa vi que compartía mi apreciación de Hubby como un muchachito lindo y dulce, a lo que también podríamos añadir su inteligencia y la sensación de que nada escapaba a sus ojos. Lo de la fiesta secreta pareció causarle bastante gracia y yo me terminé riendo bajito, por la broma que terminó soltando en respuesta. A decir verdad, era la primera vez que le mencionaba esa fiesta alguien, ups.

    —Así es —afirmé cuando dijo lo de las parejas de baile—, entonces también te habrá dicho que también bailaría conmigo, ¿no? Yo digo que somos realmente afortunados.

    Lo último lo dije en broma, si bien contuvo una pequeña pizca de verdad. Cay pudo volver a mirarme tras recuperarse de su rubor, habiendo terminado con las caricias sobre las blancas plumas de Copito. Posé al chiquitín en mi hombro a la vez que prestaba atención a la respuesta del chico, sumamente interesada sobre su conexión con Hubby. Al igual que en mi caso, su relación nació en el campamento. Ambos no sólo se habían conocido por coincidir en un mismo equipo en la prueba de valor, sino que también estuvieron con el mismísimo Alty Sonnen. El detalle me arrancó una sonrisa entretenida, pues traté de imaginarlos juntos por el bosque, codo a codo frente a los escalofriantes encontronazos de la actividad. De todas maneras, me desvié con rapidez de tales ensoñaciones porque Cay apuntó que Hubby había estado protegido por una “bola de senpai”, cosa que me dibujó una inmensa ternura en el rostro.

    —Espero que me lo hayas cuidado bien, que fue una prueba complicada para todos —dije con suavidad—. En mi equipo no tuvimos un kohai; me tocó con unas personitas llamadas Alisha, Kenneth, Kakeru y Jézebel. Me hice muy amiga de los últimos dos —al referirme a Fuji y Jez, me ocurrió lo mismo que a él, cuando mencionó a su amigo guitarrista: el cariño se propagó en el tono de mi voz, en cada gota de mi aliento—. Ah, es que también voy a tercero, soy de la 3-3 para ser exactos...

    Entonces, alcé tres dedos de cada mano para reafirmar el número, sòlo por hacer la gracia

    —Así que, aquí donde me ves —con los mismos dedos me señalé a mí misma—, seré tu compañera de viaje hasta la tercera planta del Sakura.

    Copito, desde mi hombro, batió un poco sus alas.
     
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    Zireael

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    Habían días y días, como uno invocaba a Arata y Sonnen como si fuesen demonios atraídos a un portal, el otro me sonrojaba por una tontería que me decía una niña que debía medir, como mucho, uno con sesenta y tenía un pajarito de mascota. Era parte de mí, lo tenía asumido, pero sentía más vergüenza que el promedio de gente aunque fuese en cosas de lo más arbitrarias. Quizás tenía que ver con que la sentía en espacios más genuinos, menos permeados de espejismos, pero no estaba demasiado seguro de semejante cosa así que solo lo dejaba estar. Ya de por sí en el campamento me habían atacado a matar hasta que Ko tuvo que salvarme, nada podía ser peor que ese show la verdad.

    En lo que el tiempo me regresaba el tono normal al rostro siguieron pasando cosas, entre eso lo de Hubert y aunque pareciera que había ignorado lo de "Hubby" la realidad fue que lo tomé con pinzas y lo almacené. Solía hacer eso con ciertas piezas de información, con las reacciones de las personas fuese a cosas o a mí directamente, y esto que involucraba al niño cumplía todos los requisitos para ser archivado en el cajón con su nombre. ¿Para qué? Para seguir buscándole las cosquillas, claro.

    —Si lo piensas, que ambos seamos opciones puede significar que algo nos une en su manera de leer el mundo —apañé a su broma, fue entre una estupidez y una verdad absoluta—. Aunque yo parezca una antorcha y tú un montoncito de nieve. A los ojos de Hubert algo nos coloca en el mismo grupo, en la misma clasificación.

    Lo solté así sin más, como si hace dos segundos no me hubiese ruborizado por una tontería, y la conversación continuó. A Sonnen lo tenía protegido un ángel guardián de un calibre bastante importante, ya que estaba, porque en el momento en que me diera cuenta del apodo que le había clavado esta muchacha iba a mearme de risa. Lo de Hubby rozaba lo adorable, lo de Alty era hilarante a secas viendo que el tipo media uno ochenta, se la pasaba con cara de moco y era un puto abusón cuando nadie lo miraba. Sin embargo, era bastante dócil con... ciertas chicas, ninguna pasaba del uno sesenta dicho fuese de paso. Ser tanukis debía darles privilegios a los que yo, por hombre o por cualquier otra cosa, no accesaba en su mundo.

    Como fuese, Verónica dijo que esperaba que hubiese cuidado bien de Hubert y me tragué una risa porque justamente por eso habíamos terminado volviéndonos cercanos, por sacarlo del campo de tiro que se habían montado Sonnen y Makris. Luego mencionó su grupo de la prueba, que había resultado estar compuesto por Vólkov, Fujiwara, Alisha y un Kenneth que no me sonaba de nada. Por demás, viendo a la niña aquí presente el grupo era cuestionable, pero no necesariamente estaba condenado a perecer. Que yo hubiese empezado con la pierna incorrecta con Fujiwara no significaba absolutamente nada, quería decir, el tipo se comportaba como un ser normal en la escuela.

    Igual el cariño en su voz se estiró al referirse a él y a Vólkov, saltando a la vista, y yo que tenía corazón de pollo era débil a esas mierdas. Sabía lo que era querer a las personas, lo hacía con tal fuerza que acababa fracturándome en algún momento, cuando las emociones me podían más que el recipiente que las contenía y quise pensar que lo que me había dicho Ko, lo del fuego y todo ese embrollo, aplicaba a otras personas y otros elementos. Al final del día, tal vez todo se limitara al hecho de que algunos de nosotros amábamos de esa manera.

    Una que podía ser transparente o cruda.

    —El pequeño Hubby está bien cuidado conmigo, no hace falta que te preocupes por él —afirmé con una convicción que ni yo supe de dónde saqué, aunque la diversión se me coló en la voz al referirme al chico de esa manera—. Al final la prueba de valor nos dejó en plan "la recompensa son los amigos que hicimos en el camino", pero supongo que no está mal. Ampliar horizontes y esas cosas.

    Había dicho que sería mi acompañante hasta la tercera planta luego de apuntar que era de tercero y de la 3-3, así que di algunos pasos con intenciones de dejar nuestro punto estratégico y volver al flujo de estudiantes. ¿Me preocupaba qué haría con Copito? Sí y no, era su gorrión, ella lo traía y lo llevaba desde quién sabe cuándo y era ella quien conocía la dinámica, así que solo esperé.

    —Vamos entrando entonces. Nos espera un gran día luego de haber oído a Copito cantar, ¿no crees?

    Te lo puedes ir arrastrando, Chick Hicks
     
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    Gigi Blanche

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    Lo detecté prácticamente desde la puerta de entrada, si me ponía ostentoso podría incluso jurar que había olfateado su presencia desde el coche. El cabello azabache, la figura desgarbada y el uniforme ligero, encorvado contra uno de los laterales. Estaba atravesando el patio con Kaia a mi lado y nada en mí cambió, ni un ápice.

    —Entra sin mí, luego te alcanzo —murmuré, sin siquiera mirarla.

    Volteó a verme, lo noté, pero obedeció sin decir una sola palabra. Apresuró el paso, detallé su coleta cristalina un instante y viré hacia la izquierda, sin perder la calma. El perfil eternamente tenso de Sugawara me fue más y más claro conforme me acercaba. Saqué las manos de los bolsillos, junté las palmas en un aplauso lento y capté su atención al instante. Estaba llevándose el cigarro a los labios, se detuvo a medio camino y giró el rostro hacia mí. Otro aplauso, y otro, y otro. Frunció el ceño.

    Quite a show, huh? —Nunca hablaba en inglés, una parte de mí se negaba fervientemente, pero en ese momento no encontré mejor forma de expresarme—. ¿Debería felicitarlos?

    Su mirada helada no perdió detalle de mis movimientos hasta que me detuve a su lado y regresé las manos a los bolsillos. Reinició sus intenciones, su rutina entera, y le dio una calada al cigarrillo.

    —Nos diste vía libre —explicó, o más bien me recordó, con su tan profusa verborragia habitual.

    Una sonrisa me torció la comisura de los labios y recargué la espalda en la misma pared que él.

    —Me disculparás si me quedó corta la imaginación. Con tanto secretismo y cláusulas legales para moverse no pensé que se montarían semejante espectáculo.

    —Frank es así. —Otra calada, otra nube de humo—. Le gusta usar la ciudad de patio de juegos, ser el dueño del circo. Te recomiendo ir acostumbrándote.

    —Increíble. —Al exhalar solté una especie de risa vacía, incrédula—. Pensé que eran... crueles, ¿pero esto? Vaya.

    —¿A qué viene la molestia? —indagó, golpeteando el cigarrillo; las cenizas cayeron al suelo—. Dudo que te preocupen sus últimos momentos ni que seas capaz de escandalizarte tanto. —Me miró de soslayo—. A duras penas llevas sangre en las venas.

    —Ese, Yaboku, es un concepto complicado.

    Entendía a lo que se refería. Frente a los ojos de este fantasma, todos ellos, me había encargado de ser lisa y llanamente el verdugo de mi propio padre. Había esperado agazapado durante años, había rastreado a sus aliados y los había contactado con discreción. Sólo necesité el desliz, el error, la paranoia justa para ponerle precio a su cabeza y venderla; y lo hice sin pestañear. Las razones que me adjudicaran me la traían floja. Fuera hambre de poder, fuera venganza o el mero capricho de un psicópata, ¿qué más daba? Podían pintar sobre mi fotografía el monstruo que quisieran. Podía ser todos ellos.

    No me faltaba sangre en las venas.

    Tenía demasiada.

    —Supongo que fue mi culpa por subestimarlos —proseguí, intercambiando el peso entre mis pies—. Había supuesto un tiempo de encierro, otro de tortura y luego, un viaje en el maletero. ¿Qué pretendían con la puesta en escena, de todos modos?

    —Frank siente una marcada inclinación por la... poesía de la ironía, al menos así le gusta llamarle. —Una sonrisa asomó en sus labios, en su eterna seriedad, y cargó una soberbia indisimulable—. "Vive como parásito y morirás como uno", le escuché decir. El viaje en el maletero habría sido un desperdicio. —Otra calada—. "Con caballeros tan distinguidos, ¿cómo no interpretar una obra digna de su talla?".

    No sabía si el único loco era el francés y los demás sólo le bailaban alrededor, pero en cualquier caso tenían un tornillo zafado. No pude sino volver a reírme y menear la cabeza, sacando del bolsillo mi propio atado de cigarros.

    —Siquiera alcanzó los medios —destaqué, ligeramente divertido—. La Armada llegó primero y le barrió el show a tu querido dueño del circo.

    —Era la idea —murmuró al instante y lo miré; él se sonrió y me alcanzó su mechero—. Los dueños del lugar se habrían metido en graves problemas si la noticia se destapaba, ¿no crees? Frank sólo quería jugarles... una pequeña broma.

    ¿Metiéndoles dos cadáveres dentro de una sala privada? Vaya chiste.

    —Hicimos ruido, pero sólo el necesario —prosiguió, mientras yo encendía mi cigarro—. El mundo no necesitaba el escándalo, sólo las personas que vieran amenazada su estabilidad. Además, como ya sabes, no nos sirve el nombre de tu clan arruinado. Habría sido como meternos un tiro entre las cejas, ¿no?

    —No sé si felicitarlos o escupirles.

    —Tras cumplir tus órdenes, haz lo que quieras —definió, aplastando su cigarrillo contra el suelo, y despegó la espalda de la pared. La soberbia desapareció y me clavó los ojos encima, gélidos—. Aunque te advierto: soy el único con paciencia. La próxima vez que tengas un reclamo, vuelve a metértelo en la boca y trágatelo. Nerima es de los fantasmas, lo era con tu padre y lo seguirá siendo, con o sin ti.

    Extendió la mano en silencio, le regresé el mechero y dio media vuelta. Lo vi irse, la molestia me repiqueteó en el cuerpo y solté una risa floja, dándole una calada al cigarro llena de maña. Fue honda, me llenó los pulmones y solté el humo de golpe, bufando. Tenía sangre, demasiada, y por mucha seguridad que aparentara frente a Kaia... comenzaba a cuestionarme la dimensión de mis decisiones. Había cambiado un diablo por otro, no creía que hubiera otra fórmula posible en este mundo, ¿pero bailar al ritmo de alguien más?

    Seguía sin ser mi especialidad.


    tenía este relleno en mente desde el día anterior y al final no llegué a postearlo, so here we are

    anyways, lo importante es que Yuta queda al servicio de la comunidah
     
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    Amane

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    La cosa estaba bastante tranquilita en la academia últimamente, ¿verdad? Nadie me había molestado en la azotea durante el día anterior, por ejemplo, algo que consideré todo un hito, a decir verdad. Tampoco me quejaba, eh, aunque un poco de compañía no hubiese sido rechazada en lo absoluto. La cuestión es que acabé pasando el receso bastante tranquilita y eso... bueno, no sabría decir si, a la larga, terminaría siendo más bien una mala noticia.

    No tenía nada planeado para la mañana siguiente, mucho cuando vi lo nublado que estaba el cielo al salir de casa (¡todo culpa de Sonnen, estaba segura! ¡Había acabado atrayendo el mal tiempo con su cara de deprimido, lo sabía!), y por eso mismo me sorprendió gratamente distinguir al niño bonito de mi clase en el patio frontal, apenas un par de metros antes de que hubiera entrado al edificio sin darme cuenta. Llevaba un tiempo queriendo acercarme para conocerlo, pero nunca lo pillaba a solas, so lucky me!

    Hello there, pretty boy~ —le saludé junto a una sonrisa, acercándome a él como si fuéramos amigos de toda la vida, y lo repasé un poco con la mirada, hasta acabar con la misma puesta en su cigarro—. ¿Te sobra uno de esos~?

    me duele en el alma no caerle a joey, pero la pokédex de husbandos no se va a completar sola; una tiene que hacer sacrificios unu
     
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    Gigi Blanche

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    Había decidido quedarme un rato afuera, al menos hasta enfriarme la cabeza. No nos corría ningún demonio, entre la puntualidad aterradora de Kaia y el viaje en coche asegurado no me quedaba mucha responsabilidad más que la de ponerme el uniforme. Ni el desayuno me preparaba yo mismo. El servicio en casa era discreto y estaba bien entrenado, y aún así se notaba demasiado el cambio de ambiente. ¿Estaban tristes? ¿O sólo les preocupaba el futuro incierto de sus empleos?

    Hombre, me daba bastante igual.

    Percibí la compañía de soslayo, unos cuantos metros antes de que se detuviera junto a mí. Había seguido fumando, despreocupado, y giré el rostro en su dirección mientras le daba una pitada al cigarro. Ah, era la rubita de mi clase. En líneas generales no llevaba aún demasiadas caras memorizadas, no como Kaia debía tenerlas, al menos, pero vaya, cada quien con sus intereses, ¿no? Y una tía que parecía modelo gringa bien lograba entrar en esa categoría.

    Me saludó en inglés, su acento confirmó mis sospechas, y estaba soltando el humo cuando me pidió un cigarrillo. ¿Sólo por eso había venido? Ah, me iba a romper el corazón. Saqué el atado del bolsillo izquierdo, con la mano enguantada, y le di una sacudida breve y concisa para que un cigarrillo asomara por la abertura. Se lo extendí así.

    —¿Fuego? —pregunté, aún si no esperé respuesta.

    Sostuve mi cigarro entre mis labios y le acerqué encendido el mechero que tenía en el bolsillo opuesto. Era de metal, negro, y poseía un grabado en kanjis bastante ostentoso. Era un mechero de niño pijo, ni más ni menos, y no me molestaba admitirlo. Quizá tuviera alma de rata o de rebelde, pero en ciertos... placeres de la vida reconocía el disfrute de los privilegios heredados. Los beneficios, también.

    —Son doscientos yenes —agregué en el tono ambiguo de siempre, regresando todo a mis bolsillos para seguir fumando con calma.

    its not easy being a queen, ali-chan unu
     
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    Amane

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    El muchacho no reaccionó de manera demasiado evidente a mi compañía, pero pude ver como se llevaba la mano hacia el bolsillo para sacar el tabaco y me sonreí satisfecha, extendiendo el brazo para pillar el cigarro que sobresalió por encima del resto. Asentí con la cabeza cuando me preguntó si quería fuego, aunque para cuando terminé el movimiento, él ya había sacado un mechero de algún lado y me estaba ofreciendo la llama. Mi mirada bailó durante un milisegundo sobre sus labios, pero al final desistí de cualquier idea y me incliné hacia el fuego, con el cigarro ya entre los labios y una mano evitando que el pelo se me fuese demasiado hacia delante.

    —No tengo suelto —dije inmediatamente después de su comentario, pretendiendo no inmutarme demasiado ante el mismo a pesar de que una sonrisa traicionera se me estaba colando en el rostro—. ¿Aceptas otros métodos de pago~? —añadí, suavizando la expresión mientras buscaba su mirada de soslayo.

    Asumí que el asunto era broma un poco por la cara, porque su tono no lo dejó muy claro; tampoco me importaba demasiado si en realidad lo decía en serio, pues yo iba a seguir tomándomelo como me vendría en gana. Le di la primera calada al tabaco una vez me hube girado para apoyar la espalda sobre la pared, dejando escapar un leve sonido de aprobación tras soltar el humo, y eché la mirada al cielo durante un par de segundos.

    >>Ya llevas un par de días aquí, ¿cierto? —cuestioné, ladeando la cabeza lo suficiente como para captar su silueta en mi campo visual—. ¿Qué opinas? ¿Te está gustando nuestra querida academia~?

    así es, you know the deal unu
     
    Última edición: 24 Enero 2024
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    Gigi Blanche

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    Mantuve mi atención sobre ella mientras se inclinaba hacia la llama y encendía su cigarro, sin un motivo más específico que el de entretener la vista en los estímulos evidentes. Repasé brevemente sus facciones y la forma en que sostuvo su cabello, la máscara de pestañas, las uñas pintadas, las cejas perfiladas. Era un hombre de detalles y no en el sentido romántico, me lo habían enseñado para sobrevivir y las deformaciones del hábito, a veces, se propagaban como un virus. No me servía de nada escanear a esta chica, pero al mismo tiempo era mi forma de conectar con el mundo.

    Guardé las cosas y le solté el precio del favor. ¿Lo decía en serio? Pues no, pero si picaba, picaba, ¿verdad? El zumito del almuerzo me saldría gratis. De todas formas anticipé que no cedería, no tenía pinta de ser muy... sumisa. La miré ante la negativa inmediata y su sonrisa se suavizó al ofrecerme otros métodos de pago. Ah, estas mierdas eran de manual, ¿no? Pero vaya, no perdían el encanto. No con chicas bonitas.

    —Cheque, transferencia —ofrecí, tragándome la gracia de no seguirle el juego adrede. Solté un suspiro apenas exagerado mientras me llevaba el cigarrillo a los labios y, tras soltar el humo, agregué—: ¿O tienes otras opciones en mente?

    La sonrisa apenas me había torcido la comisura de la boca, fue una sombra que le dediqué un mero segundo. Se acomodó contra la pared a mi lado y me preguntó qué tal la escuela.

    —Está bien, pero no es muy diferente a la que iba antes y queda ridículamente lejos. —Golpeteé el cigarrillo hacia el suelo y le lancé un vistazo fugaz justo antes de agregar, apenas divertido—: La gente parece muy amable, eso sí. ¿Eres de la zona?
     
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    Amane

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    Sentí su atención puesta sobre mí mientras hacía todo el teatro de encenderme el cigarro, y aunque la misma fue más que bien recibida, tampoco podía adjudicarme demasiado mérito cuando era consciente de que solo había sido porque no había nada más que mirar a nuestro alrededor. ¿O quizás podía hacerlo aun así? I mean, ¿acaso no significaba eso que yo era el atractivo principal~?

    El muchachito aquí presente no cedió para nada ante mi propuesta, o por lo menos no inicialmente. Tras mi negativa por no tener suelto, el chico soltó otros posibles métodos de pago, y tenía que admitir que el asunto me hizo su gracia, pues se me acabó escapando una carcajada divertida nada más escuchar su solución; negué un par de veces con la cabeza después, rodando los ojos por un breve segundo.

    —¿Doscientos yenes, dices? —repetí, dándole una calada al cigarro mientras echaba la vista al cielo en un gesto pensativo—. Lo mínimo que podría ofrecerte es un beso, I guess, pero eso vale bastante más de doscientos yenes, así que... ¿uhmmm? I don't know, igual nos conviene acumular un par de favores más y te pago ya con algo interesante, ¿no crees~?

    Nunca se me había dado muy bien ser sutil cuando alguien me gustaba, tampoco le veía mucho sentido si siempre me había ido bien siendo directa, y aunque pudiera no parecerlo desde fuera, yo estaba cien por cien por ciento convencida de que a mi lindo acompañante no le iba a molestar para nada que le tirase los tejos de manera más descarada. Sí, sí, conocía yo muy bien a estos muchachotes que intentaban hacerse los duros, pero, ah, míralo, bien que estaba fumando conmigo en una esquinita apartada, ¿eh?

    >>Ah, un niño pijo de verdad —murmuré divertida, para después dejar escapar una risa nasal bastante irónica ante el comentario de la gente siendo amable aquí—. Qué va. Vivo en Minato, actually, así que también me queda bastante lejos. ¿Te expulsaron de tu otro colegio o algo? Digo, si era parecido al Sakura, pero este te queda más lejos, tienes que haberte cambiado por algún motivo. Y tienes cara de rebelede~
     
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    Gigi Blanche

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    Su carcajada rebotó en el espacio brevemente como una irrupción significativa, o un cambio en las corrientes, si se quiere. No percibí rastro de sarcasmo o soberbia en el gesto, sólo lisa y llana diversión; aún sin creer haber contado el chiste del siglo, la reacción no me desagradó. Rumió un poco y la mención jodidamente explícita del beso estuvo a nada de estirarme una sonrisa en los labios. Me había pillado un poco desprevenido, vaya. La chica exudaba confianza pero aún así no la había creído capaz de ser tan directa. La miré de soslayo, entretenido, hasta que propuso su oferta final.

    Estaba acabándome ya mi cigarrillo, le di la última calada y lo froté contra la pared a mi lado, apagándolo. Despegué la espalda, me agaché y recogí la colilla que Sugawara había dejado tirada, todo con una calma pasmosa. Al pasar frente a ella, sin embargo, saqué la mano enguantada del bolsillo y le quité su cigarrillo de los labios con un movimiento rápido y preciso.

    —No fío a desconocidos —fue toda mi explicación.

    La solté caminando hacia el cubo de basura más cercano, uno que estaba en la esquina. Regresé junto a la rubia y le di una calada al que había sido su cigarro hasta recién, como si nada. La etiqueta de niño pijo me estiró la sonrisa en los labios, era una estupidez que nunca dejaba de causarme gracia. Lo era, ¿verdad? Me movía con choferes privados, guardaespaldas incluso, no debía limpiar una mota de polvo ni hervir una taza de agua. Teníamos tanta gente trabajando para nosotros, para justificar nuestro estilo de vida, que llegaba a ser ridículo y agobiante. Las mujeres en las fiestas se quejaban de sus empleadas domésticas, se reían de sus errores, y los hombres hacían lo mismo pero de sus esposas.

    Era repugnante.

    Cara de rebelde, ¿huh? Mi sonrisa se mantuvo, reflejó diversión y me separé de la pared, girando sobre mis talones para situarme justo delante de la chica. La miré entre el humo y le extendí el cigarro, colocándolo precisamente entre sus labios. De un momento al otro recordé la estupidez japonesa de los besos indirectos y bueno, no pudo importarme menos.

    —Pijo primero, rebelde ahora. ¿Te divierte asumir cosas de la gente o sólo echárselas en cara? —repliqué, y aún pudiendo sonar a un reclamo bastante brusco, lo cierto es que lo murmuré con calma—. No, no me expulsaron, me transferí aquí con mi prima.

    Obviamente había un motivo, la tía no estaba errada, pero ¿se lo iría a decir? Tampoco.

    —Hay algo que me molesta, igual. —Volví a tomar el cigarrillo e hice un poco de teatro al hablar, gesticulando con la mano y arrugando el ceño—. Si tengo cara de rebelde, ¿por qué sonaste tan encantada al decirlo?
     
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    Amane

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    Tras darle la última calada a su cigarro, noté de reojo cómo el chico empezaba a moverse a mi lado, provocando así que mi atención se centrara todavía más en él por culpa de la curiosidad. Recogió una colilla extra que había en el suelo justo después de haber apagado la suya, y no pude evitar alzar un poco las cejas en señal de sorpresa, pues no me esperaba yo que de repente este muchacho tuviera tanta consciencia medioambiental, oye.

    La cuestión era que estaba tan, tan concentrada en toda aquella escena, que ni siquiera me percaté de que el tipo me había quitado el cigarro de la boca hasta que levanté la mano y, bueno, me encontré con la nada más absoluta entre los labios. Fruncí el ceño, pestañeando rápidamente un par de veces con clara confusión, y finalmente uní los puntos cuando volvió a estar completamente en mi campo visual. I gasped audibly, a medio camino entre la sorpresa y la ofensa, y me quedé mirándolo un rato largo, clearly judging him, hasta que me permití relajar el semblante tras una risa nasal floja.

    Perfectamente podía haberse dado el caso de que la tontería me molestara lo suficiente como para irme, en cuyo caso suponía que hubiera sido el final de la amistad tan bonita que se estaba formando, pero... bueno, eso no pasó. Ni idea, creo que me gustó más de lo esperado que fuera tan atrevido, y la sonrisilla divertida que se me acabó formando en los labios fue clara muestra de ello; me crucé de brazos, aun así, alzando una ceja inquisitiva. No le fiaba a desconocidos, había dicho.

    Bueno, eso tenía muy fácil solución~

    —Difícil pregunta, las dos cosas me divierten un montón —comenté, impostándole más seriedad de la realmente necesaria a mis palabras, y después solo asentí con la cabeza ante su aclaración final—. Ah, la niña bonita que viene a recogerte en los recesos~

    En aquel punto de la conversación, el muchacho ya se me había puesto delante, había creado una buena cortina de humo entre nosotros y me había devuelto el cigarro directamente a los labios, a lo que yo fui sonriéndome cada vez con más satisfacción. Le di una calada no muy pronunciada al pitillo y, call it what you want, no moví el brazo ni un ápice a la espera de que él volviera a encargarse de tomarlo. Así lo hizo, y también volvió a tomar la palabra, haciéndome una pregunta que, God, me hizo sonreír con un gusto difícil de explicar con palabras.

    Me separé de la pared, echándome hacia delante, y aunque ya no había mucha distancia entre nosotros, acorté la poca que hubiera al dar un paso en su dirección. Acerqué la mano a la suya, tomando con un cuidado absurdo su muñeca, y me llevé el cigarro de nuevo a los labios, aunque en aquella ocasión con sus dedos rozándome los mismos. Mantuve la unión incluso cuando giré el rostro hacia un lado para echar el humo, volví para mirarlo y, con la mano libre, busqué su barbilla para presionarla ligeramente hacia abajo, acercándome de manera peligrosa a sus labios; todo a ritmo estúpidamente lento, claro.

    >>Me gustan mucho los chicos malos —murmuré al rato, subiendo la mirada desde su boca hasta los ojos, y aproveché la cercanía para prácticamente rozar mis labios con los suyos al hablar—. Así que... ¿he acertado? ¿Eres mi tipo o vas a romperme el corazón? —añadí, ladeando apenas la cabeza.

    a plena luz del día, chicos??????
     
    Última edición: 30 Enero 2024
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    Gigi Blanche

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    Me pareció que la chica no se había percatado inmediatamente de mi pequeño truco, lo pensé mientras caminaba hacia el cubo de basura. Al girar y volver sobre mis pasos, ella se sorprendió con tanta transparencia que no pude evitar sonreír, claramente divertido. Me juzgó, vaya que me juzgó, creo que me habría perforado el cráneo con los ojos de haber podido, y yo fingí demencia hasta que decidió dejarlo ir y seguir conversando. Sólo entonces me posicioné frente a ella y le regresé el cigarro.

    Un poco tocapelotas sí era, pero ¿para qué cambiar las manías si no me traían desventajas?

    Le divertía asumir y echar en cara, decía. No respondí nada concreto y cuando hizo mención de Kaia sólo asentí ligeramente. Bueno, bueno, ¿era cosa mía o nos había estado prestando algo de atención? Coloqué el cigarrillo entre sus labios, tragándome la diversión, y por la forma en que me sostuvo la mirada asumí sus intenciones; de estar equivocándome, vaya, tampoco haría ningún mal. Parpadeé con calma y volví a recoger el cigarro.

    No me apetecía cortar el teatro, claramente, y le solté la pregunta estúpida con el obvio motivo de poner a prueba su respuesta. Su sonrisa reflejó un gusto inmenso, recortó la distancia y buscó mi muñeca para, otra vez, poder fumar. Cedí, lo hice sin moverme de sus ojos y seguí dándole terreno al encontrar mi barbilla y acercarse a mis labios. Su mirada se paseó desde mi boca hasta mis ojos, me resultó tan evidente que me chispeó el cuerpo de satisfacción cruda. Me sonreí, entretenido, y seguí pestañeando con calma hasta que acabó con la tontería de romperle el corazón. Hasta entonces no había movido un músculo propio, ladeé apenas la cabeza y pensé que el azul de sus ojos lucía muy bonito.

    —Con lo que te divierte asumir cosas, ¿hace diferencia realmente? —repliqué, en voz baja, y cuidando de no tocarla me acerqué a su oído—: Igual te dejo averiguarlo.

    Retrocedí la cabeza, deposité el cigarro en sus labios y di un paso hacia atrás, guardando ambas manos en los bolsillos. Le dediqué una sonrisa tranquila, afable incluso, y asentí ligeramente a modo de despedida. Ah, no sabía su nombre, ¿cierto?

    Bueno, otro día~

    —Nos vemos en clase.


    perdona la INMENSA tardanza bebi, es pecado capital con lo zukulemtha que estaba esta tirada de perros descarada :<

    ya sabes que lo disfruté un huevo JAJAJA gracias por caerme con la queen, a ver cuándo se tiran descaradamente de nuevo-
     
    • Ganador Ganador x 1
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    Amane

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    Siempre existía la posibilidad de alguien no me dejara hacer según me viniera en gana, ¿verdad? Normalmente descartaba esa opción sin siquiera planteármela, porque no tenía demasiado sentido en mi cabeza, y aunque siempre puede darse el caso, aquella ocasión no fue muy diferente a las demás. El chico no movió un solo músculo para rechazarme, dejando que me montase todo el teatro de turno mientras mantenía la mirada fija en mí; la noté en todo momento, claro.

    Por lo poco que habíamos hablado, y viendo la química que parecíamos tener, ya me imaginaba que su respuesta no iba a ser... predecible. Me sonreí al escuchar que prácticamente me devolvía la pregunta, y aun si hubiera querido reclamarla algo al respecto, su siguiente movida no me dio espacio a mucho más. Sentí su aliento sobre mi oreja, dándome pie a averiguar si mi instinto era correcto, y la estupidez me lanzó una descarga importante a lo largo de la espalda.

    Ah, that really was it.

    Me relamí los labios, siguiendo de reojo el camino que hizo al alejarse, y volví a darle una calada larga al cigarro cuando me lo dejó una vez más entre los labios. La sonrisa que me echó encima después de todo aquel espectáculo me hizo reír de nuevo con ganas, me despedí de él con un gesto de cabeza y vi como se alejaba mientras recuperaba mi posición, apoyándome en la pared y, en aquella ocasión, también cruzándome de piernas. Ah, qué problema, en serio... las clases a punto de comenzar y yo... así.

    Tendría que encargarme de arreglarlo en el receso, qué remedio~

    nada que disculpar, bebi <3 ahora tenemos más excusa para volver a rolearlos en modo PERRA
    aaaa, ya te dije pero bueno, gracias por dejarme que te caiga con ali, this was SO GREAT 10/10 i will do it again
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 1
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    Bruno TDF

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    El viernes por la tarde, tras presentar la solicitud de apertura del club de judo luego de las clases… tuvo lugar un evento algo inesperado: Copito, misteriosamente, no acudió a ninguno de mis llamados después de que atravesé las puertas de la academia, rebosante de felicidad por haber presentado el formulario del club. Silbé en varios sitios del exterior, cada vez más fuerte, sin preocuparme de estar llamando la atención de los alumnos rezagados. Lo busqué sin descanso, trotando de acá para allá, sin rendirme… Hasta que llegó un punto en donde el entusiasmo dentro de mi pecho volcó, convirtiéndose en una honda preocupación. ¡Uf…! De sólo recordarlo, mi corazoncito se aceleraba. No fueron latidos de los lindos, no.

    Pero… sí que me alcanzó un retumbar más fuerte, profundo y agradable cuando escuché la voz de Fuji, al otro lado de la llamada, avisándome que el gorrión estaba con él.

    El alivio que sentí fue inmenso, demasiado grande para describirlo en palabras. Ahora sabía la ubicación de mi gorrión. Pero lo que verdaderamente me relajó fue el detalle de con quién se encontraba. Desde ese preciso momento, entendí que todo iba a estar bien, que no había que ceder lugar a la angustia.

    Porque mi corazón y el de Copito confiaban en Fuji.

    Y la cosa no terminaba ahí. Pues ese mismo viernes por la tarde tuve que realizar un pequeño viaje en las afueras de Tokio. Consistió en un campamento de entrenamiento organizado por mi nueva sensei, que duró prácticamente todo el fin de semana. Por eso le dije a Fuji que nos veríamos este lunes, porque hacer buena letra con mi maestra era muy importante para mí. ¡Pero el punto es que…! Si seguí adelante con eso, fue porque… se trataba de Fuji. Si Copito se hubiese ido con otra persona que no fuera él, Jez o incluso Mey, suspendía mi viaje sin dudarlo. Pero al final no hizo falta, porque el gorrión acompañaba a una personita a la que apreciaba mucho, mucho, y que además era muy dulce y especial.

    Si bien le dije que nos veríamos hoy, por ese viaje de entrenamiento... no voy a negar que también me motivó la perspectiva de que estos dos se volviesen más compinches a lo largo de todo un fin de semana. Ya se llevaban de lo lindo, pero mi corazón deseaba que fuesen todavía más unidos… Y mira nada más, ¡hasta le habían hecho un collarcito precioso! Esa foto que me envió Fuji, el viernes a la noche, me hizo dormir con una sonrisa imbatible.

    Claro está, yo tampoco lo descuidé a él, así que a lo largo del fin de semana le estuve mandando mensajitos con indicaciones para cuidar de Copito.



    Así las cosas, llegué a la academia girando la cabeza en direcciones diversas, provocando que mi cabello danzara ligeramente. ¡Es que…! Ahora que habíamos pasado más tiempo juntos, creía conocer un poco mejor a Fuji. Así que no dudaba que me estaría esperando aquí, en el patio frontal. Me volteé y me volteé, buscándolo con una sonrisita radiante en el rostro…

    Hasta que lo vi. Con un resplandor blanquito en su hombro, que lucía un moñito rojo.

    Mi sonrisa se ensanchó, bañándose de emoción y ternura. Aferré con más firmeza el asa de mi maletín y avancé hacia el muchacho, haciendo un esfuerzo considerable para no echarme a correr porque de seguro me llevaba puesto a alguien, ups. Pude ver a Copito estirando el cuello repetidas veces, también mirando a todos lados. También buscándome. Esperé… y cuando finalmente sus ojitos dieron conmigo, no dudé en dejar el maletín en el suelo para alzar las manos.

    Despegó del hombro de Fuji como un cohete chiquitito, y se lanzó con entusiasmo al nido que había formado con los dedos. Me reí al sentir sus plumas rozando la piel de mis manos, las cuales descendí para recibirlo contra mi mejilla, como si le estuviera dando un mini abrazo. Sentí su cabeza frotándose allí, el calor de su cuerpito me hizo cerrar los ojos… Y entonces volví a alzar las manos. Copito abrió sus blancas alas y comenzó a volar alrededor de mí, como dibujando círculos.

    Y yo ya no podía contener la risita alegre.

    Quizás estuvimos un minuto así, o tal vez fueron dos. El gorrión se posó en mi hombro luego de su danza aérea y, así, ambos posamos nuestros ojitos en nuestro muchachito tan apreciado. Con una sonrisa amplia, recuperé el maletín entre mis manos y me acerqué a Fuji hasta detenerme enfrente suyo. Alcé la mirada directo hacia el bronce de sus ojos.

    —Buen día, Fuji —saludé, contenta a más no poder—. ¿Se han portado bien? ¿Me extrañaron?

    Contuve una risa por mi propia broma. En respuesta, Copito batió sus alas.

     
    Última edición: 20 Marzo 2024
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    Gigi Blanche

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    Había sido un fin de semana... curioso, desde luego. La cara de mamá cuando me levanté el sábado y vio al pájaro aleteando dentro de mi habitación fue un poema, un grito se le quedó congelado en la garganta y lo señaló como si fuera una araña de dos metros o el enviado de Dios. Yo seguía super dormido, Copito se posó sobre mi maraña de cabello desordenado y le expliqué más o menos lo mismo que le había explicado a los chicos la noche anterior. Su desconfianza seguía siendo tan palpable que le pregunté, en broma, si tenía un trauma oculto con los gorriones blancos, y ella dijo que no quería encontrar heces de pájaro adentro de la casa.

    —Entonces el trauma es con la caca de gorrión blanco —corregí, aún divertido, y ella me golpeó el brazo despacito con el repasador de la cocina.

    —Deja de reírte de tu madre y ven a desayunar —me regañó, yéndose por donde vino.

    Muchas dudas me asaltaron todo el tiempo. ¿Qué comían los gorriones? ¿Dónde dormían? ¿Se suponía que le diera agua? ¿Lo mantenía encerrado o lo dejaba salir? ¿Sería peligroso de alguna manera dejarle el cordón puesto? ¿Debía jugar con él? ¿Sólo lo dejaba ser? Esa tarde había quedado con los chicos, para colmo. ¿Lo dejaba a cargo de mamá o lo llevaba conmigo? Quizá prefería reducir los riesgos de que su pesadilla se cumpliera y mini Ishi había dicho de ir al Gyoen, así que...

    Al final todo salió bien y el lunes, como le había dicho a Verónica, me quedé afuera del edificio esperándola. La presencia del chiquitín había sido tal disrupción que me distrajo de todas las sombras que se me atoraban en la mente. Me daba pena tener que despedirnos, pero...

    —A mí también me cuesta esto, Copito, pero es lo correcto —le dije al gorrión, muy serio, y suspiré—. Debes regresar con tu legítima dueña y yo debo volver a mi vida habitual. Lo nuestro es imposible.

    Me había echado el finde entero monologando con el pobre pájaro, que sólo me miraba y me miraba sin entender una palabra. O quizá sí, quién sabe. Tampoco lo culparía por no reaccionar a mi verborragia. Pasaron unos pocos minutos hasta que el ave infló de repente las alas y se puso bastante inquieto. Repasé el flujo de alumnos y, dicho y hecho, identifiqué a Verónica viniendo en nuestra dirección. El gorrión alzó el vuelo y se apresuró para reunirse con ella, que alzó las manos y lo recibió. El cuadro me resultó enternecedor, incluso a la distancia, y sonreí sin darme cuenta.

    Comencé a caminar hacia ellos y nos encontramos a medio camino. El sol coronaba el cielo con intensidad y le arrancaba fuertes destellos a ambos, al cabello de Vero y el pelaje de Copito. Pensé eso, que brillaban un montón.

    —Buenos días, Shiro-chan —la saludé, sereno, y la risa que me vibró en la garganta me cerró los ojos un instante—. ¿Nosotros? Por supuesto. Somos muy buenos chicos, nos fuimos a dormir temprano e hicimos la tarea juntos. Copito lo puede confirmar. Pero la verdadera pregunta es...

    Me incliné en su dirección, alineándome mejor con la altura de sus ojos, y entrecerré los míos en gesto inquisitivo antes de relajar el semblante, ampliando la sonrisa.

    —¿ nos extrañaste?

    alo entrega de gorrión a domicilio
     
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    Bruno TDF

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    Nuestras risas surgieron en simultáneo, prácticamente fusionándose en el aire. La de Fuji, como siempre, fue suave y gratificante para mis oídos, y además pude apreciar cómo sus ojos se cerraban a causa de ese brote de diversión. Hubo un “algo” en su chispazo de energía que terminó por aliviarme… Quizá, porque en el fondo de mi corazón había persistido la preocupación de haberlo visto tan triste el día que cancelamos lo de las galletas, algo sobre lo que no me había quedado ajena hasta ahora. No era yo una observadora marca Hubby”, pero sí que poseía un instinto que, cada tanto, me susurraba cositas; ahora, por ejemplo, me decía que Fuji estaba como renovado. Y sabía bien quién era el pequeño responsable, ejem.

    Tuve que apretar los labios mientras escuchaba su respuesta, pues andaba con la risa tan floja en este momento que bien podría haberlo interrumpido con una traicionera carcajada. ¡Es que…! Al imaginármelos completando sus deberes o yéndose a dormir temprano, mi mente añadía elementos como gafas enormes, pilas de libros y gorritos de dormir, eran cuadros realmente graciosos. Cuando me dijo que Copito podía confirmar lo bien que se habían portado, aproximé mi orejita al hombro donde el gorrión se encontraba, con tal de seguirle el juego a Fuji. Fingí que oía un susurro, murmuré un “Oh! I see!” muy bajito, además de aprovechar para hacerme la escéptica por el puro teatro.

    Acto seguido, Fuji se inclinó hacia mí. Permanecí bien quietita y recibí con mucho gusto su acercamiento, sonriendo con ternura frente al modo en que sus ojitos entrecerrados me miraban, como analizándome. Regresó mi segunda pregunta sin haberla contestado él, así que tendría que quedarme con las ganas, ay; Copito le traspasó sus poderes de rufián, al parecer. Pero no importaba, porque ver su sonrisa tan de cerquita compensaba todo.

    No respondí al instante, sino que alcé una mano para apartar unas hebras oscuras de su flequillo, como si estuviera peinándolo. Me moví con suma delicadeza, y con tal acción le transmitía cariño.

    —Obvio que los extrañé. Y mucho, debo decir —respondí por fin, manteniéndome en sus ojos—. ¿Sabes? Estuve de viaje casi todo el fin de semana, pero eso no me impidió tenerlos siempre presentes.

    Mi expresión se suavizó considerablemente.

    —Saber que Copito y tú estaban juntos… mantuvo mi corazón lleno de paz —continué, sin dejar de pasar la punta de mis dedos por su flequillo— No te puedo explicar el alivio que sentí cuando me avisaste que se había ido contigo, no alcanzan las palabras. Como tampoco creo que alcancen para darte las gracias por cuidarlo todo el fin de semana —la mano con la que lo peinaba retrocedió lentamente, y fue a parar sobre mi corazón—. Pero eso: estoy inmensamente agradecida contigo, Fuji. Lo que hiciste es muy importante para mí.

    >>Y perdona si fue todo muy repentino o te afectó algún plan, me disculpo en nombre de Copito.

    El gorrión me miró con la cabeza ladeada, como haciéndose el desentendido. Seguía sin estar plenamente segura de que comprendiera nuestro idioma... ¿o tal vez sí lo hacía? Quién sabe. Pero no había dudas de que era un pajarito tan inteligente como travieso, al fin y al cabo.
     
    Última edición: 21 Marzo 2024
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    Gigi Blanche

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    Llegados aquí no creía que yo ni nadie fuera capaz de avergonzar a esta chica, parecía tan inmune a las cosas que usualmente le pasaban a las personas de nuestra edad que a veces me preguntaba si sería humana o si tendría, no sé, la sabiduría heredada de todas sus reencarnaciones anteriores. Recibió mi acercamiento con la naturalidad de siempre, de hecho parecía más que entretenida con el hecho, y le devolví la pregunta precisamente por eso; sabía que no había riesgos en molestarla.

    Antes de responder, estiró el brazo en mi dirección y se entretuvo en los dos o tres mechones sueltos que fungían de flequillo. Quise mirar sus dedos, pero obviamente acabé bizco y regresé a sus ojos, dejándola hacer con calma. El contacto era suave, delicado, y me mantuvo una pequeña sonrisa en los labios. Me contó que había viajado y me agradeció por haber cuidado de Copito, palabras ante las cuales meneé apenas, sólo apenas la cabeza; no quería perturbar su trabajo.

    —No pasó nada —la tranquilicé, en voz baja—. El viernes quedé con unos amigos a la noche, ellos son los responsables del... cordón, o collar, como quieras verlo. —Le eché un vistazo breve al gorrión y contuve una risa—. ¿Y viste con quienes almorzamos el jueves? El sábado fuimos a un parque y también me acompañó. Estaba muy contento, o al menos me lo pareció así. Revoloteó por cada árbol y cada arbusto, creo que hasta hizo unos amiguitos nuevos.

    No entendía nada de aves, yo sólo lo había visto compartiendo rama con otros pequeñines y la imagen me dio ternura.

    —¿Adónde viajaste, Shiro-chan?
     
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