Patio frontal

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    ¿No haber rechazado la solicitud de la niña era una mala idea? Por supuesto. La veía plenamente capaz de cumplir su palabra y pillarme en banda cada bendita mañana con tal de saludarme, pero ¿qué iba a hacer? ¿Decirle que no en la puta cara? Podía ignorar a la gente hasta cierto punto, no quedaba mucho por hacer cuando se te plantaban en frente y disfrazaban de preguntas cuestiones infranqueables. Ni debería haber planteado la solicitud viendo mi cara de culo.

    Fujiwara le habló de su madre y yo solté el humo hacia el cielo por primera vez, siendo que ahora estaba la niña en la línea que había usado de botadero. Podía parecer que no, pero mi atención ya había quedado atada a ellos me gustara o no. Oí la conversación sin mirarlos, lo de las galletas, de repartirlas y espera, ¿Fujiwara había horneado galletas? ¿Con esta niña? La imagen era hilarante. Sabía que el mocoso tenía un costado suave, considerablemente más suave que mucha gente del mundo donde nos movíamos, pero eso no borraba lo evidente.

    Que lo había visto amenazando, inmovilizando y asfixiando gente.

    Siendo la sombra de Frank y saltando a la línea de fuego como un sabueso bien entrenado.

    Noté sus movimientos de reojo y quise fingir demencia, aunque la charla repentinamente desapareció de mis oídos y el presagio me picó en el cuerpo. Kakeru soltó una risilla en voz baja.

    —Hmm, yo creo que es buena idea. Hay que hacer buenas migas con los compañeros, ¿no?

    Bastante cabrón cuando quería, el mocoso. Mi mandíbula se tensó brevemente al darle una calada al cigarro y solté el humo hacia arriba un poco de golpe. Pensé en irme, pero tampoco quería andar de paranoico por una chiquilla. Los miré de soslayo, confirmando que Fujiwara tenía su atención puesta en mí, y aplasté la colilla del cigarro contra la pared a tientas. Detecté el bento en las manos de Verónica, el que acababa de mencionar.

    —¿Voy a recibir un obsequio o un soborno? —tanteé, en el tono plano de siempre.

    ah, pero bueno u///u
     
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    Bruno TDF

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    Suga tendría el honor de ser el primero en recibir una de nuestras galletitas, decisión que fue tomada desde el momento en que quise saber su nombre. Por eso, la pregunta que le hice a Fuji era completamente retórica, casi que se respondía sola, y no me cabía duda de que él se daba cuenta de eso. Todo el asunto de pedirle que se me acercara para hablarle en el oído tenía por objetivo jugar al suspenso, hacerme la misteriosa con su complicidad (y de paso darle cosquillitas en el oído con mi respiración). Por mucho que se mostrara ajeno a nuestra conversación, me daba la sensación de que Suga era el tipo de persona que prestaba atención a lo que lo rodeaba; de ser el caso, no tardaría en advertir el repentino silencio, y con eso esperaba pescar su atención por un segundito más.

    Otra vez, una risita de Fuji a modo de respuesta. Aprobé sus palabras con un pronunciado asentimiento de cabeza. En medio tuve que retener una risa, pues era gracioso que hablara de hacer buenas migas cuando el asunto se trataba de galletitas. Cuando noté que puso su atención en Suga, yo hice lo mismo. Los dos nos quedamos mirándolo, viendo cómo lanzaba hacia el cielo gris una cantidad considerable de humo de cigarrillo y mantenía esa actitud imperturbable que parecía caracterizarlo. Finalmente nos miró de reojo, fue bastante fácil advertirlo porque, insisto, el color de su mirada era muy intenso. En diversos sentidos.

    Pero pese a todo, Suga se interesó por lo que recibiría (o tal vez era resignación, ¡quién sabe...!). En respuesta, le sonreí con suavidad.

    —Podría decirse que es un poquito de ambas cosas —admití, mientras colaba una mano dentro de la tela que envolvía el bento y levantaba su tapa para hurgar el interior—. Pero, principalmente, es una invitación.

    Saqué una galleta por azar, sin mirar. Era un traje de judo blanco con cinturón negro, resguardado dentro de una envoltura transparente. La extendí hacia Sugawara, a la espera de que la recibiera.

    —Con Fuji estamos buscando miembros para abrir un club de judo en la academia —mencioné, tratando de contener el entusiasmo que empezaba a colarse en mi voz—. Si en algún momento te interesa unirte, puedes hablar conmigo cuando quieras. Y si no te llama la atención, no pasa nada —volví a conectar con sus ojos de fuego, con la sonrisita un poco más amplia—, me alcanza con que te guste esta galletita.
     
    Última edición: 16 Octubre 2023
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    Gigi Blanche

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    En mi lista de cosas para hacer hoy jamás habría esperado agregar que Yaboku recibiera galletitas de una niña, pero a veces la vida se ponía graciosa. Toda la secuencia fue una maravilla desde mi posición y quizá me fuera al infierno por querer contárselo al Buitre ya mismo, daba igual. Era un pecado que estaba dispuesto a cargar. Observé el intercambio con una sonrisita pegada al rostro, mueca que, probablemente, le estuviera crispando los nervios a Haru. Aún así, permaneció concentrado en Vero y siguió sus movimientos como un gato atorado en la contradicción entre la precaución y la curiosidad.

    Le clavó la vista a la galleta dentro del envoltorio y, habiendo lanzado la colilla al suelo, la aceptó. Vero ya estaba soltando el speech del club y cuando mi nombre surgió, Sugawara me miró. Fue breve, un gesto que no supe si interpretar como casual o inquisidor, y de cualquier forma mantuve la sonrisa inocente pegada a mi cara. Luego regresó su atención a la galleta, la giró sobre sí y permaneció allí. Dudaba que hubiera tanto que analizar, probablemente sólo prefiriera no mantener el contacto visual con la chica.

    Cuando la introducción del club acabó, transcurrieron un par de segundos hasta que Haru guardó la galleta en su bolsillo y asintió quedo, buscando por fin los ojos de Verónica. Su gesto había sido cuidadoso, lo noté, y despegó la espalda de la pared conforme cambiaba el peso entre sus pies.

    —No me llama la atención, no —murmuró, con tanto tacto como siempre, y pareció iluminarse a mitad de camino antes de agregar—: Gracias.

    Fue su despedida, muy al estilo Sugawara. Su mirada reparó un instante en mí, yo asentí a modo de saludo y él simplemente se fue. Seguí su silueta hasta que desapareció en la esquina del edificio y me vacié los pulmones en una risa floja, agachándome para recoger la colilla de su cigarrillo.

    —No lo tomes muy a pecho, la pobre criatura es un desastre haciendo sociales —indiqué, no sabía si por defender al inadaptado o por tranquilizar a Verónica, aunque ninguno de los dos probablemente necesitara mi ayuda—. ¿Vamos yendo?

    Ni modo, las manías.


    por acá cierro con los mushashos. Gracias por caerles, Bru, me hizo mucha ilu <3
     
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    Una correntada de alegría me recorrió el cuerpo apenas vi la galletita entre sus dedos. También me provocó mucha ternura que Suga empezara a girarla frente a sus ojos mientras le mencionaba el club, actuaba como si fuera la primera vez que veía un dulce semejante. Quizá fuera el caso, ya que ni siquiera yo había encontrado postrecitos con temática de artes marciales. Lo importante fue que no lo rechazó, pues cuando terminé la flamante presentación del club, Suga la guardó en su bolsillo tras segundos de silencio. Cuando volvió a mirarme a los ojos, seguían sintiéndose como fuegos, pero mi instinto me indicó que ahora había algo diferente; como si la conexión fuera algo más suave, un fuego que intentaba no quemar.

    Dijo que no le interesaba el club de judo. Era una lástima, la verdad, pero no me puse triste ni nada por el estilo. ¡Es más…! Hasta valoré que me respondiera con tanta sinceridad, directa y sin rodeos. Y en ese mismo sendero, sentí que su agradecimiento fue igual de honesto, al punto de que mis ojos se cerraron frente a la ampliación de mi sonrisa. Suga podía parecer distante, pero me pareció que tenía su lado tierno, uno que dejaba a ver a su manera, con un estilo distintivo.

    Me despedí de él con un suave saludo de la mano.

    Negué con una risita cuando Fuji dijo que no me tomara a pecho la actitud de Suga, pues en realidad no me había parecido un mal encuentro. Había aceptado que lo saludara todas las mañanas y recibió la galleta, desde mi punto de vista estuvimos bien.

    Asentí cuando dijo de entrar juntos.

    —Vamos. Pero antes… —saqué otra galletita del bento y la dejé dentro de un bolsillo de su blazer. Lo miré a los ojos con ternura y le sonreí, radiante como siempre—. Acompáñala con algo calentito, que no quiero que te resfríes.

    ¡Gracias a vos! Encantadísimo con esta interacción <3
     
    Última edición: 17 Octubre 2023
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    Apenas dejé el espacio, el ruido, las siluetas y pude dejar de ver de forma directa algunas de las ideas que me estaban masticando la parte de atrás de la cabeza sentí un alivio. Fue como si me sacaran una presión del pecho, solté una bocanada de aire apenas me supe más o menos solo, y agité la cabeza como un perro mojado. En cierta forma era diferente meterme a un hotel pijo del Triángulo del Dragón con saco y corbata que estar en medio de un mar de gente de mi edad, pero sabía que ese no era el problema. Lo sabía demasiado bien.

    Pensé en subir a la azotea, pero preferí ahorrarme cualquier fiasco si había alguien y mis pasos me guiaron al patio frontal. Se escuchaba el ruido de la música, sí, pero no había gente y eso me bastó. Recorrí el espacio, ubiqué una de las bancas y caminé hasta ella para sentarme allí; una vez estuve acomodado tomé mucho aire por la nariz, fue una inhalación pesada, densa, y acabé exhalando despacio.

    Unos segundos más tarde escarbé en el bolsillo, di con el porro medio empezado y el mechero barato. Acomodé el cigarro en la boca, lo encendí, le di una única calada profunda antes de apagar la hierba para regresar todo al bolsillo. Dejé caer la cabeza hacia atrás, solté la nube de humo blanquecino y lo observé alzarse hacia el cielo encapotado, cerrado sobre la academia.

    Parpadeé despacio, la claridad de las nubes me lastimó un poco los ojos así que regresé la vista al frente y saqué el teléfono del bolsillo contrario donde había guardado la hierba y el encendedor. Observé la pantalla largo y tendido, tuve otro debate mental y no sé cuánto tiempo me quedé observando el aparato hasta que lo desbloqueé, abrí los contactos y busqué el de mi padre.

    ¿Qué estaba haciendo en realidad?

    ¿Qué era lo que estaba eligiendo?

    Le di a la tecla de llamada, me llevé el teléfono a la oreja y el aparato timbró. Una, dos, tres veces y cuando creí que saltaría la contestadora el cabrón recibió la llamada. Guardó silencio, carraspeó y habló por fin.

    —¿Qué quieres, Cub?

    —Sonnen no sirve —anuncié con indiferencia, ni siquiera lo saludé.

    —¿De verdad?

    —De verdad —apoyé la mano libre en la banca, relajando la espalda—. Quedó como un trapo, los motivos no importan. Solo tengo a Honeyguide.

    —Debería servir. Si decides que no es suficiente, pasa por Shibuya de nuevo la próxima semana y tendré un contacto para ti.

    No me dejó responder, colgó y yo me separé el móvil de la oreja. Observé la pantalla de nuevo, con la llamada finalizada y el nombre de mi padre suspendido allí; la pregunta sobre qué estaba haciendo volvió a rasgarme el cerebro y las paredes de la cueva vibraron, inestables. Las mierdas que me habían estado cruzando la mente desde la mañana reaparecieron, insistieron en morderme y renuncié a poner resistencia.

    Lo cierto era que estaba agotado.

    relleno cuz i can :shani:
     
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    Amane

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    Me quedé un rato más en el aula después de la partida de Morgan, dándole alguna que otra vuelta a la conversación que habíamos tenido e intentando definir si podía llegar a considerar la misma exitosa o no. No llegué a ninguna conclusión clara, para ser honesta, y lo único que realmente pude saber con certeza era que toda la tontería me había dejado horny as fuck; Joey se había ido hacía un buen rato, además, lo que básicamente se traducía en que estaba fucked up.

    Así pues, no me quedó más opción que recurrir a mi otra gran adicción: el tabaco. Mi primera intención fue subir a la azotea, obviamente, pero escuché voces proviniendo del lugar al acercarme a la puerta y al final desistí, porque me estaba dando mucha pereza tener que lidiar con cualquier otra persona. Mi segunda opción solía debatirse entre los baños y el patio frontal; los primeros eran más seguros, pero la cosa era que necesitaba algo de aire fresco, so...

    Me planté en una de las esquinas en las que se creaba un punto muerto de las cámaras y encendí el cigarro que ya me había metido entre los labios nada más salir al exterior, cogiendo una cantidad considerable de humo que atrapé en mi interior un rato largo antes de dejarlo salir poco a poco.

    ...

    Un rato después, mientras seguía fumando, la presencia de un alumno consiguió llamar mi atención; era el muchachito de pelo azul de la otra clase. En cualquier otra ocasión, seguramente lo hubiese ignorado sin más, pero al parecer algo de inspiración divina me cayó del cielo y me acordé de que quería preguntarle una cosa desde hacía un tiempo.

    Hey, sunshine! —lo llamé, no sin antes haber silbado para captar su atención, y le hice una seña con la mano para que se acercara—. C'mere! I wanna talk to you!
     
    Última edición: 24 Noviembre 2023
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    Gigi Blanche

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    El tiempo en la azotea había pasado bastante rápido. Como tal sabía que nada me ataba ahí y puede que, incluso, Cay hubiera preferido esa hora para tranquilizarse a solas. Al final siempre confiaba en la palabra de las personas, quizá más de lo que debería. La excusa servía hasta cierto punto, ¿verdad? Luego comenzaba a gastarse y a meterte en problemas; para bien o para mal, aún ignoraba todo. Habíamos conversado de cualquier tontería, de algún modo sentí recuperar un tiempo perdido y me pregunté si habría aceptado irme de buenas a primeras incluso si él me lo pedía. Mi relación con el cariño de los demás era un poco extraña, pero la creía sincera. "I love you", había dicho, y no me importaron demasiado las ambigüedades del idioma. Cay, Anna, Emily, Haru, Arata, Morgan, Rei y los demás. Los quería.

    —Yo también —le respondí, buscando sus ojos para sonreírle.

    Los quería de formas que no sabía expresar.

    La mañana transcurrió en calma y, llegado el receso, bajé al invernadero. Llevaba un par de días sin ir y había pensado en hacer una visita rutinaria. La chica que recordaba era amiga de Arata había aparecido y mi presencia pareció cohibirla, a lo que intenté tranquilizarla. Seguí a lo mío hasta que mi móvil vibró con unos mensajes de Kakeru, diciéndome de almorzar con él y Emily. Acepté sin inconvenientes, dejé los guantes de jardinería y me despedí de la pelirroja con una sonrisa. Me daba un poco de pena que se quedara sola pero también supuse que mi ausencia la relajaría, vista su primera reacción.

    Recorrí el patio norte y bordeé el edificio para conectar el frontal con los casilleros. Oí un silbido y una voz femenina llamando a... alguien, y por la dirección del sonido giré el rostro por inercia. No esperaba que me hablara a mí, la verdad. No expresé la sorpresa, de todos modos, y medio cacé lo que dijo en inglés; de todas formas la seña de mano evidenciaba sus intenciones. Me acerqué, pues, y estando a una distancia decente le sonreí. Me quería sonar, ¿iba a la 3-1?

    —¿Sí?


    mi intención original era usar el invernadero para kinda responderle una última vez a Cayden, pero al final nadie me cayó así que improvisé. Zireael nomás para que te enteres del primer párrafo, en realidad es super sencillo pero quería que quede registro (?

    y perdón gabi por usar medio post con otra cosa JAJAJA
     
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    Amane

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    Era consciente de que me estaba confiando demasiado en que el chico asumiese que lo estaba llamando a él, incluso si realmente tampoco había muchos alumnos que eligiesen pasar el receso en el patio frontal y eso prácticamente nos hacía ser los únicos por la zona. Sea como fuere, por conocimiento o inercia, el chico acabó girando la cabeza en mi dirección y pudo ver que mis señas iban dirigidas hacia él, así que finalmente se acercó a mi posición y todos contentos.

    El muchachito era bastante guapo, así que me permití recorrerlo con la mirada en cuanto llegó a mi lado y no tardé en corresponderle la sonrisa, comportándome como si lo conociera de toda la vida cuando en realidad no creía haber cruzado alguna vez palabra con él. Le di una nueva calada al cigarro mientras echaba un vistazo a nuestro alrededor, asegurándome de que no hubiese nadie más merodeando por la zona, y ladeé apenas la cabeza en lo que daba un paso en su dirección.

    —Kohaku, ¿verdad? Me han dicho que vendes buena hierba~ —solté, sin intención de darle más vueltas de las necesarias al asunto—. Me encanta probar cosas nuevas, so... what'd you say? ¿Me venderías un poco~?

    cero problemitas, bebita uwu
     
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    Gigi Blanche

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    La criatura me recorrió con la vista como si fuera un muñeco en exposición y la tontería me hizo su debida gracia, además de darme una idea más concreta de qué clase de persona era. Podía parecer que jalaba demasiado de las primeras impresiones, pero no solía equivocarme. Buscó confirmar si era quien creía, yo asentí y la cuestión cobró un poco más de sentido en cuanto mencionó la hierba. Ah, clientes.

    —Te dijeron bien —afirmé, sin una pizca de vergüenza, y mantuve la sonrisa tranquila en mi rostro—. Pues claro, no me verás quejándome. Siempre es un placer recibir nuevos clientes.

    Busqué mi móvil, abrí los contactos y se lo extendí, regresando a sus ojos.

    —Déjame tu número y te paso los detalles. ¿Buscabas algo en particular?
     
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  10.  
    Amane

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    Al chiquillo no le faltaba confianza en sí mismo, algo que me resultaba bastante curioso teniendo en cuenta la pinta de niño bueno que me llevaba. Por supuesto, lo último que planeaba era juzgarlo por su aspecto, si la cara de crío no le quitaba que fuese un jodido camello, en pocas palabras. Tenía que admitir, eso sí, que su actitud logró ensancharme la sonrisa con gusto, y no me quedó más que asentir ligeramente con la cabeza cuando dijo que era un placer recibir nuevos clientes.

    Eh, todo un hombre de negocios, ¿a que sí~?

    —Me basta con que me coloque, guapo —le contesté, dejando salir una risa floja, y me llevé lo que me quedaba de tabaco a los labios, pudiendo así coger su móvil para registrar mi número—. ¿Has visto? Te llevas una cliente muy fácil de complacer, what a jackpot~

    Me registré como 'Ali' junto al emoji de una estrellita, básicamente porque así me vino en gana, y le devolví el teléfono junto a una sonrisa. Había aprovechado para mirar la hora en la pantalla, así que nada más terminar con eso, tiré la colilla al suelo y la apagué con la punta del zapato, regresando la vista al muchacho inmediatamente después.

    >>Hablamos, pues. Tengo ganas de ver lo que tienes, sunshine~ —le murmuré al pasar a su lado, guiñándole el ojo antes de volver a dirigirme al interior de la academia.

    well, i did not expect to finish with this but super worth, ehe 7u7 gracias por caerme rápidamente con el niño <3
     
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  11.  
    Gigi Blanche

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    Sus requerimientos eran, en efecto, bastante laxos. Mi sonrisa permaneció igual que antes, se dejó el cigarro entre los dientes y se agendó, bueno, como le vino en gana. Me daba bastante igual, estaba acostumbrado a la gente desfachatada y de por sí yo no era precisamente vergonzoso.

    —Luego te escribo, entonces —resolví con simpleza.

    Lanzó la colilla al suelo y me guiñó el ojo cuando pasó junto a mí, despidiéndose. Me permití una risa nasal sumamente ligera y la miré irse un par de segundos, sin ningún motivo particular. Inhalé, solté el aire y me agaché para recoger lo que había dejado tirado. Retomé mi camino inicial hacia el club de cocina, pues, y en el camino tiré la colilla en el primer bote de basura que encontré.


    un placer hacer negocios con usted, ma'am uwu7
     
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    Zireael

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    Había algo haciendo muchísimo ruido, estaba en los mensajes, en las nebulizaciones que se había comido y la idea del prisionero de guerra. Si habían tenido que nebulizarla de forma regular, si habían tenido que estabilizarla, tenía que haber cruzado una puerta de hospital y la idea, aunque por mensajes pude fingir la más absoluta de las demencias, me atenazó el corazón. Se anudó, apretó y buscó cortarme todo el flujo de sangre en un instante.

    Surgió de ninguna parte, cuando miré el océano teñido de rojo y azul, cuando encontré el tono violeta que se parecía al negro, las aguas se partieron y los ojos de la bestia me observaron por primera vez. Hasta entonces solo había adivinado su existencia, su silueta y su tamaño; había visto su figura recortada cada vez que el mundo perdía color y había amenazado con mostrarse el día que tuve el ataque de pánico. Sin embargo, cuando los inmensos ojos, vidriosos, me observaron directamente supe que no podría ignorarla toda la vida. Que si daba un paso en falso caería en sus fauces y me partiría todos los huesos.

    Eres un obstáculo, decía.

    ¿No estás cansado, niño?

    Todos a tu alrededor lo están.

    Incluso si me había tranquilizado en cierta manera que me contestara los mensajes, no pude esquivar los delirios con la fluidez que me hubiese gustado. Estaba cansado todavía, absolutamente drenado, dormía mucho sin descansar en realidad o no dormía en lo absoluto. Esa alteración debía estarme trastocando los cables, lo sabía, pero no me quedaba fuerza para revisar las conexiones y corregirlas. La voz de Arata llamándome un lastre apenas conectaba con mis emociones hacía eco junto a la de mamá llamándome incorregible y el hecho de que seguía sin hablarme. Todo lo que hacía contrapeso era la figura de mi padre.

    Ayer había preguntado por ella y no encontré el descaro para mentirle. Le conté que había tenido la crisis de asma, que la tenían encerrada y que no podía evitar pensar que, aunque fuese por rebote, era culpa mía. Que yo había empujado todo, que se había apilado hasta rebasarla y cuando la presa reventó el montón de agua se la llevó.

    Se la llevó como sentí que sucedería desde el inicio.

    Él intentó sacudirme el sentimiento de encima, así como había buscado sacudirme los demás, pero al final era solo un hombre. Por más inteligente que fuese, por más paciencia que tuviera, la bestia era demasiado grande e indómita. Al final tuvo que rendirse y lo que hizo fue acompañarme, nada más. Fue lo único que le dejé en las opciones.

    Después de los mensajes había seguido enviándole cosas por Instagram a Anna como le dije que haría, al final el algoritmo terminó ayudándome así que el material empezó a llegar solo. Tampoco pretendí atestarla, le enviaba un par de vídeos, me forzaba a distraerme una hora al menos y enviaba otro par y fue así hasta que tuve que dizque irme a dormir para madrugar al día siguiente.

    El sueño entrecortado volvió, tuve sueños borrosos en que le enviaba mensajes y al despertar me daba cuenta de que eran eso, un sueño, antes de volverme a dormir y repetir la historia. En algún momento sonó la alarma, pero no fui capaz de levantarme hasta media hora después y supe que tocaba tirar los billetes en un Uber con tal de llegar a tiempo. Me dio bastante igual.

    Llegué a la academia, bajé del coche y me quedé estaqueado en el portón de entrada. Observé a la gente entrando, vi el cielo despejado y me pregunté genuinamente cómo el mundo era capaz de seguir a pesar de todas estas mierdas, de estas de tantas otras que eran estadísticamente peores. Estaba Anna contenida en cuatro paredes, que seguía implorando no fueran las de un hospital pero podían serlo, y todo seguía sin más.

    Era espantoso.

    No me creí capaz de entrar de inmediato, así que busqué el punto ciego del patio y me aposté allí para poder fumarme un cigarro antes de meterme al edificio. Pensé en escribirle a Anna, pero me pareció que era demasiado temprano y que capaz le interrumpía el descansado en su encierro, así que preferí dejarlo para una hora más amable. Tampoco supe muy bien qué hacer, seguía sin saber si buscar a Hodges, a Kohaku o directamente a Fujiwara fuese para pedir claridad en mis suposiciones o para decirles cómo estaban las cosas. No se suponía que tomar esa clase de decisiones fuese tan difícil, ¿no? Todo era un desastre inmenso, lo había sido siempre.


    relleno en todas las de la ley *sigue sufriendo*
     
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    Bruno TDF

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    Hubby me miró por sobre su hombro cuando notó que me había detenido, provocando que se adelantara algunos pasos en soledad. En la negrura de sus ojos brilló esa amable intriga que parecía caracterizarlo, como preguntándome en silencio qué era lo que me sucedía. Le dirigí una sonrisa amplia, una que era bastante más radiante de lo habitual. Copito, sobre uno mis hombros, sacudió con suavidad sus alas al notar que hoy me sentía especialmente contenta.

    —Me quedaré un ratito más en el patio —dije, dirigiendo mis ojos hacia el pajarito—. Ya sabes, por este chiquitín.

    El muchachito asintió con su solemnidad principesca, devolviéndome la sonrisa. Durante el largo trayecto del tren que nos traía desde Bunkyo, estuve hecha todo un torbellino de palabras que él escuchó con paciencia. Le hablé sobre la prueba de karate que tendría esta tarde después de clase, aquella que decidiría si hoy quedaba bajo la tutela de una nueva sensei; le confié, cual secreto, mi plan para el receso, uno que involucraba a Jez… Y, sobre todo, expliqué con muchísima emoción un evento de la noche anterior, algo que me había pasado con Copito…

    —En tal caso, me adelantaré —afirmó Hubby, y mientras volvía a girarse añadió:— Ten un gran día. Y confío en que superarás la prueba que Anong te tiene preparada en La Puerta.

    Mi sonrisa se amplió considerablemente mientras lo veía alejarse hacia la entrada de la academia, con mi corazón llenándose de calidez frente a la sinceridad de sus palabras, que no eran de mero aliento.

    —Es tan bonito, que me hace morir de ternura —dije encantada, como si Copito fuese capaz de comprender mis palabras; rasqué su pequeña cabecita con un dedo—. Creo que no podríamos haber pedido un mejor compañero de viajes, ¿verdad, chiquitín?

    El gorrión batió con suavidad sus alas. No entendía mi idioma, pero sí cómo me sentía. Estaba contenta, muy contenta. Y, principalmente, me sentía feliz por lo que nos había ocurrido anoche, en el apartamento. Al mirar al gorrión, mi sonrisa adquirió una suavidad inusitada, un cariño inmenso y… esperanza.

    Copito había cantado.

    Rara vez dejaba escuchar su voz de pajarito. Sólo piaba cuando percibía una enorme tristeza a su alrededor. Como cuando ocurrió lo de Jez en los humedales, o ante la voz quebrada de Fuji. Su voz me servía de señal para advertir que alguien necesitaba contención, pero siempre deseé que algo tan bello como el canto de un ave no se limitara, solamente, a las penurias. La voz de Copito también merecía asociarse con la alegría, con el amor.

    Por eso, desde que me mudé a Japón, siempre dediqué una hora de cada día a cantarle. O, mejor dicho, a tararearle. No era una hábil cantante, pero mi voz lograba un tono armonioso si mantenía los labios unidos. Así, con paciencia, cariño y sonrisas, le entoné al gorrión melodías suaves y dulces con la esperanza de que algún día me respondiera. Y anoche… finalmente, me devolvió un par de cantitos. La emoción que me dio fue enorme, ¡enorme!, por lo que ahora quería aprovechar cada minutito posible para seguir buscando su cantito.

    Busqué un lugar que estuviese un poquito apartado de la marea de estudiantes que llegaban a la academia. Al final me dirigí a una de las paredes laterales, un poco recordando mi encuentro con Fuji y Suga en este mismo lugar. No había algo en lo que pudiese sentarme, por lo que no me quedó más remedio que permanecer de pie. Eso sí, apoyada lo más pancha contra la mencionada pared.

    Dejé a mis pies el maletín del colegio, también el bolso deportivo en donde guardaba el dogi, mi traje de karate kyokushin. Con movimientos delicados, hice que Copito se ubicara sobre las palmas unidas de mis manos, mis dedos sirviéndole de nido. Lo miré con una sonrisa amplia y lo acerqué a mi rostro para rozarle el piquito con la punta de mi nariz. Tras esto, comencé a tararearle una canción.

    Melodías suaves se elevaron en la mañana.

    Por aquí dejo a libre disposición una Vero cantarina y su Copito uvu
     
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    Para cuando llegué de nuevo al salón y para cuando se terminaron las clases casi olvido lo de revisar el casillero de Anna a la salida, pero me acordé cuando estaba por dejar los casilleros atrás y regresé sobre mis pasos solo para husmear. La bolsa seguía allí, así que eso me hizo unir puntos por fin y la verdad el imbécil de Sonnen me dio algo de lástima por primera vez en su vida. Entre que lo de arreglar sus mierdas había salido para el culo y la ausencia de la chica ahora tenía sentido su estado, pero no me correspondía. Sabía que no era mi asunto lidiar con él porque pecaba de lo mismo que yo, que Ko y quién sabe cuántos más.

    Nos encerrábamos.

    No me funcionaron las neuronas para recoger las galletas, me acordé cuando ya había subido al tren y para la mañana siguiente ya lo había olvidado aunque seguía consciente de que algo pasaba con Anna, pero pues tenía una neurona medio funcional así que ni modo. Cuando llegué a la academia relenticé los pasos mientras escarbaba en el bolsillo buscando el porro a medio empezar, me había quitado los auriculares y comencé a desviarme del gentío para encontrar algún lugar apartado donde darle una pitada y ya. No tenía un motivo en sí, solo se me antojó.

    A Dios le debía dar gracias que me había quitado la música, porque entre la tontería de escarbar el bolsillo me distraje del entorno y solo noté la presencia ajena cuando me alcanzó el tarareo. Esa alerta me permitió afilar los sentidos de repente y noté el relámpago albino, por un segundo pensé que era Vólkov pero noté que la niña tenía el cabello bastante lacio en comparación a las ondas amplias de la otra chica. No pude darle un nombre, pero su presencia bastó para que renunciar a buscar la hierba aunque mantuve la mano en bolsillo del pantalón.

    Iba a irme sin más hasta que me pareció reconocer el tarareo, pero, ¿estaba loco o la niña tenía un pájaro en las manos? ¿Era de verdad? ¿Estaba drogadísimo sin haber dado la pitada? En fin, que medio me quedé estaqueado.

    Pan's Labyrinth —atajé a una distancia prudencial cuando la neurona me carburó.

    Dudé porque no la conocía de una mierda, pero fue más fuerte que yo y comencé a tararear la melodía. Fue suave, ya de por sí estábamos apartados, pero era muy consciente de mí mismo en ciertos espacios ajenos así que medio me limité por vergüenza.

    qué pesada yo JAJAJAJ perdón por mandarte a Cayden hasta en la sopa, pero entre que es canon que ve muchas pelis, que le gusta la música y tenía ocupada a Katrina que es la otra que conocería la melodía pues pasaron cosas (?

    Tengo poquito tiempo pero well here i am
     
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    La entonación de mi voz buscaba motivar al pequeño, era como una invitación a que me acompañara sumando sus propias notas, aquellas que sólo él sabía crear. De igual forma, estos momentos iban más allá de la intención inicial de hacerlo cantar, pues también le expresaba un mensaje que no podía ser transmitido con palabras humanas: cada melodía que surgía de mi pecho le decía que era un pajarito muy importante para mí y le recordaba que conmigo siempre estaría seguro. Siempre. Sin la opresión de una jaula y alejado de todo maltrato.

    Copito miró hacia mi rostro durante el tarareo, pero su pico se mantuvo quieto. En su lugar, infló las plumas de su pecho, evidentemente cómodo en el calor de mis manos y bajo el abrigo de mi voz. Frotó la cabecita sobre uno de los pulgares, una suerte de caricia con las blancas plumas de su coronilla, luego de la cual batió las alas. Habíamos convivido lo suficiente como para que yo supiera que, con eso, me transmitía que también me quería.

    Me sonreí, pues con eso me bastaba. No importaba que me acompañara con su silencio. Su trauma aún le impedía cantar libremente, pero... me pareció notar algo de tentación inflaba su pechito. Tal vez movida por esa señal, reinicieé el loop de la canción cuando ésta debió haber terminado. Las melodías fueron más sentidas, al punto de que cerré los ojos, casi inspirada. Independientemente de lo que lograra durante estos minutos, estaba disfrutando con total plenitud de esto…

    ¡Y entonces…!

    Otra voz nos alcanzó. Una de mis notas se estiró ligeramente debido a la distracción, pero supe continuar manteniendo el ritmo de la canción. Al abrir los ojos noté que el gorrión miraba hacia otro lado, de modo que no tardé en enfocar la vista en donde su pico cerrado apuntaba. A una distancia prudencial, pero no por eso muy lejos de nosotros, había aparecido un chico. Mis ojos oscilaron con rapidez en la intensidad de sus colores: el rojo del cabello y el resplandor dorado de su mirada. No lo reconocí porque era la primera vez que me detenía particularmente en su alta figura, pero al instante volví a enfocarme en el sonido que provenía de él.

    Estaba tarareando la misma canción que yo, al unísono con mi voz.

    Sin dejar de mirar a este chico, sin cesar mi tarareo… la sonrisa se estiró sobre mi rostro, entrecerrándome los ojos. No nos conocíamos, y eso era precisamente lo que añadía tanta magia a su aparición. Copito, en mis manos, estiraba el cuello repetidamente, curioso como la dueña. No me lo pensé dos veces para seguir un impulso que, como casi todos los que venían de mí, era confianzudo a más no poder. Me aproximé con pasos tranquilos hacia el muchacho pelirrojo, entonando juntos la canción con la que buscaba hacer que Copito cantara. Dos voces se debían escuchar mejor que una, ¿no?

    Cuando corté algo de distancia, me coloqué enfrente de él y alcé ligeramente las manos en su dirección, a la altura del pecho. Copito quedó entre ambos. Yo continué tarareando con la esperanza de que el pelirrojo siguiera acompañándome, y así estuve por espacio de un minuto sin mediar palabras, sólo melodías. El gorrión intercambió miradas entre ambos.

    Pero, otra vez, no cantó. Se hacía el difícil este Copito, eh.

    Suspiré y volví a dejarlo sobre uno de mis hombros, desde donde el animalito mantuvo el rojo de sus ojos posados en… ¿el rojo de su cabello, quizás? Yo, por mi parte, lo miré a los ojos con una sonrisa agradecida.

    —Qué bonita manera de conocernos, ¿no te parece? Y bastante curiosa, también —dije con una ligera risilla—. Gracias por sumarte, de verdad. Me llamo Verónica, y este chiquitín —señalé mi hombro— es Copito, mi gorrión. Bastante callado, como podrás ver.

    El azul de mis ojos chispeó con curiosidad, a la espera de que me concediera su nombre. ¿Quién era esta persona? Que hubiera tarareado conmigo, sin conocerme, me pareció realmente maravilloso.
     
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    Mi interrupción estiró una de las notas de la chica, me di cuenta, y la gracia bastó para que mi tarareo adquiriera algo más de volumen sin ser demasiado audible para el resto del mundo. El cambio de atención del pájaro, que resultó ser de verdad y albino como ella, hizo que la muchacha girara a mirarme; me sentí como la antorcha que era, mi rojo y ámbar contrastaban con fuerza con su blanco y azul, como si la chiquilla fuese un pedacito de hielo.

    Se acercó, seguimos el tarareo en una armonía un poco improvisada y una sonrisa sutil me estiró los labios. Mantuve la postura, hundí la otra mano también en el bolsillo correspondiente y cuando quise darme cuenta ella había suspendido al ave entre nosotros. Observé al animalito que no cantó ni nada, pero parecía cómodo con ella y finalmente las notas del show repentino se perdieron en el aire.

    No entendí que la intención de la chica había sido que el pajarito cantara hasta que ella suspiró, poniendo al animal en su hombro. La realización me hizo algo de gracia y supuse que no era muy Blancanieves de parte de ninguno que se hubiese negado a cantar. Al final solo recibí la sonrisa de la chica, la reflejé sin problema y reí por lo bajo con el comentario de que era una forma curiosa de conocernos.

    ¿Verónica? ¿Era esta la Verónica que había mencionado Hubert ayer?

    —Pues es un placer, Verónica —dije haciendo una reverencia ligera, aunque con cierto dejo teatral igual—, y Copito. Yo soy Cayden, lamento la interrupción.
     
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    Era un muchacho realmente amigable, había que decirlo. De por sí, no tenía dificultad alguna en sentirme cómoda antes las personas, incluso con quienes mostraban una actitud reservada o más bien reticente, así que imagínense cómo era el caso cuando me encontraba gentecita del calibre de este pelirrojo adorable. La ligera sonrisa, que esbozó mientras tarareábamos, fue refrescante en medio de la temperatura matutina, y obviamente se podía decir lo mismo de la que me devolvió tras mi presentación, acompañada de una risa. Siempre disfrutaba de ver a alguien que tuviera tanta facilidad para expresarse de esa manera, ¡y encima se trataba de otro confianzudo, segurísimo! La perspectiva encendió una ligera llama de emoción dentro de mi espíritu y presté la correspondiente atención a su presentación. Su nombre resonó en mi cabeza, provocando que parpadeara un par de veces con aire, si se quiere, aún más curioso.

    ¿Cayden? Hubby le había dicho a Ila que, además de mí, también bailaría con un tal Cayden. ¿Acaso me encontraba frente al otro afortunado?

    —El placer es nuestro, y muy grande además —correspondí con una mano en la mejilla, complacida por su reverencia—. No interrumpiste nada, descuida. Es más, te cuento que me estuviste ayudando sin saberlo.

    Con una sonrisa, alcé un índice, como si estuviera apuntando a su corazón. Giré el rostro hacia el hombro donde Copito reposaba. Le susurré algo, en voz muy, muy baja. En respuesta, el gorrión saltó hacia mi dedo y estiró otra vez su cuellito hacia el rostro del chico; con seguridad, le llamaban la atención sus fuertes colores.

    —Llevo varios meses tratando de devolverle su canto —le conté, retornando hacia el rostro de Cay tras echarle una miradita cariñosa al pajarito—. Todos los días le tarareo para motivarlo a imitarme, así que vino bien que sumaras tu voz —asentí con cierta dulzura—. Es agradable de escuchar.

    >>Ah, y puedes acariciar a Copito si quieres. Lo tienes bastante curioso, así que seguro le gusta.
     
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    No hacían falta muchas luces para darse cuenta de que Verónica era una confianzuda de cajón y una extrovertida de cuidado, con solo que se acercara en vez de apartarse saltaba a la vista. Si era Culo Inquieto como tal, bueno, habría que verlo, ya que de ser el caso se vería una inversión de papeles de las que no eran raras conmigo. Cuando estaba entre introvertidos el acelerado era yo, cuando no, simplemente era igual de reservado que los de mi misma especie.

    Me respondió que en vez de interrumpir había ayudado y ladeé la cabeza, entre confundido y entretenido ante semejante aclaración. Acabó por contarme que llevaba tiempo tratando de devolverle su canto, que por eso tarareaba buscando que la imitara. No lo dije, pero miré a Copito y recordé que mamá me contaba que las aves dejaban de cantar por estrés prolongado, que podía provocarlo su ambiente, el encierro o cualquier otra cosa, en casos graves, los pájaros, así como los gatos se arrancaban el pelaje de las zonas que alcanzaban, podían empezar a arrancarse las plumas.

    Era curioso que estuviera pensando en ese en vez de que había aquí una chica con un gorrión en la escuela, eso sí.

    Como fuese, Copito había estirado más el cuello hacia mí y la tontería volvió a estirarme la sonrisa en el rostro. Pasaba con los niños pequeños, se distraían mucho con la mata de pelo rojo, pero era gracioso ver a un animal pecando un poco de lo mismo. El asunto fue, de todas formas, que estiré la mano despacio hacia el animalito.

    —¿No le molesta si huelo a gato? —pregunté suspendiendo el índice frente a Copito—. Tengo dos y siempre traigo pelo encima del uniforme.

    Me quedé allí, esperando una respuesta fuese de ella o del pájaro, hasta que pude terminar de acercarme y le hice cosquillas suavemente en el pecho, luego en el costado, sobre un ala. A ver, nunca había tocado un ave, pero me gustaban los animales en general así que daba un poco igual. Mientras acariciaba a Copito sonreí más para mí mismo que para ellos y hablé un poco al aire también, un poco en confidencia.

    —Mi mejor amigo canta muy bonito y toca la guitarra —comencé a decir sin ser muy consciente del cariño que se me resbaló al referirme a Ko, como siempre—. ¿Tal vez cantes entonces, Copito? Con toda la banda sonora. Igual si me acuerdo de alguna canción también podemos mejorar las apuestas ahora mismo, pero se ve que eres un público difícil.
     
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    Copito había tenido una vida triste y desgarradora, en un pasado no tan lejano a este día. Desde la distancia fui un constante testigo de los maltratos que sufría, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo porque nos separaba una ventana, aquella tras la cual descubrí su existencia un día… Un cuerpito brillante y asustado entre barrotes oxidados, que estuvo a punto de apagarse para siempre... Por esto, la clave de mis tarareos no residía solamente en la entonación de las melodías: el cariño que contenían también jugaba un papel muy importante. Copito lo captaba, se relajaba cuando me escuchaba tararear e inflaba las plumas, el muy bonito. El canto que me devolvió anoche era el comienzo de un cambio, tenía la esperanza de que así fuese.

    Y la aparición de Cay nos venía de perlas. Su energía amigable, en combinación con mi afecto, potenciaba la música de nuestras voces. Seguro que el gorrión no se quedó ajeno a lo que sus oídos pajariles oyeron. Y yo estaba de lo más alegre, tanto por esto como por el hecho de sumar a alguien más a mi vida, mi alma sociable en la plenitud del goce.

    Con otra de sus sonrisitas suaves, el chico suspendió un dedo cerca del Copito, mencionando el importante detalle de que seguramente olía a gatito porque tenía dos en su hogar. Eché un vistazo a su camisa al escuchar que acostumbraba traer pelos encima. Me reí por lo bajo al final, negué con la cabeza y aproximé el gorrión a su dedo, alentándolo a darle la caricia.

    —Como pajarito que es, tiene una relación complicada con los michis —admití con una sonrisita apenada—. Pero el aroma no será un impedimento para que ustedes hagan buenas migas, es corajudo a pesar de lo chiquitito. Y le gusta conocer gente nueva, ¡como a mí...! —me señalé el pecho con el pulgar de la mano libre, jovial.

    Cay eligió hacerle cosquillitas en el pecho, como había hecho Mey en el dojo. A ella no se lo había dicho, pero era el sitio favorito de Copito para recibir mimitos. Las plumas no tardaron en inflarse, absorbiendo unos milímetros del dedo del chico. Éste dirigió la caricia hacia una de sus alas y Copito entrecerró los ojos, en evidente señal de que lo disfrutaba.

    Entonces, el muchachito me habló de un amigo suyo. Alguien que no sólo cantaba bonito sino que, además, tocaba la guitarra. Su voz se tiñó de un cariño tal, que una ternura transparente atravesó mi expresión mientras lo escuchaba. Ay, qué lindo era percibir cosas como estas. ¿Así debía escucharme yo cada vez que hablaba de Valeria o de Jez con la gente? Asentí entusiasmada al oír que podríamos solicitar el apoyo musical del amigo de Cay, pero entonces me aferré a su última frase para responder.

    —¿Mejorar las apuestas ahora mismo, dices? —repetí— Pues… todavía nos quedan unos minutos por delante. Podemos hacer otro intento con la canción que elijas. Y…

    Con las yemas de la mano libre, atrapé la tela de su camisa por la zona del codo. Mi acción no vino acompañada de ningún aviso ni pedido de permiso, porque así era yo, ya había entrado en la más absoluta confianza. La retiré con suavidad y le mostré, bajo el brillo del sol, un par de hebras oscuras, entre las que se podía adivinar una de color más grisáceo.

    —Pelo de gatito, tal como dijiste —comenté, divertida— Hum… ¿Esto te convierte en un Neko-Cay?
     
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    No iba a ponerme a interrogar a Verónica sobre Copito así nada más, me bastó un cacho de información suelta para hacerme algunas ideas y lo dejé así, porque tampoco era tan metiche. Como tal me llamaba la atención de que el pájaro estuviera tan quieto, pudiendo solo irse, pero supuse que eso también hablaba de la confianza que el animal le tenía a la chica y por rebote eso hablaba de la personalidad de ella. Los animales no se quedaban con alguien que los hubiese maltratado.

    La respuesta que me dio la chica sobre lo del olor a gato me estiró apenas la sonrisa y acaricié a Copito, tranquilo. Dije lo de Ko, luego lo de mejorar las apuestas ahora y mientras ella hablaba le di algunas vueltas a alguna canción.

    Esa distracción hizo que me diera cuenta tarde de su acercamiento, solo lo note cuando ya lo había hecho y el cuerpo se me quiso tensar, pero me forcé a ser normal y no reaccionar. Lo que pescó fueron algunos pelos de gato, de Cinis y Nyx, y me encogí de hombros como declarándome culpable. Eso fue antes de que me llamara Neko-Cay y la miré de lo más extrañado.

    —¿Supongo? —dije con evidente duda y dejé que acariciar a Copito—. Nunca lo pensé.

    En fin, que me había quedado dándole vueltas a lo de la canción y cuando me llegó una luz al cerebro consumí algo más de distancia entre nosotros, no demasiada tampoco. Traté de sacar de mis recuerdos la letra, me tomó unos segundos, hasta que alcancé un fragmento y empecé a cantar muy bajito, apenas para que oyeran Verónica y Copito. Hombre, seguro le contaban esto a cualquiera de mis amigos y se partían el culo.

    And in the winter night sky, ships are sailing —comencé y modulé la duda en mi voz—. Looking down on these bright blue city lights and they won't wait, and they won't wait.

    Continué con ese fragmento de la canción, ya un poco más habituado a la idea, aunque suspendí la mirada en el ave por si me atacaba la vergüenza o algo.

    Howling ghosts, they reappear in mountains that are stacked with fear but you are a king and I'm a lionheart.

    Corté la canción allí, la nota se suspendió en el espacio, y yo solté el aire por la nariz. Se me ocurrió hasta entonces que la noción esta de Lionheart era bastante interesante, refería a alguien valiente como un león, pero que tuviese justamente una referencia directa al corazón daba a entender que la fuerza de esas almas no estaba necesariamente en sus cuerpos físicos. Se complementaba un poco con la estupidez del caballero, la verdad.

    Te wa pasar la canción por whats para copiar menos cosas JAJAJA sale segundo dadito
     
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