Exterior Patio frontal

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Solo unos segundos más tarde fui algo más consciente de que la anulación era tan dañina como la explosión, que ninguna era realmente una herramienta y que seguía siendo el mismo que había reventado a palos a un imbécil en Taito, pero también el que se había encerrado en el armario de enseres con un ataque de pánico. La realización, aunque a medias, me hizo rascarme el antebrazo izquierdo con algo de ansiedad que no logré modular a tiempo, fue de las primeras cosas que hice cuando saqué la mano del bolsillo por fin.

    Al pobre mocoso aquí presente le faltaba un montón de información, ni siquiera yo tenía clara la imagen completa así que para él la cosa podría parecer salida de la nada. De nuevo, por más que la anulación no fuese lo correcto permitía un manejo diferente al menos de la situación inmediata y pude retener el cuerpo en ese espacio, en vez de arrancarme para ponerme en una jaula de aislamiento.

    No terminé de conectar conmigo mismo, al hablar el sonido me sonó extraño, casi desfasado pero supuse que de momento era lo que había. Mi plan había sido comprar algo en la cafetería, pero llegados a este punto lo descarté y cuando Mattsson mencionó el patio frontal simplemente hice un sonido afirmativo antes de seguirle los pasos.

    La única pausa en el recorrido fue cuando él se detuvo en la expendedora de abajo, noté que compró dos botellas de agua y la intención de decirle que no había hecho falta se me murió en la garganta. Le había rascado cosas más caras a infelices con menos recursos que este crío por años, la verdad era que a veces me las daba de demasiado digno para lo que era realmente.

    ¿Acaso los cuervos no comían carroña después de todo?

    Cuando salimos al patio frontal noté a las personas, no eran demasiadas y cada quien estaba en su cosa; el planche se extendía, amplio, como un terreno desierto. Parpadeé, fue un intento fútil por sacudirme la película gris de los ojos, y seguí los pasos del chico con algo más de delay si se quiere. Acabó por guiarnos a una banca de estas de suplentes, me senté con movimientos rígidos y la costilla, que ya debía estar sana, me envió una punzada de dolor sordo que me forcé por ignorar.

    El pobre diablo soltó una pregunta, quizás pretendió disimular la torpeza que sintió pero iba a tener que convertirse en actor profesional para que a mí me pasara desapercibido. No era culpa suya tampoco, el fuego le había rozado la piel y al seguir cerca del objeto que había recibido algo más del cuerpo de llamas no podía sacarse demasiada de esa tensión de encima.

    Just fine, I guess. Pasé tiempo con mi padre, vimos pelis y así —resolví unos segundos después, rindiéndome, y volví a sentir la necesidad de llenarme los pulmones de humo aunque lo ignoré. Tampoco noté que le había soltado una parte en inglés—. ¿Y el tuyo? Ah, es una lástima que no pescaras a Dunn a tiempo.

    Todo lo había contestado con los ojos puestos en el campo vacío que teníamos al frente, todavía hilando ideas en segundo plano, pero a la única conclusión a la que llegué era que cada uno tenía alguien que intentaría hacer de ancla. Anna estaba con Hodges, yo tenía aquí a Mattsson y de momento la distracción debía darme tiempo a pensar en mapa de acción más claro.


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    El bento seguía cerrado sobre mis rodillas, era probable que se mantuviera así por un leve espacio de tiempo. Altan se había sentado a mi lado con movimientos bastante lentos y articulados, como si sus músculos respondieran a órdenes automáticas. Era consciente de que ante sus ojos no podía valerme de ningún disimulo por muy efectivo que éste fuese, pero pensaba que él se hallaba en una situación un poco parecida en mi presencia. Considerando, más que nada, que su lucha interna era algo más visible en medio de los lentos desplazamientos con los que se dejaba llevar. Si bien mi rostro estaba enfocado en el campo frente a nosotros, con una mirada de reojo pude constatar que mostraba sutiles indicios de ansiedad, por eso se lo veía un poco desconectado. Estaba conmigo y, al mismo tiempo, en un plano fuera de esta dimensión. Prestar atención y responderme debía implicarle dificultades, pero evité dejarme llevar por un sentimiento de pena. Por el contrario, mi resolución interna fue la de confiar en él: en que sería capaz de recomponerse como era debido. Aunque el almuerzo había adquirido un tono diferente al planifiqué, seguía siendo una instancia a la que podíamos sacarle provecho.

    Su respuesta comenzó con una frase en inglés, idioma que se hizo presente de manera fugaz. Era curiosa la presencia de esa lengua entre las conversaciones de los estudiantes del Sakura, no era la primera vez que lo notaba; Cayden y Alisha también se explayaban con expresiones anglosajonas, sobre todo la segunda, y atribuí esa llamativa tendencia a la presencia alta de personas como yo, provenientes del extranjero.

    En todo caso, luego de la mencionada expresión, Sonnen resumió su fin de semana de una manera bastante escueta, tal como había vaticinado. Tiempo con su padre y películas, en eso consistió el centro de su actividad. Asentí con un dejo de solemnidad cuando apuntó lo de Cayden, el cómo había llegado tarde para sumarlo a nuestra reunión. Era una lástima, pero no podíamos hacer nada. Y esperaba que Altan no estuviera diciendo aquello para menospreciar su propia presencia.

    Como no quería que se dejara llevar por un posible sentimiento de culpa, empujé un poco más la conversación. Era densa, pero con las palabras correctas lograría fluir.

    —Estuve leyendo bastante, como cabría esperarse de mí —conté, recibiendo en mis oídos las voces lejanas de los que ocupaban el otro campo de juego, seguro eran parte de un club deportivo—. También he salido a caminar un poco, es una suerte de reconocimiento del barrio donde resido: Bunkyō. Aún debo adaptarme a Tokio, registrar sitios esenciales que puedan servirme.

    Mis dedos se deslizaron sobre la tapa del bento por un instante leve, mientras permanecía pensativo. Fluir... fluir...

    >>¿Ves películas muy a menudo? —continué.

    Casi se sintió como mover una ficha de ajedrez sobre el tablero.
     
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    Ya de por sí tenía un lío con lo que percibía como correcto e incorrecto, un conflicto que se había trasladado desde hace mucho a las figuras de autoridad, las leyes y los supuestos héroes. En mi versión del mundo no había cosas demasiado positivas, eso seguro, tampoco esperaba la gran cosa de ningún sistema y me encargaba de profesar algo muy parecido a una justicia personal que era tan difusa como el mundo percibido por los ojos de un miope. En ciertos días defendía a cualquiera y en otros me aprovechaba de más de un desgraciado.

    Ese gris, que parecía una extensión del filtro con el que había observado la vida desde que tenía uso de razón, hacía que dudara de las opciones como me parecían lógicas. Intelectualizaba emociones, las pasaba por los engranajes que tenía en el pecho y a la hora de llevar a cabo actos que eran, sin duda alguna, puramente emocionales no sabía si estaban bien o mal. No sabía si haber dejado a Anna irse estaba bien, tampoco si lo estaba quedarme aquí con Mattsson o si llamar a Dunn para que sacara al pobre diablo de aquí era una opción. Tampoco tenía claro si debía aflojar las restricciones para permitir que el rojo me alcanzara o solo levantarme e irme. No sabía qué era lo correcto, lo esperable y mucho menos lo decente.

    Así que me quedaba.

    Como agua estancada.

    Había algo en la personalidad de este chico que me recordaba a mí mismo, pero también me hacía sentir completamente distinto a él, como si fuéramos extraterrestres de dos galaxias diferentes. Era callado, observador y no parecía muy seguro de sus movimientos al interactuar con los otros en ciertos contextos, pero a la vez me parecía ridículamente amable. No se habría quedado aquí de no serlo, eso lo asumí, y me confundía un poco. En sí la amabilidad de los otros tendía a descolocarme al inicio, había pasado con Anna también.

    Con todo, era posible que incluso sin la sobrecarga emocional le hubiese contestado de la misma manera. En general daba respuestas bastantes escuetas, no me gustaba hablar demasiado y si lo hacía soltaba algún dato que tenía en el archivo. A raíz de eso, creía que los introvertidos tenían niveles y yo desde muy pequeño había mostrado estar en el extremo dentro de esa propia escala.

    ¿Cómo decía mamá? ¿Qué era taciturno?

    Dios, debía haberla pasado fatal con papá cuando era joven.

    A pesar de que estaba divagando, apenas noté que Hubert se negaba a solar el salvavidas que había lanzado supe reconocerle su esfuerzo. Era persistente, como ciertos idiotas que conocía, se había echado la causa al hombro sin que nadie se lo pidiera y tuve la sensación de que lo haría por cualquier otro. Que le habría gustado hacerlo por Anna, que si hubiese notado la tensión de Dunn en el salón también habría querido ayudarlo y así hasta que la lista se convirtiera en un número matemático infinito.

    —¿Qué lees? —le pregunté casi en voz baja, medio giré el rostro para mirarlo y di con una suerte de espejo; cabello y ojos oscuros, bien oscuros. Ya lo había notado en el campamento—. ¿Los barrios especiales no son como que muy bulliciosos para ti? Tuve esa duda desde el inicio, tienes cara de ser siempre el callado del grupo.

    Al mirarlo pude notar cómo sus dedos se deslizaban por la tapa del bento y una sonrisa apagada, mezcla de resignación y pena, me alcanzó el semblante. Se lo debía estar tragando su propia ansiedad, ¿no? No tenía vela en el entierro. Su falta, esa que desconocía, no podía ser tan grave como las mías.

    —Respira, Puppy —murmuré sin darme cuenta de que me refería a él de la misma manera que a Dunn, solo que fui mucho menos brusco—. Abre el bento, tienes que comer y no puedes hacerlo si sigues sentado aquí como si estuvieras jugando al shōgi. Si te estresas mucho te van a salir canas a los veinticinco.

    Me obligué a relajar todo el cuerpo, lancé los hombros hacia atrás y después apoyé los codos en las rodillas, doblando la espalda. Seguí mirándolo más o menos de costado, no me había olvidado del movimiento de su ficha aunque pareciera ser el caso.

    —¿Supongo? Veo películas sobre todo con mi padre o las uso de excusa para pasar tiempo con él, no lo sé —resolví unos segundos después, luego de un suspiro prolongado—. Los fines de semana o luego de la cena. Es como un pequeño ritual en el que realmente la peli es lo menos importante, creo.
     
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    En un momento específico de nuestra conversación, Altan quiso saber un poco más sobre las lecturas a las que dedicaba parte de mi tiempo. El tono de su voz continuaba siendo difuso y podría haber quedado desintegrado en el aire, sin ser escuchado, pero no fue el caso porque estaba prestándole mucha atención, aunque no lo mirara de forma directa… Existía una posibilidad de que su pregunta fuera formulada con el mismo automatismo que había conducido sus recientes movimientos hasta la banca que ocupábamos; pero cuando añadió aquella observación sobre el barrio y mi personalidad, sentí que fundaba un intercambio más firme entre ambos. Las palabras seguían siendo algo escuetas y amenazaban con quedar disueltas en los límites del domo silencioso que nos rodeaba, pero aquello era más fructífero que la ausencia paulatina de nuestras voces. Ofrecí un poco más sobre mí, así fuera para seguir distrayéndolo de su agobio:

    —Suelo leer relatos de suspenso, pese a lo cual intento no encasillarme en un género en específico. Mi autor favorito es Edgar Allan Poe —respondí, pensativo; estuve a punto de mencionarle que me había unido al Club de Lectura, pero lo descarté al considerar que extendería demasiado la contestación, de modo que pasé al siguiente tema:—. Es cierto que soy callado y por mucho tiempo permanecí apartado de los demás, pero no por eso rechazo el ruido y el movimiento constante. Aunque a veces me implique dificultad, creo que tengo buena capacidad de adaptación. Por eso estoy bien en Bunkyō.

    Mis dedos sobre el bento no se detuvieron en ninguna frase. Había pensado que mi pregunta sobre las películas fue como el movimiento de una ficha de ajedrez, pero podía pensarse lo mismo de aquel gesto algo involuntario de las manos: era como si sobre la tapa moviera algo entre casilleros, a la par que los engranajes de mi mente no cesaban su giro. Altan obviamente lo notó y me pidió que comiera para evitar el estrés. Pero cuando lo hizo... me quedé mirándolo de soslayo.

    Con bastante fijeza.

    No podía afirmar que me sorprendía ese repentino arranque de amabilidad de Sonnen, porque no había que olvidar aún nos conocíamos poco. Pero en los humedales nos habíamos llevado bien. Fue él quien reconoció mi valía durante la prueba, conversamos y hasta sonreìmos juntos; incluso había encontrado un parecido entre ambos. Por eso, mi mente asimiló sin mayor consecuencia ni desconcierto el pedido de que almorzara, incluso recibió con naturalidad la broma sobre el shogi y las canas. Que pudiese hacer ese tipo de comentarios resultó un poco alentador. Pero incluso con todo aquello, mi atención permanecía atada a una palabra específica de su conversación.

    Asentí de forma ligera cuando explicó lo de su padre y las películas, un ritual donde se reunían. Cuando Altan terminó de hablar, quise mantener la seriedad. Aún estábamos marcados por los hechos del pasillo y rumiando nuestras faltas. Pero... fue inevitable, no pude hacer nada. Mi expresión se aflojó en una sonrisa suave.

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    Y acto seguido, una risa. Corta, solitaria, retenida tras los labios.

    —Perdona, creo que eso fue inadecuado —me disculpé—. Es que me ha sorprendido que me llamaras Puppy. Recuerdo que así le decías a Cayden durante la prueba de valor.

    En aquella ocasión, el apodo estaba dirigido hacia otra persona e incluso así me sentí incómodo. Pero que yo fuera interpelado de la misma forma, por algún motivo, no tuvo un efecto negativo. Era por la sorpresa y, también, porque Altan no sonó tan brusco al mencionarme. Puede que las cosas que nos preocupaban ahora mismo convirtiera lo del apodo en algo nimio. En todo caso, por esa risa se había escapado una pequeña parte de la tensión que llevaba conmigo.

    Quité la tapa del bento, que contenía una mezcla balanceada de carne y verduras variadas, y dispuse de unos cubiertos descartables. Me girè hacia Altan con una sonrisa amable, ligeramente más relajada. Él también había aflojado parte de su postura.

    —Ya sabes que una botella es tuya —apuntè, a sabiendas de que entendería eso como una sugerencia de que bebiera un poco.

    Resultaba curioso que Altan hubiera logrado conmigo lo que yo estaba buscando con él, gracias al efecto de un movimiento involuntario. Pero con mi invitaciòn a que se hidratara, dejé en claro que mantenía mi postura de acompañarlo. Porque cuando se trataba de amabilidad, llegaba a ser persistente. No existía, para mí, otro modo de ser.
     
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    Al forzarme a relajar el cuerpo también me forcé a detener la velocidad de ciertos pensamientos, mis propios engranajes disminuyeron el ritmo y aunque nada se desvaneció tan siquiera bajó de volumen. Sin dudas era otra manera de anulación, pero tampoco se me podían pedir milagros, hacía con las situaciones lo que podía con los recursos que poseía, que no eran demasiados al final del día. Volvía a lo mismo, incluso en condiciones regulares mis palabras sonaban entre automáticas y protocolarias, pero lo cierto era que si no se me apeteciera hablar simplemente no lo haría.

    Le presté atención a la respuesta de la lectura y a lo del barrio que residían, ninguna cosa terminaba de encastrar con la otra, quizás, por lo sosegado y amable de su personalidad. Pecando de prejuicioso, Poe sonaba más a algo que podían imaginarme leyendo a mí que a Mattsson y el bullicio de Tokyo era capaz de aturdir hasta a las almas más resistentes.

    —¿Poe? —reboté la información cual espejo—. Tenías más pinta de... no sé, Jack London con Colmillo Blanco. Ya sabes, la fe en que el amor puede domar incluso a un lobo mestizo maltratado por años.

    Parecía capaz de confiar en la bondad de un mundo empeñado en demostrarle su crueldad.

    Sobre lo de Bunkyō no acoté nada en particular, en tanto él considerara que estaba bien daba igual lo que yo o nadie más pensara. Al final solo uno mismo sabía hasta dónde era capaz de adaptarse, lo que podía soportar y cuándo debía retirarse por el bien propio o el ajeno. Además, no habría dejado su país sin más en caso contrario. Los movimientos estudiantiles, los intercambios, no eran para todos. Se necesitaban dos cosas, apertura a la experiencia y resistencia.

    La manera en que me miró delató que no esperaba esa clase de, ¿amabilidad? ¿Conciencia del espacio? ¿Lectura del ambiente? Ni idea, pero que no se lo esperaba de mí. Nadie se esperaba eso arranques del imbécil que se tiraba tres cuartos de la vida con cara de poker, parecía que lo único que tenía en el clóset era ropa negra y te respondía con monosílabos tanto como la situación lo permitiera. En fin, que no lo juzgaba por dicha mirada.

    Me pareció notar la sonrisa con el rabillo del ojo, el gesto me hizo voltear un poco más el rostro en su dirección apenas unos segundos antes de que se le aflojara la risa. Fue una contenida, única, no pasó a más y acto seguido se disculpó diciendo que no creía que hubiese sido apropiado; el motivo de la risa lo soltó después y solo entonces me di cuenta de la suerte de lapsus.

    —Ah, lo siento —apañé cuando terminó de hablar—. Supongo que se me traspapelaron ciertas nociones. Dunn es flaco como un palo, siempre me parece más pequeño de lo que es y tiene este aire de... pues de perrito, ni modo; si le tiras la cola muerde, pero si le rascas entre las orejas se le pasa. Ciertas imágenes de las personas se solapan, de repente me pareció que eras demasiado pequeño para estar esforzándote tanto.

    No se supone que un cachorro cuide de nadie, tendría que ser al revés.

    La suerte de monólogo la solté sin que nadie la pidiera, fue una verborrea, asociación libre pura y dura. En ese período de tiempo Hubert había acatado la sugerencia, orden, nota al lector o por lo que valiera mi comentario de que comiera. Su sonrisa siguió haciendo contrapeso, lo sentí, y cuando me recordó la existencia de la botella de agua suspiré porque seguía reforzando mi punto de llamarlo cachorro.

    Estiré el brazo, tomé la botella en cuestión y la alcé para reposarla contra la frente unos segundos, me pareció sentir el aura de una migraña, había empezado por la mandíbula en forma de tensión y se estaba proyectando, lento pero seguro. El cambio de temperatura disipó la sensación un instante y al bajarla la abrí para darle un sorbo, apenas para humedecerme la garganta.

    —Gracias.

    No fui específico, ni siquiera lo intenté, pero esperaba que el chiquillo entendiera que me refería a todo el listado de cosas que nadie le había dicho que hiciera: quedarse, comprar la botella de agua y seguir jugando shōgi con la conversación.
     
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    Había leído la obra de Jack London y, por lo tanto, comprendía que Altan me asociase con la trama de Colmillo blanco. Era una historia cruel como muchas de las tramas de Edgar Allan Poe, pero mostraba que existía esperanza más allá de la muralla de adversidad, injusticia y rencor. Que en cualquier momento alguien podría aparecer para ofrecerte en nuevo lugar en el que descansar de las penurias y creer en un mundo libre de odio. Supuse que fue una manera de reconocer la amabilidad con la que lo estaba tratando, esta insistencia firme de quedarme a su lado.


    Ya sabes, la fe en que el amor puede domar incluso a un lobo mestizo maltratado por años.


    Su frase me trajo el recuerdo inevitable de Effy. Ella era una presencia constante en las profundidades de la memoria, su brillo dorado y opaco se filtraba entre los engranajes que giraban en mi mente. Visto de esa manera, nosotros habíamos vivido nuestra propia versión de Colmillo blanco, con la diferencia de que incluso el amor fue débil ante la fiera libertad de su espíritu. Había pasado un buen tiempo desde que tomé la decisión de no pensar tanto en ella, prefería callar nuestra historia incluso ante el silencio mismo, porque nada podía hacerse ya… Pero, en ocasiones, me sobrevenían estos arranques de triste nostalgia. Y con eso, entendí más profundamente la penuria frente a la que Altan luchaba… Sin embargo, él tenía en sus manos el privilegio de otra oportunidad… Llevé una porción de carne a mi boca y recuperé el centro de la conversación cuando su sabor se expandió en la cavidad del paladar.

    La explicación sobre el apodo de Cayden casi me arrancó otra risa. Ésta se silenció a tiempo en mi pecho, pero no impidió que la sonrisa volviera a relajar mi semblante mientras escuchaba a Altan y seguía consumiendo mi almuerzo. Había supuesto que lo veía como un cachorro indefenso y por eso le decía Puppy, era lo más lògico. Pero que mencionara lo de la mordedura y las caricias le otorgó bastante originalidad a la imagen, hasta me lo imaginé con orejas de pelaje rojo. Yo, en cambio, podía definirme como un cachorro de carácter más tímido e dubitativo, quizá me merecía el apodo.



    Gracias.


    Al escucharlo, simplemente cerré los ojos y le dediqué un asentimiento solemne. Éramos personas observadoras, nuestras mentes registraban detalles en los que otros no reparaban y por eso éramos capaces de tener una visión expandida de ciertos momentos. Por eso, intuí que su agradecimiento englobaba cosas que iban más allá de la botella con la que humedeció su garganta. No era algo que pudiese afirmar con la sola fuerza del razonamiento, obviamente, pero me respaldaba en el hecho de que Altan también se quedaba a mi lado pese a todo. No rechazó ninguna conversación, ni la botella de agua, y al final de cuentas estábamos compartiendo lo que buscamos desde el principio: un rato de almuerzo. Continué comiendo y bebí un poco de agua. Hubo un momento de silencio, pero no fue incómodo, al menos para mí.

    —Hace un momento mencionaste el shōgi —dije tras masticar y tragar una verdura—. Cuando hacía esto —deslicé los dedos sobre la tapa del bento, que había quedado a un lado; miré a Altan con una sonrisa avergonzada—. Sé que es bastante popular aquí, en su país de origen, por lo que quería saber si lo jugaste o al menos conoces su reglas. Estoy bastante interesado en aprenderlo.

    Lo que le estaba diciendo no iba con intención de distraerlo. Por primera vez en el día me permití ser un poco egoísta, ya que tenía auténtico interés en el tema.
     
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    El paralelismo con Colmillo Blanco no hacía demasiado bien al corazón en el momento, con todo hecho una puta desgracia, pero parecía rodearme de ese tipo de personas hasta sin querer. Una especie de legión de idealistas o estúpidos, dependiendo de quién le preguntaras, que seguía empeñada en encontrar la aguja en el pajar, la excepción a la regla, el carbón convertido en diamante y el matiz azul en el más oscuros de los negros. Buscaban la esperanza en el vacío y muchas veces salían lastimados en el proceso. Eran todos un montón de cabezotas incomprensibles, pero sin ellos era posible que los malditos como yo o como Arata no tuviéramos nada.

    En realidad era una certeza, lo sabía.

    ¿Pero qué hacía uno cuando el vacío era capaz de morder las manos que intentaban llenarlo?

    Lo que pensaba Mattsson del apodo en relación a Dunn no estaba tan perdido de todas maneras, si me lo hubiera dicho le daba razón, pero que algo fuese pequeño y pareciera indefenso no significaba que no hiciera el intento de defenderse. Ciertas personalidades se revolvían alrededor de ese conflicto, de la noción de la fragilidad o la desventaja física que tenían contra el mundo, su reconocimiento y el disgusto que les provocaba. Los cachorros como Dunn eran conscientes de su vulnerabilidad y en consecuencia decidían morir luchando, negándose a aceptarla. Ceder era la muerte del orgullo, del ego, de lo único resistente que se poseía. Era mejor desmontarse la mandíbula al morder en defensa propia que ser pisoteado sin reaccionar.

    Hubert, aunque en una categoría parecida, entraba más en la versión amable del apodo, la que había soltado. Al final del día el cachorro que pelea es el mismo que se deja hacer bajo las manos correctas, siguiendo el ejemplo de Colmillo Blanco para variar, y una vez recibida la caricia capaz de cambiar una vida ese cachorro aspiraba a convertirse en un perro lazarillo o un rastreador. Todo era, sin duda, una cuestión de tiempo y perspectiva, pero en tanto las criaturas fuesen pequeñas no debían proteger a nadie.

    Me había quedado atorado en esas divagaciones hasta que el chico retrocedió a la mención que había hecho del shōgi. Le di vueltas a la botella entre las manos, lo observé repetir el movimiento sobre la tapa del bento y por primera vez desde que la había cagado arriba me permití una sonrisa bastante apagada, no me alcanzó los ojos ni nada, pero la tontería de la tapa me hacía cierta gracia.

    Sostuve la botella con una mano y estiré la otra hacia él, despacio, para darle un golpe suave en la frente con el nudillo. Regresé a mi espacio después y solo entonces me digné a explicarme.

    —Lo que haces con el cuerpo es una extensión de lo que pasa aquí. En esta cabeza, Puppy, hay muchísimo más sucediendo de lo que se exterioriza, ¿no es así? Estabas haciendo movimientos para mantener la apertura, uno incorrecto habría significado que me cerrara o atacara —comencé a hilar sin que pareciera que tuviera algún punto al que llegar—. Nunca jugué más que un par de partidas de novato, tomé las nociones y las interioricé, las del ajedrez y las del shōgi. El segundo parece más flexible que el primero en cierto sentido, te comes las piezas siempre que el movimiento sea legal, prácticamente todas se coronan y cambian. Cada una tiene una forma de moverse, justo como las personas.

    Tomé una pausa para beber algo de agua, me enjuagué los ojos con los dedos y respiré con cierta pesadez. Sentía la mente espesa, densa, pero no había mucho que pudiese hacer por ahora más que mantener mi lado del tablero como estaba, así que regresé la atención a Hubert para continuar.

    —El mundo está sobre un tablero de nueve por nueve casillas, todos vivimos moviéndonos a través de él. Atacamos, retrocedemos, buscamos aperturas o creamos huecos en las defensas. Perdemos o ganamos, es siempre igual —retomé aunque fuese la primera vez desde el campamento que hablaba tanto—. Sobre ese tablero de nueve por nueve existe una telaraña, las interacciones entre las piezas, entre las personas, brillan en seda plateada. Un día tras otro aparecen nuevas uniones en la tela, creadas por arañas invisibles que nunca dejan de tejer. Todos estamos interconectados y eso es tanto una ventaja como una desventaja.


    felicidades, hubert, desbloqueaste a: Altan Modo Archivo
     
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    No llegaría a una completa comprensión de por qué volví a deslizar los dedos sobre la tapa del bento, pues una sola mención del hecho habría bastado frente a una persona memoriosa como lo era Sonnen. Podría tratarse de la persistente inquietud de los nervios, cuyos resabios continuaban aferrados a mí, a pesar de que lo del apodo Puppy expulsó una buena parte de la incomodidad que me estuvo atenazando desde el pasillo. Quizá fue una búsqueda inconsciente de sacar a mi acompañante del agobio que reinaba su mente. O tan sólo un modo de ilustrar mi conversación, pues en el campamento había descubierto mi lado como orador y la importancia que los gestos jugaban en un relato hablado. Pero sin importar el real disparador de mi acción... con eso logré un efecto. También de forma involuntaria.

    Altan sonrió.

    Fue una expresión aún opaca, apagada, que se desvaneció en el mismo lugar donde había surgido. Incluso en esa falta de deslumbramiento me pareció notar que hubo algo de diversión. Probablemente, mi deseo de suavizar toda la situación ponía un lente sobre mis ojos, condicionando levemente la visión, pero incluso así tenía la seguridad de que se produjo un cambio en el ambiente. Una variación muy mínima, al punto de lo ínfimo, pero que existía. A su sonrisa siguió un alzamiento de su brazo y, al notar que lo estiraba en mi dirección, la curiosidad por el movimiento me distrajo.

    El golpe de su nudillo me provocó unos parpadeos instintivos. Lo sentí en la frente. Fue firme pero al mismo tiempo cortés, como un llamado de atención. Altan ya había hecho lo mismo en los humedales usando el mapa doblado, cuando en aquella ocasión reconoció mi desempeño en la prueba de valor. No obstante, la diferencia radicó en que, esta vez, no hubo una marcada confusión en mi mirada. Me había tomado desprevenido nuevamente, eso era cierto, pero era como si mi cuerpo ya tuviera registrado tal movimiento.

    ¿Sería acaso un futura costumbre de nuestras conversaciones? Quizá, un gesto de confianza. Tendría que acostumbrarme de ser el caso, al menos yo no se lo impediría si le servía para expresarse.

    Tras el suave golpe en la frente, señaló que lo que mi cuerpo mostraba era una extensión de lo que mi mente trabajaba, lo cual era cierto. Yo era observador y me la pasaba intuyendo el mundo como quien trata de leer un extenso libro abierto, pero mi lado emocional hacía de contrapunto y me hacía desplegar ademanes expresivos, delatores del pensamiento. Así era mi modo de moverme sobre el tablero, en palabras de Altan.

    Al percatarme de su metáfora sobre la realidad, lo escuché con genuino interés mientras daba cuenta de las últimas porciones de comida, que hice pasar con modestos tragos de agua fría. Altan había afirmado que conocía las nociones básicas de shogi y eso me permitió plantearme la posibilidad de practicar juntos, pero permití que hablase sin interrupciones. Lo conversación desembocó en algo que iba más allá del juego: se trataba de un mundo pensado como un tablero en donde todos nos implicábamos como fichas en movimiento. Era una visión que compartíamos parcialmente: moverme por el mundo, sobre todo en situaciones dificultosas, se sentía como un desplazamiento de fichas; pero cuando me detenía, la realidad adquiría la apariencia de un libro. Asimismo, nunca me había planteado la metáfora de las telarañas y sus constructoras invisibles, eso fue algo que Altan sumó mis engranajes, resultaba interesante y bastante misterioso.

    Por un momento se sintió como estar frente a una inteligencia destinada a recabar datos. Como si fuera un sistema.

    Un archivo.

    Me quedé mirando al campo frente a nosotros cuando terminó de hablar. Mi gesto era reflexivo y en mi rostro se veía el asomo de una sonrisa que no llegaba a salir. El bento ya se encontraba vacío, por lo que dejé los cubiertos en el interior antes de regresar la tapa a su lugar original. El objeto quedó a un lado y, como Altan, me incliné hacia adelante hasta dejar los codos apoyados sobre las rodillas.

    —El mundo es un tablero donde nos movemos, en eso coincidimos —compartí mi punto de vista—. También suelo pensarlo como un libro cuando me mantengo al margen, en la posición de observador; es un volumen cuyas páginas se llenan constamente de palabras y debes saber leerlas —di un sorbo a mi agua, reparando en que habíamos bebido poco durante el transcurso del receso—. Aunque, bueno, cuando se trata de ajedrez, el tablero también debes leerlo si quieres ganar una ventaja —hice una pausa—. A veces creo que la realidad se resume en eso: lectura y movimientos de fichas. Para todo, uno debe valerse de la observación, la fuerza de su entendimiento y la férrea voluntad de mover en busca de algo, incluso liberarse de las telarañas.

    Sentía que nos habíamos desviado por completo del tema inicial del shogi, mas la reflexión me resultaba fructífera. Era curioso cómo podíamos llegar a parecernos tanto, siendo tan diferentes.

    —¿Qué te parece si jugamos un día de estos? Ya sea shogi o ajedrez —propuse girándome en su dirección, liberando un poco la sonrisa— Tengo la certeza de que seríamos buenos compañeros junto al tablero.

    Te quiero mucho Altan Archivo que le da golpecitos en la frente a mi niño.
     
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    La manifestara más allá del gesto con la mano o no, daba por asumido que el pobre mocoso tenía los nervios lamiéndole la piel de forma insistente por una razón u otra. Un par de cosas había logrado aflojar la tensión, las cuerdas anudadas, las hebras de la telaraña se liberaron lentamente en ciertos puntos y la energía pudo fluir con algo más de naturalidad, la suficiente para que percibiera la hebra que ahora me unía a este muchacho y las que se proyectaban más allá. Una de ellas debía pertenecer a Anna, otra a Dunn y el resto vete a saber a quiénes más. Gradualmente las conexiones iban aumentando, uniéndolo a un nuevo tablero.

    Uno que quizás parecía demasiado pesado.

    Había olvidado por completo que había hecho el mismo gesto en el humedal, cuando le golpeé la frente con el mapa, pero allí estaba repitiendo lo mismo sin saberlo. El movimiento fue una manera de señalar mi punto, pero también una suerte de voto de confianza porque en general evitaba el espacio de los demás con el fin de que ellos evitaran el mío, pero una vez rompía esa distancia el asunto se volvía una nimiedad que no atendía.

    Mi monólogo le dio tiempo al chico de terminarse el almuerzo, ya le valía agradecerme el podcast o algo, y yo seguí equiparando el mundo con tablero cubierto por una telaraña. Esa noción del mundo le daba lugar incluso a los observadores, a los silenciosos que creía no hacer nada más que observar las partidas ajenas ocurriendo, cuando ellos mismos estaban colocados sobre una hebra que los unía muchos otros.

    Nadie podía escapar, el mundo moderno como lo conocíamos lo impedía.

    Tenía su debida cuota de gracia que Hubert estuviera allí sentado pensando que escucharme era como estar frente a una inteligencia destinada a la recolección de información, una suerte de base de datos, porque razón no le faltaba. Desde que podía recordar había comenzado a clasificar datos, asignarlos a categorías y a crear un archivo cuyo único límite real era difícil de descifrar. Las únicas mentes que conocía que funcionaban de la misma manera, con esa rigidez y exhaustividad, correspondían a mi padre y a mi abuelo. Cerebros cargados de datos que eran filtrados por una máquina.

    Modificar el metal para emular los corazones vivos había tomado años.

    Mattsson guardó los cubiertos dentro del bento vacío y luego reflejó mi postura, haciendo que regresara la atención a él. Lo miré, esperé y luego siguió hilando ideas sobre el mismo concepto que le había expuesto, era posible que por edad nos separara un año, contado con meses incluso, pero me recordaba un poco a mí mismo cuando no había terminado de ganar altura. Pensaba demasiado para el bien de cualquiera.

    Soltó su propio monólogo, pero en vez de cerrarlo así como estaba dejó sobre la mesa una invitación a jugar ajedrez o shōgi y sonrió con la amabilidad que parecía inherente a su carácter. Liberé el aire por la nariz, giré el cuerpo y flexioné una pierna para poder descansarla sobre la banca con tal de poder voltearme por completo en su dirección. No cambié la expresión, pero lo observé y terminé asintiendo con la cabeza para aceptar la propuesta.

    Mi mente regresó sobre sus palabras, a la noción de liberarse de las telarañas, y todo lo que pude crear fue la imagen mental de la red siendo levantada por el arácnido invisible que la tejía. Absolutamente nada escapaba de ella, cada pieza, cada conexión entre individuos, era arrastrada por la fuerza de los vínculos creados sobre ella. Al tirar un lado, uno se tensaba y otro se aflojaba, pero ninguno se cortaba o reventaba.

    Para anular los vínculos hacía falta quemarlos, hacer uso del fuego, su volatilidad y su energía.

    Solo aquello que se quemaba podía reencarnar en algo diferente.

    —En condiciones extremas la neutralidad de los observadores nos ha condenado a morir en cautiverio —resolví sin ninguna clase de anestesia, con la mirada clavada en él—. Como los hechiceros que se encierran en ruinas antiguas, guardando los secretos en sus grimorios. En la telaraña incluso los observadores están enredados, atados a los demás; dentro de la red las cualidades de uno compensan las flaquezas de otros y el mundo es capaz de sostenerse de esa manera. Si observas durante el tiempo suficiente, en algún momento eres capaz de convertirte en la araña o en la mano que mueve otras piezas.

    Las hilachas conectaban al titiritero con sus marionetas, pero uno era incapaz de existir sin el otro.

    —Tu intento por relacionarte con los demás es la primera aproximación a algo como eso. En vez de dejarte arrastrar por la fuerza inevitable de la red has comenzado a caminar por ella.


    Hubert: podemos jugar ajedrez juntos uvu
    Altan: claro, pero alguna vez has pensado en la inevitabilidad de la vida en sociedad?
     
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    Con el transcurso de mi planteamiento, de la reflexión que ofrecía en torno a la banca, Altan se giró en su totalidad y yo respondí de una manera similar, mediante un discreto movimiento de cabeza, para que pudiéramos enfocarnos en el otro con la plenitud de nuestras miradas. Quizá no habían pasado demasiados minutos desde que pusimos pie sobre los terrenos del patio frontal, pero fue una señal bastante positiva que nos enfrentáramos de forma un poco más directa para continuar el intercambio de perspectivas. Significaba que nos esforzábamos por sobreponernos a nuestros sentires y que, aunque sea de forma paulatina, lográbamos superar una pequeña parte de los problemas. Lo suficiente para pensar el mundo como un tablero.

    Con un asentimiento aceptó la propuesta de jugar y mi sonrisa cortés fue el agradecimiento que le otorgué.

    Pero luego, como respuesta a mi respectivo monólogo, mencionó que la extrema neutralidad podía conducir a un tipo de muerte. Aquello captó mi interés al instante. Fue una respuesta ofrecida sin atenuantes ni eufemismos, bastante cruda si uno se detenía a pensarla. Más no me provocó ninguna incomodidad, incluso tomé el tono de su contestación como otra señal de compañerismo. De seguro era parte de la personalidad de Altan ofrecer su punto de vista de forma tan directa, pero se había detenido lo suficiente como para insistir sobre mi posición en torno al concepto de la telaraña. Según decía, las redes nos conectan a todos, incluso a los que nos consideramos fuera de su alcance; con eso me estaba queriendo decir que yo era parte del flujo del mundo y que, según supuse, me pedía que reconsiderara mi idea sobre la figura de observador distante. Teniendo en cuenta que hablaba de arañas tejedoras y titiriteros invisibles sobre el tablero, que parecían alzarse como amenazas que pocos veían… ¿Lo suyo era una suerte de preocupación? ¿Un pedido de que ampliara mi observación para conducirme mejor sobre el tablero? Quién sabe, pero parecía bastante interesado en los que hablábamos y con eso me bastaba.

    —En vez de dejarte arrastrar por la fuerza inevitable de la red has comenzado a caminar por ella —finalizó.

    Así definió mi intento de relacionarme con los demás. Desde que en el campamento decidí acercarme más a las personas, siempre pensé cada interacción como la fundación de un lazo. Que empezaban siendo delgados, luego volviéndose fuertes a través de otros momentos compartidos, hilos que lo reforzaban. Era una metáfora bastante cercana a la idea de la red. Gracias a Sonnen, entendía que no se trataban de las únicas redes presentes, había muchas más a nuestro alrededor ejerciendo sus influencias. Incluso si yo, por mucho tiempo, me consideré apartado del tablero. También descubrí las tensiones sobre el tablero cuando los hilos propios y ajenos se movían.


    —Tu visión sobre la dinámica del mundo me muestra la amplitud de tus experiencias —concedí con calma, a ojos cerrados.

    Seguía sonriendo, como un pequeño alumno que oía a un maestro al que respetaba. La comparación no era desacertada, considerando que Altan era técnicamente mi senpai y que por eso, de acuerdo a la cultura japonesa, debía ser como un orientador para los de cursos inferiores. Pero yo prefería alejarme de esas figuras y solamente vernos como compañeros.

    —Así que tomaré en cuenta esta imagen del tablero envuelto en una red; intentaré moverme sin temor, de acuerdo a esa visión —dije tras beber un poco más de agua—. Porque confìo en tus palabras, Altan.
     
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    Girarme para enfrentarlo directamente cumplió una función múltiple, al decidir arrancarme de la nada que había estado observado hasta entonces para mirarlo a él, que se había negado a irse, simplemente cedí y con ello la hebra de ceda vibró al tensar y volver a aflojarse. Al enfrentarme a Mattsson, al diminuto espejo que me brindaba, observé a mi propia versión del cachorro que veía en Dunn y en él. ¿Sería capaz de tomar las virtudes de quiénes me rodeaban para reconstruir una versión diferente de mí mismo? No lo sabía.

    Trataba de reconocerme a mí mismo en el reflejo del agua, llevaba haciéndolo mucho tiempo, y justo ahora me parecía que la imagen que rebotaba era menos parecida a mí de lo que era a principios de año. Lo que era entonces tampoco era mejor, no servía para absolutamente nada más que mostrar fastidio y disgusto, para alzarme sobre los demás e ignorarlos. Mi vida se reducía a Jez y su bienestar, ¿pero ahora? Quería pensar que ya no estaba atascado allí, que podía tratar con los demás y ser parte de sus vidas, era eso lo que no acababa de reconocer, porque el océano seguía llamándome y todavía era capaz de volver al fondo del Abismo de Challenger.

    La sonrisa cortés del chiquillo era tranquilizadora en cierta manera, puede que él como persona lo fuese y ya, y mi respuesta a ella fue una respuesta cruda, directa, una opinión sin atenuantes surgida de la experiencia aunque no fui consciente de ello. ¿Había sido realmente neutral alguna vez en mi vida? Puede que el embrollo con Anna surgiera de eso, pero también al tomar lados, al elegir caminos y actuar como un cruzado había estado al borde la muerte metafórica y literal. La costilla rota, ya cicatrizada, era una prueba absoluta de que me había jugado el pellejo por un tercero.

    En eso Dunn tenía razón, la había tenido siempre, morir luchando era la única forma honorable de hacerlo.

    Mattsson no reaccionó a la contundencia de mi argumento, no se molestó ni retrocedió y pensé que su figura se intercambiaba entre la del sabio y la del pupilo con cierta facilidad, porque al final era eso, un niño con cerebro de viejo. Mi nueva sección del monólogo respondía a dos cosas, el conocimiento de que la red era infinita y se actualizaba de manera constante y que al ser utilizada era peligrosa. Se podía tener conocimiento de las hilachas que nos conectaban, uno como Dunn era de los que las tenían bien presente, pero utilizarlas era completamente distinto.


    Los que teníamos la capacidad de tomar la forma de la araña conocíamos su poder y su riesgo.


    La conclusión del chiquillo me vino en gracia y ahora sí me permití una risa apagada, se me escapó por la nariz sin permiso en realidad. La amplitud de experiencias en cuestión eran más bien computaciones, cálculos y aproximaciones teóricas, no me parecía que me involucrara lo suficiente en la vida para llamarlo experiencias prácticas, pero debían valer. Las que sí lo eran provenían de una fracción de la vida que no debía haber conocido con diecisiete años o de experiencias ajenas, aprendidas en la vida vicaria, que las personas que conocía tampoco debían haber vivido a esta edad o nunca quizás.

    Porque confío en tus palabras, Altan.
    El muy idiota había seguido sonriendo, allí con su rol de pupilo, y a mí siguió causándome gracia por un motivo que no terminaba de identificar. Tomé aire, lo liberé despacio y estiré la mano hacia él de nuevo, esta vez no le di el golpecito en la frente si no que le revolví el pelo con suavidad. El gesto debió ser hasta extraño viniendo de mí, pero lo sentí natural y tampoco vi por qué anularlo. Si a él le molestaba, podía decírmelo y ya, no sería ningún drama.

    —Eres una buena persona —concluí a mitad del gesto y al regresar a mi espacio le sonreí con apenas una pizca de ánimo—. Sé que lo harás bien incluso si la cosa se pone cuesta arriba. Confío en ti.

    Parpadeé despacio, me enjuagué los ojos y volví a tomar la botella con ambas manos, girándola con lentitud y sin objetivo real. Observé el agua dando vueltas en su interior, transparente y tuve otro debate mental, no supe muy bien a qué respondía.

    —Lamento que hayas salido embarrado —dije en un murmuro sin despegar los ojos de la botella y estuve por hablar en plural pero reseteé mis propios sistemas, ni idea de por qué—. Al compararme con el campamento y sacando el contexto puede que no parezca tan diferente en este momento. Respondo poco a preguntas directas e hilo ideas amplias a partir de conceptos nada más, pero sé que esta no es mi mejor versión. Tus buenas intenciones merecían un mejor compañero de almuerzo, así que lo siento mucho.
     
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    Mi devolución a sus palabras fue bastante concisa, pero en el transcurso de la conversación se permitió una breve risa, a la que siguió otro acercamiento de su mano. Notar que los dedos volvían a alzarse hizo que por reflejo parpadeara un par de veces, como un anticipo al golpe en la frente. Sin embargo, el cambio de dirección hacia mis cabellos manifestó en mi rostro parte del desconcierto que me embargó. Sonnen revolvió mi cabeza de una forma que me hizo ser bastante merecedor del apodo que me había otorgado. No sólo me entregó su confianza, sino que también, al destacarme como buena persona, me trajo el recuerdo de cómo Cayden me había tomado por sorpresa en el patio norte al decirme algo parecido, que era un buen chico. Así que cuando finalmente desprendió su mano, yo sonreía con cierta gracia.

    En ese instante, por primera vez desde que comenzó el ciclo lectivo, me sentí realmente acompañado.

    Lo observé girar su botella, cómo se concentraba en los movimientos del agua atrapada en el plástico. Era como una representación de lo que, según pude notar, seguía aconteciendo en su mente. Un debate interno, una búsqueda de palabras. Yo aguardé en paciente silencio, hasta que finalmente me pidió disculpas. Por lo del pasillo, por su estado actual, por el almuerzo. Eran palabras que traían consigo la sombra de la tristeza y de la culpa. Mi sonrisa se desvaneció cuando me dijo que lo sentía mucho. Pero mi respuesta no tardó en llegar, fue instantánea y se manifestó en la forma de un gesto corporal.

    Igual que él había hecho antes, estiré un brazo. Apoyé la mano en su hombro.

    —No existen versiones buenas ni malas —repliqué con mi usual calma—, simplemente somos nosotros mismos… con todas nuestras aristas. Ser humano no es motivo de disculpa —tras darle un par de suaves palmadas, aparté la mano para devolverle su espacio—. En los humedales me dijiste que podía acercarme a ti y a Cayden cuando quisiera, y en esa línea me mantengo. Si eres mi compañero de almuerzo, es porque así lo decidí contra viento y marea —le mostré una sonrisa—. Por eso, te pido que no te agobies por mí. Lo positivo de nuestra reunión, en mi opinión, es que nos demostramos que podemos confiar en el otro. Así que gracias por quedarte.

    Hice una pequeña pausa para desviar los ojos hacia el cielo. Fueron unos pocos segundos de contemplación y, también, de breve meditación.

    —Sin intención de entrometerme, espero que pronto hallen un espacio para dialogar —mencioné, rascándome una mejilla con el índice, pues de todos modos sentía que me estaba entrometiendo—. Creo que... han dejado ver lo mucho que se importan —otra pausa, más corta—. Pero hasta que llegue el momento, dedica tiempo para sanarte a ti mismo. Y si no puedes solo... acércate a mí. Siempre tendremos a mano un tablero para distraernos.

    Yo los declaro QuilomBros.

    #AltanTeAmoDemasiado.
     
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    Darle forma a las corrientes heladas, al revoltijo de ideas, era siempre confuso y sentía que me tomaba más tiempo del que debía. El cuerpo no funcionaba a la misma velocidad que la mente y esos segundos de delay solo servían para que la duda alcanzara los sistemas, como el herrumbre corriendo por el metal expuesto a los elementos. Ganaba terreno a velocidad y pronto todos los engranajes se quedaban detenidos, negándose a funcionar.

    Lo que le había dicho a Mattsson rozaba el sincericidio, fue el equivalente de tomar una navaja y abrirme el pecho, el órgano que dejé sobre la mesa imitaba peligrosamente a un corazón pero era frío, a mí me lo parecía. Me quedé con los ojos pegados a la botella, al agua girando en su interior y cuando la mano del chiquillo me alcanzó el hombro fue como si me hubiesen pegado una descarga con la RCP. Una correntada de emociones me rebotó en el cuerpo y tuve que tragármelas para no parecer un loco o algo.

    Que no existían versiones buenas o malas decía.

    El imbécil seguía confiando en los lobos mestizos como si le pagaran por ello.

    Despegué una mano de la botella para volver a enjuagarme los ojos, la excusa principal eran los comienzos de migraña, pero yo bien sabía que había pretendido hacer retroceder el ardor que había sentido en los ojos. Una cosa era romperle a llorar a Anna, que ya me tenía conocido al derecho y al revés, y otra muy diferente hacerlo con un mocoso que nada tenía que ver.

    No fue más que un momento de sobrecarga, para cuando volví la mano al objeto el ardor se había disipado y pude mantenerme en la línea de antes, inalterable en la medida de lo posible. Este chico estaba allí sentado tan pancho recordándome que le había dicho que podía acercarse a mí y a Dunn cuando quisiera, pero sobre todo que si se quedaba era porque lo había decidido así sin importar las inclemencias del contexto.

    Seguía sin saber si era amable o idiota.

    Iba bien en mi control (anulación) emocional hasta que el Sage aquí presente decidió soltar más la lengua, cuando soltó la mierda de que quizás habíamos olvidado lo mucho que nos importábamos y no sé qué tuve que tomar un montón de aire. Lo de sanarme a mí mismo estaba un poco complejo, sabía que se refería al colapso inmediato del que había sido testigo, pero aún así me lanzó hasta errores de código más lejanos, más profundos. Unos con los que no me sentía capaz de lidiar todavía.

    —Gracias, Puppy —dije pasados unos segundos, todavía sin alzar la mirada. Supe que si respondía algo más, si elaboraba más sobre la espiral, acabaría cediendo al peso de la misma y prefería ahorrarle esa parte del numerito. Cuando por fin pude despegar los ojos de la botella hice el esfuerzo por sonreírle—. Solo recuerda que no debemos ponernos demasiado cómodos sobre el tablero.


    imagino que por acá voy cerrando, puedes asumir que Altan acompañó a Hubert al menos a las escaleras del segundo piso owo

    QuilomBros, nacidos para el quilombo. Mi madre me dio la vida y Hubby las ganas de vivirla
     
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    Zireael

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    Para este punto estaba más que acostumbrado al hecho de que bastaba un mal día en la vida para que todo se apilara sin permiso de nadie, creando una suerte de bola de nieve inmensa. Cuando Sasha dijo que hablaría con Cayden quise pensar que el mocoso se negaría a alcanzarme antes de eso, pero se veía que tenía otros planes. Nos había convocado, a mí y a Sonnen, para una venganza que no parecía ir avanzar hacia ninguna parte.

    Algo pasaba en el Triángulo, algo que nos sobrepasaba a él y a mí.

    Dudaba mucho que la mierda de Sonnen fuese a arreglarse de inmediato, por tanto la misión de recabar y confirmar información pronto me pertenecería a mí solamente. Si la sospecha de Cayden era cierta, si alguien lo había marcado, llegaríamos a un callejón sin salida en determinado punto. Incluso si lo quería, ejecutar al famoso Judas de Cayden, que por rebote sería el traidor de todos los chacales, sería una labor mucho más complicada de lo que el mocoso anticipaba.

    Estaba pensando en demasiadas cosas como para poder soportar el culo irritable de Bianchi cinco minutos más, así que apenas soltó el discurso de su vida me levanté y me fui a la mierda. Era eso o cagarnos a hostias, así que tomé la opción más decente incluso si me hacía quedar como un cobarde, porque simplemente no tenía ganas ni tiempo para tratar con esa clase de cosas.

    Dejé la zona de piscina, recorrí los pasillos sin prisa y acabé por dirigirme al patio frontal, a falta de una mejor opción, y me senté cerca del edificio principal con la espalda pegada al cemento. No me quedaba más que esperar, tenía el negocio de Sasha entre manos y la mierda de Cay encima, pero todo se reducía en eso: esperar.

    Algo que nunca se me había dado muy bien.


    el relleno y el doble post más grande de la historia (? quería mandarlo temprano, pero no me dio tiempo así que here we are

    ahí queda el pendejo even tho no creo que a nadie le interese
     
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    Gigi Blanche

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    Iba a mitad del patio cuando distinguí, un poco a mi pesar, la silueta de Sugawara. Estaba apoyado en una de las paredes laterales, fumando, como si no fuera cualquiera capaz de verlo. Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue que iba sólo con la camisa y encima la llevaba arremangada. Yo a duras penas conservaba la temperatura con el blazer y este cabrón tan pancho. Para ser un témpano sí que tenía sangre caliente.

    Me lanzó una mirada de reojo al detectarme cerca de su espacio, me reconoció y se despegó el cigarrillo de los labios, soltando el humo. Y desentendiéndose de mi existencia, ya de paso. En la misma línea no dijo una palabra, esperó a que yo hablara.

    —Te vas a resfriar, idiota —solté a medida que me detenía a su lado, con una sonrisa amable que él, obviamente, no reflejó—. ¿Me lo pasas?

    Frunció el ceño y volvió a clavarme los ojos de refilón. Ya estaba acostumbrado a su eterna cara de gato silvestre, pero me seguía causando una ligera impresión que su mirada tuviera tanta... intensidad, quizá. Yo mantuve la sonrisa, incluso alcé las cejas y Sugawara se pasó la lengua por los dientes, cediendo a mi solicitud. Le di una buena calada al cigarro y cerré los ojos un segundo, soltando el humo al cielo. Me encontré con su atención de lleno y una mueca ligeramente burlona.

    —¿Tan angelical y fumando a las ocho de la mañana?

    —Ando intranquilo por un par de cosas —confesé con tranquilidad, regresándole el cigarro.

    No respondió, pero seguí sus movimientos de mera curiosidad y noté que escarbaba en su bolsillo. Mantuvo el cigarrillo ceñido entre sus labios y se hizo con un atado y su encendedor. Le dio un golpecito ligero en la base al primero, haciendo que saltara un cigarrillo, y lo estiró en mi dirección. No me hice el digno, la verdad, lo acepté y me acerqué a la llamarada que chispeó de su dedo. Fue sólo un segundo que reparé en sus ojos, un segundo que se asemejaron a fuegos fatuos.

    —Gracias~

    —Frank dijo que tenías algo para mí —soltó, dejando la mano libre dentro de su bolsillo. Flexionó la pierna, también, pegando el pie a la pared, y me miró.

    Siempre un hombre de negocios, eh.

    Me sonreí y apoyé también la espalda en la pared, distrayendo la vista en el espacio. Los alumnos que cruzaban el patio a nuestra izquierda, el cemento blanco enfrente y el cielo arriba, jodidamente encapotado.

    —Qué ansioso, Yabo-kun. Deja que disfrute este momento de hombres y ya luego te doy el dinero.

    Como era de esperar, no recibí reacción alguna.


    ahí quedan los muchachos uwu7
     
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    Bruno TDF

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    No era una persona acostumbrada a mirar el pronóstico del tiempo, así que el cambio de temperatura me pilló desprevenida. Podría haberme dado cuenta desde mucho antes, ya que salía a correr por el barrio antes de asistir a la academia… pero justo hoy decidí romper la rutina. Es que la cama estaba demasiado calentita, exprimí hasta el último minuto para dormir o, en su defecto, rodar sobre el colchón entre prolongados bostezos. A veces me pasaba, esto de saltarme el running matutino, pero eran más bien ocasiones raras. Así que para cuando terminé de ducharme, desayunar, alimentar a Copito y demás asuntos pre-colegio, una brisa fría atravesó la camisa de mi uniforme cuando salí a la calle, estremeciéndome bastante. Me vi obligada a retroceder hasta el apartamento para añadirme más prendas: el blazer, un cárdigan debajo y la bufandita que ahora rodeaba mi cuello. Fue una pérdida de minutos muy, muy valiosos, para colmo tuve que salir con prisas. Pero obviamente no me olvidé de lo más importante: un bento envuelto en una tela blanca anudada, donde guardaba la “artillería pesada”.

    Por fortuna, el transporte estuvo de mi lado y llegué a la academia con relativa rapidez. Había mucho movimiento en el patio de entrada, eso era bueno. En mi bolso escolar guardaba los folletos sin repartir, y hasta había sumado algunos formularios de inscripción que recogí de la sala de profesores al salir de las clases de ayer. La apuesta para hoy era mucho mayor, vaya que sí, ya que todo iría acompañado de una judo-galleta.

    “Únete al Club de Judo (tenemos galletas)” sonaba muuuy convincente como propaganda.

    Como mi idea era repartir folletos cerca de la puerta de entrada a los casilleros, atravesé el patio con energía. Pero a medio camino me distraje al notar, por el rabillo del ojo, algo similar a una chispa. Y yo pues era curiosa, un poco chismosa, así que no tardé ni medio segundo en girarme. Mis ojos se iluminaron al ver que se trataba, nada más y nada menos, que del mismísimo Fuji.

    Pero una cejita se me alzó por reflejo al ver al chico desconocido que encendía el cigarrillo que el master chef sostenía entre sus labios. De hecho, los dos estaban fumando. Pero eso no detuvo mi ánimo, ¡para nada! Sin embargo, sí que eché un rápido vistazo a mí alrededor, alerta, antes de acercarme al dúo con una mano en alto, y el bento pendiendo de la otra.

    —Buenos días, Fuji, ¿cómo te encuentras? —saludé al chico, alegre como siempre de verlo. El humo se elevaba del extremo de su cigarrillo, le añadía un poco de enigma a su apariencia; me incliné hacia él en modo confidente— Que no los vean los profes, eh —añadí por lo bajo, un poco en broma y un poco en serio.

    No me incomodaba ni me contrariaba que fumara. Pero sí me preocupaba que se llevara una reprimenda si lo pescaban. ¡O peor...! Que lo sancionaran. No quise ser más invasiva al respecto, no era quién para juzgar o decir qué hacer. En todo caso, lo que le dije fue una manera amable y sutil de cuidarle la espalda. A este Fuji travieso, y ahora rebelde.

    Tras eso, me giré inmediatamente hacia el otro muchachito. Mis ojitos curiosos recorrieron su rostro y buscaron su mirada.

    —Buenos días para ti también, ¿cómo te llamas? —le sonreí.

    Entonces, mientras mantenía mi atención en el acompañante de Fuji, una parte de mi bufanda se movió como si tuviera vida propia. En un segundo, la cabeza de Copito asomó desde el interior de su tela y clavó en Fuji sus ojos rojos. Al gorrión le gustaba abrigarse dentro de mis bufandas en días como hoy, pero se ve que sintió su cercanía y salió a recibirlo.

    :vibing:
     
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    Gigi Blanche

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    La existencia de Fujiwara era probablemente de las cosas menos invasivas con las que me había visto forzado a lidiar, si debía ser honesto, en especial trabajando codo a codo con gente como Frank. ¿Eso lo eximía? No. Venir a clases me parecía inútil, tener que llegar a esta puta escuela en el culo del mundo era una ladilla, si acaso pedía cinco minutos para fumar un cigarro en paz.

    Igual el imbécil no era el problema y me la agarraba con él.

    Las decisiones de Frank corrían sobre una lógica que sencillamente no podía ver, siempre lo había pensado y Fujiwara era parte del paquete. ¿Qué había encontrado en él? ¿Qué creía rescatable de un mocoso con problemas de autoestima y depresión que había estado no una, sino dos veces, a punto de matarse? Al final me apiadé y le convidé un cigarrillo, se acomodó a mi lado y el tiempo transcurrió en silencio. Cada uno lidiaba con su propia mierda, suponía. El asunto de los Hattori había escalado y las negociaciones estaban prácticamente finalizadas. Sólo quedaban pendientes, digamos, las formalidades: la entrega del dinero y recibir la... mercancía.

    No tenía sentido endulzarlo.

    Habíamos puto comprado a una persona.

    Estaba pegándole una calada al cigarrillo cuando una tercera persona apareció. La molestia me cosquilleó en el cuerpo pero, como siempre, no lo demostré. Repasé a la chica sin mayor intención que la de escanear aquello que me rodeaba, pura manía. Era una compañera mía de clase, ni idea su nombre. Saludó a Fujiwara, éste le dedicó una sonrisa de las suyas y asintió apenas, sosteniendo su cigarro entre dos dedos, cerca de su rostro. No parecía haberse inmutado tampoco.

    —Buen día, Shiro-chan —le dijo, ella se le acercó y Fujiwara soltó una risilla a lo de los profesores—. No nos estamos esforzando mucho, ¿cierto? Somos unos vagos.

    El comentario evidentemente me incluía, pero los ignoré y seguí fumando. Quizás inhalé la mierda con una cuota extra de ansiedad, aún así nadie iría a notarlo. ¿Guardaba la esperanza de pasar desapercibido y que la niña se fuera sin reparar en mi existencia? Pues claro, pero imagina que algo me saliera bien. El viernes ya había empezado torcido. Vuelto del revés, más bien. Shinomiya, este imbécil, Pierce, Manson, Hal, ya tenía a todos metidos en la misma escuela que yo, ¿y ahora debía meter a los Hattori en la bolsa? ¿Y qué? ¿Ser su niñera o algo?

    Su puta madre.

    Bien podría haberla ignorado, pero algo de decencia me quedaba en el cuerpo y la niña, muy a mi pesar, lucía increíblemente inocente. Su cabello era albino, pero tanto sus ojos como la energía que desprendía me recordaban a Aya. La miré, pues, esforzándome por relajar el semblante, y en mi rostro permaneció la eterna seriedad. ¿Me estaba pidiendo mi nombre? Me tragué la gracia. Alguien no había hecho la tarea, ¿eh? No parecía ni saber que íbamos a la misma clase.

    —Sugawara —murmuré, monótono, y en el mismo tono agregué—: Seguro lo habrás escuchado cuando pasan lista.

    Un pájaro, de todas las cosas, un jodido pájaro había aparecido de adentro de su bufanda. Deslicé la mirada al ave y escuché la risa liviana de Fujiwara, quien alzó el brazo libre para rascarle la cabeza al animal.

    —Buen día para ti también, Copito. Sí que refrescó, ¿eh? Así vamos a enfermarnos todos. —Miró a la chica, entonces, la recorrió de arriba abajo y asintió—. Shiro-chan vino bieeen abrigada, tendríamos que aprender de ella.

    Recordé que sólo llevaba la camisa, y que encima la había arremangado. Suponía que debía verse raro, pero honestamente no sentía frío.


    gracias Bru, me dejaste estrenar la cintita nueva de Haru-chan :satan:

    yo estaba genuinamente preocupada de escribir dos palabras de post y acabé con un tocho JAJAJA
     
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    Bruno TDF

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    Lo despreocupado de la respuesta de Fuji me aflojó la sonrisa al punto de hacerme reír por lo bajo, fue una contestación tan típica de él que me permitió relajar buena parte de mi preocupación, pues porque me gustaba mucho que fuera así de calmadito y bromista. Podía seguir pensando que estaba siendo todo un temerario. ¡Pero bueno…! Si hablábamos de ser temerarios… yo era la persona menos adecuada para juzgar eso. Es más, considero que a veces también me porto mal, algo que yo misma le había dicho cuando me compró el juguito de uva. Así que era genial descubrir que Fuji también tenía esta faceta rebelde, por eso le dirigí una mirada cómplice antes de centrarme en su amiguito resistente al frío: Sugawara.

    Era un chico serio hasta el extremo. En un principio dio indicios de que me iba a ignorar, ya que no movió un solo músculo durante mi intercambio con Fuji y continuó fumando como si existiéramos en un plano ajeno al suyo. No me hubiera tomado a mal si decidía mantener dicha actitud conmigo, para ser honesta, porque comprendía que las personas eran diferentes y que una chica como yo, que se lanzaba de cabeza a conocer a quienes la rodeaban, podía recibir todo tipo de devoluciones. Entre las que se incluía… ser vista como una molestia. No sería la primera ni la última vez si eso pasaba, incluso me lo habían dicho en la cara en un par de ocasiones. Pero por suerte tenía la templanza suficiente para sobrellevar tal situación con calma… Aunque la cosa cambiaba bastante cuando la gente me dejaba entrar en su espacio, por muy mínima que fuese la abertura. Así que cuando Suga reparó en mí, la sonrisa se volvió mucho más radiante y la expectativa se me notó en el cuerpo. El chico mantuvo sobre mí unos ojos del color del hielo, de los que surgía una energía muy diferente a lo que veía en el bronce de Fuji. Era intensa, casi agresiva. Le sostuve la mirada sin titubear.

    Me dijo su nombre y… señaló que seguro lo escuché cuando pasaban lista. Me llevé la mano libre al mentón, pensativa, repasándolo otra vez con la mirada. Un poquito de pena me atravesó la sonrisa al darme cuenta de que no lo reconocía, aunque tampoco era que tenía aprendidos todos los rostros de mis compañeros. Aparte, Suga por ahora se mostraba como alguien reservado y distante, quizá por eso no lo había notado hasta ahora. En estas cositas me hallaba pensando cuando Fuji saludó a Copito; noté cómo me miraba de arriba abajo y su comentario me aflojó otra risita.

    —Confieso que también salí desabrigada, tuve que volver al apartamento para ponerme abrigo —admití—. Ah, y lamento no haberte reconocido, compañero —añadí en dirección a Suga—. Ya me han dicho que soy un poquito despistada —le guiñé un ojo a Fuji mientras me pasaba el pulgar por la nariz, en clara alusión a cuando me quitó la harina de encima—. Pero eso no volverá a pasar, ya que ahora quedarás bien guardadito en mi memoria y te saludaré todas las mañanas en el salón… si me dejas, por supuesto —afirmé con una sonrisa, mientras acariciaba la cabeza de Copito que no había abandonado el abrigo de la bufanda.

    >>Soy Verónica Maxwell. No me cabe duda de que lo oíste durante los pases de lista.

    1) En mi próximo post ya te libero a los muchachos para que sigan con su negocio (?)

    2)Me los estoy imaginando tipo:

    Vero: :shark:

    Haru: :ewww:

    Kakeru: :eyebrow:
     
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    Gigi Blanche

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    Haru era un tipo algo especial, aunque una vez que lo conocías te dabas cuenta que este dicho de "perro que ladra no muerde" aplicaba relativamente bien con él. Era socio de Frank y gestionaba el Paraja, en definitiva; más allá de su cara o de lo poco que le interesara ser amable, sabía negociar, administrar gente, leer los ambientes y adecuarse a ellos. Si en la escuela no ponía un mínimo de esfuerzo era, lisa y llanamente, porque no le encontraba lo rentable.

    Era como un tipo de cuarenta demasiado estresado por el trabajo, atorado en un cuerpo de diecisiete.

    La aparición de Vero me hizo muchísima gracia sólo de imaginar lo mucho que Sugawara debía estar cagándose en sus muertos. Por lo demás, no me mortificaba demasiado. Suponía que ya había visto el tatuaje en mi nuca, y sumados a ese tenía también las serpientes en el brazo izquierdo y la frase sobre las caderas. Hace algunos meses probablemente me habría hecho un lío mental de antología ante la posibilidad de que descubriera ciertas cosas de mí, pero ahora... Sentía un poco de reparo, sí, el suficiente para no ir a soltarle ninguna mierda en la cara. El resto escapaba a mi control y no me agobiaba. Por delirante o de secta maligna que sonara, Frank me había ayudado a aceptarme. Me había enseñado que el mejor camino para evitar la locura era mirarla a los ojos y aceptarla. Aceptar los monstruos en las paredes, la oscuridad y los cantos de sirena.

    Aceptar mi naturaleza, en definitiva.

    Mantuve mi atención puesta en el intercambio entre Vero y Haru, no con miedo de que el chico le ladrara, pero sí con cierta precaución. Él cumplió, aunque no se contuvo de tirarle el palito al final, y deslicé la mirada a ella. Como había supuesto, no se la veía afectada. Siendo honesto, no estaba seguro si había algo capaz de hacer tambalear a esta criatura. Cuando le dijo que de ahora en más lo saludaría todos los días tuve que disimular la sonrisa tras el cigarro, girando el rostro.

    Haru se la quedó mirando, golpeteó su cigarro y pestañeó con cierta lentitud. Era difícil discernir si estaba molesto, nervioso, o si no sentía nada en absoluto. Se hacía mucho el malo y usaba la cara de culo para espantar a la gente, pero a veces calificaba más de inepto social que de ser desagradable adrede. La gente le daba ansiedad, punto.

    —Como quieras —resolvió finalmente y se llevó el cigarrillo a la boca justo después, desviando la vista.

    Yo me sonreí, divertido, y le hablé a Vero para darle una mano.

    —Le di la galletita a mamá. Le conté que las había horneado con una amiga en la escuela y me preguntó un montón de cosas, estaba muy contenta. También le dije que había sido idea tuya obsequiársela y me pidió que te agradeciera.


    No te preocupes Bru, no tengo nada más planeado con ellos <3

    Y son literalmente estos JAJAJA


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    Bruno TDF

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    El comentario de Suga sobre la lista era suficiente para que me detuviera a pensar en el hecho de que, tratándose de mí, resultaba curioso que no reconociera a gran parte de mis compañeros de clase. Como mucho podía distinguir a Kenny y Fiorella en el aula, por lo que habíamos compartido en el campamento; y había otro chico que merecía una mención de honor, pues su cabello tan celeste de a ratos se robaba mis miradas (y porque era super-lindo, ejem). Saber que íbamos a la misma clase me otorgaba la oportunidad de darle un giro a esta realidad, de ahí que le dijera lo de empezar una rutina de saluditos mañaneros.

    Me miró, me miró, y me miró. Aunque tenían el color del hielo, sus ojos resplandecían con tanta fuerza que se sentía como enfrentar unas esferas de fuego celeste, ardientes y penetrantes, frente a las cuales permanecí tranquila, con una sonrisa que no retrocedió. Intenté mirar más allá de ese fuego con la intención de adivinar qué cositas podían estar pasando por su cabeza, pues no seguía estando claro si le era de agrado debido a su quietud. Fue imposible confirmar nada, su seriedad era como un muro infranqueable que nada dejaba pasar. Sin embargo, me respondió que podía hacer lo que quisiera y con eso me di por satisfecha.

    —Que así sea —respondí con un asentimiento, mientras veía cómo se llevaba el cigarrillo a los labios y miraba para otro lado.

    Sabía que nuestra brevísima charlita había concluido, pero me pareció bastante positivo que alguien tan serio e impasible como Suga me concediera un poquito de lugar en su día a día. Una respuesta de la índole de “Como quieras” podía sonar a que el interés venía únicamente de mi lado… pero él no se negó incluso cuando yo misma le di esa oportunidad, así que de seguro también lo impulsó algo. ¡Quién sabe…! El tiempo diría cómo nos llevaríamos.

    Fuji entonces intervino para contarme algo que me moría de ganas por preguntarle: qué había pensado su mamá de la galletita que le regalamos. Saber que se había puesto contenta me puso muy feliz, y que Fuji me mencionara como su amiga le hizo bien a mi corazón. Y cuando dijo que su madre me agradecía por la idea de obsequiarle algo, mi sonrisa fue inmensamente dulce.

    —Salúdala de mi parte, ¿sí? —pedí— Dile que seguirá recibiendo cosas ricas para ponerse más contenta. Y hablando de galletas… —le enseñé el bento envuelto en su tela, sobre mis manos; en su interior estaban las que preparamos ayer, me las había llevado al apartamento para envolverlas con calma, ya que las terminamos de hacer sobre el final del receso—. Hoy voy a repartir la primera tanda. Planeaba pararme cerca de la puerta de entrada para no saturar los casilleros, pero ahora que lo pienso…

    Miré de reojo a Suga, que seguía en su propio plano. Le hice una seña a Fuji para que me acercara su oído. Cuando lo hizo, Copito aprovechó la cercanía para picotearle la ropa.

    >>¿Qué dices? —le pregunté bajito, sin que Suga nos escuchara— ¿Debería comenzar por mis compañeros de clase?

    Weno, entonces dejo a Vero un rato más con este par de guapuras u///u
     
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