Pasillo

¿Le estaba teniendo una paciencia especial a Riamu? Bueno, la verdad era que lo dudaba. En líneas generales uno no le otorgaba mucha entidad a aquello que no era realmente relevante, ¿cierto? No que pretendiera denigrarla, de hecho me caía bien y me divertía con ella, pero era una relación que a duras penas le cabía el nombre. Además, soberbio o no, creía tener en la vida cosas ya lo suficientemente serias como para preocuparme de que una chica me besara o no a buenas horas de la mañana. Eso y lo mucho que me tragaba el cuento, claro.

No dudaba ni por un instante que ella le ponía las mismas ganas que yo a la mierda.

Y estaba bien así.

Le dejé ver que me había quedado con las ganas, me daba bastante igual así como si se valía de ello para revolcarse. Por otro lado, nadie iría nunca a decir que no estaba concediéndole ciertos permisos especiales a esta chica, porque no hacía falta ser ningún genio para notar que prefería tener a la mayor parte de la gente a dos metros de distancia.

Se había puesto a soltar tonterías, casi fue como si la callara con el beso y busqué sus ojos al instante que me separé, sonriendo tranquilo. No sabía si eso contaba como disciplina o no, pero todos ganábamos y ¿qué más daba? Su pregunta me hizo gracia y solté una risa vaga por la nariz, asintiendo.

—Sip, yo solito.

Supuse que mi evasión a su pregunta fue más que obvia, pero en tanto no insistiera digamos que me daba bastante igual. La miré de reojo al oírla decir que no le importaría algo más de actividad física, siendo que a esta altura del partido ya no sabía cuándo decía las cosas en serio o con doble sentido. No parecía haber sido el caso de lo segundo, sin embargo, de modo que regresé la vista al frente y lo dejé correr.

—Bueno, eso es lo que es la escuela. Ya queda muy poco, si lo piensas en retrospectiva. —Llevábamos metidos en edificios del estilo desde los seis años, al fin y al cabo, ¿qué diferencia hacían unos pocos meses más?—. A menos que vayas a la universidad, claro, aunque ese es un mundo diferente.

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pls bitch, aún tenemos hasta el martes :<<

 

Alcé las cejas con cierto aire de sorpresa cuando me confirmó que había llegado a la conclusión de la clase de P.E él solito, recuperando los ánimos lo suficiente como para echarme algo de teatro encima y seguirle la broma. Le dediqué una expresión de aprobación, nada más, pero solo aquella tontería fue suficiente indicativo de que, al parecer, por un segundo había olvidado porqué había acabado tan molesta en primer lugar. El logro podría atribuírselo directamente a Kou o no, pero lo cierto era que daba bastante igual teniendo en cuenta que nunca iría a decírselo.

Si al final decidía que había sido gracias a él, esperaba que no le importase demasiado que me guardase el secreto~

Si mi comentario sobre la actividad física había tenido doble intención o no, tampoco importaba ya, a decir verdad. Quizás había sido la intención en un principio, las estupideces de ese estilo no me las iba a quitar nadie nunca, pero por el camino medio se perdió y él tampoco pareció darle mayor importancia, así que pasamos a otra cosa.

Me encogí de hombros ante su respuesta, intentando aparentar indiferencia, pero acabé aprovechando nuestra unión para dejar la cabeza caer sobre su brazo con una clara expresión de derrotar. Sabía que tenía razón, pero hombre, qué le costaba mentirme y decir que entendía mi punto. Cómo se hacían de rogar estos hombres~

—¿Me ves a mí mucha cara de querer ir a la Universidad? —protesté, en voz baja, irguiendo apenas la cabeza para volver a mirar al frente.

Podría pensar que ni siquiera tenía oportunidad de entrar a alguna, ¿cierto? Tampoco era ninguna sorpresa que estudiar no me gustaba, aunque pretendiese hacer el esfuerzo mínimo para pasar y no comerme alguna regañina, pero eso realmente no importaba, ¿verdad? No cuando tenía la posibilidad de asegurarme el acceso a base de talonario y de contactos.

Desvié nuestra caminata hacia las puertas del ascensor, llamándolo sin pararme siquiera a preguntar y directamente asumiendo que Kou preferiría esa opción a ir por las escaleras, y con la mano que tenía libre comencé a juguetea con el borde del blazer del chico.

>>Oye, Kou... —lo llamé, aprovechando que estábamos aprovechando el ascensor, y me di cuenta demasiado tarde de que mi voz había adquirido un tinte tímido que realmente no tenía ningún sentido de ser—. ¿Te puedo pedir un favor~?

El tono cantarín del final lo añadí para disimular, claramente, y, a pesar de todo, tenía que admitir que no me importaba demasiado que el muchacho estuviese presenciando aquel cambio de humor tan repentino. Era así, un mar de emociones, y creía que ya lo había experimentado lo suficiente para acostumbrarse a ello.

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yeah yeah u//u just in case, era(?)

 

Su respuesta me hizo fruncir levemente el ceño, no por molestia sino confusión. Volteé hacia ambos lados, confirmando que había sido ella quien se acercó a mí en lo que acomodaba las cosas de mi casillero, y luego le eché un vistazo a sus muñecas. ¿Llevaría los sensores puestos? Bah, quizá sólo se había confundido y ya. No era algo grave.

—Claro —accedí junto a una sonrisa y empecé a caminar, aguardando por ella antes de seguir el camino hacia el ascensor.

Su nueva pregunta me hizo voltear hacia ella, repasé su perfil y me detuve frente al ascensor, llamándolo.

—Sí, fui al Yozakura, el que se celebra en Taito. Estuvo muy bonito, la verdad. ¿Tú también fuiste a ese? —Un poco asumí que su respuesta sería afirmativa, considerando que ellos eran extranjeros y el Yozakura, el festival más popular de la Golden Week—. Qué pena no nos hayamos cruzado. Podría haberte presentado a Kashya.

Renové mi sonrisa, con intención de que se notara en el tono de mi voz y la miré.

—Aún así, puedo presentártela si gustas. Es una amiga del club de lectura.

 

No había esperado que Dante siguiera la conversación disparatada del diablo y las estaciones, pero me replicó y no logré darme cuenta si sólo me estaba molestando o iba en serio. Luego sonó como un abogado o un juez y solté una risa liviana, encogiéndome de hombros para hacerme la interesante antes de responder.

—Bueno, si las estaciones fueran a aliarse tendría más sentido que fueran verano y primavera contra otoño e invierno, ¿no? —sopesé como si fuera lo más lógico del mundo—. A menos que haya una traición, un choque de intereses o algo, y el verano acabe con el otoño o la primavera se pase al bando enemigo. Quizá, que haga este calor significa que el verano está invadiendo tierras primaverales.

Ya había soltado suficientes delirios en diez segundos, así que me callé y volví a encogerme de hombros, divertida. Dante se tomaba muy en serio su labor feudal, tanto que a veces me ganaba. En lo que volvía a inclinarse me dio por pensar que, de hecho, la figura del caballero era muy noble, y que a él le quedaba como anillo al dedo. Parecía una persona leal, quizá demasiado, de esas que difícilmente abandonarían el lugar donde existían. Sin importar cuál o cómo fuera.

Era noble, sí, pero no acababa de gustarme.

¿Y si había... deuda?

Me lo arrastré al pasillo sin problema, él no opuso resistencia y nos detuvimos frente a la máquina expendedora. Lo miré, regresé a la variedad de zumitos, sodas, café y té, y crucé los brazos bajo el pecho, tan concentrada como indecisa. Acabé murmurando en voz baja la canción que había estado escuchando recién hasta que le señalé un botón en particular. Era el de la soda de uva.

—¿Sabes? Te había preparado una sorpresa. En el Yozakura.

Se lo solté bastante de repente y con la vista puesta en la máquina. No había emociones palpables en mi tono, si acaso la pena de que las flores de las coronas se hubieran echado a perder. Tampoco era mi intención que se sintiera mal al respecto, sólo pretendía que lo supiera.

Que, en algún punto, había gente fuera de su pequeña burbuja preocupándose por él.

—Es decir, perfectamente puedo volver a armar todo —añadí, más liviana, y solté una risa en lo que giraba el torso hacia él. Le sonreí—. Aunque capaz te hago firmar un contrato de antemano por si acaso, ¡es lo que me recomendó mi abogado! —Estiré el brazo para picarle en el costado varias veces, recortando la distancia—. ¿Y bien? ¿Quieres saber qué era? ¿Quieres, quieres, quieres~?

 

Su duda sonó tan legítima que tuve que tragarme la risa, ni siquiera habría sido burlona sino... no sé, me resultaba un poco adorable que se lo tomara tan en serio. Además era yo, si me pagaran por decir estupideces ya sería millonaria.

—Bueno, ¿sabes? En donde yo nací, diciembre es verano. —Decirlo evocó unos cuantos recuerdos muy bonitos y la sensación se me imprimió en la sonrisa—. La Navidad allá era muy diferente a lo que es aquí. Las noches tibias, el cielo despejado, hacíamos carne asada a la intemperie y la comíamos en sandwichitos. A veces aparecía alguien disfrazado de Santa Claus, que allá le decimos Papá Noel, y repartía regalos que hacíamos a mano.

Porque vivíamos prácticamente del aire, claro. Podían ser pulseras de macramé, collares, atrapasueños tejidos, guantes de lana, sudaderas pintadas, lo que fuera. A veces los envolvíamos en bolsas de supermercado sin más y aún así, Dios, nunca fui más feliz. En cualquier caso, noté que me había desviado del tema y carraspeé un poco la garganta.

—Así que, en resumen, no sé si Jesús está implicado en esta guerra estacionaria. ¿Quizás el verdadero invierno sea lo que había donde él nació? Que era... ¿Belén? ¿Pero no le dicen Jesús de Nazaret? Encima Belén y Nazaret riman. Qué complicado.

Supuse que conseguiría sorprender a la pobre criatura, se le notó en toda la cara y volví a calmarme tras recibir su respuesta. Lo vi hacer, también, colocando el dinero en la máquina y agachándose para recoger la soda. Se la acepté con una sonrisa y repetí el proceso que él acababa de hacer para conseguir su café frío.

—¿Por qué? —inquirí, tranquila, y le alcancé su bebida al mismo tiempo que pegaba la mía a mi mejilla; estaba bien fría y era agradable. Me detuve en sus ojos—. Digo, por qué no debería hacerlo.

 

Asentí de inmediato, aunque no contuve la breve risa divertida que me generó su sorpresa. Suponía que era normal, considerando que, de por sí, si llevabas toda tu vida en el mismo lugar era difícil imaginar algo tan diferente. Además, en las pelis y tal siempre se vendía el cuento de la Navidad invernal, así que ni modo. Alcé ligeramente las cejas en cuanto comenzó a plantear su siguiente duda, para hacerle saber que le prestaba atención, y su planteo me resultó, de hecho, muy elocuente. Era algo que, tampoco, nunca me había cuestionado.

Touché.

—Pues no, no existe un Papá Noel de camiseta y pantaloncillos —reconocí, riéndome otra vez—. Ah, pobres Papá Noel de la historia, son verdaderos héroes no reconocidos. ¡Y di que al menos se disfrazaban de noche y no a las cuatro de la tarde!

Aguardé tranquila a que probara de su café y me respondiera. Era consciente de que lo estaba poniendo, probablemente, en una posición incómoda, y así como con Kohaku eran personas que... bueno, de forma más o menos consciente, muchas veces andaba con el miedo de meterme demasiado. De que la presión reventara los hilos, el retroceso me quemara la piel y ya no hubiera nada que me conectara con ellos. De que un solo paso en falso podía alejarlos de mí para siempre.

Quizá los estuviera subestimando, pero el miedo era un monstruo irracional.

Su respuesta, al menos, no encendió esas alertas. Sonreí, suspiré y retiré la lata de mi mejilla, guardándola en el bolsillo de la falda para liberarme las manos. Avancé, entonces, y me estiré para revolverle el cabello con ganas.

—No seas tonto —sentencié, aunque sonriera ampliamente, y presioné el índice sobre su pecho para puntualizar mis palabras—. Y no digas cosas así.

Era un regaño que de regaño no tenía un pelo, la verdad, aunque me esmeré un poquito más. Puse los brazos en taza y no le quité los ojos de encima.

—¿Sabes cuál es mi palabra favorita para los regalos? Presente. La única justificación que necesita un obsequio es querer celebrar el presente. Un presente de cumpleaños, uno de Navidad, pero también un presente porque sí, porque andaba por la ciudad, vi un llavero que me recordó a ti y quise celebrarlo. Un presente porque disfruto de ello, disfruto agasajando a mis amigos. —Solté el aire medio de golpe, me rasqué el cabello un segundo y volví a acercarme. Apoyé las manos sobre sus hombros—. Cuando regalo cosas o preparo sorpresas no lo hago sólo por los demás, ¿sabes? También es por mí. Me hace muy feliz cuidar de quienes quiero.

Y pensé que, quizá, debería haberme avergonzado, pero no fue el caso. Le sonreí, lo hice de verdad y despegué una mano de su hombro para picarle rápido la mejilla.

—Eres mi amigo, tonto, ya eso es lo suficientemente increíble para agasajarte las veces que quiera. Y no hay nada que puedas hacer al respecto. ¡Además! —exclamé de repente, alejándome, y me inflé el pecho de orgullo—. ¿No lo sabes ya? Tengo el poder de declarar fechas universales. Ya decreté el martes de abrazos, ¡podría inaugurar el miércoles de recompensar a Sir Dante! Así que no me desafíes.

 

No se me ocurrieron más tonterías para agregar a la bolsa, de modo que simplemente me reí a lo del Santa veraniego y di por concluido, supongo, el asunto. Quiso replicarme, también, pero le gané de mano y guardó silencio en lo que le soltaba el discurso entero. Bueno, eso eran puntos de paciencia. Su sonrisa, ya de paso, me dejó al menos la tranquilidad de que aquí nadie se estaba tomando las cosas a mal, y posiblemente fue eso también lo que me soltó la lengua. No había burla en ella.

Era, de hecho, bastante bonita.

Sabía que sería iluso de mi parte pretender cambiar a una persona con tres palabras alegres, el mundo no funcionaba así y yo era el ejemplo perfecto. Uno tropezaba con las mismas piedras una y otra, y otra vez, posiblemente porque era más cómodo y daban menos miedo las que ya conocíamos. En definitiva, caer no era la peor parte, sino ser incapaz de predecirlo.

Y como Dante dijo, éramos criaturas de hábitos.

Eso no quitaba que, indudablemente, me entristeciera oírlo decir cosas así. Quitarse relevancia, incluso desear no tenerla. Despojarse de ella a la fuerza. Posiblemente se reflejó en mi expresión, sentí su caricia en mi cabello y parpadeé con cierta lentitud, desviando la mirada hacia el contacto por mera inercia. No pretendía agobiarlo, tampoco, ni imponerle nada, así que...

Pequeñas cosas.

Renové mi sonrisa, no cargó la energía infantil de antes pero sí intentó transmitirle que estaba bien. Lo entendía. Si él cedía un poco hacia mi lado, yo podía hacer lo mismo hacia él.

—Muy bien. —Carraspeé la garganta y alcé mi palma, la mantuve suspendida a un costado de mi rostro, extendida, y lo miré—. Juro solemnemente mantener mis ideas a raya, no excederme en agasajar a Sir Dante y celebrar sólo las pequeñas cosas. Por ejemplo...

Rebusqué en los bolsillos de la falda, los laterales de la mochila, hasta dar con la primera tontería de turno que, sabía, iba a encontrar. Andar con mil mierdas innecesarias encima por fin iba a dar sus frutos, eh, quién lo diría. Cuestión que terminé alcanzándole un sticker de... ¿Mike Wazowski? Pues sí.

—¿Viste Monsters Inc.? Supongo que sí, y si me dices que no me voy a tu casa y te ato a una silla. —Iba a insistir hasta que lo tomara, así que de una u otra forma me liberé las manos y abrí la soda por fin. Le di un buen trago—. Pero bueno, ya con eso zanjado, ¿sí quieres saber qué era la sorpresa? ¿O prefieres que no? ¡Eres mi caballero, así que te prohíbo mentirme!

 

La risa que soltó apenas ver el sticker me alivió muchísimo, incluso consiguió relajarme el cuerpo. Se me contagió, claro, aunque con menos fuerza, y me di cuenta que me alegraba y me sosegaba el corazón conseguir hacerlo reírse así, fuera con un evento super preparado o con un mero sticker pequeñito. Era la misma lógica que me hacía rebotar alrededor de las personas que quería, hacer bailar a Emi en medio del pasillo, escribir la carta para Altan, incluso regalarle los cereales a Greeny o dejarle un cupón especial a Cayden.

Pero Dante era más similar a Kohaku y siempre me habían resultado personas... algo inalcanzables, así que la alegría se duplicaba.

Me había quedado viéndolo reírse un poco como imbécil, su pregunta me hizo alzar las cejas y me encogí de hombros, dándole un trago a la soda.

—Seguro vino con unas galletas o en un paquete de frituras, hace una semana o dos años. Todo es posible, la verdad. Mi mochila es como la maleta de Newt Scamander.

Al final me dio vía libre para hablarle de la dichosa sorpresa, así que preparé el show. Carraspeé la garganta, le pedí con delicadeza que me sostuviera la soda y retrocedí un paso, ampliando los brazos a mis costados para balancearme un poco.

—Bueno, en el festival estábamos todos muy bonitos y elegantes, ¿no? Aunque de una forma... oriental, claro, entonces se me ocurrió regalarte un pedacito de lo que te habías perdido. Hablé con un amigo, conseguí flores y las trenzamos. Había una corona para cada uno, y un par más por las dudas. —Lo rebasé, me deslicé a sus espaldas y, desde allí, me puse de puntillas para hacer la mímica de colocar una corona sobre su cabello—. Iba a esperar a los fuegos artificiales para coronarlo, Sir Dante.

Básicamente asumí que iba a darse la vuelta, así que esperé y ejecuté una reverencia, estirando una mano hacia él.

—Luego, iba a invitarlo a bailar. —Y volví a erguirme, para dedicarle una sonrisa—. Y así, al menos un poco, podrías saber lo bonita que había sido la fiesta de máscaras.

 

La sorpresa que le dio saber el margen temporal que el sticker podía manejar genuinamente me hizo mucha gracia, la suficiente para acompasarme a sus risas y acabar como dos idiotas en medio del pasillo. Asentí a ambas preguntas, sin poder articular palabra de momento, y lo del complejo de ardilla me hizo soltar otra carcajada.

—Pues mira —solté cuando fui capaz, aún con el aire algo entrecortado—, puede que tengas razón, ¿eh? Deberías ver mi habitación. El otro día encontré una liga para el cabello que había dado por perdida hace como... ¿seis meses? Algo así. ¡No tienes idea mi alegría!

Me había apetecido montarme el teatro para revelar mi super sorpresa pero, siendo realistas, había tenido mucho tiempo libre para procesarlo; eventualmente comprendí que había sido una idea un poco estúpida. Tampoco lo habría forzado a bailar frente a una multitud ni nada, por supuesto, pero la mera invitación lo habría dejado en una posición incómoda. Me lo dijo Subaru, de hecho, cuando me dio por contarles parte de lo sucedido. Su cara de espanto fue poética, en serio.

—Lo sé —murmuré, conciliadora, y le sonreí. Me acerqué para retirar la soda de su mano con movimientos suaves—. Y no te preocupes, me di cuenta que habría sido estúpido de mi parte. A veces me cuesta, ¿sabes? Recordar que no todos disfrutan lo que yo.

Solté una risa ligeramente avergonzada y me encogí de hombros, dándole un golpecito al suyo.

—Pero no te preocupes, en serio. —Subí la mirada a su cabello un instante y me sonreí con cierta intención de molestarlo—. ¿La verdad? Mi único arrepentimiento es no haberte visto con una de las coronas. Habría sido super cute~

 

Suponía que la idea de salir no tenía que resultarle muy tentadora, y honestamente no lo culpaba. En un escenario ideal yo también habría preferido quedarme dentro, pero mi sentido del orden o quizá de la justicia incluso, con todo e ironía incluida, me seguían molestando con que resolviera el asunto. Otra vez, lo único que me había retrasado había sido Wickham y ahora con el calor, bueno, la idea de la azotea había quedado descartada.

Con todo, me hizo caso y no le brindé importancia a la pereza que sus movimientos denotaron. Su empujón suave me estiró la sonrisa un poco contra mi voluntad y solté el aire medio de golpe antes de empezar a caminar

—Oh, sí que hay buenas razones —repliqué, girando sobre mis talones al pasar junto a él para no darle la espalda, aunque en ningún momento me detuve—. ¿Pasar el receso con comida casera y una señorita? C'mon~

Enderecé el cuerpo de un movimiento rápido y ya avancé por el pasillo con pasos livianos. Me sentía bastante tranquila, la verdad, cosa de la cual había dudado en la mañana. Un par de metros después lo esperé para caminar a la par y fui tarareando en voz baja una canción de una banda australiana que, bueno, ¿sería una cosa de que me recordaban a casa? Ni idea.

—Ah, por cierto, ¿quieres comprar algo para tomar? —le pregunté pasando el pasillo de primero, y cuando bajamos a planta baja eché un vistazo alrededor.

Por suerte, otra vez, no había rastro de Joey. La cuestión me sacó una ligerísima cuota de tensión del cuerpo, le sonreí a Arata y fui hasta la máquina expendedora para comprarme un zumito de naranja. Recordé que ahí me había regalado un caramelo la otra vez y busqué sus ojos.

—¿Todo bien, entonces? ¿Qué tal las vacaciones?

 

Puede que ambos nos movieran cosas distintas en este caso, sentido de justicia y tal versus una cosa tan burda como, bueno, que no me cacharan haciendo negocios de mierda entre las paredes de un colegio de niños pijos. Si me expulsaban de esta jodida academia ya verías tú qué risas, al regresarme a las secundarias del Triángulo iban a comerme vivo o por lo menos a intentarlo. Como fuese, el tema era que ninguno iba a hacer ni decir nada frente una cámara, fuese la que fuese.

Sus razones para ducharme con el diablo me sacaron una risa de verdad esta vez, negué suavemente con la cabeza y la seguí.

—Me vendiste la idea, sin duda~

La pregunta de si quería algo de tomar me agarró un poco en frío, en resumen porque no iba pensando en eso ni nada y seguí sus pasos hasta la máquina en lo que escarbaba por algún cambio que me hubiese sobrado en el bolsillo, porque revisar la billetera me daba pereza en sí. Topé con suerte, así luego de que ella se hiciera con el zumo compré uno de frutas y me di por servido.

—¿Las vacaciones? —cuestioné en un murmuro—. Bien, supongo, acompañé a mis hermanos al festival en Taitō y me topé a un amigo allí. Por demás no hay demasiado que reportar, hice lo mismo de siempre solo que sin tener que venir al culo de Tokyo. ¿Las tuyas qué tal, linda?

La bombilla se me encendió de repente, mientras abría el jugo para darle un solo trago y busqué sus ojos.

—Las galletas de la otra vez estaban ricas, bueno, les gustaron al par de tontos también. Gracias, Sasha.