Pasillo (Tercera planta)

Su sonrisa se curvó con un poquito más de alegría al ver que Emily sacaba unos almuerzos de su bolso, y reparó en el comentario de Katrina para asentir e inclinarse ligeramente al aceptar la cajita entre ambas manos.

—Muchas gracias, Hodges-san —murmuró, separando la tapa con dos dedos para husmear dentro y luego volver a sonreírle a la chica—. Es muy lindo de tu parte prepararnos comida.

Esa muchacha, Akaisa, ¿serían amigas? No parecían... similares, si se quiere. Vaya, de cierta forma su sexto sentido se había activado, sólo que aún no sabía definir cómo.

—¿Almorzamos juntos?

Su invitación, en verdad, iba dirigida a ambas. Era un muchacho cortés, pese a sus exabruptos, juntas o negocios, y jamás ignoraría a alguien presente incluso sin conocerlo personalmente.



No podía resguardarse eternamente en su móvil, lo sabía. Es decir, ¿cómo iba a enterarse cuando dejaran de hablar si no despegaba los ojos de la pantalla? No era un refugio seguro, no podía convertirlo en ello, porque el mundo seguía corriendo a su alrededor y no la esperaría. Estaba en un pasillo rodeada de gente, cualquiera podía verla y...

Se sobresaltó en exceso cuando un tipo de tercero la chocó sin querer. Alzó la cabeza de golpe, fijó su mirada en el chico y éste le devolvió una expresión de lo más confundida tras murmurar un "lo siento" de rutina. Quizás estuvo por preguntar, pero sólo meneó la cabeza y se fue. Anna entonces notó la presión que estaba ejerciendo sobre el aparato y el calor repentino que le había asolado el torso. El chico se había ido y ella no había vuelto a su móvil a tiempo, y se topó con las paredes, los estudiantes, las aulas, y apretó los labios para dejar de respirar por la boca en un intento de regular su respiración.

Hideki Tomoya.

Sus facciones, su sonrisa, su voz suave aparecieron frente a ella al sentir el empujón repentino, como un rayo rasgando el cielo nocturno, una pesadilla o una imagen subliminal. Quizá fuera buena disimulando, engañándose a sí misma, pero era evidente, ¿verdad?

No podía quitárselo de la cabeza ni un puto segundo.

Sentía su aliento en la nuca en todas partes, a todo momento.

Pestañeó, enfocando el mundo alrededor, y volvió la vista hacia donde se encontraban Altan y Kurosawa en un impulso extraño, casi ansioso. ¿La habrían visto, sobresaltándose así? Parecía que no, y eso la alivió. Saldría corriendo antes de darle explicaciones a nadie. Además, no tenía por qué arrastrarlos en su mierda.

Ella había alcanzado su mano.

Ni siquiera los conocía realmente.

Tragó saliva, finalmente respirando con calma, y no le dirigió la mirada a Shiori ni un segundo al pasar junto a ella para acercarse al muchacho. El exabrupto le había activado el piloto automático, o algo así, y sólo siguió su plan original aunque no tuviera idea cómo hablarle. Por suerte tenía facilidad para disimular cuando de verdad quería hacerlo.

Se saltó los saludos de protocolo y le sacó el bento de las manos sin mucho problema, para echarle un vistazo dentro y esbozar una sonrisa ligera.

—¿Te gustan las gyozas, Al? —preguntó, sin esperar realmente una respuesta, y le devolvió el almuerzo con movimientos suaves—. Se ven ricas, qué envidia~

Puede que fuera buena disfrazando un par de cosas, aunque lo cierto era que no estaba haciendo mucho contacto visual y lo había notado. Quizá por eso fingiera desenfado y hasta manejarse semejantes confianzas, para distraer su atención y evitar verlo a los ojos.

Porque se sentía una estúpida y su cerebro no le ayudaba en nada, sólo la hundía más, y más, y más.

Eso es una atención de verdad. Comida casera.

¿Cupones para juguitos? Qué inmadura, Anna.

Cupones.​

Vaya, ¿no podría haberlos recordado en un peor momento?

Se corrió el flequillo, que cayó de inmediato en su lugar, y enterró las manos en los bolsillos, dignándose finalmente a mirarlo.

—¿Todo bien?

Bueno, aún manejaba cierta decencia y no iría a pedirle un cigarrillo así, sin un mínimo de conversación tras haber olvidado su existencia desde el viernes. El jodido viernes. ¿Cuántas cosas habían pasado ese día? Sentía que si intentaba recordarlas todas entraría en cortocircuito, así que pateó la idea y se mantuvo allí, tranquila y con la ligera sonrisa que iluminaba apenas la seriedad, pero no llegaba ni a los talones de la Anna que podía ser.

Estaba bien, suponía.

Se veía normal... y ya.

 

Las clases habían estado... ¿bien? La lluvia que comenzó a repiquetear tuvo el efecto suficiente para inyectarle una pereza bastante importante en el cuerpo, y se echó las últimas horas debatiéndose entre prestar atención y bostezar. Ah, ¿cuánto le faltaba al día? Qué ganas de echarse una siesta.

Bueno, al menos habían cancelado las pruebas físicas. Todo en la vida le daba igual, pero los deportes se acercaban peligrosamente a la línea del desagrado.

Salió del aula arrastrando un poco los pies y repasó el pasillo de lado a lado. Kohaku estaba rodeado de chicas, lo cual no le resultó extraño; en su escuela anterior, de hecho, era algo que ocurría con frecuencia. El muchacho transmitía esta vibra calmada e inofensiva que lograba hacer sentir a gusto a las niñas. Como si fuera un cachorrito o similar.

Bueno, no estaban muy alejadas.

¿Qué iría a hacer, de todos modos? Comer era la opción más razonable, pero ahora mismo todo le daba una pereza colosal en el mundo. Fue hasta las ventanas y observó el paisaje tormentoso, deslizando las yemas sobre el cristal frío. Entonces deslizó las pupilas moradas hacia su izquierda, topándose con un muchacho que estaba haciendo más o menos lo mismo.

Vaya.

—¿Cuántos albinos asisten a esta Academia, exactamente? —murmuró, un poco al aire, y luego le sonrió con mayor intención al verlo de costado y suavizar la voz—. ¿Sabías que hay un club prácticamente exclusivo de ellos?

Al menos hasta que había entrado ella, claro, y luego Maze.

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A Mao le respondo luego, cuando Em y Kat hayan contestado a la invitación de Kohaku uwu

 

Lo observó sin el más mínimo apuro por responder, en verdad, como si estuviera inspeccionando una pintura o un paisaje, no a un ser humano. En cuanto volvió a sus ojos, su sonrisa se ensanchó apenas y giró el cuerpo para recostar la espalda en los ventanales. Eran gélidos, y junto a su cabello le arrojaron una muy precisa imagen a la mente.

Nieves eternas.

—Vamos a vernos seguido, entonces~ —Apoyó la cabeza sobre el cristal y lo vio de soslayo—. Morgan.

No preguntó, la insistencia en su mirada debería bastar para asumir que esperaba una respuesta.

 

De todas las posibilidades había preferido ignorar la que decía que Anna había subido allí para buscarlo a él, prefería pensar que iba a buscar a Ishikawa o a cualquier otra persona, quien fuese; porque lo cierto es que no estaba preparado mentalmente para lidiar con Hiradaira, en cualquiera de sus facetas, simplemente parecía que las conexiones que se habían formado con anterior habían sido cortadas de tajo con la mierda aquella de la jodida gringa.

Pero allí estaba ella, errática como podía ser, ya fuese que se comportara como una huraña, como una cría o como un maldito pilar. Le había sacado la caja de las manos antes de que pudiese hacer nada y miró incluso antes que él lo que había dentro. Cuando se la regresó la tomó con movimientos casi torpes.
Estaba frunciendo el ceño ligeramente y no se había dado cuenta siquiera, además de que de tanto en tanto el cerebro todavía le enviaba una palpitación de dolor sordo. Sacudió la cabeza en un movimiento que solo acentuó sus aires de perro, tratando de sacarse la sensación de encima aunque sabía que no funcionaba así.

—Sí —respondió por reflejo a la pregunta de las gyozas. Si su tono se suavizó o adquirió siquiera algo de emoción no se dio cuenta.

No lo estaba mirando, ¿cierto? ¿Cuál era el punto de acercarse si no iba a mirarlo? Por el mismo motivo no se había asomado de forma visible a su clase en la mañana, porque no sabría si podría mirarla y prefería no averiguarlo. Aunque se había precipitado porque cuando volvió a hablar sí lo miró y de nuevo el magenta vibró contra el negro, el gris y el blanco, antes de volver a apagarse.

Había vibrado junto al rojo profundo.

La resina dorada.​

El azul contaminado.​

Y el magenta se había apagado porque la jodida enana no se llegaba ni al talón a sí misma en ese momento.

¿Qué mierda había pasado en un solo fin de semana?

Estaba hecho un desgracia de pies a cabeza, se daba asco a sí mismo y no creía merecer nada de nadie, pero ella se había aparecido ahí y de repente los motivos no le importaban demasiado. Ni siquiera se dio cuenta que no le había respondido a la chica la pregunta que sí parecía de rutina.

Sujetó la caja con la mano izquierda para buscar en el bolsillo del abrigo y sacar la bolsa de caramelos. Eran un revoltijo de sabores, un poco como el bento de Shiori quizás, habían de fresa, de uva, debía haber alguno de naranja, de menta y también de café, porque había tomado unos cuantos de cada bolsa ya abierta.

La extendió frente a ella, esperando que la tomara, porque el resto no tenía ni puta idea si hacerlo o no. Sentía el puño de cupones en el bolsillo del pantalón, insistentes, casi amenazándolo para que se los diera.

—Anna. —La llamó a pesar de seguir con los ojos vacíos, oscuros como un lago negro—. ¿Vas a decirme qué tienes o tendré que fingir demencia?

Hijo de puta.

Hipócrita de mierda.

La secuencia de la enfermería se habría empezado a repetir sobre los fotogramas de todo el fin de semana y por eso ahora estaban saliendo las señales mezcladas.


La pregunta del chico la sacó de base, no iba a mentir. Se veía tranquilo, relajado en exceso, eso lo había notado desde que lo notó en su clase, pero no le había hablado directamente, así que no creyó que él fuese a hacerlo. No con las pintas que ella se cargaba.

¿Almorzar juntos?

Vio a Aaron y Daute salir, el primero pronto se fue del tercer piso y recordó que le había dicho que en el receso le echaría un ojo al gato, así que supuso que iría a hacer eso. No tenía excusas entonces, ¿o sí? No cuando Emily se había aparecido allí con un almuerzo para ella y Mr. Chill estaba incluyéndola en el saco.

—No veo por qué no —respondió un poco al aire, como quien no quiere la cosa.

 

Emily Hodges

Katrina acabó aceptando el almuerzo y solo eso hizo que se me iluminase el rostro, olvidando por completo los nervios mientras levantaba de nuevo la vista. Asumí que Kohaku aceptaría y aun así también lo miré con los ojos brillantes, sin poder esconder la sonrisa alegre.

—No es nada~ —respondí, meciéndome un poco.

Estuve a punto de contestarla al chico sobre almorzar juntos cuando otra chica llamó su atención y preferí no interrumpir. Aproveché el momento, sin embargo, para deslizar la mirada hacia un lado, tras haber visto aquella mancha rosada pasar por el pasillo.

También le había preparado un almuerzo a ella pero no estaba segura de que lo quisiese en ese momento. No parecía querer nada de mí, ¿verdad? Aun cuando había dicho que éramos amigas incluso después del beso.

Quizás se había arrepentido.

Me hubiese gustado preguntarle a Kohaku, si sabía algo al respecto pero... no me lo diría, ¿verdad? Por mucho que insistiese.

Volví a enfocar mi vista en la mayor, esbozando otra sonrisa emocionada.

>>¿En serio, senpai~? A mi también me parece bien~

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El sexto sentido del VOYEURISMO??? (?)

 

Asintió con la cabeza al recibir la aceptación de ambas chicas, muy contento, y estuvo a punto de hablar cuando una cuarta persona alzó la voz junto a ellos. Al virar su atención, Kohaku distinguió más allá el cabello de Anna; estaba hablando con Sonnen y una idea fugaz, ridícula, incluso, le atravesó la mente.

¿Él podría ayudarla?

—Buenas tardes —saludó a la recién llegada, inclinando la cabeza un poco, y sus ojos chispearon con una ilusión casi pueril aunque su voz se mantuviera baja y suave—. ¿Te interesa el club? Eso es genial~ ¿Tocas algún instrumento o te gustaría comenzar de cero?

Se dio cuenta entonces que estaba reteniendo a Emily y Katrina, así que se volvió un momento hacia ellas para sonreírles.

—Oh, adelántense, si quieren. Hodges-san, luego dime en un mensaje dónde están y yo las alcanzo.



Observó los movimientos de Altan con cierta curiosidad que no se reflejó en su expresión, bastante imperturbable, como si fuera una máscara atada a presión. Reconoció el sonido de una bolsa plástica y no llegó a conectar los hilos antes de que los caramelos aparecieran frente a ella.

Se los había pedido, ¿verdad? En la cafetería.

Había sido una estupidez que dijo al pasar, realmente.

Pero ahí estaban.

Sentía el peso de su mirada sobre ella aunque estuviera concentrada en la bolsa que pendía entre ellos, y de alguna forma supo que eso no era pura expectativa; que iba a decir algo. Por eso dudó, sintió que si aceptaba esos caramelos sería aún más injusto y egoísta de su parte negarle lo que sea que le pidiera. Dudó, pero sus manos viajaron casi sin permiso. Porque el frío era insoportable, porque en el fondo, bien en el fondo, puede que una gran parte de ella sólo quisiera que las personas alcanzaran a leerla a través del estúpidamente grueso cascarón dentro del cual se escondía. Aunque pareciera lo opuesto, aunque huyera del cuidado ajeno, aunque se comportara como un gato arisco. Aunque se tragara sus propias mentiras y supiera cuán difícil se la ponía a los demás.

Sus pozos negros estaban más vacíos que nunca, pero le había traído caramelos.

Y tuvo que tragarse el nudo en la garganta para no llorar como una chiquilla frente a toda la puta escuela.

Recibió la bolsa entre ambas manos con la mayor delicadeza del mundo, como si fuera un trozo de cristal, y fingió distraerse inspeccionando los distintos sabores cuando Altan finalmente habló.

Anna.​

Tragó saliva.

¿Vas a decirme qué tienes o tendré que fingir demencia?​

¿Tan evidente era? Pero bueno. Se le escapó una risa floja que no le relajó para nada la opresión en el pecho y eligió un caramelo para extendérselo a Altan; era de café. Lo sostuvo entre la punta de dos dedos y lo agitó suavemente frente a su rostro junto a una sonrisa un poquito más genuina. Lucía cansada aunque también dulce, si se quiere, pero algo triste o... ¿agradecida? Quién sabe. Quizás era todas al mismo tiempo.

—Un caramelo por un cigarro~ —murmuró, fue casi un susurro débil.

Ahora lo recordaba. También le había pedido unos cupones, ¿verdad? Mierda, le había pedido muchas cosas para tratarse de un pobre imbécil al que apenas conocía, tendría que agradecer ciertamente no haberlo espantado con su energía caótica, sus cambios de humor repentinos, sus ideas ridículas y, bueno, todo el desastre que era en general. Así y todo, el que hubiera tenido presentes los caramelos le activó la pequeña esperanza, absurdamente egoísta, de que también le hubiera hecho de esos. Los cupones.

Pero, de repente, le aterraba comprobarlo. Le aterraba, y quiso huir, pero los ojos de Altan estaban increíblemente vacíos y seguía siendo el niño roto de la enfermería.

¿Seguirás ignorando su pregunta, Anna?

—A ver, déjame adivinar. ¿También la cagaste este fin de semana?

Bueno, era una forma de responder, quizá.

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A Suiren me lo arrastro por ahí <3

 

Era posible que fuese demasiado obvio como que no lo fuese, con todo era bueno leyendo a la gente. En general él funcionaba un poco como un escáner y anotaba los mínimos cambios, como un juego avanzado de notar las siete diferencias.

Y de nuevo otra onda de dolor sordo.

Contuvo el gruñido de protesta que buscó salirle de los pulmones, como la queja de un perro viejo cansado de sus propias dolencias. Tenía unas ganas terribles de martillarse la cabeza o algo.
No hubo cambio alguno en el vacío de los pozos de su rostro cuando Anna agitó el caramelo de café frente a su rostro, si acaso alguna emoción medio chispeó en la oscuridad cuando volvió a sonreírle.

Si le estaba pidiendo un cigarro era porque no cargaba nada más encima, ¿cierto?

Estiró la mano derecha para tomar el caramelo, porque no tenía más remedio en realidad, y llevó la otra al bolsillo del pantalón. Abrió a tientas la cajetilla, se hizo con un cigarro y finalmente sacó la mano. No se lo iba a entregar a los cuatro vientos en la academia con las putas cámaras, así que dio medio paso al frente.

—Permiso —murmuró sabiendo que iba a acercarse demasiado. Se estiró para poder acercar la mano y colar el cigarro en el bolsillo de su falda—. Ahí tienes.

Hubiese podido hacer una movida extraña, una de sus insinuaciones prepotentes, pero no tenía cabeza para ello y no parecía lo más inteligente con Anna así, de forma que realmente su acercamiento no tuvo ninguna doble intención.

Y tenía que dejar de cagarla, maldita sea.

Arrugó el ceño de nuevo sin darse cuenta ante su pregunta mientras retrocedía el medio paso que había dado y suspiró, porque lo cierto era que no podía disimularlo. Debía tener la mirada casi perdida, ¿no? Se había visto en el espejo del baño y encima estaba la puta peste a tabaco.
Suspiró y posó la mirada en algún punto detrás de Anna.

Joder. ¿Qué si la había cagado? Claro, como un campeón.

—Estamos meados por la misma manada de elefantes —dijo entonces casi en un susurro, luego volvió a mirarla—, ¿o no?

 

Altan le avisó que se acercaría, pero así y todo no debería haber alcanzado para mantenerla relajada; lo sabía, en la mayoría de los casos no toleraba el contacto masculino, del tipo que fuera.

Pero no se tensó ni un maldito ápice y eso, en vez de alegrarla, le molestó.

Sintió cómo le dejaba algo en el bolsillo y por primera vez notó el penetrante olor a tabaco que llevaba encima. Arrugó el ceño un poco por reflejo, con la vista al frente, y se mantuvo en silencio; con suerte respiraba. Su línea de visión daba más o menos a sus clavículas y alzó la cabeza para repasar sus facciones, sin saber muy bien por qué. Fue un impulso, apenas un vistazo fugaz, antes de deslizar su atención hacia cualquier otro punto del pasillo. La voz de Kakeru sonó en su cabeza y lo pensó. Joder, lo pensó.

Anna. ​

Puede hacerlo, ¿verdad?

¿Quieres que nos larguemos de aquí?​

Él podría apagarme.

Altan retrocedió y Anna siguió sus movimientos en profunda seriedad, lo vio observar algo a sus espaldas y luego recibió su mirada. Su voz fue apenas un susurro pero, irónicamente, lo escuchó con una claridad increíble. Como si nada de todo ese ruido ambiental tuviera efecto alguno en sus oídos. Abrió la boca, dispuesta a responder, cuando un movimiento brusco captó su atención por el rabillo del ojo.

El albino y la morena.

El albino acababa de arrastrarla a un jodido cuartucho.

Chispazo.​

Era energía caótica, una maldita fuga de gas tapada con cinta maltrecha, lo sabía. Estaba entumecida, vivía al límite, pero la más pequeña cerilla podía alcanzar para desatar un auténtico infierno en su cuerpo.

Se movió sin razonar, prácticamente corrió hasta la puerta y la golpeó con toda la fuerza de su puño. Una, dos, tres veces.

—¡Eh! —bramó, sonó al rugido de un animal salvaje—. ¡¿Qué mierda haces?! ¡Sácala de ahí, imbécil!

Joder.

Quería partirle la puta cara y ni siquiera tenía la mitad de la información, pero en su imagen del albino aparecieron un par de ojos rojos, la silueta famélica de la hiena, las risas de los lobos. Apareció toda la frustración y la furia que oscilaban en su interior y que, de un momento a otro, habían estallado.

Otra vez.

Escuchó su relato en calma y con una profunda atención, asintiendo de tanto en tanto a medida que le contaba qué instrumentos había tocado o lo que le gustaba hacer. Nunca se había visto envuelto en una posición de liderazgo o similar, pero la idea de convocar gente que le gustara hacer lo mismo que a él se le antojó repentinamente agradable y el entusiasmo fue genuino, natural.

—Yo también canto un poco, aunque se me da mejor tocar la guitarra —confesó, ladeando apenas la cabeza junto a una risa suave, y sopesó su propuesta—. Hmm, en verdad eres de las primeras que vienen a preguntar por el club así que aún no lo he pensado, pero en cuanto seamos al menos cinco me pondré con el papeleo.

Le extendió su móvil mientras la oía presentarse y su sonrisa se estiró un poco. Era de primero, ¿eh? Le daba ternura, en cierta forma.

—Es un gusto, Kobayashi-san. ¿Me darías tu número, por si necesito informarte de algo? Espero que no te moleste.

Ahora que lo pensaba, quizá también le vendría bien conseguir el número de los demás que habían mostrado interés aquella tarde, en la cafetería. Izumi-san, Koizumi-kun, Suzumiya-san...

—La verdad todo está aún en pañales, pero me alegra que te interese formar parte del club —agregó, liviano, cuando unos fuertes golpes más allá lo alertaron.

Se giró de golpe y todo su cuerpo se tensó, pero se mantuvo quieto, atento a la situación. ¿Qué estaba haciendo Anna?

¿Qué había pasado?

Su mirada se deslizó casi por reflejo hacia Altan, luego de vuelta a Anna, y tragó saliva. Mierda, no sabía qué se suponía que debía hacer.