Pasillo (Tercera planta)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

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    Bastó poner un pie en el pasillo para percibir la presión de una mirada perforándome el cráneo; era particularmente hostil y me sonreí, fue inevitable. De las personas que conocía aquí había muy pocas incapaces de disimular su disgusto, y una de ellas era, efectivamente, Hiradaira. Giré los talones en su dirección, estaba apoyada contra la línea de ventanas, de brazos cruzados y con una expresión que, creería, enmascaraba sus pensamientos. Pero siempre había sido muy transparente. A ver, llevaba un rato portándome bien, ¿no?

    ¿De qué me acusaría ahora?

    No me hice de rogar, avancé y me detuve frente a ella. En el proceso eché un vistazo al pasillo y comprobé que no hubiera público indeseado, aunque a partir de este momento me desentendería de la vigilancia. El resultado de la conversación me traía sin cuidado.

    —¿Qué rompí ahora? —murmuré, divertido, y ella permaneció inmutable.

    —Takeuchi Teruaki. ¿Qué es tuyo?

    —Mi tío —respondí al instante, aunque la pregunta me hubiese pillado bastante en frío.

    —¿Del lado de tu madre?

    —Evidentemente.

    Me sostuvo la mirada, seria, como si pretendiera encontrar información oculta tras mi semblante. ¿De dónde venía la duda? ¿Por qué de repente estaba preguntando por mi tío? Quizá... A ver, era bastante coincidente con la entrevista del proyecto. ¿Tal vez se hubiesen cruzado dentro de la escuela? Pero... ¿Teruaki-san se le habría acercado? ¿Le habría hablado? ¿Con qué motivo?

    —Conoce a mi tío —aclaró, un par de segundos después—. Son amigos, de hecho. ¿Lo sabías?

    Arqueé las cejas con un dejo de incredulidad. Era conocimiento que poseía, sí, mi relación con Teruaki-san era estrecha y le encantaba parlotear sobre sus anécdotas de la infancia y adolescencia; alardear, más bien, del muchacho rebelde y encantador que afirmaba haber sido. También disfrutaba de llevarme con él a fiestas y reuniones de negocios. Jun Hiradaira era una cara que tenía bien vista, precisamente por eso Kakeru siempre había temido que hablara más de la cuenta.

    Pero... ah, qué dilema. ¿Qué se suponía que dijera?

    —Recuérdame quién es tu tío —pedí con suavidad, y ella frunció el ceño.

    —No te hagas el imbécil —arremetió, midiendo el tono—. Un Hiradaira, evidentemente. ¿Quieres una foto también?

    Esta mocosa. ¿Me estaba midiendo, acaso? ¿Existía la posibilidad de que ya tuviese las respuestas que me pedía y estuviese evaluando mi honestidad? ¿Me dejaría en desventaja desviar la conversación? En cualquier caso, ¿por qué mierda me preocupaba tanto lo que esta chiquilla consiguiera? ¿Era orgullo? ¿Seguía siendo mi promesa con Kakeru?

    —Parece que sabes más de lo que aparentas —anoté, guardando las manos en los bolsillos en una postura despreocupada en apariencia—. ¿Por qué no me dices directamente lo que quieres?

    —¿No eras tú el amante de los desvíos y las conversaciones complicadas? —replicó, una pequeña sonrisa asomó en sus labios. Se sentía con ventaja, ¿eh?—. Pensé que lo preferirías así.

    —¿Y desde cuándo te importan mis preferencias?

    —Anda, Kou. Nuestras familias son tan amigas y se conocen tan bien. Qué menos que ser considerados entre nosotros, ¿verdad?

    Esto olía mal. Anna se ponía así cuando algo la enfurecía, se calzaba la máscara de mocosa irreverente y tocaba los huevos de todos hasta encontrar una cerilla. Yo no era precisamente un terreno inflamable, pero si había acudido a mí era porque aún conservaba parte de sus cabales... y buscaba información.

    —Tu tío —retomé, cediendo levemente—. Lo conozco, sí. Lo he visto en algunas reuniones de negocios y esa clase de eventos.

    —¿Desde cuándo?

    —Un par de años.

    —¿Y lo ocultaste porque...?

    —No lo oculté —repliqué, conservando la calma—. Nunca perdiste oportunidad de hablar mal de la familia de tu madre, que no tenías relación con los Hiradaira, que no los podías ni ver. ¿De qué habría servido que abriera la boca?

    Se mantuvo callada. Desvió la mirada con el semblante contraído y noté cómo sus manos se afianzaban en torno a sus propios brazos con una cuota extra de fuerza. ¿Debía permanecer en silencio y esperar a que su impulso muriera? ¿O podía aprovechar la oportunidad para entender de dónde provenía este interrogatorio? Había habido una fuga, era evidente, y Kakeru no debía tener la menor idea. ¿Le seguía correspondiendo, de todos modos? Ya no estaban juntos, las serpientes habían muerto. Su capacidad de brindarle protección era inexistente.

    ¿Protegerla de qué, exactamente?

    ¿De quién?

    —¿De dónde viene todo esto? —me arriesgué, recibiendo sus ojos de nuevo.

    —¿Y eso por qué te interesaría a ti?

    —Estoy aquí respondiendo todas tus preguntas, podrías regresarme el favor, ¿no? Por el bien de nuestra... ¿cómo dijiste? Consideración mutua.

    Lo dudó, lo dudó un huevo, y finalmente bufó.

    —El otro día tu tío estaba aquí, en la escuela, y me reconoció como la sobrina de Jun. Eso es todo.

    —¿Y cómo supiste que era mi tío?

    —Me dijo mini Ishi.

    Se encogió de hombros, restándole importancia, y sentí un breve chispazo dentro del cuerpo. Claro, él tenía la información del proyecto. Ese niño... seguía metiéndose donde no debía, ¿eh? Una sonrisa me estiró los labios, Anna arrugó el ceño al verme y a mí se me aflojó una risa nasal. Me cubrí el rostro con la mano brevemente. Ah, Dios... Iba a ocurrir, ¿cierto? Tarde o temprano. Era inevitable, estaba escrito y... y de eso se trataba. Los esfuerzos vanos de la gente eran hilarantes.

    Patéticos.

    —En fin, ahora lo sabes —afirmé, saboreando la ironía interna, y boté el aire de los pulmones—. Nada que hacerle, ¿cierto?

    Estuvo a punto de abrir la boca cuando desvió la mirada a mi costado. Al ver sobre mi hombro, noté que Kakeru se acercaba en nuestra dirección. Esa era la señal para mi retirada. Regresé los ojos a Anna y le concedí una pequeña sonrisa, templada y satisfecha.

    —Si tienes más dudas ya sabes dónde encontrarme. Nos vemos, Hiradaira.

    Me ocupé de mi móvil unos metros más allá, y no había transcurrido ni un minuto cuando Anna pasó frente a mí, rápido, en dirección a los pisos inferiores. Giré el rostro hacia Kakeru, quien me miraba en la distancia, y le sonreí antes de seguir el mismo camino que Hiradaira. ¿Estaba mal que lo... disfrutara?

    Probablemente.


    relleno de develop

    Kakeru queda en el pasillo uwu7

    Sasha 4.png

    Sakai aceptó mi idea, aunque igual se quejó de la segunda mitad de la propuesta, y me incorporé asiéndome de su mano junto a una risa breve. Me llamó un poco la atención que tuviera el detalle, aunque preferí no externalizarlo, y ahora quien se quejó fue Rowan. Mientras tanto, le sonreí a Torahiko y ejecuté una leve reverencia de agradecimiento antes de soltarlo. Alterné la mirada entre ambos y avancé algunos pasos para detenerme y buscarlos con la mirada.

    —Los voy a estar defendiendo toda la vida si siempre discuten así —anoté, divertida, y moví la mano para que se acoplaran a mí—. C'mon, c'mon, tenemos un proyecto que hacer y... y él una siesta que dormir.

    Me adelanté hasta el umbral de la 3-2, donde colé parte del cuerpo en busca de Ilana. También busqué a Maze, ya que estaba.
     
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    ¡Uf! Esta lluvia me vino fenomenal para dormir a gusto anoche, escuchando cómo las gruesas gotas se chocaban contra la ventana como en una orquesta desafinada, o una metáfora así diría el bueno de Gaspy. Pero, ¡ah!, otro gallo cantaba cuando uno debía venir al colegio en estas condiciones climáticas, valiéndose de un paraguas más bien barato que se la pasaba dándose vuelta al mínimo viento. El pobre sucumbió para cuando llegué a las puertas de la academia, quedando reducido a una pobre cosita fea, manojo de tela y varillas de metal, que debí abandonar en el primer cesto de basura que me quedó a mano (descansa en paz, soldado, diste una buena batalla). Si seguía lloviendo así para la hora de salida, iba a estar en un pequeño problema, qué cosas.

    Pero no todo eran malas noticias, eh. Porque cuando llovía, el día se empezaba a poner un cachito más frío. ¿Y saben qué viene de diez cuando cae el “fresquete”? Exacto…

    Un mate.

    Así que aquí andaba yo, por subir las escaleras que daban al tercer piso. Con el equipo de mate bajo el brazo, junto al paquete de bizcochitos de una famosa marca argentina. Antes me había asomado al salón de Annita, sólo para encontrarme con que se marchó, vaya uno a saber dónde. Así que, a falta de mi querida compañera, quise irme derecho al tercer piso para invitarlo al Gaspy a disfrutar esta exquisitez de almuerzo.

    Pero al segundo escalón, una figura menudita pasó junto a mí como una ráfaga. Me tuve que pegar a la pared, un poco clavándome la barandilla de la escalera en la espalda, porque poco faltó para que me llevara por delante. Reconocí bastante tarde el cabello negro salpicado de mechones rosados…

    —¡Eh, Annita! ¿Quieres… —pero desapareció de mi vista en un parpadeo— unos matienzos?

    Vaya, sí que iba con prisas. ¡Qué lástima! A ella, de entre todas las personas, le hubiera encantado pasar el receso con mate y bizcochitos. No quise seguirla, por si acaso, así que seguí yéndome escaleras arriba. Me crucé con un tipo de pelo castaño que bajaba, y asentí con aprobación al ver la forma en que se sonreía, con mucha satisfacción.

    —Así me gusta, caballero —le dije al pasar, con toda la confianza del mundo, aunque no nos conocíamos—. Al mal tiempo, buena cara.

    Así, llegué al tercer piso, cuyo pasillo se veía tan gris y desolador como el de abajo. Las nubes sí que estaban espesas hoy, y la lluvia seguía cayendo con bastante fuerza. Caminé, silbando bajito, hasta la puerta del salón 3-1.

    —Me lleva el chanfle… —suspiré con decepción, al darme cuenta que Gaspy brillaba… pero por su ausencia.

    ¿Era éste mi destino? ¿Tomar mate solito? ¿Acaso se trataba de eso que llamaban “karma”? No, imposible, si con Annita organicé un evento de baile que dejó contento a todo el mundo y no provocó problemas.

    Me giré hacia las ventanas del pasillo, con el ceño fruncido, con toda la intención de recordar si tenía algún otro conocido de tercer año. Y, como respondiendo a mi pregunta con su sola presencia, lo vi a Kakeru no muy lejos. Sonreí al verlo, pues ese muchacho me había caído muy simpático en su momento, cuando nos hablamos un poco en el evento de baile. Qué agradable sujeto.

    Sin molestarme en analizar la cara que tenía, me paré enfrente suyo, rodeándome los ojos con los índices y pulgares, como quien usa un binocular. Alcé una ceja al captar su atención, y me sonreí.

    —¿Pero… y esto? ¿Qué ven mis ojos? —dije— ¡Es nada más y nada menos que el bueno de Kakerucito!

    Se viene...
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    Puede que Tora fuese un burro social una gran parte del tiempo, se enojara con relativa facilidad y esa clase de mierdas, pero si
    había algo que sabía corresponder era la amabilidad incluso si luego se pasaba con las confianzas. Si bien nos habíamos acercado a Sasha por motivos muy particulares, creía que ambos podíamos reconocer la clase de persona que era incluso en sus circunstancias. Estaba en la comida que preparaba y la manera en que trataba a Shimizu, algo de eso hablaba de amor y cuidado genuinos.

    Sonreí al ver que ella hacía una reverencia antes de soltarle la mano, él reflejó el gesto y luego hundió las manos en los bolsillos, antes de ponerse a seguirla. Yo me hice el ofendido por lo de que le tocaría defendernos toda la vida si seguíamos discutiendo, pero no me duró mucho, pues al final se me escapó la risa.

    —No deberíamos discutir tanto frente a una dama —reflexioné junto a un suspiro.

    —Mi siesta, Rowan, ¡mi siesta! —Me apresuró el otro, sin llevarle el apunte a mi tontería.

    Chasqueé la lengua, los seguí ahora sí y cuando llegamos a la 3-2 asomé la cabeza desde el otro lado de la puerta en búsqueda de la rubia, Tora se había quedado algunos pasos más allá con tal de no estorbar. No costó nada encontrar a la chica, estaba levantándose mientras typeaba mensajes bastante rápido, pero despegó los ojos del teléfono un instante seguro al notar la chispa de rojo y correteó hacia nosotros, dedicándonos una sonrisa bastante amplia. Otra que parecía inmune al diluvio.

    —¡Hola! ¿Qué tal están? —saludó con entusiasmo—. Perdón por haberles avisado tan a destiempo, los turnos de papá son un desastre. Espero no haberles interrumpido algún plan para el receso ni nada.

    Le dije que no se preocupara y en ese lapso me di cuenta con algo de delay de que el pelirrojo del día del desastre del café que resultó en la camisa de Kenneth como repuesto a la mía había alzado el brazo para saludar a Sasha. A la criatura la emoción se le desbordó un poco, la verdad, y me tragué una risilla al verlo levantarse algo a la carrera para acercarse a saludarla, creí escucharlo decirle esperaba no empacharla de galletas y que no tenía que agradecerle.

    —¿Es día de proyecto, Sash? —le preguntó después, ladeando la cabeza como un perrito.

    Quizás lo ligeramente atolondrado de su acercamiento pudo haber pasado por ansiedad, pero no lo conocía casi nada. A pesar de eso, creí darme cuenta de que Tora cortaba un paso como para husmear mejor, aunque no estuve del todo seguro.
     
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    De momento había decidido quedarme dentro del aula, afuera llovía como si planearan empujarnos a las arcas de Noé y me daba sueño, pereza también. Estaba medio derretido en mi pupitre, viendo videos del móvil con el cerebro desenchufado, cuando levanté la vista sin un motivo concreto. Identifiqué la espalda de Kou y, en un pequeño movimiento de su parte, asomó Anna. El cuerpo se me tensó al instante y me incorporé, albergando una repentina mezcla de precaución, nervios y... ¿miedo? ¿Miedo de qué, exactamente? ¿De que a Anna se le zafara la pinza y volviera a empujarlo? ¿De que Kou perdiera la paciencia e hiciera algo aún peor? Daba igual, su relación se había arruinado por completo y no me sentía cómodo dejándolos estar. No podía.

    Tras alcanzar el pasillo aminoré la marcha, Anna fue la primera en notarme. Kou se despidió, tomó distancia y ocupé el lugar que había ocupado frente a ella, algo dubitativo. Repasé su semblante contraído y le dediqué una sonrisa que no correspondió. Me dolía. A una parte de mí le dolía esperar lo peor de ellos, como si no fuesen mis amigos. Me hacía pensar que todo se había arruinado tanto por culpa de mi constante paranoia.

    Si tratas a alguien como un monstruo, ¿no lo conviertes en eso?

    —Perdona, An —murmuré, bajando la vista a sus manos comprimidas en pequeños puños—. Los vi y pensé...

    —No importa, no te preocupes. —Suspiró, exasperada, y encontró mis ojos—. No pasó nada, sólo estábamos hablando.

    ¿De qué?

    Me tragué la pregunta, demasiado consciente de mis propios pensamientos.

    —¿Todo bien, entonces? —indagué, manteniendo la sonrisa.

    Ella murmuró un sonido afirmativo, se rascó la cabeza y giró el cuerpo. Comprendí la intención, retrocedí y se despidió, excusándose con que debía bajar. La seguí con la mirada, eventualmente choqué con los ojos de Kou y la sensación me escoció en el cuerpo. No podía obligarlos a decirme nada, de por sí nunca habíamos sido buenos con el asunto de la honestidad. No quitaba que fuera frustrante. Quería reparar mi relación con los dos, dejar atrás los baches, las desconfianzas y los malos entendidos, pero... quizá fuera ingenuo de mi parte, ¿no? Ella era mi ex, y él era el traidor.

    Suspiré, extenuado, y no noté la presencia de Markus hasta que estuvo literalmente frente a mí, mirándome con las manos sobre la cara. Abrí los ojos grandes, parpadeé y regresé el torso al notar que había retrocedido por la sorpresa. Sonrió, se desenvolvió con la energía usual, y yo lo repasé brevemente. Llevaba una especie de bolso bajo el brazo y lo que parecía una bolsa de galletitas. Quizá los objetos por separado no hubiesen despertado mi memoria, pero viéndolos juntos...

    —Markus —lo saludé, esbozando una sonrisa, la cual se ensanchó al señalar su equipamiento—. ¿Eso es... lo que creo que es?

    ¿Markus era argentino? No lo sabía, pero siendo amigo de Anna la idea de repente tuvo sentido. Lo había conocido por ella, claro, me lo había presentado con bombos y platillos y su madre, Ema, casi siempre había estado bebiendo cuando iba a su casa los fines de semana. Entre las dos me habían convencido de probarlo tantas veces que le había pillado el gusto, aunque eso de compartir bombilla no acababa de convencerme.


    hoy es el día donde descubro que siempre quise rolear a Kakeru tomándose unos verdes, gracias por tanto

    Sasha 4.png

    A mi apunte de que siempre discutían le siguió, evidentemente, otra mini pelea, y verlo me arrancó una risa genuina. Me daban bastante ternura, parecían tan buenos amigos que me recordaban a lo que podrían ser dos hermanos. No agregué más nada, con Rowan nos asomamos en la 3-2 e Ilana no tardó nada en notarnos. Se acercó a nosotros con marcado entusiasmo y le sonreí.

    —No tenía nada planeado, no te preocupes, linda.

    Estaba respondiéndole cuando noté por el rabillo del ojo que Maze me veía. Alcé la mano para corresponderle el saludo y mi sonrisa se amplió, pues se incorporó y algo de emoción me rebotó dentro del cuerpo. Me colé dentro de la clase y avancé un par de pasos, nada excesivo, sólo con la intención de no interrumpir a Rowan e Ilana con mi propio intercambio. Recibí a Maze, su apunte me hizo reír y entrelacé las manos tras la espalda.

    —Las comí en casa, con Danny y los mellizos. Fanny y Lulu me pidieron que te dijera que estaban, y los cito a ellos, "¡ultra hiper ricas!". —Volví a reírme—. Bueno, esa fue Fanny. Lulu sólo apoyó la idea.

    Mantuve la mirada sobre él, murmuré un sonido afirmativo a lo del proyecto y medio giré el torso para mostrarle a mis compañeros.

    —Sí, estábamos yendo a eso, sólo pensé en saludarte y agradecerte apropiadamente. —Separé mis manos y estiré los brazos, envolviendo su cuello en un abrazo que adquirió firmeza lentamente; hablé en su oído—. Thank you, baby. I love you.

    Le besé la mejilla y volví a abrazarlo con fuerza, quedándome allí un par de segundos. Las galletas de verdad me habían animado en medio de todo este lío, me ayudaron a recordar que no estaba tan sola como a veces me sentía y comerlas junto a los niños me sosegó el corazón. La mesa estaba animada y las carcajadas de Fanny rebotaban en el espacio. Recordé el día que había comido las galletas sola, sentada en el jardín, cuando había regresado del hospital donde internaron a la abuela. Las imágenes se superpusieron y pude sonreír con algo más de honestidad.

    Me separé de su cuerpo, en el proceso envolví sus manos con las mías y volví a sonreírle.

    —Hablamos luego, ¿sí?
     
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    Cuando recibí el mensaje de Sasha dándome las gracias por las galletas me saqué una preocupación de encima solo por saber que sí habían llegado a su destino, porque luego de la gracia de la mañana ya me esperaba cualquier cosa si debía ser sincero. Le dije que no era nada, que esperaba que las disfrutara y la mente me siguió dando vueltas en otras cosas.

    La tormenta de verano que decidió desatarse no era poca cosa, seguía diluviando cuando sonó la campana, así que sentí que estaba todavía lento y distraído, aunque tal vez eso nada tuviera que ver con el clima. Estaba por sacar el almuerzo, dispuesto a quedarme en clase, cuando vi las matas de cabello rojo en la puerta y a Ilana acercarse a ellos, así que fue cosa de hacer dos más dos. Al recibir la atención de Sasha alcé la mano para saludarla y aproveché el bug para levantarme y acercarme a ella.

    Se coló algunos pasos dentro de la clase, supuse que para no terminar interrumpiendo a los otros dos, y escucharla contarme que se había comido las galletas con los niños me estiró una sonrisa genuina en el rostro, que se llevó algo de la preocupación que tenía. Había querido almorzar con ella para tratar de abordar la mierda de Wickham, pero entendía que ahora no era el momento ni nada, tampoco me pondría a preguntar otras cosas, así que me dediqué a escucharla y observarla con tal de calmar cualquier ansiedad un rato.

    —¿Ultra hiper ricas? —repetí y luego me llevé una mano al pecho, enternecido—. Bueno, pues dile a Fanny y a Lulu que las próximas que envíe espero que les gusten todavía más. ¡Y a Danny y a ti también!

    Había contestado eso en los intermedios, luego ella afirmó a lo del proyecto y sonreí, iba a decirle que seguro hacía un gran trabajo cuando envolvió mi cuello en un abrazo. La recibí, rodeé su cuerpo con los brazos y cerré los ojos al escucharla.

    I love you too, my baby —respondí en voz baja, acariciando su espalda—. Muchísimo. Estoy para lo que necesites, ¿sí?

    Recibí el beso en la mejilla, la estreché con algo de fuerza cuando me abrazó de nuevo y aunque no tuviera mucha información con la que hacer suposiciones, recordé como sus galletas también me habían ayudado cuando llegué a una casa vacía. Pensarlo me quiso atascar un nudo en la garganta que más que molesto me pareció genuino, así que cuando detecté su intención de separarse aflojé el agarre, sostuve sus manos y asentí cuando dijo que hablábamos luego. Me estiré para darle un beso en la mejilla, un poco exagerado, y me reí al volver a mi espacio mientras dejaba ir sus manos con cuidado.

    —Seguro hacen un proyecto increíble, cariño.

    —¡El mejor proyecto! —escuché que decía Ilana y al verla noté que tenía los brazos en jarra.

    Hasta entonces creí oírla parloteando con Ikari en inglés a toda velocidad. Esa frase en particular, ya en japonés, había sonado a respuesta a mi comentario, pero la chica no estaba hablando con nosotros, sino que estaba reflejando al otro y solté una risa al verlos. Habría sido todavía más gracioso saber que la pose se la había copiado él a Sasha y luego la heredó.

    —No les quito más tiempo entonces —dije ahora sí hablando para todos y le di un apretón suave a la mano de Sasha, breve.

    La rubia nos miró luego de relajar la postura, nos dedicó una sonrisa que le entrecerró los ojos, solo entonces al ver un poco más allá del pelirrojo noté a Sakai algo apartado de ellos o a medio camino de ellos y el resto de gente del pasillo.

    —Papá dice que debió pedirle un barco a la Jieitai Marítima para navegar esta lluvia, pero que ya casi llega —bromeó la chica, fresca.
     
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    Al muchachón se le había ido medio cuerpo para atrás, como empujado por el poder de mis buenas vibras. Me hicieron bastante gracia sus ojos abiertos de par en par, además del rápido parpadeo con el que hizo más obvia su confusión; por eso me terminé sonriendo, para el momento en que me vio. Que me perdonara por semejante entrada, pues no me importaba demasiado avasallar a la gente con mis excesivas confianzas... a menos que corriese el peligro de llevarme un sopapo. Además, era divertido ver cómo mucha gente reaccionaba parecido a Kakeru: así, como si se le activaran resortes que les hacían saltar partes del esqueleto.

    Con todo, debía reconocerle que se adaptaba bastante bien a mis modos, ya que no rechazó el diminutivo de su nombre y me recibió sin miramientos, con una sonrisa de lo más tranquililla, amable. No lo conocía de nada, ¡partamos de esa base!, pero igual me permití el lujo de suponer cosas. Me pareció que este Kakeru tenía facilidad para fluir con la gente, algo que sólo podría confirmarme el paso del tiempo. Y dos o tres eventos de baile más, de pronto me surgió la idea de que sería interesante arrojarlo a la pista.

    Pero para eso… ¡falta!

    Cuando señaló el bolso e insinuó conocer los tesoros que cargaba conmigo, estuve a nada de experimentar una grata sensación de sorpresa, sobre todo porque Kakeru, el Fujiwara, era un japonés nativo. Al final no hubo asombro de mi parte, porque enseguida asumí que Annita debió ser la responsable de expandir, entre sus familiares y amiguetes, la milenaria tradición de los buenos mates. Uy, y ahora que lo pensaba, ¡a saber cuántos en el Sakura ya lo habían probado! La realización fue de lo más placentera, qué puedo decir.

    Retomando: aunque no me sorprendí por sus palabras, le sonreí a Kakeru con complicidad y mis cejas bailotearon, insinuantes.

    —Estás en lo correcto, mi estimado —respondí, dándole al bolso un par de suaves palmadas—. Y ya que entramos en tema, ¿tienes el receso libre, por casualidad? Que ando solito y desamparado, sin nadie con quien compartir unos buenos mates con bizcochitos. Caen super-bien en días de lluvia, pero mucho mejor con compañía. ¿Qué me dices?

     
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    Mi sospecha resultó ser acertada y alcé levemente las cejas al recibir su invitación. La gente extrovertida era un caso aparte, de verdad, no imaginaba cómo lograban invitar a personas que apenas conocían sin la menor duda o resquemor. Lo peor era que no los juzgaba, entonces ¿por qué temía que ocurriera conmigo? Eso a un lado, lo que me estaba proponiendo era... bueno, era gracioso.

    —Tengo el receso libre —afirmé, y mi sonrisa se ensanchó apenas—, aunque... ¿planeas almorzar mates con bizcochitos?

    Obviamente era su idea, a menos que hubiera encontrado la forma de meter un bento en el equipo de mate. Yo no me había traído nada de casa, planeaba comprar algún pan o sándwich en la cafetería, quizá pudiéramos negociar y corregir este plan tan deficiente en nutrientes.

    —¿Hay algo de la cafetería que combinarías con el mate? —indagué, absorbiendo una pequeña parte de sus ánimos para agregarle una chispa de teatralidad a mis palabras—. No sé si alguna vez lo pensaste, quizá sea tu momento de crear la... ¡fusión cultural definitiva!
     
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    Para cuando llegué al salón todavía tenía clara la sensación tibia de la mano de Bea al despedirse de mí, me había dado un apretón suave, se me antojó delicado, y la sonrisa que le dediqué alcanzó para entrecerrarme los ojos. Al llegar a la clase me dejé el pedido que me había hecho para el receso, para no hacerlo a las prisas, y el tiempo se diluyó lentamente con el paso de las lecciones, para cuando sonó la campana y me levanté de la silla noté a Altan dormido en su pupitre. Debía llevar así un par de minutos como mucho, me dio pena despertarlo porque apenas iba recuperando color luego del caos, entonces lo dejé descansar. Si le daba hambre despertaría y comería algo.

    Caminé hasta el asiento de Cayden, que estaba terminando de copiar algo del pizarrón, y al acercarme noté garabatos en la orilla del cuaderno, desordenados, y algunas palabras enlistadas, parecía casi una lista de la compra, pero la letra era particularmente pequeña. Creí que me notó de antes, pero no volteó a verme hasta que le di un toquecito en el brazo y le hablé.

    —Cay, cielo —lo llamé con suavidad y él parpadeó con lentitud, como adormecido—. Bea manda a decir que le alegró mucho el regalito que le dejaste y que te agradece mucho, la vi cuando lo encontró junto al de Rowan. Gracias.

    —¿Y por qué me agradeces? —preguntó genuinamente confundido, aunque se permitió una sonrisa bastante dulce.

    Le alegraba haber hecho feliz a Bea.

    —Por el fragmento de felicidad que le diste al pensar en ella —resolví con sencillez y aunque dudé, extendí la mano para acariciarle los rizos de fuego, tenía el pelo muy finito y suave. El tacto lo hizo cerrar los ojos mientras soltaba el bolígrafo sobre su cuaderno—. Dice que eres un buen chico y tiene razón.

    —Haces que suene como si fuese un cachorrito —murmuró, avergozando, alejándose de mi mano.

    —A todos les gustan los cachorros, no debe ser tan malo —bromeé, juré que hizo un puchero y me tragué una risa—. Ten lindo fin de semana, Cay. Me alegra haber podido hablar más contigo estos días.

    —A mí también —respondió con la mirada gacha—. Gracias por tu esfuerzo de estos días.

    —No es un esfuerzo, cielo, pero no es nada. Nos vemos.

    Le acaricié el brazo con mimo, él suspiró y entonces me retiré del salón con intenciones de buscar a Vero, podría haber invitado a Al aunque tuviera que despertarlo, a Cay, a Kakeru o a Laila, pero aunque pudiera pasar por egoísmo quería un rato con ella, uno que fuese nuestro. Puede que necesitara hablar de todo lo que había pasado estos días o solo quisiera compañía, daba igual, el caso era que ya otro día invitaríamos a alguien más.

    Crucé el pasillo hacia la 3-3, miré el paisaje por las ventanas unos segundos y luego giré para detenerme bajo el umbral de la puerta, desde allí busqué a Vero con la mirada. Al encontrarla sonreí y alcé la mano para llamar su atención.

    —Señorita Verónica Maxwell, ¿tiene usted tiempo para una cita sin agendar?

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    ¿Cómo podría haberme concentrado en las clases matutinas, con las bellas sensaciones que me habían quedado desde antes de que empezaran? Se entremezclaban un poco con mis pensamientos relacionados al examen de mañana, los cuales también contribuían a que no prestara tanta atención a lo que decía el profe. ¡El punto es que…! Me había dado una inmensa alegría que Cay derrumbara parte de las distancias, entre que me tocó el pelito y luego permitió que lo tomara del brazo. La caricia que le dejé en la muñeca había sido bien recibida y hasta apoyó su cabeza en mi coronilla mientras caminábamos, algo que me resultó sumamente relajante y bonito. Como no podía ser de otra manera, me puse plantearme, con la seriedad que correspondía, la posibilidad de ceder un poco más seguido ante mis tentaciones de hacerle mimitos.

    Cay se había ganado mi cariño a una velocidad récord. Que le hubiese cantado a Copito, el pedacito más valioso de mi alma, influyó muchísimo. Pero en todas las ocasiones que nos vimos, me demostró un carácter con el que se hacía querer rápido. Esto, y que era muy lindo y su rostro lo volvía de lo más adorable. ¿Cómo no querer demostrarle mi aprecio constantemente?

    Sin embargo, para cuando la campana del receso impactó de lleno en nuestros oídos, me hallaba con los codos clavados en el pupitre y el mentón apoyado sobre mis manos abiertas, los dedos cubriéndome las mejillas. El azul de mis ojos se perdía entre las nubes abundantes que decoraban el cielo, al otro lado de ventana. Aunque en mi rostro se apreciaba una sonrisa chiquitita y muy sutil, se notaba a leguas mi aire distraído y que andaba pensativa. La mente se me seguía perdiendo alrededor del examen de mañana, en su gran importancia y demás. Me emocionaba el desafío, sí. Pero, al mismo tiempo, traía consigo una incertidumbre que me hacía que balancear la pierna debajo del pupitre.

    ¡Pero…! El movimiento se detuvo en seco cuando percibí, de reojo, un chispazo en el umbral de la puerta del salón. Era de un blanco muy puro y precioso, que podría reconocer en cualquier lugar, y que hizo brincar mi corazón de júbilo. Me giré al mismo tiempo que Jez me encontró con la mirada, y la sonrisa que le devolví estuvo cargada de muchísima dulzura e ilusión. Fue tanta la alegría de tenerla en la puerta de mi salón, que toda la cuestión del examen quedó en un segundo plano, sobre todo cuando mi lucecita me llamó por el nombre completo y preguntó si tenía tiempo para una cita sin agendar. Me reí bajito desde mi sitio, de lo más encantada por sus palabras, y le hice una seña para que me esperara un segundito. Me puse la bufanda (Copito estaba afuera ya, que quiso salir a navegar la ventisca como todo un campeón), tomé mi almuerzo y fui a recibirla al pasillo, sin poder dejar de sonreír.

    —Para usted, señorita Jezebel Vólkov, tengo todo tiempo del mundo y más —declaré.

    Y como ya era tradición entre nosotras, nos fundimos en un cariñoso abrazo. Acaricié la parte de atrás de su cabello con mucho mimo y, por supuesto, dejé el infaltable beso en su mejilla. Le di tiempo para que me diera el mío, antes de regresarle su espacio. Quedé, eso sí, sosteniendo una de sus manos, cuyos dedos empecé a acariciar.

    —¿Cómo estás, preciosa? —pregunté— ¿Qué tal estuvo tu proyecto con Cay y los demás? ¡Ah, y por cierto…! Hoy subí con él.

    Casi, casi, que estuve a punto de ponerme parlanchina, hacerme un torbellino de palabras. Pero supe contener la intención, para darle tiempo a que me respondiera.


    MIS NIÑAS ª
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    La ilusión se le notó en la cara de inmediato, bastó que se diera cuenta de mi presencia para que las facciones se le iluminaran. Acaté a su seña de que la esperara, la vi colocarse la bufanda, tomó el almuerzo y entonces se acercó a mí siguiéndome la tontería de la cita sin agendar.

    Usó mi nombre completo también, lo que me hizo reír y estiré los brazos para recibirla, me acarició el cabello, la estreché con mucho cariño y cerré los ojos un instante. Me dio el besito en la mejilla de rutina, así que cuando aflojé un agarre alrededor de su cuerpo alcancé a depositar el beso correspondiente en su rostro y le di un apretón suave a su mano.

    Me preguntó cómo estaba, también por el proyecto y me dijo que en la mañana había subido con Cay, creí notar que se contuvo de empezar a hablar y sonreí, ligeramente divertida. Quizás fuese un poquito cruel, pero me hacía cierta gracia ver como Vero parecía siempre estarse conteniendo a su alrededor por su personalidad, era medio complicado, pero nunca rechazaba del todo las demostraciones de cariño.

    —Estoy bien, Vero, ¿y tú? ¿Qué tal va todo? En la entrevista nos fue bien igual, imagino que el tema le gustó más a unos que a otros, pero fue interesante. Sobrevivimos y tío Vic se quedó muy contento de poder ayudarnos —empecé a contar mientras empezaba a caminar, lo hice sin soltar su mano—. Ah, creo que ninguno de los dos te contó, ¿verdad? Entrevistamos a mi tío Victor, que trabaja en la empresa del padre de Altan, es de tecnología.

    No sabía en realidad a dónde iríamos a pasar el receso, entonces mis pasos no tenían meta fija. Además, le había dicho a Nani que no se preocupara por el almuerzo de hoy, así que tenía que hacer una parada express en la cafetería.

    —Justo hablé con Cay antes de salir —añadí con una sonrisa en el rostro y me incliné un poco hacia Vero, para hablarle en secreto—. Esta mañana le dejó un regalito a una amiga de primero, ella me dijo que le diera las gracias.
     
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    Mi fuero interno era un pequeño caos ahora mismo. Uno en el que, no obstante, sensaciones dulces ocupaban la mayor parte de su espacio. La incertidumbre por el mañana persistía con cierta tenacidad, siendo una ligera vibración entre mis pensamientos. ¡Pero…! Había quedado apartada en un rinconcito de la mente, tras dar lugar al cálido encanto que me había embargado por tener, conmigo, a mi querida lucecita. Este encuentro no lo habíamos planeado, y esa espontaneidad lo volvía más maravilloso que de costumbre. En los brazos de Jez, mis incertidumbres estuvieron a punto de desvanecerse por completo, y ni hablar cuando me devolvió las muestras de cariño; cerré los ojos durante el abrazo y mi sonrisa, por su parte, se suavizó mucho con el besito recibido. Y finalmente, cuando al hablarle mencioné a mi leoncito, las emociones de la mañana retornaron con fuerza.

    Menos mal que fui capaz de atajarme a tiempo al hablar, porque me moría de ganas de contarle lo de esta mañana. A Jez la había dicho una vez, sin atisbo de vergüenza alguno, que no me faltaban ganas de acariciar los brazos de Cay o estrechar sus manos, pero que me contenía, por notar que el rubor lo alcanzaba con facilidad, y por gestos incluso más leves que los mencionados. Mi querida lucecita pudo atestiguar el hecho un par de veces, el día que me saludaron en mi salón y cuando nos encontramos en el patio frontal. Las ganas de mimarlo se me debían notar a kilómetros, sin duda algunas; seguro que Cay y yo protagonizábamos un cuadro bastante dulce y divertido ante sus ojos.

    Asentí cuando me preguntó si estaba bien; hasta hace unos instantes andaba distraída y puede que algo nerviosilla, pero eso no lo consideraba necesariamente malo. Demostraba lo mucho que me importaba lo que hacía, y quizá una tendencia a concentrarme en mi objetivo. El examen de judo era un tema del que seguro hablaríamos en breves, y hasta cabía la posibilidad de que profundizara sobre mi relación con las artes marciales; mientras tanto, mi sonrisa se amplió al saber que a Jez y Cay les había ido bien en su proyecto. Un poco de entusiasmo extra se me coló en la expresión cuando mencionó a su tío, y el dato de que trabajaba en una empresa de la familia de Altan me elevó una ceja, con genuino interés.

    —Mándale mis saludos a ese buen hombre, ¿sí? Y ya que estamos, a tu tía y tus primitos también —pedí con una amplia sonrisa, mientras caminábamos tomadas de la mano— No sabía que trabajaba en una empresa de la familia de Alty, qué genial. Y encima de tecnología, es un área como muy, muy importante en estos tiempos.

    Ya cerca de las escaleras, Jez añadió que habló con Cay hace unos momentitos, seguido de otra gran revelación: le había hecho un obsequio a una kohai de primer año, la cual a su vez le pidió a la chica que le diera las gracias de su parte, lo que me dio la pista de que se trataba de alguien que confiaba en Jez. Aunque, ¿quién no confiaría en esta chica tan dulce y maravillosa?

    Me dio una ternura inmensa todo, y obvio se me notó en la carita. Tan transparente como siempre, yo.

    —Qué chico tan dulce, lo adoro. ¿Puedo saber quién fue la kohai afortunada? —dije, y acto seguido contuve una risita, un poco repentina— Pues mira, te sumo algo más a lo que cuentas: a mí me acomodó el cabello en los casilleros, peinándome con movimientos delicados de sus dedos. Y luego… me ofreció su brazo para escoltarme, cual caballero, hasta mi salón —volví a reírme por lo bajo, suavecita por el recuerdo—. Me pilló un poquito desprevenida si te digo la verdad, que siempre lo vi así, tan recatado. Pero, obviamente, aproveché muy bien la oportunidad que se me dio —le guiñé un ojo.
     
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    Sería demasiado osado decir que mi charla tan “casual” con Shimizu había barrido por completo la mala hostia que venía cargando desde ayer, porque todavía debía estar de vigilante con el curro de los demás. Aunque nadie pecaría de tonto si, en cambio, soltaba que me sentía algo menos ofuscado. Porque, vamos a ser sinceros… ¿A quién no le movía el humor, así sea un poco, que le aceptaran una cita tan prometedora~? Saber que uno de mis dragones dormía en el bolsillo de ese cabrón compensaba un poco las cosas, y me seguía cayendo en gracias que haya dicho que esperaba “encajar” en un sitio de nombre tan pretencioso.

    Hombre, me animaba a decir que sería como un pez en el agua. ¿O debería, mejor, referirme al alcohol?

    Pasé por completo de las clases, optando en cambio por tontear con el móvil bajo el pupitre, mostrando un gesto claramente aburrido ante la cara del profe, que me ignoró tanto como yo lo hacía con sus lecciones. Pena que al final fuese una mala idea, que cada tanto me saltaban notificaciones con mensajes de la manada, que contenían pedidos de indicaciones o quejas de mierda. Para cuando la campana del receso estalló entre las paredes, entremezclándose con el azote del viento, ya estaba un poco como al principio.

    Era un clima bastante de mierda para salir, pero necesita que el aire me golpease en la cara. Antes de abandonar la 3-3, me puse con movimientos desganados la chaqueta de cuero negra, la prenda que solía vestir en climas como el de hoy; que le den al blázer reglamentario. Mi idea más primaria era la de irme a fumar a la azotea, que por la mañana la terminé evitando por no querer lidiar con gentuza que había llegado antes, hoy no andaba con ánimos de tocar los huevos a nadie; o mejor dicho, no había tantos ánimos.

    ¿Y qué pasó? Que se me volvieron a adelantar. Lo vi a Ishikawa yéndose para el rellano, me pareció con las extremidades más blandengues de lo que debería; y al poco tiempo, la rubia a la ya le había echado el ojo en un par de ocasiones. Dejé escapar el aire de mi pecho, haciendo un sonido que quedó a medio camino entre un suspiro y un gruñido.

    —Me cago en todo… —dije por lo bajo.

    El impulso inicial se perdió y, al final, terminé postrado frente a las ventanas del pasillo. Observé, con semblante serio y cansado, las nubes pasar, el mecer de las ramas de árboles, y el vacío general de los espacios exteriores. Me llevé la mano a uno de los bolsillos. Los metales tintinearon con delicadeza en medio de mi propio silencio, ahogados por el murmullo general del pasillo. Así estuve un rato, pensativo, hasta que se me dio por sacar una moneda igual a la que le había dejado a Shimizu. El dragón pareció observarme desde la palma de mi mano, como preguntándome quién sería su dueño en esta ocasión. Imaginarlo así me dibujó una sonrisa ligera.

    Me quedé ante la ventana, haciendo girar la moneda sobre la parte superior de mis dedos. El Seiryu de oro asomaba y se perdía entre las falanges, emitiendo su brillo en medio de tanta negrura.

    Zireael A darle nomás

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    Me había quedado pensando luego de ver a Jezebel irse, pasé por no sé cuántas cosas distintas que habrían bastado para llenar un pergamino, fue unos minutos después que me levanté de la silla y recogí la chaqueta que tenía sobre la mochila. Me habría gustado ir a la azotea, pero este viento de mierda no se quitaba.

    Me puse la chaqueta por si decidía bajar al patio o lo que fuese, pero antes de eso me desvié a los baños y dos pitadas de hierba bastante importantes más tarde me quedé consumiendo aire, con el puro encendido todavía entre los dedos. Fue cuando me entró una llamada de tío Dev.

    —¿Sí?

    —Hola, enano. ¿Estás en receso? —preguntó e hice un sonido afirmativo—. ¿Te quedarás en casa hoy o pasarás la noche fuera?

    —¿Cómo? —Tuve los huevos de sonar hasta ofendido.

    —Estás evitando a Neve y es viernes, no es tan difícil de asumir.

    Vaya, leído como un puto libro a la una de la tarde.

    I'm no-

    —Cayden, haz lo que quieras, solo tienes que saber que si nos necesitas puedes pasar al apartamento o nosotros vamos a casa de Neve. —Fue un revoltijo extraño de resignación y apoyo, así lo percibí, pero no dije nada—. ¿Estarás o no? Íbamos a comer juntos, es para calcular lo que tenemos que comprar en el supermercado.

    Lo pensé, lo pensé y lo pensé, pero sabía que mamá en cualquier momento acabaría volviendo sobre el tema y no quería escuchar lo que iba a decirme, lo que asumía que diría porque me conocía. Podía ir a casa, cambiarme, ir a dejar unas cosas donde Yuzu y luego salir a hacer negocios o la mierda que fuese, volvería en la madrugada a dormir en su sofá y pretendería que nada pasaba. Era ridículamente simple, ella nunca me impidió ocultarme, ¿cierto? En el peor de los casos podía buscar a Hikkun también.

    Aparté el teléfono, le di otra calada a la hierba y retuve el humo, al liberarlo me metí la cuarta pitada y mandé todo a la mierda. Apagué lo que quedaba, lo guardé donde correspondía luego de algunos malabares y suspiré al regresarme el móvil a la oreja. Sabía que tío Dev no había cortado.

    —Tal vez no —murmuré saliendo del cubículo del fondo—. Lo siento, no tengo ganas de... De hablar supongo. Estoy bien, te prometo que no es nada del otro mundo.

    —Cansas un poco a veces, ¿quieres que juguemos a las adivinanzas? Puedo hacer una lista y nos echamos todo tu receso y mi almuerzo así-

    —¿Quieres una respuesta? Drama adolescente y ya está —contesté regulando el fastidio, pues con tío Dev no discutía—. Nadie se murió de eso nunca. Cuando vaya por unas cosas hablo con mamá, imagino que vuelvo el lunes.

    No nos despedimos, Devan solo cortó y me quedé mirando su contacto en la pantalla. Parpadeé con pesadez, guardé el teléfono y salí de los baños luego de haberme enjuagado la boca, ya con la cabeza más liviana. Apenas caí al pasillo noté la presencia de Matsuo, del que también costaba deshacerse al parecer, y bastó mirarlo para acordarme del mierdero de la piscina, el corte de Arata, el veneno en el filo imaginario y el hecho de que este había estado presente.

    Había pretendido ignorarlo, pero me cuestioné si ir a tomar aire arriba una vez más y en esa ventana de duda noté el chispazo dorado entre sus dedos. Seguía preguntándome de dónde mierda había salido este imbécil, no podía ubicarlo por nombre ni por cara en ninguna parte.

    ¿Importaba si yo mismo no pertenecía a ningún lugar?

    Igual la bruma mental de la hierba, aunque algo traslúcida, no me dejó ordenar ideas y prioridades como debía, aunque no era que lo hiciera antes tampoco. Al idiota lo había querido usar de cabeza de turco ya ni sabía por qué, pero me acerqué con la cautela que usaba para vaciar billeteras y antes de decirle nada me limité a mirar por la ventana.

    —Ryuu-kun —murmuré inclinándome apenas en su dirección y deslicé la vista a la moneda en su mano—. ¿Y esas de qué arcade te las robaste? Aquí no te sirven de nada~

    Igual sí me había hecho daño pasar tantos años pegado a Shimizu, más del que yo mismo estimaba.

    El last nerve? Already on fire
     
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    Gigi Blanche

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    Mi respuesta sobre pretender impresionarla a ella no modificó su semblante en ninguna dirección, ni siquiera estaba seguro de que me hubiera prestado la suficiente atención, pero qué más daba, ¿no? No tendía a escatimar en halagos con chicas como ella, podía seguir intentándolo. Tras hacer la reverencia, recibí su mano y, mientras ella reflejaba mi gesto, la acerqué y le dejé un beso rápido, liviano, sobre la piel. Le sonreí inmediatamente después y me erguí, virando para empezar a caminar.

    Mientras salíamos al pasillo me contestó y la sentí apretujarse, cosa que me quiso ensanchar la sonrisa en un gesto un poco menos inocente. Mantuve la vista al frente, pensativo, haciendo un repaso de los últimos días. No había mucho que pudiera contarle a ella, ¿verdad? Me la había pasado pinchando a varias personas y había empezado a molestar a Sasha otra vez porque sí, porque me aburría y todos en esta escuela eran tan divertidos como lamer la suela de un zapato. Había algún que otro highlight pero, claro, no eran precisamente safe for work.

    —Bien, normal. —Me encogí de hombros, girando el rostro y sonriéndole como si nada—. Ciertamente he visto épocas más entretenidas, como... el finde que pasamos en tu casa, ¿lo recuerdas~?

    La empujé suavecito y me incliné hacia ella.

    —¿Dices que es un pecado y nunca volviste a invitarme?
     
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    Amane

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    El beso que me dejó sobre el dorso de la mano mientras le correspondía a la reverencia no me pasó para nada desapercibido, si bien el contacto fue bastante liviano, y toda la tontería logró sacarme una sonrisa risueña que fui incapaz de disimular. La sonrisa me permeó los labios en todo momento, desde que le pregunté cómo había estado estos días hasta que finalmente me respondió, incluso pasando por la pausa que se tomó antes de darme la respuesta en cuestión.

    Giré la cabeza en su dirección al escucharlo hablar de nuevo, alzando las cejas con sorpresa cuando me dijo que no había estado muy entretenido, y mi expresión acabó relajándose solo cuando me di cuenta por dónde pretendía llevar la conversación con todo aquello. Dejé escapar una risa nasal cuando me preguntó si recordaba aquel finde, llevando la vista al frente de nuevo pero sin llegar a decir nada. Claro que me acordaba, ¿acaso no había sido un poco atrevida aquel fin de semana? No me arrepentía ni un poquito, eso sí.

    —Espera, espera... —murmuré, subiendo el brazo que tenía libre para clavar el dedo índice en su mejilla, pretendiendo empujarlo hacia atrás aun si no estaba haciendo nada de fuerza real con el gesto—. Se suponía que te tocaba a ti, ¿no? Yo estaba esperando que me invitaras a tu casa ahora... Hasta había llegado a pensar que no habías disfrutado de mi compañía nada de nada y por eso no me habías devuelto la invitación... —añadí, dejando caer el brazo mientras hacía una mohín de profunda tristeza con los labios.
     
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    Bruno TDF

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    El metal negro siguió serpenteando sobre mis falanges por un buen rato más, que no supe si fue corto, largo o vaya uno a saber, qué mierda importaba. La sonrisa que había azotado mis facciones se esfumó tan rápido como vino y no andaba viendo las nubes del otro lado ventana, por mucho que tenía los ojos clavados en este cielo de colores tan aburridamente vivos. La cabeza se me seguía yendo en pensamientos relacionados con el trabajo, que seguían con algún que otro retraso. Pese a estas molestas dificultades provocadas por el clima, tenía pinta de la cosa iba a salir tan bien como siempre, pero nada me tocaba más los huevos que las tareas se completaran a última hora; raspando; por los pelos. Toleraba la imputualidad, de hecho me consideraba un paladín de la misma; claro que la cosa cambiaba si se trataba de esta y otras "responsabilidades".

    Para añadir más ajetreo al día, a la tarde tocaba repartir el resto de los Seiryus, los que guardaba en el bolsillo, a las sabandijas que los habían comprado. Shimizu desconocía que, además del alcohol del que disfrutaría mañana, su moneda de ingreso al club también había sido gratis~ Cuánta generosidad por parte de la fiera, ¿verdad~?

    No pretendía soltar otro Seiryu entre los muros del Sakura, que ya estaba medio cansado de tanto andar comandando las preparaciones del club. Además de que el tiempo, para mi pesar, se había venido encima ya. Pero, pero, pero… Qué tonto yo. La verdad, era inadmisible haber olvidado un detalle tan importante…

    Que el destino era caprichoso, pero jugaba a nuestro favor cuando quería~

    Estar con la cabeza en las nubes no significaba, necesariamente, que mis instintos se hallaran desprovistos de alerta. De todos modos, la presencia de Dunn me pasó por completo desapercibida hasta que, aparecido como por acto de magia, me habló de cerca. Fruncí el ceño, sin voltearme enseguida. “Es bueno este desgraciado” fue lo primero que se me pasó por la cabeza, siendo repentinamente consciente de mis bolsillos. Con las cosas maravillosas que charlamos la primera vez, su acercamiento me arrojó las ideas en la dirección de las sombras. Vaya, vaya, interesante descubrimiento~

    —Lo único que me robé fue tu atención, pequeño león~ —respondí con una sonrisa irónica, a la vez que volteaba el rostro en su dirección—. En lo otro te equivocas.

    La moneda desapareció de nuestra vista y no volvió a brotar de entre mis dedos. Cerré el puño para sentir el metal negro hundiéndose en la carne de mi palma. Y con otro movimiento ágil deslicé la moneda, hasta que quedó atrapada entre mis dedos índices y el del medio.

    Alcé el dragón de oro ante los ojos de Dunn, justo en el preciso momento que el cabrón de la piscina nos deleitaba con su galante presencia por el pasillo. Creo que a ninguno de los dos se nos pasó desapercibido.

    —¿Qué piensas cuando lo ves? —le pregunté.

    Parecía que lo miraba, pero mis ojos apuntaban más allá de la figura del pelirrojo. A la espalda del principito, que se alejaba con su dama de cabello chillón. Entonces, ¿a quién me refería? ¿Al dragón de oro o al otro? Que lo de piscina no me lo podía olvidar, fue un espectáculo digno para el recuerdo~

     
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    Zireael

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    Una buena cantidad de hábitos perduraban y mutaban hasta convertirse en vicios, características de la personalidad y manías muy particulares. Poder borrar la presencia propia era tanto un don como una maldición, no había que ser muy listo para notarlo, pero por lo general trataba de aprovecharme del asunto más que renegar de él. Cuando me aposté junto a Matsuo al notarlo fruncir el ceño me permití una sonrisa sutil y me dieron ganas de decirle que de haber querido quitarle algo de encima, ni siquiera me habría notado para empezar. Le había quitado el móvil a Anna incluso bajo aviso y a Ko le sacaba los dulces del bolsillo cuando no éramos más que unos mocosos.

    En este viejo vicio había encontrado una fracción de la atención que ansiaba.

    Aplaudían el truco y lo envidiaban.

    —No es tan difícil. Me gusta lo que brilla —contesté sin más.

    La cosa fue tan ambigua como siempre, fue el equivalente a reconocerme como caprichoso y también a no aclarar a qué me refería, porque no solo los objetos brillaban. Como fuese, pasé del hecho de que me había llamado pequeño león y venía siendo lo mismo que el leoncito de Verónica, también de que había dicho que me equivocaba respecto a lo otro, ¿lo de que la moneda no servía de nada aquí? Qué ominoso.

    El objeto desapareció de mi vista, suspiré y medio giré el cuerpo para apoyar el costado en el borde de la ventana y mantuve los ojos en Ryuuji, fue así como recibí el destello dorado de nuevo frente a mis ojos y pude detallar su forma: un dragón. La coincidencia quiso hacerme gracia porque también llevaba el bicho en la espalda, pero también noté hacia dónde miraba Matsuo y me permití un movimiento discreto para echar un vistazo, aunque había notado el movimiento en el pasillo de por sí. Era responsable de no haberle dicho nada Shimizu, ¿pero quién era el que fastidiaba chicas para empezar?

    No habría síntoma sin enfermedad.

    Se alejaba con Yumemi, pues a nadie más le podía pertenecer la mata de cabello rosado, y me acordé que también la chiquilla se juntaba con Shinomiya. Cada uno peor que el anterior, ¿no? ¿Arata ya se habría ido a la mierda? Tenía pinta, no creía le quedara paciencia para estos cuadros y si yo fuera él tampoco me quedaría un solo nervio con ganas o capacidad de resistirlo.

    Lo que preguntó Ryuuji fue amplio, inespecífico, y elegí no darle más importancia que la que ya tenía de por sí. Era un despropósito absoluto, bueno, eso y que tenía la cabeza vuelta aire. El celeste del cielo se me antojó más intenso de lo que debía ser y el negro del cabello de Matsuo también, junto al púrpura de sus ojos.

    —¿Hmh? ¿Debería pensar algo al verlo? —dije bajando la vista a la moneda y estiré la mano con intención de pescarla entre los dedos o ver si me dejaba, quién sabe. Luego volví al violeta de su mirada y me encogí de hombros—. Me gustan los dragones.

    Tampoco podía pedirle tanto a mis neuronas.
     
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    Bruno TDF

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    Se me escabulló una risa por la nariz al oír su respuesta, a sabiendas de que yo no podía estar incluido en su gusto: había demasiadas sombras envolviéndome como para brillar. Igual, me era un poco chistoso que, en este día donde las ambigüedades quedaron de lado entre las paredes de la 3-3, viniese a recibir una contestación de tal calibre. Aunque tampoco es quisiese tomarme la molestia de preguntar a qué coño se estaba refiriendo Dunn. Pasé de todos los posibles significados con la misma voluntad con la que él ignoró su apodo y el detalle de que esta moneda servía en la academia.

    ¿No se vio en la mañana, acaso? Un par de palabras precisas, una pizca de información, y el Seiryu de oro conocía a su persona destinada.

    Listo para guiarla a la cueva de La Fiera.

    Me monté el pequeño show con la moneda por la sencilla razón de que me salió de los huevos. No había sido mi propósito llamar la atención de este zorro, leoncito y como quisieran llamarlo; estaba distraído con otras cosas que, hasta hace un momento, pensaba que iban a ser ajenas a él. Pero eso podía ser reconsiderado en este momento, ¿o no? Además, necesitaba despejar las puteadas mentales que me inundaban la cabeza, así que todo esto me estaba viniendo de maravillas para distraerme un poco.

    Dunn se dio cuenta de dónde apuntaba mis ojos, permitiéndose un movimiento discreto para echarle una miradilla al otro tipo que terminó desapareciendo por las escaleras. Me sonrisa se ensanchó con una cuota de malicia, al ver que conseguí que advirtiera su presencia. No tenía información sobre la relación entre estas criaturas, sólo pistas de los algunos choques que habrían tenido en el pasado. Era la desventaja de ser un forastero, la plaga en un ecosistema perfectamente equilibrado; había historias que se me escapaban, lo que me impedía explotarlas; por amor al caos, sí, pero también para construir candidatos perfectos para que descargaran su ira, frustración y tristeza en nuestro club.

    Pero se me daba bien arreglármelas con muy poco, vaya.

    Ah, y la pregunta sobre su visión del dragón también era importante, faltaba más. Pero Dunn ni se molestó en utilizar las neuronas, su primera pregunta me hizo suspirar con aburrimiento. Lo de que le gustaban los dragones sí que me interesaba, pero era demasiado amplio, hombre. En el medio, el pelirrojo había estirado la mano con la intención de tomar la moneda… La cual dejé fuera de su alcance, cuando le faltaban apenas milímetros para tocarla.

    —Mira tú, a mí también me gustan los dragones. Bah, las bestias en general —dije; separé los dedos que sostenían la moneda, que se precipitó hasta desaparecer dentro de la manga de mi chaqueta.

    Observé las mangas de su chaqueta. Poseían un estampado vistoso, flores que destacaban en tonos dorados. Pero, esto no era la atracción principal de su ropa, ¿verdad? Hasta el momento no había echado una ojeada a la espalda de Dunn, pero esto me hizo cambiar de idea. Sin decirle nada, aproveché la criatura andaba con el costado apoyado en la ventana, para cambiar la posición: en unos pocos pasos lo rebasé por el lado contrario, desapareciendo de su vista, y detallé el dragón en su espalda. Silbé bajito, con un ligero asentimiento de cabeza.

    —Y lo tuyo parece cosa seria —comenté con una risa baja; me quedé detrás suyo, ahora mirando por la ventana— Pero tu respuesta es bastante sosa, hombre. Siempre hay una o dos razones por la que algo nos gusta, ¿o no? ¿Por qué, entonces, dirías que te gustan los dragones?
     
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    Igual lo de brillar también se podía tomar de muchas maneras, si tanto me gustara lo brillante me habría quedado tranquilito en mi casa, donde el viejo Reaper se encargaba de que nunca me faltara una cosa en el mundo. Teníamos siempre comida, ropa, un chófer que nos llevara a cualquier sitio y apenas decía "me gusta..." la cosa en cuestión, mágicamente, se materializaba en el próximo cumpleaños o Navidad, mamá era una mensajera increíble.

    Sin embargo, no me había quedado contento con eso, apareció Kaoru y me quedé allí, porque supieron darme algo que ansiaba, una mezcla de pertenecer a algún sitio y de reconocimiento. La oscuridad era igual de interesante, por desgracia, y me lanzaba de cabeza a cada vacío que me ofrecían con cierta frecuencia. No me había sacado un título en buenas decisiones.

    Por eso el derecho a quejas estaba cancelado.

    Si bien Ryuuji redirigió mi atención tampoco implicó mayor cosa, de vez en cuando tenía la genial idea de recordar dónde empezaba yo y acababan los demás, así que daba igual. Haría falta un poco más de tensión de cuerdas ahora mismo, tenía pocas energías como para desperdiciarlas así y ni siquiera las usé para darle una respuesta que fuese un poquito más elaborada. El pobre suspiró con aburrimiento y, claro, no me dejó pescar la moneda que solo desapareció en su manga mientras soltaba que le gustaban las bestias.

    —Si quieres nos montamos un bestiario —ofrecí con una simpleza casi ridícula, devolviendo la mano a mi espacio—. Seguro te lo pasas bomba con la información.

    ¿Qué le estaba ofreciendo en verdad? Si era de la calle, incluso si venía de fuera, debía tener al menos una pizca de información y como yo mismo negociaba con esa clase de cosas, sabía que tendría que tener un flujo estable de algún sitio si no quería palmarla por ahí. Además, una parte de las bestias las conocía demasiado bien como para solo soltarle la data así a este loco. Podíamos negociar, en tanto demostrara no ser un peligro para mis personas.

    Lo vi detallar los bordados de las mangas de la sukajan, aprovechando mi posición para husmear la espalda y me tragué la gracia un segundo. A veces se me ocurrían puras estupideces, sobre todo con algunas neuronas de vacaciones.

    —Acabarás sacándome brillo si me miras tanto —murmuré, ligeramente divertido, poco después de su silbido.

    Terminó soltando que lo mío parecía cosa seria, se me escapó una risa por la nariz, encogí los hombros y su voz siguió alcanzándome desde atrás, pues se quedó allí. Giré el cuerpo de nuevo, porque esto de tener a Míster Acertijos a la espalda no me terminaba de gustar, y en resumidas cuentas reseteé la disposición anterior. Me desinflé los pulmones en un suspiro un poco exagerado.

    Siempre había una o dos razones, decía, hablándome a mí del por qué algo me gustaba y la sonrisa que me alcanzó el rostro cargó una pizca de resignación de la que no fui consciente. Parpadeé despacio, con las ideas algo lentas, y le puse ojos de cachorro mojado solo porque sí. Porque me salía bien.

    —Está bien si yo mismo me califico de aburrido, pero si dices que doy respuestas sosas vas a romperme el corazón —solté antes de darle una contestación en condiciones o algo así. Me quité la cara de lástima mientras fingía pensar, lo que acabé diciendo salió de la caja mental con la que llegué a la conclusión en la azotea de que lo imponente de la bestia no importaba en realidad—. Simbolismo, nací en Japón a final de cuentas. Son los guardianes de los dioses. Pueden ser benevolentes a pesar de su aspecto y el peligro que su fuerza les da. Perseverancia, inmortalidad, buena fortuna, protección... No me hagas hacer una lista, me va a dar sueño.

    El rojo es el color de la buena fortuna, había dicho Yako.

    —Ryū —apañé casi encima de mi propia respuesta—. Tu nombre usa el kanji de dragón, como dijo Jezebel. Lástima que no me gustes solo por eso, pero quién sabe, tal vez cambie el asunto. Tus monedas sirven aquí, ¿por qué?
     
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    Bruno TDF

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    El ofrecimiento previo fue una movida curiosa por parte de Dunn. Me detuve en sus ojos, durante el breve lapso que le llevó al dragón refugiarse dentro de mi manga. Qué intenciones aguardan detrás de esa máscara de niño bueno, me preguntaba…

    Así que un bestiario, eh…

    Me recordaba al paralelismo del zoológico, que integraba mis intercambios con Akaisa. Una metáfora animal que se hallaba presente en cada instancia del mundo y que servía para describir el comportamiento colectivo e individual. Claro que está que el zoológico evocaba a una idea algo más amable, familiar; donde hasta los animales más peligrosos eran contenidos en jaulas de neutralidad y la mínima cuota de corrección, aunque permitiéndose mostrarse los colmillos entre ellos. Y uno, el espectador, sólo podía desde las gradas para obtener un espectáculo. Pero… Lo que ofrecía Dunn apuntaba a una naturaleza por completo distinta.

    En los bestiarios no había dulces conejos.

    La sonrisa que le dediqué al zorro rojo fue… sombría. El dragón había desaparecido, así como yo de su vista.

    —Por qué no querría un bestiario, si ya dije lo mucho que me gustan —fue lo que respondí, antes de ponerme en su espalda—. Tal vez… debería considerar darte algo a cambio…

    Entonces, ya en su espalda, fue cuando me encontré con el dragón que condecoraba su ropa. Pese a que era un cabrón tocahuevos la mayor parte del tiempo, sí tenía el cerebro para destacar las cosas bien hechas, como la composición de esa imagen. El silbido fue aprobatorio. El comentario que hice, por su parte, me regresó a la vía de hacer el tonto, como me gustaba. Igual a Dunn pareció divertirle la cosa, lo que dijo de sacarle brillo me arrancó una sonrisa tan divertida como le fue el tono de su voz.

    Por ahora nos la estábamos pasando bien, dentro de lo que cabía.

    El leoncito no me concedió más tiempo para apreciar su dragoncito. Éste desapareció apenas se dio la vuelta, pronto volví a hallarme ante los ojos ambarinos de la criatura. Me sonreí por su perspicacia y entendimiento de la situación: en el mundo de las sombras era un error fatal darle la espalda a alguien de quien no tenías información.

    Instinto de supervivencia, justo como las criaturas de los zoológicos y los bestiarios.

    —Soy un rompecorazones, tendrás que acostumbrarte —contesté, divertido.

    Lo dije mientras me cruzaba de brazos y también apoyaba el costado del cuerpo contra la ventana, quedando así enfrentados. Dunn terminó por desarrollar un poco más su respuesta anterior, aludiendo al simbolismo de los dragones. Benevolentes pese su gran poder, que podía tornarlos peligrosos. Buena fortuna, protección y demás… Al escucharlo conservé la sonrisita socarrona, que no tardó en ladearse cuando detuvo un posible listado de simbolismos. Pensé que lo suyo sonaba noble por la benevolencia, pero… ahí estaba también el poder y peligro de los dragones, así que el anterior pensamiento un poco trastabillaba.

    ¿Qué es lo que buscas, Dunn?

    Antes de que pudiera soltar nada, el pelirrojo desmenuzó mi nombre, sólo quedó el sonido del kanji de “dragón” flotando sobre nuestras cabezas. Terminé por alzar una ceja, con la sonrisa divertida, cuando me tiró sin más que no le gustaba sólo por eso. Oh, vaya, ¿tendría que sentirme con el corazón roto, si lo tuviera? Qué mal, ah, qué mal. Aunque bueno, luego dijo que algo de eso podía cambiar e hizo una pregunta sobre la moneda.

    Sin que lo buscase, se me había presentado una oportunidad. Si quería aprovecharla bien, debía seguir el patrón de la conversación con Arata: ser directo y aflojar con los acertijos de mierda… un poco.

    Bajó un brazo, para que la moneda de deslizara hasta regresar a mi mano. La sostuve entre el pulgar y el índice. El dragón se elevó ante los ojos de Dunn, rodeado por su niebla de metal negro.

    —Esto es un Seiryu —decidí explicar—. Sí, sé que esa bestia sagrada no es de color dorado, pero qué te puedo decir: somos muchos a los que nos atrae lo que brilla, en su sentido más material…

    El dragón comenzó a girar sobre los dedos de mi puño ahora cerrado, justo como al principio.

    —Este dragón, por decirlo de alguna forma, te permite pasar a cierto lugar de Toshima —proseguí—. Es un club en el que trabajo, en Ikebukuro. Tan exclusivo, que no muchos saben de él. Yo estoy encargado de… publicitarlo, y ofrecer estos dragones guías —me sonreí, dando vuelta la moneda para que Dunn viera las letras de oro, las que indicaban una dirección—. Son algo que puedo ofrecer aquí dentro, a quienes le interesen, por eso digo que sirven. El club tiene las cosas de cualquier otro club… Alcohol, juegos de cartas, luces coloridas. Pero yo digo que no hay mejor sitio cuando uno necesita desahogarse.

    Atrapé la moneda entre dos dedos y la dejé al alcance de Dunn. Podía tomarla si quería, pero eso iba a depender de su agilidad.

    —¿Alguna otra pregunta? No seas tímido, que estoy con ganas de gustarte más~

    Ryuu dejó la moneda al alcance de Cay, pero no se le va a dejar fácil por el puro placer de boludear (?)

    Voy a tirar 1d20 en este post, vos también podría tirar 1d20 si Cay decide tratar de agarrar la moneda. Si supera el dado de Ryuu, se la habrá arrebatado uvu
     
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