Pasillo (Tercera planta)

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Tal y como había estimado, el transcurso de la mañana me permitió deshacerme de cualquier rastro de molestia, al punto de que casi me empezó a dar pena haberle respondido como le respondí a Torahiko. De por sí no parecía ser muy... ¿extrovertido? Llegué a preguntarme si se habría enfadado conmigo, but oh well, en definitiva no importaba demasiado. El vínculo que debía cuidar era Rowan, no su amigo.

    Cuando la campana sonó ordené mis cosas, recogí el almuerzo y mientras iba a la puerta revisé brevemente el móvil; los audios que le había enviado a Arata me salían leídos y sin respuesta, pero no le di mucha importancia. Podía no haber contestado por un sinfín de razones. Fui hasta la entrada de la 3-2, asomé la cabeza dentro para confirmar que Suiren se encontrara allí y esperé a captar su atención. Le sonreí y retrocedí hasta que mi espalda encontró la pared, dispuesta a esperarlo. Entre tanto, me distraje viendo a las personas pasar.


    Insane wenas wenas
     
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    Insane

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    El fastidio al parpadear se había disipado ligeramente enmedio de las clases, sin embargo me terminé cambiando de puesto para uno de los pupitres vacíos de atrás, al tener el mío al lado de la ventana el sol era cada vez más tedioso. La profesora no preguntó ni nada por ello, pues antes de subir a clase había pasado por la sala de profesores justo a pedir permiso para cambiarme de lugar en caso de que la luz me entorpeciera la atención. Como fuese, el tiempo fluyó como de costumbre, tomé las notas que consideré necesarias y ya cuando sonó el timbre me levanté del asiento.

    Paimon estaba con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, le moví la pierna con el zapato a lo que entreabrió los ojos para mirarme.

    —¿Observatorio?

    —Ya parece chiste el que lo aplace tanto, pero será para la próxima.

    Sus facciones no se inmutaron en lo más minímo, notando sin embargo que se me quedaban mirando desde la puerta, me señaló con el índice a lo que giré el mentón notando a Sasha, ella me sonrió y yo hice espejo de ello. Orn entendió que estaba pasando de almorzar juntos como era ocasionalmente costumbre, murmuró un si te asoleas te harás cenizas en lo que me giraba, me sonreí apenas respondiendo en el mismo tono de voz que ser Drácula me provocaba hastío, saliendo del salón de clases luego de que un grupo de chicas se amontonaran en el marco de la puerta, les di espacio para que pasaran primero, me sonrieron en el proceso a lo que regresé la sonrisa con la cortesía habitual; ya afuera en el pasillo noté el cabello vino de Pierce, estaba apoyada en la pared, caminé hasta ella.

    —Eres una mujer puntual, Sash —comenté con gracia, molestándola para ya luego preguntar—: ¿algún lugar pensado para almorzar?
     
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    Gigi Blanche

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    Luego de ubicar a Suiren dentro de su aula noté que hablaba con un muchacho moreno, el mismo de ayer, que fue, de hecho, quien advirtió mi presencia de primera mano. En lo que retrocedía pensé que debía ser su mejor amigo, ese del cual me había contado y que estaba contento de su mudanza. El móvil me vibró en la mano, pero en ese momento el chico finalmente salió y hundí el aparato en el bolsillo; podía verlo luego.

    Lo recibí con otra sonrisa y asentí con plena confianza ante su comentario. Noté al instante que se había quitado las gafas.

    —Por supuesto, soy una dama muy diligente~

    No había decidido ningún lugar específico para almorzar, la verdad, además... Giré el rostro, repasando el exterior de soslayo, y la luz del sol que sentía bañarme los hombros me hizo entrecerrar los ojos. Volví a él, detallé los suyos y no supe realmente si debía ser o no una variable a tener en cuenta.

    Not really —admití, encogiéndome de hombros con cierta inocencia—. Es mi almuerzo para ganarme tu perdón, ¿o no? Tienes el derecho de elegir el lugar.

    Suponía que un buen primer paso era saber su opinión.
     
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    Dijo ser diligente y no tenía intenciones de negarlo, a fin de cuentas recién había sonado el timbre; lo agradable en parte era que había traído almuerzo, de lo contrario esta hora solía ser bastante movida en la cafetería, así que el no estar en filas se agradecía. Enterré la izquierda en el bolsillo en lo que pasaba Ilana, le saludé y con la derecha mantuve sujeto mi almuerzo, cuando giré el rostro noté que Sasha observaba el exterior, no la imité, en realidad no podía imitarla en eso. Me miró de regreso y fingí demencia.

    —Supongo que debo sentirme alagado con ese beneficio —murmuré pensando en lo que nos acercábamos a las escaleras—, conozco la piscina, la azotea, la cafetería, los patios... y ninguno me apetece.

    Lo que no me apetecía era que ella supiese que no debía estar al aire libre, por lo que lo expresé entre líneas aunque busqué disiparlo al mencionar la cafetería, en parte esperaba no tener que decirlo directamente; digamos que con Rockefeller y Pai ya había gastado ese bono de estar bajo el sol y por como iba esta semana... no tenía más bonos por redimir. Mantuve la vista al frente, noté a Ilana entrar al club de fotografía, e imaginar el flash de las cámaras me provocó fastidio, fastidio que no demostré.

    —La enfermería suena lúgubre —solté una risa afable porque seguíamos en el punto inicial, me encogí de hombros recordando el lugar que había mencionado con Paimon hace nada—: No he ido al observatorio aún, Sash.
     
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    Amane

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    Los chupitos habían sido una idea terrible. I mean, suponía que si solo hubieran sido uno o dos, no habría sido tan malo, pero anoche no tuve el control suficiente como para parar con tan solo un par; tampoco me había inducido un coma etílico, vamos a estar todos tranquilos. Nada más me había pasado un poquito de la cuenta y había tenido que ir más tarde a clases, con un dolor de cabeza horrible y las ganas de morirme por el cielo.

    —Ugh... —murmuré, abriendo una de las ventanas del pasillo para sacar la cabeza por el hueco y básicamente derretirme contra el marco.

    Podía haber hecho eso mismo en el aula, sí, pero en realidad mi intención había sido ir a la azotea... simplemente me acabé arrepintiendo a medio camino (o me di cuenta de que no llegaba, más bien).
     
    Última edición: 17 Abril 2024
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    Gigi Blanche

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    Me dio pena el lío que parecía haberle caído encima a Kenneth de la nada, pero tampoco podía hacer mucho por él. Tampoco quería, digamos, inventarme las confianzas ni montar una escena, así que le deseé suerte mentalmente e intercambiamos nuestros números antes de despedirnos, dirigiéndonos cada uno a su respectiva aula. En nuestra clase había un chico nuevo y lo único que rescaté fue que, al parecer, provenía de Escocia. Como la amiga de Ko, ¿no?

    Con el campanazo del receso terminé de escribir la respuesta en la que estaba compenetrado, dejé caer el lápiz sobre el cuaderno y exhalé con pesadez, estirándome en la silla. La bendita pregunta de todos los días había llegado y no me apetecía responderla, la verdad. Pesqué el almuerzo que mamá me había envuelto y me incorporé, caminando hacia el pasillo. Mi único plan era comprar una bebida, de ahí... el universo diría.

    El universo, sin embargo, quizá tuviera otros planes. Me detuve al notar a la chica derretida sobre la ventana, repasé su cabellera rubia y la asocié con la muchacha que había conocido en la fiesta del campamento, con la que nos zampamos la botella de ron a trago limpio. Cualquiera diría que era una forma sólida de bautizar una relación, pero desde entonces no nos habíamos vuelto a ver las caras. Me acerqué, asumiendo que no me notaría, y le eché un vistazo más concienzudo. ¿Se sentiría mal? Estábamos a martes, ¿no? No quería ponerme a pensar tan mal de ella, pero...

    —¿Qué diría oba-san si te viera así? —murmuré a su lado, o más bien medio encima de su cabeza, dada su posición.

    Decidí apostar, digamos.


    no me dejan irme a dormir, qué cosas, qué cosas
     
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    Amane

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    No las había tenido todas conmigo, pero al final resultó que sí me quedaba un poco de buena suerte para aquel día, pues afuera hacía bastante más fresquito del que había esperado y eso me ayudó un montón con la jaqueca que andaba arrastrando. No anticipé para nada que alguien decidiera acercar a mi posición, incluso si no había manera alguna de que pasase desapercibida a ojos de nadie, y, aun así, no tuve fuerzas para reaccionar en cuanto sentí la repentina presencia ajena a mi lado.

    —Mhm... —murmuré, a medio camino entre un gruñido, un quejido y cualquier otra cosa que se le pareciera.

    Me tomó un tiempo procesar las palabras que la aparición había pronunciado, así como otro rato extra para reconocer la voz de la persona en cuestión. Cuando las neuronas me conectaron finalmente, eso sí, me decidí a girar la cabeza para poder mirar al chico y dedicarle una sonrisilla de nada, algo divertida.

    >>¿Granny? She would be like... "Alishita, la idea es que bebas para las clases, no la noche de antes. Ahora estás pasándolo mal por dos en lugar de estar pasándotelo bien en general" —contesté, intentando imitar el tono de voz de mi abuela al dar su posible respuesta, y se me escapó una risilla justo después de soltar el discurso—. And she'd be right.

    Me separé de la ventana entonces, irguiéndome lo suficiente como para poder mirar al chico de manera decente, y no dudé en aprovechar la nueva posición para repasarlo con la mirada, al mismo tiempo que me llevaba las manos tras la espalda, como toda una buena chica (which I was, of course).

    >>Mira eso, monte Fuji, tu carita bonita hace que me sienta mucho mejor. Ahora estás obligado a pasar todo el receso conmigo, ¿qué te parece? Lucky you~

    oh, no, qué problema unu
     
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    Gigi Blanche

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    La reacción de la chica fue bastante lenta, detalle que le dio aún más peso a mis suposiciones, y aguardé con una sonrisilla divertida. ¿De veras estaba con resaca un... martes? Joder, no recordaba ni a Rei haciendo esa clase de estupideces muy seguido. Cuando por fin me miró sólo le correspondí el gesto, tranquilo, y la imitación de su abuela me estiró la sonrisa. No me sorprendía la idea de que le diera un consejo de tan dudosa moralidad considerando lo que ya me había contado de la señora.

    —Y beber para salir un sábado es demasiado aburrido, ¿no? —bromeé en un murmullo, mientras la veía erguirse.

    Me repasó con la mirada, fue bastante evidente, pero lo barrí bajo la alfombra y la escuché soltar la tontería de turno. Con algunos cumplidos me ponía de los nervios y otros me corrían como agua bajo un puente; suponía que dependía de la honestidad subyacente que aparejaran, y este tipo de cosas... bueno, nunca eran verdad. En la calle se veían y oían mucho, fuese para rascarte un cigarro, una cerveza, un beso o un polvo. A Frank siempre le habían gustado.

    —Mi buen corazón me condena... —respondí, suspirando—. Ya que estoy condenado, ¿vamos a comprarte un agua?


    Antes de que pudiera decir nada, agregué:

    —Y no, no iré por ti —aclaré, junto a una risa de nada—. Bajarás conmigo. Te hará bien tomar aire, ¿no?
     
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    Insane

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    La niña sacó de su bolsillo una llave, la dejó balancearse y noté su sonrisa divertida. Mira nada más, se aparecía en mi aula a invitarme a acompañarla a un lugar que sentía como casa pese a no serlo, unicamente por ser cocina y estar tan acostumbrado a ese tipo de espacios, la manipulación de alimentos y todo lo relacionado a ello. ¿Había capturado mi atención? No, diría que teníamos un interés en común, o quizá dos.

    —Supongo que te sigo —me levanté del pupitre, cogí el móvil para dejarlo dentro del bolsillo del pantalón y la seguí fuera.

    El flujo de estudiantes aún era notable al apenas iniciar el receso, pero al menos estaríamos a un espacio cerrado, por lo que me sentía cómodo con estar lejos de tanta multitud y bullicio. Además, el trabajo de mi padre continuaba acrecentándose, por lo que apenas y me dejó hecho del desayuno, lo cual era algo aceptable, porque no pensaba rebajarme a comer cereal o algo así.

    Prefería llegar tarde a clase y hacerlo yo mismo.

    Como fuese, en el pasillo había un grupito de chicas que estaban compartiendo unos pockys, por lo que solté el comentario de turno:

    —No entiendo como les gustan esas cosas.
     
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  10.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    El pobre chico se sobresaltó de primera mano, pero en cuestión de un instante se acopló a la situación, salió despedido de su silla como un resorte y acató mi demanda, con título militar y todo. Me hizo gracia y me divirtió, pero ahora tenía un papel que desempeñar. Captain Abby, tho? I liked that!

    Alright, move forward, Sergeant!

    Caminé hasta el pasillo con cierta prisa, pero allí me detuve y lo esperé. Aproveché los segundos en que me alcanzaba para mirarlo y empezamos a andar en dirección a las escaleras, sin molestarme en explicarle nada ni mostrarle ninguna puerta. Tenían carteles, ¿no? ¡Y yo mucha hambre!

    —¿Cómo te llamas, por cierto? Yo soy Abby, encantada~
     
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  11.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Quizás toda la excusa de venir a buscar a Paimon para ir al club era porque no quería ir sola, pero tampoco quería ir con alguien que supiera cosas de mí. No recordaba haberle mencionado a Zoldryck el asunto del club, por qué lo había dejado en manos de Emily y todo el cuento, pero sí sabía lo de Kao y a veces me parecía demasiado. A Paimon todo se la sudaba tanto que no se preocuparía por lo que yo misma estuviera pensando, sobre todo en vista de que la vez anterior ni había podido pensar por tener que pensar en el protocolo social que él, claro, no había usado con Fujiwara y Verónica.

    —Bien.

    Fue todo lo que dije apenas accedió a seguirme y regresé la llave al bolsillo, con calma. En el pasillo noté que ya Alisha y Fujiwara, tampoco Al y regresé la atención a Orn cuando soltó un comentario que quiso arrancarme una risa. Lo miré de costado, escarbé en la tela que envolvía mi almuerzo y saqué la caja de pocky que me había dejado Zoldryck, alzándola a la altura de mi rostro.

    —¿Esto dices? —cuestioné solo la gracia—. Como bien sabrás, no toda la gente tiene paladar de chef de restaurante cinco estrellas. Azúcar de un paquete colorido está bien de vez en cuando en ese caso.
     
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  12.  
    Bruno TDF

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    Las horas matutinas discurrieron en sus cauces ya conocidos, como un gran ensayo consistente en repeticiones. Diferente era cuando el fragor de la campana del receso sacudía nuestros tímpanos, como en este momento preciso, pues su ruido traía la ofrenda de lo impredecible. Sabía bien que a mi alrededor se desataba un volumen inconmensurable de historias, la mayoría invisibles, y que en esa invisibilidad se albergaban secretos.

    Hoy tocaba dar continuidad a mi respectiva composición, una que había dado inicio la tarde anterior.

    Tomé el estuche de mis instrumentos de viento y, en un compás serenado, emergí hacia el pasillo. Debí acomodar las gafas sobre mis ojos para que la mirada no fuese golpeada por el color del cielo, que se apreciaba esplendoroso al otro lado de las ventanas. Dediqué unos segundos a absorberlo visualmente, con detenimiento, aun cuando era el cuadro con el que me encontraba todos los días al salir de mi salón; todos los días me ocupaba en esto, mis ojos devenidos en una cámara fotográfica. Tras segundos de quietud, continué desplazándome en dirección al salón de la clase 3-3.

    En la proximidad de su puerta, me hallé de frente con una chica albina. En sus manos traía un bento envuelto en pañuelo, en conjunto con una botella de agua. Debí acercar el mentón al cuello, apenas unos centímetros, para lograr encarar sus ojos de profundo azul.

    —Buenos días, Gaspy —saludó, con su jovialidad vibrante y sostenida.

    —Verónica…

    La había conocido ayer, en este mismo pasillo, durante los últimos suspiros del receso. Tal encuentro me produjo un mix de desconcierto y embrujo, pues éste consistió en reunir a esta muchacha con su compañero: el gorrión blanco que se había aferrado a mi flauta, que además respondía con precisión a las melodías de su voz suave.

    La chica reparó en el estuche que traía en mi mano, cuyo tamaño de por sí era llamativo. Contenía mi saxofón, mi clarinete y la flauta traversa, todos fragmentados. Fue lo que confirmé a Verónica luego de que me preguntara qué había dentro. Sus ojos se iluminaron con una transparente ilusión, frente a la que me mantuve impávido.

    —¿Vas a volver a tocar en la azotea? —buscó saber— Justo pensaba ir a almorzar allí aprovechando que el sol está algo más suavecito —sus iris oceánicos me recorrieron sin ningún disimulo— Pero no traes nada para comer, ¿verdad? Puedo compartirte si quieres, alcanzará para los dos.

    —Mi destino actual busca desembocar en otro derrotero —respondí, sereno, alzando la cabeza hacia el aula 3-3—. ¿Se encuentra Fiorella? Tenemos que hablar del proyecto.

    —¿Fio? Claro que sí, está comiendo galletitas en su asiento —respondió Verónica con una risa cargada de ternura—. Bueno, si deben tratar el asuntito del proyecto, mejor lo dejamos para otro día, ¿sí? Que me encantaría oír la música con la que hipnotizaste a Copito.

    —Cuando quieras…

    Me despedí de la albina con una leve inclinación, tras lo cual desapareció de mi vista como un destello, en dirección a la azotea. Su presencia era armoniosa y equilibrada, condimentaba con notas de cierta intensidad que, pese a todo, no rompían la composición de su persona. No me volteé para verla marcharse, en todo caso, sino que continué mi camino hacia el salón 3-3.

    Tal como Maxwell señaló, Fiorella permanecía en su pupitre. Su cabello de fuego resplandecía incluso entre las paredes del aula, mas su brillo era menos violento para mis ojos, penetraba en mis pupilas con más sintonía. No quité las gafas, sin embargo.

    —Fiorella —llamé, mi voz atravesando el resto de los murmullos.

    quem Buenas, sale un Gaspy con relleno para llevar :shark:
     
    Última edición: 20 Abril 2024
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  13.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Con el sonido de la campana me apresuré directamente hacia la clase de Kaia. Apenas la detecté a ella seguí escaneando el espacio en busca de Shimizu, pero no pude encontrarlo y su ausencia trastocó ligeramente mis planes. ¿Habría salido tan rápido? ¿Quizá no había venido? ¿O se había retirado a media mañana? Con la incertidumbre rebotando volví a Kaia, quien se reunió conmigo sonriendo como siempre. Su semblante se ensombreció ligeramente al notar mi seriedad y retrocedí hasta la ventana, en silencio.

    —¿Ocurre algo, Yu? —inquirió, siguiéndome.

    —¿Qué tal las clases?

    Parpadeó, confundida, y me observó, probablemente buscando alguna respuesta. Le sostuve la mirada en perfecta compostura y ella cedió.

    —Bien, normal. ¿Las tuyas?

    —Aburridas, como siempre —concedí, cambiando el peso de un pie al otro, y Kaia se rió en voz baja.

    —Es cuestión de predisposición, ¿sabes? Si te empeñas en odiar la escuela siempre será horrible.

    —No necesito esforzarme para que sea horrible —murmuré, paseando la vista por el pasillo.

    Conversamos un rato más, me contó un par de tonterías inconexas de su clase y, cuando estábamos resolviendo dónde almorzar, cuando había descartado mi plan inicial, el cabrón reapareció como invocado por mis propios miedos. Noté su presencia apenas alcanzó el tercer piso, volteé el rostro y la anécdota de Kaia se disolvió en el aire; probablemente no fui capaz de disfrazar a la perfección mi semblante. Shimizu cruzó el espacio junto a un profesor, aún viéndose como hoy en la mañana, y se detuvieron frente a la oficina de la directora. Deslicé la mirada a Kaia, quien seguía enfocada en él, y en su perfil encontré las respuestas que había pretendido buscar. Las que no quise encontrar. Sentí un revoltijo de ansiedad y frustración, solté el aire de golpe y le toqué el brazo. Apenas regresó a mí parpadeó y bajó la mirada.

    Había fallado.

    —Lo vi hoy en la mañana —susurró, fue una suerte de confesión, y enredó las manos al frente—. Subió directamente a la azotea y luego no apareció en el aula, pensé que se habría ido a casa pero...

    No necesitaba buscar información de ningún tipo para adivinar lo que ocurría. El pobre infeliz llevaba la noticia impresa en el cuerpo y mi semblante se comprimió al escuchar a Kaia. ¿No podía quedarse en casa? ¿Tenía que ser tan imbécil de pretender venir a la escuela en ese estado lamentable? ¿En serio?

    —Ya lo hablamos, Kai —murmuré, intentando modular mi tono; seguía sin mirarme—. Prometimos no involucrarnos, no tiene sentido.

    —Ya lo sé —soltó con cierto apremio, bajé la mirada a sus manos y ella giró el rostro hacia un costado—. Ya lo sé, pero...

    Aguardé, observando su perfil, y sentí que algo iba mal. Fue un presentimiento, una disonancia entre nosotros, y arrugué el ceño. Había algo que no me estaba diciendo.

    —¿Pero qué? —indagué, en voz baja.

    Ella sorbió por la nariz, volvió a clavar los ojos en el suelo y yo apreté los labios, sintiendo la ansiedad burbujearme dentro del cuerpo.

    —Tenía tres hijos, Yu —susurró, su voz amenazó con quebrarse y sus hombros temblaron ligeramente—. Sólo son niños, y Arata... él... se había ido y...

    Lo comprendí, lo comprendí como una bofetada y la mierda fue tan certera que estuvo a punto de patearme la tranquilidad al carajo. Volví a removerme, tensé la mandíbula y escaneé el pasillo en ambas direcciones. Quise y no quise reprenderla, quise y no quise reclamarle la estupidez que claramente había hecho, pero si de algo no dudaba era que aquí, a ojos de todo Dios, no quería que ocurriera nada. Alcancé sus manos y me incliné en su dirección.

    —Ven conmigo —le pedí, en voz baja.

    No opuso resistencia.
     
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    quem

    quem Orientador ejemplar Orientador

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    Realmente mis emociones estaban divididas en dos partes, pues la llegada de Adara me había dejado una gran sensación, pero en el momento en el que la vi cara a cara todo mi rostro se desfiguró por completo, no pensé encontrarla, así pues, estaba más pálida de lo que tal vez ya era y que feo porque la chica que tuve al frente no era para nada la Adara que estuvo aquí antes de irse.

    Lo sabía muy bien, la visita a Grecia y justamente en ese lugar no le sentó para nada bien más que nada. Yo me sentí igual en cuanto visite a mis padres en Italia y me dolió, no lo pude negar, realmente el dolor fue demasiado insoportable.

    Suspire en lo que habría unas galletas, había traído tres paquetes, ya tenía comido la mitad de uno, entonces recordé que uno no me pertenecía y tenía que entregarlo para ser sincera no estuve a la expectativa en cuanto Kohaku salió del salón, era demasiado despistada para mi suerte termine masticar en lo que me levantaba hacia su asiento, lo mire fijo y saque un post-it, del color de su cabello…

    Hola Ko.
    Tal vez, no hayamos hablado demasiado estos días Pero por aquí te dejo estas galletas.
    Pd: ¿te doy un adelanto breve?, son de limón.
    Disfrútalas.
    F.B


    Solo puse las iniciales, la de mi nombre y mi apellido, él sabría reconocer mi nombre, de seguro que sí, aún casi nunca lo llamaba Ko. Deje todo guardado en su mochila y la deje tal y como la encontré, claramente no me olvide de insertar un jugo después de todo había traído uno de más. Como si nada con una sonrisa en mi rostro regrese a mi asiento, seguí con lo mío disfrutando de las galletas, si salían o entraba ni cuenta me daba o bueno, eso cambió en cuanto sentí que me observaban antes de que mi nombre fuera pronunciado estaba terminando de masticar en lo que giraba la cabeza hacia la voz.

    Era Gaspar.

    De pronto me acordé en lo que paso en la azotea. Parpadee en poco al ver de quién se trataba, ladee la cabeza y espere por algunos segundos antes de guardar todo y caminar hacia el chico.
    Una de mis manos recorrieron las hebras de mi cabello, lo terminé de esparcir en mi espalda.

    —Gaspar —fue un pequeño saludo, le regalé una pequeña sonrisa—. ¿Me solicitabas?

    Holis uwu, tal Bruno TDF hasta que por fin pude postear disculpáme la demora.

    Y Gigi Blanche heyo por ahí Fio-chan le dejo algo a Ko uwu.
     
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    Bruno TDF

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    Nuestro encuentro de la azotea no fue producto de una improvisación, fue esta la premisa que compuso mi intención de dar con Fiorella. Era difícil determinar si el intercambio de ayer podía verse como una conversación, nuestras palabras sólo se encasillaron entre las plumas del gorrión blanco y, luego de eso, el silencio fue la música que abrazamos. De haber querido seguir usando la melodía de léxico oral, me habría visto en dificultades para desarrollar ideas coherentes, por obra y gracia de la resaca que quemaba mis ondas cerebrales. Pero sin importar los escenarios hipotéticos, se me grabó la sensación de que Fiorella pretendía tocar un tema más específico.

    Lo entendí esta mañana, al ver de casualidad los letreros del tablón y encontrar nuestros nombres encerrados en una misma agrupación. Junto a Laila Meyer y Morgan O’Connor, las que reconocía como compañeras de mi salón, más una figura desconocida, determinada como Kaia Hattori. ¿Familiar de esta otra persona que asistía al igual espacio áulico, aquel conocido como Yuta?

    Esperé a que Fiorella procesara mi presencia y guardara sus cosas para, posteriormente, apersonarse en mi cercanía. Mi mirada se desvió al vaivén de su cabello, al ser este echado sobre su espalda; el brillo danzó frente a mis pupilas, danzando en la oscuridad de los lentes como si fueran el crepitar de una llama. También reparé en la suavidad de sonrisa, a la que correspondí con una leve inclinación de cabeza, sin perder mi aire estoico.

    —He visto que estamos en el mismo grupo para el proyecto escolar —comencé a decir, luego de que preguntara si la solicitaba—, y conjeturo que ayer querías hablar del tema.

    También suponía que correspondía disculparme por la actitud distante de ayer. Mas, no era algo que me preocupara en demasía. No por malicia, sino por mera neutralidad frente al mundo.

    —Creo que la sala de música es un buen lugar para discutir posibles entrevistados —dije, alzando ligeramente el estuche que traía en una mano, para que lo notara—. Siento decir que yo no cuento con candidatos firmes.

    Estaba mi padre, prestigioso empresario que dejó todo lo que tenía en San Petesburgo para ser parte de un imperio descomunal en Tokio, y que me arrastró con él. Nuestra relación era demasiado inarmónica como para solicitarle colaboración.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Le había dicho a Arata que no le haría más favores, pero pasarle a Sasha la información no contaba como un favor en realidad, el favor era haberme guardado la información hasta el final de la clases porque la tenía atascada en el cuerpo. Al verlo aparecer en el patio, atraído por la canción, pensé en la ausencia de Anna y en Sonnen, pensé en Kohaku en los baños temblando como papel y entendí de golpe que no podía solo fingir demencia. No de nuevo.

    Que era incorrecto y terrible.

    Con el mensaje de Sonnen, en cualquier caso, no intenté buscar directamente a Shimizu porque se estaría muriendo, al menos no ese día, pero ya para hoy por la mañana estaba atorado en escenarios hipotéticos. Todo lo que pude pensar fue que le habría pasado algo a su madre o a sus hermanos, pero para que llegara en ese estado la cosa tenía que ser bastante fea y, ni idea, me daba miedo la respuesta. Siempre me daba miedo la respuesta, pero no había ganado nada de la cobardía en mi vida últimamente.

    Había llegado temprano, luego del protocolo de cada mañana subí al tercer piso donde me acerqué a una de las ventanas, la abrí y me apoyé en ella, el viento bastó para revolverme el cabello, pero era aire de primavera así que me oxigenó algunas neuronas. Saqué el móvil, le envié un par de mensajes a Jezebel por lo del proyecto, aunque ayer en las clases de la tarde la había notado algo dispersa, y luego busqué el contacto de Arata. El imbécil tenía una conexión reciente, así que aunque dudé, le marqué y me respondió, contra todo pronóstico. Le hice preguntas de protocolo, que cómo llevaba el withdrawal de cojones que debía tener y el otro me fue contestando a velocidad de caracol.

    Estaba por colgarle cuando llamó a mi nombre, así que hice un sonido afirmativo para que supiera que lo escuchaba y me soltó la bomba: su viejo estaba muerto, habían tenido que reclamar el cuerpo en la jefatura de Shinjuku. Me quedé mirando un punto cualquiera en el paisaje, con el cuerpo tenso, la cabeza anulada y sin saber qué decirle. Si yo no hablaba de mi padre, Arata hablaba muchísimo menos del tipo y me tuve que preguntar qué sentiría yo si un buen día alguien le metía un tiro a Liam, si simplemente se moría.

    Y así, nada más, el mayor de nuestros demonios desaparecía.

    ¿Qué pasaba con el hijo que poseía su fantasma?

    La asociación fue repentina, casi intrusiva, pero pensé en mamá y llegué a pensar en la madre de Arata, aunque nunca la había visto. Le pregunté cómo lo llevaba ella, me dijo que estaba hecha un trapito para resumir y solo entonces fui capaz de decirle que lo sentía mucho, que debía ser difícil para ella, así que si necesitaba que fuese a su casa a dejarle algo luego de la escuela o solo a pasar el rato me lo dijera. Él asintió, cortó y yo me quedé en la ventana mirando el teléfono como imbécil.

    En algún punto recordé a mamá anoche, mientras se preparaba para la cama, cantando en irlandés. Me costó pescar las palabras, pero en la melodía, o lo que calificaba más como lamento, y lo poco que pude entender era una canción terriblemente triste. La única frase que pude entender completa, rellenando un par de palabras, solo acentuó la idea.

    ¿Será que no me reconoces, a mí, tu más amada?

    Suspiré, volví a guardar el móvil y me quedé con la cabeza asomada a la ventana. Arata era un desastre con patas, algo de lo que no debía poder hablar yo mismo, pero podría salir. Confiaba en ello y quizás de esa confianza provenía la ligera calma que conservaba. Si estaba en casa ya no seguiría girando sobre sí como debía haberlo hecho todo el fin de semana, ahora seguía la purga y entonces volvería. Resurgiría de sus cenizas, ¿pero a qué precio? ¿Cuántos años más resistiría su cuerpo?

    Arata llevaba agotado desde que podía recordar.

    Volví a respirar con algo de pesadez, el lamento irlandés me siguió dando vueltas en la cabeza y al final repliqué la melodía, el sonido como lo recordaba, en un murmuro pues no podía rescatar suficientes palabras para siquiera pretender seguir un par de versos. Era extraño, ¿no? La manera en que las buenas cosas coexistían eternamente con la muerte y el caos.


    próxima que mande una cosa de estas alguien va a banearme *c autobaneaba* anyways, lo dejo ahí. La cinta no cuadra, pero tampoco cuadra ninguna de las otras (?

    lo más increíble es que acabé llegando a un PAPER ACADÉMICO de 1988 sobre la tradición del lamento irlandés (cuoineudh) y woah, qué buen servicio. Anyways el que digo es este
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Mientras avanzábamos por el pasillo, ella empezó a ponerme al día con los avances que ya parecían haber hecho con respecto al proyecto. Resultaba que ella ya había hablado con Zoldryck, que si mal no recordaba era Kasun-san, y hasta habían decidido a un posible candidato para la entrevista: su sensei. Ladeé ligeramente la cabeza al escucharla decir aquello, con cierta cuota de curiosidad en el rostro, y no mucho después volví a erguirla, dejando salir un "ah" de reconocimiento una vez explicó de qué se trataba.

    —Todo eso suena muy bien, Maxwell-san —comenté, recuperando la sonrisa suave con mis palabras—. Yo no tengo muchos conocidos aquí en Japón. Mi mamá trabaja en atención al cliente y... —me corté a medio camino de añadir algo más, intentando obviar el impulso que tuve de mencionar a Tadao, y carraspeé un poco para disimular—. Bueno, estoy convencida de que tu sensei nos ayudará mucho más. El lunes os veré en la sala de entrevistas, entonces... y cualquier otra cosa, siempre puedes buscarme en la 3-2.

    y con esto voy cerrando por aquí uwu
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Apoyé la espalda en las ventanas y hundí las manos en los bolsillos, echando el peso sobre uno de mis pies. Esperé en silencio, esperé y esperé mientras la gente fluía en direcciones aparentemente azarosas, pero terriblemente predecibles. Mantuve mi atención dividida entre la clase frente a mí y mi izquierda, anticipando que, a este ritmo, acabarían colisionando. Kaia Hattori se incorporó, comenzó a recortar la distancia y me notó a mitad de camino, lo supe. Era mi intención, al fin y al cabo.

    Lancé los ojos hacia el costado, fue un instante y regresé a la chica. Cuando finalmente se dignó a mirarme ya había salido al pasillo, detectó lo que yo mismo acababa de comprobar y juraría que algo en su cuerpo pareció relajarse. Al menos debería agradecerle que no me forzó a llamarla ni levantar la voz.

    —Vas a agujerearme la espalda a este paso —solté, serio—. Prefiero que abras la boca si tienes algo que decirme.

    Los Hattori se reunieron frente a mí y Kaia exhaló por la nariz, arrugando el ceño tan sólo un poco. Yuta se mantuvo increíblemente neutral y me pregunté, o más bien sentí, que había ocurrido algo, lo que fuera, entre ambos. Él también estaba mirando a su prima, como si le interesara lo que tuviera para decir.

    —¿No podrían haberlo desaparecido y ya? —cuestionó ella, tras un lapso de duda—. ¿Tenían que forzar a la familia a pasar por esto?

    Tomé aire y lo solté con pesadez, maldiciendo mentalmente a Frank. El hijo de puta andaba defendiendo a este par de críos pero claro, él no tenía que soportarlos aquí ni ser el buzón de quejas diario. Me armé de paciencia y organicé el discurso antes de abrir la boca, y usé ese momento para lanzarle un vistazo a Yuta. Para haber sido él el dolor de culo el otro día, ahora estaba bastante tranquilo. Regresé a Kaia y creí comenzar a reconstruir los hechos.

    —Cadena de mando. Estás familiarizada con el concepto, imagino. ¿Acostumbras justificar a tus superiores o te limitas a obedecer órdenes? —Suspendí un breve silencio sin moverme de sus ojos ni un milímetro—. Las quejas a Frank, si tienes los huevos, y suerte con eso. No se caracteriza precisamente por su paciencia.

    —Dubois no es tu jefe —replicó al instante y una sonrisa incrédula danzó en sus labios—. ¿Crees que son los únicos haciendo su trabajo?

    —Y no me ves criticando sus decisiones hasta el hartazgo, ¿o sí? —Le lancé un vistazo a Yuta, demostrando mi punto—. ¿Tengo que recordarte que vendiste a tu tío como un cerdo de matadero?

    —Su familia no tenía nada que ver —insistió, acercándose ligeramente—. Podrían haber salvado del disgusto a una pobre mujer y un par de niños que nada tienen que ver con todo esto.

    Un par de niños. La comisura de mis labios se torció hacia un costado, fue una sombra que apenas me tintó la voz con una gota de ironía. Sabía de la existencia de los dos mocosos que le seguían al mayor, pero su elección de palabras fue cuanto menos curiosa.

    —¿Qué estás haciendo, precisamente? ¿Justificar a la réplica de Shimizu o negar su existencia? —Le eché un vistazo a la 3-3—. Bueno, no que haya aparecido estos días.

    —¿Y por qué crees que es?

    —Nadie mejor que un shinobi para conseguirme la información, ¿no?

    —De acuerdo, los detendré aquí —intervino Yuta, exhalando con pesadez, y me miró—. Sólo respóndele, no va a matarte.

    Estaba hasta los putísimos huevos de toda esta gente. Clavé los ojos en Kaia y la molestia me repiqueteó en el cuerpo. Se había montado el espectáculo del siglo en el club, hablando tan fresca de negocios y amenazas, ¿y ahora se creía en el derecho de defender a los pobres y los inocentes?

    —Nos desentendimos del destino de los cuerpos —contesté, monótono—. Era parte del plan. Lo que haya pasado con Shimizu no es nuestra responsabilidad.

    Kaia no reaccionó en ninguna dirección, no inmediatamente. Pude imaginar la secuencia de emociones robándole la compostura de a mordiscos, la rabia, la angustia y la necesidad de clavarle la daga a una diana; pero yo no era su chivo expiatorio. Si pretendía quemarme tendría que lanzarse conmigo, lanzar a su primo, lanzarnos a todos por el puto risco. Retrocedió un paso, le avisó a Yuta que ya volvía y se fue en dirección a los baños.

    Su ausencia me quitó la tensión del cuerpo, por poca que fuera, y exhalé. Yuta se apoyó en la pared, a mi lado.

    —No te preocupes por ella —murmuró, fue un anuncio y una promesa, y sonó oscuro a cagar—. Cometió algunos errores, pero aprenderá de ellos.

    —¿Qué hizo? ¿Espiar a las víctimas? —bromeé, o al menos pretendí hacerlo; al mirar a Yuta entendí que le había atinado y la sorpresa se me coló en el rostro—. ¿Me hablas en serio?

    —Es complicado. Nacer con la aptitud para algo es sencillo, no poseerla y obviar la posibilidad también, pero ¿qué le ocurre a alguien forzado a dar resultados de la forma incorrecta? Cuando el talento que podría haberte dado tanta felicidad es lo que te condena a ser miserable. ¿El alma no se nos hace añicos, acaso? —Noté que me miraba por el rabillo del ojo—. En algún momento se creyó que nacíamos como tabulas rasas y que los demás podían moldearnos a su antojo. Hay gente que lo sigue creyendo. Y da igual cuál sea la verdad: cuando te tratan como una tabula rasa acabas convirtiéndote en una. Eso fue lo que yo pensaba.

    Yuta despegó la espalda de la pared un segundo antes de que su prima regresara al pasillo y lo miré. En su rostro había una sonrisa ligera, serena, y agregó:

    —Al menos hasta que conocí a Kaia.

    Qué forma más extraña y complicada de decirme que la niña era buena por naturaleza, de verdad. No hice nada con el discursito más allá de haberlo escuchado y aproveché que lo tenía allí para avisarle de las novedades.

    —En estas semanas recibirán noticia nuestra. Ten a tu grupo listo.

    —¿Por fin nos armaron un plan? —replicó, ligeramente burlón, y una sonrisa danzó en mis labios. Pobre imbécil.

    —El plan lleva meses armado, Hattori. Ustedes sólo fueron una afortunada coincidencia. —Podría haberme callado, pero la tentación me picó en el cuerpo y, justo antes de irme, agregué—: ¿Por qué piensas que buscamos controlar la frontera de Tokio?


    Para abrir la puerta.
     
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    Bruno TDF

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    Me quedó un relleno de tamaño sideral. Ryuuji está abajo del tocho este uvu

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    Había en mi salón una figura en particular, que captaba mi interés.

    Apenas llegaba a nuestros oídos el anuncio de los recesos, esta persona era de los primeros en dejar el salón, desvaneciéndose junto con el sonido de las campanas. Hoy no fue la excepción. En los pocos días que llevaba en la academia Sakura, noté que los estuches que traía consigo cambiaban de forma y tamaño; para el presente caso, se echó a la espalda el de una guitarra eléctrica. Atravesó el umbral del salón mientras lo miraba desde mi pupitre, pensativa. Al principio me parecía bien que existiéramos en planos separados, recorriendo nuestros senderos. Había hablado una sola vez con él, y fue hace varios meses, por lo que no nos conectaban compromisos de ninguna índole. No tenía por qué reconocerme, lo cual iba acorde con el objetivo con el que asistía a esta academia.

    Y me preguntaba hasta qué punto estaba bien fingir olvido.

    Él no tuvo influencia alguna en mis asuntos, no en su totalidad. Pero por algún motivo, quizá porque mi corazón conservaba la maldición de la bondad, consideraba que ignorarlo era una injusticia. Sobre todo, desde el encuentro fortuito con Matsuo y Koemi.

    Se había retirado del salón con su guitarra. Yo hice lo mismo. No esperaba verlo hasta el final del receso, considerando la manera en que desaparecía… Pero me sorprendí ligeramente al ver que se había quedado en el pasillo. Miraba hacia una de las ventanas, ajustando sus gafas oscuras. Miré su espada, la cabellera rubia y la postura serena... Y finalmente dejé escapar un suspiro, suave e inaudible... En otras circunstancias habría seguido mi camino hacia la cafetería, tal cual lo tenía planeado, para mantener esta distancia invisible, casi espontánea. No éramos amigos, y hasta me cuestionaba si por haber mantenido una sola conversación en nuestras vidas… podíamos siquiera considerarnos conocidos. Quizá fue este último pensamiento lo que hizo que me colocara a su lado, para acompañarlo en la contemplación del cielo.

    —Sóloviov-san.

    Gaspar giró la cabeza. Cuando le devolví la mirada, lo único que hallé fue mi sonrisa cortés reflejándose en la oscuridad de sus gafas.

    —Kaoru.

    Mi sonrisa se extendió algunos milímetros, con sutileza. No supe exactamente por qué.

    —Ha pasado un tiempo, ¿verdad? —mencioné, aludiendo a los dos años y medio transcurridos desde nuestro primer y último encuentro.

    —Apenas un rasguido de cuerdas.

    Mi sonrisa volvió a extenderse. Gaspar parecía conservar su carácter sereno y misterioso, además de la costumbre de utilizar metáforas relacionadas con la música. Desde mi punto de vista no había cambiado mucho, pero eso no había manera de saberlo. Podías ver la piel, pero no la dimensión interna de las personas. Sólo nos quedaba la opción de interpretarlas según nuestros propios conceptos. Y mi sensación fue que… a Gaspar se lo notaba más compuesto que hace dos años y medio.

    —El mundo es un pañuelo, como suele decirse hasta el hartazgo —comenté, reflexiva—. No imaginé que te vería en la misma escuela, y más me impresiona haber sido asignados al mismo salón.

    —¿Tiene, esto, el tono de una coincidencia?

    Lo miré. Gaspar había desviado la vista hacia el cielo, que se desplegaba al otro lado de la ventana, con trazos de nubes blancas. No lo conocía, sólo habíamos hablado una vez, en la fiesta de Año Nuevo que organizaba el grupo empresarial del que formaban parte nuestras familias. Pero no detecté una pizca de malicia ni ironía en su pregunta.

    —Supongo que no, al menos en su totalidad —admití, cortés—. Somos hijos de familias prestigiosas, supongo que era cuestión de tiempo que termináramos en una institución de esta categoría.

    —¿Y cómo te sientes? —preguntó él entonces, mirándome nuevamente— Con tu mudanza…

    Hubo una pausa, profunda, algo pesada. Dos años y medio atrás, cuando hablamos en esa fiesta, yo le había planteado la misma pregunta. Gaspar llevaba apenas un mes en Tokio cuando lo conocí. Por aquel entonces dijo que no quería estar aquí, y en cambio yo…

    —No lo sé…

    Gaspar asintió, calmo. Agradecí que no añadiera mucho más a la conversación. La mudanza seguía siendo un asunto sobre el que no sabía cómo sentirme. En ese momento, creí comprender todo lo que debió implicar para Sóloviov en su momento, quien vino desde la lejana San Petesburgo por algo que era mucho más grande que él. Más poderoso que todos nosotros juntos.

    —¿Vas ensayar? —pregunté, mirando el estuche de su guitarra.

    —No —respondió—. Se trata de una despedida.

    No supe interpretar aquello. ¿Puede que se tratase de un asunto de nostalgia? Considerar esta posibilidad me llevo a descartar la idea de acompañarlo.

    —Entonces no te importuno más —concedí, dedicándole una amable reverencia—. Me alegra volver a hablar contigo.

    —Que esta melodía se repita, armoniosa.

    Asentí, tomando aquello como una especie de promesa. Con el estuche de la guitarra pendiendo de su espalda, Gaspar cruzó el pasillo y si figura, alta de por sí, tardó un poco en desaparecer escaleras abajo.

    Continúa con Ryuuji


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    —Me partes el corazón en pedacitos, Taka-chan.

    Nakayama se volteó con un sobresalto que fue bastante chistoso de presenciar. Pobrecita, se notaba a todas luces que últimamente dedicaba más tiempo de la cuenta a vivir entre sus pensamientos. Sin ir más lejos, le llevó unos cuántos segundos decidirse a hablar con el hijo de Slavik Sóloviov; se quedó toda pensativa en el umbral de su salón mientras le clavaba los ojos en la espalda. Observé todo esto apenas salí de la 3-3 y, claro está, por qué no, me acerqué con el sigilo de un animal hambriento para escucharles la charlita.

    Los ojos grises de la chica se clavaron en mí, con ganas de fulminarme. Pero Kaoru era demasiado buenita como para eso, contuvo sus instintos y sólo se limitó a esbozar una sonrisa cortés. Más falsa, obvio.

    —Buenos días, Matsuo-kun.

    Suspiré, poniendo una cuota de exageración a la acción.

    —Con Koemi te largas a llorar, a Sóloviov le saludas como si no se hubieran visto una sola vez en sus vidas —seguí, enumerando con los dedos; otro suspiro exagerado—. ¿Es que ya no te importo, mi estimada? ¿Tan poco quieres a tu fan número uno?

    Silencio.

    —No lo entiendes —replicó ella; aunque su porte mostraba tranquilidad, la voz ya había sido capturada por la tensión—, y no querrás entenderlo nunca...

    —Mejor para ambos, ¿no? —me sonreí.

    Comprimió su carita de ángel, aunque no tardó en recuperarse. Nakayama desvió los ojos hacia un costado, evitando mirarme.

    —Debo irme a…

    —Me da lo mismo lo que hagas —interrumpí—. Disfruta el día y no olvides quién te tendió la mano cuando no tenías a nadie…

    Kaoru no pudo contenerse esta vez. Sus ojos se tornaron duros y afilados. La mirada de halcón que tanto admiraba. Estaba molesta, muy molesta, y lo gocé con una sonrisa socarrona. Porque los dos lo sabíamos: que su fastidio se debía a que yo tenía razón.

    Me dio la espalda, apenas sí tuvo la decencia de despedirse con una palabra veloz y solitaria. Alcé la mano por hacer el tonto, mientras la veía desaparecer en el tramo de escaleras por el que se había ido Sóloviov.

     
    Última edición: 9 Mayo 2024
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    Insane

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    Había dormido como un oso perezoso la noche anterior, me levanté rejuvenecido por lo que las clases me habían entrado al cerebro sin siquiera hacer el esfuerzo, suponía que era lo que me llevaba al memorizar con facilidad lo que solía leer por culpa de papá, pero nada que hacer. Me levanté del asiento, bostecé al tener algo de hambre y eché un vistazo por el salón de clase, ubiqué a mi capitana pero parecía estar con un rubio de otra clase, aunque el tipo tenía una mala cara que uy, que miedito~

    Decidí salir del salón, supuse que pasaría el receso solo como un perro callejero o como todo chico nuevo mientras hacía eso de amistades y no sé que. Me puse a tararear una canción en lo que caminaba por el pasillo, entre el gentío ubiqué a la niña bonita que me guió al salón el primer día y un chico que ni idea, me acerqué de metido porque así era, notando que la mirada de Kaoru-chan se tornaba como dagas, alcé las cejas ligeramente; no tenía como ver la cara del muchacho porque me estaba dando la espalda pero éste alzó la mano como despidiéndose.

    —Vaya, vaya. Hacer que una niña bonita te mire así —murmuré divertido tras él—. Han de ser buenos amigos, ¿no?~

    Esperé a que girara la cara para mirarme al ya estar a su lado, enterré las manos en los bolsillos y continué mirándolo de perfil, con una sonrisa juguetona en los labios.

    >>Soy nuevo por aquí, ¿me acogerías para no perderme?
     
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