Interior Pasillo (Planta baja)

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 10 Abril 2020.

  1.  
    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Ignoró el hecho de que los dedos de Aaron causaron fricción en sus antebrazos, relajando el cuello al mover la cabeza de derecha a izquierda, como si fuese a tocar con sus oídos sus propios hombros.

    Despejar.

    Controlar.

    No dejarse llevar.


    Su terapeuta resonaba entre su cabeza, manteniéndose en una sola línea, o al menos, tratando de hacerlo. Buscó sin demorarse mucho en sacar de su bolsillo un bombón de fresa, el cual metió en su boca casi de forma apresurada, manteniendo la manía de ser un ansioso de mierda a raya. Ni siquiera recordaba si esa tarde había club de baile, aquello hubiese sido bueno para él.

    <<De todo lo que cruzó tu cabeza, marcarme fue tu mejor opción... más te vale que se vaya rápido>>

    Se echó a reír con el caramelo en la boca.

    —Más te vale seguirme diciendo cada que tengas secretos con Katrina —murmuró de forma imperceptible, más para sí mismo que cualquier otra cosa en realidad—. Ey, ¿dónde estará Akaisa? Podemos, no sé, beber algún chocolate caliente los tres aprovechando el clima, ¿qué dices? —preguntó sin detener sus pasos.
     
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  2.  
    Nekita

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    Con aquella risa sí terminó poniendo sus ojos en blanco, claro que podía causarte gracia si no eras el que tenía esa clase de marca en el cuello que tampoco es que pudieras explicar del todo si llegaba a verse. Cambió de mano su botella de agua, para sostener solo con una mano ambos objetos y así poder llevar la libre a sus bolsillos, sintiendo la llave del club de arte en este, si llegaban encontrar a Katrina, podría aprovechar a ya quitarse de encima esa cosa y sentirse más tranquilo.

    —¿Cafetería quizás? —Allí parecían estar a conglomerados todos los estudiantes así que podía ser un buen lugar para buscarla —, y en este momento creo que solo preferiría bebidas frias, pero no me molesta acompañarlos...—Sentía una especie de deja vu con el tema de la bebida —, y ¿que se supone que pasaría si no te cuento?

    No es como si planeara no hacerlo por la forma en la que parecía...afectarlo, pero lo había escuchado.
     
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    Gigi Blanche

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    I'm scared to get close and I hate being alone
    I long for that feeling to not feel at all
    The higher I get, the lower I'll sink
    I can't drown my demons, they know how to swim
    .
    Can you hear the silence?
    Can you see the dark?
    Can you fix the broken?
    Can you feel my heart?

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    No sé cómo o en qué momento agarré mi chaqueta, tirada en cualquier lado del armario, pero al salir al gimnasio la tenía enganchada bajo el brazo. Me acomodé los botones de la camisa mientras atravesaba el espacio, mis pasos acelerados rebotando entre las paredes. Estaba serio, jodidamente serio, como si nada hubiera allí. En mis ojos, mi cerebro, mi pecho.

    Como si no lo hubiera.

    Pero el jodido tornado amenazaba con asfixiarme.

    Tanto ruido.

    Salí al pasillo y me apresuré hasta los baños masculinos. Había algunos idiotas que se volvieron hacia mí al oír el portazo y por las caras que me pusieron pensé que quizá estuviera equivocado; quizá sí había algo en mis ojos.

    Repulsión.

    Una impaciencia furibunda.

    Ira.

    El auténtico y jodido pecado capital estallando en mis ojos oscuros.

    Se congelaron, viéndome como unos estúpidos o como si yo fuera un puto fenómeno en exposición, y chispeó. La fricción de una cerilla, de dos piedras, del bolillero de un mechero. Chispeó de forma casi inocente, el problema era que me había tragado toda la puta gasolina del país.

    —¿Qué mierda miran, imbéciles? —mascullé, bajo, y golpeé el puño contra la puerta a mis espaldas; la madera rebotó—. ¡Saquen el puto culo de aquí!

    Debían ser de primero, segundo, cuanto mucho. Dieron un respingo y obedecieron con semejante sumisión que casi me vino en gracia; lo habría hecho, probablemente, si hubiera encontrado al menos un atisbo de Joey Wickham en mi interior.

    No.

    También era esto, esta mierda.

    Esta furia insoportable, contenida a presión en la jaula más recóndita de mi mente.

    El silencio de los baños me rodeó, distinguí el golpeteo rítmico de las canillas falseadas y deslicé mi vista alrededor. Estaba respirando entre dientes como un animal herido y me volqué a un lavamanos, me llené la cara de agua, sacudí el cabello mojado y la sangre se evaporó de mis dedos. Estaba sosteniéndome a la bacha como si ansiara quebrarla.

    Y es que, de hecho, quizás así fuera.

    No estuve mucho tiempo ahí, no lo sé. Me quedé encorvado, oyendo mi respiración errática, hasta que la puerta me alertó y me erguí. No le hice caso a los cabrones que habían entrado, sólo los evadí y volví al pasillo, a la marea de gente, que tuvo el poder suficiente para darme vuelta la cabeza y perturbarme los sentidos. Me recosté contra una pared, arrastrando el cabello hacia atrás, y apreté los dientes al sentir que dolía.

    Mierda.

    Mierda.

    Mierda.

    Hitori owo
     
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    And when you die, the only kingdom you'll see
    is two foot wide and six foot deep.
    .
    These walls begin to cave in.
    The house of wolves you built,
    whispers in a thousand tongues.
    eris c2-1.png
    Había pensado en seguir a Suiren pero al final ciertamente solo le dio pereza y no lo hizo, lo mismo pasó con Sonnen, había perdido gracia tocarle los huevos luego de un rato.
    Al final se quedó en la clase unos minutos, con los cascos puestos y la música a todo volumen, y desde su asiento se tiró cada uno de los rollos a medias, el de Astaroth, Sonnen, Akaisa y la chiquilla esa del pelo de chicle, la invitación del chico de la 3-3 a Altan, el rechazo, la entrada al rellano. La salida de Welsh y Wickham de la 3-1.

    Cuando Altan salió, después de la mocosa, ella ya había dado unos pasos en el pasillo, estaba por comenzar las escaleras y se tiró el resto del rollo como quien ve una novela. La entrada al baño, la entrada al club, y se aburrió de no poder chusmear como le hubiese dado la gana así que simplemente dejó que sus pasos la guiaran a los pisos inferiores.

    Ya estaba dicho, que la cabeza de Discordia tenía el mismo nivel que la de Sonnen pero la usaba para cosas muy distintas.

    O quizás ya no tanto, de acuerdo a lo que había visto y leído. Había podido detallar los mismo hilos que era capaz de ver Altan, los que movían el mundo, tejiendo a las personas unas a las otras en una telaraña enorme.

    Los hilos que los dotaban de poder.

    Había pasado por la primera planta también, había visto a la empollona de Suzumiya meterse a la enfermería y no salir nunca.

    Otro par de hilos.

    Y luego de vagar un rato más, encontró el resultado del hilo roto que no había podido observar en el momento de su colapso: el chico inglés. Vio su entrada al baño, lo vio echar a los pobres idiotas de segundo o de primero, y luego lo vio salir. ¿Qué la llamaba a acercarse, luego de verlo echarse en la pared, luego de haber visto todo?

    El puro deseo de quemar cada cosa que tuviese al alcance.

    De destruir.

    De no dejar nada más que cenizas.

    Con todo se montó el teatro como era usual, apagó la música de los cascos, se los colgó al cuello y se puso la cara más tranquila, inocente, casi angelical que tenía al alcance. Se fusionó de una forma terriblemente convincente con la personalidad de Jezebel Vólkov, la conejita que Sonnen protegía siempre como un puto perro rabioso.
    Se acercó con la manos entrelazas tras la espalda y le dedicó una mirada de preocupación. El mechón blanco se agitó con el movimiento de su cuerpo al detenerse y el resto del cabello castaño le caía hacia sobre uno de sus hombros. En el tramo de piel de su cuello que quedaba descubierto resaltaban unos trazos en tinta negra.

    Una serpiente ribeteada de blanco y negro, la cabeza se asomaba apenas por el cuello del uniforme... Que incluso se había molestado en colocar correctamente, la hija de puta.

    Enhydrina schistosa.

    Serpiente marina de pico o de Valakadyn.

    Su veneno era, fácil, el más letal entre las serpientes.

    Qué jodido peligro, por amor a todo.


    —Tienes mala pinta. —La dulzura fingida en su voz permitió que no se colase en esas palabras la intención de meter la mano en la herida—. Puedo ir a buscarte algo a la enfermería si te sientes mal.
     
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    Gigi Blanche

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    El cabello me quedó un poco extraño al soltarlo, por las puntas que se habían mojado al echarme agua en el baño. El flequillo se mantuvo adherido por unos segundos antes de caer, había perdido cierta liviandad y, estirado, me rozaba las pestañas. Escuché una voz extremadamente dulce, parecía sacada de caricatura, y deslicé mi mirada para observarla de soslayo entre la espesura negra.

    Estaba ligeramente encorvado, como si quisiera desaparecer o echarme a la carga para arremeter, desgarrar, arrancar de cuajo.

    Ojos verdes, del color de los tréboles, quizá. Largo cabello castaño interrumpido por un manchón de pureza nieve. Piel pálida, buenas curvas. Tracé su figura como si llevara un lápiz en los ojos y distinguí los trazos oscuros asomando por el cuello del uniforme.

    Tienes mala pinta.

    Bueno, gracias por notarlo, preciosa.

    Puedo ir a buscarte algo a la enfermería si te sientes mal.

    Ciertamente, las mierdas que guardan ahí podrían ayudar.


    Me desinflé los pulmones de un suspiro profundo, que podía confundirse con un bufido y cargó, de cualquier forma, con la nota rasposa del más asqueroso fumador crónico. Me erguí, separando la espalda de la pared, y recosté allí mismo el hombro al verla de frente. Enterré las manos en los bolsillos del pantalón y me mantuve serio, observándola desde arriba.

    No había rastro de liviandad o diversión en mi expresión.

    Puede que rayara, incluso, lo amenazante.

    Ira.

    —No necesito nada, cariño —murmuré, en un tono grave, opaco, y una sonrisa extraña me curvó los labios al inclinarme hacia ella—. Ya mueve el culo.


    Vete a la mierda, antes de que te muerda.

    ¿Qué tenía el mundo con tocarme los cojones precisamente ahora?

    Joder.
     
    Última edición: 9 Noviembre 2020
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    Zireael

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    El hilo roto proveniente del inglés, atado a ninguna parte, chasparreó como un cable pelado contra el suelo empapado. La gracia era que Eris Tolvaj parecía simplemente inmune a todos los elementos que destruían y corrían por las venas de los demás. Fuego, electricidad, vientos, agua, la tierra misma o el magma de los volcanes. Simplemente todo la traía sin cuidado, no había emoción alguna que le corriera realmente por el cuerpo, si quiere.


    Quizás era el éter mismo, el quinto elemento, quizás solo era lo más parecido a una maldita bruja que tenía esa escuela de mierda.

    O era una enferma mental digna de encierro, vete a saber.

    ¿No había funcionado la cara de mosquita muerta? Bien, eso no significaba que no pudiera jugar. Arrojó el rostro falso de conejita que se había colocado contra el suelo del pasillo y se hizo trizas como un plato de cerámica, desparramando los fragmentos por todas partes. La inocencia en sus gestos desapareció y con ella toda dulzura, así nada más, era posible que ni siquiera Katrina Akaisa hubiera perfeccionado tantísimo esa habilidad.

    Descubrió los dientes, dejando que se forma su maldita sonrisa de hiena. La misma con la que se había comido al idiota de Gotho, al borde de un colapso emocional. La misma con que le había colado dos pastillas en la boca a Welsh.

    Era fumador, y no fumador casual, como tantos que conocía, se había dado cuenta al pelo y también le daba tan igual como todo lo demás, pero siempre se quedaba los detalles.

    Le hizo espacio para que se largara si le daba la gana, porque ella no pensaba mover el puto culo de allí. No cuando había encontrado una mente fragmentada a costa de la cuál divertirse, a la que pinchar y pinchar y pinchar.

    ¿Están vivos? Parecía preguntarse siempre.

    Era la niña cruel que sacudía al pez dentro de la bolsa hasta ahogarlo, la que quemaba hormigas con la lupa, la que le arrancaba las alas a los escarabajos. La que, de haber ido al zoológico, habría lanzado piedras a los animales... de hecho era lo que hacía, pero el zoológico era todo dios que se le cruzara en frente. Arrojaba piedras dentro de la jaula de cada persona hasta que reaccionaran, hasta que rabiaran, rompieran en llanto o se quebraran de cualquier otra maldita manera, no le interesaba siquiera llevarse los mordiscos de las bestias que provocaba hasta el cansancio.

    En eso estaba cuando, entre la gente que iba y venía, David Mason pasó y la reconoció haciendo el idiota.

    —Hola, Eris~ —dijo, saludándola de paso nada más y ella le regresó el gesto con un movimiento distraído de mano.

    Maze no tenía ni puta idea de que acababa de darle a Wickham la pieza que unía a Eris Tolvaj con la rubia que le había presentado Katrina y, quizás, de saber cómo estaban conectados todos esos hijos de puta al final, mejor habría cerrado la boca.

    Para no provocar a las bestias.

    +cómo de jodida mental quieres a tu personaje?
    -sí
     
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    Gigi Blanche

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    Una extraña nota de entendimiento se arrastró silenciosa por los costados de su mente a medida que la expresión de Eris mutaba por completo. La escrutó con una intensidad casi estúpida, incluso arrugó el ceño un breve instante antes de erguirse y observarla desde allí, en profunda seriedad. ¿Adónde había huido la idiota dulce, de caricatura? Le había olido a mierda desde un primer momento, pero si hubiera mantenido el teatro quizá habría podido engañarlo y todo; sus sentidos no estaban agudos como siempre, al fin y al cabo.

    Pero allí estaba.

    La sonrisa de desquiciada.

    Jodido kitsune, ¿otro más a la lista?

    Y él, como un maldito espejo, la imitó.

    Se hizo a un lado para dejarlo pasar, y estuvo a punto de irse cuando un idiota cualquiera pasó junto a ellos y la saludó. Los hilos refulgieron, el cerebro se le activó en un intenso chispazo de sobrecarga y sintió más, mucho más de lo que podía soportar dentro de su cuerpo maltrecho.

    Eris.

    Alisha.

    La mierda del fin de semana.

    Las pastillas.

    Y la sonrisa se ensanchó.

    —Eris —prácticamente saboreó su nombre, como si se le hiciera agua la boca, y recargó el hombro sobre la pared junto a él—. ¿Acaso eres nueva aquí? No te tenía vista.

    Zorra hija de puta.

     
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    Zireael

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    Y la reflejó, como un maldito espejo, porque era una de las cabezas de Cerbero pero sobre todo porque su espina dorsal se había fracturado y con ella la médula espinal había quedado inútil, junto a todo su sistema nervioso central.
    Eris no tenía ni puta idea de algo al menos, aunque parecía leer el mundo como quien lee una revista de mierda de esas de adolescentes, pero el Joey que tenía frente a ella no era el que había conocido el Sakura hasta ahora.

    Lo intuía quizás, al menos lo hizo cuando notó su reacción al escuchar su nombre de boca de Maze y al cabrón se le ensanchó la sonrisa.

    La tonta de Alisha Welsh le había soltado la pasta, ¿cierto?

    Claro.

    Lindo, ¿iba a defender el honor de su fuck friend, que se comió a la maldita muñeca japonesa y luego le siguió el puto rollo?

    Que se dejó usar como un trapo.

    Que no escupió las pastillas a pesar de haber podido hacerlo.

    Venga, bailemos un rato, guapo.
    Después de todo las piezas sueltas, vulnerables y hambrientas no solo vuelven a Sonnen con solo que chasquee los dedos.

    Todos son masoquistas si los fuerzas lo suficiente.

    Ahora fue ella el espejo y casi pudo jurar que también se le deshizo la boca cuando el otro probó su nombre por fin, antes de soltar una pregunta tonta, aunque seguro debía estar cagándose en sus muertos.

    —Exactamente, cariño~ —respondió sin borrarse la puta sonrisa de la cara—. Y tú ya eres parte del paisaje, ¿no?
     
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    Gigi Blanche

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    Se lo olía. Muchos cables se le podían zafar bajo la cuota de estrés necesaria, pero ciertos sensores no se desactivaban nunca por mucho que así lo quisiera. Era un imbécil, su paciencia era casi infinita pero cuando por alguna razón las piezas se acomodaban y sus límites desbordaban...

    Le temía.

    Estaba putamente aterrado de lo que era capaz.

    Y esa zorra quería empujarlo precisamente hacia ese abismo, ¿verdad? Quería tantearlo, divertirse un poco, seguro por puro deporte. Y él estaba hasta la polla, hasta la auténtica polla y por mucho que intentó apartarse y dejarla hablando sola... el pensamiento intrusivo ganó más y más terreno, como un maldito virus haciendo metástasis.

    ¿Quieres bailar, preciosa? Vale.

    —La verdad, sí. Tres años pueden hacer historia. —Se encogió de hombros, con fingidos aires livianos, y se corrió el flequillo aún algo mojado con un movimiento de cabeza—. Supongo no tardarás nada en escuchar mi nombre por aquí y por allá.

    Yo lidero.
     
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  10.  
    Zireael

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    Era más fuerte que él, ¿no? La mierda que fuese que lo tenía encima del abismo, haciéndolo observar el fondo de su propio pozo y mirar al monstruo que, posiblemente, fuese él mismo.

    Ella quería cortar la puta cuerda y arrojarlo a la oscuridad.

    ¿Escuchar su nombre? No lo necesitaba, podía hacer un montón de mierdas sin siquiera tener que saber el nombre de alguien. Podría haber fracturado a Alisha también sin saberlo, pero las condiciones pues habían actuado de otra forma a pesar de todo. Había fracturado a la gringa, aún más, se había dado cuenta de la mierda de Suzumiya justo a tiempo para poder hacerlo, como si el maldito universo la pusiera las piezas en el tablero de la forma perfecta para que iniciar su incendio sin control.

    La risa de hiena o el siseo de la serpiente prácticamente hizo eco en las paredes del pasillo, en los cuerpos de las demás personas que pasaban por allí y las vibraciones regresaron hasta chocar con ella y Joey.

    Mientras escuchaba al chico se había llevado la mano al bolsillo de la falda con aire distraído, como si realmente no importara lo que estaba haciendo fuese sacar el móvil o unas monedas para la máquina.

    Pero era la cajetilla sin abrir de cigarrillos.

    Estiró la mano libre hasta tomar al inglés de la camisa y, en lugar de acercarlo a ella, prácticamente lo usó de apoyo para estirarse y estamparle los labios sin delicadeza alguna y la hija de puta lo mordió como había hecho Gotho con ella. Con ese movimiento aprovechó para sacar la mano de su bolsillo y enterrarla en el de Joey, dejándole la caja de cigarros.
    Lo soltó con la misma rapidez y retrocedió como una maldita serpiente que acaba de dar la mordida, buscando que no le aplasten la cabeza aunque ciertamente no había siquiera un atisbo de miedo en sus movimientos.

    —Te tardaste demasiado, guapo —dijo apenas lo suficientemente fuerte para que la escuchara entre el ruido de la lluvia y de las personas—. Saluda a Ali-chan por mí.

    Se perdió entonces en un grupillo que pasaba, como si la hija de puta pudiese fundirse con el ambiente a pesar de su verdadera naturaleza.

    Maldito demonio.

    Era un hannya, ¿no?

    Demonio femenino consumido por los celos.

    En su jodida fase final.

    Honnari.
     
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  11.  
    Gigi Blanche

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    La risa de esa jodida era probablemente la cosa más perturbadora con la que se había topado. Más que la ira de Katrina, más que el reflejo que a veces encontraba en el espejo, más que el silbido que recortaban los malditos puños de su viejo en el aire. Más que su aliento a cerveza podrida, las mejillas sonrosadas y los insultos mascullados en un inglés irlandés casi inentendible.

    Eso no era perturbador, si lo pensaba con detenimiento.

    Era lisa y llanamente repugnante.

    La hija de puta aprovechó un momento de distracción para aferrarse a su camisa y estamparle un beso en los labios. Podría haberla dejado estar, de hecho su cerebro estuvo a un pelo de hacerlo, pero la malnacida lo mordió y los cables se cortaron de la maldita tensión, devolviéndole el golpe en toda la cara.

    Ni siquiera reparó en la porquería que le hubiera metido en el bolsillo, llevó ambas manos a sus hombros y realmente aplicó la fuerza necesaria para lanzarla al puto suelo. Que se rompiera los huesos. Que llorara.

    Le daba igual.

    Pero era una jodida serpiente y absorbió parte del impacto con su propia retirada. Joey se quedó allí, respirando como un animal fúrico, y ni siquiera la siguió con la mirada. Volvió a arrastrarse el flequillo con ambas manos, lo jaló, apretó los dientes y soltó todo el puto aire de golpe.

    Joder.

    Joder.

    Joder.

    Echó un vistazo alrededor, a los pocos estudiantes que habían presenciado el altercado, y se fue por las escaleras sin más. Había clases, ¿no? Más valía no llegar tarde.

    Enterró las manos en los bolsillos por puro reflejo, aunque quizá fuera su forma de mantenerlas alejadas del mundo. Se fijó en qué mierda tenía y arrugó el ceño, no era la marca que él fumaba. Las piezas cayeron en su lugar de repente y no lo reflexionó ni medio segundo.

    Aplastó la jodida caja hasta destrozarla y la arrojó al suelo.

    Como si fuera basura.

    O la cabeza de esa puta serpiente.
     
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    Zireael

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    ¿Qué había dicho? Que no le interesaba lo que un indeciso hiciera o dejara de hacer, pero había sido para responderle a tocapelotas que era Sonnen y sacárselo de encima, para que no se metiera en sus asuntos solo porque el también era un pobre diablo al que las cosas no le habían salido como quisiera. Una parte de sí, sin embargo, creí que quizás el idiota estaba tratando de empujarla para evitarle el mismo destino, la misma pasividad de no haber movido un dedo para cambiar su situación con Jez más allá de haber cedido aquel beso en la azotea, como le había contado la albina.

    Y aún así mientras bajaba a la primera planta no había podido contenerlo, a pesar de la calidez de su almuerzo con Kobayashi y el gesto de la chica con las galletas una vez volvió a su clase y se quedó sola consigo misma todo se había ido a la mierda. Todo.
    La inseguridad le había pateado el estómago, dejándola sin aire, y no había prestado ni una gota de atención a las clases y con la maldita lluvia no iba a poder ir al club, por la reglas estúpidas del Sakura.

    Aunque quizás era lo mejor, quizás porque de repente no quería verle ni la nariz a Shawn y lo peor del asunto era la culpa que le llenaba el cuerpo al pensar que realmente no tenía por qué estar sintiendo semejante rechazo, semejante cuota de ira orientada hacia nadie, ni hacia él ni hacia el incordio de Tolvaj o a la otra, la que para variar estaba en su clase.

    Astaroth.

    Apenas había dado un paso en la planta baja cuando sintió las lágrimas, cálidas, deslizarse por su rostro luego de haberle empañado la vista por horas casi. Una tras otra, sin piedad alguna, fueron a dar a su pecho y no le quedó más que cambiar de dirección hacia los baños para encerrarse en un cubículo cualquiera. Azotó la puerta y se echó sobre la tapa del retrete, subiendo las piernas para llevar las rodillas a su pecho.

    No se permitía sollozar siquiera, era el mismo tipo de llanto silencioso de Jezebel, apenas audible o reconocible si se prestaba demasiada atención. El llanto de quien cree que no tiene derecho a llorar.
    Lo que la delataba, sin embargo, era que sorbía por la nariz de tanto en tanto.

    Se le había aguantado demasiado, ¿no? Claro que sí, desde que la maldita de Eris se había cobrado el premio luego de haber destrozado a Shawn en 21, se lo había aguantado como las grandes, las terribles ganas de llorar que había sentido y de írsele encima a la otra para partirle la cara.

    Akuma.

    Demonio.

    Ni de coña, ni de puta coña. El núcleo de la personalidad de Laila Meyer era idéntico al de Jezebel de principio a fin, eran defensoras, cuidadoras, y amaban serlo hasta que veían que aparecía un tercero en discordia que las hacía sentir que su eterno sacrificio, ese que les llenaba el alma, no valía de absolutamente nada.

    Pero al final, ¿quién mierda la había puesto a enamorarse de un maldito orgulloso como Shawn Amery?

    Nadie.

    Nadie más que ella tenía la culpa.

    Por codiciosa.

    Insaciable.

    Indecisa.

    No tenía derecho alguno que reclamar y por ello estaba allí, llorando como una jodida cría en un baño.
     
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    Anudó la bufanda azul en torno a su cuello, abandonando la biblioteca a paso lento, casi perezoso. Había decidido adelantar materia escolar aprovechando el horrible tiempo que hacía fuera e incluso a pesar de que había intentado ir todo lo lento que pudo, aprovechando el confort y el calor acogedor de la sala, ya no supo con qué más matar el tiempo y se obligó a ponerse en marcha. Su hermano le había avisado de que volvería a casa porque no tendría club, y Rachel tampoco tenía reunión de arte, así que no le quedaba mucho más que hacer allí.

    Eso fue lo que creyó en un principio, claro, porque distinguir el cabello violáceo de Laila Meyer en la distancia dirigiéndose a toda prisa hacia los baños no era algo que estaba entre sus planes. Su cuerpo se tensó como un resorte y vio su imagen fusionarse con la de Rachel, aquel día que rompió en llanto y que aún a día de hoy seguía sin comprender su origen.

    Siempre le había aterrado. Romper la barrera, preguntar y arriesgarse a ver el llanto de otras personas. Era un idiota con problemas para socializar y las relaciones afectivas le sobrepasaban.

    Las cicatrices se hacían especialmente dolorosas de ver cuando yacían en las personas a las que uno quería.

    Y sin embargo, allí estaba. Apoyado en la pared exterior, sus pupilas bailando entre distintos estimulos, sin saber bien dónde enfocarse. Porque a pesar de que le aterraban las emociones, de que le asustaba ser incapaz de comprender a las personas, tampoco podía abandonarlas a su suerte.

    A Rachel, aquella vez.

    Ahora a Laila.

    Pero esta vez, nadie le haría el trabajo, como Satoko hizo en su momento. Estaba solo, y era su turno de intentar hacer algo a derechas de una vez por todas.

    Cerró los ojos, tomando una bocanada de aire, y lo soltó de a poco antes de animarse a tocar la puerta.

    Llamó una, dos veces.

    Silencio.

    —¿Meyer... san? —carraspeó. Hizo un esfuerzo por tragarse su indecisión, por ganar algo de confianza en la voz. No supo muy bien qué decir—. ¿Te encuentras bien?

    Era obvio que no, genio.
     
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    Había esperado tener la suerte de que nadie la hubiese visto y es que era probable, porque para bien o para mal su mundo era extremadamente reducido, se limitaba a su padre, su madrasta y hermanastro, luego a Shawn y a Jez.

    Quería dejar de llorar además, porque se sentía patética y ridícula, porque sabía de sobra que habían cosas más importantes por las que gastar fluidos de esa manera, pero entre más lo intentaba parecía que las lágrimas sólo aumentaban de grosor y costaba más que el aire le llegara los pulmones.

    El maletín había ido a dar al suelo con un golpe sordo, amortiguado por la lluvia, y daba igual. Realmente deseaba haber alcanzado siquiera llegar a la salida, para haber echado a correr al dojo y encerrarse, como si fuese su bunker, pero no, había tenido que romperse justo llegando al pasillo.

    Sorbió ruidosamente por la nariz y hasta después lo escuchó, la llamada a la puerta y su voz poco después.

    Yule.

    Comprimió los gestos por reflejo y apretó más las rodillas hacia su pecho, como si buscara hacerse diminuta en su lugar.

    La había visto, Dios, Yule de toda la gente.

    —Shirai-kun —dijo con un hilo de voz y sin quererlo todo, al inhalar, se le escapó el sollozo de una niña pequeña y se maldijo a sí misma—. Y-yo...

    No podía mentirle con semejante descaro, no a él.

    >>No tuve un buen día, eso es todo. —Consiguió decir en cámara lenta para no atragantarse con las palabras en medio de las lágrimas—. Lamento que me hayas visto.

    ¿Qué clase de idiota se disculpaba por eso?
     
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    Escuchar su voz al otro lado de la puerta pendiendo de un hilo y el terrible sollozo posterior le comprimió el corazón, confirmando así sus sospechas: Laila estaba llorando, estaba llorando y aquello gritaba a viva voz que no se trataba solo del producto de un mal día.

    Se revolvió el cabello con cierta ansiedad, porque el solo hecho de saber que había alguien sufriendo una crisis al otro lado de la pared fue suficiente para arrancar el enchufe de su cabeza y dejarle la mente en blanco. No supo bien en qué momento empezó a dar vueltas frente a la puerta, como un animal enjaulado, y por suerte o desgracia no había nadie cerca para verle o le confundirían con un loco.

    ¿Por qué demonios te disculpas, boba?

    El que debería disculparse soy yo. Ojalá hubiera alguien más competente en este instante.

    Un nuevo sollozo lo devolvió a la realidad y se detuvo de golpe, jugando con la tela de la bufanda mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas. No, más bien intentaba encontrar palabras. Lo que fuera. Cuanto antes.

    —Todos... tenemos malos días, no te disculpes —logró articular al fin, pero su voz sonó más nerviosa de lo que le hubiese gustado. Soltó el aire por la nariz al darse cuenta de su respuesta genérica y prefabricada, agitando la cabeza—. Mira, soy demasiado denso para estas cosas y no sé captar señales, pero si necesitas espacio o algo solo... dímelo, ¿vale?

    Mientras tanto, me quedaré aquí.

    Es lo mejor que puedo hacer por ti ahora.


    Dejó caer la mochila con cuidado al suelo y trató de destensar los hombros, acuclillándose cerca de la puerta casi como un vigía. No tenía idea de cómo proceder pero aún así había algo que le estaba punzando desde hacía rato. Yule era tremendamente perceptivo y el hecho de que Laila hubiese tenido un mal día sin ver al caballero andante cerca tratando de animarle era extraño. Jodidamente extraño.

    ¿Y almorzaba con aquella chica, Astaroth, justo en el peor día de Laila?

    Se llevó dos dedos al puente de su nariz, sin saber cómo encajar sus sospechas de la forma más sutil posible.

    >>Sé que no viene al caso e ignóralo si no procede, pero si Shawn ha hecho algo... lo que sea, para que estés así, yo... lo siento, Meyer-san.
     
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    Dolía como la mierda, ¿no? Joder claro que sí, era como si los floretes de esgrima se hubiesen convertido directamente en katanas y una tras otra le hubiesen alcanzado el cuerpo, abriéndole la piel y luego ella misma hubiese metido los dedos en las heridas.

    Necia.

    Insistente.

    Otro sollozo, no estaba logrando contenerlos ya, era como si saber que alguien estaba allí a pesar de haberla hecho desear desaparecer también la hubiese liberado de callarse, de fingir que no existía, que su frustración y enojo podían ignorarse.

    —Gracias. —Alcanzó a murmurar.

    Los había visto.

    Todo el maldito almuerzo, todo el jodido receso en sus putas narices, y como una jodida masoquista en lugar de haberle dicho a Kobayashi que fuesen a otro sitio se había quedado allí, picando y picando sus propias heridas, sus cortes haciéndolos cada vez más profundos y esparciendo su sangre por el suelo.

    Mira la mierda que estás haciendo, Shawn.

    Mírala de una vez.

    ¿Qué más quieres de mí?

    Yule lo soltó por fin. El chico no era ningún tonto, después de todo, y ella lo sabía.

    Sé que no viene al caso e ignóralo si no procede, pero si Shawn ha hecho algo... lo que sea, para que estés así, yo... lo siento, Meyer-san.

    Soltó una risa extraña, apagada y floja, ahogada entre las lágrimas y se llevó las manos al rostro, luego al cabello, enredando allí los dedos.

    —Tú no tienes que sentirlo por nada, Yule —murmuró sin caer en que lo había llamado por su nombre así nada más—. Por absolutamente nada.

    Otra oleada de lágrimas se deslizó por su rostro, cristalizando las paredes a su alrededor y la luz blancuzca. Cuando habló se coló en su voz el mismo relámpago de ira o resentimiento que se había filtrado en sus ojos al responderle a Sonnen en el pasillo, revuelto con dolor.

    —Siempre es la misma maldita historia —masculló—. El puto incordio de Eris Tolvaj el otro día y ahora la estirada esa de mierda de mi clase, señorita uniforme, cabello y todo perfecto. Como una puta muñeca en exhibición.

    De esas que quieres sacar de la vitrina.

    Y romper por puro amor al arte.

    La había derribado en cosa de dos días, el maldito estrés, su propia contención había hecho que se liberara ahora como las placas tectónicas, de golpe y sin aviso para nadie. Laila no era una chica que hablara de esa manera, con ese tono terrible y el montón de maldiciones, la de eso era Akaisa, pero allí estaba escupiéndolo todo.

    —¿Y qué mierda recibo yo? ¿Qué recibo más que un montón de estúpidas que lo vieron un día y se le atravesaron el camino? ¿Qué recibo por preocuparme por él? —Otro sollozo, todavía más desgarrado que los anteriores—. Me tengo que comer una mierda y esperar que le dé la gana siquiera voltear a mirarme, ver si se le antoja hacerlo. Migajas. Malditas migajas, sobras, como si fuese un perro hambriento de la calle.

    Su voz, que había empezado casi como un murmuro había ido subiendo de tono con cada palabra. Apretó más los dedos en torno a su cabello, comprimió los gestos y al final soltó un golpe hacia la pared a su lado, que hizo eco justo como el portazo. Sintió los nudillos rebotar contra la superficie.

    —¡Como si fuese a estar siempre ahí como una jodida estúpida, agitando la puta cola con cada sobro que arroja al suelo! —Inhaló aire con fuerza, buscando llenarse los pulmones y no ahogarse en el intento, pero prácticamente se lastimó la garganta—. ¡¿Dónde están mis privilegios, lo que merezco por haberle partido el puto culo el año pasado?! Como si alguna de esas malditas desgraciadas fuese a cuidar de él... Como si fueran capaces siquiera de llegarme a los talones, las hija de puta, y aún así-

    No recibo nada.

    No lo pido a pesar de desearlo.

    Desintegrada.

    Competitiva.

    Arrogante.

    Autodestructiva.

    Esa no era la Laila que Yule había conocido ni por asomo, era la chica insegura pero orgullosa que surgía al presionarla lo suficiente. Tolvaj había iniciado el desastre, Astaroth sólo había aparecido para atizar el fuego y luego ese día con ese clima de mierda.

    Tremendo combo. No había podido combatirlo ni Kobayashi.

    Guardó silencio lo que pareció una eternidad, como si se hubiese convertido en una estatua de repente, hasta que se puso en movimiento por fin. La tela de su ropa casi susurró cuando se puso de pie, abrió la puerta y se dignó a salir, viendo a Yule allí acuclillado.

    No le dio demasiado tiempo de nada al pobre chico, pronto sus rodillas terminaron por apoyarse en el suelo y quedó a su altura. Dudó, trastabilló de forma evidente pero le echó los brazos encima al menor y se aferró a él con fuerza, porque de repente estaba malditamente sola, y Yule era todo lo que tenía.

    Porque se había aparecido justo a tiempo.

    —Perdón —murmuró luego de sorber por la nariz de nuevo y algunas lágrimas debieron ir a perderse en la ropa ajena—. Lo siento yo... Yo no... Perdón.

    ¿Se disculpaba por haberle soltado aquel montón de cosas sobre Shawn a él precisamente, por haber dicho tantas cosas horribles a secas o por estar allí abrazándolo como si fuese una chiquilla, cuando se supone que era su senpai? Posiblemente las tres.


    Bienvenida de nuevo a mi tochohell Andy ;-; (???)
     
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    Era tan angustiante. Tan jodidamente angustiante escuchar su voz rota al otro lado de la pared, quebrándose más y más con cada palabra que salía de su boca. Su agradecimiento, el tenue rechazo a sus disculpas, aquella que había dirigido de parte de los dos cuando le correspondía a Shawn dar la cara en su lugar. De alguna forma se sentía con la necesidad de recoger el testigo, de asumir la responsabilidad de sus actos, como el padre de un niño que había creado un desastre y salido corriendo lejos de la escena.

    Pero Shawn no era ningún niño.

    En cualquier caso lo era él, y allí estaba, recogiendo los pedazos del jarrón que jamás habría tirado.

    Sus dedos se cerraron en torno a sus rodillas y apretó, apretó a medida que su voz se desgarraba y cobraba un tinte distinto al que solía conocer. Un tinte cargado de rabia, de dolor, de sentimientos que había estado conteniendo como una olla a presión hasta que la tapa no pudo contenerlos más y estalló, generando todo aquel desastre. Yule lo sabía, lo sabía de sobra. El amor que Laila sentía por su hermano, puro y genuino. Quizás por ello había sentido cierto rechazo al conocer a Astaroth durante el almuerzo. Porque no reconocía a la persona que se ubicaba en el asiento reservado para Laila. Se había contenido como un campeón pero, si hubiesen estado solos, la cosa habría sido muy distinta.

    Eres un jodido imbécil, Shawn.

    ¿Por qué tenías que ser tú?

    Es tan injusto. Todo esto.


    Le permitió desahogarse, estático sobre su lugar. Guardó silencio, escuchando cada una de sus palabras con una precisión absurda, y apenas se inmutó ante el golpe contra la pared. Ni tampoco parecía culparla por la sarta de insultos contra su hermanastro. De repente parte de su rabia se había vuelto contagiosa, pero en el caso de Yule era una rabia muy distinta, una que probablemente Laila jamás pudiese darle forma. Después de todo ella no sabía nada sobre la pequeña fijación que había sentido cuando Shawn se la presentó, varios años atrás. Había desechado pronto la idea; después de todo solo era un puto crío.

    Un romántico de mierda.

    ¿Qué iba a hacer alguien como él al lado de Laila?


    Su cuerpo se paralizó cuando la puerta del baño se abrió y Laila se arrodilló frente a él. Contuvo la respiración cuando le rodeó con sus brazos, apoyando el mentón en su hombro entre hipidos y sollozos, y casi sintió unas terribles ganas de echarse a llorar con ella. Lentamente logró mandarle la orden a su cuerpo para que le correspondiese el abrazo y rodeó su espalda con timidez, apretándola contra sí poco a poco en un gesto cálido y conciliador, si bien algo torpe.

    —Si te estás disculpando por insultar a Shawn, déjame decirte que no podría haber encontrado mejor forma de ponerlo en palabras —murmuró, dejando escapar una risa sin gracia por la nariz, buscando liberar parte de la tensión quizás, o relajar su cuerpo de alguna forma, no sé. Estaba más que claro que Yule estaba del lado de Laila. Que había sentido el mismo rechazo ante la presencia de las otras dos chicas, el día del partido y hoy en el almuerzo. Tenía un sexto sentido para esas cosas, si se quiere—. No tiene excusa. Se ha comportado como un auténtico cabrón y lo peor es que no se hace responsable de sus actos. Cuando los problemas se le atragantan tiende a esconderlos bajo la alfombra y pretender que todo sigue en orden, pero eso no es cierto.

    No lo es.

    Solo mírate.


    Se permitió cerrar los ojos por un instante, notando el perfume de su cabello, y sintió el impulso de acariciar su espalda pero se quedó a medio camino, sintiéndose enrojecer por la vergüenza. Respiró hondo, viéndose en la necesidad de poner en palabras lo que todos estaban pensando de una vez por todas.

    >>Creo que los últimos en la escuela en darse cuenta de ello sois vosotros mismos. Que os gustáis de verdad. Shawn no es como yo; nunca ha tenido interés en algo así, su vida solo se reducía al deporte... y entonces apareciste tú.

    Y aún así, a veces, siento que no te merece.
     
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    Malditos pensamientos intrusivos, maldito ese día que por terca no se largó a otro sitio y el día en que se dio cuenta que quería al jodido orgulloso que podía ser Shawn.

    Mira de una vez lo que haces.

    Vamos, jodido cabrón.

    Yule no debería estar haciendo el trabajo sucio por ti.

    Jodiéndose las manos con vidrios rotos que no le corresponden.

    Desentendido.

    Cobarde.

    Esto es una injusticia.

    Con todo cuando sintió que el chico reaccionó, correspondiendo el abrazo, el tren descarrilado de pensamientos tan siquiera bajó de velocidad. Era cálido en contraste con el ambiente y consigo misma posiblemente, que estaba hecha un desastre de pies a cabeza cuando general era bastante centrada. No era en realidad demasiado diferente de, por decir algo, una chica como Suzumiya. Reglas aquí, reglas allá, uniforme pulcro y cabello perfectamente peinado, integrante de un club de deporte.

    Entraba en la maldita categoría de princesas de Katrina Akaisa.

    Y casi parecía que eso las condenaba a todas tarde o temprano.

    Mientras las figuras de sombras parecían inmunes.


    Apretó un poco más el agarre si es que era posible, todavía sorbiendo por la nariz pero al menos logrando controlar un poco mejor el llanto.
    No lo había visto, quizás para fortuna suya, que el demonio que había continuado derribando sus piezas de dominó había pasado por allí, los había visto y los había escuchado. Que llevaba la bufanda ajena en el cuello todavía. Para fortuna suya... ¿O para fortuna de la otra? Ni idea, porque la tela en el cuello podía convertirse en una cuerda.

    Aún así, cuando el menor solo secundó todo lo que había dicho volvió a comprimir los gestos, en un intento por no seguir llorando como una idiota y presionó el rostro contra el hombro de Yule.

    —No es que no supiéramos —murmuró entonces, sin siquiera tener la menor idea de la situación en la que había puesto al pobre chico—. Solo pretendimos ignorarlo, como siempre. Por eso no importa si aparecí o no, porque soy un fantasma.

    El perro de la calle que recibe sobras.

    El gato al que le dejan comida fuera pero no dejan entrar.

    Y por eso ahora no tengo nada que reclamar.

    Privilegios que exigir.

    Apretó la ropa ajena entre sus manos unos segundos antes de separarse con cuidado, para limpiarse el rostro con las mangas del uniforme. No se atrevió a mirarlo, no era capaz de hacerle frente con esa cara, pero estiró la mano, le dedicó una caricia en el cabello y luego otra en la mejilla al muchacho. Tímida, cohibida quizás, pero cálida y agradecida.

    —Gracias por no dejarme sola —dijo mientras regresaba la mano a su espacio—. Por tratar de limpiar un desastre que no es tuyo. Eres... Siempre has sido muy bueno y agradezco que de toda la gente, aparecieras tú.
     
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    Quizás Laila no la había visto, pero no fue así en el caso de Yule. El caminar armonioso de aquella joven de ojos del color del rubí tensó parte de su cuerpo y casi por inercia rodeó a su senpai con algo más de firmeza. Apenas habían sido segundos, pero cuando sus miradas conectaron le invadió una extraña pesadez en el cuerpo, llevándose consigo parte de su calor aún cuando la figura de Agnes se perdió en la distancia.

    ¿Por qué sentía que no debía haber presenciado esa escena?

    Cuando la chica presionó su cabeza sobre su hombro y habló lo trajo de vuelta a la realidad, poniendo todos sus sentidos en ella. A pesar de ver cómo había comenzado a calmar su respiración y los sollozos se volvían algo más suaves se seguía sintiendo impotente. No había nada en los libros que frecuentaba que le indicase cómo consolar a una persona, las palabras adecuadas que decirle, porque aquello que podía servirle a alguien no tenía por qué tener el mismo efecto en otro. Era un maldito asocial y desapegado con su entorno al final del día y ahora se veía a sí mismo tratando de recomponer los trozos de quien alguna vez fue Laila Meyer.

    Qué ironía del destino que cuando al fin recibía un abrazo suyo fuese en una circunstancia como aquella.

    Aún así y todo, no se arrepentía de nada.


    La dejó ir lentamente cuando aflojó el agarre en torno a su uniforme, a pesar de que a una parte de sí no le hubiese importado permanecer más tiempo allí, y la observó intentar secarse las lágrimas como pudo, sin atreverse a mirarle a los ojos. El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando sin previo aviso le revolvió el cabello con cariño y pudo sentir su rostro arder al colocarle una mano en su mejilla, brindándole una caricia suave y tímida que le desarmó por completo. Desvió la mirada hacia el suelo, tensándose como un resorte, y se asustó al creer que podría escuchar el latir desenfrenado de su corazón en ese mismo instante.

    "Gracias por no dejarme sola"

    "Siempre has sido muy bueno y agradezco que de toda la gente, aparecieras tú"


    Quizás fueron esas palabras, genuinas y cálidas, las que le dieron el empujón para dejar de parecer una estatua y hacer o decir algo. Buscó con torpeza entre sus bolsillos un pañuelo y a falta de uno se sacó la bufanda, utilizando una pequeña esquina para limpiar su rostro de cualquier resto de lágrimas. Su mano le temblaba inevitablemente pero en ese momento ya nada le importaba realmente.

    Agradecía que estuviese allí, y eso era todo lo que necesitaba.

    —No eres un fantasma. Yo estoy aquí, y puedo verte —dijo, en un impulso extraño que no supo bien de dónde le nació. Rodeó la prenda en torno a su cuello entonces y se separó, levantándose del suelo antes de extender una mano hacia ella. Sus mejillas aún seguían enrojecidas cuando logró dirigirle un intento de sonrisa—. Quizás esa sea la clave, hacerle saber que no estarás esperando para siempre. Que realmente puedes llegar a desaparecer.
     
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    Oh God I'm so tired
    of being afraid.
    .
    Fear won't go away
    but I can keep it at bay
    and these invisible walls
    just might keep us safe.

    with a vigilant heart,
    I'll push into the dark

    but I'll learn to breathe deep
    and make peace with the stars.
    laila c2.png
    Al final logró recuperar algo del curso de sus pensamientos, cuando pudo dejar de sollozar como una tonta ahí en el piso, en los brazos del chico que sabía era un desastre para cuestiones sociales. Le había puesto en una de las situaciones más jodidas de todas: tener que consolar a alguien. Pero lo había hecho más que bien, aunque quizás no se diese cuenta, a veces consolar a la gente implicaba solo dejarlos llorar hasta que se sintieran aliviados o soltar todo lo que habían guardado el tiempo suficiente para hacerlos estallar; quizás solo tenía que ver con tener la fuerza suficiente para ver a otro hecho pedazos y quedarse hasta que fuese capaz de levantar sus fragmentos y volver a armarse.

    Estaba en eso, levantando sus piezas desperdigadas por todo el suelo, cuando sintió el tacto cálido del muchacho, de la bufanda en su rostro y a pesar de la vergüenza que el gesto le arrojó encima se dejó hacer en silencio, como un gato tímido que a pesar de todo no huye del tacto ajeno.

    No eres un fantasma.
    ¿Ah?

    Yo estoy aquí, y puedo verte.

    No la dejó ni procesar demasiado bien lo que acababa de decirle, le echó la bufanda alrededor del cuello y se incorporó, extendiendo la mano frente a ella. Fue quizás hasta ese momento en que se atrevió a mirarlo, intercambió la vista entre su mano extendida y sus ojos, notó que el pobrecillo estaba ruborizado pero había alcanzado a intentar sonreírle y con eso bastó para que reaccionara por fin y aceptara a levantarse con su ayuda.

    —Espera un momento —dijo soltándolo con cuidado para regresar dónde había estado encerrada, levantar el maletín y volver a salir. Le echó los brazos encima una segunda vez, abrazándolo con algo de fuerza. Bueno pobre chico, ya no se iba a librar de eso, ¿o sí?—. Gracias de nuevo.


    Hacerle saber que no estaría allí siempre.

    Que podía desaparecer.

    Sonaba más fácil dicho que hecho.


    Se le enganchó al brazo sin permiso realmente, como solía hacer con Jez, y dio algún par de pasos, arrastrándolo con ella mientras sorbía una última vez por la nariz.

    —Te invito a... A algo de la máquina, que a estas horas ya la cafería debe estar cerrada, ¿te parece? —A pesar de que tenía los ojos enrojecidos y vidriosos todavía volvió a mirarlo, para dedicarle una sonrisa suave. Aún se le notaba algo del mal humor en la cara, obviamente, pero podía al menos comportarse algo más como la Laila que había sido siempre—. Y brindamos porque al menos no se te pegó lo bruto de Shawn~

    Un poco cruel sí que podía ser a veces, pero era lo que había.
     
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