Interior Pasillo (Planta baja)

Al caminar por el pasillo comenzó a deleitarse con la pulcritud de las paredes, la iluminación de la madrugada que se divisaba por las ventanas, conociendo, explorando de vista el espacio. Que precioso era caminar sobre las brillantes baldosas, ciertamente nada similar a sus raíces, las cuales eran cuestionadas a la ligera. Escuchó entonces las respuestas ajenas, sin inmutarse por dar la suya, manteniendo leve distancia con Alice, estando más cerca de Morgan.

Su sentidos afilados dictaminaban una sensación de extrañeza con la chica que le acarició el cabello, observándola por unos instantes. El violeta que solía pintar fuera de casa, en su anterior instituto, el inexistente; cuántos accidentes.

Qué curioso.

Su mente se negaba a interactuar de más.

Sonrió entonces en sus adentros, deparando en las escaleras.

—No —respondió con suavidad, afirmando el hecho de que efectivamente sus raíces pertenecían al exterior.

Un exterior fragmentado y difuso.

—Llevo en japón un par de años —comunicó llevando un mechón tras su oreja izquierda, denotándose la tonalidad carmín de sus uñas—. Es un país precioso —aduló en general.

 

Dante Miles

En el instante que sintió que la peliazul se aferró a él no dudó ni un segundo en abrazarla con un poco más de fuerza, murmurándole que estaba acompañada y la iban a apoyar, manteniéndose atento a cualquier pequeño cambio que pudiera tener para poder cambiar o no lo que estaba haciendo y así fue como apenas la escuchó hablar, no tardó en afirmarle que Liza estaba allí y la dejó ir apenas sintió que el agarre se desvaneció.

Liza la conocía, lo cual significaba que las cosas podrían ir un poco a mejor.

O no.

Antes de que pudiera siquiera suspirar de alivio, notó las lágrimas deslizarse en el rostro de Liza y eso no hizo más que asustarlo mucho más por la situación, ¿qué más cosas habían pasado con ella que no sabía con respecto a ese problema? Casi por instinto terminó acercándose a ella, abrazandola con uno de sus brazos sin saber muy bien que pasaba.

—Liza... —No fueron muchos segundos para que aquel tacto con la petición lo pusieran en marcha de apartar a los estudiantes que pudieran estar en el camino de ambas y caminaran tranquilas hacia los baños, el único lugar que era bastante probable que supiera donde estaba al ser bastante obvio —, hey, liza... voy a esperarlas aquí, ¿okay?

No podía entrar allí con ellas, pero tan siquiera podía darle la seguridad de que no se movería de allí.

Contenido oculto

Liza White Yugen

 

Bonita e inteligente.

Encantador.

—Nací y me crié en Europa. En Francia, concretamente. Oh, mon amour~—susurró con cierta tonalidad ominosa—. Llevo en Japón relativamente poco tiempo... mi acento debe demostrarlo.

Miró a la joven de cabello azul con la mirada entornada, ladina.

—En filosofía hace referencia al desocultamiento del ser, Alethea-san—explicó con aquella sonrisa extraña oculta tras sus dedos. La miraba con intensidad, como un gato observando un gorrión a su alcance, en una rama baja. Casi podía escuchársela ronronear—. A la naturaleza intrínseca del ser humano. ¿Nunca te has preguntado que escondes dentro? ¿Cual es tu verdadero yo? ¿El más puro y real? Ese que no se amolda a convencionalismos ni a comportamientos aprendidos. El más puro y animal.

Pero qué divertido. Resultaba tan irónicas sus oscuras intenciones teniendo en cuenta la implicación de Aletheia, como ella misma sabía perfectamente amoldarse a las sombras y ocultar su propio ser.

Su verdadera naturaleza.



Sentir a Liza correspondiendo su abrazo fue como llevar tiempo hundida bajo un océano oscuro que no permitía que la luz se filtrarse a través de la superficie del agua, ahogándose, con los pulmones ardiendo por la falta de oxígeno y haber vuelto a respirar.

Era tan cálido.

Se abrazó aún más a ella temblando por las emociones a flor de piel, por la ansiedad devorándola entre angustiosos sollozos que no podía contener. Ya no sabía si lloraba porque estaba asustada y confundida, porque estaba perdida y devastada o si estaba emocionada y su llanto era una respuesta a la felicidad que le desbordó saber que ella estaba allí. Que no había hecho lo que quiera que hubiera hecho con Mimi y Emily para joder su relación con ella. El hecho de que Liza estuviera ahí, a su lado, le había dado una luz de esperanza y todo se había mezclado dentro de ella con una intensidad abrumadora.

No estaba todo perdido.

Liza estaba allí.

Ella estaba ahí y no iba a irse.

No iba a irse ¿verdad?

Se dejó hacer y guiar sin pronunciar palabra aún dejando escapar sollozos ligeros que poco a poco empezaban a sosegarse. Aún le pesaba el pecho, aún quería deshacerse en lágrimas por sentirse tan inútil y estúpida y no poder hacer nada en una situación que se le escapaba completamente de las manos.

Pero no podía.

Porque no era la única que se había roto.

La llave del agua se abrió y corrió clara sobre el lavabo. Aika ni siquiera se miró en el espejo del baño. No quería hacerlo. Hundió las manos en el agua del grifo y se mojó el rostro. El agua fría le ayudaría a centrar ideas. Volvería a poner todo en su sitio, a encajar piezas y ayudarla a recuperar la sonrisa.

Hoy no, depre-chan.

No estoy sola.

—Hey... también estás llorando—susurró y acercó sus manos frías a las mejillas de Liza enjuagando sus lágrimas con los pulgares de forma cuidadosa. Buscando imprimir el mismo cariño maternal de ella... pero era ciertamente torpe. Le sonrió. Una sonrisa débil, que no contenía la fuerza de antes pero era al fin y al cabo una sonrisa genuina, de esas que no se fingían—. Estas más linda cuando sonríes Liza-chii. Te lo dije.

>>¡Ah! ¡No quiero decir que no seas linda cuando lloras!—exclamó con nerviosismo al percatarse de que sus palabras podían malinterpretarse. Dios, por qué era tan tonta—. No, espera... quiero decir que estás linda siempre pero sobre todo cuando sonríes. Te salen unos hoyuelos sú~per lindos en las mejillas.

 

Liza White

El trayecto hacia los baños se transformó en un parche negro y fue el agua del grifo lo que despertó sus sentidos de nuevo. Se había limpiado las lágrimas y agradecido a Dante antes de entrar, aunque la voz apenas escapó de su garganta. No supo si le agradeció por esperarlas fuera, por conducirlas en su estado, por mantener los fragmentos de Aika entre sus brazos hasta que llegó a su encuentro; quizás por todo ello. Se acercó al lavabo y permaneció a su lado en todo momento, acariciando su espalda con movimientos circulares, observando su reflejo en el espejo. Ver quebrarse la imagen de la felicidad que había concebido siempre le rompía los esquemas. Todo su mundo se tambaleaba, las piezas se salían de su sitio y ya no tenía fuerzas para volverlas a su sitio.

Porque no le correspondía hacerlo. Había necesitado llegar a ese extremo para darse cuenta de ello.

Sentir las manos de Aika secar sus últimas lágrimas la hizo mirarla a los ojos. Verde sobre azul. La dejó hacer con una pasividad que no creyó suya, porque eran pocas las veces en las que ella se encontraba del otro lado, y su intento forzado por recuperar su energía habitual le arrancó una ligera risa de los labios. Ladeó el rostro, posando durante un instante la húmeda mejilla sobre su mano. A pesar del frío de sus manos, no dejaba de sentirse cálido.

Quizás podría llegar a acostumbrarse. A dejarse cuidar por otros.

—Ojalá nunca dejes de ser tú, Aika —murmuró, aunque ni siquiera supo por qué lo dijo. Todo a su alrededor había cambiado tanto en tan solo unos días que necesitaba creer que había alguien que permanecería. Tenía algo de miedo. Miedo de perder también a Aika. La rodeó con suavidad, colocándose tras su espalda, y deslizó los brazos alrededor de su cuello. La atrajo hacia sí, pero no la obligó en ningún momento a mirarse en el espejo—. Tienes la sonrisa más linda de todas, pero nunca tuviste la oportunidad de verla. No me refiero a la que nos regalas cada mañana, o cuando compramos esos mochis tan ricos en la tienda de la esquina, que también lo son. La mejor de todas surge cuando no somos conscientes de que estamos sonriendo.

Apoyó el mentón sobre su hombro, y su yo del espejó la imitó.

>>Justo acababas de hacerlo, cielo. Y fue hermoso.

Y es parte de tu esencia, Aika. No hay nada de malo en ella.

Ojalá puedas verte algún día como te veo yo.

Se apartó con el mismo cuidado impreso en cada una de sus acciones, como si temiese romperla entre sus brazos, y le sonrió una última vez antes de secarse del todo el rostro. No se alejó de su lado, porque en el fondo sabía que eso no era todo. Quizás no era el momento ni el lugar adecuados, pero con ese pequeño gesto quiso darle a entender que estaría esperando por ella todo lo que necesitase.

No tienes por qué sufrir sola. Ya no.

—¿Sabes? Esta semana se me hizo tan larga que apenas reparé en que hoy es viernes —se llevó las manos a la cintura, con cierta diversión coloreando su voz. Reparó en las baldosas que decoraban la entrada, allí donde esperaba Dante—, y lo mucho que necesitamos darnos un descanso. Podríamos ir esta tarde al karaoke, o al parque; quizás a tomar un helado. Podría venir Dante, estoy segura de que seríais buenos amigos.

De repente añoraba los fines de semana donde todo era normal.

 

Arrugó levemente el ceño en confusión al escucharla y ladeó la cabeza como un cachorro perdido tratando de entenderla. ¿Que nunca dejara de ser ella? No podía hacerlo ¿no? Siempre sería Aika, no importaba qué. Soltó una risita ligera, nerviosa. No lograba entenderlo pero probablemente era una de esas reflexiones profundas que su cerebro no lograba procesar. Veía el mundo de forma simple y no le buscaba excesivamente el significado a las cosas. El cielo azul era hermoso siendo azul, no se preguntaba por qué era azul en primer lugar.

—Tu tampoco dejarás nunca de ser tú Liza-chii.

Veía las cosas tal y como eran. O como parecían ser.

La calidez le llenó el pecho y se extendió por todo su cuerpo como una ola suave disipando la frialdad en sus venas cuando Liza la abrazó por la espalda. Era tan cálida. Sus palabras fluyeron sedosas, maternales y la arrullaron como había hecho Kurosawa en los casilleros el día anterior. La única diferencia es que con Liza había estado el tiempo suficiente para que gestos como esos tuvieran un significado mucho más profundo, capaz de calar el alma.

Tienes la sonrisa más linda de todas, pero nunca tuviste la oportunidad de verla.

Sintió el peso de su cabeza sobre su hombro y el roce ligero de la piel ajena contra su mejilla le produjo un ligero escalofrío. Soltó una risa suave.

—¿Ah sí?—susurró con un tono quedo, titubeante y sin atreverse a fijar su mirada en el espejo sonrió de forma tímida—. Nunca me he considerado una chica linda ni femenina. ¿Recuerdas en primaria? Me gustaba jugar al béisbol o al fútbol con los chicos. Siempre acababa manchada de tierra y barro y Mii-chan huía de mí cada vez que atrapaba escarabajos y quería enseñárselos—su sonrisa se tornó nostálgica, amarga. ¿Qué iba a ser de ellas? ¿Podían arreglarse? No quería perder esos recuerdos. Se rehúsaba a hacerlo. Suspiró y alzó la mirada. El espejo le devolvió su misma imagen. Los grandes ojos verdes, intensos. El corto cabello claro disperso, salvaje, porque nunca se tomaba el tiempo de adecentarlo. El uniforme abierto, desabrochado. El prototipo de tomboy—. Nunca me gustó el maquillaje ni cuidarme las uñas como Mii-chan. Ni he sido tan dulce y amigable como Emi-chii. O tan maternal como tú.

¿Soy bonita?

¿Lo es mi sonrisa?

Minato era realmente bonita.

Se volteó cuando Liza se apartó de ella y le devolvió la sonrisa cuando ella lo hizo. Cálida y genuina. Al menos se tenían la una a la otra. Incluso si Mimi no volvía o Emily cambiaba por completo y no quería volver a saber nada de ellas. Era un consuelo saber que estaban juntas.

Gracias.

De verdad.

Muchas gracias por estar aquí.

—¡Ah, al karaoke!—exclamó con entusiasmo y sus ojos parecieron brillar cuando ella lo mencionó. Uno de sus sitios favoritos donde procrastinar y pasar la tarde—. ¡Me encantaría! Hace si~glos que no vamos ¿verdad? ¡Quiero probar y cantar nuevamente en inglés!—alzó el brazo con emoción, bien alto, y empuñó la mano.

Se le daba realmente mal cantar, especialmente en inglés. Pero disfrutaba hacer escándalo y provocar la risa entre las personas a su alrededor.

Era puro alivio cómico.

Después de la tormenta siempre llegaba la calma. Después de la lluvia... siempre salía el sol. Y eso le recordaba que todo iría bien de un modo u otro, incluso si todo se veía negro y monocromático en esos momentos. Ahora que las lágrimas se habían secado solo quería fingir que no había nada mal. Que todo estaba bien, que no había problemas, porque detestaba esos momentos donde todo se quebraba y el dique de contención estallaba en millones de pedazos.

No le gustaba estar triste.

No le gustaba que las personas que quería estuviesen tristes.

>>¿Dante...?—murmuró entonces y parpadeó rápidamente, contrariada—¿ese chico lindo que iba contigo?—ahora fue ella quién la abrazó por la espalda de un salto entre risitas divertidas. Le picó la mejilla con un dedo—. Qué callado te lo tenías Liza-chii. ¿Quién es? ¿Quién es? ¿Alguien especial?

Contenido oculto: El inglés de Aika

(????)

 

Verónica

Había entrado a la academia siguiendo los pasos de un chico pelirrojo que portaba mi mismo uniforme, pero lo había notado tan distraído que no me tomé el atrevimiento de saludarlo u ofrecerle acompañarlo hasta nuestro colegio, por su forma de andar parecía muy seguro de sí mismo. Solamente entré a Gakkou un poco después de él. Nuestros casilleros eran separados por una distancia considerable, de modo que tampoco hubo espacio para palabras casuales (aunque una suerte de sexto sentido me gritaba que aquello era lo mejor, no sé por qué). Lo escuché, sin embargo, hacer mención a los clubes que solían hacerse en los colegios japoneses, lo que me hizo caer en cuenta de que ayer se me había pasado por alto anotarme en uno. ¡Ay, irresponsable de mí! Por si no bastara con este pequeño infortunio, tampoco sabía a dónde o a quién debía acudir para alistarme en uno. Lo único que sabía era que había un club de esgrima, tenía muchas ganas de probarlo.

Así que allí me encontraba, caminando por los pasillos, con una sonrisa pensativa mientras veía a los estudiantes a mi alrededor pasar. Todos estaban en constante movimiento, de manera que se me complicaba la tarea de iniciar una conversación sin importunarlos, cortarles el paso o parecer una invasiva.

Pero como si de una salvación se tratara, divisé a un chico de cabellos castaños y ojos verdes parado cerca de la puerta del baño de chicas. Daba la sensación de que estaba preocupado por algo, pero parecía ser una persona tranquila. Me aproximé hasta su posición con mi sonrisa de siempre y lo saludé con un leve movimiento de mano para llamar su atención.

—¡Hola! ¿Cómo estás? —dije alegremente, como si fuéramos amigos. A veces era muy confianzuda— Espero no estar molestándote. Verás, pensaba anotarme hoy en uno de los clubes de la academia, pero no me sé el trámite —cerré los ojos y negué con la cabeza, un poco apenada—. ¿Sabes a dónde debo enviar una solicitud para el Club de Esgrima? Te pregunto a ti porque da la sensación de que llevas tiempo estudiando aquí, además de que pareces muuuy responsable —mientras decía esto último, había formado un cuadro con los dedos pulgares e índices de mis manos y apuntaba a él, como si estuviera por sacarle una foto—. ¡Ah! Y me llamo Verónica, creo que debería haber empezado por ahí, ¿no crees?

Contenido oculto

 

En ningún momento había dejado de ver la puerta del baño esperando alguna clase de respuesta o actualización de lo que había pasado, moviendo su pie de arriba a bajo de forma rítmica en un intento de querer calmar los nervios. Su mejor amiga estaba llorando allí con otra de sus amigas y ni siquiera sabía la razón o podía hacer algo más que esperar a que todo estuviera yendo bien y ambas pudieran sentirse un poco mejor con respecto al problema en cuestión.

"¡Hola! ¿Cómo estás?"

La nueva voz terminó sorprendiéndolo, haciendo que buscara casi al instante el origen de esta, encontrándose con aquella peliblanca. Una vez que su corazón se calmó no dudó en sonreirle, hablar con alguien no le venía nada mal para distraerse lo mejor posible de la situación —No molestas en lo absoluto, de hecho...creo que me ayudas un poco —confesó masajeando un poco su nuca, no sabía porqué pero le decepcionaba un poco no tener las respuestas esperadas—, ¡oh! ¿Clubes? Realmente lo siento... me temo que he engañado un poco en apariencias porque es mi primer día.—Soltó una pequeña risa para que Verónica supiera que lo tomaba bastante bien.

—Pero, si algo puedo decirte es que si se parece un poco a mi anterior escuela, quizás ayude ir al lugar donde toman ese club y no te preocupes, se dice que lo mejor suele esperar al final, ¿no? Es un placer, me llamo Miles Dante, pero Dante esta más que bien.

 

Contenido oculto: jujuju

Dumont torció su sonrisa al escucharla allí, tras los dedos que ocultaban sus labios.

Pero qué delicia de chica.

No tenía la más mínima idea del terreno pantanoso lleno de sibilantes serpientes sobre el que estaba caminando. Exudaba pureza e inocencia por cada poro de su nívea e impoluta piel y ella podía verlo, sentirlo con una facilidad irrisoria. Y le encantaba. Era una santa paloma blanca de cándido aspecto rondando la guarida de una cobra real.

Y no tenía idea de nada.

Sus ojos la escudriñaron, entornados, filosos como los de un gato. El cabello como el océano y los ojos de cielo, tan vivos, tan alegres. Su aspecto de dama educada y correcta era un reclamo a gritos para su naturaleza pésima. ¿Cómo sonaría su voz dulce suplicando? ¿Qué tonalidad tendrían sus gemidos cuando su voz sonaba tan educada y calma? ¿Sus gritos?

—Qué maravilla Alethea-san—se acercó a ella con pasos meticulosos y apoyó su mano mortecina en su mejilla. Sus uñas estaban pintadas del mismo morado profundo que su cabello—. Tu naturaleza nefelibata y nesciente es fascinante y atrayente como un imán. Eres justo lo que estaba buscando. El tipo de chica perfecta—deslizó los dedos de forma cuidadosa hasta su cuello sintiendo el pulso bajo su piel. Su tacto era gélido como la mano de una muñeca. Alzó la mirada hasta sus ojos observándola con extraña intensidad. Profundos, insondables. Como si pudiese transpasar su piel, sus músculos y sus huesos y ver su alma. Era la mirada de un depredador, de una serpiente. Soltó una risita ominosa—¿De verdad deseas descubrir tu verdadera naturaleza? Puedo enseñártela. Tu lado más feral y primitivo, carnal, ese que no se ajusta a convencionalismos y no rinde cuentas ni a la ética ni a la moral. Tu yo deshinibido, puro y libre. Tus verdaderos colores, Aletheia.

Se inclinó sobre su hombro y rozó su oído con su aliento. El soplo gélido de la muerte.

>>Permítanos entregarnos indiscriminadamente a todo lo que sugieren nuestras pasiones—citó—, y siempre y cuando seremos felices... La consciencia no es la voz de la naturaleza si no solo la voz del prejuicio<<

El tacto de sus dedos en su mejilla se tornó posesivo, dominante y deslizó las uñas hasta casi arañar su piel.

—Todo lo que necesitas... es confiar en mí.

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Cuando la perra cita al Marqués de Sade sabes que todo se va a poner bien deep and dark

 

Su sonrisa se torció aún más, casi demencial, si eso era siquiera posible. Ah, pero que interesante~ La pequeña y cándida paloma tenía un halcón guardián.

De un momento a otro fue bruscamente apartada de Alethea y vio a la jovencita díscola llevársela de la mano como si ella estuviese apestada. El manotazo le picó en la piel y le envió una descarga eléctrica de forma directa al cerebro.

Ah.

Seguía siendo fascinante de todas formas. Y sabía cuál sería el resultado a fin de cuentas. No entendía los sentimientos humanos como tal pero le gustaba observarlos. Detallarlos. Sus semejantes eran curiosos por naturaleza. Sembraría las semillas y recogería los frutos en poco tiempo, no tenía necesidad de presionar. Aguardaría, paciente, a que las piezas se moviesen por sí solas.

Ni por un segundo apartó la mirada de ella. Del vuelo ligero de la falda corta del uniforme ni de los muslos tersos y firmes apretados bajo la tela negra de las medias.

Se relamió los labios como un depredador.

—Alethea-san—susurró como si su nombre fuese miel empalagosa y su sonrisa maliciosa se extendió.

No se le iba a escapar.

"Puta loca."​

Ni por un solo segundo.

 

Negó con parsimonia, enredando sus dedos con los de ella sin siquiera preguntarle. Simplemente no podía evitarlo, era tal cual a cuando salían a algún sitio, necesitaba mantener aquel lazo unido. Ya no sabía si era por simple costumbre que lo hacía, o porque no quería que ningún estúpido se metiera en medio, aunque lo segundo jamás lo aceptaría, ni para él mismo, ni para nadie.

—Comí unas frituras en el salón de clase —susurró sin frenar sus pasos—, aunque si me compartes no me quejaré tampoco —se permitió reír—O, podemos ir fuera. Jamás he almorzado en los jardines de un instituto japonés.

Le insinuó entonces el bajar por las escaleras, mostrándole sus blancos dientes.

—¿Cómo te está yendo en el trabajo Sasha? —preguntó entonces a medida que comenzaban a bajar los escalones y detenerse en una máquina expendedora, comprando una bebida de fresa helada, viéndola desde abajo—, ¿todo está en orden?

 

Ciertamente su padre nunca le hablaba de negocios más que para enseñarle el cómo se deben tratar los empleados, las reformas laborales de sus empresas privadas, el cómo manejar el dinero, el cómo no tener una mierda de calidad humana. Aquello lo ponía ansioso, aunque Sasha nunca había mostrado índice de maltrato laboral, y nunca le había comentado más que cosas superficiales, por lo cual solía preguntar poco por ello.

Abrió la bebida y comenzó a tomarla mientras la escuchaba.

—¿El primer día? —susurró pensando por unas milésimas de segundo—, conocí varios personajes agradables —comentó con sinceridad genuina, viéndola comprar una bebida—, estaba pensando en comprar un departamento cerca del instituto. Ya sabes, para vivir solo.

Aquella idea estaba en el aire por la duda sobre dejar a su madre a solas con su padre.

—De esa forma podríamos, no sé —le guiñó el ojo—, vernos más seguido —aligeró el tema, ladeando la cabeza—. Y tú, ¿tienes muchos amigos por acá?

Aquella pregunta tenía el tinte divertido y característico de él, camuflando la segunda intención de saber qué tantos chicos mantenían con ella.

Posesivo, como solía ser.

Tras aquella sonrisa juguetona.

 

Jugó con la lata helada en su mano al moverla como el péndulo de un reloj.

—Katrina Akaisa —paladeó el nombre por la r intermedia—, Aaron Yume —continuó recordándolos a medida que los mencionaba—, y dos chicas más pero cuando ibamos a hablar llegó la profesora, y no recuerdo sus nombres —confesó sereno, sintiéndola abrazarse contra él.

No se acostumbraba a su perfume, como si fuese cada vez que lo inhalaba la primera vez que se permitía aquella sustancia en sus fosas nasales. Perfectamente podía ser una droga que no estaba dispuesto a dejar.

A diferencia de ella, si solía tener muchas amistades alrededor del mundo, manteniendo contacto por redes sociales al dejar de verlos. Era malditamente inevitable que terminara con mil likes en fotos, o la cantidad de mensajes privados, fue entonces que rió con aquel tinte risueño.

—Mamacita —siseó contra su oído en español—, vamos a almorzar, y de ahí me acompañas a buscar a Anna —susurró al recordar el panfleto que vio cuando fue a buscarla—, al parecer están buscando integrantes para un club de baile.