Pas de Deux

Tema en 'Relatos' iniciado por Antonio Corazoncito, 17 Mayo 2010.

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    Antonio Corazoncito

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    Pas de Deux
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    Pas de Deux

    Título: Pas de Deux
    Fandom: Original.
    Pareja: Ella x Él
    Clasificación: T
    Advertencias: Final... inesperado incluso para mí.
    Summary: "Baila conmigo"
    Genero: Romance
    Palabras: 986

    Pas de deux​
    Un, dos, tres, uno, dos, tres. Vuelta, giro, salto, suelta, giro, uno dos, tres. Una pequeña reverencia alzando su mano hacía la luna, que la observaba.
    Necesitaba calmarse.
    Se sacó la ropa y se metió en la ducha.
    Las gotas de agua recorrían su cuerpo, cálidas, húmedas y a la vez, frías, sin ningún sentimiento ni deseo más que el de poder evaporarse, hartas de el ciclo sin fin al que siempre eran sometidas.
    El jabón se unió a ellas esta vez, se conocieron, cayeron bien y mezclaron en una dulce y fresca danza.

    Salió de la ducha sin haber entonado su habitual concierto.
    Ningún do, re o mí. Al que tampoco acompañaron ni un fa, sol o la. Menos aún el si.
    Se quitó la humedad del pelo con la toalla, lo peinó, dejándolo libre, la toalla alrededor de su cuello y se vistió.
    La típica camiseta de tirantes gordos gris que amaba. El típico pantalón vaquero que se pegaba a sus piernas mostrando su figura.

    Todo tan típico como el primer día en su nuevo piso en Sicilia.
    Salió a la terraza a observar el oscuro pero fresco paisaje.
    La diosa en el cielo, estaba arreglada, su rostro pálido recubierto de maquillaje que la había ver más pálida, sus ojos grises fijos en el espejo del mar, su largo cabello negro se confundía con su precioso vestido de satén negro, ambos adornados por preciosos diamantes.

    El dios también había sido coqueto ese día, su corto cabello rubio estaba bien arreglado haciendo que su tez dorada del bronceado quedara como un pecado imposible de alcanzar. Sus ojos miel, fijos en todo el mundo, intentando abarcarlo todo.
    Él se había decantado por cambiarse de traje tres veces, el primero blanco, con una camisa rosa, el segundo había sido azul, con camisa blanca y el cuarto traje había sido chillón naranja, camisa roja de seda y corbata violácea.


    Miró el paisaje una vez más, las casas de estilo apartamento de dos pisos de fachada blanca se habían ensuciado dejando una fachada grisácea.
    Los ojos, se habían abierto, amarillos, amenazantes en la suave noche.

    Como un pensamiento vago, se preguntó que color tendría su piel, seguramente grisácea también, sus ojos se habrían apagado del aburrimiento. Su cabello, en parte por la humedad, en parte por la poca claridad del momento, habría pasado a un castaño oscuro casi grisáceo, sin dejar ni rastro del suave y alegre rubio del que solía ser.

    Entró a la casa, medio aburrida, medio tranquila.
    —Hola pequeña —Unas manos grandes y cálidas cubrían sus ojos impidiéndole ver. Pero no necesitaba ver quien era, reconocería esa voz en cualquier parte. Solo necesitaba tocarle para saber si era él de verdad.
    —Estás muerto.
    —No, estoy vivo —La voz del ángel sonaba sorprendida.
    —No, te digo que lo estás si no me apartas las manos de la cara
    Luego sonrió, con un deje divertido.
    Él se echó a reír y se apartó, dejándole la vista suelta, como si fuera un precioso semental de raza pura al que acaban de abrir el establo.
    Entonces lo vio.
    Sus ojos verdes que brillaban como dos esmeraldas bajo el sol, su cabello castaño, claro y cálido, alborotado como en un día de viento, su piel canela, bronceada por el sol, sus fuertes músculos, que se marcaban cuando hacía fuerza, su preciosa sonrisa, siempre cálida y alegre.
    Su espíritu lleno de pasión. En fin.
    Aquel cuerpo que ella tan bien conocía, que era el que la llevaba al paraíso noche tras noche, durante cinco años.
    Él estaba allí, frente a ella.
    Con su mirada emocionada, cristalina, con su enorme sonrisa y esa ilusión pintada de rosa en sus mejillas.
    —Baila conmigo, esta última noche.
    —¿Última? Ahora que has venido…
    —De visita. Me he escapado esta noche.
    —¿Solo un día?
    —Ni eso —Sonrió triste, y besó sus mejillas—Tenemos unas pocas horas. Dije que me iba a descansar al hotel, irán más o menos a las tres de la mañana, se pondrán a buscarme a las ocho. Más o menos
    —¿Están borrachos? —Sonrió, mientras una idea surgía en su cabeza.
    —Sí. Han comenzado a beber cuando yo ya me iba. —Después repitió su ruego— Baila conmigo.
    No hizo falta que se lo pidiera otra vez.
    Un baile lento, otro rápido, un vals. Y para completar la noche, un perfecto ballet francés.
    Un precioso y conjuntamente grácil Pas de deux.
    Aquel ballet en dúo que tanto amaban los dos terminó en una posición casi comprometedora pero hermosa.
    Sus rostros, a pocos centímetros del otro acabaron juntándose en un suave beso, lleno de amargura, añoranza, amor, y deseo.
    Dicen que las imágenes valen más que mil palabras, un gesto también, casi todo son reflejos de los sentimientos que guardamos en nosotros mismos.
    La sincronizada levantada terminó en otro beso dulce cuando ella bajó la cabeza.
    —Yo… —susurró avergonzada.
    Él acalló sus palabras con un beso, más pasional, más fogoso, lleno de deseos reprimidos por mucho tiempo.

    La velada acabo con los ajustados vaqueros de ella y los pantalones del traje de él tirados en el suelo y en el respaldo de un sillón, respectivamente, su camiseta, cerca de la cama, y la camisa de seda roja de él, cerca de los pantalones.
    El fuego recorría ambos cuerpos, hasta que terminó en un destello.

    Cuando ella despertó no había ningún rastro de que él hubiera estado allí, tan solo su olor en su piel y el recuerdo.
    Se duchó y quedó el recuerdo.
    Volvió a vestirse con simpleza, unos vaqueros y otra camiseta de tirantes, esta vez blanca, la toalla alrededor de su cuello, y así salió al salón de su casa.

    Allí, en el respaldo de un sillón estaba una corbata roja.
    Sonrió sin poder evitarlo.

    Sonó su móvil
    Ciao —Le respondieron en un perfecto italiano. La conversación se alargó unos minutos.
    —Tienes que volver a por tu corbata.
    —Es una promesa, —la voz sonrió— hermanita.


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    Pas de deux: Paso de dos.
     

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