Taitō Parque Ueno [Parque]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 7 Diciembre 2021.

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    Zireael

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    Todos éramos diferentes y que me cortaran la cabeza si no lo tenía bien claro, teníamos el caos del fuego con Yuzu y la menor de los Kurosawa, la violencia helada del océano de Sonnen, el propio desastre de mi tormenta y luego, entre todo eso, aparecían las polillas o las mariposas, los pequeños ratones y conejos también. Eran personas que parecían haber sido enviadas de otro plano, fuegos fatuos se alzaban por sobre la guerra que nuestros elementos creaban en el mundo, a veces no poseían mucha presencia... pero tenían un poder distinto con ellos. Había resolución en su silencio y sus movimientos, eran motores o pilares según lo desearan o nosotros necesitáramos.

    Estaba bien, era el orden del mundo, era su balance y solo así podríamos sobrevivir, salir adelante a pesar de lo que habíamos perdido y seguiríamos perdiendo. En ciertos momentos algunos necesitaban de un toque de electricidad para volver a puerto, había sido el caso de Cayden, había tenido que sacudirle el puto suelo para traerlo de regreso cuando se descarriló bajo la ignorancia de Dios y el diablo. Pasaba que con otros no funcionaba esa contundencia, había que ser pacientes, lanzar los hilos, encender las luces y esperar horas, semanas, meses o años.

    Había que enviar a los indicados para ese trabajo y aceptar cuando esos no éramos nosotros. A la larga los traían de regreso, era entonces cuando podíamos hacer algo por ellos.

    Seguí los movimientos de Ko, lo vi levantarse y yo me quedé donde estaba, su voz me alcanzó de todas partes y ninguna, porque estábamos hechos del mismo aire pero éramos polos opuestos. No había violencia en Kohaku, nunca la hubo, y siempre había sabido escaparse entre nuestros dedos sin dificultades posiblemente por esa misma razón.

    Estuve por asentir con la cabeza a su pregunta, pero los remolinos tomaron fuerza y el gesto se me quedó congelado a medio camino, el aire susurraba cosas y una de ellas era que Kohaku no estaba hablando, al menos del todo, conmigo. Lo seguí escuchando a pesar eso y solté una risa por la nariz cuando caí en que el idiota estaba refiriéndose a mí; para cuando me di cuenta estaba acuclillado y repasé sus facciones antes de recibir el diente de león que había arrancado. La pregunta solo entonces hizo eco.

    ¿A quién perdiste, Ko?

    Chiasa.

    Me desinflé los pulmones y alcé el brazo, girando el diente de león en mis dedos, no pude contener la sonrisa amarga que me alcanzó el rostro cuando siguió hablando, tampoco era de puta piedra. Una parte de mí, de la tormenta, deseó levantarse, echar a correr, tirar la puerta de la casa de Dunn y cagarlos a palos no decírmelo, por haberme dejado sin saber qué cojones había pasado con el cachorro que Yako me había encargado cuidar, pero el fuego ajeno se alzó como una muralla y habló con mucha más claridad que nuestros montones de aire.

    No te atrevas, me dijo.

    ¿A qué?

    A dejarlo solo cuando acaba de presentarte a Chiasa.

    Pensé entonces lo que me dolería perder a Izu o a Sei, recordé que yo era el mismo que había llorado a Yako durante horas luego de que Yuzu se rompió, el que había corrido y corrido hasta el Hibiya solo para llorar en el que era, al final del día, nuestro propio santuario. Yako era una cosa, ¿pero mis hermanos? No quería imaginarlo y nuestro cachorro lo había tenido que vivir.

    Había caminado a oscuras muchísimo tiempo, ¿no?

    Inhalé con cierta fuerza porque otra vez algo se me había atorado en la garganta, la sonrisa amarga no se me había borrado del todo y cuando Ko se sentó frente a mí volví a recorrerlo con la vista. Al final no me quedó más que ceder, me moví un poco para acercarme todavía frente a él y estiré la mano para acomodarle el diente de león entre el pelo, un par de semillas se desprendieron pero detalles.

    —No hacía falta decirle que me comía tus chicles —dije en un murmuro todavía medio inclinado en su dirección y así de paso evité mirarlo mientras hablaba—. Nunca aparecí en el santuario, con estas pintas siempre me pareció una falta de respeto, pero de haberlo hecho la habría conocido, ¿no? A la larga hubiese terminado llevándole dulces como a mis hermanos posiblemente, incluso si a ti te robaba los chicles.

    Todavía sentía el nudo en el fondo de la garganta, pero logré hablar a pesar de eso, sonaba serio como pocas veces en la vida y tuve que detenerme un momento para pensar las cosas que iba diciendo. Le acaricié el cabello de nube a Ko, el gesto fue un poco torpe porque ya se sabía que no era muy expresivo con esas cosas, pero incluso así yo sabía el cariño que llevaba realmente.

    —Una vez otro idiota dijo que los amuletos existían para darnos tranquilidad, vete a saber si sabía que él mismo era uno o quizás todos los somos —continué ahora sí regresando a mi espacio—, no lo sé realmente. Aún así volviste, te apareciste por la puerta un buen día y hasta yo podría pensar que fue por Chiasa ahora. Te regresó tus amuletos porque sabía que los necesitabas.

    Me callé un rato, alcé la vista a la copa del cerezo y se me escapó una risa diferente a todas las anteriores, fue cristalina y me resultó tan ajena a mí mismo que no supe del todo qué hacer con ella. Como fuese, me incorporé, me acomodé junto a Ko y le eché el brazo por encima de los hombros para atraerlo hacia mí, lo presioné con cierta fuerza.

    —Gracias por decírmelo —murmuré a la vez que hundía la mano en su cabello—. Por presentármela incluso ahora.


    god: cómo de sad quieres el tocho?
    yo, con la ost de enkanomiya de fondo: sí
     
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    Gigi Blanche

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    Si algo me enseñaba constantemente el aire era la fragilidad de las cosas, su volatilidad también. Las identidades resultaban casi en una ilusión, como la noción de control y estabilidad que la gran mayoría defendíamos a cambio de no enloquecer. Nos hablaban desde pequeños sobre posesión, sobre objetos y relaciones de pertenencia, nos decían que el dinero nos otorgaba derechos y los derechos, poder. Que amar era tener, que tener nos garantizaba felicidad y, a la larga, sólo nos condenaban.

    Porque todo, absolutamente todo, era una jodida ilusión.

    Ojalá comprender la muerte en vez de temerle, ojalá fluir antes que aferrarse, pero el mundo tenía otra opinión, era el mundo en que nacíamos y ¿cómo mierda resetearnos a fábrica, si prácticamente nos imprimían lo que nos arruinaba en el ADN? Ser aire no me había salvado; otorgarme alguna ventaja, quizá, pero fue perder fragmentos de mi vida, pilares, y darme cuenta que era igual al resto. Todos buscamos poseer para pertenecer. ¿Dolería menos de otra forma? No lo sé.

    ¿Sería menos hermoso, también?

    Era un inconformista, por estúpidamente irónico que resultara viéndome rodeado de renegados sociales sin mover un dedo. Quizá no descargara energía como la tormenta de Arata, pero hacia el interior de mis propias corrientes el aire se arremolinaba y vibraba constantemente. Había un núcleo, un espíritu que se replicaba al tiempo que conseguía manifestarse en multitud de formas. Y de esas variaciones, de la descomposición de la semilla en diferentes energías, surgía el equilibrio. No necesitábamos poseer, sólo albergar y canalizar. Ser pasajeros, no dueños.

    Ojalá lo comprendiéramos algún día.

    Quizá fuera un delirio, pero muchas veces encontraba en el recuerdo de Chiasa el fundamento para mantenerme fiel a mí mismo. Era como si la niña hubiera poseído la libertad del aire, la intensidad del fuego, la estabilidad de la tierra y la calma del agua, era como si hubiera nacido con cien años de ventaja y toda la vida le hubiera servido para enseñarme que en realidad no había tanto que aprender. ¿Se fue demasiado pronto? ¿Cumplió simplemente lo que debía? Vete a saber. Ni siquiera tenía sentido, ¿verdad? Buscar respuestas.

    Y mientras Arata hablaba, me pregunté qué clase de luz habría emitido Chiasa sobre su propio desastre de haberse conocido. Si su montón de aire, tan tempestuoso como ecléctico, también habría reaccionado como lo hizo el mío. Ya de paso, la idea que se me había ocurrido antes adquirió mayor fuerza y sonreí, pues la niña seguro se habría asustado antes de aceptarlo pero, sin lugar a dudas, lo habría hecho. Dios, habría acabado brindándole un espacio sin replanteárselo un segundo. Tampoco era un ángel superior ni nada parecido, sólo... sólo me había traído calma. Había conectado con los fundamentos de mi núcleo y es que conectar, no tanto poseer, sí era importante.

    Por eso me había perdido.

    Entre los colores de la primavera, me había perdido.

    Lo escuché sin interrumpirlo ni una sola vez, incluso respeté su deseo de no mirarme y clavé la vista en un punto indeterminado del césped. Sus dedos entre mi cabello habían resultado delicados al depositar el diente de león, por contradictorio que fuera con lo que él llegaba a representar, y me pregunté si sería consciente de lo que también podía lograr. Si sabría que muchas cosas son una ilusión, incluso nuestro reflejo en el espejo. Que conectar es importante, fluir y vernos a través de los demás también, que podemos volar libres y al mismo tiempo permanecer cerca de quienes así lo queramos. Que las contradicciones no existen, y si así lo parecen, pues tampoco importa. Aire, tierra, fuego o agua. Pilares, hilos o luces.

    Una vez otro idiota dijo que los amuletos existían para darnos tranquilidad.

    Amuletos.

    Te regresó tus amuletos porque sabía que los necesitabas.
    Nadie puede decirnos qué ser y qué no.

    La risa de Arata reverberó en colores diferentes, de cierta forma me recordó a un arcoiris y ese arcoiris se mezcló entre la primavera donde me había perdido un año entero. Fue similar a las columnas de fuego de Cay Cay, albergó una calidez semejante e iluminó las habitaciones apenas abiertas con una fuerza que, muchas veces, no creía poseer. Pero las ilusiones no sólo provenían del exterior, del mundo y sus reglas injustas, muchas veces las proyectábamos hacia el interior y mutaban hasta forzarse sobre nuestras paredes. Nos hacían creer que estábamos mal o que no podíamos apartarnos de nuestro rol designado y así acabábamos en espirales de mierda. Así encontrábamos monstruos en los rincones, frío dentro de las cuevas u oscuridad al fondo del océano. Demasiado ruido dentro de la tempestad, el suficiente para embotarnos los sentidos. Nos aislaban.

    Cuando todo lo que debíamos hacer era conectar.

    Seguí a Arata con la vista brevemente tras incorporarse, lo sentí acomodándose a mi lado y le dejé echarme el brazo encima. Alcanzó mi cabello, cerré los ojos y medio escondí el rostro en la curvatura de su cuello. Quizá fuéramos puro aire y quizás estuviera equivocado con respecto a todo, pero en ese momento le había lanzado un hilo plateado y él lo había atajado. Y ahora estaba allí, convertido en mi amuleto, y era más de lo que se convencía ser a diario.

    Mucho más.

    —Le habrías gustado —murmuré, tranquilo, y me llené los pulmones de aire. La sonrisa regresó sin que la llamara y el diente de león se deslizó al suelo, al espacio entre nosotros. Lo recogí y empecé a girar entre mis dedos, los ojos pegados a su silueta—. Quizá sólo fuera que le gustaban las personas que me trataban bien, o que confiaba en mi juicio para elegir amigos, pero le habrías gustado. Seguro habría acabado molestándote con que te peinaras antes de aparecerte en el santuario y cosas así, pero definitivamente le habrías gustado. Y te lo habría hecho saber. Era muy transparente.

    Quizá no tuviera colores, si lo pensaba con detenimiento, y su núcleo fuera tan, tan cristalino que acabara reflejando a los demás. Quizá por eso cargaba consigo la ilusión de albergar todos los elementos.

    —Gracias a ti —agregué luego de algunos segundos, y tuve que volver a hacer silencio para relajar el nudo en la garganta; las lágrimas me ardieron tras los ojos—. Gracias por ser mi amuleto, Akkun, y por... por haber vuelto. O por haberme aceptado de nuevo, no sé. Gracias por habernos cuidado, también. Gracias por siempre querer cuidar a quienes quieres.

    Respiré con cierta fuerza, pasé saliva y seguí girando el diente de león entre mis dedos. Giró, giró y giró, y pensé que era igual al resto. Que la extrañaba horrores, que habría querido seguir aprendiendo de ella, acompañarla a la estación de trenes y despedirla tras las puertas corredizas. Habría querido seguir viéndola bailar, con su traje de miko, bajo las luces del Yasukuni. Girando, girando y girando, envuelta en los colores del arcoiris. Los colores que me la habían arrebatado.

    No la quería poseer, pero me la habían arrebatado.

    Y dolía horrores.

    —Eres un indicador, también un protector, un hermano mayor, amigo, hijo, amuleto. El idiota que me roba los chicles. —Solté una risa liviana, el aire me aflojó los músculos y comprimí el gesto, cerrando los ojos un instante—. Somos mucho más de lo que creemos ser, Chiasa me enseñó eso y no quiero olvidarlo nunca. Tampoco lo olvides tú, Akkun. Por favor.

    No eres sólo una tormenta, no eres violencia.

    —No lo olvides nunca.


    Puedes ser el cielo entero.
     
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    Zireael

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    layers of precious sin, kind lies, sleeping sadness
    I whispered a prayer as my wings were taken from me
    for in this dream to find even the slightest bit of light
    .
    that precious moon, lost gentle rain, sleeping whispers
    while birds that have forgotten how to take flight
    sing of emptiness and pain
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    Mi capacidad para salir adelante con cuanta mierda había tenido que lidiar en casa, con la ausencia de nuestro padre, con mi madre siempre desgastada y la idea de sacar a mis hermanos del hueco del infierno donde habían nacido residía en el hecho de que podía ignorar muchas cosas. No me hacía cacao mental con mierdas, en mi mundo no habían ilusiones de poder o admiración, mucho menos de amor genuino, y así podía funcionar sin detenerme nunca ni aferrarme a nada al final del día.

    Traía dinero a casa, comida, golosinas, todo lo que hiciera falta. Colaba la pierna en el espacio entres las bases falseadas de nuestro hogar y el suelo, para luego meter el cuerpo completo y alzarlas. No era un protector, tampoco un pilar en todas las de la ley, era el chivo expiatorio y lo sería hasta el fin de mis días posiblemente, lo sabía muy bien, porque quizás cuando Yako murió olvidé la verdad detrás de sus palabras al bautizarme como Indicador.

    ¿Cuál era la verdad detrás de los apodos dados por nuestro Yako?

    ¿A cuál tesoro me creía capaz de llevar a los demás con tal seguridad que nunca dudó de la tarea que me asignó?


    El detalle estaba precisamente en que Kaoru nunca había dudado de ninguno de nosotros, había puesto en cada uno tal confianza que resultaba estúpida y nos había movido como piezas porque veía más allá, alcanzaba fragmentos que nosotros ignorábamos y nos dejaba pistas. Su aire, muy parecido al de Kohaku de hecho, funcionaba de forma invertida y en vez de rebotar en las paredes sacudía el polvo acumulado, ese que nos impedía entender nuestro propio alcance. Pasaba que sin su ayuda habíamos vuelto a empolvarnos, dentro de todos nosotros olía a moho y humedad, encerrados como estábamos bajo un domo oscuro que no dejaba espacio al aire ni la luz.

    Si estiraba la cuerda todos habíamos olvidado la verdadera capacidad de nuestro propio elemento, del agua que corría por las venas de algunos, el fuego que hacía vibrar los corazones de otros, incluso de la tierra y el aire que había en los núcleos de los restantes. Necesitábamos que alguien nos sacara y ese poder quizás solo nosotros mismos y los demás chacales lo tuviéramos, debíamos salvarnos entre nosotros.

    Porque habíamos perdido el cristal que lo reflejaba.

    En medio de mis palabras pensaba en segundo plano como pocas veces y fui capaz de preguntarme quiénes seríamos de no haber perdido esas anclas, quién sería Ko de no haber perdido a Chiasa y nosotros de haber conservado a Yako. Quise saber a dónde nos habrían llevado sus cristales, sus hilos dorados y su amor, lo que habrían hecho sus conexiones de no haber pasado a otro plano, incapaces ya formar parte de la telaraña como la conocíamos.

    De haber sabido que algo en mis gestos o lo que fuese le había recordado al fuego de Cayden me hubiese reído con más ganas, para qué mentir, había trazado una línea clarísima entre ellos y yo. No me refería a los cachorros, esa línea era difusa, me refería a la gente que podía entregar la puta vida por el amor que profesaban sin dudar un segundo, era Yuzu, era Cay, era la amiga con cara de conejito de Sonnen y hasta la loca de Hiradaira que había revuelto el infierno mismo por Altan.

    Porque puede que no lo admitiera nunca, pero estaba más que claro que me había metido a mí mismo en una caja y para la gracia era como si hubiesen metido a un pájaro, a mi famoso indicador, dentro de un montón de barrotes. Lo había hecho yo solo, lo tenía claro, pero lo había hecho por un bien mayor. La inocencia que mis hermanos conservaban en sus ojos era la prueba y sabía que si hacía falta repetiría todo igual si me aseguraba eso, porque me daba terror la otra posibilidad. Porque sabía que de terminar en la calle como yo, cualquier buen día podían no volver… Pero Chiasa tampoco había vuelto, ¿o sí? No solo los monstruos caían, las bestias a veces vivían mucho más que sus contrapartes.

    Por eso mi único verdadero temor era la muerte.

    Sentí el peso de Kohaku cuando se medio escondió en la curvatura de mi cuello y en ese momento me resultó extremadamente pequeño, recordé entonces que este crío no había cumplido los dieciocho todavía, que siempre había sido delgadito en realidad. No nos habíamos descojonado de que se lo llevara cualquier remontada de viento porque sí, es que lo veíamos genuinamente posible, pero aún así a pesar de lo pequeño que me resultó en ese momento, su cuerpo estaba tibio y esa cosa tan sencilla me hizo reaccionar, de forma que le dediqué caricias en el cabello mientras lo escuchaba. Posiblemente no se lo dijese nunca, pero lo quería, lo quería de verdad.

    Por Dios, todos amábamos a este crío de maneras que no podíamos explicar.

    Su afirmación de que le habría gustado a su hermanita me empeoró el nudo en la garganta, tuve que pasar saliva y todo porque entendí un poco la lógica del razonamiento, ese de que le agradaban personas que fuesen buenas con él o confiaba en su juicio. Mi puto corazón no pudo con la idea, no sé por qué, de que la niña acabara aceptándome sin más solo por el lugar que tenía en la vida de su hermano. La patada que eso me dio en el pecho escapó de mi control y sentí que si aflojaba solo un poco mis restricciones acabaría llorando horas como cuando lo de Yako.

    Sus palabras me siguieron agarrando en curva, contundentes, y la tormenta que había iniciado se aplacó de golpe. El aire dejó de girar como vórtice, los relámpagos se detuvieron de golpe a pesar de que ni me di cuenta de que estaban allí y la quietud que encontré de repente me siguió despedazando, porque sus palabras se revolvieron con las de mi propia madre cuando estuve a un pelo de matar a Ryouta.

    Gracias por ser mi amuleto, Akkun.

    Gracias, gracias.

    Gracias por habernos cuidado, también.

    Gracias, mi niño.

    Gracias por siempre querer cuidar a quienes quieres.


    Se me cristalizaron los ojos contra toda voluntad y me maldije a mí mismo cien veces, lo hice porque no quería llorar, porque ya ni siquiera recordaba cómo se sentía y tampoco se me apetecía hacer un viaje a esa sensación particular. Parpadeé una, dos, tres veces y sus palabras siguieron partiéndome el corazón en cientos de fragmentos, estaban cargados de electricidad y no sabía qué mierda hacer con ellos, quería levantarlos y esconderlos de sus ojos, que eran del mismo color que los relámpagos… Era un imbécil, este jodido palo de dientes estaba allí, en medio de su desastre, levantando sus propias paredes para encerrarnos del mundo y decir una única cosa a escondidas de todos.

    Tienes alas, ¿no? Eres un ave, más te vale recordarlo.

    Detuve las caricias en su cabello apenas para poder aflojar el agarre y envolverlo en mis brazos de verdad, me lo arrastré en el proceso pero no me pudo importar menos. Lo abracé con fuerza, para qué decir otra cosa, lo hice como si me diese miedo que se fuese a escapar o evaporar como humo y el cristal terriblemente grueso que me impedía ver acabó por ceder, sorbí por la nariz y solté una maldición en voz baja.

    —Eres más que un montón de aire, no importa las veces que te nos escapes de las manos. Eres el idiota que se sienta en medio del desastre con nosotros, abre un camino y nos recuerda qué somos o qué no —murmuré pasados unos segundos, cuando consideré que podía encontrar mi voz, pero seguía sin soltar al pobre mocoso—. No se pueden hacer promesas y eso lo sabes, pero podemos hacer el intento. Siempre se puede intentar cambiar la dirección de la tormenta, al menos eso ha pensado Hikkun toda la vida, nunca le hice mucho caso… Pero supongo que no hace daño escuchar a los calladitos del grupo de tanto en tanto.

    Lo presioné un poco más contra mí, de paso tomé un montón de aire y traté de buscar las palabras, las que fuesen, las que parecieran correctas. Le dediqué una caricia amplia en la espalda, la misma que le había dedicado a mamá la noche del desastre, y solté el aire en un suspiro prolongado.

    —Estamos aquí para cuidarte, grandísimo idiota. Te vamos a levantar del suelo, te vamos a limpiar los raspones, regañarte por no ver la piedra en el piso, agarrarnos a palos con quien sea que se atreva a tocarte o lo que sea que haga falta, pero estamos aquí, yo y todos los demás. —Se me escapó una risa que sonó bastante amortiguada por el nudo en la que seguía sin deshacerse del todo—. Eres nuestro niño de las nubes después de todo y partiríamos el mar en dos por ti si hace falta.


    hermana qué vergüenza con este tochaco dios mío, pero ya te dije me despedazaste oNCE AGAIN

    also tremendo develop de cuchillitos locos aquí, im in tears ma'am, ko-chan what did u do my child
     
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    Era muy probable que nunca llegara a comprender plenamente todo lo que Arata dejaba a un lado y sacrificaba día tras día; yo, un mocoso privilegiado que sólo había hundido la nariz en la mierda por amor al arte. No tenía platos que llenar con algo caliente para comer, no tenía una madre que sostener ni hermanos que resguardar de las sombras de la calle. No pensaba en el dinero, en llegar a fin de mes, no tenía que desvelarme junto a una calculadora haciendo cuentas espantosas ni irme a dormir con el estómago medio vacío. No tenía idea y quizá fuera pretencioso de mi parte soltar mis opiniones bien tranquilo, pero bueno. Lo importante, al final del día, era que Arata no me resintiera por eso y confiaba en que no lo hacía. Lo sentía, más bien. Lo llevaba escrito en todo el cuerpo.

    Su tormenta jamás había apuntado su fuerza hacia mí.

    Y lo agradecía, ciertamente. Agradecía que pese a su intensidad siguiera poseyendo una naturaleza similar a la mía, pues había tenido que hacerme cargo del fuego de Anna en carne propia y... y era agobiante. Dios, lo era y no quería alejarme. Vete a saber si era egoísta de mi parte, si era lisa y llana debilidad, vete a saber si debería preocuparme e intentar modificarlo. Una parte de mí no se creía capaz de ser un gran amigo, de estar ahí para los demás y contenerlos; no como el fuego lo haría, digamos. Eran las dos caras de la moneda, la misma fuerza arrolladora capaz de asfixiarte también podía transformarse en un arrullo, un abrigo, una luz guía. Yo no tenía nada de eso, mutaba y me adaptaba pero, al final del día, no adquiría capacidades especiales. Nunca agobiaba a nadie, pero tampoco los protegía.

    Aún así, quería creer que era capaz de transmitir el amor que sentía.

    Porque, Dios, lo hacía.

    Le guardaba un cariño inmenso a estas personas.
    Arata me había estado acariciando el cabello mientras hablaba, sus hilos amarrándome a la tierra, de los tobillos y muñecas para que no fuera a escaparme al primer soplo de viento. No me molestaba. Permanecí allí, recordé los lugares donde descansar que había perdido y se me ocurrió que su aire, contra todo pronóstico, estaba fungiendo de arrullo. Abrigo. Luz guía. Su aire le estaba robando cualidades a otros elementos y quizá fuera su naturaleza eléctrica descomponiéndose para emanar calor, daba igual. Daba igual porque el resultado era el mismo.

    No sabía a aire, tampoco fuego. Era cálido, sin embargo.

    Y si podía ser el cielo entero, ¿qué se lo impedía?

    Envolverme entre sus alas.

    No esperé más, realmente nunca esperaba nada de nadie, pero consiguió sorprenderme al arrastrarme hacia sí. Acabé por hincar una rodilla en el césped con tal de no irme en banda, parpadeé y las luces del horizonte se disolvieron tras la película de lágrimas. Me había aferrado a él incluso antes de ser consciente, encontré mis brazos en torno a su espalda y extendí las palmas, envolviéndolo un poquito más. Era un pegamento, eran un montón de colores y, Dios, estaba tan cálido. Su voz provino de muchas direcciones, invisibles, livianas.

    Eres más que un montón de aire.

    Tú también, idiota.

    Y eran dorados. Así, como su cabello, aunque él dijera que tenía color de paja. Sus hilos estaban en todas partes, me ataban a él, al cerezo, me asían a la tierra y, joder, eran dorados. Un dorado impecable, inconfundible, destellando sobre el cielo oscuro y las estrellas con cada movimiento. Pensé, entonces, lo que ya le había dicho: podíamos ser lo que quisiéramos. Nadie nos mandaba.

    Había cerrado los ojos, quieto en aquel abrazo, y noté cómo el rocío empezaba a penetrar en la tela del pantalón. Allí, en mis rodillas.

    Eres nuestro niño de las nubes, después de todo.

    ¿Yo también puedo serlo? ¿El cielo entero?

    Y partiríamos el mar en dos por ti si hace falta.

    ¿Los hilos dorados de alguien más?


    ¿Puedo serlo?

    Murmuré un sonido afirmativo, asentí como pude y me quedé allí, valiéndome de su calidez, su arrullo y abrigo. No sabía realmente qué decir, el idiota me había transmitido semejante calma que... sólo quería quedarme allí y ya. Y eso hice. No me alejé flotando, no tanteé la deriva, acepté sus hilos y le ofrecí las muñecas, los tobillos también, le mostré la piel expuesta y le sonreí. Lo apreté contra mí con fuerza.

    Está bien, le dije.

    No quiero irme a ninguna parte.

    —Lo sé —murmuré, el sonido salió amortiguado contra su hombro pero supe que lograría oírme—. Siempre lo supe; que me cuidarían, quiero decir. Siempre... siempre siento el cariño dirigido hacia mí, aunque muchas veces no sepa cómo devolverlo. Pero me alcanza, lo hace en idiomas claros como el agua y quizá signifique que soy un poco egoísta, pero siempre lo valoré. Lo he empujado hacia mí, inclusive.

    Lo notaba, veía a las personas y muchas veces me apoyaba en sus sentimientos más transparentes así no estuviera dispuesto a dar lo mismo a cambio. Me había valido de las emociones de Gotho, me valía de las emociones de Haru y así podía seguir contando. Ni siquiera sabía si quería a Akkun o Cay Cay con el mismo empeño, el mismo desinterés que ellos a mí. Aún así, quería creer que era capaz. Dios, necesitaba creerlo.

    Que era capaz de regresarles el calor que me entregaban.

    Tomé aire por la boca, parpadeé hacia el cielo y medio apoyé la mejilla en su hombro, empuñando su camiseta entre mis dedos.

    —No podemos hacer promesas, tú lo dijiste, pero no quiero irme. No quiero irme a ninguna parte, Akkun. —Cerré los ojos, más tranquilo, y le concedí una amplia caricia en la espalda—. Y me gustaría creer que yo también puedo ser esto, que puede llegar el día en que encienda una fogata para alguien más. Por eso voy a quedarme y por eso quiero decirte lo mismo: puedes confiar en mí. Apoyarte en mí, si las piernas te fallan. No estamos solos, Akkun. Ya no. Yako se encargó de eso, ¿cierto? Y quizá su legado sea este.

    Te regresó tus amuletos porque sabía que los necesitabas.

    —Quizá nos haya guiado para que ya no volviéramos a estar solos nunca.


    smells like develop all around here, indeed *cries*
     
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    Una parte de mí quizás siempre entendió a estos idiotas, a Ko con su personalidad de globo de helio que amenazaba con largarse cualquier buen día, a Hikkun con su eterno silencio hasta que le tocabas los huevos y al culo inestable de Cayden, incapaz de entender el mundo sin focos sobre él. Los entendía a pesar de que yo era una cotorra todo el tiempo, a pesar de que llevaba todo por fuera, porque no creía ser en realidad un buen amigo, uno de esos que ponen las manos al fuego por ti y te protegen. Ni siquiera sabía si había llegado a hacerles entender a todos mis chacales, a estos estúpidos cachorros restantes, lo mucho que los apreciaba sin importar lo que hiciera a su alrededor.

    ¿No era yo el mismo que había estado pegado a Sonnen esperando la hora para subirlo al tablero?

    ¿No era el mismo que había estado por matar al imbécil que me había engendrado?


    No me di cuenta, jamás se me habría ocurrido, que el montón de aire que yo era estaba allí robándole cualidades a los elementos que me rodeaban. Arrastré el calor que conocía, la sal de la brisa junto al mar, quizás algo de arena, y lo único que realmente me pertenecía era la chispa, esa que se generaba arriba, alto en las nubes, para alcanzar la madera y reventarla.

    En mi calidez debía haber estática, lo sabía, la sentía cada vez que el cariño de alguien me alcanzaba y yo no sabía regresarlo. Sin embargo, que este crío de toda la gente confiara en mí para contarme esto, que sintiera que lo merecía, me había sacudido hasta el último de los cimientos sin permiso de nadie.

    Lo sentí aferrarse a mí y pensé que era la primera vez que le daba un abrazo de verdad, que no buscaba su tacto por hacer el imbécil, que este abrazo junto al que le había pedido a Riamu con el cupón aquel eran los gestos más transparentes que me había permitido en años. El aire de Ko arrastró cierta calidez también, era el fuego que le habían prestado y era su propia electricidad, así no la identificara, y me arrulló de una forma ridícula.

    De nuevo, no veía los hilos, ni siquiera era consciente de que estábamos enredados en ellos y si alguno de los idiotas que podían verlos se hubiese aparecido para señalarlos, para decirme que me atravesaban el pecho, que se enredaban a Ko, al cerezo y a todo. Si me decían que no eran plateados ni negros, sino dorados, seguro me hacía trizas allí mismo porque los había entendido al fin y dolía horrores.

    A esos que no conectaban.

    Que se cortaban del mundo y del amor que podían encontrar en él.

    Pero había telas de araña que no podían romperse.


    El silencio que encontré en Ko fue una respuesta en sí misma, fue su afirmación de que no pretendía irse a ninguna parte y la estupidez siguió haciendo que me rodaran las lágrimas, ya ni tenía caso pretender detenerlas. Tomé un montón de aire por la nariz, casi me dolió y prácticamente me derretí allí, en el abrazo que había pretendido hacerle de sostén a él. Lo escuché con una atención estúpida, cada palabra, cada cambio en el tono y pequeña inhalación, como si pretendiera memorizarlo. Asentí una vez, despacio, y es que ninguno de nosotros necesitaba realmente nada de regreso, no esperábamos nada de los otros, solo sabíamos que estaríamos allí así se acabara el puto mundo.

    Yako nos había mantenido a su lado porque había visto el hilo que nos unía a todos.

    Noté que Ko empuñó mi camiseta, el cuerpo me reaccionó solo y lo presioné con algo más de fuerza contra mí, tampoco demasiado, no pretendía hacerle daño; y su caricia en la espalda se me antojó estúpidamente cálida, tanto que por un momento genuinamente olvidé que los dos habíamos nacido de un remolino de viento.

    Sabía a fuego.

    Bastó que mencionara a Yako para que se me comprimieran los gestos, agradecí que no pudiese verme la cara, y seguí tratando de levantar mis pedazos cargados de estática. No pretendía esconderlos ya, solo no quería que el desastre se me acumulara. Pensé gracias a él, aún si no le prestaba ningún respeto a los dioses ni esperaba nada de ellos, que los hilos de Kaoru nos habían regresado a donde pertenecíamos.

    Que el jodido controlador, así como su hermana, había preparado la telaraña de una forma tan perfecta que los roces habían acabado enredándonos las patas para dejarnos sin escapatoria. Volveríamos, tarde o temprano, volveríamos porque él no hubiese permitido nunca que lidiáramos con la vida solos incluso si él ya no estaba presente.

    Nos había criado como amuletos.

    —Apareció en casa —murmuré, la voz me salió amortiguada y gangosa que te cagas, pero sentí que se lo debía. Que le debía honestidad a alguien por una vez en la vida y a mí mismo—. El puto loco, el… ¿Se supone que lo llame papá? No tengo ni puta idea, solo quería dinero, le debía a Minato.

    La tormenta se reinició, el torbellino se alzó y otra correntada de lágrimas me empapó el rostro. Tomé aire, contuve el caos y volví a deshacerme en ese abrazo apenas noté la tensión en el cuerpo, me obligué a detener el huracán porque la verdad es que estaba cansado. Estaba absolutamente agotado de esto, de ser solo violencia sin dirección, de no sentir más que ira desde hace años.

    —Ni siquiera se refirió a mis hermanos por sus nombres —solté, el resentimiento se me notó en la voz a pesar de que seguía murmurando y lo siguiente no supe si sonó a petición o a súplica—. No hace falta que digas nada. Solo tenía que sacarlo del sistema, perdona, lo siento.


    llorando me encuentro *sobs uncontrollably*
     
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    Gigi Blanche

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    Todos cargábamos con nuestros pesos, eso era evidente e inevitable. Los sentidos se perturbaban, las perturbaciones se distorsionaban y encontrábamos bocetos desprolijos allí donde debería aparecer nuestro fiel reflejo en el espejo. Nunca comprenderíamos realmente cómo nos veían los demás y quizá fuera ese el mayor obstáculo para aprendernos. ¿Cuánto cambiaría si, al menos por un día, fuésemos capaces de mirarnos a través de los ojos de otra persona? La imagen se ampliaría.

    Yo dejaría de ser un montón de aire entre las nubes.

    Anna, una vorágine incendiaria.

    Arata, una tormenta incesante.

    Cayden, una mecha a medio morir.

    Haru encontraría vida debajo de su océano congelado.

    Incluso personas como Emily verían todo lo que valían por sí mismas, por fuera de la validación ajena.

    Yo tampoco era ningún genio de los gestos transparentes, en ese campo los imbéciles hechos de fuego me llevaban muchísima ventaja, pero de vez en cuando me inspiraba e intentaba robarles alguna que otra cualidad. Era la ventaja del aire, al fin y al cabo, era su capacidad para amoldarse e imitar. De la observación nacía el conocimiento y quizá, sólo quizá, en el burdo intento por acercarnos a otros terrenos absorbiéramos sus propiedades. ¿Cuál era el beneficio de nuestro elemento, si no?

    Estábamos allí, sosteniéndonos el uno al otro, y nos condensamos lo suficiente para jugar un rato.

    Para obrar de pilares.

    Apareció en casa.

    ¿Quién, Akkun?

    El puto loco, el...

    Ah.

    ¿Se supone que lo llame papá?

    Lo apreté un poco más contra mí; fue mi respuesta silenciosa, si se quiere. Fue mi forma de hacerle entender que le había comprendido aún si no decía una palabra más. No hacía falta, tampoco, el color de su voz bastaba para completar la pintura. Y era negra, a quién íbamos a engañar. Arata jamás había hablado de su padre, de hecho a duras penas hablaba de su familia, pero con el tiempo había aprendido a interpretar la ausencia como explicación y a darme cuenta que realmente él era el pilar de su casa. Conocer hoy a sus hermanos no hacía más que confirmarlo.

    Todos cargábamos nuestros pesos.

    Luego de apretujarlo reinicié las caricias, aguardé y aguardé hasta que dijera todo lo que necesitaba decir. Su última disculpa, apresurada, a tropel, se me clavó en el pecho y me desprendí suavemente del abrazo. Quizá no le apeteciera que lo viera ahora mismo, al menos así se me ocurrió, así que no dejé tiempo muerto al acunar su rostro con ambas manos y presionar los labios en su frente. Me quedé allí un par de segundos, y desde allí también hablé.

    —No hace falta que te disculpes —murmuré, rozando su piel, y colé los dedos de una mano entre su cabello. Así lo empujé hacia mi pecho—. De veras, Akkun. No hace falta.

    Que siempre seas fuerte.

    Que nunca bajes el telón.

    Lo acuné como si fuera un crío o vete a saber qué, me las arreglé para estirar las piernas a ambos lados de su cuerpo y lo abracé con fuerza, casi como si pretendiera negarle el derecho a separarse de mí. Se me ocurrió pensar, ni idea, que a este grandulón difícilmente lo hubieran acunado así en muchos, muchos años y me pregunté si me permitiría hacerlo o me cerraría de una hostia. Me daba igual.

    —¿Qué tienes? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve? —Solté el aire por la nariz y meneé la cabeza, reanudando las caricias; esta vez en su pelo—. No seas imbécil y descansa de vez en cuando. Nada va a derrumbarse.

    Y me quedé allí, en silencio, devanándome los sesos por determinar cuál era el mejor curso de acción, de qué forma sería capaz de ser... un buen amigo, ni más ni menos. ¿Debería quedarme así? ¿Debería preguntar? ¿Soltarlo? ¿Cantar alguna mierda? Al final lo decidí sobre la marcha, o más bien la decisión me tomó a mí. Lo hizo al evocar un recuerdo fugaz, una imagen traída de vete a saber dónde.

    Mi mano tanteó con cuidado hasta alcanzar la piel de su rostro, la rocé y tracé apenas con el dorso del pulgar el costado de su ojo. El ojo que había tenido malo desde hacía ya varios días. En la escuela, en el salón de clases, cuando volteaba hacia la ventana y me daba por mirarlo.

    —Seguro lo hiciste bien —murmuré, cerrando los ojos, e intenté imaginar el dolor—. Seguro los cuidaste bien, Akkun.

    No sólo el físico.

    Todo el maldito dolor.
     
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    Zireael

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    Confiar, dejar de temer o encontrar a secas el poder de nuestros elementos era algo capaz de cambiar toda una partida. Idiotas como Yako y Yuzu lo habían tenido clarísimo siempre, por eso eran guías, pero la tarea era difícil de realizar y era precisamente porque todos éramos piezas distintas en el tablero. La conciencia de la fuerza o capacidad propia nos empujaba a ciertas casillas, cuando quizás podíamos ocupar varias a la vez.

    ¿Era miedo o solo terquedad?

    ¿Alguno de los que pasaba aterrado conocería la respuesta?

    Podíamos ser todo lo que quisiéramos, pero necesitábamos ayuda. Maldita sea, todos necesitábamos ayuda porque éramos el cilindro de gas y la mecha a la vez, podíamos tener control sobre nuestro caos si tan solo nos dignábamos a hablar, a liberarnos antes de que fuese demasiado tarde.

    El idiota de Kohaku seguía robándose cualidades de vete a saber quién mierdas, quizás de todas las personas que lo habían amado en su vida, pero su brisa estaba arrastrando muchísima más calidez de la que uno estimaría y apenas solté la lengua no tardé en sentir que me apretaba contra sí.

    Entre Ko y yo no debíamos hacer tres neuronas, pero sabía que el chiquillo no era estúpido, se movía por corazonadas si se quiere y así no escarbara sabía cosas, las daba por sentadas, y no había que hacerle muchos dibujos para que supiera que... Bueno, lo que tenía mi casa era una madre agotada y a mí para sostenerlo todo. Soportes hechos de paja, ilusorios, capaces de quemarse en cualquier instante.

    Estoy cansado, quise decirle.

    Agotado.

    Harto.

    Apágame.

    Sin embargo, estaba medio cerrado todavía como puta lata de atún o algo, además tampoco me daba la vida para más o el corazón en realidad, el chiquillo me acababa de estar diciendo lo de su hermana, no le iba a soltar la puta bomba entera. Como le dije solo quería sacarlo del sistema, serle honesto cuando me estaba ofreciendo su compañía así, porque aunque el otro día en el pasillo con Sasha había conseguido calmarme, lo mismo con Riamu, al final lo tenía atorado en el pecho todavía porque ni siquiera le había dicho a Yuzu aunque la llamé para venderle la cabeza del imbécil.

    Porque si no lo mataban sus perros iba a hacerlo yo.

    Dios me librara, porque había estado a un pelo de hacerlo.

    Las caricias de Ko tan siquiera consiguieron comenzar a sosegarme físicamente, logré pasar saliva un par de veces y levantar los trozos del suelo, para al menos dejar de llorar como un completo imbécil. No conté de todas formas con que deshiciera el abrazo, los dedos se medio aferraron a su ropa unos segundos antes de dejarlo ir y evité sus ojos adrede, la verdad fuese dicha, los cabrones estos del club de ojos amarillos parecían poder verte el alma y era una cagada en estos casos. Igual no importó demasiado porque antes de que me diese cuenta siquiera acunó mi rostro y sentir sus labios en la frente fue suficiente para que se me volvieran a cristalizar los ojos.

    Me quedé quieto como puta estatua sin saber realmente qué más hacer y desde allí me alcanzó su voz diciéndome que no tenía que disculparme. Ni siquiera supe por qué lo hice en realidad, suponía que por haber roto mi eterna fachada de bufón, arlequín o quién sabe qué.

    Nunca me tomaba nada en serio, ¿cierto? Entonces para qué quejarse o llorar.

    El fuego, las chispas o lo que fuese que estuviese usando Kohaku me mandó a callar de nuevo apenas el mocoso me acunó en su pecho. El movimiento me dejó fuera de base, mi madre me había acunado de una forma parecida el día de la desgracia, pero en el gesto había todavía muchísimo miedo y a pesar del cariño que percibí en ella, no era ni parecido a esto. Mamá me había abrazado y atraído a su pecho para sostenerse a sí misma, para no irse de bruces, Ko me estaba acunando para sujetarme a mí.

    La realización me activó una serie de engranajes, estuve a nada de revolverme como un jodido perro rabioso para echar a correr a cualquier callejón y morirme allí, pero de nuevo la muralla se levantó, prácticamente me abofeteó y me dejó en mi lugar. Me di cuenta de paso la fuerza con la que me estaba sujetando y supe que no me dejaría ir a ninguna parte, que Kohaku de toda la gente posible, me había atado pies y manos para no dejarme irme como el montón de aire que sabía podía ser.

    Se me aflojó todo el cuerpo en cosa de segundos, le dejé ir el peso encima y mis brazos se aferraron a él, encontraron su espalda para enredarse a su alrededor, y ya de plano hundí el rostro contra su pecho. El imbécil era pequeñito, si se me iba la mano seguro lo espachurraba, pero su cuerpo era cálido y por primera vez pensé que podía hacerlo, recibir esa calidez sin más, en vez de volcar la ira en el polvo de turno de la semana. No que fuese a dejar de hacerlo, quería decir que al menos un día podía parar el puto culo del desastre.

    —Diecinueve —atajé en un murmuro, tuve que girar el rostro para que la voz no muriese contra él y eso fue todo lo que dije.

    No seas imbécil.

    Descansa de vez en cuando.

    Nada va a derrumbarse.

    ¿Cuánto llevaba sin detenerme? ¿Desde que Yako la palmó? No, no era eso. Fue una seguidilla de mierdas que pretendí ignorar, porque había tenido que cerrar a hostias a Ryouta, comerme una hostia de Hikkun la primera noche de la desgracia, cuidar al maldito moribundo que había quedado hecho Sonnen, luego cuidar del culo intenso de Kurosawa y antes de eso toda la gracia de Usui. Habían sido de semanas sin parar un solo día, cuidando a un montón de estúpidos que bien podrían hasta matarse por deporte.

    El tacto de Ko me hizo dar un respingo, no me dolía prácticamente, estaba un poco habituado a recibir hostias como el estúpido de Altan y ya había sanado, pero lo que me sorprendió fue que alcanzara el lugar sin estarme mirando. No consideraba ya que este chico me pusiera esa clase de atención, no consideraba que nadie lo hiciera en realidad.

    Sus palabras me detuvieron la respiración un instante, antes de que volviese a hundirme en su pecho, y tomé aire con cierta fuerza. No quería entrar en detalles, sabía que no me obligaría tampoco, porque con qué cara iba a contarle que Sei había tenido que cuidarme los golpes luego del numerito.

    —Se intentó —respondí pasado un rato, esta vez sí dejé que la voz se amortiguara contra él—. Estás aprendiendo bien.

    La estupidez me arrancó una risa floja, no había burla alguna en ella, fue transparente que dio gusto y presioné al mocoso con algo más de ahínco.

    —A sostener a los otros, quiero decir. No hay frío ni vacío aquí, así que asumo que algo estarás haciendo bien, enano, sea lo que sea.
     
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    Gigi Blanche

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    alright hear me out, esta canción para mí es de Joey desde Fate pero empezó a sonar cuando recién iniciaba el post y me di cuenta que también le pega un montón a Arata. Ya de paso me metió en mood así que ahí va



    here stands a man
    at the bottom of a hole he's made
    still sweating from the rush
    his body tense
    his hands, they shake
    oh this, this is a mad boy

    here stands a man
    with a bullet in his clenched right hand
    don't push him, son
    for he's got the power to crush this land
    oh hear, hear him cry, boy
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    Era probable que no fuera plenamente consciente del montón de gas y electricidad que, en ese momento, estaba intentando contener. Riesgoso, cuanto menos, aunque quería creer. Quería creer en todas las mierdas que defendía, en lo que le había dicho y la idea de que podíamos ser mucho más de lo que veíamos en el reflejo. Quería creerme capaz de otorgarle calidez, creerlo a él capaz de canalizar su tremenda cantidad de energía en cualquier cosa que no fuera violencia.

    Quería creer que, juntos, íbamos a encender todas las farolas del camino.

    Y así guiar a los extraviados.

    Sabía que era... importante, si se quiere, que Arata no soltaba la lengua por deporte cuando se trataba de cosas relevantes. Sabía que eso, y me di cuenta que todo, le costaba horrores. Era cuesta arriba, duro y pesado. Había tenido que crecer demasiado rápido y eso, Dios, eso no iba a recuperarlo nunca, ¿verdad? Siquiera era capaz de imaginar el dolor que le significaría si... si se detenía a verlo un instante. Si un día abría esa habitación.

    Se me ocurrió pensar que no me gustaría que lo hiciera solo.

    Noté que pretendió aferrarse a mí cuando deshice el abrazo, y sólo eso confirmó mis sospechas de que el contacto visual, antes que tranquilizarlo, conseguiría erizarle el pelo como a un animal salvaje. No era idiota. Que Arata se echara la vida cumpliendo el rol del bufón no lo convertía en uno, sólo era un jodido disfraz y era, encima de todo, una de las tantas verdades implícitas que pasábamos de largo para aligerar la carga. Para no hundirnos.

    Todos cargábamos nuestros pesos y ahí estaban, las piedras de Arata.

    El puto loco.

    Sus hermanos.

    El dinero.

    Sus diecinueve años.
    Los nombres.

    —¿Cómo se llama, Akkun? —susurré, una vez ya lo tuve acunado y acariciándole el cabello—. Tu mamá.

    Se había dejado hacer, el muy idiota, aunque en un primer momento sentí (o quizás imaginé) su impulso por apartarse. Quizá fue debido a eso que lo sujeté con tanta fuerza. Uno de los caprichos que decidí concederme, una dirección para el fuego prestado de Cayden, el egoísmo virado en torno a mi segunda familia. Nunca demandaba, nunca exigía ni pretendía, pero bajo ese cerezo gigante decidí que iba a abrazar a Arata, que iba a hacerlo y él no se iría a ninguna parte.

    Era mi maldita decisión.

    Aguardé todo el tiempo que fuera necesario para que le apeteciera responderme, lo hizo y parpadeé, confundido. Su risa rebotó en mi pecho, me dibujó una sonrisa ligera en el rostro y ya cuando completó la idea pude conectar cables. Seguí acariciándole el cabello con un mimo estúpido.

    —Se intenta. —Algo de gracia se me coló en la voz y repasé el horizonte con la vista, una brisa sopló y la olisqueé. Primavera—. No es la primera vez que... sostengo farolas, digamos. Pero sí es la primera vez que siento que esa luz puede provenir de mí. Así sea fuego prestado, da igual. Ahora me pertenece. Y planeo utilizarlo.

    Me cargué los pulmones de aire lentamente y bajé la mirada a la silueta de Arata. Mi móvil sonó en mi bolsillo pero, obviamente, decidí posponerlo de momento.

    —¿Estás más tranquilo? ¿Al menos un poco?
     
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    Zireael

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    Me di cuenta que quizás en el fondo, en algún recoveco de mi propio cascarón, deseaba para los otros eso que yo consideraba no podría alcanzar o que arrancaba de mí mismo, al menos para mis chacales. Confiaba en Kohaku, podía apostar un riñón a que este chiquillo si se sentaba y se tenía paciencia a sí mismo podía tomar cualquier chispa prestada y transformarla en un tornado de fuego.

    Era un vendaval y arriba, en las montañas, los árboles siempre habían respirado gracias a montones de aire.

    Si mi tormenta no tenía dirección, estaba seguro que la ventisca de Ko sí, incluso si todavía no lo sabía o se perdía de vez en cuando. Lo creía capaz de levantarse cualquier buen día, restregarse los ojos y ver los cientos de hilos, incluido el de Chiasa, indicándole hacia dónde tirar o cómo.

    Eran sus guías.

    Con el tiempo yo me había fundido con mi máscara de bufón, se había mezclado con mi núcleo de una forma tan extraña que no sabía dónde comenzaba una y terminaba la otra cosa. Había dejado de importarme, al menos hasta que el estúpido de Ryouta se apareció, pretendiendo amenazar a mamá y que me quedara tan pancho.

    Ese había sido mi punto de sobrecarga.

    Su pregunta me alcanzó, me tomó un poco fuera de base y fruncí el ceño, allí fusionado con él como me había quedado. En el fondo el fuego seguía repiqueteando, hablando, olía a madera quemada y a un hogar que no era él mío, pero no dejaba de ser uno. Pensé que realmente uno solo podía llamar hogar a los lugares donde existía alguien dispuesto a permitirse el capricho de aferrarse a nosotros y viceversa.

    —¿Mamá? —pregunté en lo que me conectaba la neurona—. Yoshimura Kaiyo.

    El idiota se había quedado ahí, acariciándome el cabello como si tuviese todo el tiempo sobre la tierra y su respuesta, un reflejo de la mía, me hizo reír otra vez. Me permití acariciarle la espalda, fue un gesto liviano, mi manera de darle la gracias sin tener que abrir la boca y seguí escuchándolo.

    —Eso es lo único que importa, que planees usar la luz incluso si otra persona te la prestó. Además, confío en que lo seguirás haciendo bien —completé cuando terminó y me digné a liberarlo despacio cuando preguntó si estaba más tranquilo—. Lo estoy. Como te digo, solo necesitaba soltarlo y ya.

    Me incorporé, ya me pude dignar a mirarlo sin sentir que iban a darme tres venazos y alcancé a acunar su rostro con las manos, de forma que le acaricié las mejillas como si fuese un mocoso. Nunca había sido tan suave con este crío, ¿verdad? Qué importaba, tenía diecinueve años, él diecisiete y ya habíamos perdido más de lo que debíamos.

    —Gracias otra vez por presentarme con ella —dije con total sinceridad, alcancé a sonreírle y todo a pesar de estar medio hecho un desastre—. No sé muy bien cómo explicarlo, pero de verdad es importante para mí que lo hicieras.

    Tomé un montón de aire, regresé las manos a mi espacio y miré el cerezo de costado.

    —¿Necesitas que te acompañe a tu casa, Ko? O a donde sea que vayas, qué sé yo.


    listen to me, iba a contestar mañana porque llevo todo el día con tremenda migraña pero vine a reescuchar la canción y eSTOY LLORANDO PERMISO
     
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    Gigi Blanche

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    El hecho de que me regresara la pregunta me dio a pensar que lo había sacado un poco de base, de modo que aguardé pacientemente hasta que me concedió el nombre de su mamá. Sonreí, ya de paso, y parpadeé con una cuota extra de lentitud, como si pretendiera grabarlo en algún costado de mi mente. Kaiyo.

    —Mamá se llama Aoi —murmuré, no había razón tal cual, sólo me apeteció contarle un poco de mi familia. Cosa que nunca había hecho, ya de paso—. Papá es Taiki y mis hermanos pequeños, Hinata e Itsuki.

    De Chiasa ya le había hablado, de modo que sencillamente la omití. También estaba la abuela, pero ya le había dicho recorriendo el festival que los Ishikawa éramos una familia numerosa y si me ponía a enumerarlos todos nos agarraba Navidad. Me contenté con esos pocos nombres, con compartírselos, siendo que ya me había presentado también a sus hermanos. El nombre de su padre no hacía falta, no cuando no le generaba ninguna clase de confort. La verdad, no creía en esas mierdas de que la sangre tira y demás, si te toca portar el apellido de un hijo de puta nada te obliga a brindarle trato especial sólo por eso.

    La mierda es mierda y punto.

    Su caricia por mi espalda me instó a entrecerrar brevemente los ojos, y se me ocurrió pensar que incluso este imbécil, de todos los imbéciles del mundo, era capaz de transmitir calidez y suavidad en sus gestos. Sólo confirmaba mi idea inicial. Asentí ante sus palabras, tranquilo, y le permití alejarse una vez noté su intención. Estaba tranquilo o al menos lo decía, pero le creía y eso era todo lo que importaba.

    Busqué sus ojos en cuanto se irguió, aunque acunó mi rostro y me sacó un poco de base. Nada del otro mundo, sin embargo, la sorpresa fue apenas un fogonazo que acabó siendo reemplazado por una sonrisa. De las de siempre, sí, pero con un chispazo de alegría genuino. Me agradeció, además, lo hizo con una sinceridad que no necesité analizar para sentir y se me quedó pegada al corazón. Meneé la cabeza apenas, lo que pude allí, entre sus manos, y coloqué una de las mías sobre la suya. La apretujé apenas.

    Estaba cálida.

    —Me tardé mucho, perdona, pero poco a poco lo hago. Presentársela a mis amigos.

    Aceptar que se fue.

    —Así que gracias a ti, Akkun.

    Le concedí una sonrisa tranquila que acabó por cerrarme los ojos cuando sentí sus manos retirándose. Lo dejé ser, recibí su pregunta y recordé entonces el mensaje que me había entrado al móvil. Murmuré un sonido vago, una especie de "ah" y revisé el aparato. Era Anna.

    —Descuida —le dije a Arata mientras le escribía a Anna dónde estaba—, creo que Anna está sola así que regresaré con ella.

    —Diez puntos para Gryffindor. —La voz de la chica ciertamente me sorprendió y me giré medio de repente, al ver mi expresión esbozó una sonrisa algo burlona—. Bueno, mejor te los quito.

    Lo noté al vuelo, los colores ligeramente turbios rondando su silueta, pero no eran aquellos capaces de estallar. Eran, digamos, de los que pasan con una buena noche de sueño. O dos. Meneé la cabeza junto a una risa liviana y me incorporé del césped, quitándome la suciedad de las rodillas y el trasero, ya de paso.

    —Ah, hola —oí que Anna saludó a Arata, aunque esa fue toda la atención que le prestó antes de regresar a mí; si notó algo, no lo dijo ni lo demostró—. Es super tarde, mini Ishi, ¿estás listo para patear hasta Shinjuku?

    —Me traje calzado adecuado —murmuré con liviandad, viendo sus sandalias—, aunque no sé tú si...

    —Si me canso me llevarás a caballito, y eso es todo lo que necesito saber. Andando. —Comenzó ya a bajar de la colina, y en el movimiento agregó—: Nos vemos, Shimizu.

    Mantuve una sonrisa pegada al rostro, Anna había bajado de la colina para esperarme abajo y luego de unos pocos segundos ya tenía la guitarra encima y demás. Podía ser bastante tonta, haciéndose la dura y todo el rollo, pero era obvio, ¿verdad? Había acabado rápido el asunto para permitirnos despedirnos con calma. Me giré hacia Arata, entonces, le sonreí y me le fui encima para darle un abrazo. Qué va, lo estrujé con ganas y me lo llevé de acá para allá.

    —Nos vemos, Akkun —murmuré, aún en el abrazo, y le puse las manos en los hombros para alejarme—. Saluda a tus hermanos por mí.

    Lo dudé un instante, pero al final llevé una mano a su cabello y se lo revolví antes de dejarlo en paz. Solté una risa, fue bastante cristalina y comencé a caminar en reversa. Lo miré a él, miré el cerezo y el paisaje de la ciudad para finalmente darme la vuelta y marcharme. Tenía una calma en el corazón absurda.

    Cuando llegué al pie de la colina, encontré a Anna sentada sobre una pared baja. Estaba meciendo las piernas y murmurando una canción en voz baja, cosa que siguió haciendo sólo que siguiéndome el ritmo. Tras un par de minutos de silencio, se me ocurrió preguntarle algo.

    —¿Cómo supiste que estaba en la colina?

    Ella detuvo la melodía y se encogió de hombros, con la vista puesta al frente.

    —No lo sé. Siempre te quedas mirando los cerezos cuando nos cruzamos alguno, así que se me ocurrió buscarte ahí. —Me miró, entonces, lo hizo de soslayo y me picó el costado—. Además no me respondías, cabrón.

    Di un respingo ante el contacto y me reí en voz baja.

    —Perdón, perdón.

    Podíamos ser mucho más de lo que creíamos, ¿cierto? Yo podía construir refugios, Arata podía avivar fogatas y Anna, incluso sin ser consciente, veía más, mucho más de lo superficial.

    Sólo teníamos que creerlo.


    y por aquí cierro con Ko-chan <3 gracias por tan bonita interacción bby, como siempre, i enjoyed it a lot uwu

    acá es donde anna le deja el niño al otro idiota como si fuera un paquete? acá es donde anna le deja el niño al otro idiota como si fuera un paquete
     
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    Zireael

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    No sé por qué, pero cuando me concedió el nombre de su mamá, su papá y el de sus otros dos hermanos algo de lo más cálido se me instauró en el centro del pecho, allí donde debía discurrir el hilo que este crío acababa de lanzar. Me habían dicho que su familia era grande, así que tampoco pretendía que soltara los nombres de cuanto Ishikawa lo rodeara, pero que me dijera los nombres de su familia inmediata me hizo sentir, no sé, que me estaba dando permiso de entrar. Vete a saber dónde, pero me estaba arrastrando consigo.

    Y estaba bien.

    Imaginé que mi gesto lo habría sacado de base, siendo que era raro que yo hiciera esa clase de cosas, pero allí solamente me salió y lo acepté también, que podía demostrar el afecto que sabía que sentía por las personas que habían sido los pilares de una gran parte de mi vida. Su mano alcanzó la mía, recibí su apretón que me resultó igual de tibio que los nombres de su familia y cuando habló lo pensé por primera vez de forma directa.

    Que estaba orgullo de él. Qué va, que lo había estado siempre porque era un buen chico.

    Recibí su agradecimiento también, me lo grabé con hierro en el pecho y ya me digné a dar por concluido el sincericidio en el que llevábamos quién sabe cuánto tiempo. Lo miré en lo que revisaba el móvil, cuando dijo Anna hice un poco dos más dos e imaginé se referiría al tanuki al que Sonnen se había pegado como garrapata, cosa que se confirmó cuando la voz de la chiquilla nos avisó de su presencia.

    No la repasé demasiado con la vista, quiero decir, de forma muy evidente ni nada, pero se me ocurrió pensar que la tonta era de hecho bastante bonita y pues nada que hacerle. Aproveché para levantarme después de Ko, me limpié también de un par de movimientos y regresé la atención a la chica cuando me habló a mí, le regresé el saludo con un movimiento de cabeza.

    —Nos vemos, Hiradaira —le dije después, cuando se despidió de mí, la voz me salió todavía bastante más suave de lo usual.

    Me imaginé que se había adelantado para dejarnos nuestro espacio, no había que tener tampoco el cerebro de su cuervo para entenderlo, y solo le di las gracias en silencio cuando sentí a Kohaku encima, abrazándome. Me tardé un poco en reaccionar, no sé por qué, pero acabé por envolverlo con la misma fuerza que él me había apretujado y lo dejé zarandearme.

    —Nos vemos, Ko-chan —dije, ya cuando se alejó asentí con la cabeza a lo de saludar a mis hermanos—. Lo haré.

    Arrugué un poco los gestos cuando me revolvió el cabello, pero fue escucharlo reír y darme cuenta que haría cualquier cosa por este niño, como había sabido siempre, y solté una risa floja. Lo observé irse, cómo intercambió la vista entre una cosa y la otra y lo despedí con un movimiento de mano hasta que su silueta desapareció, dejándome solo con el cerezo.

    Tomé un montón de aire, giré el cuerpo hacia el árbol otra vez y me acerqué luego de alzar la vista a la copa, solo para colocar la mano sobre la corteza. Las corrientes de viento, ligeras se reiniciaron, y así no pudiera verlas agitaron suavemente los hilos que interconectaban el mundo, los mecieron apenas y pensé en Yako otra vez, en como nos había dispuesto para volver los unos a los otros sin importar el paso del tiempo.

    —Gracias, Aniki —murmuré, era la primera vez que hablaba con un muerto, dígase la verdad. La brisa arrastró el calor de un fuego que tampoco estaba allí, fue una respuesta si se quiere.

    Despegué la mano del tronco del árbol, comencé a andar y apenas unos segundos después sentí el móvil vibrar en el bolsillo, cuando lo saqué vi que era una llamada de Sei y atendí, para decirle dónde nos topáramos que para irnos. Me pareció oír a Izumi en el fondo, aunque no entendí qué dijo, y colgué poco después para dirigirme a donde les había dicho.

    Al llegar Sei me miró, el jodido me sacó radiografía me di cuenta y frunció un poco al ceño antes de obligarse a sí mismo a relajar los gestos. Cuando quise darme cuenta tenía a uno de mis hermanos a cada lado, Izumi sacó una bolsa de golosinas del bolsillo y empezó a comer mientras iniciábamos el camino.

    —¿E Ishikawa-senpai? —preguntó Sei pasado un rato.

    —Les manda saludos, se fue con una amiga suya de Shinjuku también.

    —Me cayó bien, ¡no tiene cara de moco como Sugino! ¿Podemos visitarlo? —preguntó Izumi medio atragantado con un caramelo—. Es muy bonito el santuario de Chiyoda.

    Se me aflojó una risa, hundí las manos en el bolsillo de la chaqueta y asentí con la cabeza sin demasiado problema. Por mucho que yo desencajara en el lugar, era el hogar de Ko y de su adorada Chiasa, era donde me podían aceptar sin importar lo que hubiese tenido que hacer durante estos años para mantener a flote a mi desastre de familia.

    —Un día pasaremos, está bien —concedí casi en voz baja.


    alto relleno bUT ERA NECESARIO. Muchas gracias a ti bby por arrastrarte a shimi-kun a esta belleza de interacción <3 lo disfruté un montón uwu

    ya que estoy, voy a decir que el otro pendejo no lo sabe pero yo sí y sé que está super ready para recibir a ko-chan con cuddles
     
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