Taitō Parque Ueno [Parque]

Colina

Era ignorante de un montón de cosas importantes, había sido así siempre, pero en este caso igual hasta era algo que me correspondía saber porque al final este chico era mi amigo por encima de cualquier otra cosa. Tenía información de sobra de la mitad de diablos del Triángulo, pero allí me tenían sin tener ni una pista de lo de Ko y vete a saber si me enteraría esa noche o dentro de tres meses o un año después.

Los corrientes de aire contrarias seguían soplando, eran sutiles, pero de repente comencé a imaginarlas como pequeños torbellinos capaces de arrancar los pétalos de las flores y arrastrarlos lejos. Murmuraban cosas en un idioma incomprensible, secretos quizás, preguntas o preocupaciones, vete a saber. Poco sabía yo que arrastraban los hilos del amargado de Sugawara y las telarañas de los otros dos, tensas, atadas alrededor de Ko.

El enano se acomodó en el columpio, probó las cuerdas y tomó aire, cantó en voz baja y aún así consiguió detenerme una inhalación a medio camino. Canceló el mundo de alguna forma, su aire accionó un mecanismo capaz de alzar paredes y aislarnos en el ojo del huracán; no había sido nunca muy emocional, pero habían cosas que hasta a mí me erizaban la piel y la música a veces tenía ese poder.

Pasé saliva, volví a respirar cuándo recordé cómo hacerlo y eché la cabeza hacia atrás hasta encontrar el tronco del cerezo de forma que posé la vista en la copa. La letra pesada, por partes me enviaba una gota de agua helada por toda la espalda y más temprano que tarde me di cuenta que tenía algo atorado en la garganta, no era un nudo demasiado apretado, pero lo noté y parpadeé varias veces, tratando de procesarlo.

No conocía la culpa, tampoco el arrepentimiento y si conocía algo remotamente parecido al amor era el que me había hecho proteger a mis hermanos de esto, de lo que yo era, lo que había tenido que ser. A la larga, ¿qué cosas me había arrebatado a mí mismo en realidad? ¿Qué había dejado atrás?

Tomé aire con cierta fuerza, no era ningún genio ni mucho menos pero me pregunté de repente si Ko estaba cantando para alguien en particular y no supe si podría con la respuesta. Yo era un montón de aire también, ¿no? Nada más que nubes cargadas de electricidad esperando por reventar la tierra y por eso no había mucho que pudiese hacer por nadie, nada que no fuese ponerme a mí mismo adelante para comerme las hostias.

Cuando el silencio regresó las paredes que Ko había levantado volvieron a bajar a su posición original, bajo tierra, regresándonos a la dimensión que nos correspondía. Fue un poco extraño, no sé, los pequeños remolinos volvieron y enderecé la cabeza de forma que pude recibir la mirada del chico, también su sonrisa, y me pensé si siempre había sido así de melancólica o si el ámbar de sus ojos se había parecido más al verde que al anaranjado toda su vida.

Sus palabras me alcanzaron cuando todavía no reconectaba el cerebro así que me callé unos segundos, no supe cuántos, que me ayudaron a deshacer el nudo flojo que tenía en la garganta.

—Si tienes complejo de mago puedes chasquear los dedos y aparecer las paredes de un búnker —contesté por fin, me permití una risa baja y efectivamente chasqueé los dedos por la pura gracia. No me di cuenta, pero había suavizado la voz—. Pero sí, es bastante agradable.

Me lo pensé un rato, de las pocas veces que pensaba algo para variar, y acabé por ceder a ser una persona decente por una vez. No sé, sentí que el mocoso lo merecía.

—Gracias, por dejarme acompañarte y por compartir esto. —No caí hasta ese momento que iban dos veces que le agradecía de forma genuina en una noche—. Aunque me siento un poco como un intruso en este pequeño mundo, ya sabes, donde el aire sopla sin intenciones de tirarte al vacío.

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no pero ya seriamente, la cantidad de veces que casi me largo a llorar??? i just-

*c muere* god bless a este cñor pero me destrozó el alma, no surprise

 

[Zona de museos (Museo de Arte Metropolitano de Tokio)]

Inmediatamente después de colgarle a Hitoshi, me di cuenta de que mis pasos me habían guiado hacia la zona de museos, y no pude evitar ladear ligeramente la cabeza al ver el panorama. Queriendo aprovechar las vacaciones y el festival, parecía que los museos también iban a estar abiertos hasta tarde, y qué sé yo, me pareció maleducado no echar un vistazo dada la ocasión, siendo que además yo misma había acabado ahí delante, prácticamente inconsciente de ello.

Así pues, acabé por entrar a uno de los museos, con paso ligero. Me sorprendió un poco ver que no había sido la única en tener aquella idea, pues había bastante gente en el interior del edificio cuando yo entré, pero después de pensarlo un par de segundos, me di cuenta de que era bastante probable que las personas que no pudiesen costearse una entrada quisiesen aprovechar los precios reducidos que había, también gracias al festival. Nada que a mí me importase, en realidad, pues podía pagar el precio completo de todo el grupo de museos que había por la zona si es que algún día me apetecía hacerlo, pero tampoco pensaba quejarme de por sí por el beneficio, claro.

Estaba bastante distraída con un cuadro que había llamado mi atención, así que me costó un poco darme cuenta que alguien más había aparecido a mi lado, pero una vez lo hice, ni siquiera necesité comprobarlo más que por el rabillo del ojo para saber de quién se trataba. No cambié mucho mi expresión, aún examinando el óleo que tenía delante, pero igual me fue imposible no soltar una breve risa floja por la nariz.

—¿Cómo me has encontrado, Hito-chii? ¿Me has puesto un chip o algo~? —bromeé, en voz baja.

—Nunca me atrevería —contestó, con cierta seriedad impostada—. No me gustaría que me mandases un matón en caso de que te enterases, además.

En aquella ocasión ya no pude evitarlo y toda mi expresión se transformó en una de diversión, aunque al final logré simplemente encogerme de hombros con cierto aire risueño. ¿Tan mala imagen tenía de mí? Eh, qué problema~

>>Te gustan este tipo de cosas, ¿o no? —volvió a hablar, recuperando su tono usual, y giré la cabeza para mirarlo con una ceja alzada—. Restaurantes caros, museos, teatros... Cosas de niña rica~

—¿Resentido porque son sitios a los que no me puedes llevar, cielo~?

No me molestaba en absoluto que pensase eso de mí, para la gracia tampoco iba a negar que era completamente cierto, pero era bastante obvio que sí era algo que parecía molestarle de alguna manera. No era la primera vez que se lo notaba, de todas formas, pero tampoco iba a perder el tiempo en explicarle que una cosa no quitaba la otra, especialmente cuando ya se lo había dicho más de una vez, y lo cierto era que me gustaba pasar el tiempo en un parque cualquiera de igual manera, porque si no, no dudaría en dejar de hacerlo.

Supongo que en ese momento se dio cuenta de lo que había dicho y, ni idea, me pareció que se avergonzó una milésima de segundo por ello antes de volver a echarse encima una sonrisa socarrona. Lo vi acortar la distancia entre nosotros, pasando un brazo por cintura, y se acercó a mi oído para susurrarme una interesante lista de cosas que podía hacerme en lugar de llevarme a sitios caros.

>>¿Todo eso~? —canturreé en cuanto terminó, levantando apenas la vista para dar de lleno con su mirada, y él simplemente asintió con la cabeza, sin perder la sonrisa en ningún momento—. Pues no sé por qué estamos perdiendo el tiempo aquí, entonces~ —murmuré al final, ensanchando apenas la sonrisa, y me giré para guiarlo hacia el exterior del museo.

Supongo que no podía quejarme de esa manera de acabar las vacaciones, ¿verdad?

 

Contenido oculto: sufjan stevens more like the king of my suffering

me cayó de fondo mientras escribía el post así que nada, a shorar

Colina

Se podría decir que conocía bastante bien el culo del desastre que era Arata. No que hubiéramos compartido una vida juntos y encima de eso llevábamos más de un año sin vernos, pero en cierta forma me daba cuenta. Nada había cambiado a su alrededor, nada conseguía alertarme lo suficiente o disparar algún tipo de advertencia, de esas que instintivamente me empujaban a levantar las defensas. Podía dar un brazo, incluso, con tal de afirmar que Arata seguía siendo Arata así como Cay había seguido siendo Cay, y así con el resto de los chacales.

El tiempo se nos había congelado un poco a todos, ¿verdad? Desde la muerte de Yako.

Pero por contradictorio que pudiera sonar, creía aún así en la transformación de la energía. Creía que incluso de algo tan oscuro y desolador como la muerte, y aún peor, la muerte joven, podían surgir cosas. Obrar de suelo fértil, labrar la tierra y aguardar por la primera semilla, así como junto a papá sostuve y sostuve la luz a las puertas de la casa hasta que todos encontraron el camino de regreso. La abuela, los niños, por último mamá. Todos lo habían logrado.

Todos íbamos a lograrlo.

Desde que Chiasa se fue, cada canción era especial. Con cada acorde, cada melodía y anotación en el pentagrama pensaba en ella. Estaba siempre conmigo, era una sombra pegada a mis pies y lo dicho, al principio era lisa y llanamente doloroso, pero sólo necesitaba aprender a aceptarlo. Cantar, cantar y seguir cantando, hasta que su fantasma ya no me perforara el pecho sino lo abrazara.

Arata se había quedado un poco desconectado cuando busqué sus ojos por primera vez, cosa que me llamó un poco la atención pero tampoco le otorgué mayor entidad. Con todo de conocerlo, a él y a su culo del desastre, igual siempre había sabido que en el fondo seguía siendo... sólo un chico. Quizá se hubiera arrancado la inocencia de la cara, del cuerpo y la vida entera, quizás hubiera sacrificado cientos de pequeñas cosas con tal de fungir de escudo, quizá... quizá comprendiera el concepto de amor mejor de lo que él creía. ¿No nos había cuidado a Cay y a mí, acaso? ¿No cuidaba a sus hermanos? ¿No intentaba cuidar a todo aquel hasta donde le dieran las alas?

¿Y se atrevería a decir que eso no es amor?

Parpadeé al chasquear él sus dedos, el silencio era tal que incluso esa pequeña disrupción se sintió poderosa. Me ayudó, en cierta forma, a adquirir aún mejor dimensión del lugar donde estábamos. En la colina del Ueno, a las afueras del festival, en una noche de primavera y bajo un cerezo gigante. Frente a alguien que difícilmente creí volver a estar. ¿No había sido por Chiasa que logré reencontrarme con él, con Cay también? ¿No fue por ella, acaso, que necesité transferirme al lugar de sus recuerdos? Ahí estaba, eso era.

La tierra fértil incluso de las peores desgracias.

Y las semillas que se derramaron sobre ella.​

Arata había suavizado su voz, su postura, su semblante y básicamente todo lo que le mostraba al mundo, y no estaba seguro que fuera consciente de ello. Se sentía como un pequeño privilegio, si debía ser honesto, así no le diera demasiada cabida a esos conceptos. Se sentía... agradable, como había dicho él. Luego me agradeció, dibujándome una sonrisa en el rostro, y sacudí lentamente la cabeza. La brisa seguía soplando desde direcciones distintas pero hubo una, dulce y fresca, que me cosquilleó en los dedos, en la nuca, en las puntas del cabello, casi como un empujoncito amable hacia el muchacho. Era prácticamente la voz de Chiasa.

Anda, cuéntale sobre mí, me decía.

Se lo merece, ¿no?​

Realmente intenté mantener el semblante relajado, aunque fue inevitable que un poco se me comprimiera. Tomé aire, lo solté por la nariz y repasé las cuerdas de la guitarra antes de separar los labios.

—Cay Cay... no te dijo nada, ¿verdad?

Claro que no.

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se me mojaron los ojitos bai esto fue demasiado

 

Colina

El tiempo era una cosa extraña, caprichosa si se quiere, egoísta incluso porque se congelaba sin nuestro permiso y nos dejaba atascados en una estación por años. Cuando las estrellas eran arrancadas del firmamento y de nuestras manos, el tiempo, volátil, se declaraba en huelga y nos impedía hacer nada más que sentir dolor o no sentir nada en absoluto, incluso a idiotas de mi clase. No distinguía entre nadie y eso era lo más horrible posiblemente.

Ninguno estaba exento, por eso todos parecíamos los mismos, por eso Ko no encontraba motivos para tenernos cautela y por eso, en el fondo, habíamos esperado por él. Por eso habíamos esperado a Hikkun, que se había atrincherado en Taitō un año entero, y seguíamos esperando a Ratel, encerrado en Chūo y al servicio de la familia que había acabado con su padre años atrás.

A la larga todos volvían cuando el tiempo aflojaba los dientes lo suficiente.

Fue en ese instante de flaqueza del monstruo que me di cuenta por fin, luego de tantos días, que Kohaku no era nuestro Kohaku. Pude leerlo apenas, fue un atisbo, y entendí solo una fracción del miedo que debía haber sentido Cayden en el cuerpo hace días en su maldito silencio de siempre; salió de la nada, se alzó y proyectó su sombra como un puto edificio, encendiendo hasta la última de mis alarmas. Me pregunté qué, por qué, cuándo o quién había causado el cambio, qué había modificado a nuestro Ko... y por qué coño no estábamos allí.

La culpa, me cagaba en Dios y todos mis muertos, la encontré años después y la tormenta se reinició sin saber dónde estallar o si siquiera tenía permiso de hacerlo.

No lo reflejé en el cuerpo, en ese sentido me parecía un poco más a Sonnen que al cabeza de fósforo, podía rechazar lo que sea que estaba sintiendo para enfocarme y fue lo que hice, a la espera de que quizás este chico me brindara una respuesta como pocas veces en la vida. Los torbellinos seguían girando, habían ganado algo de fuerza de hecho, pero incluso con esa interferencia casi podría jurar que oí el aire al ser cortado por un hilo invisible, no podía verlo, pero era dorado y rasgó el espacio desde el cerezo hasta Ko, enredándose a su alrededor.

Noté que a pesar de su intento se le comprimieron apenas los gestos y al escuchar su pregunta deseé cagar a Cayden a tropadas por callarse como siempre hacía, guardaba información importante como si lo amenazaran de muerte y a veces de esa manera nos volvía ignorantes. Intenté entenderlo de todas formas, me forcé a hacerlo, de manera que pude encontrar mi voz en medio de la sombra de miedo que no conocía muy bien. Era eso, ¿no? El jodido sí tenía la respuesta... pero lo esperaba, joder, esperaba por Ko con una paciencia digna de campeonato.

Era, después de todo, el mismo estúpido que creía que los dioses y los amuletos existían para consolarnos y unirnos también.

—Es Cayden —respondí en un murmuro, despegando apenas la espalda del tronco del árbol—. Podrías apuntarle con un arma en el centro de las cejas y no diría nada.

Suspiré, no fue especialmente pesado, pero sí busqué sus ojos con la mirada antes de seguir hablando.

—Te está esperando, Ko, como siempre. Confía en que dirás las cosas por ti mismo y los instintos rara vez le fallan, ¿o me equivoco?

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tengo un nudo en la garganta diosito im not ready but im here for it

 

Colina

No todos manejábamos los mismos ritmos, eso yo lo sabía bien. Lo que a mí me llevara un mes, otro quizá lo resolvería en una semana o viceversa. Si me comparaba con Anna, con Rei incluso, siempre los había creído más resolutivos, más... intensos, sí, pero atados a sus vidas también. Permanecían pegados al suelo, corriendo de aquí hacia allá, con la velocidad suficiente para hacerte creer que remontarían vuelo en cualquier momento. Pero no eran criaturas de aire, no poseían la liviandad ni la templanza, no se amoldaban a los espacios ni pasaban inadvertidos. Eran fuerzas poderosas, con carácter y presencia, fluían enteramente hacia el exterior, hacia sus cercanos, y eso era algo que podía comprender de la misma forma que podía agarrar un libro y estudiarlo. A ellos, sus hilos dorados, sus ritmos impredecibles y sus brillos eternos. Observar, analizar, mesurar.

Y nada más.

Y mis tiempos no eran los suyos, y mis hilos plateados jamás llegarían a compararse con los suyos, y estaba bien. Jamás había pretendido sanar antes de lo necesario, quizá nunca lo hiciera plenamente, pero haber sido capaz de abrir la boca me significaba un paso inmenso y... y estaba bien. Aún recordaba la tensión que me había agarrotado el cuerpo cuando Anna me saludó a las puertas del santuario y supe, joder, supe que Rei le había contado. La niña no había sido evidente, el problema era mi maldito sexto sentido que por primera vez deseé apagar, destrozar, enterrar diez metros bajo tierra. Quise silenciar el mundo, llevarlo a negro y flotar a la deriva. Me quise desconectar de todo, casi con la misma fuerza que lo hice justo luego del funeral. El de Yako, el de Chiasa. Así fue que me di cuenta que no estaba sanando en absoluto.

Y lo cierto es que no sé cuándo ni cómo lo hice, sólo pasó y ya.

La voz de Arata me alcanzó cuando aún tenía los ojos puestos en la guitarra y sonreí débilmente, asintiendo. Tenía razón, Cayden era así y lo entendía; no como entendía a Rei y Anna, incluso a Arata. No era la fuerza marítima del primero, el fuego incandescente de la chica ni la tormenta silenciosa del muchacho frente a mí. Lo entendía como lo que mantenía oculto en muchas de las habitaciones que, recién ahora, me atrevía a abrir. Acercándome a la puerta, primero, estirando el brazo y rozando el pomo. Echando un vistazo apenas por una ranura. Estaba oscuro y olía a polvo, pero detrás de mi espalda había alguien más, y ese alguien sostenía su propia lámpara y yo... sólo tenía que hacerme a un lado.

Y confiar.

Te está esperando, Ko.​

Me había rodeado de buenas personas, así que sólo debía confiar.

Como siempre.​

Tomé aire, volví a asentir y dejé la guitarra suavemente sobre el césped. La hamaca se quejó bajo mi movimiento y me puse de pie, alzando la vista a la copa del cerezo.

—¿Sí te gustó, entonces? —murmuré, hacia nadie y hacia ambos, y sonreí—. Un poco extraña, pero llevaba mucho tiempo queriendo tocársela a alguien. Quizá parezca que siempre estoy flotando, sé que lo piensas, pero aún así me gusta sentirme amarrado a ciertas personas. Me gusta confiarle mis hilos a quienes yo elija. Es mi pequeño placer culposo. Mi privilegio, también. Y también me gusta que las personas que me gustan se gusten entre sí, aunque eso no siempre sale bien.

Solté una risa liviana y hundí las manos en los bolsillos, volteando la vista al paisaje de la ciudad; allí, de pie frente a Arata y el cerezo. De pie frente a Chiasa.

—Por eso quería presentarte a alguien. Es... es hosco y malhablado, poco honesto y bravucón. ¿Sabías que se aprovechaba de mi estatura para usarme de apoyabrazos? Y si me desaparecían los chicles había un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que se los estuviera comiendo él. Tampoco servía de nada reclamarle, sólo pegaba tres risotadas al aire, te despeinaba y se iba a lo suyo. Si lo hubieras conocido estoy seguro que habrías intentado advertirme sobre él, aunque a la larga habrías visto lo que yo. Era y es incorregible, pero qué sé yo. Tiene su propia luz, ¿no? Y así lo queremos. —Volví a tomar aire, cerré los ojos un instante y deslicé la mirada a Arata. Me acuclillé frente a él—. Se llama Arata, por cierto, aunque me gusta decirle Akkun o Shikkun. Tuvo una época de Ara-kun, pero ese no fue de mi autoría y soy muy receloso de mis apodos.

La sonrisa se me ensanchó al repasar sus facciones y bajé la vista al césped, allí donde di de casualidad con un diente de león silvestre. Lo arranqué, lo imaginé desgranándose para irse con el viento y volví a enfocar el rostro de Arata. Le ofrecí la flor.

—Y a ti, te presento a Chiasa. Vive en muchas cosas, o quizá yo la ponga ahí, pero para el caso es lo mismo. Siempre me acompañó adonde sea que fuera y siempre me quiso sin pegas ni quejas, un poco como ustedes. También creo que los volví a encontrar gracias a ella. A ti, a Cay Cay. Estaba un poco perdido, pero ahora me siento mejor y pensé que te merecías este pedacito de información. Eres mi amigo, Akkun, al fin y al cabo.

Esperé a que aceptara el diente de león y relajé la postura, sentándome frente a él.

—Y Chiasa es mi hermana pequeña. Va a serlo siempre, aunque haya tenido que despedirla hace ya un año.

Dios, no dejé de sonreírle ni un instante.

—Y sé que estaría encantada de conocerte.