Long-fic Parásito [Resident Evil]

Tema en 'Fanfics abandonados de Videojuegos' iniciado por xTmHimitsu, 10 Febrero 2011.

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    xTmHimitsu

    xTmHimitsu Iniciado

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    Muchísimas gracias por tu comentario Akuma Kaan, y gracias también por lo de los exámenes. Al fin he acabado y ya podré actualizar con más frecuencia. Saludos!
     
  2.  
    xTmHimitsu

    xTmHimitsu Iniciado

    Tauro
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    Título:
    Parásito [Resident Evil]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    7
     
    Palabras:
    5143
    En el capítulo anterior... "Ha aparecido un nuevo personaje: El Asesino, que se desplaza al lugar para acabar con los protagonistas. Mientras tanto se produce el reencuentro de Franz con las chicas en el polideportivo; pero los delirios de Amy junto a un disparo acabarán con la paz del grupo. Se avecina tormenta. Franz contra el Asesino. ¿Cómo acabará esto?" (Fin del resumen)​

    :::​

    La lluvia, cayendo en el exterior: pesada, brutal, cavando cráteres que expulsaban fragmentos cristalinos como géiseres.
    La tormenta, resaltando el estado de mi mente, en caos, sacudida por el terror de un experimento, siendo observado por miles de ojos, que eran cámaras.
    El viento ululante, helado, recogiendo mi furia hacia la barbarie, la tortura, los brutales asesinatos perpetrados por enmascarados con cuchillos, hachas y sierras.
    La presión, siendo causa y efecto de la tempestad, cayendo sobre mis hombros como una ola de denso aceite, aplastándome y matándome lentamente, pero sacando la bestia que todos llevamos latente. La bestia que caminaba ahora por los oscuros pasillos, cargando un cañón cuyas balas ya tenían nombre y fecha de caducidad. Aquel que había disparado a Amy, iba a pagarlo, muy caro.

    :::

    CAPÍTULO VII
    "El JARDÍN PÚRPURA"


    Los cuatro disparos volaron en pedazos varios fragmentos del marco de la puerta, cuyas astillas rozaron mi cara, dejándome sin respiración. Aquello no era un aldeano sanguinario. Podía detectar la precisión de sus movimientos: había desaparecido inmediatamente después del último disparo y todo había quedado en silencio absoluto.

    - ¡Escúchame cabrón! ¡Sé que puedes oírme! – Craso error: dos disparos volaron a mi posición y atravesaron la delgada pared quitándome completamente el aliento, e hicieron que rodara por el suelo resintiéndome del dolor de mis importantes heridas. Pero por suerte las balas no me habían dado.

    Lo oí correr hacia mi posición y rodando desde el suelo alcancé de nuevo el marco de la puerta y salí de ella abalanzándome hacia la figura. Sabiendo que aquello jamás se lo esperaría.

    Un fogonazo hizo que una parte del techo se desplomara, al tiempo que yo golpeaba salvajemente la cara de aquel sujeto, tirándolo contra el suelo. Su reacción fue instantánea y lanzó porquería a mis ojos desde el suelo y me contraatacó. Su puñetazo se sincronizó con el relámpago y el trueno, girándome la cara, haciéndome expulsar unas gotas de sangre pulverizada, que ya casi no me quedaba.

    Ambos reaccionamos rápidamente, encañonándonos con la pistola, pero yo aparté la suya golpeándole los dedos con la culata y me lancé sobre él, pero proyectó mi furia contra una de las paredes, lanzándome contra la misma.

    Pude ver uno de sus ojos y parte de su cara en un relámpago. Sus ojos eran miel, su mirada firme, despiadada. Era su turno de golpear. Ni tan si quiera me apuntó con la pistola. Me golpeó sucesivas veces en el estómago y en la cara. Casi no pude defenderme.

    - ¿Te ha gustado? ¿Has disfrutado de los golpes? – Le pregunté sarcástico en un respiro. – Pues ahora prueba los míos.

    Le golpeé con todos mis conocimientos de defensa personal mas alguna maldad propia adicional, los golpes impactaron hundiendo su piel y sus músculos mientras retrocedía de la potencia del golpe intentando recomponerse. Jamás había golpeado con tantas ganas. Sentí como si le pudiera partir la caja torácica. Pero reaccionó a tiempo, y de una patada me alejó y me apuntó con la pistola.

    A esa distancia podía dispararme y yo no podía reaccionar, pero eso no me impidió tensar mis músculos cuan predador y lanzarme al ataque. No obstante, mi agotamiento me pasó factura, y sin poder evitarlo colapsé.

    - Franz David Drakkan… - Dijo acercándose a mí y poniéndome boca arriba usando su pie. - ¿Tus últimas palabras?

    Estaba jodido. Me habían jugado una mala pasada las heridas. ¡Mierda! No podía morir ahí. Si realmente se estaba experimentando con personas de aquella forma, tenía que sobrevivir al menos hasta poder dar un buen puñetazo al responsable. Y, ¡qué demonios! simplemente no quería morir.

    - Chaval, he de confesarte que no sé por qué quieren matarte, pero supongo que habrá una buena razón que justifique el absurdo precio. Así que, escucharé tus últimas palabras…
    - Sus últimas palabras son "que te den por culo". Ahora la pregunta es ¿con qué quieres que te de por culo? Escopeta o pistola. – Era la voz de Elisabeth.

    Elisabeth entró en escena portando la escopeta que había recogido en el otro pueblo. Sus facciones estaban completamente tensas y de su rostro había desaparecido todo atisbo de piedad. Asimismo, el parche le daba un aspecto aun más sombrío. Apuntaba al asesino con su escopeta mientras avanzaba lentamente.

    - ¿Delirios de grandeza? Una periodista de pacotilla sensacionalista amenazando a un asesino profesional… ¿Estás de broma, verdad?
    - Capullo, con una escopeta y a esta distancia hasta mi abuela podría amenazarte. No hay que ser un genio para darse cuenta de esto.

    El asesino rió forzadamente y tiró su pistola al suelo. Acto seguido me dirigió una mirada. No era un tipo feo, más bien era probable que las mujeres lo consideraran atractivo; no obstante, llevar toda la cara manchada de sangre, de heridas propias y posiblemente de otras personas, le daba un aire sobrecogedor.
    Eli se detuvo a una distancia prudencial y apuntó bien a la cabeza del sujeto.

    - Estás muy jodido… no sabes cuánto.
    - Elisabeth, ¿sabes por qué llevo este pañuelo rojo atado al brazo?
    - Te preguntaría que por qué sabes mi nombre, pero ya que parece que te hace mucha ilusión, explícame lo del pañuelo.
    - El pañuelo rojo, éste, representa la sangre que he derramado a lo largo de mi vida como asesino. Es lo que día tras día me recuerda lo cabrón que soy, y toda la sangre que me ha salpicado de mis víctimas. Es lo que me recuerda que sigo un camino de no retorno, y que algún día me volarán la cabeza e iré como una de mis balas al infierno, si es que existe. ¿Pero sabes qué?

    Hizo una pausa para respirar y dio la espalda a Elisabeth.

    - Sorpréndeme - Replicó ésta.
    - El infierno está aquí y ahora. Hay gente que piensa que es el tormento que sientes al matar, o al hacer algo malo. Pero están muy equivocados… el infierno es no sentir nada tras matar y matar. El no sentir ninguna clase de remordimientos, y ver que no existe una justicia que te vaya a castigar por lo que has hecho. El ver cuántos crímenes quedan impunes, y a sus autores salir airosos, sin siquiera sentirse mal con ellos mismos.
    - ¿Puedo bostezar ya? – Preguntó Seale.
    - Lo que quiero hacerte entender es que: no hay esperanza para mí. No siento miedo de nada. No tengo alegría ni razón de vivir, más que ganar dinero y dejarme llevar por todos aquellos placeres pasajeros y mundanos. ¿Sabes lo peligrosa que es una persona sin miedos? ¿Realmente crees que he entrado aquí sin un as en la manga?
    ¿Me lo parecía a mí o se contradecía? Si no tenía miedo ¿para qué quería un as en la manga? ¿No podría haber entrado simplemente en plan Rambo?
    - Lo que quiero decir – continuó – es que al no tener ningún tipo de miedo, aun a pesar de la situación del exterior, he podido planificar fríamente mis movimientos.
    - ¡Cállate ya y escucha, gilipollas! ¿Sabes quién soy? ¡Enhorabuena! ¿No tienes miedo? ¡Enhorabuena! Yo no sé quién eres ni me interesa, porque desde el momento que pusiste un pie dentro de este polideportivo pasaste a ser un cadáver que se pudrirá en el suelo sin que a nadie le importe una mierda. Así que, te devuelvo la bola. ¿Tus últimas palabras?
    - Puedo sacaros de este sitio… con vida.

    Y el tiempo se detuvo. ¡Un momento! ¿Qué?

    - ¡¿Qué? – Exclamé desconcertado y vi que Elisabeth se extrañaba también.
    Esas fueron mis últimas palabras. Ya puedes disparar… si quieres.
    - Espera Eli. – Y me dirigí al asesino - ¿Qué se supone que quieres decir?
    - Resumiendo: me han mandado en avión privado a asesinaros. Tengo el avión esperándome en un aeropuerto cercano y puedo salvaros.
    - ¿Dónde está el truco? – Preguntó sabiamente Eli.

    El asesino volvió a reír forzadamente.

    - El truco es que sólo me voy a llevar a uno de vosotros. Podéis hacer dos cosas: volarme la cabeza y morir buscando el camino de vuelta a casa, o dejarme que mate a uno de vosotros y el otro me acompañe… porque evidentemente Amy no se encuentra dentro de las personas que pueden volver a casa.
    - Rata miserable… - Me enfurecí. ¿Acaso lo decía porque había matado a Amy?
    - No estás en condiciones de hablar así, ya que no tienes tu arma. Así que por lo pronto, con que Elisabeth baje su arma te mataré y me la llevaré a ella de vuelta a casa.

    ¡Maldita sea! Miles de cosas pasaron por mi cabeza en aquellos momentos. Puede parecer una decisión fácil… ¡maldita sea! Pero… en aquel lugar, después de tantos días pasando hambre, estando al borde de la muerte… ¡Con cada paso que dabas ponías tu pie en la tumba! ¡Y de qué manera! Era un proposición realmente… seductora. Era la tentación en mayúsculas.

    Elisabeth palideció. Incluso habiéndonos hecho tan cercanos los tres en aquellos días, no dejaba de ser una proposición tremendamente jugosa. Pasar de estar al borde de la muerte, sin ningún tipo de esperanzas más que la de sobrevivir al día… pasar de eso a tener la posibilidad de volver a casa. ¡Joder!

    - ¡Vaya! Parece que era un buen as en la manga… sobretodo si os digo que os dejaré que me llevéis atado y apuntándome con la pistola, para que veáis que no es ninguna clase de trampa. – Continuó como disfrutando de nuestro desconcierto – Por cierto, se me acaba la paciencia, así que el primero que diga "llévame a mí" se salvará y el otro será pasto de los caníbales.

    Me llevé las manos a la cara y me froté los ojos, sin creerme la situación. Era tan fácil como decir "vete a la mierda", y pegarle un tiro… pero con esto todas las esperanzas de volver desaparecían. ¡Maldita sea! No era una decisión fácil, de hecho, Elisabeth había perdido la expresión segura de sí misma y comenzaba a respirar agitadamente. ¿Se estaba planteando el matarme para salvarse? Yo no quería ni que aquella idea se pasara por mi cabeza. ¿Matar a Elisabeth? Pero si lo hacía estaba salvado. ¿Qué clase de broma macabra era aquella?

    Vi que Elisabeth dudaba por unos segundos, y acto seguido movía la boca en un intento de producir sonidos, pero no podía dejarla hablar, no quería escuchar aquello, así que me adelanté.

    - ¡De acuerdo! – Grité mirando al asesino. - ¡Acepto!

    Elisabeth se puso lívida y el asesino me miró sin expresar ningún tipo de sentimiento. Creo que nadie se lo esperaba. Ni yo mismo. Había dado un paso adelante y ya no podía retirarme. Había tomado la decisión, aunque estaba realmente asustado por ello.

    - Entonces, lo siento Elisabeth, pero ya se ha decidido. ¿Tienes algo que ofrecer para que cambie de opinión y lo mate a él, en vez de a ti?
    - ¡Asesino! Estás sacando conclusiones precipitadas. – Expliqué – He aceptado, pero lo que acepto es que me mates a mí y la salves a ella.

    Ambos me miraron estupefactos. Y no, no estaba actuando como un héroe, sino como un cobarde.

    Elisabeth comenzó a reírse con fuerza y maldad, aunque no sé si era del asesino o a mí. – ¿No ves que te está tomando el pelo, asesino? La basura como tú, sin escrúpulos, probablemente no sea capaz de entenderlo, pero te garantizo que prefiero morir al lado del chico que salvarme gracias a un pacto miserable contigo.

    Respiré profundamente. Así es que eso era lo que estaba pensando… Me sentí mal por haber dudado de ella, pero reconfortado por su tajante respuesta. Sin embargo, lo que sucedió a continuación me dejó de piedra. Elisabeth había bajado la guardia, y en esa fracción de segundo, el asesino se había colocado detrás mía y había puesto un cuchillo de combate en mi cuello.

    - Check mate
    - Cobarde… - Dijo Elisabeth enfurecida por su propio despiste.
    - Mi trato sigue en pie. ¿Estáis seguros de que no queréis pactar? Si no lo hacéis, moriréis los dos, lo cual no tiene sentido. ¡Mejor que se salve uno!

    Pero en aquel momento entró en escena alguien a quien no esperábamos. Helena llegó casi sin respiración al lugar donde nos encontrábamos y por un momento se quedó perpleja ante la situación.

    - ¡Hermanito! ¿Hermanito? ¿Elisabeth? ¿Quién es ese señor? ¿Otro superviviente?
    - No… este hombre es…
    - ¡Ya sé! ¡Papi! ¿Está bien que te llame así?

    ¿Qué? ¿Qué parte de "llamar papi a la persona que está a punto de seccionar el cuello de un amigo" tenía sentido para Helena? Sin embargo, aunque parezca increíble, pude notar una extraña reacción en mi atacante. De repente su presa se suavizó de sobremanera.

    - ¿Papi? – Se extrañó también Elisabeth.
    - ¡Eli! Olvídalo… ¡he venido a buscarte porque Amy está muy mal! Amy se muere…

    El corazón me dio un vuelco. Sentí como si perdiera las fuerzas en las piernas. Todas las heridas, las contusiones, la fiebre pasada y la tensión me estaba pasando factura. Amy… iba a morir por culpa de aquel cabrón, y no podíamos hacer nada.

    Pero algo sucedió al margen de nuestras expectativas. El asesino lanzó el cuchillo al suelo y se sentó en el suelo, al tiempo que yo caía sin fuerzas.

    - Id a atender a Amy. Me rindo. – Aseguró el asesino.

    Todos nos quedamos estupefacto salvo Helena, que parecía sonriente. ¡Sonriente, con Amy muriéndose! ¿Qué demonios? Creo que me estaba volviendo loco.
    Elisabeth se dirigió al asesino y le golpeó con brutalidad en la cabeza para dejarlo inconsciente.

    - Tráelo a la sala, con Amy. – Me dijo y luego se dirigió a Helena. - ¡Vamos con Amy, rápido!

    Cuando llegamos, Amy se encontraba sentada en la mesa con una quemadura de bala en el hombro y la cabeza apoyada sobre las manos, cubriéndose la cara.

    - Se… ¿muere? – Pregunté cuando llegué a la sala.
    - ¡Yahoo! He conseguido ablandar el corazón del asesino.
    - Así que nos has engañado… Por cierto, ¿cómo estás Amy? Pensé que el disparo te había dado de lleno.

    Amy estaba mal. Su tez era de un color blanquecino leche mezclado con tonos amarillentos, su expresión reflejaba agotamiento y dolor.

    - La cabeza… me va a estallar. Oigo un murmullo constante… como si me hablaran al oído. Es un run run, constante, pesado… siento… siento, como presión. – Dijo, mientras se apretaba la cabeza con las palmas de sus manos. – Siento que me fuera a explotar, me duelen los ojos, me cuesta respirar…

    Helena se acercó a Amy y la abrazó por la espalda y le acarició la cabeza con ternura.

    - El estrés y la presión a la que te somete este lugar nos va a matar chico.
    - No si nos vamos de aquí… todos, en el avión de este sujeto. – Dije, señalando al inconsciente asesino.

    Átalo con las cuerdas de la piscina.

    - Franz… tenemos que irnos de aquí… - Dijo Amy tomándome del brazo, justo antes de que fuera a por las cuerdas.

    Descendí a la piscina después de haber recogido el cuchillo del asesino y corté un fragmento de cuerda de las que delimitaban los distintos carriles de la piscina. A la vuelta, al pasar por delante de la entrada escuché fuertes golpes. Estaban allí, una vez más nos habían descubierto.

    Me apresuré hasta la cafetería y advertí a todos del peligro. Atamos al asesino con un nudo marinero que la viuda negra conocía.

    - ¿Votos para dejarlo aquí y que se lo coman los caníbales? – Elisabeth y yo levantamos la mano, pero Amy y Helena la mantuvieron abajo.
    - Sí, yo también creo que es una crueldad. Asesino, ¡despierta! – Grité, y abofeteé su cara algo más fuerte de lo necesario.
    - Mia… - Murmuró el hombre en voz baja.
    - Asesino, tenemos que irnos. Te hemos atado las manos por precaución, pero podrás correr normalmente, vámonos.

    Y corrimos a través de la cafetería para salir a la parte posterior del edificio, luego de cruzar la piscina, y una pista de baloncesto totalmente deshabitada. Pero no es esperaba alguna sorpresa más. Amy cayó al suelo sin fuerzas.

    - ¿Amy? ¿Qué te pasa? – Dije agachándome mientras las expresiones de preocupación se propagaban entre el grupo.
    - No puedo… no puedo seguir… me duele mucho… - ¡Joder!

    Me aproximé a ella y le toqué la frente. ¡Estaba ardiendo! Casi sentí que me quemara la mano.

    - Quédate aquí con los dos un momento, Helena. Elisabeth, ven.
    - Franz… - murmuró Amy.
    - ¿Sí?
    - Al final defendí a Helena, como me pediste. – Eran típicas palabras de alguien que se da por vencido y que quiere asegurarse de que al menos quede constancia de algo bueno que ha hecho.

    - ¡Te equivocas! Todavía no hemos vuelto a casa, ¡así que ponte bien y sigue protegiendo a Helena! – Le repliqué apartándome ligeramente del grupo junto a Elisabeth.

    La viuda negra me acompañó.

    - ¿Usó el cuchillo? ¿Mató a alguien para defender a Helena?
    - ¡Qué va! Usó su cuerpo para cubrirla de una puñalada.
    - ¡Mierda! ¿Habéis desinfectado su herida? – Eli asintió con la cabeza.

    Sujeté mi cabeza con las dos manos. Me volvía ese intenso dolor, probablemente ahora provocado por el estrés. Nos teníamos inmediatamente que ir o nos pillarían, y no nos quedaban muchas balas: en un sitio cerrado, con un hombre atado de manos, una niña desarmada, Amy con una fiebre altísima… maldita sea, las probabilidades de sobrevivir eran cero.

    - ¡Tú!, asesino. – Dijo Eli volviendo al grupo y dirigiéndose a aquel hombre.
    - ¿Qué?
    - El avión en el que ibas a llevarnos a alguno de nosotros. ¡¿Está muy lejos de aquí?
    - Es un pequeño detalle que os quería comentar cuanto antes… y es que… tal avión no existe.

    Elisabeth tomó la escopeta y apuntó a la cabeza del asesino.

    - No se te ocurra vacilarme o tus sesos quedarán esparcidos por el suelo.
    - Eli, tranquila. – Le dije apartando la escopeta de la cabeza de aquel sujeto – Asesino, ¿a dónde diablos ibas a ir cuando nos mataras?

    Al jardín púrpura. Está realmente cerca de aquí. No tengo ni idea de quién o qué me espera ahí, pero me dijeron que fuera cuando acabara el trabajo.

    - ¿Cómo sabes que está cerca de aquí?
    - Estuve antes de venir. Cuando vi que me metía en la boca del lobo. decidí asegurarme de que realmente existía tal lugar al que huir.

    Súbitamente, a través del pasillo por el que habíamos venido se escucharon pasos. Pero no eran de personas. Algo se acercaba a una velocidad vertiginosa por el pasillo.

    - ¡Franz! Vámonos… vámonos. – Pidió Amy sollozando.
    - ¡Pues vámonos! – Apremié e intentó ponerse en pie, pero se caía.

    Me dolía todo, casi no podía si quiera mantenerme en pie, pero había que sacar fuerzas de flaqueza. Fui a Amy y la cogí en brazos. Sentí casi como si se me fueran a desprender los músculos. Un intenso dolor atormentó hasta mi alma, pero no había otro remedio.

    - ¡Go! – Grité y salimos corriendo, pero algo nos perseguía.
    - ¡No miréis hacia atrás, corred, corred! – Y volamos hacia la puerta de emergencia, encabezados por Elisabeth, que la abrió de una patada y apuntó al exterior como si una horda de caníbales nos esperara. Pero no, el exterior estaba oscuro y desértico.
    - ¡La puerta! – Grité.
    - ¡Son perros lo que nos persiguen! Huelen fatal. – Explicó el asesino, y haciendo una pirueta consiguió encajar la puerta con sus pies.

    Segundos más tarde se produjo un brutal impacto contra la puerta metálica que provocó que esta se aboyara profundamente. Luego se escucharon unos gemidos de dolor, aunque del susto, no los pudimos escuchar bien, pues ya huíamos de aquel lugar.

    - ¡Perros! ¿De metal? – Preguntó irónicamente Eli.
    - Olía a perros.
    - A lo mejor es tu hedor. - Cuando Elisabeth atacaba no había defensa posible.
    - Malditos piratas. – Bueno, la falta de tacto y el humor negro siempre era un recurso de la gente de aquella calaña.

    Sorprendentemente para nosotros, tras salir de aquel lugar no nos encontramos a nadie. Todo parecía anormalmente quieto, pero tan sumamente amenazador como siempre.

    Aminoramos el ritmo, dado que Helena estaba al borde de la asfixia, y anduvimos a través de las amplias calles, entre edificios abandonados. ¿Quién recordaba ahora aquellos viejos pueblos de montaña, dejados de la mano de Dios? Aquello era casi una ciudad, artificialmente creada, por supuesto, probablemente para atraer a gente con la que llevar a cabo un macabro experimento.

    Recorrimos un trecho amplísimo. No tenía una noción clara del tiempo, pero creo que anduvimos más de una hora hasta llegar a un emplazamiento con una densidad de viviendas que quedaba reducida a casi cero, al igual que la vegetación. Sin embargo, desde aquel lugar podía verse el jardín púrpura. No me había dicho que estaba allí, pero yo sospechaba que aquella mansión que se veía sola, alejada de toda vivienda, y rodeada de alambres de espinas y altas verjas, cubiertas por pequeños y puntiagudos tejados, era nuestro destino.

    De cualquier modo, fue cuando llegamos a la entrada que mi sospecha se confirmó, y es que, a través del pórtico, podía verse un jardín atestado de cerias rojas y azules, de colores cuasi fosforescentes que iluminaban el muro frontal de la mansión de un intenso color púrpura.

    - ¡Qué bonito! ¡Mira cuántos Timmy's! – Gritó Helena, como siempre, ajena a la situación. Sin alguien tan optimista era difícil sobrevivir allí.

    Amy dormitaba, mientras que Elisabeth trataba de ocultar su fatiga, que se manifestaba claramente. Yo, por mi parte, quería creer que el viaje estaba a punto de acabar;
    pero sabía que no era así. Aun reverberaba en mi mente aquella corazonada que tuve cuando encontramos a Helena. Quería creer que era simplemente un temor infundado; sin embargo, en mi fuero interno, algo me decía que terribles acontecimientos estaban por suceder.

    - Chico… despierta.
    - ¿Qué?
    - Chaval, ¿estás bien?
    - ¿De verdad me está preguntando eso la persona que ha intentado asesinarme?

    Dejé a Amy en el suelo y la tapé con mi chaqueta. Yo también me senté a su lado. La chica temblaba, al igual que mis brazos.

    - ¿Y ahora qué? – Pregunté tomando aire.
    - ¡Ehhhhh! ¡¿alguien por ahí dentro? ¡NECESITAMOS AYUDA!
    - ¡¿Pero tú eres tonto o qué te pasa? – Preguntó retóricamente Elisabeth. - ¿Qué quieres, que nos rodeen los psicópatas?

    Helena se aproximó a mí y me tiró del jersey.
    - ¿Y si saltamos la verja?
    - Niña, coge un poco de agua de alguna de las mochilas y tírala sobre la verja.

    La joven le hizo caso y la reacción fue la esperada por el asesino. Hubo un chisporroteo azul y naranja que desprendió una sutil humareda.
    - Moraleja: si tocas la verja acabarás como un pollo al horno. – Aseguró el asesino.
    - Así que es posible que haya supervivientes dentro… - Exclamó Helena.

    Pero yo no creía que la palabra fuera "supervivientes", y estaba seguro de que Elisabeth opinaba como yo.

    Mientras estábamos entretenidos con la conversación, pensando en qué hacer, la puerta principal de la mansión se abrió, y por la puerta apareció la figura de una mujer ataviada con vestuario de sirvienta, cofia incluida. Si ya de por sí aquello era sumamente extraño, más lo era que portaba una máscara anti-gas, un paraguas en su mano izquierda y una pistola en su mano derecha.

    - Chico, refréscame la memoria, ¿estamos en carnaval? ¿O en el april's fool?
    - Supervivientes… - Joder, ¿pero qué clase de broma era aquella?

    La mujer siguió aproximándose, y cuando estuvo en la puerta se quedó callada y comenzó a observarnos, a través de la máscara. Al cabo de un minuto, el asesino saltó.

    - Señorita, nosotros, nos estamos mojando.
    - ¿Quiénes sois?

    Buena pregunta. Lo cierto es que me quedé sin palabras para responder.

    - Escucha, estamos mojados, heridos, cansados, perdidos… Hemos sufrido un accidente de aviación y hemos venido a parar a este sitio. Hemos sido atacados por chalados caníbales, por un asesino… - Habló Eli.
    - Esperen un momento, por favor. – Dijo la sirvienta bajando su pistola y se volvió a la casa.

    Estaba desconcertado y preocupado. No habíamos visto a ningún aldeano loco desde que llegamos al polideportivo, pero estaba seguro de que había gente cerca. Seguía sintiendo todos esos ojos clavados sobre mí, esa atmósfera pegajosa y aplastante, aunque el ambiente que se respiraba allí era distinto.

    - El señor de la casa os recibirá. – Dijo la sirvienta, que había vuelto en el tiempo en el que yo estaba divagando.

    Nos abrió la puerta y la acompañamos por el empedrado camino, flanqueado por cerias, hasta llegar al marco de la puerta. Cuando lo cruzamos, entramos en un cubículo de paredes de aluminio con una puerta semejante a la de los aviones. Parecía estar cerrada a presión.

    La sirvienta cerró la puerta que daba al jardín púrpura y quedamos atrapados en aquel pequeño espacio de aluminio situado entre el portón de entrada y la puerta de avión. De repente un ruido monumental brotó de todas partes, un ruido como el que se escucharía a escasos centímetros de una turbina de un avión cuando está girando a toda máquina.

    - Por favor, respiren profundamente y contengan la respiración hasta que el ruido se detenga. – Solicitó la sirvienta.

    El ruido brutal se mantuvo por unos segundos, en los cuales, primero sentí como si fuera a ser sorbido por una aspiradora gigante, y luego sentí un profundo mareo y agotamiento. Tras aquella indescriptible experiencia, la "puerta de avión" se abrió automáticamente, y pudimos entrar a lo que era el verdadero hall de la mansión.

    Una amplia sala, iluminada con una gran lámpara de araña central, espolvoreaba luminosas partículas en un hálito de luz que revestía la magnánima escalera de mármol central, al tiempo que las pequeñas áreas de estar, constituidas por varios sofás, a ambos lados de la escalera, circundando cada uno sendas mesas, talladas en lo que parecía madera de calidad. Por lo demás, la decoración era parca en todos los aspectos. Si bien, algún cuadro con aspecto barato o casero, pendía de las beiges paredes, algo resentidas por cierta manifestación de humedad, y alguna que otra planta artificial descansaba aleatoriamente hundida en algún jarrón o vasija cuyo valor era totalmente desconocido para mí.

    - ¿Amy, puedes caminar? - Aun parecía adormecida, y tenía la sensación de que no era conveniente que se durmiera con la fiebre tan alta.
    - Sí.. Franz, gracias… - Respondió, y procedí a dejarla en el suelo.
    - Síganme, les acompañaré adonde está el señor.

    Yo habría dicho que era americana por su acento; sin embargo, creía recordar que Elisabeth nos había dicho que no estábamos en América. ¿Sabría ya dónde nos encontrábamos? ¿En qué parte del planeta?

    Mientras seguíamos a la sirvienta a través del hall al flanco izquierdo de la casa, Amy se tambaleó y cayó sobre sus rodillas al suelo.

    - Estoy muy mareada.
    - Dame la mano, Amy. - Y la levanté, y mantuvimos el paso cogidos de la mano, hasta que finalmente llegamos a la cocina de la casa.

    Una cocina de un tamaño que, normalmente, podría catalogarse de "grande" pero que para la mansión de que se trataba, uno podía decir que era anormalmente pequeña.
    Una mesa central de madera pálida, rodeada de incómodas sillas, constituían el eje de la sala, en cuyos límites se agrupaban los distintos electrodomésticos propios de una cocina. Mi vista se posó sobre el único aparato que hacía ruido, que era el lavavajillas; pero sin duda, lo que más llamó la atención fue el "señor" de la casa.
    Se encontraba sentado en la silla presidencial, embutido en un batín rosa, comiendo con su mano derecha, mientras su izquierda descansaba sobre un periódico.

    - Buenas. ¿Quiénes sois? ¿Y qué hacéis aquí? – Preguntó sin siquiera mirarnos.
    - Me contrató la chica de vainilla… - Comenzó a decir el asesino, pero el hombre le interrumpió casi a mitad de frase.
    - ¿Queréis tomar algo? ¿Batido de vainilla decías? – Sugirió.
    - No, he dicho que vengo de parte de la chica de Vainilla.
    - Ah, ¡Qué bien! – Evidentemente lo estaba ignorando. No le importaba en absoluto. – Bueno, ¿ y cuándo os vais? Por cierto podéis poneros cómodos.

    La conversación estaba tomando un cariz absurdo, y Amy estaba cada vez peor.

    - Escucha, tenemos a una chica muy grave. Necesitamos medicamentos y una cama para que descanse.

    Al escuchar estas palabras, levantó por primera vez la vista y acto seguido se puso en pie, y se dirigió a Amy.

    - Vaya, ¿qué sois, una expedición de la tercera edad? – Dijo observando nuestro lamentable aspecto.
    - Eso no tuvo gracia. – Respondió la sirvienta.
    - ¿Cómo te llamas?
    - Amy.
    - Ven conmigo, Amy. Has tenido suerte, soy médico y voy a curarte. – Explicó rápidamente, y le pasó la mano por encima de los hombros, llevándosela de mi lado, pero segundos más tarde, Amy se soltó y volvió a mi tambaleándose. Se aferró a mi torso y colocó sus labios en mi oreja, y me susurró al oído.

    Acto seguido, la chica volvió con el presunto médico, y ambos abandonaron la sala, mientras mi faz se tornaba pálida. No podía creer lo que había oído.

    - Los demás, mientras tanto, siéntanse como en su casa. – Dijo la sirvienta.

    En aquel momento me dejé caer en una de las sillas. Todo había sido rápido y extraño. ¿Quién era aquella gente tan rara? Por un momento dudé si debía haber dejado a Amy sola con aquel hombre. Pero con los acontecimientos que sucedieron a continuación supe que nunca debía haber permitido que se llevaran a Amy: recuerdo los gritos de Elisabeth, el llanto de Helena… pero lo que más recuerdo, sin duda, son las últimas palabras que Amy me dijo al oído: "Cuando esto acabe… ¿saldrás conmigo unos meses, y luego… te casarás conmigo?" Fue como fantasear con la vida, cuando se estaba enfermo de muerte.

    FIN DE CAPÍTULO. PRÓXIMO CAPÍTULO: "DESAPARICIÓN"

    Nota 1: el capítulo en su formato original en: http://www.xtalemate.com/2011/06/parasito-capitulo-vii.html
    Nota 2: disculpad por haber tardado tanto en traer este capítulo. Intentaré ser más rápido con los próximos.
     
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