Poético Palabras de un Joven Errante

Querida, si vos te imaginaras. No es poco lo que quisiera contarte, ni muy baladí lo que busco expresar mediante estas sinceras líneas. Pero tengo la necesidad, imperante y egoísta, de explicarte lo maravilloso que ha sido para mí el haberte conocido y, de paso, solicitarte algo. Porque a veces erro sin descanso por las tardes, hasta que el firmamento se tiñe de noche estrellada. Mis pasos asfaltados vagan en medio de las luces abigarradas que envuelven la ciudad, como un efecto estroboscópico que invita a las reflexiones a volar desde mi cabeza, para después desaparecer en el horizonte; disolviéndose entre suspiros invernales. Y en esas instancias de soliloquio mental, siempre pienso en vos, por esa pregunta que suele visitarme.


Aprovecho para disculparme si por momentos caigo en un mutismo inoportuno, es porque tu presencia me embelesa y mata las palabras que, para describir tus encantos, ya son casi innecesarias. Disculpáme si te suelto la mano en ciertas ocasiones, lo hago porque el buen observador ha de tomar distancia para poder apreciar mejor la belleza de quien se halla ante sus complacientes ojos. Disculpáme si no siempre bailo contigo hasta tocar la luna, esto se da porque prefiero mil veces tener los pies sobre esta tierra, el único lugar donde puedo soñarte cuando mis párpados se apagan. Pero igual podría aceptar si tomás esto que te digo como meros sofismas; puesto que no busco justificarme, tan solo desearía que me comprendieras. No lo parece, pero me infundás longanimidad en demasía.


Querida, si vos te imaginaras. Me siento con la obligación de admitir que adoro cada una de las letras que emergen por los poros de tu piel, cuando me las obsequiás generosamente, y adornadas con un distinguido coro de camelias perfumadas en el eco de tu voz. Durante las horas en las que la aurora aún no ha comenzado a bostezar, siempre me dan ganas de besar tus susurros, dormirme en tus suspiros, acariciar tus lágrimas y arroparme en la tibieza de tu pecho; todo ello para aplacar el frío que atenaza mi alma. Porque tu ausencia es como una promesa que aún no se ha cumplido, y que suele arrebatarme alevosamente la felicidad. Para aliviarme, observo los arreboles con gusto a café, preguntándome entonces si en una de esas, allá lejos en donde estés, vos estarás viendo las nubes blancas también.


Es esa pregunta de nuevo, lo que ahora mismo me inquieta tanto. Se aferra a mi frente de manera intermitente, y por más que quisiera distraerme al caminar sin rumbo fijo, al pensar y soñar en vos, al leer el producto impoluto de tu ingenio; no logro acallar sus gritos ensordecedores. Infinitas han sido las veces que intenté responderla, para que se ahogue en el mar del olvido y me deje en paz. Verbigracia, me dije a mí mismo que toda duda no es más que una inseguridad que no se pudo resolver a tiempo. Pero no, eso no mitigó mi conciencia. En una de esas, quería planteártela a vos, a ver si me podés ayudar en este dilema con sabor a incordio. Es una interpelación muy simple, pero que bien podría contener una resolución asaz compleja:


«¿Qué hice exactamente para merecerte?»