Prólogo. Ella. Preciosa como únicamente ella podría estarlo. Su delicada piel color marfil bañada por la luz dorada de mediados de estación. El cabello azabache desparramado en cascada a ambos lados de su bien formado rostro. De pómulos altos y labios llenos, ojos dorados ocultos ahora por unos párpados delicadamente cerrados, coronados por unas espesas pestañas negras. Parece irónicamente dormida, pero no sabría decir cuánto hay de verdad en esas palabras, a caballo entre el mundo de los sueños y el mundo del despertar, tan cerca y a la vez tan lejos… Ella. Un suspiro escapa de sus labios entreabiertos y una sonrisa torcida se dibuja en los míos como automática respuesta pues, al parecer, pronto volverá para reunirse con nosotros y entonces, y solo entonces, podremos reclamar lo que nos ha sido robado. Avanzo hasta recuperar mi posición, tomando su mano con naturalidad entre las mías y entrecerrando los ojos a la espera de que ella abra los suyos. - Bienvenida de nuevo, Emperatriz.- Susurro. Parece que al fin ha despertado.