Nagi no Asakura [One-shot] Silence the storm

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Gigi Blanche, 2 Abril 2019.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Escritora
    Título:
    [One-shot] Silence the storm
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1166

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    Fanfic inspirado en la canción Eye of the hurricane, de la banda Me in motion.

    Este fanfic está ubicado luego de los sucesos de mitad de temporada.

    Sintió la brisa húmeda del mar hacer cosquillas en sus brazos y mecer su cabello. Sonrió apenas, cerrando los ojos y aspirando ese aroma a sal que durante tantos años había asociado con su hogar. Ahora, las corrientes de aire oceánicas no hacían más que darle nostalgia, empaparla con un sentimiento de soledad y angustia. Allí, muy por debajo de sus pies, se encontraba el pueblo que la había envuelto y protegido durante su infancia. Shioshishio, tan distante e inalcanzable, se acercaba a ella con el soplar de la brisa. Breve, suavemente, como un sueño; antes de que alcanzara a extender su brazo, la ilusión ya se había apartado de su alcance. Caprichoso e implacable, el anhelo constante de que Shioshishio le abriera sus puertas otra vez le arrebataba mil y un suspiros cada tarde, en cada caminata por la costanera para llegar a casa.

    Casa…

    ¿Realmente era su hogar? ¿Era correcto considerarlo de ese modo? Porque al hacerlo, ¿acaso no estaba dejando atrás a todos los que, a diferencia de ella, se sumieron en un profundo sueño? Sus padres, sus amigos, incluso el amable señor de la tienda de dulces que siempre le regalaba una golosina cuando la veía pasar de camino a la escuela, o la anciana de la florería que jamás se había movido de su puesto, con las orquídeas a la derecha y, antes, su esposo a la izquierda. No podía dejarlos atrás, era injusto avanzar mientras ellos permanecían congelados en el tiempo.

    Sin embargo, ¿de qué forma debía mantenerse quieta? Lo quisiera o no, los años pasaban. Su cuerpo cambiaba, su cabello crecía, sus piernas se alargaban, y su voz se volvía más madura y adulta. Por mucho que se aferrara a la idea de no cambiar, había cosas que sencillamente se escapaban de su control. Y no solo se trataba de su cuerpo, también sus sentimientos...

    Descansó los brazos sobre el barandal de la costanera y recargó el rostro sobre ellos, abatida. Cansada. Frustrada. Entrecerró los ojos, detallando los macizos bloques de hielo mecerse como bailarinas sobre el agua helada; al sol brillar sobre ellos y arrancar destellos blancos de su superficie; a las pocas gaviotas que se atrevían a desafiar al frío sofocante surcar el cielo azul. Vio los gigantescos pilares que se alzaban del mar, destruidos, de bordes irregulares, y suspiró. El vapor caliente hizo cosquillas en la punta de su nariz, y con el borde del saco enjugó las lágrimas en sus ojos. Ya eran cinco años, ¿verdad? Vaya, cómo pasaba el tiempo…

    «Pensar que hace cinco años todo estaba tan bien. Hace cinco años… ¿Cómo pudo pasar esto?»

    —¿Chisaki?

    Una voz masculina la sobresaltó. Se incorporó y giró el rostro hacia el joven que se había materializado a su lado sin siquiera percatarse.

    —Tsumugu, ¿qué sucede? —murmuró, algo avergonzada. La había tomado por sorpresa en uno de esos momentos suyos que tan a menudo tenía, donde se abstraía de la realidad y sentía la triste seguridad de ser el único ser sobre la Tierra. Era la primera vez que el muchacho la interrumpía. Chisaki apretó los labios, nerviosa. Tsumugu era aterradoramente intuitivo, y en ese último tiempo parecía haber agudizado sus habilidades aún más. Cuando sus miradas se encontraron, el castaño entrecerró los ojos y su expresión se endureció.

    —¿Qué sucede, Chisaki?

    Hiradaira se llevó una mano a la mejilla, percibiéndola aún un poco húmeda. Agachó la cabeza y volvió la vista al mar, sonriendo triste.

    —Me has atrapado, Tsumugu —confesó, en voz baja.

    El muchacho aguardó en silencio, sin moverse de su posición.

    —Solo recordaba —continuó Chisaki, acariciando el frío barandal de hierro—. Shioshishio, la gente del mar, el Ofunehiki de hace cinco años… Recordaba y pensaba.

    Tsumugu detalló cada uno de sus movimientos.

    —¿En qué pensabas? —inquirió, tan firme y frío como siempre.

    —En cómo el tiempo se detuvo para ellos, y en cómo yo seguí adelante. —Sus ojos bajaron hasta sus manos, que se estrechaban con fuerza sobre el barandal. Frunció el ceño y apretó los labios—. Es injusto.

    —Puede que lo sea. —Se acercó a ella hasta quedar a su lado de cara al mar, y la miró de reojo—. Pero no es tu culpa, Chisaki.

    Algo en la forma en la que pronunció su nombre hizo que a la joven le corriera un escalofrío por la espalda. No lo veía, pero sabía que estaba ahí. Podía sentir su calidez, tan próxima, tan humana. Estar cerca de Tsumugu siempre la reconfortaba.

    —Tendría que haber ido también al mar. Siempre hicimos todo juntos, siempre me esperaron. ¿Por qué ahora yo no pude esperarlos a ellos? —inquirió Chisaki, alzando la voz y, con ella, su cabeza hasta el chico. Él tenía la mirada fija en el mar, y algo triste revoloteaba en el color de sus ojos. No consiguió apartar la vista.

    Siempre le había fascinado el tono de los ojos de Tsumugu. Era tan indefinido… Un pardo rojizo, algo grisáceo y apagado, pero a la vez hermoso. A la luz del atardecer, brillaban con fuerza y le recordaban a un campo de trigo, a la tierra húmeda recién labrada, a las hojas de los árboles caídas en el otoño, al sol y al cielo rosáceo de la mañana. Le recordaban a la tierra, a la superficie, ese mundo tan exótico y diferente al suyo.

    Tsumugu, en esos momentos, era el único capaz de silenciar la tormenta de su corazón.

    Kihara la miró, y la superficie y el mar chocaron. El sol poco a poco desaparecía detrás del horizonte. Los ojos de Tsumugu brillaban, al igual que el ena de Chisaki. El muchacho alzó la mano y acarició la mejilla de ella delicadamente, sintiendo, de alguna forma, los destellos que desprendía su piel hacerle cosquillas entre los dedos.

    —No ganas nada torturándote —murmuró, con voz calma y pausada—. Ya deja de hacerlo.

    El hielo flotante crujió con pereza, y las gaviotas aletearon alto en el cielo. Chisaki desvió la mirada, avergonzada, y Tsumugu retiró su mano lo más lentamente que pudo.

    —Vayamos a casa —dijo, girándose y comenzando a caminar.

    Chisaki asintió con la cabeza y lo alcanzó. Atravesaron la costanera en silencio, dejándose envolver por los sonidos de la naturaleza; no intercambiaron palabra alguna hasta llegar a la casa. Tampoco hacía falta que lo hicieran. El simple hecho de caminar a la par, lenta y tranquilamente, era suficiente.

    Como el mar, profundo y extenso, que aunque no alcanzaran a ver su final sabían que seguía allí, la presencia del otro a su lado significaba más que mil palabras.
     
    Última edición: 2 Abril 2019

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