One-shot de Inuyasha - [One-shot] Por ti [InuxKag]

[One-shot] Por ti [InuxKag]

"​

Por ti"​

La joven miko se echó a un lado para esquivar uno de aquellos ataques que tanto conocía, pero no lo consiguió. El ataque que le lanzó aquella nueva extensión de Naraku perforó su brazo para regocijo del demonio, que ya se estaba deleitando con su muerte.
Le dolía terriblemente el corazón. Podía soportar el dolor físico pero lo que más le dolía era el hecho de saber que iba a morir sin ver una vez a Inu-Yasha, sin poder decirle que había sido una tonta al igual que él y que lo amaba con todas sus fuerzas.
Miró a los ojos a su enemigo mientras caía en un oscuro sueño, del que quizá nunca despertase.
La sangre mezclada de dos seres muy diferentes inundaba el suelo. Era la sangre de un hanyou y de una miko, esa sangre ya no se volvería a mezclar, pues la miko ya no estaba en condiciones de lanzar otra de sus flechas contra su adversario.
La mirada de aquel ser mostraba su júbilo al sentirse vencedor, al saber que de aquella forma le estaba demostrando a Inu-Yasha que las personas que amaba estaban en sus manos y que podía dañarlo cuando quisiera. Contemplaba sin inmutarse el cuerpo inerte de la joven y se dispuso una vez más a intentar arrebatarle los fragmentos de la Shikon no Tama.

"Esta estúpida humana" pensaba el hanyou mientras buscaba a Kagome, pues de nuevo él había dicho algo que hubiera sido mejor callar.
Estaba allí porque Miroku lo había obligado. "Ve a buscarla, puede estar en peligro" le había dicho, ella sabía cuidarse solita y no necesitaba de Inu-Yasha para protegerse de cualquier youkai que intentara dañarla, o eso creía él.
Como queriendo contradecirlo su olfato detectó un olor que conocía muy bien: el olor de Naraku.
Todos sus sentidos se alteraron y su corazón aumentó su velocidad hasta límites insospechados. Era verdad que podía protegerse de un youkai cualquiera, pero no podría protegerse con una simple flecha de "ese".
Por fin logró distinguir el aroma de Kagome y se lanzó como lo como loco hacia el lugar de donde provenía.
Estaba tardando demasiado, se repetía una y otra vez mientras corría desesperado al encuentro de su amiga. "Si le pasara algo..." su mente le decía que ya era tarde para ella, ¿o tal vez no?
Al fin divisó entre los árboles una escena que en verdad no estaba preparado para ver.
Naraku estaba agachado sobre la miko y alargaba su mano para coger el pequeño frasco que colgaba de su cuello.
Estaba desesperado pues Naraku no había advertido su presencia y estaba demasiado lejos como para atacarlo antes de que consiguiera lo que buscaba.
-¡Naraku!- gritó el hanyou como último recurso para alejar la mano del demonio del cuello de Kagome.

El demonio se detuvo sobresaltado y tras cruzar su mirada con la del hanyou se evaporó entre una nube de humo, dejando a Kagome tendida en el suelo entre miles de gotas de sangre.
-Kagome... –susurró el hanyou mientras se acercaba con cuidado a la joven, como si temiera que el más leve movimiento del aire pudiera dañarla aún más- Lo siento... Te llevaré a la aldea.
Con mucho cuidado la estrechó entre sus brazos, mientras una parte de su mente le decía que aquello era su culpa.
-No he sabido protegerte, lo siento. –le dijo al cuerpo de la chica mientras cargaba con ella hacia la aldea.
Se cruzó con varios aldeanos en el transcurso de su viaje, a los cuales apartó con brusquedad de Kagome cuando uno de ellos intentó ayudarla.
-¡No podéis hacer nada por ella! –les gritó mientras continuaba su camino-
"Ya falta poco, Kagome, ahora estarás bien" se decía a si mismo cuando ya rondaba cerca del Árbol Sagrado.
-Inu-Yasha- escuchó a alguien llamarlo y se detuvo frente al Árbol Sagrado-
-Kagome está malherida, Kaede. –dijo mientras dejaba a la herida en el suelo con mucho cuidado- ¿Podrás curarla?
La anciana no se movió de su lugar, pero aunque el chico no lo percibió su mirada se llenó de dolor al verla.
-No puedo hacer nada por ella, su alma ya no pertenece a este mundo. –dijo finalmente la anciana después de examinar su cuerpo cuidadosamente-
-¿Qué quieres decir con eso? –exigió saber el hanyou, mientras temía lo peor-
-Inu-Yasha, mírala bien. –contestó simplemente la anciana-
El hanyou fijó su mirada en los dulces ojos de la joven que tenía cerrados y después recorrió cada ápice de su rostro. Estaba pálida, demasiado pálida para cualquier ser vivo.
No pudo evitar la tentación de acariciar su rostro una última vez. Estaba fría, fría como el hielo. Apartó su mano sobresaltado al sentir aquel frío invernal que invadía su cuerpo, un cuerpo anteriormente lleno de vida y alegría. Un cuerpo que no había sido capaz de proteger.
-Ha muerto desangrada. –dijo la anciana entre susurros y callados sollozos que lanzaba el hanyou-
-No puede...-su mirada ambarina se empañó de furia- Maldito Naraku... –gritó el hanyou mientras apretaba fuertemente sus puños-
-No fue Naraku –intervino Kikyô tras localizar a salvo los fragmentos de la Shikon-
-¿Y quién fue entonces? Cuando la encontré estaba con él.
-Naraku no hubiera dejado atrás los fragmentos de la Shikon.
-Cuando llegué estaba intentando quitárselos. –gritaba el hanyou testarudo- Deja de intentar protegerlo.
-Inu-Yasha... –susurró la anciana mientras cogía al chico por los hombros para calmarlo-
-Fue culpa mía... –susurró el joven-
Tras pronunciar esas palabras una solitaria lágrima brotó de su ojo derecho y extrañamente no trató de ocultarla.
-Ya no tiene remedio, el mal está hecho. Ahora solo queda enterrarla para que su espíritu esté en paz. –dijo la anciana para tratar de zanjar el asunto-
-Tienes razón. –dijo el hanyou que había recobrado nuevamente su aparente entereza-
Nuevas lágrimas querían brotar de sus ojos mientras miraba su cara pálida. Él tenía la culpa de aquello. No había sido capaz de entenderla y ahora nunca podría hacerlo. No había llegado a tiempo, no la había protegido, no se merecía ser un demonio completo... reuniría la Shikon y después la destruiría.
-¿Estás bien? –preguntó la sacerdotisa preocupada por el hanyou-
-Si.
Había tardado demasiado en contestar y su voz sonó rasgada. Se culpaba de aquello y la anciana temía que cometiera una tontería.
Inu-Yasha atravesó el pozo con el cuerpo de Kagome en brazos para llevárselo a su madre. Decidieron enterrarla en el Sengoku pues ella pasaba más tiempo allí que en su casa.
-Cuídate, Inu-Yasha. –le dijo la mujer entre lágrimas cuando ya entraba en el pozo para no volver más a aquella época que tantos malos recuerdos le traía.
La madre de Kagome no lo culpaba de la muerte de su hija. Pero la culpa seguía carcomiendo su espíritu por dentro.

"Por tu culpa"​

El cementerio donde descansaría su cuerpo era extraordinariamente bello. La mayoría de las tumbas estaban adornadas con lindas flores, que le recordaban a todos que allí descansaban sus seres queridos. Las lápidas eran de mármol blanco, todas iguales a excepción de los nombres de sus dueños.
En el centro de todo había un gran altar en el que los sacerdotes decían sus oraciones.
El entierro fue bastante emotivo. La anciana Kaede dijo una oración por su alma y protegió la tumba con varios hechizos. Mientras, el pequeño Shippo lloraba en brazos de la exterminadora. "Todo esto es culpa de Inu-Yasha, siempre hace llorar a Kagome." pensaba el kitsune.
La exterminadora también culpaba al hanyou, pero no porque la hubiera hecho marcharse. La anciana había dicho que murió desangrada, quizá si la hubiera llevado a otra aldea más cercana habrían podido salvarla. Pero el deseo inconsciente del chico por ver a Kikyô podía, a veces, más que su deseo de cuidar de Kagome.
"Tarde o temprano iba a pasar algo como esto" pensaba el houshi mientras colocaba unas flores encima de la tumba de su amiga. Hacía tiempo que había comentado con Inu-Yasha sobre aquello. Kagome nunca estaría segura en el Sengoku mientras Naraku estuviera vivo y ahora... estaba muerta. Ese pensamiento rondaba por su cabeza una y otra vez, pero al mismo tiempo no podía evitar pensar que el culpable de todo era Inu-Yasha. Había tardado demasiado en encontrarla y en llevarla a la aldea para curarla. "¿Por qué no la llevó a otra aldea más cercana?" Una voz respondió a su pregunta.
-Que Kami guíe tu alma hasta su lugar. –decía la sacerdotisa mientras colocaba un nuevo ramo junto al que aportó Miroku-
Dos figuras con sus rostros impasibles contemplaban todo, cada uno ajeno a la presencia del otro.
"Nunca aprenderá" murmuró un youkai mientras se alejaba en las sombras.
"Si ese estúpido no hubiera llegado..." se lamentaba en otro lugar un hanyou de mirada rojiza.
Nadie más habló en lo que restó de ceremonia. Después Sango y Miroku llevaron al hanyou a un lugar del bosque donde se aseguraron que nadie podría escuchar lo que iban a decir.
-¡Es tu culpa! –estalló la exterminadora cuando por fin llegaron-
-Tranquilízate, Sango. –dijo el monje abrazándola-
-¡Cómo pretendes que me calme! ¡Acabamos de enterrar a Kagome y la culpa es suya!
-No es mi culpa –dijo el hanyou con voz firme-
-Inu-Yasha... ¿por qué no llevaste a Kagome a otro lugar? –dijo Sango ya más calmada-
-¿Qué quieres decir? ¿acaso habría cambiado algo?
-Por supuesto que sí. Kagome murió desangrada, quizá si la hubieran atendido antes se habría salvado.
-Es tu culpa. Tu deseo de ver a Kikyô te controla.
"No es cierto. No es cierto." se repetía el hanyou en su mente una y otra vez "Esto tiene que ser un sueño, Kagome no puede haber muerto, y menos por mi culpa".

"No es justo"​

No había podido soportar por más tiempo las miradas acusadoras de sus "amigos". Pero sin embargo él sabía que era cierto, dependía demasiado de Kikyô y tenía que acabar con esa dependencia que le había costado la vida a Kagome.
"No es justo" se dijo mientras contemplaba una florcilla que crecía entre malas hierbas "Ella era lo único puro de mi vida." Ni siquiera Kikyô había conseguido hacerlo reír de esa forma sincera y pura en la que Kagome lo hacía. La necesitaba para vivir.
Esa mujer que lo controlaba... ese ser. Ni siquiera merecía que la llamaran humana, pues al fin y al cabo no era más que un amasijo de barro, agua y huesos viejos.
¿Por qué ella si podía vivir una vida que no le correspondía y Kagome no había podido disfrutar de la suya propia? No era justo.
El amor que antiguamente sentía hacia Kikyô había desaparecido sin motivo aparente.

Un poderoso hanyou llegaba entre humo a su castillo.
-¡¡Kagura!! –gritó furioso-
-¿Qué quieres? –dijo el espíritu del viento saliendo de entre las sombras-
-¡Te dije que te ocuparas de Inu-Yasha!
-Lo siento, yo... –la extensión se desintegró bajo el ataque de un hanyou furioso-
-Esto es lo que les pasa a los que me desobedecen. –dijo Naraku mientras se dirigía su mirada a la sacerdotisa que acababa de llegar- ¿Qué quieres, Kikyô?
-He venido a agradecerte por lo que hiciste.
-No deberías haber venido... –dijo justo antes de clavar sus garras en el pecho de la joven- dos muertes en un día no le sentarán nada a bien a Inu-Yasha. –apuntó con sorna- No es nada personal, te dije que estarías a salvo si conseguía la Shikon, pero no dije nada de perdonarte la vida si no era así.

-¿Habéis visto a Kikyô? –preguntó la anciana preocupada por su hermana-
-No –respondió simplemente el houshi-
-¿Ha pasado algo? –inquirió la taijiya-
-Desapareció después del entierro y nadie ha vuelto a verla, estoy preocupada por si se ha encontrado con Naraku.
-Seguro que está bien. –dijo tranquilizadoramente la exterminadora- De todos modos será mejor que le digas a Inu-Yasha que la busque.
-Él tampoco está, es por eso que me preocupo.
Como si hubiera escuchado la preocupación de la anciana apareció entre una nube de humo Naraku, con el cuerpo de Kikyô.
-Fue su culpa –dijo simplemente, mientras depositaba el cuerpo de la sacerdotisa en el suelo-
-Maldito... –dijo la anciana entre dientes-
-Ya te dije que no fue mi culpa.
-No, claro, ahora dirás que no has sido tú el que la has matado. –rió el houshi-
-Kikyô no era tan santa como todos ustedes pensaban.
-¿Qué quieres decir? –intervino el peliplateado entre las sombras-
-Que a ella le deben la muerte de Kagome. –explicó el hanyou mientras disfrutaba del dolor en la mirada de Inu-Yasha-
-No te creo.
-Me trae sin cuidado, yo ya cumplí diciéndoles la verdad. No me crean si no quieren. –dijo el demonio con indiferencia, mientras desaparecía de nuevo, dejándolos a todos con la impotencia de no saber la verdad-
Silencio... nadie habló...
-¿Qué creen que ha querido decir con eso? –intervino por fin el houshi-
-Que Kikyô le dijo donde estaba Kagome para que la matara. –contestó apesadumbrado el hanyou-
-Pero ¿por qué haría algo así? ¿Qué ha sacado ella con la muerte de Kagome? –preguntó la exterminadora-
-A mí. –dijo triste el peliplateado-
"Todo es culpa mía" se decía el chico de ojos ambarinos. "Todo por mi causa. Si me hubiera dado cuenta de mis sentimientos por Kagome desde el principio nada de esto habría pasado y... Kagome estaría viva" la mente del chico por primera vez se dio cuenta de lo estúpido de su comportamiento con Kagome. Se había comportado como un niño pequeño al querer tenerlo todo, y al final se había quedado sin nada. Sin Kagome... "Te necesito" pensaba el chico mientras el resto de sus compañeros discutían "No quiero vivir si no es contigo, pero primero voy a acabar con Naraku"
El peliplateado comenzó a internarse en el bosque, mataría a Naraku y entonces podría descansar en paz junto a ella.
-¡Inu-Yasha!
Escuchó la voz de Miroku llamarlo, pero decidió ignorarlo. Tenía que cumplir con su destino y tenía que hacerlo solo.

Día tras día vagaba buscando a Naraku por todos los lugares que nadie pudiera imaginar.
Por fin halló su rastro y decidido, se enfrentó de cara a su destino.
-¡NARAKU! –gritó Inu-Yasha-
-Te he estado esperando. –contestó Naraku con su voz de autosuficiencia. -Vienes a vengar a Kikyô, ¿no?
-Vengo a vengar a Kagome. –lo corrigió el hanyou, sorprendiendo a Naraku-
-Pues a qué esperas. –lo provocó el demonio entre risas-
El hanyou no pudo contener más sus ganas de acabar con aquel ser. Sacó a Colmillo de Acero de su funda y se dispuso a lanzar su ataque contra él. Otras veces no había funcionado, pero esta vez tenía demasiada ira en su interior, tenía que funcionar.

"Por ti"​

Había recuperado por fin la Shikon y no permitiría que cayera de nuevo en malas manos. La perla se perdería junto con él en el inmenso abismo.
Lo siento. -dijo dirigiéndose a Kagome, pues pensaba que, estuviera donde estuviera, estaría mirándolo orgullosa- Siento no haberme dado cuenta de que te amo antes, siento no haber podido salvarte, ¡LO SIENTO! -gritó a los cuatro vientos y se dispuso a lanzarse al colosal abismo que se abría ante él.
Saltó.
Silencio.
Por su mente pasaba un torrente de imágenes, pero ya había conseguido apartar cualquier tipo de pensamiento, incluso aquel que le decía que no debía hacerlo.
Vacío.
Caía y caía sin mirar atrás, parecía que nunca iba a llegar el final. La blanca niebla cubría su cuerpo mientras caía.
Dolor.
¿Por qué? ¿Por qué incluso en su lecho de muerte seguía atormentándolo la culpa? La cara de Kagome cuando la encontró lo perseguía incluso ahora y ese frío invernal que emanaba su cuerpo volvía a invadir al hanyou.
Odio.
"Naraku", por fin había conseguido acabar con él, pero ¿a qué precio? Ya de nada le servía ser el más poderoso si no podía disfrutarlo junto a ella, si no tenía sus besos ni sus caricias. Lo odiaba por haberla apartado de su lado, se odiaba a si mismo por no haber sabido protegerla.
Amor.
"Por ti" pensó instantes antes de rozar el suelo y poner fin a su vida.
-Ven conmigo. –escuchó decir a una dulce voz que le tendía la mano, esa voz que tanto conocía y amaba-
El espíritu del hanyou abandonó su cuerpo y se marchó, cogiendo la mano que Kagome le tendía.

FIN​

27/06/2007 15:33​